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VIVIDO Y RECORDADO



Memorias de vida, política y diplomacia








Guillermo Jacovella


























Diseño de cubierta e interior: Martín Jacovella,

Salvador Jacovella y Natalia Marano





© 2021, Guillermo Jacovella

ISBN: 978-987-85-1252-5

Hecho el depósito que prevé la ley 11.723



Licencia Creative Commons


“Vivido y recordado” por Gullermo Jacovella se distribuye bajo una

Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.



Attribution 4.0 International (CC BY 4.0)


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Indice

Prólogo iii

1. EN EL PRINCIPIO FUE TUCUMAN 1

2. ESTO ES: UNA BRECHA EN EL PERIODISMO ARGENTINO 18

3. NUEVOS HORIZONTES, LA UNIVERSIDAD 33

4. MAYORÍA, UN SEMANARIO EN TIEMPOS TURBULENTOS 53

5. MI TIO BRUNO JACOVELLA 70

6. TIEMPOS DE DUDAS 76

7. UN MUNDO NUEVO: LA CANCILLERIA 94

8. VOLUNTARIO A LA UNION SOVIÉTICA 106

Economía y comercio 127

Educación 134

Política exterior 134

Viajes 141

Nuevo embajador y contratiempos 143

9. DE LAS ESTEPAS A LOS TROPICOS 148

Política exterior e Historia 159

Confidencias inesperadas 168

Embajada a Brasilia 173

Consulado en Rio 176

10.REGRESO A BUENOS AIRES 181

La Revolución y su expansión continental 182

Aparición del diario Mayoría 189

La disputa con Brasil y el Acuerdo de Nueva York 192

Nuevo gobierno y nuevas tareas 194

Recursos naturales compartidos 202

11. AÑOS 1973 y 1974: UNA TRAGEDIA INEVITABLE 209

Nuevas tareas en Cancillería 213

Caminos hacia el abismo 217

12. MI ESTRENO COMO PERIODISTA 232

13. LAS ESPADAS AL PODER 258

14. VUELVO A FRANCIA 282

15. DEMOCRACIA Y NUEVOS SUEÑOS. 319

16. CONSULADO EN MADRID 351

17. DEL RIO DE LA PLATA A LA EMBAJADA EN ESPAÑA 384

Embajada en España 393

Economía y comercio 407

Cooperación militar 409

Visitantes 410

Viajes 413

Libros 415

Visita de Menem a España 416

Condecoraciones 418

Mudanza 422

Un paracaidista en la embajada 424

Mi regreso 427

18. GOBIERNO FALLIDO Y CONSULADO EN MIAMI 432

19. FIN DE LA DANZA DE PRESIDENTES 469

Vida social 482

Semana argentina en Carrefour e inversiones 483

Relaciones con la OTAN y políticas de defensa 487

Problemas políticos en Bélgica 494

Colonias africanas. Independencia y guerras 495

Relaciones con el Rey y la Reina 498

Obligada mudanza y traslado de funcionarios 501

Nuestra política exterior 502

Actividades culturales 503

Expansión internacional de empresas belgas 506

Luxemburgo 508

Nuevo funcionario y mundial de Rugby 509

Archivos masónicos 510

Fin de la travesía 512

Prólogo

Comencé a escribir estos relatos pensando que tenía sentido que dejara testimonio de muchos acontecimientos que había vivido y que podrían ser de interés para que mis hijos y nietos pudiesen conocer más sobre las historias familiares y las del país. También tenía presente el libro de memorias de Daniel García Mansilla titulado “Visto, oído y recordado”, para dar cuenta de hechos significativos de la tempestuosa historia argentina que tal vez convendría incorporarlos a la letra impresa, para no olvidar vivencias y episodios que agitaron nuestro pasado. Pensé, asimismo que las reflexiones que fui hilvanando a lo largo del camino pudieran servir para alumbrar mejor el futuro, al menos para mis descendientes y mis hipotéticos lectores.

Decidí comenzar mis relatos desde mi nacimiento, porque ello permitiría apreciar no sólo lo azaroso de toda vida personal, hecha de cambios inesperados y de "renacimientos”, sino también cómo las naciones se ven obligadas a transitar historias que muchas veces desbordan las más previsibles expectativas. Por otra parte, pensé que sería apropiado ir hilvanando cronológicamente mis peripecias personales con las del país y no agruparlas temáticamente, para hacerlas más vívidas y comprensibles. Me he detenido, en ese sentido, en muchas circunstancias de las cuales he sido testigo o protagonista, tanto políticas como diplomáticas, porque, además, puede ser útil recordarlas, para ilustrar algunas raíces de nuestros desencuentros y realzar algunos de nuestros logros y tropiezos históricos.

Como dice el filósofo Reinhart Kossellek, la historia está habitualmente poblada de tal multiplicidad de hechos y vivencias caóticas, que sólo el historiador puede intentar darles forma y sentido. Su papel padece, pues, de cierta arbitrariedad. De hecho, se transforma inesperadamente, en un novelista del pasado, ante la necesidad de aquietarlo y de que sirva de base a futuros empeños. Aunque éste no es un libro de historia, sino el relato de una vida y sus experiencias, se ve expuesto a similares acechanzas.

Es difícil comprender nuestro presente y ponderar nuestro futuro sin antes redescubrir nuestro pasado con nuevos ojos.

Debo a Olga, mi mujer, los primeros y decisivos alientos para emprender esta obra, así como la paciencia de soportar mis largos y silenciosos encierros para bucear, en decenas de carpetas, los documentos que me permitieran respaldar mis recuerdos. Su estímulo ha sido también determinante, ante mis reiteradas dudas sobre la utilidad de este libro. Me han sido, por fin, muy valiosos sus comentarios como lectora de la obra ya concluída.

Carlos “Charly” Begue ha sido el lector inteligente y animoso de cada uno de los capítulos, a medida que se los iba sometiendo, por lo que fue un importante aliento sobre el valor de mi empeño. Le correspondió a él hacer las iniciales y muy lúcidas observaciones y sugerencias, porque la confianza de una larga amistad pudo ser balanceada con su aquilata experiencia como periodista y escritor.

Mi hijo Martín fue de gran ayuda para ordenar y numerar escalonadadamente los capítulos y hacer invalorables correcciones a lo largo de la obra.

También he contado con tres ponderados lectores y amigos del texto completo ya concluido y desde perspectivas y visiones muchas veces no coincidentes con las mías. Debo agradecerle a Santiago Sylvester, admirado poeta y académico, la generosa tarea de aportarme sugerencias y observaciones muy valoradas y que me han permitido reformular muchas páginas. Igual reconocimiento le cabe a Vicente Massot, lúcido cientista político, periodista y escritor, que me aportó inteligentes observaciones y comentarios como ilustrado lector y conocedor de la historia argentina. A Enrique G. Avogado, avezado analista político, le debo sus valorados juícios sobre varios capítulos.

Debo, asimimo, a Mercedes Muro de Nadal, historiadora, sus muy atinadas indicaciones y retoques de estilo, que me fueron muy útiles para el perfeccionamiento del texto.

Agradezco especialmente, por fin, a quienes diseñaron el mapa, la portada, la contratapa y las solapas, Martín Jacovella, Salvador Jacovella y Natalia Marano.

Por último, debo a Hernán Bustamante el arduo trabajo de compaginar y fotocopiar los borradores originales.

Vaya, pues, mi agradecimiento a todos ellos, porque me han permitido, no sólo ponderar y revisar más adecuadamente, muchas de mis historias, sino también mejorar considerablemente la presentación de esta obra a eventuales lectores.



1. EN EL PRINCIPIO FUE TUCUMAN

Mi llegada al mundo coincidió con la primera desavenencia de mis padres.. Nací a comienzos del otoño, en Abril de 1938, en la amplia casa de mis abuelos maternos en la ciudad de Concepción, donde se habían radicado a principios del 900, alentados por el éxito alcanzado por un emprendedor hermano mayor de mi abuela, que había alcanzado una ya considerable fortuna en tierras, plantaciones de caña, y propiedades urbanas. Su buena posición la había consolidado gracias a un almacén de ramos generales. Su prodigalidad lo llevó a sumar prontamente a las tierras tucumanas a sus padres y hermanos asturianos. Así vinieron, ya casados, mis abuelos, él oriundo de Gijón y ella de Oviedo. Llevé el nombre de mi abuelo materno, Guillermo Valle y de ese legendario tío Guillermo Somonte, a quién solo conocí por unas curiosas fotografías en sepia grabadas en cartón, tanto a caballo como de pie en postura imponente que lucían destacadas en la sala principal de la casa.

Aunque mis abuelos se habían radicados originalmente en la ciudad de Tucumán, a la muerte de mi tío Guillermo, según los cuentos familiares, decidieron trasladarse a Concepción, donde él viviera, para administrar parte de los cuantiosos bienes legados a su familia en esa ciudad, por entonces la segunda de la provincia, y en otras tierras del sur provincial.

Mi abuelo paterno que había llegado también muy joven a Tucumán desde Guardiagrele, ciudad montañosa de origen medieval de la Región de los Abruzzos, cerca de Pescara, puerto del Adriático situado a la misma altura que Roma sobre el Tirreno, donde había estudiado economía. Según me contaron unos primos suyos cuando los visité -asombrado de tener tantos parientes, ebanistas, médicos, sacerdotes, y de que nuestro apellido fuese allí tan familiar-, había partido a la Argentina con su flamante título a causa de un amor contrariado. No hubo mayores precisiones en mi primera visita y me pareció impertinente cuestionar esa leyenda del "amor contrariado" dejado atrás.Tampoco es clara la elección de Tucumán como punto de destino. Posiblemente tenía allí amigos de Guadragrele o de Pescara donde estudiara.

Desarrolló una rápida carrera bancaria y pronto llegó a ser gerente del Banco Francés. Luego fue convocado para ser el primer Gerente General del nuevo Banco Comercial de Tucumán (años después llamado Comercial del Norte), institución que contribuyó a fundar y bajo su timón no solo se expandió por todo el Norte argentino, sino que alcanzó a ser una prestigiosa y muy próspera casa bancaria, como quedó reflejado en la extensa nota necrológica que que publicó el diario La Gaceta el 29 de Agosto de 1923. Nunca se habló mucho de él en la familia. Tampoco encontré gente que lo frecuentara. Mi padre tenía en ese entonces solo diez años. Mi tío Bruno doce. Mi abuelo, llamado José Benjamín, era al momento de su muerte Gran Maestre Grado 33 de la Masonería tucumana, circunstancia que era desconocida por sus hijos y que descubrí casualmente cuando colaboraba a los 15 años copiando con un mimeógrafo con "estensil", el único y muy rudimentario sistema de copiado de la época, documentos y revistas, supuestamente secretosLeute kennen lernen, sustraídos de la masonería para aportarle material a un sacerdote que preparaba un libro sobre la masonería. Mi contribución era solo manual y sabía muy poco sobre el tema en esa época hasta que descubrí su nombre en un lugar destacado de las listas a copiar.

Gozaba mi abuelo, por esos años, de una holgada posición económica y acompañaba sus tareas bancarias con frecuentes colaboraciones periodísticas, vocación esta última que heredarían mi padre y mi tío Bruno.

A su muerte, su mujer, que era muy religiosa, inscribió a sus hijos en el principal colegio católico de la ciudad donde cursaron sus estudios de allí en más.

Mis padres, nacidos en Tucumán, se habían afincado después de casados, en la ciudad de Santa Fe, donde mi padre debía concluir sus estudios de derecho (aún no existían esos estudios en la Universidad de Tucumán), mientras trabajaba como periodista, tarea en la que ya se había destacado en su ciudad natal. En dos años se convirtió en un exitoso abogado, permtiendole disfrutar pronto de una acomodada posición social y económica y rodearse de buenos y duraderos amigos.

Mi madre fue pupila en un colegio católico de la ciudad de Tucumán, donde después concluyó su profesorado de piano y violín. Todo muy típico de la época en la provincia. Había nacido en 1916 y tuvo una educación esmerada, preparatoria para un buen matrimonio.

Por los dichos de Petrona, que fue como una abuela para mí y que nos acompañó hasta su muerte, mi madre decidió tenerme en Tucumán trasladándose contrariada por una fragante infidelidad desde Santa Fe, adonde volvió, rescatada por mi padre, solo varios meses después. Petrona Humacata Martiarena, ese era su nombre, era huérfana y había sido criada con mucho rigor, junto a otras niñas de igual condición en una casa de una tradicional familia salteña, de la que había huido para refugiarse, nunca supe cómo, en la casa de mis abuelos maternos en la ciudad de Tucumán. Desde su casamiento acompañó a mi madre y fue como una abuela solícita y cálida para mí niñez. Era mitad india y de tez cobriza; con ella aprendí mis primeras palabras en quechua. Era una persona generosa y sufrida, con la que conocí desde niño el significado de la humillación y el desamparo.

A nuestro retorno a Santa Fe fui bautizado por el Arzobispo y en la Catedral Metropolitana recién a fines de septiembre, con la pompa que era tan del agrado de mi padre; mi padrino de bautismo fue José María Rosa, que era como un hermano mayor suyo. Nacido seis años antes que él (en 1906), estaba radicado desde tiempo atrás en Santa Fe, donde había sido juez y era desde 1937 Subsecretario de Gobierno provincial. Aunque recibido de abogado en Buenos Aires, su arribo a Santa fe habría sido alentado por su suegro, Alejandro Bunge, por entonces uno de los más prestigiosos economistas y sociólogos argentinos, hoy casi olvidado.

De Santa Fe tengo vivos recuerdos, a pesar de mi corta edad, los muchos amigos de nuestra casa, el club al borde del Paraná donde jugaban tenis y del olor a cuero del auto en que mi padre nos llevaba a veces de paseo. Entiendo a Rilke por asociar a su patria con el olor de su infancia.

Todo eso duró hasta 1942, mis primeros cuatro años, cuando nos mudamos a Rosario donde mi padre se había asociado para trabajar como abogado con su amigo Carlos Ovidio Lagos, "el "Alemán" según se le conoció siempre, hijo del dueño del diario "La Capital" de esa ciudad. Su hijo Ovidio fue así uno de mis primeros amigos rosarinos. La hermana del "Alemán", Angélica Lagos, se casó después con quién fuera nuestro médico de familia José Manuel ("Pepe") Pinedo y fueron como tíos adoptivos después, al instalamos en Buenos Aires.

Luego de la Revolución del 4 de Junio de 1943 mi padre fue convocado para integrar el nuevo gobierno nacional en Buenos Aires. Designado primero subdirector de vivienda de la secretaría de Trabajo y Previsión que presidía el coronel Juan Domingo Perón y luego, por desinteligencias con el coronel Domingo Mercante y sus colaboradores, tras preparar un promisorio plan de viviendas que Perón hizo suyo, aceptó otro cargo en el recién creado Instituto de Previsión Social, puesto al que habría renunciado después de las elecciones de 1946.

Recuerdo que llegamos de prisa a la "Capital" por esa convocatoria y nos hospedamos en el "Gran Hotel" de la calle Florida hasta que nos mudamos al poco tiempo a una casa en la calle Arenales. En esos primeros días me deslumbraron el agitado y multitudinario tránsito de peatones y vehículos, los viejos y pequeños colectivos y los vetustos ómnibus repletos de pasajeros. Tenía, al asomarme a la calle Florida, una impresión similar a la que mucho después leería en los relatos de refugiados que arribaban por fuerza a nuevas ciudades.

En 1944 ingresé al colegio del Salvador, de los jesuitas, donde cursé primer grado inferior y al año siguiente, como debimos quedarnos más allá del verano en una quinta que mi padre había alquilado en Castelar, nos inscribieron a mi hermano y a mí en un instituto de los Hermanos Maristas de Morón. Allí cursamos medio año y al regresar a Buenos Aires, nos transfirieron al Colegio Champagnat, de los mismos educadores. A fines de 1945 concluiría nuestra movediza vida porteña ante una nueva separación de mis padres y nos embarcamos de nuevo hacia Tucumán, a la casa solariega de mis abuelos maternos en Concepción.

Por primera vez sentí que tenía una familia y que Tucumán sería la etapa más feliz de mi niñez. Allí aprendí a compartir con mis primos y sus muchos amigos una calidez pueblerina de la que guardé siempre velada nostalgia. Aunque la provincia volvió a aparecer en mi vida en varios veranos y en las vacaciones de julio, mi "pertenencia" tucumana quedó signada por esos tiempos por las excursiones y aventuras que vivíamos por arroyos y fincas de los alrededores. Como mi tío era un prestigioso médico de la Región y además campeón de tenis de la Provincia, nos gustaba acompañarlo en sus giras deportivas.

Aprovechando ese parentesco a menudo íbamos también al ingenio "La Corona", que era, en su parte residencial, un barrio cerrado inaccesible a los lugareños, con estupendas canchas de tenis y de golf. Lo dirigía un elegante e imponente inglés y la mayoría de sus colaboradores residentes eran extranjeros, daneses, rusos, escoceses.

También me sorprendió descubrir, siendo ya abogado que el ingenio "La Corona", al igual que grandes extensiones de tierras en la Patagonia, pertenecía a la reina de Inglaterra, por lo que no era casual su nombre.

Tengo también un fugaz recuerdo, especie de instantánea fotográfica, de Evita, vestida de blanco (muy bonita a mis ojos), que desde la plataforma de un vagón ferroviario llegado a la provincia, repartía juguetes a niños pobres apiñados en el andén. Fue como un efímero contacto con la política del país, de la que me sentía muy ajeno.

Esta historia provinciana concluyó con la inesperada llegada de mi padre con un deslumbrante Packard plateado, la reconciliación familiar y un nuevo regreso a Buenos Aires.

Nos mudamos a un departamento en la calle Juncal, casi frente a la Iglesia del Socorro, y como ya no había vacantes en el Champagnat cursé el 4º grado en una escuela vecinal, donde conocí a quién sería uno de mis mejores amigos, Enrique Sosa, hijo de un importante exilado paraguayo, con el que nos incorporamos ya al año siguiente al colegio de los Maristas.

Más tarde y dado que sus padres no podían regresar, pudimos viajar juntos al Paraguay.Fue mi primer viaje en hidroavión y pasamos dos inolvidables veranos, rodeados del cariño de su familia y de sus numerosos amigos, por lo que desde ésa época quedé muy ligado a las venturas y desventuras de ese país.

De mis largos años grises en el colegio guardo recuerdos cálidos pero no significativos. No me dejaron una impronta perdurable. Vivíamos, además, ausentes del país y del mundo. Aunque fui un buen alumno, sin esmerarme, tuve un solo profesor, el de literatura, que superaba la media intelectual de los religiosos y que supo despertar en mí la pasión y el disfrute de la lectura y la escritura. La formación de los Maristas era muy pobre y su mayor interés se proyectaba sobre los deportes, donde sumaban triunfos en los campeonatos intercolegiales.

Curiosamente también en ese ámbito, me tocó compartir una clase con varios extranjeros, hecho muy inusual en el colegio. Mi madre, por otra parte, nos había impuesto en la secundaria completar nuestra formación con estudios adicionales de inglés y francés. En la Alliance Française llegué hasta quinto año.

La vida está hecha de retazos y señales inesperadas que van conformando nuestro destino. Los franceses distinguen entre "destinée" y "destin", o sea lo que uno elige y va haciendo con su vida y la resultante que escapa a nuestros designios. Hanna Arendt citando a San Agustín, menciona que toda vida está integrada normalmente por más de dos biografías o renacimientos.

A mis doce años se produjo la última y definitiva separación de mis padres. Decepcionado porque me había mentido frente a hechos demasiado evidentes, pues ya tenía otra familia, dejé de ver a mi padre por varios años, privándome de su trato en años decisivos de mi adolescencia.

Teníamos en casa una buena biblioteca armada por mi madre: François Mauriac, Simone de Beauvoir, Aldous Huxley, Somerset Maughan,Alberto Moravia y André Maurois estaban entre sus favoritos. También, legados por mi padre, disponíamos de una vasta serie de libros de divulgación científica que publicaba la editorial Sudamericana, donde alternaban temas de física, química, biología y medicina, lo que me permitió familiarizarme con las maravillas de la Creación. También quedaron ensayos sobre historia argentina y rioplatense, libros de Luis Alberto de Herrera, eminente uruguayo a quién mi padre había frecuentado y admirado. Recuerdo todavía el estudio de Ernesto Quesada sobre "La época de Rosas", en cinco tomos encuadernados, muy apreciable regalo que leí con particular fruición y cuyas huellas quedarían para siempre en mi memoria por su mirada lúcida y comprensiva de un trecho importante de la historia patria.

Los recuerdos más intensos de mis tiempos colegiales son aquellos fines de semana en la amplia quinta-chacra entre Del Viso y Tortuguitas que mi padre compró y que luego de la separación quedó casi para nuestro exclusivo uso, pues a mi madre ya no le complacía ir. Teníamos pileta, caballos, y un muy confortable y antiguo "break", carruaje inglés como una diligencia y con capacidad para seis o siete personas cómodamente sentadas, con el que hacíamos correrías por los alrededores, imaginarios protagonistas de películas de cowboys.

En los postreros veranos de colegial pasé dos temporadas en Alta Gracia invitado por Pastor "Garrote" Achával Rodriguez, médico amigo de la familia y con quien había colaborado en el copiado de textos sobre la masonería. Nativo del lugar, había heredado con sus hermanos una amplia casa cercana al Hotel Sierras. Eran también sus habituales invitados Lucy Sanders y su hija, que sería más tarde la conocida Susana Gimenez. Lucy y su marido fueron muy allegados a mis padres. El Hotel Sierras era un mundo aparte donde se concentraba la más destacada actividad social y deportiva del lugar. Esa experiencia de Alta Gracia me permitió hacer muchos y duraderos amigos, entre ellos varios integrantes de la familia Lozada, que eran allí residentes, Francisco (Pancho), Santiago, de muy contagiosa simpatía y gran lector, Salvador María que llegaría a ser un juez y constitucionalista de prestigio y un joven y talentoso abogado, Horacio Eguiluz, cercano a esa familia, cuya cultura literaria y filosófica rápidamente me deslumbraría. A sus instancias, comencé a leer "La condición humana" de André Malraux, desde entonces una de mis obras preferidas. No solo leí luego todos sus libros sino que me interesé en sus peripecias personales y sus lugares favoritos.También me hizo descubrir a Camus, a Rilke, a Ernst Wiechert (el de "Misa sin nombre"), a Sartre y otros muchos escritores y poetas por entonces para mí desconocidos.

Cuando Horacio dejó el estudio donde trabajaba y la provincia, para dedicarse a lo que realmente parecía interesarle -la vida natural y las lecturas filosóficas-, consiguió ser nombrado guardabosque en el Parque Nacional Los Glaciares. Nos invitó a Pancho Lozada y a mí a acompañarlo como ayudantes y lectores de Nietzsche, en ese tiempo su figura estelar. Yo había terminado el colegio y había obtenido prontamente la libreta universitaria para cursar Derecho, lo cual que me permitía conseguir un pasaje gratis de estudiante en un avión de la Marina que volaba regularmente a puertos patagónicos.

Una vez que aterricé en Santa Cruz, un páramo azotado por vientos intensos y persistentes, descubrí que el viaje a la Cordillera en una camioneta-colectivo que saldría al día siguiente, me obligaría a pernoctar en una fonda patagónica. La "combi" me dejó finalmente junto al Río de las Vueltas, donde me esperaba un lugareño con un caballo adicional; la indicación era sujetarme a la montura sin tocar las riendas, porque en los ríos correntosos los caballos pueden nadar naturalmente. Al fin llegué a la estancia de Andreas Madsen y a la casa contigua de mi amigo guardabosque.

Con la creación en 1937 del Parque Nacional Los Glaciares, el campo que ocupaba Madsen, originalmente de 10.000 hectáreas, quedó dentro del predio del parque nacional. Ambas construcciones estaban situadas en un lugar en el que años después se crearía el pueblo del Chaltén, fruto del favorable desenlace de nuestro conflicto con Chile. Madsen, al que le quedaron desde entonces en propiedad solo 74 hectáreas, había participado de la Comisión de Límites con el "Perito" Moreno, a principios del siglo XX, y el Gobierno argentino le había concedido en 1903, el uso de la extensa estancia antes mencionada en su carácter de primer poblador.

En la casa principal de Madsen, donde nos reuníamos para las comidas, oficiaba de cocinero un severo alemán, que se había instalado allí, impresionado por el paisaje, después de viajar desde Estados Unidos en un viejo Ford T. Después comprobé que Standarth, tal era su nombre, era, sobre todo, un eximio fotógrafo, tarea con la que redondeaba sus magros ingresos. El espectáculo, desde las casas, era imponente, con el famoso y hasta entonces casi inexpugnable monte Fitz Roy que dominaba el horizonte y su majestuoso cortejo de perennes picos nevados.

Madsen, de origen danés, fue uno de los más célebres pioneros patagónicos. Había escrito varios libros, entre ellos uno de cierto éxito "Cazando pumas en la Patagonia", que se apresuró a regalarme. Don Andreas era muy cordial y un conversador repetitivo (típico de los solitarios es volver una y otra vez sobre sus cuentos y aventuras) y no cabe duda que le complacía la presencia de estos "foráneos". Sus pláticas solían terminar meneando la cabeza y expresando un enigmático "Ah sí, sí…Ah no, no…".

Nuestro trabajo era patrullar a caballo asiduamente la vasta extensión del Parque Nacional para prevenir incendios y disuadir a merodeadores y ladrones de hacienda. Nos desplazábamos hacia el Oeste, rumbo a los imponentes y luego controvertidos Hielos Continentales, vastos glaciares que se extendían hasta Calafate, y hacia el Sur hasta el inmenso Lago Viedma, de más de 1000 Kms2. La región estaba apenas habitada, solo aislados extranjeros. También leíamos mucho en Fitz Roy y solo la responsabilidad por mis estudios me hizo truncar tan inolvidable experiencia para iniciar mi carrera universitaria.

En los años subsiguientes volví a visitar otras ciudades patagónicas sobre el Atlántico marcadas siempre por la desolación, prisioneras de la meseta desértica y que aparecían fantasmales ante el viajero, como si el polvo transportado por los persistentes vientos las envolviera y las esfumara de modo intermitente. Esos potentes vientos, además, con un ruido enloquecedor, hacían muy difícil desplazarse por sus calles. Carecían, por ese entonces, casi de plazas y de jardines.

Cuando volví a frecuentar a mi padre coincidió con el inicio de su último proyecto: la edición de la revista "Esto Es”, que comenzó a publicarse en diciembre de 1953, con un novedoso formato para una revista de interés general y con amplia cubertura política.

En los últimos años había trabajado como abogado y emprendido ambiciosas iniciativas como la búsqueda de petróleo en las cercanías de Bahía Blanca, asociado, entre otros con Luís Luro, propietario de tierras en la región, y que culminó en el descubrimiento de un gran yacimiento de agua caliente y surgente, origen de un enorme lago artificial. Creo que todavía hoy conserva el nombre de Patagonia con que lo bautizaron. Fracasada la búsqueda de petróleo terminaron transfiriendo la empresa para la instalación de un gran lavadero de lana. También había emprendido la creación de una importante cementera en Olavarría, para lo cual hizo venir de Alemania unos ingenieros que poseían una fórmula novedosa para la fabricación de cemento, llamado hormigón elástico. Su socio era su amigo Augusto "Johnny" Gimenez Aubert, que sería más conocido, muchos años más tarde, como padre de Susana Gimenez. Todo estaba organizado para comenzar la obra con el auxilio de créditos por parte del Gobierno provincial. Alfredo Fortabat se había adelantado al conseguir un préstamo similar y obtenido garantías oficiales de que no hubiese ningún otro crédito a competidores. No se desanimó mi padre. Emprendió con otros socios la instalación de la empresa Mitsubishi en nuestro país y la radicación de una colonia de japoneses en las cercanías de La Plata. Ello le llevó a mantener prolongadas negociaciones y a vivir varios meses en Japón. Al cabo del tiempo, cada vez que contó con nuevos recursos económicos su gran pasión fueron los emprendimientos periodísticos que, invariablemente, lo obligaban a volver a empezar una vez dilapidados sus últimos dineros.

Tras sus dos primeras experiencias en ese campo, fue un cumplido representante para Sudamérica de la más importante empresa española de materiales didácticos para colegios y escuelas, lo cual le permitió viajar mucho por el Continente y a España.

Como abogado siguió siempre siendo consultor de las empresas de su buen amigo Leonidas Trajtenberg, con quién ya había sido socio en el proyecto japonés y con quién emprendió, años más tarde, uno de sus más ambiciosos proyectos: la compra de una de las más importantes minas brasileñas de hierro y manganeso, Urucúm, junto a Corumbá, en la ribera izquierda del Río Paraguay, visto que sus propietarios carecían ya de capacidad financiera. El General Manuel Savio, impulsor del primer Plan Siderúrgico argentino, aprobado por ley en 1947, había ideado en su tiempo proveer, transportado por barcazas, el hierro de la mina de Mutún, situada cerca de la margen derecha del Río Paraguay y en territorio boliviano, a la que sería nuestra gran acería, Somisa, también por él creada en 1948 en San Nicolas. Para ello, se requerían grandes inversiones, incluído la construcción de un costoso ferrocarril desde esa mina hasta Puerto Suarez, siempre en Bolivia y conectado al Río Paraguay, que era la salida obligada de la producción.

Durante varios años los nuevos socios de Urucum, a los que se incorporó un empresario brasileño, lucharon para ponerla en marcha, conseguir que la maraña de gerentes de Somisa aprobase la compra de ese mineral, dado que estaban asociados de hecho al bloqueo que imponían los importadores de hierro vía el Atlántico, y que los dueños de barcazas existentes cotizaran a un precio razonable el transporte del mineral. También debía mejorarse la navegabilidad del Río Paraguay para hacer viables los convoyes de barcazas y asegurar la participación paraguaya, porque el río atravesaba un trecho de su territorio. Era un proyecto que sólo podía sostenerse con el respaldo estatal argentino y que nunca pudieron obtener, a pesar de los grandes beneficios que comportaba y el abaratamiento considerable de fletes, al utilizarse sólo la muy económica vía fluvial con trenes de barcazas. Mi padre se transformó, con este proyecto, en uno de los primeros propulsores de la necesaria utilización de la extensa hidrovía Paraguay-Paraná, que permitiría facilitar la descarga de nuestros productos de la Mesopotamia e integrar la producción de los países vecinos, que recién tomaría vida muchos años más tarde. Después de realizar ingentes inversiones sin encontrar eco en las autoridades argentinas, debieron finalmente vender la mina y su explotación a la empresa multinacional Río Tinto, que hoy dispone con ella de una de las minas de hierro y manganeso más importantes del mundo, por su volumen y la calidad de sus minerales. La política argentina en el último medio siglo ha carecido, con muy pocas y honrosas excepciones, de visiones y estrategias de mediano y largo plazo.

Los dos últimos emprendimientos que yo recuerde de mi padre fueron el proyecto para establecer una planta de iofilización (extracción del agua) de alimentos perecederos, con técnicas novedosas, para economizar y facilitar su transporte a grandes distancias, y la edición postrera de una revista semanal sobre temas de divulgación de ciencia y tecnología ,"Esto Es ciencia y tecnología", aspectos que siempre lo apasionaron. Aunque no tenía el talante de un industrial, era realmente un entusiasta emprendedor, pensaba en grande, como diría Ortega y Gasset. Se había hecho sólo y siempre renacía de los contratiempos con renovada energía. Parecía que nunca le faltaba dinero y que le era fácil obtenerlo, aún en sus exilios. En otras circunstancias y con un país con una clase política que compartiese planes y proyectos ambiciosos, podría haber sido un reconocido propulsor y partero de grandes empresas.

Como decía Ralph Emerson, todo hombre debería ser recordado por sus mejores momentos. Pero no siempre sirven para recrear una vida azarosa.

Además, huérfano de padre a una edad muy temprana, tuvo que forjar su destino sin otros modelos que los que fue encontrando a lo largo del camino. Nunca hablamos de ese tema, ni de su infancia ni de su adolescencia. Su generación se había formado en un tiempo en el que el pudor los hacía poco inclinados a las confidencias. Su madre, dotada de una gran fortaleza de espíritu había sobrellevado su viudez administrando con cierta prodigalidad los restos de la fortuna heredada, permitiendo que sus hijos tuviesen una educación esmerada en los mejores colegios tucumanos y disfrutando de una vida confortable, sin temores de que esos bienes pudiesen extinguirse.

Poseía una gran confianza en el futuro y esa confianza se la transmitió sobre todo a mi padre, que fue siempre el preferido de sus cuatro hijos, porque, además, mucho se le parecía. Había nacido en Córdoba en el seno de una familia también de origen italiano y con una buena posición social. No conocí a ninguno de sus parientes, supuestos hermanos o primos que pudiesen dar algunas señales de su familia. Según la leyenda, su madre tenía cercanos ancestros austríacos y digo leyenda porque nunca pude precisar por cuál de sus padres, aunque su porte y sus rasgos daban testimonio fehaciente de ello.

Su porfiada confianza en la vida, sin que los tropiezos afectasen su compostura- tuvo un rostro juvenil y terso hasta edad muy avanzada-, la heredó mi padre, y creo que fue para él uno de los motores inclaudicables de su existencia. Sumada a una gran inteligencia y a una desbordante simpatía, esa confianza la condimentó siempre con una gran audacia y picardía, con lo que enriquecía sus empeños y al mismo tiempo los cuestionaba por la misma facilidad con la que alcanzaba sus primeros logros. Era, además, un inveterado seductor, dado que hasta sus últimos años fue realmente, un "homme à femmes", como dicen los franceses. No sé si tuvo muchos grandes amores, pero sospecho que los más fueron más o menos duraderas aventuras. También lo atraían las largas veladas nocturnas, en la que podía encontrarse con músicos, artistas y escritores de distantes signos ideológicos, como con personas alejadas de su círculo de intereses o afinidades. En ese sentido, seguía pautas de tiempos idos y que estaban ya siendo anacrónicas, para intentar sostener una "doble vida". A eso se correspondía un exceso de puritanismo ejercído con su familia. Es curioso pero recién llegué a conocer a mis tres medios hermanos cuando yo tenía cerca de 30 años y ellos ya eran adolescentes.

También era proverbial su generosidad, en especial con su madre y sus hermanos, al igual que con las personas con las que simpatizaba. Llegaba a veces a la prodigalidad. Igualmente era muy generoso con el dinero o con regalos a sus hijos y nietos. La plata entraba y salía con la misma facilidad de su bolsillo.

Siempre fue fiel al ideario nacionalista de su juventud aunque no un nacionalismo de elites. De allí su adscripción temprana al fenómeno del peronismo, del que luego se alejó cuando vio que era muy difícil darle formas inteligentes y duraderas a un Movimiento que solo admitía una masa y un líder personalista y autocrático. Creó la revista "Esto Es”, cuando Perón quiso ensayar un estimulante ciclo de pacificación nacional en 1953, para darle contenido doctrinario y práctico a esos propósitos. La revista se transformó, así, en una ejemplar tribuna de diálogo nacional.

Ese ciclo permitió, a través de las páginas de esa novedosa publicación oxigenar solo por un tiempo la hasta entonces sofocante escena política, tal vez porque Perón, preso ya de un irrenunciable megalomanía. nunca creyó del todo en abrir su espíritu a un sano apaciguamiento nacional y también porque los odios y las heridas acumuladas por sus adversarios se mostraron al poco tiempo irreversibles. Apoyó con coraje la postura asumida por el general Eduardo Lonardi de "ni vencedores ni vencidos", tras la Revolución de 1955. A su caída siguió sosteniendo las mismas banderas hasta que le expropiaron la revista y tuvo que soportar su primer exilio. Nunca dejé de admirar su valentía para enfrentar con su pluma adversarios y hasta poderosos enemigos Los mismos objetivos de defensa de los intereses nacionales, la concordia institucional entre los argentinos y la sana aplicación cristiana de la justicia social para los sectores menos favorecidos inspiraron también sus posteriores publicaciones. Tanto mi padre como su hermano Bruno procuraron siempre a través de sus editoriales el hacer compatibles esos principios sin encontrar, por desgracia, ecos duraderos.

Mis abuelos maternos, de seca estirpe española, eran muy austeros y poco efusivos en el trato con sus dos únicas hijas. Mi madre, a su vez, había heredado los rasgos y el carácter de mi abuelo. A éste lo conocí ya viejo y sospechaba que detrás de su severo y arrugado semblante se agitaban muchos sueños inconclusos y una ternura que no sabía cómo expresar.

Cuando mi madre se casó, no sólo dejó atrás a su familia y sus destrezas musicales, aunque conservó por muchos años su querido violín, sino también a muchos de sus viejos hábitos provincianos. Estaba poco preparada para el ritmo vertiginoso que imprimiría mi padre a su vida por lo que le costó sostenerse sola ante las nuevas intemperies afectivas a la que las que se vería expuesta y debió poner sus mayores empeños en la crianza y educación de sus dos hijos. A ella le debo sus exigencias para el estudio, que incluían aparte del colegio, el aprendizaje complementario de idiomas, así como mi temprana afección a la lectura. No era tampoco efusiva con los afectos, aunque sabíamos de su amor incondicional.

A pesar de los agitados vaivenes de la vida con mi padre, nunca dejó de estar pendiente de él, tal vez porque nunca dejó de ser su único amor. Sus hijos nos ilusionábamos siempre con que pudiera rehacer alguna vez su vida. Aunque con el tiempo llegó a comprarse un auto, a tener muchas amigas, a hacer algunos viajes a países lejanos, su fracaso matrimonial y afectivo la marcó contrariada hasta el final de sus días.

2. ESTO ES: UNA BRECHA EN EL PERIODISMO ARGENTINO

La revista "Esto Es” comenzó a editarse el 2 de Diciembre de 1953 con el aliento de las primeras conversaciones del Gobierno con la oposición conservadora y a fin de aprovechar esa distención política para consolidar una pacificación nacional. Su formato era novedoso y su contenido apuntaba a cubrir, además de los más importantes acontecimientos políticos nacionales, temas internacionales y otros de interés general para un público más vasto. Mi padre, editor y director, era consciente, como muchos sectores del gobierno y de la oposición, de la urgente necesidad de cambiar el clima de confrontación ante los nuevos desafíos que afrontaba la Argentina tras las desastrosas sequías de 1951/52, la alta inflación, el creciente déficit comercial y de la balanza de pagos, con el incremento del precio de las importaciones y la depreciación correlativa de nuestras exportaciones, lo cual agravaba la falta de divisas.Todo ese cuadro crítico afectaba severamente la marcha de la economía. Ya el gobierno había comenzado a desplegar una nueva política económica en 1952 a través de dos nuevos ministros, Alfredo Gomez Morales y Antonio Cafiero, decididos a impulsar una mayor apertura y a propiciar una mejor relación con los capitales extranjeros que era urgente atraer. La situación política y económica del país estaba lejos de la prosperidad de 1946. Los grandes cambios en la legislación laboral que incluía aguinaldo, vacaciones pagas, jubilaciones generalizadas, estatuto del peón, sindicalización de casi todos los trabajadores y empleados; en la política, el voto femenino; en lo social, la construcción de viviendas, escuelas y hospitales; y en la organización económica,con la nacionalización de casi todos los servicios públicos- políticas que, por otra parte, se correspondían con las aplicadas por las principales naciones europeas-, habían ya completado un ciclo de transformaciones, por lo cual ahora se requería optar por nuevos instrumentos.

El ímpetu autoritario del peronismo había abierto, en los últimos años, muchas heridas en la oposición, como la expulsión de la Cámara de varios diputados radicales, la apropiación de casi todos los medios de comunicación, restricciones crecientes a la libertad de prensa y otras libertades republicanas, la expropiación de los diarios "La Prensa” y "El Intransigente", de Salta, y el encarcelamiento de prominentes opositores, estaba sofocando al país, en especial a las clases medias, como diría Arturo Jauretche, con una propaganda abusiva que "lesionaba hostilmente sus preocupaciones éticas y estéticas".

También habían crecido, tras la muerte de Evita, la megalomanía de Perón y la obsecuencia de sus seguidores. Dos nuevas provincias fueron bautizadas con su nombre y el de Eva Perón, al igual que la ciudad de La Plata que adoptó también esa última denominación. Cientos de escuelas, hospitales y monumentos fueron nombrados así, instaurándose un culto personalista cada vez más desfachatado. El libro atribuido a Evita, "La razón de mi vida", pasó a ser de lectura obligatoria en todas las escuelas, al tiempo que se la titulaba "Jefa Espiritual de la Nación" y se propiciaba la afiliación obligatoria al partido Peronista para acceder a los cargos públicos. El peronismo se había transformado poco a poco en una religión laica para millares de sus fieles.

El ritual de congregar al pueblo y arengarlo en una plaza, inaugurado por el pintoresco escritor italiano Gabriel D´Annunzio al asumir como comandante en la ciudad adriática de Fiume, y replicado años más tarde por Mussolini con sus famosos discursos a la multitud en la "Piazza Venezia" de Roma, sin duda impregnó la retina y la imaginación de Perón cuando se desempeñaba como agregado militar en Italia. Para Mussolini el fascismo no solo era una fe, sino una religión en la que el culto a su personalidad era un elemento decisivo. En nuestra latitud, la muchedumbre que se congregaba periódicamente para escuchar los inflamados discursos de Perón en la Plaza de Mayo y recibir sus consignas, vivía ese ritual también como una comunión con su jefe que concluía a menudo con la concesión de un feriado al día siguiente, al que llamaban significativamente "San Perón". El historiador Elie Halevy ya había hablado de ese novedoso fenómeno surgido en la Primera Guerra Mundial para motivar a los ciudadanos y que él denominó la "organización del entusiasmo".

Muchos opositores que no digirieron esa irrupción masiva del peronismo - al que un diputado llegó a calificar de "aluvión zoológico"- y su atropello a las "formas" republicanas, se sumaron a un levantamiento militar en Septiembre de 1951.Otros participaron en varios atentados con bombas, el más significativo en junio de 1953, mientras se desarrollaba un acto de adhesión de la CGT a Perón en la Plaza de Mayo. que dejó un saldo de varios muertos y un centenar de heridos. La represalia de los sectores oficiales provocó horas más tarde el incendio de la Casa del Pueblo,sede del partido Socialista, la Casa Radical y el Jockey Club, al mismo tiempo que la Policía procedía a detener a muchos opositores.

A fines de ese mismo mes de junio, el ministro del Interior de Perón, Angel Borlenghi recibió, por primera vez en años, una delegación del Partido Demócrata (conservadores) que le pidió la derogación del estado de guerra interno –el cual le daba al Gobierno gran discrecionalidad en el manejo de los asuntos públicos-, y la libertad de los presos políticos, demanda satisfecha casi inmediatamente con la liberación, entre otros, de los legendarios dirigentes socialistas Alfredo Palacios y Nicolás Repetto.

"Esto Es”, en su primer número, dio cuenta de esas reuniones oficiales como de las largas y sucesivas entrevistas mantenidas primero con el político conservador tucumano Eduardo "Lalo" Paz - comprovinciano y viejo amigo de mi padre- primero con Borlenghi, luego con éste y Perón y, ya en septiembre, juntamente con varios correligionarios, en las que se insistió sobre la necesidad de una amplia amnistía política y en la creación de un nuevo clima de convivencia ciudadana, aspectos que fueron incorporados a un documento redactado por Felipe Yofre y Adelmo Montenegro entregado finalmente a Perón. Como consecuencia fueron liberados muchos dirigentes conservadores, radicales y socialistas, por lo que "Esto Es” estrena su andadura periodística anunciando "la pacificación se puso en marcha".

Según cuenta Felipe Yofre (h) por relatos de su padre, ese inédito encuentro de los conservadores con Perón, el primero después de un largo período, se prolongó por más de dos horas en una atmósfera sobremanera cordial y los habría también escogido a ellos, dentro del amplio espectro político, porque el General deseaba obtener un claro reconocimiento a su investidura y la debida consideración por parte de la "Vieja Argentina" en la que creciera y madurara.

Hacia julio de 1953 había llegado al país, en gira latinoaméricana Milton Eisenhower, hermano del presidente de los Estados Unidos, para propiciar una nueva y auspiciosa relación entre amass naciones, que se concretaría, de allí en más, con propuestas para fabricar en Córdoba automóviles (Kaiser) y maquinaria agrícola; también con el novedoso otorgamiento de créditos por parte de Banco de Exportación de Estados Unidos para la compra de insumos norteamericanos destinados a la Siderurgia de San Nicolás. Al mes siguiente de dicho viaje se aprobó una ley de radicación de capitales extranjeros.

Los siguientes números de "Esto Es" recogen entrevistas a destacados políticos donde opinan sobre la pacificación. Fue muy ilustrativo de la época el lúcido comentario expresado por el conservador Federico Pinedo contra los "principistas": "Pensar que la pacificación política solo será posible con el funcionamiento pleno de las instituciones es como afirmar que solo será posible cuando sea innecesaria". En los números siguientes se suceden debates sobre los alcances de la proyectada ley de Amnistía y la realidad política, con entrevistas a destacados dirigentes radicales como Arturo Frondizi y Crisólogo Larralde, conservadores como Juan José Guaresti, socialistas omo Dardo Cúneo y Alfredo Palacios, peronistas de la primera hora como Juan Atilio Bramuglia, nacionalistas como Mario Amadeo, demócratas progresistas como Eduardo Thedy y a escritores hasta entonces silenciados como Ernesto Sábato y Beatriz Guido.

"Esto Es" se transforma así en receptor de los nuevos aires que se respiraban en la república, sobre todo cuando se incorpora una amplia y original página de "Cartas de lectores", para que el público se sumase al clima de distensión y de diálogo.

Yo solía frecuentar la redacción por las tardes, después del colegio, y seguí haciéndolo cuando entré a la Facultad en el más tempestuoso 1955. Allí estaban siempre mi padre, mi tío Bruno, quien a pesar de las diferencias de carácter y personalidad con su hermano, mantuvo siempre con él una sugestiva complementación, y el joven e inteligente secretario de Redacción, Mariano Montemayor, al que muy pronto comencé a admirar por sus brillantes artículos. Creo que fue el talentoso precursor de todos los columnistas políticos que se sucedieron desde entonces en el país. Mariano se sumó años más tarde al periódico "Azul y Blanco” y luego a la acción política con Frondizi, lo cual le valió la cruel "excomunión" de los sectores nacionalistas.

De a poco también se fueron progresivamente incorporando al staff permanente, el socialista Dardo Cúneo; las páginas de humor de Conrado Nalé Roxlo (que firmaba su página como Chamico); Landrú, Garaycochea y Quino (Joaquín Lavado), que debutó así en el periodismo gráfico con colaboraciones regulares en su sección de humor mudo (él diría años más tarde que cuando apareció su primera publicación había pasado el día más feliz de su vida); Emir Mercader, dirigente radical que escribía una página sobre turf que debía firmar como "Pancho Talero" donde trataba más de política que de caballos (Mercader no podía utilizar su nombre); Ramón Garriga, periodista español experto en temas internacionales, emigrado tras la Guerra Civil; Luís Mario Bello, al diario “La Nación”; Nicanor de Estrada, responsable de vinculado tradicionalmente publicidad y relaciones públicas, muy amigo de mi padre y de contagiosa simpatía y muchos otros no tan próximos. A todos ellos frecuenté con curiosidad e interés y a su lado descubrí la vida política del país, tras tanto tiempo de vivir ajeno a ella. También conocí a Rodolfo Walsh, entrevistado por mi tío Bruno para hablar sobre la novela policial argentina y el premio literario que acababa de recibir en ese rubro (Bruno, además, había integrado el jurado que lo consagró). Walsh, era admirador del detectivesco sacerdote Metri, personaje inventado por su amigo sacerdote Leonardo Castellani- muy cercano también a Bruno-, con claras reminiscencias del famoso "Padre Brown" de Chesterton. Tuve ocasión de volver a verlo a menudo años más tarde en la revista “Mayoría”.

Recuerdo que el contacto con todos ellos y la atmósfera de tolerancia allí vivída eran un oasis en medio de un clima político que iría poco a poco enrareciéndose. Llegué a tener especial afecto por Dardo Cúneo, escritor y periodista , que comenzó a aconsejarme sobre mis lecturas. A mi pedido me dio una lista con más de 50 títulos de José Ortega y Gasset, Azorin, Diego Torres Villarroel, me decía que su libro "Vida" había sido clave en la formación de Borges, Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal, Gregorio Marañón y, sobre todo, las obras completas de Miguel de Unamuno – de quién era admirador-, publicadas por la editorial Austral y accesibles para mi bolsillo.

El libro de Dardo Cúneo "Sarmiento y Unamuno" me alentaría, cuarenta años después, a crear en Salamanca una cátedra de estudios argentinos con el nombre del gran sanjuanino, lo que me permitió volver a frecuentarlo con el mismo cariño de siempre. Dardo era un verdadero maestro y un humanista, un liberal auténtico, en un país donde los liberales se han caracterizado a menudo por su espíritu sectario, un hombre de concordia y propicio a los entendimientos, confiado en el valor propulsor de las ideas. Aunque agnóstico, era respetuoso del pensamiento religioso. Su influencia fue determinante en mi formación y sus enseñanzas sobre el diálogo y la tolerancia me sustrajeron siempre a las tentaciones de los pensamientos radicales y las ideas extremas y excluyentes.

El año 1954 fue de inflexión en el derrotero peronista y también para "Esto Es". Por un lado, comenzaron a volverse visibles los conflictos con la Iglesia Católica. Ya señalé la progresiva transformación del peronismo en una religión laica y exclusiva. El culto a su fundador más la incondicionalidad y obsecuencia de sus seguidores, la "canonización" simbólica de "Santa Evita" y los sucesivos enfrentamientos con la Iglesia, fueron creando una atmósfera sofocante que terminaría por arrastrar al peronismo a un triste callejón sin salida.

La creación de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y la instalación de una sede de su rama femenina en la residencia presidencial de Olivos, iniciativas ambas del ministro de Educación, según sus dichos, para confortar a Perón tras la muerte de Evita, comenzó a transformarse en una imprevisible escuela de adoctrinamiento de la juventud argentina, atraída además por los jugosos beneficios que implicaba adherirse a ella, regalos de motonetas, viajes, becas, etc. Tal fue el entusiasmo del General por esta novedad que se podía verlo desplazarse por las calles de la ciudad acompañado por el gobernador de la provincia de Buenos Aires y un séquito de niñas uniformadas, todos en motonetas, en una muestra de extravagancia insólita y de necio escándalo para la época. Su poco discreto romance con Nelly Rivas, una de las chicas de la UES, entonces de 14 años y él de 60, se transformó en un nuevo y grotesco capítulo de su extravío. Uno de sus ministros, Gomes Morales testimonió, años más tarde, que Perón ya había disminuido notablemente su capacidad de trabajo.

Los conflictos con la Iglesia se fueron escalonando a lo largo de 1954. La creación casi inadvertida del partido Demócrata Cristiano en un domicilio rosarino y en Junio del mismo año, fue percibido como un acto hostil por Perón, que lo supuso una iniciativa del Vaticano para cuestionar la hegemonía del peronismo. El 21 de septiembre, día de la primavera y del estudiante, la U.E.S. convocó a un gran acto en Córdoba al que asistieron diez mil colegiales. Ese mismo día y en la misma ciudad, la juventud de la Acción Católica tuvo su propia celebración con la concurrencia de ochenta mil jóvenes, motivo de la irritación presidencial que casi le cuesta la cabeza al gobernador. En noviembre, durante un acto convocado en el Luna Park para expresarle una adhesión multitudinaria, Perón pronuncia un enérgico discurso donde denunció que un sector de la Iglesia quiere derribarlo. El 8 de Diciembre, Fiesta de la Inmaculada Concepción, se congregó una multitud en la Plaza de Mayo y frente a la Catedral. Según el diario católico "El Pueblo", cuya amplia cubertura contrariaba las instrucciones oficiales de silenciarlo, al acto fueron casi 200.000 personas.

Como represalia, el Gobierno lo ahogó financieramente y lo obligó a cerrar, con apoyo de los bancos oficiales y el sumiso sindicato de prensa. Lo mismo ocurrió con la prestigiosa Editorial Difusión. En el mismo mes el gobierno suprime la dirección de enseñanza religiosa dependiente del ministerio de Educación y en el proyecto de reforma del Código Civil enviado al Congreso introdujo subrepticiamente un artículo autorizando el divorcio vincular, que antes de fin de año fue convertido en ley, junto con una nueva normativa sobre profilaxis, por la que se autorizaban prostíbulos en todo el país. Al año siguiente el conflicto se exacerba. Se suprimió la enseñanza de religión y moral en las escuelas, se eliminan los feriados religiosos, se dejan sin efecto las subvenciones a los colegios confesionales y la tensión con la Iglesia se magnifica con la celebración multitudinaria de Corpus Christi, el 11 de junio, frente a la Catedral. Allí nos congregamos casi cien mil personas, entre creyentes, agnósticos y ateos, que desfilamos luego en procesión por las calles de la ciudad. Al día siguiente, un domingo, mientras se celebraba la misa verpertina, una patota oficialista atacó a pedradas la Catedral y muchos fieles, alguno de ellos prominentes peronistas, salieron a enfrentarla y fueron detenidos. El mismo 12 de junio el Gobierno ordenó quemar en una comisaría porteña una bandera nacional, felonía que se imputó a los católicos. El 16 de junio, por fin, tras el salvaje bombardeo de aviadores navales a la Plaza de Mayo, con el supuesto objetivo de matar a Perón en la Casa de Gobierno, y que dejó un sangriento saldo de casi 300 muertos y cientos de heridos, turbas organizadas por el Gobierno y abastecidas con nafta en dependencias oficiales, se dedicaron a incendiar varios históricos templos de la Ciudad. El edificio de la Curia, contiguo a la Catedral, quedó en ruinas. Valiosos archivos y reliquias coloniales de las Iglesias de Santo Domingo, San Francisco y la Merced fueron arrasados por las llamas; crucifijos y ornamentos y vestimentas ceremoniales, robados o destruidos.

Como los marinos que participaron en el bombardeo del 16 de junio alegaron ante los tribunales militares que el motivo de su rebelión había sido la quema de la bandera nacional ordenada por el Gobierno, se realizó una investigación y los autores materiales confesaron que las órdenes habían partido de la jefatura de Policía y del ministro del Interior. Ello precipitó la obligada renuncia y posterior detención del ministro Angel Borlenghi y del funcionario policial. La crisis culminó con el otorgamiento, por parte del Gobierno, de un permiso al ex ministro para viajar al extranjero, con lo cual se pretendió dar por concluido tan penoso episodio. Perón ofreció de nuevo una tregua al país y, por primera vez en muchos años, se permitió que el dirigente radical Arturo Frondizi pudiera expresar su opinión por radio a todo el país.

Los conflictos políticos nacionales también repercutieron en el seno de "Esto Es”. La publicación de una nota sobre la muerte de un médico rosarino motivó el secuestro de una edición completa de la publicación y el cierre temporario de la revista en julio de 5, hecho que fue reparado 15 días más tarde merced a una acción de amparo judicial. También el conflicto entre los accionistas de "Esto Es” se hizo insostenible, dado que la autonomía que mi padre había exigido para seguir conduciéndola era ahora cuestionada. En consecuencia la sede de la publicación debió entonces trasladarse a su estudio jurídico, en la calle Paraná.

Algunos historiadores consideran que el enfrentamiento con la Iglesia fue uno de los peores errores de Perón. Había llegado a extremos tales de omnipotencia, que él, un maestro de la política y la estrategia, fue perdiendo los contornos de la realidad.

El tema de la cooperación internacional para explotar nuestro petróleo, sin equipos ni recursos financieros propios para la necesaria expansión de YPF, fue el tercer frente de combate que abrió Perón y con el que suscitó también una gran controversia a partir de 4, al trascender las primeras ofertas de compañías norteamericanas para ganar contratos y concesiones. En "Esto Es” se expresaron las opiniones favorables y también las de sus detractores, las que se tornaron más polémicas tras la firma, en abril de 1955, de un complejo contrato con la Standard Oil de California, cuyas condiciones parecían francamente leoninas. Se le concedía un área de explotación de más de 50.000 Kilómetros cuadrados, desde la Cordillera hasta el Atlántico, en la provincia de Santa Cruz y sobre la que la compañía tendría jurisdicción exclusiva. El precio del petróleo extraído sería vendido en dólares a YPF, el personal pagado en igual moneda y la concesionaria podría importar todas las maquinarias y equipos que le fueran necesarios sin abonar derechos aduaneros.

El contrato contrariaba la legislación vigente en materia petrolera. No hay duda que los años de aislamiento internacional y la urgencia de explotar nuestros recursos, ante el insostenible costo de importación de combustibles, encontraron al Gobierno en una posición de enorme debilidad frente a los colosos petroleros y en medio de una conflictiva situación política, donde no solamente los opositores cuestionaban la concesión; también se habían sumado muchos dirigentes oficialistas. Como bien dijo Tocqueville en uno de sus últimos escritos, nada hay más peligroso para un gobierno que cuando decide cambiar. Y nos recordaba que los excesos que antes se soportaban, frente al cambio de circunstancias, se hacen ahora intolerables.

Fuentes confiables de la época comentaban que la fiebre nacionalista que se apoderó del país fue alentada, en parte, por los intereses británicos que no podían competir ni financiera ni tecnológicamente con las compañías norteamericanas. La British Petroleun y la Anglo-Iranian Oil eran, además, los grandes proveedores de combustible a la Argentina. Con la Revolución de septiembre el contrato quedó sin ratificar y perdió toda vigencia y los intereses norteamericanos debieron replegarse hasta que Frondizi, años más tarde, volviera a convocarlos.

"Esto Es”, así yo lo viví, expuso en esa época las tensiones más importantes que agitaban al país, pero sus esfuerzos para sostener el diálogo y la concordia ya resultaban estériles. En agosto de 1955 fue finalmente clausurada y solo pudo reaparecer a fines de septiembre tras la Revolución.

Cabe recordar que la Revolución de Septiembre fue militarmente minoritaria. Comenzó por la firme determinación del general Eduardo Lonardi y su reducido séquito, que se sublevaron en Córdoba y debieron enfrentar a fuerzas leales al Gobierno mucho más poderosas. El coraje de unos pocos, según nos contó luego nuestro amigo familiar, el capitán Juan Francisco "Tito" Guevara, ayudante de Lonardi, encendió las primeras llamas de una agitación que pronto conmocionaría toda la República. No hay duda que el alzamiento de otros jefes rebeldes y la insurrección de la Marina de Guerra que bombardeó el puerto de Mar del Plata y amenazó con bombardear las destilerías y los puertos de La Plata y de Buenos Aires, condicionaron también la renuncia final de Perón y su decisión de eludir el enfrentamiento armado para el que contaba con fuerzas mayoritarias.

En Febrero de 1917, en Rusia, el Zar se vío forzado a abdicar a pesar de que contaba con fuerzas mucho más numerosas. Por eso creo que aquella determinación fue decisiva, contrastada con las circunstancias y las menguantes convicciones que minaban el ánimo de Perón y sus leales.También fue importante el ánimo conciliador enarbolado por Lonardi con su consigna de "ni vencedores, ni vencidos", que habría sido presentada originalmente por el general Emilio Forcher, en nombre de las fuerzas leales a Perón, en el Acta de condiciones para rendirse evitando la lucha armada y que Lonardi haría suya. La precaria salud de éste y el ánimo revanchista de uno de los sectores revolucionarios, en especial de la Marina, así como la indecisión de los jefes militares leales a la consigna de que la revolución había sido contra el régimen peronista y no contra los millones de peronistas identificados con los cambios producidos en los últimos diez años, precipitaron el pronto derrocamiento de su gobierno, que duró apenas 59 días. Con su caída se procedió también a intervenir los sindicatos; a cesantear cientos de funcionarios, profesores y jueces; a encarcelar a muchísimos peronistas por el solo hecho de serlo; a pisotear, en suma, todas las garantías legales en nombre de una invocada justicia revolucionaria.

"Esto Es” testimonió de modo elocuente esta tentativa para desviar el sentido revolucionario desde antes del cambio. En su edición del 18 de Octubre ya planteó claramente el dilema en el título de su editorial: "¿Vuelta al 43 o después de Caseros otra vez Pavón ?" El 15 de noviembre, a dos días del derrocamiento de Lonardi y su gabinete realmente pluralista - porque había integrado a todos los sectores revolucionarios-, festejó "Esto Es” su número 100 con una edición extraordinaria, en la que planteó por primera vez el interrogante de si se iba a imponer el criterio de aplicar los mismos métodos del reprobado régimen peronista para hacer antiperonismo. En una de las siguientes ediciones, y firmado esta vez por Mariano Montemayor se denunció que la ilegalidad ya se había apoderado del Gobierno: "Antiperonismo con métodos peronistas”.

El asedio gubernamental contra la revista se fue incrementando de allí en más. Primero con amenazas, luego con restricciones para el suministro de papel y censuras manifiestas. El 16 de febrero de 1956 se publicó un artículo muy crítico bajo el título de "Violación del derecho para restaurar el derecho". El 23 del mismo mes, con el número 113, salió la última edición de "Esto Es”, ya muy reducida en páginas, y fue inmediatamente intervenida por el Gobierno por decreto con el pretexto de "dejar debidamente aclarada la situación de la empresa en cuanto al origen de los capitales", objetivo que nunca se cumplió, pues en los hechos sólo se produjo el desalojo violento del director-propietario con el auxilio de la fuerza pública, el nombramiento de un interventor y la paralización de la revista.

Después de un tiempo se volvió a editar al servicio del nuevo gobierno solo por unos meses hasta su completa extinción. Se suceden luego renuncias, nombramientos de nuevos interventores, ya no por decretos sino por simples resoluciones administrativas del supuesto "maestro del derecho" a cargo del ministerio del Interior, el Dr. Eduardo Busso. A pesar de que su nombramiento original fue obra de Lonardi, pronto se transformó en uno de los más vehementes transgresores de las más elementales normas legales vigentes. Entonces las simples sospechas bastaban para aplicar incesantes puniciones. En marzo de 1956 se sancionó una de las normas más oprobiosas, el Decreto 4161, por el que se prohibían no sólo una serie de actos o publicaciones vinculadas al peronismo, sino también la mera mención del nombre de Perón o del peronismo, de la "tercera posición" o del justicialismo. Curiosamente el justificativo de semejante norma era porque esas menciones "lesionaban la democracia argentina".

Se quería asimilar al peronismo al nacionalsocialismo, una vez más recurriendo una vez más a experiencias totalmente ajenas—típica actitud recurrente de nuestras mentalidades coloniales- dado que ese decreto se inspiraba en una norma semejante adoptada en Alemania tras la derrota de Hitler, y asociar la Revolución de Septiembre con la victoria de Caseros contra Juan Manuel de Rosas, sin advertir que la inteligencia de los vencedores de un siglo atrás había integrado a buena parte de los derrotados a los nuevos designios nacionales.

Uno de los símbolos más absurdos de ese enojo con el pasado fue la demolición de la Residencia presidencial, el suntuoso "Palacio Alzaga Unzué", porque allí había vivido varios años Evita. No importaba que desde 1935 la hubiesen habitado los presidentes Agustín P.Justo, Ricardo Ortiz y Ramón Castillo.

El odio y el miedo ahora habían cambiado de lado y el país se sumiría en un nuevo y estéril enfrentamiento, causal de otros casi 20 años de inútiles discordias. El miedo llevó a extremos tan ridículos como esconder el cadáver de Evita durante muchos años y a enterrarlo anónimamente en un cementerio de Milán. Se trataba de hacer desaparecer toda traza o vestigio del pasado o cuanto pudiese evocar al peronismo. Tal era el hechizo de las palabras que sólo se podía mencionarlo como "régimen depuesto". Ya en entonces me impresionó mucho la lectura de un valioso libro, "Ayer, hoy y mañana", de Mario Amadeo, uno de las inteligencias políticas más lúcidas que tuvo el país. En él, tras un repaso de la historia argentina, insistía en la urgencia de sacar las barricadas de los cementerios si se quiere construir un país integrado y lograr su desarrollo. Yo podría añadir la necesidad también de sacar barricadas de los corazones. Más de medio siglo después, su prédica sigue resonando, fantasmal, en los entresijos de la política nacional, aunque Arturo Frondizi primero y luego el último Perón, a su regreso luego de 18 años de exilio, abrazara a su antiguo adversario, el radical Ricardo Balbín e intentara integrarlo a la fórmula presidencial. En los días que escribo estas páginas, nuevas y viejas inútiles discordias siguen agitando el alma nacional, deslizando al país hacia una penosa decadencia.

3. NUEVOS HORIZONTES, LA UNIVERSIDAD

Entré a la Facultad de Derecho en 1955 con mis flamantes 17 años. Eran ya tiempos de agitación política por lo que recién en junio pude rendir mi primera materia.

Luego de la Revolución de Septiembre se produjeron masivas cesantías y nombramientos de nuevos profesores.

Lamentablemente los cambios produjeron el alejamiento de distinguidos y eminentes catedráticos, sin procesos legales, lo mismo que se había hecho años atrás aunque esta vez los signos eran inversos. La mayoría de los dirigentes universitarios era furiosamente antiperonista. La Federación Universitaria Argentina (FUA) ya se había pronunciado resueltamente contra la primera candidatura de Perón en 1946 y a favor de la Unión Democrática finalmente derrotada. Y antes el Gobierno militar había intervenido las universidades y provocado la renuncia o separación forzada de muchos profesores sin sumario. La Ley Universitaria del primer peronismo, en 1947, proscribía expresamente toda actividad política dentro de los claustros, lo que no impidió que dentro de su seno germinase uno de los focos conspirativos más importantes contra el Gobierno. El movimiento de la reforma universitaria surgido en 1918 en Córdoba para cuestionar el anquilosamiento de los viejos claustros y que permitió en su tiempo oxigenarlos y dotarlos de una vitalidad por ese entonces necesaria, tenía virtualidades políticas que desbordaban el ámbito académico, dado que sus objetivos apuntaban también a una confusa revolución política y social. No solo se reclamaban cambios en la enseñanza, sino también la activa participación de los estudiantes y docentes en el gobierno de las Facultades.De allí el rápido eco que tuvieron sus manifiestos y sus proclamas en toda Latinoamérica. Me limito a señalar estos ingredientes novedosos y originales, porque no he podido observar un fenómeno semejante en ninguna de las grandes universidades del mundo.

Ni los reformistas entendieron al peronismo que irrumpió inesperadamente en el escenario nacional con las banderas de la justicia social que ellos creían monopolizar y suprimió por vez primera el arancelamiento universitario en 1950, ni el peronismo pudo conciliar sus aspiraciones con las exigencias de una universidad autónoma de los gobiernos y de los partidos políticos de turno.

No puedo dejar de señalar que ya advertí por ese tiempo lo que habría de ser una de las constantes políticas experimentadas a lo largo de mi vida: la necesidad de que cada cambio político se viviese como partiendo de cero, incapacitados de asumir lo que Ortega y Gasset bautizara como la "subitaneidad" del tránsito histórico, tarea de los grandes políticos, y el acendrado sentimiento mesiánico que se adueña periódicamente de los sucesivos gobernantes argentinos. El condimento ideológico, sea para hacer la revolución o la contrarrevolución, es secundario, porque el sosegado inventario del pasado a fin de incorporar nuevas perspectivas les es igualmente ajeno. Se trata, así, periódicamente de fundar un nuevo país y ofrecerle a la sociedad un horizonte de salvación.

Ya les pasó a nuestros primeros historiadores y a sus acólitos que diseñaron los primeros planes de enseñanza en los que suprimían la historia de los tres siglos de colonización española para explicar el nacimiento de la Argentina con la Revolución de Mayo y la posterior independencia nacional. Creo que estos fenómenos son genuinamente argentinos, sobre todo por su intensidad y recurrencia, y atraviesan un amplio arco intelectual.

La entrada a la Facultad me abrió nuevos horizontes . Muy pronto me incorporé, además, a un movimiento político universitario que había surgido en los últimos años, el Humanismo, que venía dotado de un andamiaje intelectual muy sólido, sobre todo de origen francés, que unía las ideas de democracia y justicia social a las de un cristianismo renovado, con lo que nos acoplábamos a los nuevos aires que se vivían en el país sin renegar de nuestras convicciones religiosas. Teníamos como mentores principales a Emanuel Mounier, creador del movimiento personalista, que era un existencialismo cristiano, y a Jacques Maritain, uno de los principales protagonistas de la renovación católica en Europa y el mundo. Este último había sido uno de los impulsores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas tras la Segunda Guerra Mundial y referencia ineludible de las nuevas encíclicas papales que reafirmaban la necesidad política de una mayor justicia social sin renegar de los principios democráticos. SimoneWeil y Martín Buber, los dos de origen judío, la primera testigo de una actitud raigalmente cristiana y el segundo filósofo y pregonero de una visión social comunitaria muy afín a los nuevos pensadores cristianos, fueron también figuras relevantes de nuestro panteón intelectual.

Entre los humanistas de Derecho una de las figuras preeminentes, por edad y peso intelectual, fue Guillermo O´Donnell, que devendría muchos años más tarde uno de los más distinguidos académicos de ciencia política. Recuerdo que en su casa nos dedicamos un año entero, con un joven profesor EmilKomar, de origen esloveno y muy familiarizado con el personalismo y las nuevas visiones cristianas, a comentar y analizar un pequeño libro de menos de 150 páginas del filósofo Josef Pieper titulado "La Prudencia", que implicaba una relectura política y ética de filósofos desde Aristóteles.

Pero esas inquietudes intelectuales no nos sustraían a participar en los debates y dilemas de la universidad y el país. Con motivo de una propuesta del ministro de Educación, Atilio dell´Oro Maini, en mayo de 1956, para habilitar el establecimiento de universidades privadas, se suscitó un ardoroso y muy conflictivo debate que desbordó a las agrupaciones estudiantiles y precipitó un falso enfrentamiento entre la educación "libre" o "laica". Esta última postura apuntaba a mantener el monopolio universitario en manos del Estado y respaldado por las nuevas autoridades de los claustros tras la Revolución de Septiembre, a asegurar su poder y el control sin fisuras de la enseñanza.

Los defensores de la "libre" en su mayor parte eran católicos, aunque con distintos matices. Los humanistas no nos oponíamos a la laicidad de la enseñanza estatal, pero defendíamos la libertad de que pudieran existir instituciones educativas orientadas por diferentes visiones del mundo, sean o no confesionales. Detrás del laicismo, como todo ismo, latía y late una visión ideológica finalmente totalitaria, porque excluye deliberadamente toda posibilidad de enseñanza religiosa o trascendente. Es curioso que haya sido un buen historiador del Medioevo y en ese momento rector de la Universidad de Buenos Aires como José Luís Romero, quién encabezase el combate para descartar de la enseñanza los casi dos mil años de cultura cristiana. La lucha salió a las calles de las ciudades y movilizó miles de estudiantes en todo el país. La participación en debates o marchas y la preparación de panfletos propagandísticos nos obligaban a descuidar los estudios académicos.

En ese año el conflicto llegó a tal intensidad que el Gobierno decidió clausurar el debate y aceptar la renuncia del ministro y del rector Romero. Dos años más tarde, el nuevo Gobierno de ArturoFrondizi reabrió la discusión y promovió y promulgó una ley por la que se aprobó por fin el establecimiento de universidades privadas.

En 1958 la lucha fue aún más intensa que dos años atrás y fue acompañada por la "toma" de facultades por las diferentes agrupaciones estudiantiles y hasta de la sede de la universidad.

Más allá de la disputa ideológica, no hay duda que el desalojo de gran parte de los profesores católicos de las universidades estatales en 1955, acusados de simpatías con el peronismo, había llevado a la Iglesia a plantear con renovado énfasis la urgencia de contar con centros de enseñanza superior afines a su enseñanza y que pudieran incorporar a esa gran masa de distinguidos docentes. El presidente Frondizi comprendió que era necesario zanjar esa estéril discordia y afrontar con coraje una nueva legislación como parte de una política de entendimiento con la Iglesia y con ciertos sectores del peronismo.

Nuestro grupo en el Humanismo tenía como referente principal a quién fuera por muchos años uno de mis admirados y mejores amigos, Gonzalo Saenz, varios años mayor que yo, que unía a su inteligencia, una generosidad y un coraje moral poco frecuente entre los dirigentes universitarios. Esas mismos virtudes, muy respetadas por sus adversarios, lo fueron inclinando a una visión más cercana al social cristianismo, en oposición a muchos colegas humanistas, cercanos a los sectores más radicales de la Revolución Libertadora, por lo que terminamos finalmente escindiéndonos. Teníamos conciencia, por otra parte, de que los repertorios ideológicos dominantes en la Universidad de entonces no representaban las reales necesidades intelectuales y afectivas de los jóvenes. Uno de mis mejores aportes fue la redacción, con la colaboración de mi viejo amigo Horacio Eguiluz que ya vivía en Buenos Aires, de una carta-convocatoria en vísperas electorales para elegir consejeros estudiantiles y a la que bauticé "Algunas palabras", en la que alentaba a sustraernos de las viejas consignas y a desplegar exigencias morales y políticas que fueran más allá de los tópicos usuales. Esos años fueron muy fructíferos para mi vida personal, aunque me demoraron mucho en mis estudios.

Las diferencias ideológicas con marxistas o comunistas de entonces, como con nacionalistas, no nos impedían participar de un ambiente de camaradería que marcó muy positivamente mi paso por la Facultad. Me impresionaban mucho las periódicas asambleas universitarias, no sólo por los interminables y estériles intercambios de insustanciales discursos, sino por la progresiva violencia que fueron adquiriendo los diferendos ideológicos. Con el tiempo, las agrupaciones estudiantiles pasaron de ser eslabones importantes de los aparatos partidarios, por lo que los problemas académicos o vinculados a la mejora de la educación fueron perdiendo relevancia en los reclamos. . La votación obligatoria de todos los estudiantes para elegir a sus representantes en el gobierno de las casas de estudio y el otorgamiento del monopolio para la venta de los apuntes de clases grabados a los Centros de estudiantes les permitió asegurar a los triunfadores de los comicios una cada vez más importante fuente de ingresos.

En ésos, mis primeros años, teníamos profesores eminentes, que eran además entonces autores muy destacados, entre otros Sebastián Soler en Derecho Penal, Rafael Bielsa en Derecho Administrativo y Enrique Fernández Gianotti en Derecho del Trabajo. Para el Instituto que presidía éste último preparé un estudio sobre los novedosos "Consejos Económicos y Sociales", su significación y su importancia en otras latitudes, que fue calificado como "sobresaliente y recomendado para publicación" por la Facultad, indicación que cayó en el olvido por la falta habitual de fondos.

Los estudios de derecho si bien no me apasionaron, me permitieron dotarme de una disciplina y de una cultura general que fue determinante en mi formación intelectual, sobre todo porque me alentaron a profundizar mis inquietudes por las ciencias sociales y la filosofía. Me es grato recordar la influencia que tuvo en mis estudios la lectura coetánea de toda la obra de José Ortega y Gasset, en la que me sumergí sustrayéndome a los obligados mamotretos jurídicos. Era tal mi admiración por sus reflexiones y su inteligencia que yo mismo me sorprendía a veces expresándome con sus ideas. Recuerdo que con Mario Monacelli, otro colega del Humanismo también apasionado lector de Ortega, manteníamos un fervoroso culto a ese pensador. Recuerdo también la lectura de "Metablética", del filósofo y psiquiatra holandés Jan van der Berg, en el que desarrollaba su idea de las mutaciones psicológicas en la historia y en las vidas personales. Después de casi sesenta años recuerdo borrosamente una de sus reflexiones en la que señalaba que el mundo de los adultos sólo tiene significación cuando hay un niño que mira…

Por una inesperada conversación con un psiquiatra amigo de la familia, logré interesarme, no bien ingresé a la Facultad, por los temas de la parapsicología. Después de leer un libro de divulgación del Dr. Ricardo Musso, quién había sido el promotor de la creación en 1953 del primer Instituto argentino dedicado a esos estudios, procuré interiorizarme más sobre las experiencias en la materia llevadas a cabo en nuestro país. De ese modo pude conocer de la existencia de un profesor inglés que había sido incorporado originalmente por Perón a una institución de salud pública para aprovechar sus dotes de vidente y luego servido a distinguidos médicos para realizar experiencias científicas concretas sobre esos fenómenos paranormales. Los estudios rigurosos s sobre ese mundo habían sido comenzados por el Dr. J.B.Rhine en 1934 en la Universidad de Duke, en los Estados Unidos. No pasó mucho tiempo hasta que pude conocer al famoso inglés de los experimentos, Mister Luck como se lo conocía a Courtney Luck, en una entrevista que pude conseguír y que me permitió visitarlo a su sobrio departamento de la avenida Santa Fe. Me recibió él mismo, vestido con una elegancia deportiva y con una cordial disposición hacia el osado adolescente que se asomó a su puerta.

Después de una amable charla en la que le mencioné mi interés por la parapsicología y mis lecturas de Aldous Huxley, descubrí que era un autor al que había conocido y admirado, lo que nos facilitó una más distendida conversación hasta que él decidió que tal vez me interesara saber un poco más sobre mi futuro. Recuerdo vivamente que comenzó diciéndome, fijando sus ojos en la alfombra, que veía mi futuro envuelto en la bandera argentina a cuyo servicio iba a dedicar casi toda mi vida laboral. Hasta entonces nunca me había imaginado en la función pública y mucho menos como diplomático. Casi al final de la charla, después de su precisa descripción de mi personalidad y de mis experiencias, me impresionó que me dijera que posiblemente alrededor de los 55 años podría morirme, pero que si tenía voluntad podría recuperarme con esfuerzo. No me olvidé de la premonición, sobre todo cuando a los 54 años tuve un delicado accidente cerebrovascular que me produjo una fuerte hemiparexia, del cual, gracias a Dios, pude recuperarme casi totalmente. Todavía anonadado por la predicción, atiné a preguntarle si debía pagarle algo por la entrevista. Su generosa respuesta fue que había disfrutado mucho de nuestro encuentro y que, aunque solía recibir cien pesos en esas ocasiones, no me iba a cobrar en esa oportunidad. Añadió risueño que, por otra parte, yo solo disponía de 84 pesos en el bolsillo, suma que yo desconocía tener. Al salir al palier, revisé mi cartera y comprobé que sólo tenía esa cantidad de dinero. A lo largo de mi vida he podido seguir asombrándome al conocer similares y siempre inexplicables aptitudes en diversos videntes.Me pregunté mucho después, si Perón habría recibido tan precisas predicciones en sus habituales consultas con Mister Luck.

En Junio de 1959, con motivo de la visita a Buenos Aires del ministro de Cultura de De Gaulle, mi admirado André Malraux, tuve ocasión de conocerlo en una recepción realizada en la embajada de Francia. En la charla que pude mantener con él tocamos el tema de los mitos fundadores en las naciones jóvenes y cómo los norteamericanos se habían identificado con la figura del "cowboy" al que atribuyeron una serie de virtudes singulares y propias de su nación. En ese sentido, me recordó que nosotros, los argentinos, teníamos una figura tal vez más atractiva en el gaucho, con características de coraje, determinación y solidaridad que eran muy estimulantes para robustecer nuestro imaginario nacional. Se ve que conocía a nuestro Martín Fierro y no la visión denigratoria de nuestro gaucho. Me impresionó mucho Malraux no sólo por el carácter que imprimía a sus palabras y cierta teatralidad que ponía para expresarlas, como si surgieran de ignotas profundidades. Su cara se veía asediada por una serie de tics que magnificaban la trascendencia de sus dichos. Sentí, además, que tenía una especial simpatía por la Argentina.

Estando en vísperas de recibirme, me faltaban solo tres materias, conseguí una beca del Instituto de Cultura Hispánica para realizar estudios en España que cambió mi vida. Mi padre me ayudó a pagar el pasaje en barco en tercera clase y por primera vez me dirigí a Europa. Llegué a Madrid para instalarme en la Ciudad Universitaria, situada en su periferia norte, y más precisamente en el Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe.

Los Colegios Mayores eran una institución típica de las universidades españolas. Llamados Colegios universitarios en los siglos XV y XVI, servían como hospedaje a quienes, en gran parte, cursaban estudios de postgrado. También funcionaban como centros culturales con relativa autonomía académica. El "Guadalupe", como le llamábamos, albergaba no solo muchos "hispanoamericanos", como nos llamaban, sino también un numeroso grupo de españoles. Algunos de estos preparaban "oposiciones", concursos muy exigentes y que requerían una larga preparación para aspirar al ingreso en la diplomacia o a funciones muy calificadas en la administración pública.

Fue también una excelente escuela de confraternidad, porque allí aprendimos con chilenos, peruanos, colombianos, mejicanos y centroamericanos lo que Pedro Henriquez Ureña llamaría nuestra unidad de propósitos y que formábamos una verdadera y diferenciada comunidad internacional.

Tanto hispanoamericanos com españoles pagábamos al Colegio por todo concepto 0 pesetas por mes, la mitad de lo que los primeros recibíamos por la beca; lo restante, si bien era también escaso, debíamos emplearlo en libros, vestuario, recreación y desplazamientos por la ciudad o viajes por el país.

Por lo avanzado de mis estudios en la Argentina fui aceptado para realizar, lo que era mi aspiración, el curso de Doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. También me inscribí para realizar algunos estudios complementarios en la Facultad de Filosofía. El nivel de los profesores no tardó en deslumbrarme, no sólo por su erudición y solvencia intelectual que los hacía verdaderos maestros. . Por mi insuficiente formación debí esforzarme en los primeros tiempos en mis lecturas, para seguir el alto nivel que tenían las cátedras. Ya antes de partir de Buenos Aires mi erudito y buen amigo Gustavo Ferrari y gran conocedor de la obra de Pierre Royer-Collard, un pensador liberal y católico aunque muy próximo al jansenismo y a los protestantes, me había sugerido que prestase especial atención a los que se denominó liberales doctrinarios, entre los cuales estaba su predilecto y sobresalían Alexis de Tocqueville y François Guizot, por cuanto su mayor conocedor y autor de un ya clásico libro sobre esos pensadores estaba en España. Así que fue que llegué a la cátedra del eminente profesor e intelectual Luís Díez del Corral. Durante un año asistí a sus clases sobre "Historia de las ideas y las formas políticas" y leímos bajo su batuta, en su Seminario del doctorado, con especial atención y comentándola, la obra de esos "liberales doctrinarios" Díez del Corral se había formado en filosofía y en ciencias políticas en España, Inglaterra, Alemania y Francia,, Era asimismo un gran conocedor de la cultura clásica, de historia y de literatura, temas sobre los cuales había escrito libros muy valorados y publicados en varios idiomas. Ya en 1945 había publicado, en plena época franquista, uno de sus libros más importantes “El liberalismo doctrinario", que fue traducido rápidamente a varios idiomas, transformándole desde entonces en un clásico que le dio fama internacional Aunque tenía un porte imponente, su figura era la de una pintura del Greco, su actitud para conmigo era de una severa y al mismo tiempo cálida cordialidad.

Llegué a tener con él una inesperada relación de recíproca simpatía, por lo que fui invitado a seguir nuestro diálogo en su casa y digo tal vez injustamente diálogo, porque yo en esas ocasiones sólo hacía preguntas y él creía recordarme citas o episodios de la historia o la mitología griega y el arte europeo que yo recién aprendía. A través de él conocí también al entonces Príncipe Juan Carlos, de mi misma edad, que sería mucho más tarde Rey de España, de quién era uno de sus preceptores y que en ese entonces comenzaba su formación universitaria. El Príncipe estaba siendo preparado por Franco para sucederlo como Jefe de Estado. Guardo de Don Luís Díez del Corral un muy agradecido recuerdo por la impensada y generosa atención que me brindó. A sus instancias preparé un trabajo que finalmente hizo publicar en uno de los números de la sobre “Religión y política en prestigiosa “Revista de Estudios Políticos” el pensamiento de Tocqueville ", al igual que otro sobre la concepción de la historia en Guizot. Aunque Diez del Corral fue quién más me marcó en los estudios, también tuve eminentes profesores como Enrique Gomez Arboleya Manuel Fraga Iribarne, titular de un seminario sobre Teoría del Estado, quién sería años más tarde un destacado político y que me impresionó entonces por su erudición y su sorprendente memoria, dado que podía citar largos párrafos de autores clásicos a los que recordaba en sus clases.

También asistí a las clases que daba José Luis López Aranguren en la Facultad de Filosofía y me apasioné con la lectura de todos sus libros, en especial con su enjundiosa "Etica" y los estudios sobre el diferente "talante" del protestantismo y el catolicismo como formas de existencia. El había acuñado esa palabra, a la que asignaba un papel importante en la ética, para caracterizar la disposición del ánimo con que se encaraban los dilemas existenciales. Solía intercalar sus clases con críticas al franquismo y al Opus Dei, grupo católico que contaba ya con varios y decisivos ministros en el gobierno de Franco y que habían impreso un fuerte impulso tecnocrático al desarrollo económico del país. Esas críticas eran inusuales para la época, aunque para Aranguren eran parte de su magisterio. En su momento había integrado el selecto grupo de intelectuales de origen falangista que desilusionados, como el poeta Dionisio Ridruejo y el humanista y filósofo Pedro Laín Entralgo, entre otros, se habían plegado luego a una corriente más bien liberal y democrática, y por tanto claramente cuestionadora del régimen franquista. Gracias a la generosidad de otro filósofo, pude además seguir el curso anual de filosofía que daba Xavier Zubiri, el entonces maestro de las inteligencias más lúcidas de ese tiempo. Como Zubiri estaba excluido de la Universidad de Madrid, el banquero y mecenas Juan Lladó le había concedido un subsidio permanente para que continuase sus trabajos con la sola condición de que diera por lo menos un seminario privado cada año. Según me enteré más tarde, la Santa Sede le había autorizado a casarse después de dejar el sacerdocio con la condición de que no reasumiera su cátedra de filosofía en la Universidad Complutense, para no causar escándalo. Después del Concilio Vaticano II esas prevenciones parecen inverosímiles. Como Zubiri llevaba a cabo sus estudios con la colaboración y el intercambio de saberes con distinguidos científicos de diversas disciplinas, , era curioso descubrir en la primera fila del reducido auditorio en la sede de la entidad aseguradora La Unión y el Fénix a filósofos como Aranguren y Lain Entralgo junto a psiquiatras como Juan Rof Carballo y Juan López Ibor, biólogos y físicos de renombre, mientras del otro lado de las sillas se ubicaban invitados especiales, seguramente clientes importantes del Banco En las últimas sillas nos sentábamos un pequeño grupo de licenciados en filosofía e ignotos estudiantes, como era mi caso. Las clases de Zubiri, como fue en mi año, eran muy difíciles de acompañar, dado que unía a sus enjundiosos análisis un trabajoso eslabonamiento de sus ideas. Sin duda era Zubiri el filósofo y metafísico más influyente en la intelectualidad española y era el obligado referente de los hombres de pensamiento de entonces, incluido mi admirado y también concurrente Díez del Corral.

Zubiri era un hombre menudo, más bien tímido y austero y muy remiso a publicar sus permanentemente revisados textos. Vivía alejado de toda ideología política y sólo concentrado en las tareas del pensamiento. Su libro "Naturaleza, historia y Dios ", había sido publicado años atrás y sólo mucho después y casi póstumos aparecieron los últimos, algunos de ellos fruto de sus cursos. Sus exploraciones sobre la "inteligencia sentiente" abrieron, en su tiempo, novedosos espacios en la filosofía y en la psicología. También lo fueron sus estudios profundos sobre la historia, sobre la estructura dinámica de la realidad y sobre la "religación" en el entendimiento de lo religioso. Creo que ha sido uno de los más importantes filósofos del siglo XX.

Se acostumbraba en aquella época que cada grupo de becarios nacionales en Colegios Mayores debía elegir un presidente. En la primera Asamblea que realizamos, me fue confiada esa responsabilidad para los argentinos. También fui elegido en el Guadalupe director de un seminario sobre Estudios políticos hispanoamericanos, al que convoqué a profesores becarios. Creo que nunca estudié y leí con más intensidad en mi vida. Ahora, además, terminada mi tarea universitaria al final de la tarde debía preparar actividades culturales en representación de nuestra "colonia". Había curiosamente en ese entonces muy pocos especialistas o autores españoles que escribieran o se interesaran sobre temas de nuestra América. Solo un grupo muy pequeño de intelectuales, entre los cuales se contaban, entre otros, Antonio Lago Carballo, Manuel Liscano, José luís Rubio y María de la Nieves Pinillos se sentían concernidos por los problemas de nuestra América.

Una de mis primeras iniciativas fue pedirle al filósofo Julián Marías que hablase de sus experiencias sobre la Argentina. Por ese entonces estaba proscripto de la Universidad y hasta había sufrido prisión por haber sido profesor adjunto y luego colaborador de Julián Besteiro, filósofo, socialista y ministro de Gobierno en tiempos de la República. Vivía muy modestamente de sus publicaciones y traducciones. En los últimos años había conseguido ser invitado como profesor visitante en un prestigioso colegio secundario de los Estados Unidos, así como a dar conferencias en las Universidades de Harvard y California. A pesar de su segregación de la Universidad y que se le negaba la posibilidad de presentar su tésis doctoral, su libro "Historia de la Filosofía" ya llevaba desde 1941 diez ediciones de la editorial Revista de Occidente. Cuando fui por primera vez a su casa, quedé admirado porque mientras lo aguardaba, estaba escribiendo en su pequeña máquina de escribir, sin interrupciones ni tachaduras o enmiendas, lo que sería un largo artículo para el suplemento literario de "La Nación " de Buenos Aires y que debía enviar con urgencia. Esas colaboraciones eran parte de sus magros ingresos. Guardo siempre un cálido recuerdo por la amabilidad con que me recibió y el cariño que tenía por la Argentina. Tuve luego que presentarlo, era mi primera y muy temida intervención pública, en el auditorio del Instituto de Cultura Hispánica, ante una muy nutrida concurrencia. También recuerdo que organicé para la Semana de Mayo, igualmente patrocinada por la Embajada Argentina, una representación teatral del "Carnaval del diablo", obra premiada de Juan Oscar Ponferrada.

Al tiempo de ser elegido Presidente de los universitarios argentinos en España fui citado por el empresario argentino residente en Madrid, Jorge Antonio, para transmitirme su deseo de que ningún compatriota padeciese necesidades, por lo que le gustaría que contasen con su buena disposición para ayudar. La entrevista, fue muy cordial y me causó una muy buena impresión. Cuando convoqué con posterioridad a una asamblea informativa a todos los universitarios argentinos, recibí no sólo airados reproches por transmitir ese mensaje, sino también insultos varios contra la persona del eventual benefactor. Fue muy curioso enterarme días más tarde que dos de los más indignados, ya les llamábamos gorilas, habían acudido a recibir esos auxilios ofrecidos.

Pero no todo eran los estudios y los deberes. Habitualmente al final de la tarde la mayoría de los becarios y becarias de distintos Colegios o residencias nos reuníamos en el bar del Instituto y partíamos luego para nuestra recorrida nocturna de tascas, pequeños bares típicos madrileños donde disfrutábamos de unos entremeses llamados "tapas" y de los "chatos", pequeños vasos de vino o jerez. Al poco tiempo acepté también integrar una banda de "tunos", grupos de estudiantes que vestidos con atuendos negros del siglo XVII nos desplazábamos por la ciudad dando serenatas por encargo de algún enamorado o para entretener a parroquianos en bares y restaurantes. Como mis dotes musicales eran escasas, yo me ocupaba de acompañar a los tres o cuatro guitarristas con una pandereta, que utilizaba al final para recoger las pesetas que nos regalaban. Con esas contribuciones completábamos nuestros modestos ingresos para comidas y tragos. Y, sobre todo, vivíamos una muy alegre y novedosa camaradería estudiantil, porque éramos un mundo aparte en la difícil época de la posguerra española. Teníamos, además, borrosa información sobre las agitaciones promovidas en años recientes por el Partido comunista español, al igual que de una huelga general convocada en ese mismo año de 1959, aunque todas ellas sin consecuencias y silenciadas por los medios públicos. En mi época había comenzado a publicarse una revista semanal de inspiración democristiana titulada Indice, que parecía anticipar una tímida apertura del Régimen y que rápidamente se agotaba. Recuerdo también que tuvo cierta difusión el cambio de programa del Partido Socialista alemán en el Congreso de BadGodesberg realizado en 1959, por el que se renunciaba a muchos de los postulados tradicionales marxistas y que constituyó un punto de inflexión de la izquierda en la posguerra, abriéndole así el camino de su reconversión para el futuro acceso al gobierno.

En los fines de semana y en las esporádicas vacaciones, solía desplazarme por los alrededores de Madrid y por otras regiones españolas. Viajé bastante por ciudades y pequeños pueblos del sur y del norte del país. En ese tiempo los jóvenes practicaban mucho el "auto-stop", o sea recurrir a la buena voluntad de automovilistas o camioneros para abaratar los viajes. En todas partes encontraba los dolorosos recuerdos de loa guerra civil y las penurias pasadas en la posguerra, pero la mayor o menor pobreza era siempre digna. En mis sucesivos peregrinajes por la "España interior" no encontré miseria ni sordidez.

A fines de Enero de 1960 llegó Juan Domingo Perón a España. Después de sus cinco años de exilio pasados en Paraguay, Panamá, Venezuela y República dominicana, aterrizó en Sevilla en un vuelo fletado por el dictador Rafael Trujillo, desde Santo Domingo. Llegó acompañado por su mujer y una muy reducida comitiva, que ocuparon muy pocos lugares del enorme "SuperConstellation". La prensa española no dio cuenta de ello, con la sola excepción del diario "El Pueblo" que anunció, el día anterior al arribo, en una nota casi desapercibida por el gran público, que llegaría para pasar una temporada de descanso en la Costa del Sol, en el sur de España. Me enteré confidencialmente por mi amistad con el entonces Subdirector del Instituto de Cultura Hispánica, un diplomático de rango intermedio, a quién le había sido encomendada la misión de recibir al famoso e inesperado viajero junto a un alto oficial de la Fuerza Aérea. Según me pude enterar unos días después, como la situación en Santo Domingo se había vuelto inestable y después de las dificultades padecidas en nuestra América, incluidos varios atentados contra su vida ordenados por el gobierno argentino, Perón prefirió alejarse hacia el Viejo Continente. Intentó primero residir en Italia, país del cual guardaba muy cálidos recuerdos de su época de Agregado militar en 1939 y 1940, pero su Gobierno le negó la visa de residencia. Luego comenzó trabajosas gestiones para residir en España. Contaba con la colaboración del ese entonces influyente teniente coronel Enrique Herrera Marín, que fuera jefe de la Misión Militar de España en Santo Domingo, y del que Perón se había hecho muy amigo. El había sido, además, uno de los primeros emisarios de Franco para gestionar con éxito ante Perón el envío de trigo argentino tras las penurias de la posguerra española. También ayudó mucho el director del diario "El Pueblo” , Emilio Romero, quién habría contribuido a superar las fuertes reticencias originales de Franco. Según me pude enterar muchos años más tarde por dichos directos de Herrera Marín, a quién frecuenté ya como diplomático en Madrid, Franco guardaba un gran agradecimiento a Perón, no sólo por no aceptar el bloqueo diplomático que impusieron a España casi todos los países y gestionar que muchas naciones hispanoamericanas se sumaran a su misma actitud, sino también por la acción desplegada por la Argentina para lograr la incorporación de España a las Naciones Unidas y finalmente por la decisiva ayuda alimentaria concretada en los Convenios de 6 y 1948.La suspensión de esos acuerdos en 1949 y las desavenencias posteriores para conciliar los pagos crearon un cierto disgusto en ambos países. Durante el conflicto del peronismo con la Iglesia, Franco había tratado sin éxito de atemperarlo, por lo que pensó que Perón se había extraviado innecesariamente y que la contienda lo haría irrecuperable. Sus recelos con la personalidad de Perón, tan distinta a la suya, se habían también acrecentado. Por otra parte, Franco ya había establecido buenas relaciones con los nuevos gobiernos de Buenos Aires, por lo que todo le aconsejaba la máxima prudencia en el tratamiento a dar a este incómodo huésped.

Era consciente, además, que nuestra embajada en Madrid estaría peligrosamente sensibilizada con la llegada de Perón a suelo español. Un mes antes de la llegada de Perón, por otra parte, España había recibido engalanada la visita del Presidente norteamericano, el general Dwight Eisenhower, con lo que se dio por concluido el aislamiento internacional del país ante la intensidad a que había llegado el enfrentamiento con el comunismo. Ese camino ya había sido abonado con los acuerdos militares con los Estados Unidos en 1953, la incorporación a las Naciones Unidas en 5 y la incorporación a la Organización Europea de Cooperación Económica en 1958. Todos estos hechos ayudan a entender el muy bajo perfil protocolar, la frialdad diría uno de sus biógrafos, dado por Franco al recibimiento de Perón y el silencio de los medios de prensa sobre su arribo. El diplomático que lo recibió en Sevilla me precisó, siempre contando con mi mayor discreción, que ya le habían reservado desde el siguiente día a su llegada un alojamiento en un hotel de Torremolinos, desde donde Perón se trasladaría al poco tiempo a una finca en las cercanías de Madrid. Después no supe nada más de las peripecias del nuevo huésped español y mucho menos me imaginé que ese exilio allí iba a durar 13 años.

En la Embajada argentina en Madrid se desempeñaban, entre otros, Enrique Mussel, ex dirigente universitario a quién yo había conocido antes en Buenos Aires, y el campechano coronel Tomás Sanchez de Bustamante, agregado militar, que había estado preso desde el levantamiento contra Perón en 1951 hasta la Revolución de Septiembre. Mussel me presentó también a un joven agregado Arturo Ossorio Arana, hijo del general homónimo que fuera importante protagonista del gobierno revolucionario, con quién establecí rápidamente relaciones cordiales por tener amigos comunes y a quién invité a sumarse como oyente al Seminario que yo cursaba en la Facultad sobre los liberales doctrinarios. Arturo era uno de los tres jóvenes que habían acompañado a su padre y al general Lonardi en la augural sublevación de Córdoba en 1955.

Cuando terminaron los cursos, en el comienzo del verano, con el auxilio de un giro de mi padre y mis modestos ahorros decidí instalarme en Paris. Alquilé una pequeña y muy barata habitación en el séptimo piso de una residencia sin ascensor que estaba en el Quartier Latin y me inscribí rápidamente en la Sorbona para seguir cursos de ciencia política. Vivía casi al lado de la Universidad, en un barrio poblado de estudiantes de todo el mundo y lleno de librerías. Al principio me decidí a recorrer deslumbrado esa Paris mítica e imaginada que todavía se consideraba, a sí misma, el centro intelectual del mundo. Para muchos argentinos Paris había sido en otros tiempos una referencia cultural ineludible y su luminosidad había colonizado el imaginario nacional. En 1960 los peregrinos eran más modestos que los de antaño pero cautivos de un hechizo semejante. También comencé a leer con fruición los apuntes de los cursos que había dado en los años anteriores Raymond Aron en la Sorbona sobre la sociedad industrial, que me parecieron muy emparentados con mis lecturas de Tocqueville. Me impresionaron mucho las reflexiones de su libro "El opio de los intelectuales ", que me parecieron muy claras para describir cómo el marxismo y el comunismo se habían transformado en una religión para un amplio sector de la intelectualidad europea. Estaba a contramano del pensamiento dominante de la época liderado por Jean Paul Sartre, ya embanderado con el credo maoísta. Mi admirado Albert Camus era objeto de críticas e insultos por parte de esa progresía por haber condenado la invasión soviética a Hungría en 1956 (que Sartre apoyó resueltamente) y haber levantado su voz, con inteligencia y lucidez , contra los regímenes comunistas. Llevaba siempre conmigo el brillante discurso que pronunciara al recibir el Premio Nobel de literatura en 1957, con el que tanto me había identificado.

Durante mi estadía en Paris llegó a la ciudad en visita oficial el Presidente argentino Arturo Frondizi. Los diarios le dieron gran destaque a su arribo, así como a sus encuentros con el general Charles de Gaulle y a su enjundioso discurso ante la Asamblea Nacional francesa que lo acogió con mucho entusiasmo. También tuve ocasión de disfrutar un agudo reportaje que le hicieron a su esposa, Elena Faggionato, y sentirme orgulloso como argentino por la inteligencia y dignidad de sus respuestas ante un entrevistador al acecho. Pocas veces he podido sentir similar estima ante un presidente argentino y para muchos compatriotas, el paso de Frondizi por Francia dejó el sello de la mejor Argentina, seria, inteligente y digna de respeto en el mundo.

En aquel tiempo había aceptado una oferta para participar en la recolección de frutillas en Southampton, en el sur de Inglaterra, en el último mes del verano. Pensaba después desplazarme a Alemania para conseguir otro trabajo, con miras a seguir luego cursos de filosofía en Friburgo, planes que se vieron abruptamente alterados por urgencias familiares que requerían mi pronto regreso al país. Mi padre había tenido que exiliarse en Montevideo, después de una penosa detención. También habían surgido problemas económicos para mi madre que acabó vendiendo sus últimos bienes tucumanos. Una nueva etapa se abría camino.

4. MAYORÍA, UN SEMANARIO EN TIEMPOS TURBULENTOS

Casi un año después de la incautación de "Esto Es" y de su corto exilio, emprendió mi padre la edición de una nueva revista, a la que bautizó "Mayoría", en abril de 1957. Como bien lo describiera Mariano Montemayor, en septiembre de 1955 habían existido dos revoluciones, una que procuraba restaurar la concordia nacional, despojando al país del andamiaje institucional totalitario del régimen anterior, a fin de asegurar el imperio del derecho y el mantenimiento de las conquistas sociales del último decenio. La otra revolución procuró erradicar toda obra o vestigio del peronismo o de los peronistas, como una plaga a barrer para siempre del escenario nacional. Confluían aquí sectores políticos anclados en un pasado idealizado, anterior a 1943, impedidos de aceptar las grandes transformaciones sociales vividas en el mundo desde entonces, con víctimas de las agresiones físicas, morales y políticas del peronismo.

La implacable y temeraria respuesta al alzamiento militar de Junio de 1956, los famosos "fusilamientos", fueron uno de los testimonios más vivos del miedo y el odio que dominaba a los gobernantes de entonces. El historiador francés Jean Delumeau al tratar su papel en la historia de Occidente, señalaba que el miedo se contagia y se retroalimenta con las respuestas a las violencias que promueve. El miedo al peronismo se prolongó, así, durante mucho tiempo, sin intentar comprenderlo ni darle los cauces adecuados. La política de la segregación iba a crear inevitables violencias históricas cada vez sería más difíciles de superar. Nos ha faltado en esos y en sucesivos tiempos críticos, la presencia activa de un selecto grupo de hombres magnánimos y con coraje civil que procurase elevar al país por encima de las antiguas rencillas y abrir horizontes nuevos y esperanzados. En este escenario va a surgir la nueva revista "Mayoría".

Mi padre instaló su sede en un amplio piso de la calle Tucumán donde lo visitaba periódicamente. Contaba con un reducido personal periodístico y administrativo, dada la estrechez de los medios disponibles. Solo figuraban él como editor y director responsable, y como subdirector su hermano Bruno, mención que mi padre omitiría más tarde para preservarlo de los riesgos físicos y jurídicos que iban a precipitarse.

En el primer editorial mi padre aclaraba que volvía sin rencores por la persecución sufrida y dispuesto a defender los mismos valores políticos y económicos constructivos por los que había bregado en "Esto Es". Incorporaba, ya un signo de la época, una novedosa sección titulada "Bolsa Negra de las Noticias", con tres acápites titulados "Rumor verosímil" con una estrella; "Versión fidedigna", con dos y, finalmente, "Noticia cierta" con tres. Era una forma de legitimar con distinto grado informaciones que se recibían en un tiempo de libertad restringida y, de paso, sortear los escollos legales creados por la censura vigente. Así, pasó a ser una de las secciones tan atractivas como las "cartas de lectores" a las que, según el modelo de "Esto Es", se les dio amplio espacio. Contenía también, un sesudo y orientador editorial que acordaban mi padre y Bruno y que éste redactaba habitualmente.

En el número 3 apareció en la tapa la foto de Juan Atilio Bramuglia, una de las personalidades más destacadas del primer peronismo, tal vez el político de mayor jerarquía intelectual con que contó Perón hasta 1949, año en que fue injustamente desterrado del gobierno por las insidias de sus adversarios y el rencor implacable de Evita. Bramuglia, destacado abogado laboral de origen socialista, no fue sólo uno de los principales inspiradores de casi toda la novedosa legislación social que impulsó Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión y el eficaz coordinador de los partidos que decidieron el triunfo del entonces coronel en las elecciones de 1946, sino también el prestigioso y reconocido mundialmente Ministro de Relaciones Exteriores que tan relevante papel jugara en 1948, como presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en la solución del bloqueo soviético a Berlín. El reconocimiento internacional a su persona habría sido mal recibido por Perón, siempre celoso de que sobresaliera cualquiera de sus colaboradores, a pesar de que, en este caso, las alabanzas de occidentales y rusos se derramaran también sobre su Gobierno. Como decía Montesquieu en sus Cartas Persas "Un rey a menudo prefiere al hombre que le ayuda a desvestirse o a quien le da la servilleta cuando está en la mesa, a un otro que conquista ciudades o le gana batallas".

También se había opuesto al viaje de Evita a la España de Franco por ser inconveniente para la imagen de nuestro país en esos tiempos de acoso internacional, lo que le provocó su duradera enemistad.

Bramuglia jamás dejó de considerar que el partido peronista nunca había existido y que sólo había sido "un aparato gubernamental sin vida activa propia y sin base alguna". Su preocupación siempre fue que se organizara y siguiese las reglas de juego de la democracia. Esta actitud serena y consecuente le mereció el respeto de los antiperonistas, con la excepción de los socialistas, que nunca le perdonaron el abandono de sus filas, pero no de sus banderas, y a pesar de que Alfredo Palacios lo considerase su discípulo. Bramuglia decidió crear en diciembre de 1955 un nuevo Partido, al que bautizó Unión Popular, intentando darle un cauce institucional a un sector ahora liberado de su líder carismático y en condiciones de reintegrarse al sistema democrático reivindicando las viejas banderas de reforma social. Pese al visto bueno y a las vanas garantías del nuevo Presidente Aramburu para su iniciativa, al caer Lonardi su casa fue allanada y se intentó detenerlo.

Mi padre siempre mantuvo una buena relación con Bramuglia desde aquellos tiempos de la secretaría de Trabajo y Previsión en la que ambos colaboraron, aunque sus orígenes doctrinarios fueran aparentemente tan dispares. A pesar de la clara posición legalista y democrática asumida por Bramuglia, la Revolución Libertadora no sólo fue incapaz de aprovechar su postura, sino que lo hostilizó y lo proscribió contribuyendo así a revitalizar la figura del viejo caudillo. Bramuglia, como lo diría públicamente más tarde, pensaba que "el golpe militar de 1955 no nació exclusivamente de la oposición, sino también de nuestra propia descomposición" y que "Perón no creía en la democracia; como buen militar creía en la disciplina y en la jerarquía".

La revista "Mayoría", según señala el sólido y ponderado estudio del historiador israelí Raana Rein, fue el más decisivo respaldo con que contó Bramuglia para su prédica entre 1957 y 1960, siempre obstaculizada por la estólida ceguera del gobierno y un Perón otra vez beligerante y como dice nuestro autor, asumiendo actitudes irresponsables. Esto último me recuerda el vano intento de Benjamín Constant, hasta entonces exiliado, al ser convocado por Napoleón al regreso de la Isla de Elba para que le propusiera un plan de gobierno. Su plan para instaurar una monarquía constitucional, con un sistema de pesos y contrapesos moderadores y que permitiera un sosegado tránsito histórico amalgamando principios monárquicos y liberales, fue pronto desbaratado por el propio Napoleón, sediento de restaurar su hegemonía y su Imperio en los que serían sus efímeros "Cien Días" de gobierno. Stefan Zweig dice que "quién disfrutó una vez del poder embriagador de dominar y mandar no puede ya renunciar a él; no se encuentra entre millares de figuras, apenas una docena que, con el corazón satisfecho y el sentido claro, renuncien al deleite casi pecaminoso de representar la providencia ante millones de seres". Es válido, por fin, también preguntarse el por qué de esa incapacidad del peronismo para recuperar a un hombre tan relevante como Bramuglia y que un extranjero fuera quién diese cuenta de su ilustre trayectoria y de su finalmente frustrado combate final, gracias a los archivos de la época.

En el reportaje que completaba la mentada portada de la edición de abril de 1957. Bramuglia, como presidente de la Unión Popular, volvió a plantear, ante el anuncio de elecciones para promover una nueva Constitución, la necesidad de dejar sin efecto las más de 380.000 inhabilitaciones políticas y gremiales decretadas por el gobierno. En marzo de 1956 se había prohibido por decreto elegir a quién hubiese ejercido algún cargo jerárquico nacional, provincial o municipal entre 1946 y 1955. Esto no sólo regía en el campo político, sino que se extendió al ámbito sindical.

A partir de número 8 comenzó a publicarse "Operación Masacre", con la firma de Rodolfo Walsh y el subtítulo Un libro que no encuentra editor, fruto de una exhaustiva investigación sobre los 27 fusilamientos realizados sin juicio previo en junio del 56 y que provocó ya entonces una verdadera conmoción en el país. Contaba Walsh con frescura que mostró el texto primero a Bruno, a quién ya conocía de "Esto Es" y luego a mi padre, "que lee el manuscrito, y se ríe, no del manuscrito, sino del lío en que se va a meter, y se mete". Era Walsh un laureado escritor de cuentos policiales e indignado y casual testigo de uno de los episodios más sangrientos y arbitrarios de la llamada Revolución Libertadora al recibir por un amigo la información de que había un civil sobreviviente de esos fusilamientos. De mayo a julio y en sucesivas ediciones, con un estilo brillante y fundado en informaciones muy precisas, Walsh documentó la trama de los famosos fusilamientos con órdenes fraguadas y contrariando normas vigentes, pues el 30 de diciembre del año anterior se había derogado del Código de Justicia Militar la pena de muerte para los casos de promotores o cabecillas de rebeliones castrenses. La ejecución de muchos civiles recién detenidos fue en un basural de José León Suarez por un oscuro teniente coronel, sin interrogatorios, ni proceso legal alguno. La masacre fue convalidada días después por una orden que dispuso también el fusilamiento de dos coroneles y otros oficiales detenidos en Campo de Mayo, a pesar de que el Consejo de Guerra anunciara antes a la Iglesia y a los partidos políticos que no correspondía aplicar la pena de muerte.

Lo más ominoso fue el fusilamiento al día siguiente del general Juan José Valle, quien había accedido a salir de su refugio con el compromiso formal del secretario general de la Presidencia, el capitán Francisco Manrique y por tanto en representación del presidente Aramburu y del vice Rojas, de que se respetaría su vida. Ese mismo 13 de junio en un imperioso alegato y frente al inminente desenlace, Marcelo Sanchez Sorondo le recordó con valentía al gobierno desde el diario "Azul y Blanco " (título que le había cedido mi padre), que existía una "tradición en las luchas civiles argentinas de no castigar con la vida al adversario vencido" y que "la lección de Dorrego (aludiendo a su arbitrario asesinato por orden de Lavalle) se grabó en nuestras mentes y en nuestra historia". Lo cierto es que todos los miembros de la Junta Consultiva formada por representantes de todos los partidos políticos autoproclamados democráticos, inclusive los demócratas cristianos, aprobaron estos actos de barbarie. Américo Ghioldi, uno de sus miembros por el socialismo proclamó, además, en su órgano partidario "La Vanguardia " y con grandes titulares, que "Se acabó la leche de la clemencia". Fue, tal vez, el testimonio más elocuente de cómo el odio señoreaba en el Gobierno y en la mayoría de los políticos que lo apoyaban.

Rodolfo Walsh precisó en "Operación Masacre" que "no era una crónica de la resistencia peronista, ni un enjuiciamiento global al gobierno, sino sólo de los fusilamientos", lo que le valió la injusta crítica de ser una mera crónica policial. En esos tiempos tormentosos se requería mucha valentía para develar los entretelones y las responsabilidades de tan trágicos acontecimientos cuya repercusión habría de extenderse hasta el siguiente medio siglo de historia argentina. Es lamentable que en las sucesivas ediciones de esos textos ya transformados en libro, se haya omitido el nombre de mi padre, el editor inicial, por parte de un publicista egocéntrico o de fraudulentos izquierdistas para tergiversar su sentido histórico y silenciar los peligros afrontados por el autor y los editores en aquellos tiempos sin ley. Ambos soportaron amenazas y asedio policial. Es sintomático que los intelectuales autotitulados de izquierda en la Argentina, hayan sido habitualmente mezquinos cuando se trata de reconocer los méritos de sus oponentes, aunque se trate de hechos no cuestionables.. Al revés de la supuesta "derecha" que sin reparos se permite, naturalmente, darles lugar a sus adversarios cuando consideran legítimas sus posturas. Peor aún es lo que ocurre con esa rama bastarda de la izquierda, los "progresistas". Walsh mismo desmitió a todos estos sectarios al expresar que el "reconocimiento al heroísmo no sólo alcanza a los que combaten, sino también a los que no retroceden ante los riesgos: los editores que se animan a la publicación de "Operación Masacre", Y a los que le reprochan haber elegido a la revista "Mayoría" primero y luego "Azul y Blanco" para su posterior edición en libro, les contestó diciendo que valoraba el coraje civil "que es la más alta jerarquía", por lo que elegir esas publicaciones "implicó renunciar a esquemas políticos cuya verdad es conjetural".

En el epílogo de su publicación en la revista, Walsh se sintió asimismo obligado a precisar; "he sido partidario del estallido de Septiembre de 1955. No sólo por apremiantes motivos de afecto familiar (su hermano mayor era un alto oficial de la Marina que participó activamente como aviador en la sublevación), sino porque abrigué la certeza de que acababa de derrocarse un sistema que burlaba las libertades civiles, que negaba el derecho de expresión, que fomentaba la obsecuencia por un lado y el desborde por el otro".

Walsh, a quién frecuenté en la redacción, transmitía bajo formas amables aunque parcas, una gran intensidad. Como bien lo describe mi tío Bruno, al hacerle una entrevista con el seudónimo de Juan Bautista Brun, era "un muchacho de estatura más bien baja, delgado, pálido, huidizo, que habla en voz baja y ríe con una risa breve". Pertenecía a una familia de origen irlandés que había sufrido dificultades económicas. Educado con mucho rigor en colegios católicos irlandeses, había querido ser marino pero en el ingreso fue bochado. Aprendió inglés tardíamente y llegó a dominarlo. Tradujo muchos libros de autores ingleses y norteamericanos y, repito, fue un premiado escritor de cuentos policiales, algunos de ellos escritos directamente en inglés. Tenía dos hermanos: uno el marino, y una hermana monja. Era primo hermano del Hermano Marista Septimio Walsh, que condujo y administró durante muchos años a todos los colegios católicos argentinos y de la célebre María Elena Walsh.

He estimado útil recordar estos ingredientes familiares e históricos, para esclarecer la previa trayectoria de Rodolfo Walsh y evitar impropias amalgamas con el credo que abrazó en sus últimos años. Vale la pena mencionar, por fin, que para él, "Operación Masacre cambió (su) vida" y que a partir de allí dejó de escribir ficciones policiales.

En julio de 1957, comenzaron a publicarse las notas semanales de Arturo Jauretche enviadas desde su exilio en Porto Alegre. Vale la pena destacar la importancia de este intelectual político que tanto contribuyó a formar una conciencia nacional en sucesivas generaciones de argentinos. También a invitar a pensar con originales y autónomas perspectivas los dilemas del país. sustrayéndonos a esa invariable tentación de nuestros intelectuales y políticos de usar lentes extranjeros para aproximarnos a nuestra realidad, lo que él llamó la "mentalidad colonial". Era de origen radical y apoyó desde los comienzos a la revolución que llevó a Perón al poder y no obstante ser uno de sus principales inspiradores, sólo obtuvo un mezquino reconocimiento al ser nombrado presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, donde se desempeñó con mucha dignidad y eficiencia. Duró pocos años. Después, los medios oficialistas lo silenciaron. Tras la Revolución Libertadora y la caída de Lonardi, al comenzar las persecuciones y el revanchismo y volvió Jauretche a la lucha intelectual y periodística, valiéndole primero su exilio en el Uruguay y luego en Brasil. Su prosa era llana y hasta campechana de viejo criollo, aunque no desprovista de enjundia y profundidad. Don Arturo era dueño de una reconocida cultura.

Cuando comenzó a colaborar en "Mayoría", ya había publicado dos de sus libros clásicos "El Plan Prebisch, un retorno al coloniaje", una dura crítica al proyecto económico implementado por Aramburu y los "Los profetas del odio", escrito en Montevideo en 1956, donde cuestiona a la mayoría de nuestros intelectuales plegada a la dominante prédica de tirria al peronismo. Recuerdo aún la inolvidable réplica a su amigo Ernesto Sábato recordándole "que lo que movilizó las masas hacia Perón no fue el resentimiento, fue la esperanza". Vale recordar también que en este último libro, Jauretche se permite hacer un ponderado y honesto balance de los aciertos y errores del derrocado gobierno de Perón, balance autocrítico que los peronistas habitualmente silencian. Cabe aquí mencionar algunas de sus reflexiones: "Se cometió el error de desplazar y hasta hostilizar a los sectores de clase media… permitiendo al adversario unificarla en contra, máxime cuando se le lesionaron inútilmente sus preocupaciones éticas y estéticas, con una desaprensiva política…" "Se manejó la propaganda de manera masiva y pueril, hasta hacerla irritante, centrándola en los aspectos superficiales sin ahondar en lo profundo de las realizaciones del proceso… " y, como ejemplo, "se silenció minuciosamente una de las más grandes conquistas de la medicina social: la desaparición del paludismo…" Se hizo de la doctrina nacional una doctrina de partido" y "se impidió sistemáticamente la organización de abajo a arriba, sustituyéndola por otra, de arriba abajo, con lo que se gano una apariencia de orden "…por lo que "fue así que los combatientes resultaron sustituidos por pensionistas del poder." A Jauretche siempre le chocó "el autoritarismo de Perón, su personalismo". También escribió: "Yo alerté a Perón del mal que le causarían los obsecuentes… Cuando todo suena a Perón, le dije, es que suena Perón” Esta honradez intelectual suya ha dejado de ser apreciada en los días que escribo estas líneas.

Tras las elecciones para redactar una nueva consititución, la edición del 31 de julio aparece con grandes titulares y después de las elecciones: "El verdadero triunfador de los comicios del 28 de julio (fue) la fuerza proscripta". Los votos en blanco habían alcanzado la mayoría de sufragios. También se publicó una nota intimidatoria del Secretario General de Comunicaciones del Gobierno comunicándole a mi padre que, de no cesar su prédica, se prohibiría la circulación de "Mayoría", y también un apéndice a "Operación Masacre".

En una siguiente edición se da cuenta del caso "Esto Es", incautada en febrero de 1956 e intervenida por el Ministro Eduardo Busso, con el auxilio de la fuerza pública, nombrando a un intelectual adicto José Luís Lanuza, que, por vergüenza, pronto renunció. La revista tiraba en ese momento 130.000 ejemplares", en contraste con los 15.000 que editaría luego a pérdida y al servicio del gobierno que lo subvencionaba. También se recordaba su clausura durante el peronismo y que después de dos años de estar intervenida por el nuevo gobierno no se habían producido pruebas que justificasen la medida.

El 16 de septiembre se publicaron las condiciones presentadas por los representantes de la Junta Militar leales a Perón para aceptar la rendición al nuevo Gobierno y evitar más derramamiento de sangre, donde constaban las consignas de pacificación nacional, respeto a las conquistas sociales y el imperativo de ni vencedores ni vencidos. A comienzos de octubre se destaca que el número anterior había sido incautado y que había orden de captura contra mi padre, sin saberse si la misma provenía de un juez, de comandos civiles o del almirante Rojas.

El 28 de Octubre, se publicó que el director de "Mayoría " se ha asilado en la Embajada del Uruguay y que estaba preso el director de la revista "Qué" (inspirada por Rogelio Frigerio y en apoyo de Arturo Frondizi). En la edición 33 se informa sobre la colocación de bombas en locales de prensa y la prohibición para Mayoría y Qué de utilizar el correo público para su distribución. El 25 de noviembre de 1957 se anuncia que "después de 25 meses de prisión (habían sido) liberados 78 ex legisladores nacionales". En el número del 9 de diciembre se anunció el sobreseimiento judicial de mi padre que retoma así la dirección de la revista.

En una siguiente edición aparece en la tapa la prueba del secuestro de encomiendas con la edición de "Mayoría" y siguen los secuestros de las sucesivas ediciones de la revista hasta marzo de 1958. Osiris Troiani comenzó el 3 de marzo, una serie de notas sobre por qué Perón indicó votar a Frondizi en las elecciones presidenciales, con intención de mostrar la razonabilidad de dicha orden. Conviene aquí recordar también los argumentos expuestos por Raana Rein en su libro sobre Bramuglia, en el sentido de que así Perón legitimaba su vigencia y evitaba un eventual éxito electoral del neoperonismo que se iba abriendo su propio camino, con lo que ponía en peligro sus tercas ambiciones. El 14 de abril de 1958 se informa que el presidente Aramburu había ordenado el secuestro de la revista y el procesamiento de su director, pero que el jefe de policía, contralmirante José Dellepiane había mentido al juez Carlos Ure alegando una orden judicial que éste último comprobó como inexistente. En mayo se informa que mi padre recupera una devastada Esto Es y con deudas de 2 millones de pesos, tras dos años de una intervención que nunca pudo justificarse.

En junio aparece la primera de una nueva y larga serie de notas de Rodolfo Walsh, fruto de una valiente y sólida investigación sobre el "Caso Satanowsky". Marcos Satanowsky era un prestigioso profesor universitario y un abogado de nota, que en ese entonces representaba a la familia Peralta Ramos, propietaria del diario "La Razón", y había sido asesinado en su estudio jurídico para que el gobierno pudiera apoderarse de las acciones y ,por tanto, del control de ese periódico . En este caso no se trataba de una investigación ya realizada y concluida como en "Operación Masacre ". Aquí fue mi propio padre quien le pide a Walsh que la inicie (abril de 1958), en paralelo con el proceso judicial correspondiente.

Para el mejor resultado la revista apela a sus lectores, para que aportasen cuanta información dispongan sobre el caso. La familia Satanowsky, además, ofrece recompensas a quienes colaboren. Las notas se suceden en las siguientes ediciones y el aporte de pruebas sobre el objetivo y la autoría del crimen se tornaron realmente abrumadores para los responsables oficiales.

A comienzos de octubre en respuesta a un periodista de la revista "Panorama" que trataba de desvirtuar las intenciones de Walsh, éste aclara que "nunca fue peronista" y comenzó a editarse lo que sería la segunda serie del "Caso Satanowsky ". En los números siguientes se publicaron, además, un mensaje de Walsh al imputado como autor del crimen, Américo Pérez Griz y una entrevista exclusiva que le concedió éste a Walsh, en Paraguay, adonde estaba detenido por otras e imprevistas causas. Durante el encuentro reconoce la autoría del hecho por orden del general José Cuaranta, a cargo del Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). En otra edición se publica que el dirigente radical Miguel Angel Zavala Ortiz niega que Perez Griz haya sido su guardaespaldas e intenta una encendida defensa del general Cuaranta. El 13 de noviembre, la tapa de la revista ostenta la credencial de Pérez Griz como agente de la SIDE y, en la siguiente edición, la foto del revólver calibre 38 con que se perpetró el homicidio. El arma fue localizada a través de la pareja de Pérez Griz, que la había vendido en pago de una deuda a un compareciente ante la Comisión Investigadora constituida en el Congreso, presidida por el diputado Agustín Rodríguez Araya. La pericia balística de la policía confirmó que era el arma del crimen. El 27 de noviembre y continuando con el "Caso Satanowsky ", Walsh titula su nota "SabeUd. quien lo acusa" con la foto del capitán de navío Francisco Manrique y que incluyó una declaración de Isidro Satanowsky, hermano de la víctima, en la que confesaba que en una entrevista personal mantenida con el general Quaranta, éste le había manifestado que los responsables del crímen habían sido el ya citado capitán Manrique, el capitán de fragata Aldo Molinari y el capitán de corbeta Pedro Messina. En otro número se publicó una carta de Walsh dirigida al taimado juez de la causa, Bernabé Ferrer Pirán Basualdo, dado que éste le había citado a declarar no por una nota personal, sino a través de un aviso periodístico. Lo cierto es que el juez poco se esmeró en avanzar en la investigación y la dio por concluida sin identificar a los autores. La comisión parlamentaria, a su vez, fijó como conclusión que en el crimen de Satanowsky intervinieron personas vinculadas a los servicios de inteligencia del Estado. Recordemos que Walsh precisó que fueron tres los implicados, por lo que, además de Perez Griz, habían participado en el asesinato otras dos personas a las que identificó.

En otra edición se señalaba a los almirantes Rojas, Rial y Favarón como líderes del golpismo, secundados por los radicales Ricardo Balbín y Arturo Mathov y el socialista Américo Ghioldi. Por esa época eran ya varias las conspiraciones en marcha. Los radicales del pueblo, perdedores de la última elección presidencial que consagró a Frondizi en febrero del año anterior, no se resignaron a la derrota en manos de su antiguo correligionario y desde el inicio de su gobierno empezaron a soliviantar a los militares con el argumento de que el Pacto con Perón había sido determinante para su victoria electoral. Cuando Frondizi dió un claro viraje ideológico al acordar los primeros contratos petroleros con compañías norteamericanas, otros sectores sectores lo acusaron de un inverosímil supuesto comunismo, para capitalizar las nuevas tensiones continentales creadas por el acceso de Fidel Castro al gobierno de Cuba y su enfrentamiento con los Estados Unidos.

En junio de 1959 se lleva a cabo, la hasta entonces, más temeraria tentativa golpista encabezada por el general Arturo Ossorio Arana y el almirante Samuel Toranzo Calderón. El secretario de Guerra de Frondizi, el general Héctor Solanas Pacheco, le pidió su autorización para reprimir a los sediciosos. Esa autorización le fue denegada, para evitar "derramamientos de sangre", y Solanas Pacheco renunció; comenzó así el lento e irreversible calvario que culminaría con su destitución casi tres años más tarde luego de 30 conatos "golpistas". Si bien era claro ya en ésa época que la mayoría de los militares era "legalista" y que sólo un puñado de impetuosos oficiales, junto al grueso de la marina querían derrocar al gobierno y reinstalar su dictadura antiperonista, la dificultad de Frondizi para enfrentarlos mostró una de las facetas más penosas de su personalidad, acostumbrada siempre al juego parlamentario de las negociaciones y que gran parte de sus entusiastas biógrafos no destaca adecuadamente. Como ya me decía en ésa época un destacado oficial, "los militares está educados para recibir órdenes y obedecer y no para negociar". Lo mismo le pasaría a Alfonsín, 25 años más tarde.

Frondizi nombró entonces nuevo secretario de ejército al general Elbio Anaya, quién eligió, con increíble torpeza, como Comandante en Jefe del Ejército a uno de los oficiales más favorables al Golpe de Estado, al general Carlos Severo Toranzo Montero. Pensaba que así lograría el ya imposible apaciguamiento castrense. Al poco tiempo, este militar de origen radical y acicateado por algunos correligionarios, decide insubordinarse. Esta vez, en un primer impulso Frondizi ordenó reprimir. El coronel Federico de Alzaga que comandaba un regimiento blindado, le aseguró al Presidente que apenas Toranzo Montero, a quién conocía porque habían vuelto juntos del exilio en 1955, viera el primer tanque terminaría la rebelión. Cuando Alzaga y el general Mario Fonseca estaban al borde de enfrentar al rebelde, Frondizi ordenó detener su marcha y citó a Toranzo Montero, pero en lugar de echarlo lo confirmó en su puesto. Las fuerzas que respaldaban al Presidente eran abrumadoramente superiores, por lo que la derrota de los sublevados era segura. Me tocó vivir muy de cerca esos acontecimientos por mi relación con algunos de los altos oficiales leales que se vieron defraudados ante la errática y temeraria politica de Frondizi, que sólo sirvió para envalentonar a sus adversarios. Alzaga pidió su retiro y el general Anaya presentó su renuncia, al verse traicionados. Este último fue reemplazado por el general Larcher, pero Toranzo Montero no estaba solo, sino que era el más osado.

En junio de 1959 se publica una nota titulada "No menos de cinco golpes de Estado paralelos amenazan el día 17 el orden consttucional", en la que menciona los nombres de los complotados: generales Arturo Ossorio Arana y Raúl Poggi, almirantes Isaac Rojas y Arturo Rial, los radicales Ricardo Balbín, Miguel Angel Zavala Ortiz, Ernesto Sanmartino y el socialista Américo Ghioldi.

Al poco tiempo dejé de acompañar el pulso semanal de la revista hasta su definitiva clausura en Marzo de 1960 y el forzado exilio de mi padre. A partir de octubre de 1959, comienzan las varias "ediciones de emergencia" de "Mayoría ", debido a las restricciones oficiales para el suministro de papel. En enero de 1960 se publicó un muy interesante reportaje de mi tío Bruno, bajo su seudónimo habitual de Juan Bautista Brun, a Rodolfo Walsh de paso por Buenos Aires. Walsh ya se había radicado en Cuba, donde colaboraba con la Agencia de noticias cubana Prensa Latina. Defendió en él a la Revolución de Fidel Castro, negaba su carácter comunista y se declaraba contrario a lo que llamaba "democracia formal". También precisó que se había separado de "Mayoría " un año atrás por tener una posición crítica sobre el gobierno de Frondizi porque "estaba traicionando sus principios y al país". Bruno le cuestionó el alineamiento de Castro con los países comunistas, tema que Walsh negó, aunque en breve el mismo Castro le dio la razón al declararse marxista-leninista.

Desde lejos yo seguía la sucesión de huelgas salvajes que azotaban al gobierno y el recrudecimiento de atentados con bombas de militantes peronistas, alentados por un Perón cada vez más irritado y violento tras denunciar en junio de 1959 el pacto con Frondizi, al que acusa de un supuesto incumplimiento.

En la edición del 15 de febrero la revista publicó un audaz reportaje de Raúl Jassen al propio Perón, lo que ahondó el tembladeral político, con la subsiguiente detención de mi padre, primero en Coordinación Federal, y luego en la cárcel de Caseros. Nunca entendí ese osado reportaje y la innecesaria provocación que implicaba, pues sus resultados eran casi inevitables. La revista es entonces clausurada. El presidente Frondizi ese mismo mes pone en marcha el Plan Conintes (Plan de Conmoción Interna del Estado), basado en la ley de Seguridad del Estado promulgada en 1948 por Perón, que les confía a las Fuerzas Armadas la responsabilidad de enfrentar la agitación social y sindical y el establecimiento de la jurisdicción militar para el procesamiento de esos delitos contra el estado. Mi padre consiguió finalmente que se le concediera la opción de salir del país y se exilió en Montevideo, donde comenzó a desempeñarse como abogado. A mi vez y después de no mucho tiempo, como ya lo destaqué, debí interrumpir mis estudios en Europa.Durante el viaje de regreso al país, que viví con sentimientos contradictorios, porque dejaba atrás un proyecto inconcluso y se me abría un camino desconocido y con mayores responsabilidades, descubrí el placer de encontrarme con los libros de Paul Claudel, que estaban en la biblioteca del barco y cuya lectura acompañó mi travesía. Uno de sus versos sigue repiqueteando aún en mi memoria:

"Je comprends l´harmonie du monde; ¿quand en surprendrai-je la melodie?" ("Yo comprendo la armonía del mundo; ¿cuándo podré sentir su melodía?")

5. MI TIO BRUNO JACOVELLA

Personalidad muy distinta a la de mi padre y con quien tuvo una invariable relación simbiótica de visiones, aunque el mayorazgo lo ejercía el hermano menor. Había nacido en Tucumán el 21 de noviembre de 1910, dos años antes que su hermano. Tenía sólo 12 años cuando perdió a su padre y su madre decidió incorporarlo, al igual que a su hermano, a un colegio religioso. Es en ese ámbito que se despertó su curiosidad por la lectura y el conocimiento y se impregnó de una intensa espiritualidad y unas convicciones que dominaron desde entonces su vida. Su condición de católico no solo fue un credo o el apego a un ritual, sino un compromiso existencial e intelectual. Educado en su adolescencia en la rica atmósfera cultural del Tucumán del Centenario, donde brillan Juan B. Terán, Ernesto Padilla y sobre todo su maestro y protector, casi padre adoptivo y, como tal, padrino de su casamiento, el eminente filósofo Alberto Rougés, Bruno se consagra desde joven a las causas del pensamiento y la cultura argentinas. Al releer la vasta correspondencia entre ambos, cuando Bruno estaba ya instalado en Buenos Aires, recogida en la edición del Centro Rougés y la Fundación Miguel Lillo, se aprecia su entrañable vínculo y la defensa que él hace de los escritos filosóficos de Rougés, cuestionados por una supuesta heterodoxia. Tucumán era en ésa época uno de los centros culturales más importantes de la Argentina y sus grandes personalidades sentían que su destino estaba indisolublemente ligado a la promoción intelectual y material de la comunidad a la que pertenecían.

Otro de los temas que dominó el espíritu de Bruno Jacovella, consonante con el de sus maestros tucumanos, fue la necesidad de darle consistencia y profundidad a la cultura nacional. Sostenía que en el siglo XIX habíamos intentado amputar nuestras raíces, no sólo de las anteriores a la independencia, sino también de gran parte de la cultura clásica y cristiana de la que éramos naturales herederos. Con Juan Alfonso Carrizo, sobre todo porque fue el profeta y precursor, Rafael Jijena Sánchez y Augusto R. Cortázar, fue Bruno desde edad temprana parte del grupo fundador de las ciencias folklóricas en el país. Interesados por el saber anónimo de nuestro pueblo, recopilaron las coplas y melodías atesoradas en la memoria de humildes pobladores del Norte argentino y que eran originarias del Siglo de Oro español. Además de redescubrir ese inagotable manantial de cultura popular, hasta entonces casi desconocido, (cuando el folklore auténtico se confundía con la poesía gauchesca), pensaron que ese rico reservorio de sabiduría permitiría fundar una nueva memoria nacional.

Estas preocupaciones llevaron a Bruno, instalado en Buenos Aires desde sus 23 años, a militar en la década del 30 en lo que dio en llamarse el nacionalismo y a ejercer el periodismo como instrumento de combate contra el descreimiento y el materialismo de la época, el decaimiento de los fuerzas espirituales en el país y la frivolidad y la falta de autenticidad en toda la vida nacional, diagnóstico con el que coincidieron varios intelectuales, tanto argentinos como (Eduardo Mallea y Oliverio Girondo) y otros extranjeros, como José Ortega y Gasset, aunque propusieran distintos remedios.

Su nacionalismo, sin embargo, no fue elitista e hispanista de prosapia, sino cultural, por lo que alentaba a articular la inteligencia con los anhelos y sentimientos nacionales, de tal modo que pudiese estructurarse un pensamiento afín a las necesidades y urgencias sociales y económicas del país. Su prédica temprana apuntaba ya a pensar a nuestro país "desde dentro" y a que la mirada sobre la Argentina se independizace del credo cosmopolita dominante entre nuestros intelectuales, subyugados habitualmente por modelos ajenos a nuestra realidad. Una de sus preocupaciones dominantes fue, en ese sentido, procurar que la inteligencia argentina pudiera darle consistencia y arraigo a las mayorías populares, de tal modo que ni la demagogia, la irracionalidad y la intolerancia desvirtuaran las más altas aspiraciones nacionales y democráticas.

En sus comienzos en Buenos Aires, sus necesidades económicas lo obligaron a consagrarse afanosamente a la traducción de grandes autores, para completar sus ingresos periodísticos. Traducía del inglés, del francés y del italiano, idiomas que aprendió como autodidacta. A uno de sus autores traducidos, Chesterton, lo unía además de su admiración, un invariable y benigno sentido del humor.

Fue también un destacado autor de obras de literatura primero y luego de enjundiosos ensayos. Su libro de cuentos "Historia del poeta Malanik" recibió en 1939 el Premio Municipal de Literatura. En ese mismo año publicó con Rafael Jijena Sanchez "Las supersticiones" (Premio Regional de folklore). Algunos de sus cuentos y ensayos se publicaron en el diario La Nación, colaboración comenzada en 1934 y que como la de muchos otros como Leonardo Castellani o Ernesto Palacio se interrumpió por la "tormenta del siglo", según caracterizó luego a ese tiempo Tulio Halperin Donghi, por las divergencias frente a la Guerra Civil española o las posiciones ideológicas en pugna en Europa. En 1944 es nombrado secretario del Instituto Nacional de la Tradición, presidido por Carrizo. También publicó "Regiones folklóricas argentinas", que sirvió luego de sustento cultural a los nuevos proyectos políticos y económicos de articulación del país por regiones (NOA, NOE, etc). En 1963 recibe el Premio Nacional Juan Bautista Alberdi, por su libro "Juan Alfonso Carrizo", que no es sólo una biografía intelectual de su maestro y amigo, sino también su primer y enjundioso ensayo sobre la historia cultural argentina. Recuerdo todavía su dedicatoria de ese libro, que es uno de los pocos testimonios afectivos en nuestra relación "A mi querido sobrino, que con tanto brillo ha iniciado el duro camino del pensamiento político y sociológico. duro y ruinoso en este país verde", elocuente por el talante pesimista con que vivía en esa época y que perdudaría, aunque aclarando siempre que su pesimismo era "activo", expresión que consagrara Wilhem Röpke.

En sus últimos años publicó lo que podría llamarse su testamento intelectual, "El hombre, la cultura y la historia" (1986), en el que plasmó su ya maduro pensamiento filosófico, político y antropológico, obra que tal vez por su deslucida impresión y por el descuido natural de Bruno por esas "mundanidades" de procurar comentarios o críticas estimulantes, no tuvo casi divulgación, a pesar de que es uno de los ensayos intelectuales más profundos escritos en el último medio siglo argentino.

No menos importante en la vida de Bruno fue su vocación de musicólogo. A él le tocó complementar la tarea de Carrizo con las coplas, recogiendo las últimas melodías que sobrevivían en la memoria de los pueblerinos de nuestro Norte. También fue un buen conocedor de la música clásica, lo que lo llevó a ser en 1973 un efímero Director del teatro Colón, dado que antes de asumir ya se le atribuían ideas disparatadas como que iba a introducir una programación folklórica. Ante la escasez de recursos disponibles, sus primeras medidas lo llevaron a suprimir algunos proyectos demasiado costosos, lo que provocó una avalancha de críticas por parte de las compañías musicales contratistas que Bruno no estaba en condiciones de contener, por temperamento y estilo. Antes, prefirió renunciar. No era un cargo para él.

Nunca dejó la enseñanza sobre temas de antropología y folklore. En sus últimos años fue designado profesor en las Universidades del Salvador, donde una cátedra lleva su nombre, y en la Católica de Buenos Aires (UCA). También solía tocar el órgano en la Iglesia de San Francisco, a la que estaba ligado por ser Terciario franciscano.

Con mi padre, personalidad desbordante y un "gustador" de la vida, en gran contraste con la suya, austera y limitada a su familia , los libros y la música, mantuvo siempre una complicidad singular, en la cual la estima recíproca, fortalecidos además por la dolorosa y prematura pérdida paterna, les permitieron exitosas experiencias periodísticas. Nunca oí una crítica del otro. Mi padre, además, era como el hermano protector y que se esmeraba en preservarlo o de ayudarlo en tiempos de escasez o de riesgo personal. Su despreocupación ascética por el atuendo, la comida o las luces del mundo no le impedían seguir con suma perspicacia el desfile teatral de la compleja realidad en la que vivía, observada siempre con cierto humor distante. El mundo del confort, del "divertimento", de los deportes o de los viajes le era ajeno. Tampoco tuvo nunca automóvil y ni sé si sabía conducir.

Su mirada estaba casi siempre orientada por las perspectivas sociológicas o morales, sin detenerse demasiado en los detalles. A veces ello lo inclinaba a cierta rigidez o a perder de vista las conveniencias políticas en juego. Nunca dejé de admirar su capacidad de concentración, su capacidad para aislarse de un bullicioso entorno familiar o del caótico ambiente de una redacción, para redactar en soledad sesudos artículos. Para los editoriales le bastaba un breve y previo intercambio de ideas con mi padre y el "peinado" final de éste para lanzar al ruedo propuestas o reflexiones que solían muchas veces irrumpir tempestuosamente en la escena política.

Su afectividad era parca, al menos con sus sobrinos y su única cuñada, mi madre. Jamás me invitó a su casa para compartir una comida o para amigarme con sus cinco hijos. Su amplio departamento en la calle Méjico, que visité fugazmente no más de tres veces, era más bien ascético y desprovisto de todo signo de confort o de belleza. Así fue que poco pude saber de mis primos. Tres de sus hijos, el mayor y dos de las mujeres, permanecieron solteros. El segundo hijo varón, a quién solamente vi una vez, sé que estudió filosofía y se radicó en Alemania pero con ciudadanía italiana. Allí ejercería como profesor bajo el nombre de Giovanni Jacovella, para nunca más volver. Me enteré casualmente que se había casado y separado sin descendencia de una hija de alemanes de Villa General Belgrano, en Córdoba, Ursula Kochman, a quién yo había conocido en mi adolescencia en una visita que hicimos con amigos a su padre en su pueblo nativo. Quedé instantáneamente enamorado y sospecho que ella también participó de ese fugaz hechizo romántico. En esa época estaba cautivado por las lecturas del novelista Ernst Wiechert y sus lúcidas recreaciones de la vida en la Alemania profunda y campesina. Nunca más volví a ese encantador pueblo serrano y mucho menos volví a oir de ese deslumbramiento quinceañero hasta que, sorpresivamente (coincidencia significativa la llamaría Carl Jung), el nombre de Ursula me fue mencionado no hace mucho tiempo por Teresita, la menor y quinta hija de mi tío, en un acto de homenaje a su padre.

Aunque no supe mucho más sobre la vida familiar o de relación de Bruno, sí sabía de su compromiso cristiano. Colaboraba de modo activo y callado con el cottolengo de Don Orione en Claypole, lugar al que concurría en tren asiduamente, para asistir a chicos discapacitados. Este es el Bruno que yo conocí.

6. TIEMPOS DE DUDAS

Ya de regreso en Buenos Aires, mis primeros pasos me llevaron a ocuparme de las urgencias familiares. En el caso de mi padre debí realizar periódicos viajes a Montevideo para hacerle de correo, cumplir en nuestro país las gestiones que me encomendaba. Se había instalado en un confortable hotel de Pocitos, en la capital uruguaya, y ya desde los primeros tiempos trabajaba con cierta solvencia económica como abogado. Siempre me sorprendía su capacidad para mantener el optimismo y su más que pasable tren de vida aún en los momentos que a mí me parecían más difíciles. Prontamente, además, estableció muchas relaciones, algunas vinculadas al viejo partido Nacional, que mantenía tradicionales lazos con el nacionalismo argentino y el revisionismo histórico rioplatense. El había conocido diez años antes a su principal caudillo el Dr. Luís Alberto de Herrera y a muchos de sus seguidores. Herrera fue una figura consular en el siglo XX uruguayo, abogado, profesor, legislador, historiador de fuste y varias veces candidato a la Presidencia de la República.También se hizo mi padre de nuevas y provechosas relaciones, algunas de las cuales le permitieron sustraerse a las tristezas del exilio, que se prolongó más tiempo que el inicialmente previsto.

A mí me costó más reinstalarme en Buenos Aires. Intenté al comienzo, sin éxito, algunas iniciativas comerciales. Organicé, con otro amigo, cooperativas de vivienda para dos sindicatos me permitieron obtener mis primeros y provechosos ingresos. Al cabo de un año decidí que ya era hora de volver a la Facultad y rendir los últimos exámenes para obtener el título de abogado. En ese tiempo la situación política se había tornado cada vez más complicada.

El "Pacto" con Perón, la llave que le permitió a Frondizi acceder a la Presidencia, fue la causa de sus primeros infortunios, sobre todo por la agitación que provocó en ciertos cuadros militares furiosamente antiperonistas y el aliento revanchista de sus antiguos correligionarios radicales vencidos en las elecciones. Los llamados "radicales del pueblo", al igual que los socialistas, demócratas progresistas y parte de los democristianos, más la prensa tradicional, no se resignaron a aceptar el triunfo de Frondizi, al que no podían "perdonar" su voluntad de concordia con los sectores peronistas y la supuesta "traición" a los ideales de la Revolución Libertadora. La presencia del influyente Rogelio Frigerio como principal asesor e inspirador de los cambios esenciales en el campo económico, en especial la apertura a los capitales norteamericanos para participar en la explotación petrolera, desdiciendo los postulados otrora defendidos por Frondizi y retomando las iniciativas del último Perón, a fin de lograr rápidamente el deseado autoabastecimiento nacional, contribuyeron a exacerbar a sus opositores.

Frigerio había sido en el pasado un militante comunista y cuando apareció al lado de Frondizi ya era un exitoso empresario y promotor de una política de apertura a los capitales extranjeros y de un entendimiento amistoso con los Estados Unidos. Es curioso que para sus encarnizados adversarios fuera más importante el reproche por su pasado que el cuestionamiento de su nueva posición. En cuatro años Frondizi pudo así conseguir el tan esquivo autoabastecimiento petrolero (entre 1958 y 1962 la producción pasó de 4,6 millones a 15 millones de metros cúbicos) y desplegar una exitosa política de desarrollo industrial, a pesar de los furibundos ataques del nacionalismo que lo acusaba de cipayo y de la izquierda por traidor.

La autorización por ley para abrir universidades privadas, tuvo la férrea oposición de nuestro tradicional "progresismo", que no se resignaba a perder el monopolio de la educación. También puso en marcha el primer alto horno en San Nicolas (Somisa), obtuvo el financiamiento para la gran represa del Chocón en Río Negro y favoreció a la industria automotriz, merced a su política de promoción de inversiones, con lo que se pasó de producir 32.000 automóviles en 1961 a 200.000 en 1965.

La activa intervención de los intereses petroleros británicos (eran los tradicionales proveedores) que se veían desplazados por la nueva política, jugó en la Argentina un papel más decisivo del que suelen contar los historiadores, más predispuestos a las conceptualizaciones que a abordar los contextos y los intereses internacionales en juego. Frondizi, además, trazó desde sus inicios, una estrategia de entendimiento con los sindicatos, sin cuya participación no veía posible avanzar con su ambiciosa política de desarrollo industrial.

Su ambicioso lema de "integración nacional y desarrollo" coincidía con las aspiraciones modernizadoras de amplios sectores de la población. A tal fin normalizó la Confederación General del Trabajo y promovió una nueva ley de asociaciones profesionales, que fue muy bien recibida por los sindicalistas tras varios años de hostigamiento del anterior gobierno, Si bien es cierto que sus políticas de ajuste, sobre todo en las empresas del Estado, como la caída de 20 por ciento del salario real entre 8 y 1959 y la fuerte resistencia del sindicato petrolero a los nuevos contratos, forzó la declaración del estado de sitio y lo indispuso luego con los gremios, protagonistas de huelgas cada vez más agresivas, creo que la decisión de Perón de cuestionar en junio de 9 la tregua acordada oportunamente con Frondizi, fue el hecho más decisivo del creciente enfrentamiento con el peronismo, acicateado por las instrucciones incendiarias que enviaba el Caudillo desde el exilio.

Contribuyó a ello la incapacidad de Frondizi para doblegar a los minoritarios pero tenaces golpistas militares y su persistente inclinación a contentar a los sectores más antiperonistas. Así, poco a poco, fue dejando en el camino progresivamente a los sectores militares leales a su gobierno. Su argumento de evitar así derramamientos de sangre era suicida, en circunstancias que exigían un imperioso coraje para defender su investidura. También pesó la nueva y beligerante actitud asumida por Perón, impaciente ante las dificultades de Frondizi para cumplir sus promesas y advertir, también, que su liderazgo se vería progresivamente cuestionado de persistir las políticas en curso. La voluntad de abrirse camino en medio de esta contienda crónica y negociando el día a día con unos y con otros terminaría siendo fatal para su Gobierno.

La audaz política internacioml impulsada por Frondizi para sustraer a la Argentina de las imperiosas exigencias de la Guerra Fría, en especial tras asumir en Cuba un gobierno revolucionario y hostil a los Estados Unidos, no tuvo aquí un frente interno suficientemente sólido para respaldarla. Su coincidencia con el entonces presidente del Brasil, Juscelino Kubischek y luego con su sucesor Janio Quadros, para impulsar un programa de cooperación continental que tuviese en cuenta las urgencias de desarrollo económico, justicia social y democracia para contrarrestar los alientos revolucionarios que venían del Caribe, recibieron una primera acogida favorable del presidente norteamericano John F. Kennedy. Este tomó la iniciativa en marzo de 1961 de lanzar la Alianza para el Progreso, que recogía aquellos propósitos, pero también planteaba, en contraprestación, exigencias perentorias de imponer un cerco diplomático y político a Cuba. El no cumplimiento de Fidel Castro de sus promesas de elecciones en 18 meses y su determinación de no convocarlas, las nacionalizaciones y confiscaciones de propiedades nacionales y extranjeras, sobre todo las norteamericanas, el cercenamiento progresivo de las libertades públicas y los cientos de fusilamientos de adversarios, sin proceso, fueron definiendo un perfil claramente autoritario que desautorizaba las augurales esperanzas democráticas. Para los Estados Unidos, además, la instauración progresiva de una dictadura pro-comunista en las cercanías de sus costas, área tradicionalmente considerada como el "patio trasero" de su hegemonía, resultaba en ese entonces inaceptable. Estados Unidos estimaba que el diferendo con aquel gobierno no era sólo bilateral, sino que apuntaba a extenderse por todo el Continente.

Frondizi consideró contraproducente aislar a Cuba del Sistema Interamericano, no ya porque se transformaría en un peligroso revulsivo continental, afectando el desarrollo exitoso de los procesos democráticos en curso, sino también porque no romper puentes podría facilitar una recuperación democrática del régimen cubano, evitando que quedara atrapado en la órbita soviética. Si bien podían existir también "razones del corazón", como diría Pascal, basadas en simpatías por las reivindicaciones que planteaba la revolución caribeña, lo cierto es que los intentos de Frondizi para mediar en el enfrentamiento entre Castro y los Estados Unidos constituyeron una peligrosa apuesta. Su no acompañamiento en la votación para sancionar a Cuba , en la reunión celebrada en agosto de 1961 en Punta del Este, excluyéndola de la OEA (aunque otros países como Brasil y Chile también se opusieron), sumado a la imprevista entrevista secreta mantenida luego en Buenos Aires con el "Che" Guevara, representante de Cuba en esa reunión, sirvieron para exacerbar a sus adversarios internos, alentados por los sectores más duros de Estados Unidos, que está vez enarbolaron la bandera del anticomunismo para combatirlo, dejando en suspenso su prédica antiperonista.

Son interesantes los comentarios posteriores del "Che" Guevara sobre esa confidencial entrevista que tanto revuelo provocaría: Frondizi, a quién calificó sugestivamente como estadista brillante, según Jorge Carretoni que lo acompañó al encuentro, sólo le pidió que Cuba se comprometiera a no exportar su Revolución, ni se incorporase al Pacto de Varsovia (alianza militar de los países comunistas europeos), a cambio de aceptar su sistema político como una situación de hecho. Sin embargo, no se podía desconocer, ya en ese entonces, que los hechos desmentían de modo rotundo las posibles promesas guevaristas. Creo que Frondizi se equivocó con esa apuesta y subestimó no sólo las urgencias norteamericanas, sino también las implicancias de la rápida transformación comunista del régimen cubano. Se entraba así, sin necesidad, en un turbulento escenario internacional. Una vez más la Argentina optó por querer asignarse cumplir en el mundo un papel protagónico y singular y al poner en jaque, de esa manera, sus objetivos de desarrollo para los que esa política exterior podría ser inconducente.

El "peligro del comunismo" y la acusación de complicidad con el gobierno cubano se cnarbolaron, además, en el plano interno, para convocar a vastos sectores militares (muchos de ellos formados en las escuelas militares norteamericanas), con la complicidad de las "usinas" periodísticas que propiciaban un Golpe de Estado. La Guerra Fría inter-imperial pasó a constituir de allí en más un elemento decisivo de la política interna argentina y continental. Desde entonces las actitudes maniqueas impidieron dar prioridad a las necesidades y urgencias nacionales. Muy pocos analistas políticos han destacado la importancia de ese "doble frenesí" en que se vieron envueltos los pueblos y gobiernos latinoamericanos.

En 1961 hubo varias elecciones provinciales con la participación del justicialismo y los favorables resultados al partido de Frondizi, especialmente en Santa Fe, le hicieron pensar al presidente que esa tendencia se mantendría también en los comicios pendientes en marzo de 1962, sobre todo, en los de la provincia de Buenos Aires para elegir gobernador. Así, de cumplirse estos pronósticos, el asedio de los sectores golpistas podría ser contrarrestado. Ese porfiado optimismo, compartido por todos sus ministros, lo llevó a asegurarles a los sectores militares y civiles más agresivos que su éxito permitiría aventar definitivamente la restauración del peronismo. Se trataba de una apuesta demasiado riesgosa para tiempos revueltos.

En las elecciones de marzo, Perón propuso como candidato para gobernador de Buenos Aires por la Unión Popular, partido que había creado Juan Atilio Bramuglia, a Andrés Framini, un conocido dirigente sindical y como vicegobernador a sí mismo, lo cual implicaba una clara señal provocadora que obligaría a la proscripción de todo el partido. Antes, en mayo de 1961, después de entrevistar a Perón en Madrid, Bramuglia había salido convencido que sería el candidato para la gobernación. Perón no tardaría en contradecir esas promesas al tomar actitudes que implicarían impedir el crecimiento de lo que dio en llamarse el neoperonismo. Acertó Perón en que sobrevendría el veto oficial a su candidatura, pero al limitarse sólo a su persona, permitió contrariar parte de sus previsiones y su reemplazo por el abogado laboralista Francisco Anglada, amigo de Bramuglia, con lo que triunfó el sector favorable a la concurrencia electoral impulsada por los gremios en desmedro del peronismo duro que confiaba en la proscripción total.

De todas maneras, aunque los frondizistas triunfaron en la Capital Federal y en otras cinco provincias, que los Radicales del Pueblo ganaron en Córdoba y los Demócratas (conservadores) en Mendoza, el triunfo electoral de los neoperonistas en la provincia de Buenos Aires fue inaceptable para un sector decisivo de las Fuerzas Armadas, sobre todo porque el neoperonismo se quedaba con 9 de las 14 gobernaciones y 45 de las 96 bancas de diputados nacionales. Del total de votos correspondió a ellos 2.530.000 contra 2.454.000 de los frondizistas y 1.886.000 de los Radicales del Pueblo. Frondizi se vió obligado a anular las elecciones en los principales distritos, creyendo que así disipaba el peligro de su derrocamiento.

La intervención del general Aramburu como mediador con los sectores más golpistas permitió, en un primer momento, alimentar esperanzas y pensar en la constitución de un gobierno de unión nacional. La rencorosa negativa de los Radicales del Pueblo, así como la de casi todos los partidos llamados "democráticos" de participar en un gabinete de coalición y la confusa actitud final de Aramburu de pedirle la renuncia a Frondizi, pasando de mediador a verdugo, precipitaron un ciclo perverso al que mi amigo, el politicólogo Eugenio Kvaternik, en su libro sobre estos acontecimientos, bautizara con lucidez "Crísis sin salvataje", crisis que se prolongaría más allá de la salida de Frondizi al no definirse un claro bando vencedor.

El 19 de Marzo de 1962 fue depuesto el presidente Arturo Frondizi y el gobierno de los Estados Unidos presidido por John Kennedy nada hizo para respaldarlo.

Lamentablemente, la abdicación de los moderados y el ímpetu de los extremistas harían una vez más que la substancia de los conflictos quedase sin definiciones duraderas, pues los militares legalistas, llamados después azules, pudieron evitar una ruptura total del orden constitucional, al permitir que asumiera a la primera magistratura el presidente del Senado, José María Guido, aunque sin haber logrado desmovilizar a las huestes golpistas.

Vale la pena recordar aquí un verdadero paso de comedia. El comandante en jefe del Ejército, general Raúl Poggi irrumpió el día anterior en la Casa de Gobierno, acompañado del dirigente democristiano Manuel Ordoñez, para asumir la Presidencia vacante, tarea que no pudo llevar a cabo porque el despacho presidencial estaba cerrado con llave y el encargado ya se había retirado. Tras haber quebrantado la Constitución, prefirió retirarse de la Casa Rosada temeroso de violentar una cerradura…, lo cual lo obligó a volver al día siguiente cuando ya el presidente de la Corte Suprema, ganándole de mano, le había tomado juramento al senador José María Guido como nuevo Presidente.

Frondizi primero fue detenido y llevado a la isla Martín García, Al poco tiempo fue trasladado a Bariloche, donde permaneció alojado bajo severo arresto en el hotel Tunquelen por más de un año, como si fuera un peligroso delincuente. Una vez más los miedos y los odios volvieron a emponzoñar al país.

A comienzos de ese mismo mes de marzo tuve ocasión de conocer al Presidente Arturo Frondizi en un encuentro en su despacho de la Casa de Gobierno, al que habíamos acudido, sin sospechar que eran las vísperas de su derrocamiento, algunos integrantes de la Asociación de ex Becarios Argentinos en España, entre otros Angel Centeno, subsecretario de Culto de su gobierno, con el embajador de España en la Argentina. En la cordial entrevista, me impresionó la serenidad y la dignidad del Presidente en esos atribulados días, así como la simpatía con que acogió el petitorio que le presentamos para que se construyera un Colegio Mayor Argentino en la Ciudad Universitaria de Madrid en un solar donado por el gobierno español. Su promesa de edificarlo se concretaría años después.

En aquel tiempo concluía mis últimos exámenes en la Facultad de Derecho e intentaba abrirme camino como abogado. Conseguí con mi amigo Oscar Ponferrada unos trabajos de asesor laboral en dos sindicatos, más algunos juicios de divorcio de jóvenes actrices, a quienes no les cobré mis honorarios pensando, erróneamente, en que me servirían para cosechar futuros casos más redituables. Frente a la escasez de mis ingresos, recurrí al Hermano Septimio Walsh, para conseguir unas cátedras en colegios secundarios. Había sido el jefe provincial de los colegios maristas, por lo que me era conocido de entonces.

Gracias a su siempre generoso auxilio obtuve varias horas de cátedra en dos colegios de mujeres, donde debía dictar historia e instrucción cívica. Fue una experiencia provechosa que se prolongó casi dos años.

Las peleas políticas y los enfrentamientos militares continuaron agitando la vida argentina tras la caída de Frondizi hasta que la derrota militar del más importante sector golpista y antiperonista de la Marina de Guerra y del Ejército permitió convocar una nueva elección presidencial en 1963, sin alternativas alentadoras. Las controversias sobre la participación o no del peronismo o el neoperonismo en la vida pública seguían sin resolverse. El fervor anticomunista, al que algunos emparentaban con el antiperonismo, se fue haciendo cada vez más patente entre ciertos y decisivos sectores de las Fuerzas Armadas, alentados por políticos que se llamaban democráticos y que solo podían gobernar con el auxilio militar. Uno de los Cancilleres del gobierno provisorio, el Dr. Bonifacio del Carril, en un inflamado discurso al asumir el cargo hizo hincapié, sobre todo, en que su misión era defender la civilización "occidental y cristiana", lo que llevó al periódico "Azul y Blanco" a titular irónicamente en su primera pagina: "Ya tiene Canciller el Occidente".

La desorientación de las cúpulas dirigenciales del país nos llevó a muchos amigos a constituir una asociación, a la que llamamos con la sigla de E.J.E. (Equipo Joven de Estudios). Nuestra idea era prepararnos y preparar planes para las más importantes áreas de Gobierno. Llegamos a contar con casi un centenar de jóvenes profesionales en distintas disciplinas, cuyo común denominador era la desinteresada preocupación por la cosa pública. Para consolidar al grupo coincidimos también en asistir a cursos semanales sobre historia argentina y sobre ética política. Al cabo de pocos meses la ansiedad por dotarnos de autoridades formales alentó a la formación de bandos y hasta a un enfrentamiento innecesario de ambiciones, ante lo cual pronto el grupo se encaminó a su disolución. Muchos de sus integrantes pudieron servir años más tarde a diferentes gobiernos, alentados por esos primeros pasos de compromiso con los asuntos públicos.

Por esa época con varios de los integrantes de E.J.E, entre ellos el joven cientista político de origen boliviano José Ortiz Mercado y Juan Archibaldo Lanús nos decidimos a visitar al célebre político ecuatoriano, por entonces residente en Buenos Aires, José María Velasco Ibarra. Nos interesaba conocer su experiencia tras una dilatada actividad pública. Después de sus estudios universitarios en Francia, pronto Velasco Ibarra pronto comenzó a ser un referente decisivo de la política de su país. Varias veces Presidente de la República, sufrió otros tantos derrocamientos por golpes militares.

A raíz de uno de sus forzados exilios recaló en Buenos Aires donde estaba instalado con su nueva esposa porteña. Ortiz Mercado, recién egresado de la Universidad del Salvador, era un apasionado y ambicioso intelectual cuyas aspiraciones nos hacían pensar que podría llegar a ser Presidente de su país. Tenía, por entonces, una excesiva tendencia a conceptualizar bajo prismas ideológicos todos los dilemas políticos.

En la larga charla que tuvimos con Velasco Ibarra, después de considerar los complejos problemas de la realidad latinoamericana, recuerdo que el anciano político nos comentó resignado que, en el futuro tendríamos que tener en cuenta las limitaciones de todo cargo, aún los más altos. Como ejemplo de ello nos comentó que él jamás pudo lograr que le repararan el timbre que ubicado detrás de su sillón presidencial, le era indispensable para llamar a sus secretarias u ordenanzas. Fue una demostración cabal de realismo político ante unos jóvenes llenos de teorías.

También por esa época y presentado por un común amigo, conocí a Arturo Jauretche. Con su habitual campechanía nos acogió con especial cordialidad. Era un hombre muy lúcido y de ademanes mansos, envuelto siempre con un poncho pampeano y curtido por muchos combates y exilios. Tenía una frente ancha que realzaba su rostro sereno y atractivo de viejo maestro. Como lo describiera certeramente en un homenaje postrero Marcelo Sanchez Sorondo, era "alto, sin embargo no erguía la cabeza pensativa, medio inclinada sobre los hombros, como si quisiera semblantear sin apuro a su interlocutor… con su mirada sabia, socarrona y penetrante".

Había participado como militante de la Unión Cívica Radical en varias revueltas contra los regímenes fraudulentos de los años 30 y se había incorporado de modo resuelto, con muchos de sus amigos como Raúl Scalabrini Ortiz y Homero Manzí, al primer gobierno peronista. Su inteligencia natural, recurso escaso como diría Ortega y Gasset entre los intelectuales, abonada por su infatigable curiosidad y sus muchas lecturas, le permitieron ser un periodista y escritor de rasgos inconfundibles. Aceptó como inevitable la revolución de 1955 y se apresuró a criticarla cuando el odio y el espíritu de revancha comenzaron a dominarla. Apoyó luego con su pluma el triunfo de Arturo Frondizi como presidente y mantuvo siempre una consecuente línea de pensamiento. Recuerdo que ilustró uno de sus artículos con un mapa mundial invertido, de tal modo que la Argentina apareciese en el norte, con lo que intentaba valorizar nuestra situación planetaria y mostrar cómo también la cartografía había sido impuesta por los poderes dominantes.

Muríó en 1974 sin que Perón, ya de vuelta en el país, y el peronismo le rindieran el homenaje que merecía como hombre grande de la política argentina del siglo XX. Perón nunca le perdonó su independencia de criterio. Siempre fue muy mezquino con las figuras de vuelo propio.

Después del derrocamiento de Frondizi, el talentoso ministro del Interior Rodolfo Martinez había conseguido evitar una ruptura total del orden constitucional, al facilitar, como ya lo mencioné, la asunción a la Jefatura del Estado del presidente del Senado, José María Guido. Como los conflictos militares no menguaron, Martínez debió resignar al poco tiempo su cargo, circunstancia que llevó al general Enrique Rauch a reemplazarlo también por un corto período. Nombró subsecretario a mi viejo compañero del Humanismo, Guillermo O´Donnell, a quién le tocó acompañar una política francamente represiva -alentada por sectores civiles y militares recalcitrantes-, contra muchos dirigentes acusados de frigeristas y otros tantos vinculados a la izquierda sindical que terminaron encarcelados. Fue su primera y mala experiencia política, que lo motivó tiempo después, a consagrarse exclusivamente a la vida académica, primero en el país y al poco tiempo sólo en Estados Unidos donde descolló como cientista político. Al general Rauch lo sucedió su colega Osiris Villegas, encargado de conducir el nuevo proceso electoral y a quién muchos años más tarde conocería como mi embajador ante el gobierno de Brasil.

Las elecciones presidenciales de 1963 consagraron vencedor inesperado al candidato radical con sólo el 25% de los sufragios, contra el 18,8% de los votos en blanco, el 16 % de Oscar Alende, por los radicales intransigentes, y el 13,9% del general Aramburu. Los sucesivos intentos del neoperonismo de presentarse en frentes electorales con los frondizistas, los democristianos o los conservadores populares habían sido finalmente rechazados por decretos de proscripción, ante el nuevo temor del sector militar dominante de que en el Colegio Electoral, que en ese entonces era la institución que elegía a los Presidentes, se pudiese consagrar una fórmula distinta y más afín al caudillo ausente.

Perón desde el exilio siguió inquietando la escena política con el nuevo gobierno de Arturo Illia. A fines de 1964, Perón montó la asi bautizada "Operación Retorno", desde Madrid, escondiendo su reales intenciones sobre el destino final elegido: ¿Buenos Aires?, ¿Montevideo? o ¿Asunción?. Naturalmente esos movimientos inquietaron al gobierno argentino y lo llevaron a adoptar lógicas medidas preventivas. Mientras se sucedían estos anuncios desde Madrid, se publicó en los principales diarios de Buenos Aires una muy agresiva carta de cierta Comisión Popular de Afirmación de la Revolución Libertadora, firmada por muchos civiles y militares que enarbolaban las mismas banderas golpistas que acosaron a Frondizi y aún amenazaban con acudir a las armas si sus exigencias eran contrariadas. Cansados de que estos "dueños de la República" pretendieran seguir orientando con sus aprietes, de este modo, el rumbo de los gobiernos, acordamos con mis amigos Horacio Schillizzi Moreno y Oscar Ponferrada querellar criminalmente a los firmantes de la "solicitada" por instigación al delito ("la ciudadanía democrática- decía el texto- sabrá cumplir con el deber que manda expresamente el art. 21 de la Constitución Nacional…armarse en defensa de esta Constitución") y asociación ilícita, delitos claramente tipificados por la extensa solicitada de estos auto-constituidos, por largos años, fiscales y al mismo tiempo jueces de los destinos del país. Nuestra intención no era defender las equívocas intenciones reales de Perón, sino de evitar, una vez más, que esos inveterados golpistas siguieran agitando la vida política nacional con amenazas explícitas a un gobierno que, además, no era contrario a sus aspiraciones. Pronto el juez Luís María Rodríguez, por la secretaría de Miguel Angel Almeyra, los dos de filiación radical, decidió desestimar nuestra denuncia, considerando que aquella solicitada contenía tan solo opiniones y de ninguna manera comstituía un delito. Fue muy curiosa la entrevista que mantuvimos con Almeyra, ex compañero de estudios en la Facultad, para notificarnos de esa decisión. Se mostró satisfecho por la decisión adoptada, pues de haber sido favorable, nos habría expuesto a múltiples desafíos a duelo, dado que todo militar querellado está obligado a afrontar de ese modo la defensa de su honor. Atiné a responderle que no teníamos que agradecerle una decisión que no se ajustaba a la ley.

La historia real de la "Operación Retorno", que comenzó con Perón escondido inicialmente en un baúl del auto para salir de su residencia y dirigirse al Aeropuerto, para despistar a los espías españoles y argentinos que seguían sus pasos, permitió que se embarcase con un reducido séquito, encabezado por Jorge Antonio, en un avión de línea de Iberia con rumbo final, según se supo después, en Asunción del Paraguay y con escala en Río de Janeiro. Allí terminó la aventura, pues el gobierno brasileño a pedido del argentino, lo demoró en el aeropuerto de El Galeao y lo obligó a reembarcarse ese mismo día en otro vuelo de Iberia que regresaba a Madrid. Fue una nueva jugada de Perón para retomar protagonismo en la vida política, pero sin ulteriores consecuencias.

Gracias a la buena disposición y amistad con el juez comercial Salvador María Lozada y del titular de una de sus secretarías, Francisco Migliardi, se me asignaron varias tareas como interventor en sociedades con socios en conflicto y para que las administrase mientras se resolvía el diferendo. Eso me permitía sumar complementarios ingresos.

El juez Salvador M. Lozada adquiriría luego gran notoriedad por su valiente y sólido fallo en el concurso de acreedores del frigorífico Swift en el que se había presentado el holding multinacional Deltec como acreedor mayoritario, cuando en verdad era su propietario. El fallo no sólo mostró el fraude que trataba de consumarse, sino también sentó un precedente importante en los tribunales argentinos, al enfrentar y enervar, primero en solitario y luego con el respaldo final de la Suprema Corte de Justicia, una maniobra de un conglomerado internacional para sustraerse a sus obligaciones legales en el país.

Merced a la amistad de mi padre con uno de los directores-propietarios del grupo Techint, Tany Rodocanachi, un simpático ingeniero italiano, pude incorporarme, como abogado-secretario del directorio de Propulsora, una de sus nuevas empresas siderúrgicas a instalarse en el país para desarrollar ambiciosos planes de producción de aceros planos. Mis tareas eran más bien administrativas, pues debía secundar al presidente del directorio, al cordial marqués italiano Adalberto Pallavecino García Mansilla, también accionista, que afanosamente bregaba junto a Agostino Rocca, presidente del Grupo, para obtener la aprobación del proyecto por Fabricaciones Militares y el gobierno nacional. Por el privilegiado lugar que ocupaba pude ser testigo, no sólo de las complicadas negociaciones con la corrupta burocracia estatal, sino también de los despiadados conflictos de la línea gerencial y ejecutiva interna.

Como me comentaba uno de los directores, si bien el management era de eficiencia norteamericana, en los manejos internos predominaba el estilo de una poco amigable "societá" italiana.

Al cabo de un año y de manera inesperada, volví a encontrarme con mi antiguo amigo, Gustavo Ferrari, preocupado porque su profesión de abogado independiente le dejaba poco margen para desarrollar sus más sentidas inquietudes de investigador de historia y política. Gustavo colaboraba en la atractiva revista política "El Príncipe", que con inteligencia y humor comentaba la actualidad política desde una perspectiva conservadora-liberal. También solía escribir sesudos artículos, dando comienzo a la que sería una prolífica tarea de historiador. En colaboración con Alberto Conil Paz, ya había publicado un estimulante y polémico libro titulado "Política exterior argentina – 1930-1960". A Conil Paz, otro lúcido columnista y colaborador de "El Príncipe", lo recuerdo especialmente por su enjundiosa y nunca igualada biografía postrera sobre Leopoldo Lugones. Era siempre un placer encontrarlo a Gustavo y dialogar con él, no obstante su habitual causticidad. Además, su condición de piadoso y austero católico-liberal enemigo de los extremos y muy celoso de independizar la política de las convicciones religiosas, así como su carácter aparentemente muy flemático, le permitían poner distancia con los acontecimientos y enfocarlos desde una perspectiva histórica.

Muchos años más tarde advertí que detrás de su carácter aparentemente sereno se agitaba un latente volcán emocional que desencadenaría su trágico final. Valoraba mucho su amistad y siempre me sorprendía su necesidad de enfrentar lo que él llamaba "prejuicios e ignorancias del mundo político". Englobaba injustamente los cuestionamientos a la historia oficial y a los que se proclamaban políticos liberales con la demagogia, lo cual le impedía comprender una parte importante de las necesidades y aspiraciones de la otra Argentina. Sobre todo esto manteníamos largas, a veces arduas, pero estimulantes conversaciones.

En uno de nuestros últimos encuentros mencionó un concurso convocado por el ministerio de Trabajo para ocupar ciertos cargos en el Consejo Nacional de Relaciones Profesionales, encargado de juzgar si los dirigentes o delegados sindicales podían ser despojados de sus fueros para así poder legalmente ser despedidos luego. Como nos pareció tentadora la oferta, decidimos presentarnos a los exámenes y felizmente resultamos elegidos, él como juez y yo como secretario de otro de los juzgados de la flamante institución que funcionaba en el viejo e histórico edificio de la Casa de la Moneda en la calle Defensa. Me vi, pues, obligado a dejar mi trabajo en Propulsora, la subsidiaria de Techint. En mi primer cargo público, entre largas audiencias a mi cargo, aprendí mucho del mundo sindical y empresarial. Disfruté también del clima de respeto y cordialidad que primaba en estas reuniones, para mí inesperado. Recuerdo con especial simpatía al presidente del Consejo, Dr. Jorge Maffía y a uno de sus consejeros que era además subsecretario de Trabajo del gobierno radical del presidente Illia, el Dr. Germán López. A pesar de que conocían la posición política de mi padre, ello nunca influyó en el trato amistoso, ni en el concurso de admisión. Circunstancias inusuales que mucho valoré en una Argentina tan propensa al sectarismo y al clientelismo como condiciones para acceder a los cargos públicos. Pero no pasaría demasiado tiempo para que esos sentimientos fueran puestos en cuestión.

7. UN MUNDO NUEVO: LA CANCILLERIA

Un viejo conocido de la Facultad, César Rezzónico, que había entrado por concurso público a la Cancillería (entonces eran anuales) y con quién solía encontrarme de tiempo en tiempo, no cejaba de alentarme a seguir sus pasos. Aunque su prédica no terminaba de convencerme, lo conversé con dos amigos abogados, con quienes yo había compartido el ya mencionado Equipo Joven de Estudios. El primero en cautivarse con la idea fue Jorge Hugo Herrera Vegas e ingresar, luego de presentárselo a Rezzónico para que lo instruyera sobre las condiciones del concurso. Al año siguiente fui yo quién convenció a Juan Archibaldo Lanús para abandonar su trabajo poco estimulante, más administrativo que jurídico, en una financiera, y concursara en una próxima convocatoria. También él tuvo éxito. Mi aliento a estos amigos los llevó, ya incorporados y entusiasmados con sus nuevas tareas, a convencerme de que debía dejar mi nada prometedor trabajo judicial y me presentase en el siguiente concurso público.

A mediados de 1965, después de tres meses de preparación, releyendo textos de historia, economía, geografía y cultura general, temas sobre los que iba a ser interrogado en variados exámenes de ingreso, más el repaso de mi inglés y mi francés, me presenté al nuevo concurso. Lo que más recuerdo agradecido son las conversaciones con la que fuera mi profesora de inglés, una austríaca de origen judío, mujer admirable, cuya sabiduría y cultura fueron para mí más estimulantes que el objetivo idiomático. Ella me alentó a leer las obras de Thomas Mann, en especial La Montaña Mágica, para mí un deslumbrante y perdurable tesoro. También a Erich Kahler, un filósofo austríaco poco conocido y en cuyo libro "Historia Universal del hombre" desarrolla la idea de que hay en la historia un proceso progresivo de autoconciencia por parte del género humano, idea muy emparentada con la visión religiosa de Teihlard de Chardin.

Por haber respondido satisfactoriamente en todos los coloquios del concurso, esperé con cierta confianza el anuncio de los elegidos. Tras darse los resultados sin mencionarse mi nombre entre los aprobados, se me acercó Arnoldo Listre un antiguo compañero de la Facultad de Derecho y miembro del gabinete del canciller Miguel Angel Zavala Ortiz, para confiarme que a pesar de mis buenos exámenes, me habían puesto una "bolilla negra", para reprobarme. Aunque agradecí el generoso gesto al mensajero, salí convencido de que debía lanzarme a un combate en ámbitos menos académicos.

Después de contarle a mi padre esas circunstancias, éste decidió hablar del tema con dos buenos amigos legisladores. El primero de ellos, comprovinciano y muy amigo desde la niñez, había sido gobernador de Tucumán durante la Presidencia de Frondizi, el Dr. Celestino Gelsi. El "Gringo" Gelsi como le llamaban, entonces un aguerrido legislador, tomó mi caso como el de un familiar y se apresuró a llamar a Zavala Ortiz, con quién en otros tiempos, hasta la escisión entre Balbín y Frondizi compartiera la militancia radical, para pedirle explicaciones. Según me contó después, le anticipó al ministro que plantearía mi tema en la siguiente sesión abierta del Congreso si no recibía una respuesta satisfactoria.

Al poco tiempo de esa conversación con el Canciller, éste le manifestó que diera por olvidado el incidente y que yo podría presentarme, esta vez sin obstáculos, a un nuevo concurso que se llamaría para el mes de Diciembre. Como me pareció que la propuesta no era suficiente, Gelsi le transmitió a Zavala Ortiz que sólo aceptaría presentarme si se excluía de los tribunales examinadores a todos los funcionarios radicales, exigencia que fue también aceptada. Yo sospechaba fundadamente que algunos de ellos tratarían otra vez de complicarme la vida. También intervino en mi defensa otro legislador y buen amigo de mi padre, el diputado radical Manuel Belnicoff de cercana relación con Zavala Ortiz. Don Manuel era un hombre especialmente cordial y bondadoso, el defensor más consecuente en el Congreso de los intereses de los jubilados. El también acogió con simpatía mis tribulaciones y no tardó tampoco en transmitirme la misma oferta que le hiciera el Canciller a nuestro amigo Gelsi. El gobierno radical no podía exponerse a que mi insignificante incidente se expusiera a la luz pública al trascender a los medios. Por otra parte, los legisladores radicales circunstancialmente mayoritarios por la proscripción del peronismo, habían aprobado hacía poco una curiosa ley por la cual el ingreso a la Cancillería para acceder a la categoría inferior del escalafón que en ese entonces era Agregado de embajada, solo podía realizarse por concurso. Además, los concursos serían únicamente para cubrir el 60% de las vacantes. El otro 40% quedaría librado a la discrecionalidad del Gobierno, incluso para ingresar sin limitaciones a cualquiera de las categorías de la carrera diplomática. Así fue como muchos compañeros de estudios en la Facultad entraron al Servicio Exterior con rangos elevados, sin exámenes, por el único mérito de su militancia radical. Algunos de ellos pudieron sobresalir luego como excelentes diplomáticos.

Como estaba previsto me presenté a concurso a fines de 1965 con solo diplomáticos profesionales como examinadores. En mi caso, tuve que lidiar en el de historia con un inquisitivo diplomático, el Embajador Santiago Sanz, que me pidió, de sopetón, múltiples detalles sobre la visita del presidente norteamericano Franklin Delano Roosveldt a nuestro país en 1936. Nunca sabré si lo hacía para lucirse o para saber "si era hijo de tigre", como le expresó tiempo después en un encuentro casual a mi padre, su compañero de estudios en Tucumán. Finalmente salí airoso de esa carrera de obstáculos en la que, en general, pude encontrar respuestas satisfactorias.

Lo curioso fue que los dos primeros puestos del concurso para seleccionar 20 entre 200 concursantes, recayeron en un abogado de ascendencia alemana, erudito y políglota, pero manifiestamente inadecuado por carácter y presencia física para representar al país en el exterior, y en un apasionado pianista. Siempre me ha preocupado la falta de criterio selectivo en el ingreso y para las promociones internas o destinos diplomáticos, donde es habitual cierta arbitrariedad, sin ponderar las aptitudes para desempeñarse como diplomáticos, ya sea por no tener dotes apropiadas de sociabilidad y una buena presencia o por carecer de conocimientos básicos sobre nuestro país para representarlo adecuadamente.

Con la creación del Instituto del Servicio Exterior (la escuela diplomática), al año siguiente de mi ingreso y tras el derrocamiento del gobierno radical se mejoró la profesionalidad del Servicio Exterior, pero se siguió incurriendo en los mismos defectos. Esto se me hizo más patente cuando ya ingresado, puede conocer a muchos colegas a los que llamábamos del "Ancien Régime", por provenir de familias patricias o de favores políticos circunstanciales, pero que poseían condiciones y aptitudes sobresalientes para las tareas diplomáticas, aunque no hubieran presentado títulos o dado exámenes para el ingreso.

Con mi nombramiento oficial antes de fin de año comenzaría una nueva vida, un "renacimiento" como diría Hanna Arendt. Debí presentar la renuncia a mi cargo judicial en el Ministerio de Trabajo y dejar atrás, para siempre, mi título de abogado, dado que, además de ejercer allí como tal, tenía hasta entonces la libertad de aceptar juicios propios con la sola prohibición de litigar contra el Estado. El trabajo en la Cancillería sería "full time".

Si bien mi primer destino fue al área de América del Sur, a instancias de un funcionario amigo pude pronto ser transferido a la Dirección de Asuntos Económicos. Su director era el ya embajador Leopoldo Tettamanti, que había ingresado durante el peronismo pero que por sus cualidades y talento había sobrevivido a las sucesivas purgas políticas. Esos cambios lo habían sin duda marcado. Un día nos contó inesperadamente que, en su opinión, los diplomáticos debíamos ser como esas pelotas que se metamorfosean al estrellarse contra las paredes. Me contrarió esa mirada "cosificada" y deprimente de la carrera diplomática y sobre todo su conclusión obvia de que era la única manera de sobrellevarla. En ese entonces contaba con la confianza del Canciller Zavala Ortiz y ejercía una decisiva influencia en todas las relaciones económicas del país con el exterior. Tettamanti, no desbordaba simpatía pero ejercía su cargo con cordial autoridad y mucha dedicación. Era un "cuadro", como dicen los franceses de los burócratas calificados, muy eficaz y ambicioso.

El conglomerado humano que nos rodeaba era variopinto, pues coexistíamos los ingresados por concurso con antiguos funcionarios ingresados con el peronismo o la Revolución Libertadora. Tettamanti parecía no hacer distinciones entre ellos, pero prefería que las cuestiones multilaterales más complejas recayeran en los primeros. A mí se me confió atender los organismos multilaterales americanos en los temas económicos. Trabajábamos con tres excelentes e ingeniosos colegas en un estrecho cuarto al que habían bautizado como "cotocina", al que se accedía por una imprevista y tortuosa escalera, que podía haber sido la cocinita o el "cotorro" de alguno de los antiguos moradores del Palacio Anchorena. Teníamos allí tres escritorios. Uno de ellos lo ocupaba Armando René Skavo, un talentoso egresado de filosofía y apasionado de Nietzsche, además de sobreviviente de una complicada experiencia en Irán, donde había estado destinado y contraído matrimonio obligado, según los ritos musulmanes, con una persona allegada a los círculos oficiales. Aunque estaba ya divorciado, esa boda religiosa lo había hecho caer en desgracia tontamente ante sus superiores. Con su enorme ingenio y simpatía decoró todas las paredes de nuestro habitáculo de difícil acceso con fotografías y leyendas alusivas. Recuerdo todavía una frase que ocupaba un lugar destacado y que al principio pensábamos extraída de algún escritor de renombre y luego descubrimos que era copiada de una barata novela policial. Decía así y era la consigna de la "cotocina": "Don´t worry and don´t hurry, and don´t forget to smell the flowers along the way" (No te preocupes y no te apresures, y no te olvides de oler las flores a lo largo del camino). Skavo se ocupaba con eficiencia de las poco estimulantes negociaciones de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC).

Convivíamos también en una atmósfera de camaradería con colegas que venían de ocupar consulados de fronteras o de lejanas latitudes. Todos ponían mucha pasión en su trabajo y fue ésa mi feliz primera experiencia grupal, muy estimulante para mi futuro en el servicio exterior. En ese ámbito comencé a apreciar el sentido misional que tendría para mí la carrera diplomática y a entender la nobleza de nuestra tarea de procurar defender el interés nacional, más allá de toda preocupación personal o política partidaria. Siempre me acompañó a lo largo de los años la idea de orientarme preguntándome en cada circunstancia cuáles eran los intereses en juego para el país.

Mi primer trabajo fuera del "Palacio", como llamábamos al edificio de la cancillería en ese entonces, fue actuar, ya con las autoridades del nuevo gobierno que destituyó al presidente Illia, en un grupo de trabajo preparatorio de una Conferencia Extraordinaria de la OEA, a realizarse en Buenos Aires. En mayo integré nuestra Delegación a la 12ª Reunión de la Comisión Económica para América Latina, que se reunió en Caracas. Ese organismo regional de las Naciones Unidas, la CEPAL, estaba presidida por un economista argentino de renombre internacional, Raúl Prebisch, con quién tuve ocasión de recordar a mi abuelo Jacovella, al que él había frecuentado con simpatía en su juventud tucumana.

La conferencia tenía lugar en un lujoso hotel cinco estrellas situado en la costa venezolana, no muy lejos de Caracas, y en un ambiente más propicio para el disfrute tropical en sus variadas piletas que para ocuparnos de la pobreza y los medios para incrementar el desarrollo latinoamericano. No pude dejar de preguntarle a mi ilustre comprovinciano sobre tan curioso contraste. Su paciente y afable respuesta fue que estábamos allí por decisión del país anfitrión y que nuestra tarea era la de crear conciencia progresiva sobre los dilemas que debíamos afrontar en nuestra América, más allá de los ámbitos en los que nos reuníamos. Sus libros sobre la promoción económica en los países en desarrollo, periféricos a las grandes potencias, o sobre el deterioro de los términos del intercambio en perjuicio de los países productores de materias primas, tuvieron alta trascendencia y coronaron su trayectoria al crearse, con su aliento, el máximo organismo de comercio y desarrollo de las Naciones Unidas (1964), la UNCTAD, al que le tocaría presidir. También fue el impulsor desde la CEPAL del primer organismo de integración económica latinoamericana (la ALALC), tema que constituyó una de sus principales preocupaciones intelectuales. Guardé siempre de él una gran estima personal e intelectual. Lamentablemente su renombre fue opacado en nuestro país por el plan económico que presentó a las autoridades de la Revolución Libertadora y que fuera injustamente fustigado con ferocidad por Arturo Jauretche. Prebisch solo estuvo tres meses en funciones y luego prefirió abandonar la Argentina, desilusionado por la falta de respuesta a sus preocupaciones.

A los pocos meses, en septiembre de 1967, fui designado en la Delegación argentina a una reunión de la Coordinación Económica Latinoamericana (CECLA), que se realizó en Bogotá. La presidía el entonces Secretario de Comercio, el lúcido y cordial Gabriel Martínez, que me asombraba por su facilidad para redactar extensos documentos que rara vez eran corregidos por los otros participantes y que en ese entonces, sin advertirlo, prácticamente se repetían en casi todas las reuniones latinoamericanas. También los discursos eran interminables. El brillante economista brasileño Roberto Campos solía citar con punzante ironía a un diplomático inglés, seguramente apócrifo, al que le impresionaba "la capacidad de ciertos latinoamericanos de transformar pocos gramos de hechos en toneladas de palabras…"

Cuando todo hacía pensar que Tettamanti era insustituible en su cargo, debió asumir después otras responsabilidades en el gobierno, por lo que fue reemplazado por el entonces subdirector. El consejero Enrique Carrier reemplazó a este último. El talento y la destreza de Carrier en los temas financieros pronto cautivarían al nuevo ministro de Economía, Adalberto Krieger Vasena, ya bajo el nuevo gobierno de Onganía, que lo incorporó rápidamente a su equipo de cercanos colaboradores.

Carrier tenía un trato afable, una inteligencia sin alardes y un gran sentido práctico, que le permitía sustraerse a los rituales entonces vigentes de un cuerpo tan rígidamente jerárquico como la Cancillería.

Más allá de mis vicisitudes personales, debo reconocer que la gestión de Zavala Ortiz fue singularmente positiva para el país, no sólo porque se condujo con destreza y gran dignidad en los temas internacionales en los que intervino, sino también porque le tocó propiciar con éxito dos iniciativas de gran importancia para la Argentina. La primera fue, aprovechando la ola descolonizadora que crecía en las Naciones Unidas y respaldando la inteligente gestión de nuestro embajador en esa sede, José María Ruda, conseguir aprobar una que sería después célebre Resolución sobre el caso de las Islas Malvinas. Por la misma se aceptaba que debían incluirse como un caso especial de situación colonial, pero respetando el principio no menos válido de integridad territorial (a la Argentina). Esa Resolución aprobada con amplia mayoría y por nuestra iniciativa, instaba a Gran Bretaña y a la Argentina a emprender negociaciones sobre la soberanía de las Islas, lo que implicaba una innovación y un triunfo muy importante para nuestra diplomacia, que reclamaba inútilmente desde hacía más de un siglo por la usurpación inglesa de esa parte de nuestro territorio.

La otra iniciativa relevante de la gestión de Zavala Ortiz estuvo referida al auspicio que dio para que en ese vasto y rico territorio de la Cuenca del Plata, entidad geográfica que abarca porciones significativas de nuestro país, de Brasil, Paraguay, Bolivia y Uruguay, se pudiesen coordinar las obras y los esfuerzos para el desarrollo armónico de sus enormes recursos, en especial en materia hidroeléctrica, tan naturalmente interdependientes. La propuesta original fue presentada a nuestro canciller por el renombrado jurista Guillermo Cano y por un talentoso y al mismo tiempo obsesivo ingeniero hídrico, Mario Fuschini Mejía, como una fórmula inteligente e ingeniosa para asegurar que Brasil no realizase obras hidroeléctricas inconsultas, aguas arriba de los ríos Paraguay y Paraná, que pudieran afectar la construcción por parte nuestra de otras obras similares aguas abajo.

El ingeniero Fuschini le había dado visibilidad a una común geografía de la que participaban cinco países, procurando así asegurar una indispensable cooperación impuesta por la misma naturaleza. Brasil, por ese entonces, no sólo estaba proyectando una gran represa con Paraguay sobre el rio Paraná que podía afectar a nuestros intereses, ya sea impidiendo otras obras aguas abajo, ya sea provocando peligrosos desbordes o inundaciones en nuestro territorio. También estaba estrenando nuevamente una tentación recurrente de la política brasileña, a la que sus más lúcidos historiadores denominaron "ufanismo", una inclinación a la "autosuficiencia", y que lo predisponía a no aceptar ninguna traba que pudiera afectar a sus designios.

Esa ambiciosa iniciativa que hizo suya Zavala Ortiz, recién pudo recoger sus primeros frutos con el cambio de gobierno, aunque debe reconocerse a su gestión los inicios de ese ambicioso proyecto geopolítico que ocuparía una atención preferencial durante más de quince años por parte de nuestra cancillería y que condicionaría, de ahí en más, nuestras difíciles relaciones con Brasil. Los temas de la Cuenca también ocuparon importantes trechos de mi carrera diplomática, dado que me cupo atender su problemática en diferentes y arduos períodos en los me desempeñé como protagonista cada vez más involucrado en las negociaciones, hasta arribar a lo que podría calificar, como satisfactorio desenlace.

También fueron muy positivos los acuerdos firmados durante su visita al país con los presidentes de Francia, de Italia y de Alemania, así como la firme oposición del presidente Illia al envío de tropas a la República Dominicana para intervenir en sus asuntos internos.

A pesar del módico caudal electoral que lo llevó sorpresivamnte al gobierno, la gestión del presidente Arturo Illia, si bien acosada por el peronismo político y sindical y las rencorosas huestes frondicistas, se iba abriendo camino pacíficamente, al menos para mi sensibilidad de entonces, sin demasiados sobresaltos. A pesar del alto costo que le significó la estéril anulación principista de los contratos petroleros firmados por Frondizi y la turbulencia interna de sus comienzos, los datos económicos comenzaron a ser auspiciosos y pudo alcanzarse una pasajera tregua en nuestro mundo social y político.

Sin embargo, la figura de un presidente provinciano y modesto fue siendo presentada en la imaginería pública por varios medios periodísticos, sobre todo por el astuto y peligroso Jacobo Timerman, como la de una tortuga. Ello servía para ocultar la principal preocupación, que era la decisión del doctor Illia de ir abriendo las compuertas para la participación política del peronismo, tema aún insoportable para un sector significativo de las Fuerzas Armadas y de la tradicional dirigencia argentina. Por otra parte, a pesar de los agoreros, como se pudo comprobar años más tarde, el país estaba experimentando una gran recuperación económica, con altos índices de crecimiento y con promisorias perspectivas futuras.

Pero no eran sólo las campañas destructiva del periodismo. También se agitaban los cuarteles y hervían los conciliábulos de militares con civiles y entre civiles, puestos, como siempre, a imaginar desenlaces políticos que pudieran sortear el "obstáculo" latente del próximo e inevitable triunfo electoral del peronismo. Como bien lo destaca el general Eduardo Castro Sanchez en su obra póstuma, que sus herederos publicaron con el título de "Traición 66", la incapacidad de Illia para tomar decisiones que abortaran los sucesivos aprestos insurreccionales, pese a contar con mayoritarias fuerzas leales y su dificultad, lo mismo que Frondizi años atrás, para afrontar la represión armada de los rebeldes, terminaron con hacer irremediable un desenlace que podría haberse evitado de haber contado con la energía y la decisión que la hora exigía.

El general Castro Sanchez había sido su frustrado ministro de Guerra. Pensar que todo es negociable, como en los comités partidarios, terminó con el sucesivo sacrificio de los militares leales y la caída final de su gobierno, impulsada por la novedosa alianza de sectores militares con el ala neoperonista del sindicalismo. En esos años fui convocado, con varios amigos, a entrevistas con altos jefes militares para comentar temas polítticos, sin tomar plena conciencia de que esos encuentros eran parte de una estrategia para formular futuros planes de gobierno. En contraste con esas primeras percepciones mías, Mariano Montemayor, ya enrolado en las huestes golpistas afines al frondicismo, publicó en abril de 1966 una célebre entrevista realizada en Madrid a Perón en la que éste daba luz verde al cambio de Gobierno. Perón pensaba que era mejor sumarse a la corriente y evitar que el neoperonismo adquiriera renovado vigor. En ese entonces me costaba pensar, no obstante algunos signos agoreros, que estuvieran dadas las condiciones para una nueva alteración del orden constitucional, por lo que el desenlace no dejó de sorprenderme. El General Onganía, pregonero insistente de la prescindencia política de las Fuerzas Armadas y el hombre de mayor prestigio en el Ejército, engolosinado con las promesas del poder, cambió también de bando y se puso al frente de la coalición que finalmente derrocó al presidente Illia. Esto pasaría a ser otra historia, para el país y también para mi carrera diplomática.

8. VOLUNTARIO A LA UNION SOVIÉTICA

Como gran parte de mis colegas con los que había ingresado ya estaban siendo confirmados en sus primeros destinos diplomáticos, empecé yo también a pensar en salir del país cuando me enteré que buscaban un voluntario de mi rango para ir a Moscú. Mi entusiasmo por las lecturas de Dostoievski y Tolstoi me había llevado mucho tiempo atrás a comenzar estudios de ruso, mientras cursaba Derecho, pensando que acaso algún día podría leer a mis favoritos en su lengua original, estudios que al año debí abandonar a causa de las crecientes obligaciones de la Facultad. Cuando el embajador Jorge Casal, a quién conocí en una reunión social, me confirmó la propuesta, reviví aquellas ilusiones y a la brevedad decidí aceptarla. Todos los destinos diplomáticos requerían en ese entonces un decreto presidencial. Gracias a su ágil tramitación, en un plazo breve ya estaba embarcándome rumbo a mi primer y lejano destino. Recuerdo, como hecho significativo, que uno de mis amigos del ya disuelto mencionado Equipo Jóven de Estudios y que había sido nombrado Subsecretario de la Presidencia en la nueva gestión gubernativa, Diego Muñiz Barreto, me anticipó en una de mis despedidas, que contase con él para quedarme un largo período afuera del país, porque el proyecto del "patroncito" (como le llamaba al general Onganía) era quedarse en el poder por veinte años… A nuestra llegada a Moscú debimos alojarnos en la residencia del embajador Casal, a la espera de que la oficina del gobierno para diplomáticos me asignara un departamento, pedido que se había realizado un mes antes. Esto sirvió no solo para aclimatarnos, sino también para recibir las primeras orientaciones sobre ese nuevo mundo. Casal era un diplomático de larga carrera y muy inteligente. Gran lector, con permanente curiosidad para interesarse no sólo en las opiniones escritas, sino también y sobre todo en aquellas de los importantes interlocutores que frecuentaba. Era de una orgullosa discreción, lo que lo hacía un extraño en nuestra diplomacia, donde solían sobresalir los más presuntuosos y componedores con los poderes de turno. Unía a una vasta cultura y el dominio de varios idiomas, una gran calidez personal y una compostura física muy atrayente, lo cual lo volvía una de las figuras de mayor relieve en la comunidad extranjera de Moscú. Lo favorecía, también, que su mujer fuera igualmente atractiva y culta. Fue sin duda el embajador más completo que conocí en nuestra Cancillería. Con ministros más profesionales y con políticas exteriores más consistentes debería haber ocupado las más altas representaciones de nuestro país en el mundo.

Sus primeras indicaciones apuntaron a que debía perfeccionar mi aprendizaje del ruso, indispensable para mis tareas. También la conveniencia de conocer el país, con viajes por el interior y las comarcas de las distintas regiones y repúblicas. Como Moscú estaba cercada por una carretera periférica situada a 40 kilómetros, todo desplazamiento más allá de ese límite debía contar con una autorización oficial tramitada por escrito y con suficiente antelación en la oficina para extranjeros. Debíamos asimismo evitar el trato con nativas, dado que era muy común poder luego chantajearnos con las más inesperadas excusas: abusar de una menor o conspirar contra la estabilidad de la familia soviética por tratarse de una mujer casada. No fue vana esa advertencia. A los pocos días recibí una llamada telefónica de cierta mujer que, en perfecto castellano, me invitaba a conocerla. Como estábamos rodeados de micrófonos, la recomendación era de ser especialmente discretos en todas nuestras conversaciones, aún en nuestros domicilios. También me informó que cada tres meses tendría la posibilidad de viajar a Copenhage, luego cambiada por Zurich, para entregar la valija diplomática que allí recogían, como las de otros países comunistas, funcionarios llegados de Buenos Aires quincenalmente. Era un estímulo adicional que se nos ofrecía para "airearnos" durante tres o cuatro días, fuera de la atmósfera sofocante del mundo soviético. De esos viajes podíamos participar de modo rotativo todos los funcionarios diplomáticos y administrativos de la embajada.

La primera impresión de la ciudad fue de desolación. Grandes avenidas flanqueadas por interminables barracones grises y oscurecidos por una persistente polución, solo interrumpidos por los pocos e imponentes edificios monumentales construidos en la época de Stalin y las sobrevivientes iglesias con sus cúpulas encebolladas. Escasos autos en las calles, dado que su producción y posesión era bastante restringida y muchos taxis, las famosas "chaikas" (gaviotas), todas de un mismo modelo y que funcionaban como colectivos, porque recogían forzadamente varios pasajeros, lo que los obligaba a hacer frecuentes desvíos, demorando así mucho los viajes hasta concluir el último destino. De noche y de día, debido al alto consumo de vodka, por otra parte muy cara para los nativos, era habitual observar numerosos borrachos tirados en las veredas y hasta en las mismas calzadas. El alcoholismo, como luego lo comprobé, alentado por la inclemencia del tiempo y la dureza de la vida cotidiana, constituía una verdadera plaga nacional. La gente estaba generalmente mal vestida y de modo muy uniforme; no tenían opciones ni variedad para adquirirlas. Las tiendas carecían de vidrieras y sólo eran perceptibles debido a las habituales colas de gentes que se formaban, convocadas por la información boca a boca, de que habían llegado nuevos artículos o alimentos hasta entonces escasos o más atractivos. Todo ello conformaba una atmósfera lúgubre y con cierta sensación de irrealidad.

Al poco tiempo me asignaron un departamento en un edificio contiguo a otros tres que formaban un bloque al que se accedía traspasando una barrera, custodiada por un guardia que controlaba todas las entradas, lo que llamábamos un "compound" que estaba destinado sólo a extranjeros: diplomáticos, comerciantes, periodistas y seguramente algunos dobles agentes. También había un portero que ejercía otro control en la entrada de cada edificio. No pasaron muchos días y llegó Tania, una rusa menuda y bastante agraciada , aunque de maneras más bien rústicas que delataban su no remoto origen campesino, que me hacía recordar a Julie Christie, la actriz del film "Doctor Zhivago". Tenía un cuerpo más bien delgado. Mucho después nos contó entristecida que a su marido, como a la mayoría de los rusos, le hubiera gustado que fuera más rolliza. Como supuestamente no hablaba castellano, al principio debimos esforzarnos en utilizar un lenguaje muy rudimentario y con mímicas. Al final de nuestra estadía nos confesó que sus reportes semanales a la oficina de Extranjeros fueron siempre favorables y que ella tenía un grado militar. Dimos por sentado que sus informes versaban sobre cuanto veía y escuchaba en casa y que su satisfacción se debía a que ella también había sido examinada siempre con éxito, para certificar que no la había "contaminado" nuestra compañía. No bastaban al gigantesco aparato burocrático oficial los micrófonos en las habitaciones de nuestro departamento, en el ascensor, en mi automóvil (que debí entregar una semana para su "patentamiento"), con los informes de la portería y el guardia de la barrera y de los rusos que nos frecuentaban. También sometían a la pobre Tania a un minucioso interrogatorio semanal. Nos imaginábamos, sin embargo, que ese enorme volumen de información sería imposible de procesar, dado que el sistema de computación soviético de entonces era muy rudimentario.

Los rusos, por otra parte, debían contar con pasaportes internos para desplazarse dentro de la Unión y obtener un permiso especial para cambiar de residencia, lo que implicaba reforzar el control de toda la población.

El trabajo en la embajada absorbía buena parte del día. Como yo venía del área económica, se me asignó ocuparme de temas afines y comerciales en colaboración con el consejero comercial, que tenía oficina en otro edificio. También de los problemas del COMECON (Consejo Económico de Ayuda Mutua) que era una especie de mercado común de todos los países comunistas de Europa del Este, así como de las relaciones de la Unión Soviética con los países latinoamericanos.

Preparé un archivo con casi cien carpetas, para ordenar separadamente la abundante información que se nos proveía sobre los distintos rubros. Recibíamos un boletín en inglés en el que cada día se resumían los principales artículos de la prensa soviética. Cuando alguno era de especial interés, procurábamos que fuera traducido in-extenso por los dos traductores que teníamos en la embajada y cuyas oficinas estaban aisladas en otro piso. También recibíamos la edición diaria del "International Herald Tribune” - que era la edición europea del "New York Times " y el "Washington Post”- y "Le Monde " parisino, así como permanentes cables de noticias de la agencia Reuter, en los que se incluían los principales artículos publicados en el extranjero sobre la Unión Soviética. Además, nuestro asiduo contacto con los corresponsales extranjeros y los diplomáticos occidentales, nos permitía ampliar nuestro espectro informativo. Las radios soviéticas reproducían, por otra parte, las consignas y artículos de la prensa oficial. De noche, por onda corta, se podían escuchar, a veces, las potentes emisiones en ruso de la "Voice of America" que transmitía desde Salónica o de la BBC de Londres, cuando lograban sortear las tercas interferencias locales. Seguramente muchos rusos podrían seguir esas audiciones, aunque nunca pudimos ponderar su alcance ni su grado de influencia.

Uno de nuestros traductores-intérpretes era el "Vasco" Etchenique, que como joven y disciplinado militante comunista en la Guerra Civil española había sido escogido y trasladado a Moscú al final de la contienda, al igual que tantos de sus compatriotas, por las autoridades soviéticas. Casi todos ellos habían formado nuevas familias con rusas y nunca hasta entonces habían podido regresar a España. Etchenique mantenía una honda nostalgia por su tierra natal y un invariable acento castizo cuando se animaba a contarnos con mucha reticencia alguno de sus recuerdos de la guerra. Yo recordaba lo dicho por Howard Fast en su "Espartaco", que los romanos elegían a los mejores gladiadores entre los enfermos de nostalgia, porque eran los más bravíos… Su mujer era rusa y su hija moscovita era violinista. Solía frecuentar como muchos otros veteranos la "Casa de España", presidida con mano de hierro por Dolores Ibarruri, la famosa dirigente comunista en la Guerra Civil, conocida como "la Pasionaria", cuya adhesión a Stalin y al régimen soviético seguía inconmovible, como lo demostró al apoyar con entusiasmo la invasión a Checoslovaquia en 1968 . Se decía que en esa casa se tomaba el mejor café expreso de Moscú y que entre los habituales contertulios estaban también los llamados "niños de la guerra", considerados hispano-soviéticos, y que fueron trasladados desde la Península cuando tenían menos de diez años. Algunos de esos españoles-sovietizados se habían ya incorporado, en diversas funciones, al gobierno de Fidel Castro en Cuba. Por supuesto era un ámbito exclusivo e inaccesible para nuestra curiosidad. La otra traductora-intérprete, Svetlana, era una agradable y conformista agente de la burocracia soviética.

Aunque teníamos un funcionario especializado para codificar nuestros telegramas reservados, todos los diplomáticos estábamos entrenados para hacerlo en caso de emergencia o para cubrir sus vacaciones. Teníamos, además, sumo cuidado con nuestras conversaciones reservadas y solíamos realizarlas con una radio encendida, dado que los soviéticos tenían micrófonos direccionales que les permitían escucharnos a una distancia mayor a los cien metros. Tardíamente leímos la novela autobiográfica de Alexander Solzhenitzin "El primer círculo", donde se mostraba cómo, en una cárcel especial para presos políticos de alta capacidad científica, ámbito en el que estuvo castigado más de ocho años tras haberle interceptado correspondencia enviada desde el frente de combate con críticas a Stalin, se había logrado la descomposición de los sonidos. El autor, además de eximio intelectual y novelista, era un acreditado matemático que había participado activamente como soldado durante la guerra contra los nazis.

Vivíamos como en un barco inmóvil y casi invisible para el mundo ruso. Aunque muchos llegamos a hablar su idioma, nuestros posibles interlocutores eran muy limitados dado que eran pocos los nativos que podían tener trato con extranjeros. De allí que los diplomáticos, corresponsales y los escasos representantes de empresas integrábamos una especie de "gueto" de obligada y al principio agradable frecuentación. Las comidas y los "partys", en ambientes forzadamente promiscuos y con cierto relajamiento de costumbres, formaban parte de nuestra agenda semanal.

Como casi la mitad del año amanecía muy tarde y después del mediodía comenzaba ya a oscurecer, sumado al clima destemplado, con máximas de más de 30 grados bajo cero en invierno, nos veíamos obligados a vivir y frecuentar solo lugares cerrados. En ese mundo donde la noche y el día se confundían, comencé a entender las evocaciones de los "delirios dostievskianos" y sus vivencias cuando la realidad se esfumaba y perdía sus contornos. Los soviéticos, además, habían creado, con sus limitaciones y controles, una atmósfera muchas veces sofocante, que repercutía en imprevistos trastornos de conducta, como sorprender a una empleada hablando sola o a otro que empezó a dar largos mugidos en los atardeceres. Uno de nuestros diplomáticos junto a un empleado administrativo argentino, como nos enteramos después, solían emborracharse y frecuentar prostitutas en los hoteles para extranjeros. El segundo, que no gozaba de inmunidad diplomática, en una de esas noches tenebrosas moscovitas, atropelló mortalmente a un ciudadano soviético, por lo que debió permanecer más de un año en prisión tras arduas gestiones. El embajador, aunque irritado por estas transgresiones irresponsables, generosamente pidió a la Cancillería que el primero, Abel Parentini, fuese trasladado con urgencia a otro destino, visto el peligro que representaba su permanencia en nuestra embajada.

No era raro, por otra parte, que en esas veladas alguno de los contertulios recibiese una imprevista notificación de que debía abandonar el país en 24 o 48 horas por ser declarado, sin explicaciones adicionales, "persona non grata". Recuerdo una noche en la que estaba invitado a comer al departamento de Wayne Smith, consejero político de la embajada norteamericana, comida que debió suspenderse a último momento por haber recibido el anfitrión una notificación semejante. Wayne era un diplomático de carrera con previos servicios en la embajada de su país en Cuba entre 1958 y 1961, por lo que fue un testigo privilegiado de la Revolución de Fidel Castro, a quién tuvo ocasión de conocer, y también de la ruptura de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, ocasión en la que debió incorporarse a la embajada de Suiza para seguir atendiendo asuntos administrativos indispensables. En nuestras conversaciones moscovitas él lamentaba esa ruptura, a la que no consideraba inevitable. De físico imponente y con una barba "castrista", se destacaba en Moscú por su avasallante personalidad. Solía frecuentarnos e interesarse con cierta curiosidad en nuestras opiniones, por lo que siempre nos dejaba un poco intrigados sobre sus reales intenciones. Nos parecía un "angel guardian" de los latinoamericanos en Moscú. Hablaba fluidamente el ruso y el español.

Después de su salida de la Unión Soviética estuvo destinado varios años en la embajada en la Argentina, donde volví a encontrarlo en las postrimerías del gobierno del general Lanusse y en donde permaneció durante los conflictivos gobiernos de Cámpora, Perón e Isabel Perón. Entre 1979 y 1982 por designación expresa del presidente James Carter, fue jefe de la sección de intereses de su país en La Habana (fachada escogida para disimular la imposibilidad formal de asumir como embajador), tiempo en el cual mantuvo una tempestuosa aunque siempre cordial relación con Fidel Castro, tarea que resignó en 1982 por disidencia con la nueva política de duro enfrentamiento asumida por su nuevo presidente Ronald Reagan.

Otro curioso incidente lo sufrió un funcionario adscripto a nuestra embajada. Sospechábamos que era de nuestro Servicio de Informaciones y tenía una oficina independiente de las nuestras. En vez de declararlo "persona non grata", comenzaron a cortarle el agua y el gas de su departamento y a sembrarlo con ratas. También lo seguían de cerca cuando se desplazaba, de manera ostensible y hostil, como pude comprobarlo personalmente. Seguramente las autoridades locales usaron esos métodos atrabiliarios para evitar formalizar un pedido de expulsión. A pesar de que el embajador no recibió ninguna comunicación sobre el particular, decidió también en este caso, pedir a nuestras autoridades que lo removieran antes que se produjera una situación más enojosa. Nunca supimos, por otra parte, el motivo del enojo soviético…

La llegada de las empresas Fiat y Pirelli, las primeras extranjeras que acordaron instalarse en la URSS como asociadas y que aterrizaron con numerosos planteles de ingenieros y técnicos italianos, sumó nuevos "habitués" a la noche moscovita, porque ellos pudieron sumar a sus jolgorios a muchas rusas y rusos vinculados al aparato oficial sin sufrir las restricciones o penas a que podían verse expuestos unos y otras. Así fue que la poco agraciada hija de Brezhnev, la máxima autoridad del país, pudo incorporarse a esa inesperada vida nocturna. Uno de esos italianos me contó que Leonid Brezhnev coleccionaba automóviles de lujo occidentales y que uno de sus placeres era conducirlos orgulloso dentro del perímetro de su "dacha" (quinta).

Las diversiones, además, no eran muy variadas. Estaba sobre todo el mundo del ballet y de la música, que contaban con sobresalientes intérpretes. Maya Plisétskaya era una notable bailarina que ocupaba en el imaginario público un papel semejante al de una afamada estrella de Hollywood en Occidente. Era ya entonces considerada la mayor bailarina del mundo. Su prestigio y su coraje le permitieron solidarizarse públicamente con Solzhenitzin, cuando fue expulsado en 1969 de la Unión de Escritores y al año siguiente al ganar el Premio Nobel de literatura. Pese a ser de origen judío, en un paisaje comunista de larvado antisemitismo, había logrado no sólo ser una figura de gran relieve artístico sino también político, a quien las autoridades se veían obligadas a tolerar por ser un ícono del país allende sus fronteras. No era fácil conseguir entradas para sus actuaciones en el teatro Bolshoi (Grande), dado que todo debía tramitarse por escrito ante la oficina para extranjeros. Llegué a conocerla y apreciarla circunstancialmente en un cóctel diplomático; de figura menuda, transmitía una gran intensidad en su mirada. También estaban los conciertos de los famosos y admirados violinistas David Oistraj y Leonid Kogan, así como del no menos laureado violonchelista Mstislav Rostropovich. A éste último lo sorprendí un día, inesperadamente, detrás de una columna en una iglesia ortodoxa, como ocultándose porque esa presencia estaba mal vista en el mundo soviético. Había sido alumno de Serguei Prokoviev y Dimitri Shostacovich. En 1970 el diario oficial Pravda (Verdad) se animó a publicarle una extensa carta de solidaridad con Solzhenitzin, lo que mucho nos sorprendió. Seguramente su prestigio y el haber obtenido los máximos galardones del país, los premios Lenin y Stalin, le permitieron abrirse ese camino, aunque después debió sufrir el asedio oficial y la prohibición de participar en conciertos públicos hasta su forzada decisión de exiliarse cuatro años más tarde.

Los cines rusos solo exhibían films mediocres y a menudo con mensajes para acentuar el ideario comunista; las buenas películas se destinaban al extranjero. Aunque visitar los museos del Kremlin era más complicado, nos quedaban el Pushkin, de Bellas Artes, con obras de gran valor y el Tretiakov, reservado a pintores rusos. También estaban las esporádicas recorridas por la famosa calle Arbat, con sus tiendas de anticuarios, donde muy pocas veces se podían encontrar piezas de cierto valor, dado que mayormente eran falsificaciones u objetos modernos malvendidos por gentes con apuros económicos. Funcionaban más bien como los "mercados de pulgas" de las capitales europeas. Los pocos restaurantes habilitados para extranjeros eran, por otra parte, muy deficientes, no sólo por la escasez y baja calidad de los platos ofrecidos, sino también porque había que resignarse a largas esperas para ser atendidos y luego servidos.

Solíamos, a veces, jugar al tenis con otros diplomáticos en el complejo del estadio Lenin, que tenía algunas canchas cubiertas. No era fácil conseguir turno y la consiguiente autorización oficial, que debíamos solicitar con gran anticipación. Recuerdo que después de los partidos para acceder a las duchas debíamos antes acudir sin ropas a un mostrador administrado por corpulentas rusas que nos proveerían de las necesarias toallas. En una de esas ocasiones me permití hacerles una broma sobre la forzada contemplación de innumerables cuerpos desnudos, lo que les provocó no sólo un intenso sonrojo de sus rostros, sino también un claro desagrado. Para los rusos, al igual que para gran parte de los pueblos bálticos, en general, la desnudez se vive como algo natural e inocente y que sólo se puede ver perturbada por su destaque con palabras.

El Kremlin, la célebre ciudadela contigua a la Plaza Roja y flanqueada por una muralla de 2 kilómetros, con muros de 8 a 17 métros de altura y de 4 a 5 métros de espesor, era la sede de los principales órganos del Gobierno, el Presidium del Soviet Supremo, el Soviet de las Nacionalidades, el Palacio del Congreso y el de las máximas instituciones de justicia. También albergaba en sus 28 hectáreas algunos célebres museos y antiguos conventos que milagrosamente escaparon a la destrucción tras la revolución comunista y la furia del stalinismo. El Kremlin era inaccesible al común de los mortales y los diplomáticos solo podíamos visitar unos pocos recintos con previa y formal autorización. Símbolo del poder y del secreto ya desde la época de los zares, estaba envuelto en esa atmósfera de misterio de estilo oriental que rodea a los gobernantes en toda la historia rusa y que se prolongó con Stalin, el "Zar de los bolcheviques". Dentro de sus muros se decidieron las célebres "purgas" políticas de 1936 y 1938, que costaron la vida a decenas de prominentes figuras del comunismo nacional e internacional, con lo que el Kremlin pasó a ser no sólo una metáfora del poder omnímodo y arbitrario del Gobierno, sino también un emblema del terror.

Uno de los choferes de nuestra embajada, Anatol, que todavía seguía en ese cargo, le imploró al entonces embajador argentino Leopoldo Bravo, a punto de hacer una visita protocolar a Stalin, que le permitiera no atravesar con el auto la puerta del Kremlin y esperarlo junto a la muralla exterior, por temor a que luego no lo dejaran salir. Anatol era entonces un militar de cierto nivel y pude ser testigo directo de su elocuente testimonio que era ya una viva leyenda. El Mausoleo de Lenín, situado junto a las murallas del Kremlin y frente a la Plaza Roja era un lugar muy concurrido por rusos y turistas y de peregrinaje habitual por los recién casados que depositaban allí ritualmente su ramillete de flores para "devotamente" encomendarle su suerte.

Nuestro país había sido uno de los primeros latinoamericanos en acreditar un embajador en Moscu, después de la Segunda Guerra Mundial, aunque las relaciones tuvieron luego varios altibajos. Todo cambió en 1953, con motivo del importante estrechamiento de las relaciones políticas y económicas entre los gobiernos de Perón y Stalin, con el trasfondo de la contemporánea ruptura de las relaciones de los soviéticos con Brasil, Chile, Venezuela y Cuba y la tirantez de los vínculos con Méjico, subsistente tras el asesinato de Trotsky.

El nuevo embajador argentino en Moscú, Leopoldo Bravo, que ya había prestado servicios allí años atrás como consejero , pudo entrevistar a Stalin ese mismo año y pocos meses antes de su muerte, circunstancia absolutamente desacostumbrada y mucho más imprevista tratándose de un diplomático latinoamericano. Según las anotaciones, recuperadas medio siglo más tarde, de Andrei Vychinski, el entonces Canciller soviético y testigo del encuentro, Bravo le habría manifestado a Stalin, con inusual y franca osadía, que se sentía un poco sofocado en Moscú. Según ese testimonio, Stalin estaba tan complacido por el nuevo giro que estaban experimentando las relaciones bilaterales que ordenó en seguida otorgarle a nuestro embajador la concesión exclusiva de una "dacha", especie de casa quinta no muy lejos de la ciudad. También se habría interesado Bravo, descaradamente y con igual suerte, por una visa para una íntima amiga que estaba en Rumania. Resultados inesperados con un dictador omnipotente y puritano.

Eran en mi tiempo muy pocas las embajadas así favorecidas, lo cual nos permitía disponer de un agradable lugar de esparcimiento y un valioso instrumento de sociabilidad, al que eran invitados destacados visitantes o residentes extranjeros de relieve. El embajador Casal gozaba de mucho prestigio y no era raro encontrar allí al director del New York Times, a expertos sovietólogos de paso por Moscú o a los más importantes corresponsales allí acreditados. Sus ponderados y extensos informes sobre la realidad soviética, al igual que los que preparábamos sus colaboradores rara vez recibían respuesta o comentarios de nuestra Cancillería, lo que no desalentaba nuestros esfuerzos.

Como estaba previsto continué mis estudios de ruso, primero con un simpático profesor asignado a mi requerimiento por la Oficina para Extranjeros. Recuerdo que cuando le regalé mi encendedor que él mucho admiraba, quedó tan conmovido que se puso de pie y tomándome de los hombros comenzó a saltar de alegría. Siempre me sorprendía la fuerte emotividad del temperamento de los rusos, muy propensos a las rápidas lágrimas o a los entusiasmos intempestivos. A los pocos meses fue reemplazado sin explicaciones - siempre me quedó la duda si había caído en desgracia o sufrido algún inesperado castigo-, por una simpática moscovita, nieta de un secretario de Lenín y que ya llevaba a cuestas varios matrimonios. Tenía un muy buen pasar y gozaba, como integrante del "aparatchik" del régimen (luego llamada la "Nomenklatura") de múltiples privilegios, entre los cuales, según me contaba, la posesión de tres departamentos. Su desenvoltura y su simpatía no sólo me permitieron avanzar más rápidamente en mis estudios, sino también familiarizarme con muchos aspectos de la realidad soviética en la que estaba muy cómodamente instalada.

No había ni un mapa de Moscú, el único que conseguí nos fue facilitado por la embajada de Estados Unidos. En tiempos de Gorbachov, casi 20 años más tarde, el Jefe de Cartografía le confesó al diario "Izvestia” que todos los mapas públicos habían sido falseados hasta entonces y que los reales eran un secreto de estado. Tampoco existían guías telefónicas. La única existente en la ciudad estaba instalada en la oficina del correo central y los comentarios recibidos daban cuenta que le faltaban muchas hojas y estaba en un estado lamentable. No podíamos imaginar los dilemas de cualquier visitante para localizar a un pariente o amigo munido sólo del nombre y el número de la calle de su domicilio, sobre todo en esa extensa ciudad.

Como el sistema médico para extranjeros era muy exigente y exagerado, lo que llevaba a que una simple gripe motivara la internación del paciente, solíamos recurrir también al servicio médico de la embajada norteamericana, al igual que en emergencias a su dentista. Sospechábamos que ese rigor del servicio sanitario local estaba motivado más por el miedo a equivocarse por parte de los planteles médicos que por pruritos profesionales. Igual prevención regía para los partos. Como las mujeres debían internarse un mes antes en el hospital, con severa restricción de visitas y permanecer un mes después del parto, con similares prevenciones profilácticas, la mayoría de las extranjeras prefería embarcarse a último momento a Dinamarca o Finlandia para tener sus niños.

Otro hecho curioso fue presenciar la visita de un representante de la Enciclopedia Soviética a nuestra embajada, cuya colección completa poseíamos, para retirar uno de sus numerosos tomos y cambiarlo por una nueva edición, seguramente con el fin de reacomodar algunos hechos históricos y adecuarlos a las cambiantes conveniencias políticas. Según me enteré, esos cambios se realizaban de tiempo en tiempo. Es posible que los Kirchner desconocieran esa experiencia cuando cambiaron el informe "Nunca Más", preparado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas

(CONADEP), que presidiera y prologara Ernesto Sábato, para desvirtuarlo ante los nuevos imperativos ideológicos.

Tuve ocasión de frecuentar, sobre todo en reuniones con diplomáticos franceses a cuyas residencias podían acudir ciertas personalidades soviéticas, al políglota y extrovertido poeta Evgeni Evtuchenko, que se expresaba con gran libertad sobre temas políticos y solía realizar recitales poéticos en muchas ciudades occidentales, lo que siempre me hizo pensar que era un agente encubierto de la contrapropaganda soviética. También al actor y director de cine Nikita Mijalkov, una cautivante personalidad. Gozaba de una gran libertad, tenía opiniones muy críticas sobre el stalinismo y la burocracia soviética y se sentía muy orgulloso de su pertenencia rusa. Sus muy elocuntes expresiones lo alejaban de los criterios oficiales. No eran ajeno a ello el que sus ancestros pertenecieran a la aristocracia en tiempo de los zares. De él podía decirse que era un comunista disconforme, tolerado por ser hijo del creador del himno soviético y hermano del más ortodoxo y también laureado director de cine Andrei Konchalovsky. Recuerdo todavía una larga conversación que mantuvimos en una de esas veladas sobre literatura en la que un poco en ruso, otro poco en francés y castellano, por haber tenido una niñera española, fueron tantas nuestras coincidencias que llevado por su entusiasmo me tomó de los hombros y me dio un beso inesperado a la rusa exclamando repetidamente "brat" (hermano). Cuando superé mi estupor, comprendí que era una cálida muestra de la emotividad tradicional de su pueblo, ayudada habitualmente por la alta ingesta alcohólica.

A pesar de mi bajo rango diplomático se me pedía a menudo mi opinión sobre los más variados temas de la realidad soviética e internacional, tanto por diplomáticos occidentales especialmente asignados a esas tareas, como por los corresponsales extranjeros y los no pocos rusos a quienes se les confiaba "entrevistarnos" de tiempo en tiempo. De ese modo, no sólo se me otorgaba una importancia inesperada, sino que me hacían sentir, junto a los micrófonos y los controles, permanentemente "observado" y "vigilado", tanto por soviéticos como por agentes del otro lado de la "Cortina de Hierro". Seguramente mi nombre o mis comentarios se volcarían en un algún efímero informe o artículo para integrar esa gran magma de opiniones circunstanciales que el tiempo se ocuparía de disipar.

Uno de los acontecimientos más importantes que me tocó vivir fue la publicación, en el "Sunday Times” de Londres de extractos de un novedoso y provocativo libro, escrito por el historiador ruso Andrei Amalrik con el sugestivo título "Will the URSS survive until 1984 " (¿Podrá sobrevivir la URSS hasta 1984?), con reminiscencias del "1984" de George Orwell, en el que analizaba su probable desintegración antes de esa fecha. Amalrik ponía de relieve la importancia como fuerza independiente de los "zamisdats", los profusos textos políticos y hasta literarios que circulaban clandestinamente por todo el país y que daban cuenta, entre otros temas, de la esclerosis progresiva del sistema comunista, de la secreta muerte de Stalin, del descontento creciente de la población y del extendido miedo a una próxima guerra con China, todos temas tabúes para los medios soviéticos. Amalrik era un joven y conocido historiador comunista que pudo filtrar su texto a Occidente a través del corresponsal del "Times " en Moscú, David Bonavía, a quién mucho frecuenté. Su coraje para afrontar los riesgos a que se exponía, al igual que el de muchos de sus colegas, dado que era común su expulsión y hasta sus prolongados arrestos por causas banales, eran dignos de admiración y constituían una válvula importante de oxigenación para ventilar temas hasta entonces ocultos, ayudados seguramente por algún integrante del Régimen. Fue muy curioso que la prensa soviética le replicara a Amalrik con mucha agresividad y desconcertando a sus lectores que ignoraban y nunca conocerían el texto criticado.

Si bien el tiempo del "terror" de Stalin y de las "purgas" permanentes, características entonces del Sistema soviético, ya había pasado tras el Informe de Nikita Kruschev de 6, lo cierto es que el Gobierno y el partido estaban integrados por una casta de gerontes muy conservadora y animada por la cultura del secreto. Existía además una memoria viva de los encarcelamientos o fusilamientos arbitrarios y una conciencia clara del severo control sobre toda la sociedad por parte de los comisarios políticos y de los órganos de seguridad. Desde entonces, siempre me asombró que hasta la caída del comunismo, en Occidente no se tuviera plena conciencia de lo que habían significado las hambrunas, las persecuciones, los traslados forzados de grandes poblaciones y los millones de muertos que provocaron los gobiernos de Lenin y de Stalin. Aunque en mi época los miembros del partido comunista eran ya bastante reducidos en relación a la población y el fervor revolucionario se había desdibujado en la estructura burocrática, su poder y su inserción en los ministerios, empresas, fuerzas armadas y los medios de información y comunicación seguían siendo determinantes para el curso de la vida pública. Por otra parte, la KGV, la policía secreta, era todavía un ejército disciplinado y un auxiliar político indispensable.

Finalmente Amalrik solo sufrió un arresto y una pasajera fama pública que conmovió a los sovietólogos occidentales.

David Bonavía había conocido en Vietnam a mi amigo Ignacio Ezcurra, que se desempeñaba como corresponsal de "La Nación " de Buenos Aires. Según su relato, las crónicas de la guerra se veían expuestas a periódicos e inquietantes altibajos, dado que había semanas donde escaseaban las noticias, lo que les producía crecientes ansiedades y desconsuelos. Una vez, contra el consejo insistente de sus colegas extranjeros, sobre todo tras la desaparición de tres corresponsales en idénticas circunstancias, Ignacio decidió incursionar en el peligroso barrio chino de Saigón, donde encontró la muerte. La misma solo pudo ser certificada por la aparición de un cadáver desfigurado que portaba los típicos mocasines de una conocida zapatería porteña. Bonavía, que hablaba fluidamente el ruso, dejó Moscú tiempo después y pasó a desempeñarse en China, donde también vivió muchos años y escribió varios y valiosos libros.

Otro de los episodios relevantes que me tocó vivir fue la expulsión de Solzhenitzin, en 1969, de la Unión de Escritores Soviéticos, sin poder defenderse dado que estaba en Riazan, lejos de Moscú. En la carta crítica que les dirigió a sus miembros y que sólo fue publicada en los diarios occidentales a través de varios corresponsales, entre ellos Bonavía, les recordó los penosos antecedentes de exclusión de la gran poetisa Alma Ajmátova, que fuera recién reivindicada después de su muerte, al igual que la de Boris Pasternak años más tarde, y les reclamó la indispensable supresión de toda censura, defender a los escritores perseguidos y salir de la atmósfera de odios, porque "nuestra sociedad está gravemente enferma". También recuerdo todavía una de las expresiones más contundentes dirigida a sus colegas: "vuestros relojes están atrasados". Esa carta facilitó la difusión de su obra en Occidente, llevada también por canales clandestinos, permitiéndole obtener al año siguiente el Premio Nobel de Literatura, lo que sirvió para despertar de su letargo tranquilizador y pro-soviético a gran parte de la intelectualidad europea.

No dejó nunca de sorprenderme la profusión de iglesias que habían sobrevivido tras

casi medio siglo de comunismo y de una activa propaganda atea. La Iglesia Ortodoxa Rusa, que tuvo mucha influencia en la época de los zares, era de hecho la religión del Estado, y que gozó de un cierto respiro durante la Segunda Guerra Mundial -dado que Stalin pidió su ayuda para animar el patriotismo de la "Gran Madre Rusa" y la moral de los combatientes-, seguía en mi tiempo congregando a muchos fieles. La ortodoxa, aunque muy próxima a la católica, tiene un carácter más ritual que evangélico, y sus muy largas ceremonias con plegarias comunitarias tienden a exaltar la adoración al Creador y el culto a la Virgen María.

Aunque el comunismo quiso implantarse como una religión política totalitaria, fundada en razones científicas, como lo recordaban de modo persistente todos los medios de comunicación, así como las múltiples Casas de Ateísmo Científico implantadas en muchas ciudades y el adoctrinamiento tanto en todo el sistema educativo, como en la formación de las juventudes comunistas (Konsomol), lo cierto es que el sentimiento religioso tradicional permanecía aún vivo en la población rusa No obstante, la asistencia a las iglesias seguía siendo condenable para los sectores oficiales o dirigentes. Según Michael Burleigh el comunismo tomó de los jesuitas la idea de "ecclesia militans". A mi hijo pequeño concurrente a un jardín de infantes público pronto se le enseño a reverenciar al Gran Padre Lenín, inculcándole el credo recomendado por la Academia de Pedagogía. Así, a los tres años, los niños salen de las guarderías con las bases de su formación política. Ralf Dahrendorf, el prestigioso académico liberal afirmaba que la racionalidad específica de los Estados Unidos no podía funcionar sin la fe en la plasticidad ilimitada de la naturaleza humana, criterio que compartían los pedagogos soviéticos. Naturalmente sus aplicaciones no eran similares: en la U.R.S.S se enviaba a la gente a los "Gulag" (campos de concentración) "para producir hombres nuevos". En el primer Congreso de Escritores Soviéticos de 1934 se había alabado a "los ingenieros del alma", los educadores comunistas, cuya misión era "modelar la conducta de las masas". Ya en la Revolución Francesa, uno de los primeros e importantes organismos creados fue el "Bureau de l´Esprit" (Oficina de las Almas), encargado de homogeneizar las nuevas creencias en la población.

Otro de los conceptos religiosos puestos en práctica desde el comienzo de la Revolución en 1917 fue la "demonización" del enemigo, para lo que se crearon las famosas sesiones de "odio organizado". Stalin continuó esa orientación inventando la idea de "enemigo del pueblo" para todo aquel que se opusiera a sus designios.

La jerarquía ortodoxa, por otra parte, estaba cooptada por los servicios del KGV (Komitet Gosudarstvernoy Bezopasnostii, comité de seguridad del estado, la temida policía secreta) y mantenía una actitud conciliadora y de muy bajo perfil frente al Gobierno. El clero asumía así una lealtad incondicional al Estado soviético.

El comunismo había creado desde la Revolución su propia liturgia y el culto, primero a Lenin y luego a Stalin, alcanzó niveles realmente desmesurados. A éste último le dedicaron ditirambos que hoy nos parecerían grotescos como "las estrellas del alba obedecen a su voluntad", "Oh tu Stalin, Gran Conductor del pueblo, tú que hiciste nacer al hombre y que fecundas la tierra", "tu genio incomparable llega hasta a los cielos", aunque todo ello estaba fundado, en ese entonces, sobre el "terror", las "purgas" periódicas, los confinamientos y la eliminación masiva de los oponentes. Desde el gobierno de Nikita Jruschev (1958-1964), esa prédica personalista había desaparecido, aunque subsistía el rígido adoctrinamiento educativo.

En agosto de 1969 llegó de visita y fue nuestro huésped por dos semanas mi amigo Esteban Uriburu, joven sacerdote del Movimiento de Shoenstatt, fundado por el religioso alemán José de Kentenich, que había estado prisionero en el campo de concentración de Dachau y al que había frecuentado hasta su muerte el año anterior. Lo llamaba el "staretz", porque le recordaba al staretz Zósimo de los Hermanos Karamazov, personaje que yo también admiraba. Los staretz eran como monjes sabios, reverenciados cual profetas y videntes en la tradición ortodoxa y Esteban tenía mucho interés en conocer ese mundo. Pocas veces pude encontrar en mi vida una vivencia religiosa tan directa y de tal intensidad como la suya, que se irradiaba en nuestros encuentros cotidianos al hablar de Jesús o de la Virgen María como interlocutores permanentes y naturales de su existencia.

Con él partimos en mi pequeño Volkswagen para una visita que organizamos a Zagorsk, ciudad situada a más de 70 kilómetros de Moscú, una especie de Vaticano de la Iglesia Ortodoxa y residencia del Patriarcado de Moscú y de sus más altas Jerarquías. En Zagorsk se encuentran muchas de las Iglesias y conventos más importantes de la tradición histórica rusa.

Tuvimos ocasión de conversar animadamente con varios popes de barbas y tallas imponentes. Entablamos un diálogo muy fructífero sobre temas religiosos y nos impresionó mucho su devoción y su interés por conocer los aspectos espirituales de la vida en Europa y en nuestra América.

Si bien la Iglesia Católica no había logrado establecerse en la URSS, no sólo por la persecución comunista sino también por el celo excluyente de la Iglesia Ortodoxa, con motivo de la visita en octubre del mismo año del entonces obispo Jorge Mejía, enviado por el Papa para establecer un diálogo interreligioso con el clero local, pudimos conseguir que bautizara a mi hija, su sobrina, recién nacida, en la única Iglesia católica polaca de Moscú.

También pasaron por Moscú ese mismo año 1969 el joven obispo Jorge Casaretto, que nos impresionó a todos por su inteligencia y su amplia visión religiosa, muy consustanciada con el espíritu del Concilio Vaticano II, al igual que al año siguiente el obispo de San Isidro Justo Laguna, también interesado en el devenir del mundo soviético.



Economía y comercio



En el tiempo de mi permanencia en Moscú se estaban operando significativos cambios en las concepciones y prácticas económicas. Los debates y cuestionamientos que comenzaron con la publicación en Pravda en 1962 de un artículo del prestigioso economista Evsei Liberman, fueron luego respaldados y criticados por muchos académicos, todos dentro de la supuesta ortodoxia comunista. Lo cierto es que para ese entonces el sistema de planificación centralizada de toda la economía, el famoso Gosplan de 5 años, ya resultaba demasiado ineficiente y retardatario. No sólo se producían excedentes millonarios de artículos invendibles, sino que la productividad general de la economía venía decreciendo. Las reformas propuestas por Liberman y puestas en práctica finalmente por Alekxei Kosiguin, presidente del Gobierno (formalmente del Consejo de Ministros) en 1964 y 1965, apuntaron a darles mayor autonomía a las empresas en su gestión y a introducir un sistema de beneficios o primas que pudieran incidir en los salarios de sus trabajadores o en mejoras sociales para sus familias, como así también para permitirles producir de acuerdo a las necesidades y demandas de sus clientes. Kosyguin había sido años atrás presidente del Gosplan y era consciente de la urgencia de afrontar esos cambios, que fueron conocidos como la "experiencia Liberman", por el nombre del pionero en propiciarlos. Sin embargo, no implicaban, según Liberman, un regreso a un sistema de mercado sino sólo introducir una planificación "cualitativa" y menos imperativa, aunque manteniendo el dogma del plan de cinco años. Esas nuevas medidas hicieron pensar a muchos sovietólogos que estábamos en presencia de lo que ellos llamaron con cierto candor y apresuradamente "la convergencia de los sistemas", tesis que no compartíamos en nuestra embajada y que documentamos en nuestros informe. Existían, además, problemas estructurales económicos y políticos difíciles de superar.

En la economía soviética existía un falseamiento estadístico generalizado y de tal magnitud que los estudiosos de las mejores universidades occidentales debían poner todos sus análisis bajo un paréntesis de duda. Además, la intervención de los agentes del partido comunista, en todas las escalas decisorias de la economía, duplicaba y perturbaba la conducción de las empresas con criterios no económicos. La centralización, a su vez, había generado una gigantesca corrupción en todos los niveles, que incluía la falsificación de los informes, la desviación de fondos o materiales para otros propósitos o el enriquecimiento de muchos administradores ante la dificultad de la enorme burocracia para ejercer adecuados controles. Esta conjunción de factores nos hacía pensar erroneamente que eran, junto a las estructuras políticas y militares, las bases del inmovilismo y la garantía de una larga perdurabilidad del sistema.

Otro elemento decisivo para el estancamiento económico era el atraso tecnológico y la falta de innovación en sus empresas. Los países comunistas de Europa Oriental ya habían comenzado años atrás a reconocer la necesidad de maquinarias y tecnologías occidentales, aceptando asociarse con empresarios no comunistas. La llegada de las empresas italianas, con Fiat y Pirelli, en dos sectores claves y muy atrasados soviéticos, fue un eco tardío de esa tendencia que coincidió con mi estancia moscovita y que desencadenó luego el desembarco de otras empresas europeas.

En una visita que realicé a Erevan, la capital de Armenia, tuve ocasión de conocer en el bar del hotel a un norteamericano muy locuaz y satisfecho porque había conseguido vender la patente del filtro de los cigarrillos, que era monopolio mundial de su empresa y que iría a reemplazar a los antiguos "papirovskas", los tradicionales cigarrillos rusos con boquilla de papel.

Otro caso paradigmático era el sector de computación, muy atrasado en la URSS a pesar del éxito pionero que tuvo con el lanzamiento del primer satélite espacial, el Sputnik, en 1957, que les requirió utilizar computadoras gigantes. En la visita que realicé con el embajador Casal a Dubna, ciudad donde se concentraban los más importantes científicos soviéticos y se llevaban a cabo las investigaciones más relevantes, tuvimos ocasión de conversar con unos físicos atómicos, quienes admitieron que todavía tenían un claro retardo respecto a Occidente y que tampoco contaban con computadoras apropiadas. Los había impresionado asimismo el desembarco en ese mismo año (1969) del primer hombre en la Luna, lo que implicaba un importante salto cualitativo tecnológico por parte de los Estados Unidos. Nos sorprendió también que uno de ellos se interesara por la gravitación del Papa en Occidente y por sus últimas Encíclicas.

La producción agrícola sufría problemas similares, aunque se habían producido cambios desde la colectivización forzosa de la tierra por parte de Stalin. En ese entonces coexistían dos sistemas económicos: el estatal y el libre. Los sovhoses, o sea las granjas estatales se encontraban en el primero y padecían una muy baja productividad debido a la corrupción y a la falta de estímulos. Se decía que estas propiedades estatales y sometidas a las previsiones del Gosplan eran propiedad del pueblo. En el segundo sector estaban los kolhoses, o sea las granjas cooperativas, y algunas producciones artesanales o comerciales que no tenían un estatuto legal pero que eran toleradas por el sistema. En los kolhoses, las familias podían poseer una pequeña parcela privada, independiente de la comunitaria, en la que podían producir frutas y verduras con muy alto rendimiento. Tal era su éxito que en las grandes ciudades se fueron estableciendo mercados kolhosianos, donde se ofrecían los productos de las parcelas privadas a precios libres. De esa manera se aseguraba el abastecimiento alimenticio de la población, dado que sin ellos se vería afectada seriamente la oferta de productos frescos. Sus beneficios debían ser considerables porque los kolhosianos se desplazaban desde comarcas lejanas en avión, por lo que no era raro tener que compartir los poco confortables vuelos de cabotaje con portadores de aves o verduras.

En la economía pesaban mucho también el presupuesto militar que oscilaba entre el 20 y el 25% del gasto nacional según las estimaciones más confiables de la época. Podía decirse la soviética era una "sociedad para la guerra", teniendo en cuenta que su PBI no superaba el 40% del de los Estados Unidos. La "carrera armamentista" y espacial con su gran rival fue una de las causas del desmoronamiento posterior de la Unión Soviética.

Los soviéticos habían abierto desde el comienzo de la Revolución y en Londres el "Moscow Narodny Bank" que operaba como banco capitalista y les servía para la venta de oro y la financiación de proyectos empresariales. Lo novedoso fue el despliegue de varias sucursales en el exterior (entre otras en Tokio, Zurich y Beirut ). Seguramente lo utilizarían también para intervenir en el mercado paralelo del rublo, que si bien tenía una cotización oficial a la par del dólar, en las plazas bancarias europeas se cambiaba normalmente a razón de 4 a 5 rublos por dólar.

El comercio exterior era también deficitario, a pesar de la explotación que hacían los soviéticos de sus satélites en el COMECON, integrado por la URSS, Polonia, Bulgaria, Rumania, Alemania del Este, Hungría y Checoslovaquia, titulado sugestivamente Consejo Económico de Ayuda Mutua, y que pretendía ser la contracara del Mercado Común Europeo. El COMECON estaba sometido a los intereses soviéticos por la compra forzada de sus productos y la "inconvertibilidad" del rublo, moneda en la que debían calcularse todas las transacciones. De hecho, el comercio era más bien contable y obligaba a un sistema de trueque. Solamente Rumania había cuestionado esa división del trabajo internacional comunista, aunque sin mucho éxito, procurando imitar las políticas de autonomía en Occidente del general De Gaulle. Dado el atraso tecnológico y la urgencia de contar con equipamientos modernos, por la escasez de divisas, el comercio con los países occidentales se realizaba muchas veces mediante triangulaciones, a través de firmas intermediarias. Por ejemplo, compraban heladeras a una empresa y las vendían a una tercera, la que a su vez utilizaba el mismo método para colocar sus productos. Es interesante recordar que uno de los factores que contribuyeron a la revuelta checoslovaca de 1968, aplastada por los soviéticos, fue el abultado e incobrable crédito que habían acumulado con la URSS, equivalente a más de 1400 millones de dólares de ese entonces.

Tuve la posibilidad de estudiar con cierta profundidad los problemas del COMECON, visitando su sede, al igual que los vinculados a la inconvertibilidad del rublo, estudios que incorporé en esforzados informes a la cancillería, por lo que siempre supuse que terminarían archivados o extraviados al no recibir nunca respuestas. Al cabo de los años y con motivo de la presentación del libro de un amigo en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, me enteré casualmente que habían llegado a las manos de un profesor, quien me agradeció por lo útil que le habían sido para sus clases.

A pesar de su rigidez política y el aliento dado al tema de las fronteras ideológicas y a la doctrina de la seguridad nacional, claros exponentes de una severa posición anticomunista, el gobierno militar que derrocó al presidente Illia en 1966 no alteró la línea pragmática mantenida con la URSS por la gestión radical. El gobierno de Illia había firmado varios acuerdos con los soviéticos que incrementaron el comercio recíproco y procuraron activar, finalmente sin éxito, las negociaciones para firmar un convenio comercial más amplio que el firmado por Perón y Stalin en 1953, desactivado en 1962 por razones ideológicas.

El nuevo presidente, el general Onganía, declaró en 1969, que la Argentina estaba decidida a mantener relaciones comerciales con todos los países del mundo, tanto del Este como del Oeste de Europa. Ya en 1967 se comenzó a estudiar el tema de un nuevo acuerdo comercial con la Unión Soviética y se envió una misión económica a Moscú. En Moscú pude participar en varias reuniones con los soviéticos para explorar la eventualidad de ese nuevo acuerdo y para analizar ciertos diferendos surgidos en nuestras relaciones económicas. La persistente incursión de pesqueros rusos en el mar territorial argentino constituía un obstáculo que motivaba periódicas quejas argentinas. Pero la mayor valla para facilitar un promisorio incremento de los intercambios, provenía del conservador frente interno argentino, resistente por causas ideológicas a todo mejoramiento de las relaciones bilaterales. La invasión soviética a Checoslovaquia en 1968 generó una nueva tirantez en las relaciones.

A causa de su estructura económica esencialmente estatal, para incrementar el comercio se necesitaba de ese Acuerdo para comprometer no sólo al Gobierno sino también a todos sus sectores económicos y al mismo tiempo precisar los rubros involucrados y los modos de pago, por el problema de divisas.

Las reuniones con los funcionarios soviéticos eran interminables, en parte por su falta de autonomía y las obligadas consultas a sus superiores. Además, siempre las realizábamos con el auxilio de intérpretes para asegurar la precisa transmisión de nuestras posiciones. Comenzaban siempre con reiterados brindis con vodka por la amistad de nuestros pueblos, brindis que obligaban a vaciar nuestras pequeñas copas de un solo trago y a comprometer nuestra lucidez subsiguiente, hasta que observé que nuestros interlocutores daban mordiscos periódicos a unas manzanas depositadas en una fuente de la mesa. Tardíamente comprendí que esos mordiscos eran el mejor antídoto para neutralizar el efecto del vodka, con un 70% de graduación alcohólica…



Educación



Aunque ya he mencionado el tema del adoctrinamiento educativo en todos los niveles, vale la pena recordar que el régimen educativo soviético era, en general, muy exigente y, en especial el universitario, donde el sistema de cupos y de promedios muy elevados, así como de rigurosos exámenes para su ingreso daban testimonio del objetivo de asegurar una alta calidad académica. A las carreras científicas se les daba, además, especial preferencia.

También existía una universidad para becarios de países del Tercer Mundo, denominación característica de la época que incluía a la mayoría de los latinoamericanos, africanos y asiáticos, que tenía un muy bajo nivel educativo y permitía, por ejemplo, obtener un título de médico en solo tres años. Si bien existían varios becarios argentinos en la denominada Universidad Patrick Lumumba, en memoria de uno de los líderes de la independencia congoleña, solo uno de ellos solía visitarnos en la embajada, del que siempre tuvimos sospechas de su intencionalidad.



Política exterior



La llamada "Guerra Fría" fue el telón de fondo que caracterizó las relaciones y sobre todo el enfrentamiento entre los países occidentales y la Unión Soviética con sus satélites, entre 1947 y 1991. Fue llamada así por cuanto si bien marginaba un enfrentamiento directo militar sobre todo entre las dos grandes potencias, permitía desarrollar todo tipo de acciones internas y externas para aumentar su grado de influencia y dominación más allá de las fronteras establecidas, sino también asegurar el control de las poblaciones que estaban en cada uno de los campos enfrentados. Ella implicaba auspiciar y promover revoluciones o levantamientos que cuestionaran el alineamiento con el adversario. Para los soviéticos, aseguradas sus fronteras y su dominación sobre la mitad oriental de Europa por los acuerdos de Yalta (1945) tras la Segunda Guerra Mundial, su acción se pudo desplegar preferentemente en América Latina y en Africa, porque en Asia esa tarea expansiva y bélica se le había confiado a la China comunista luego del triunfo de Mao Tse Tung en 1949. Después de la alianza establecida con los rusos para derrotar a Hitler en la IIª Guerra Mundial, guerra en la que los norteamericanos auxiliaron a los rusos con una ayuda por valor de 11.000 millones de dólares y en las que los soviéticos afrontaron las pérdidas más numerosas, con 20 millones de muertos (más de la tercera parte del total provocado por la guerra), comenzaron las difíciles y trabajosas negociaciones de la posguerra en la que se hicieron visibles los divergencias insalvables que se arrastrarían por casi medio siglo. Para algunos sovietólogos las pérdidas rusas en las dos guerras mundiales del siglo XX fueron inferiores a las provocadas por el poder soviético con las purgas internas y las hambrunas forzadas en las épocas de Lenin y Stalin.

A juicio de los soviéticos, ellos habrían sido determinantes para la liberación de su país y la derrota de Hitler, por lo que la demorada apertura del frente Occidental por parte de los Aliados, con el desembarco de Normandía en Junio de 1944, no habría sido tan decisiva para el fin de una contienda que ellos ya estaban ganando.

En 1946, George Kennan, en ese entonces embajador norteamericano en Moscú, ya alertó a su Gobierno con su luego famoso telegrama sobre las ambiciones irrenunciables de la Unión Soviéticas para lograr la dominación mundial, por lo que debería aplicársele de allí en más una política dura de contención (su tésis fue conocida como la del "containment").

Tras el alineamiento cubano con la Unión Soviética y la crisis suscitada por su decisión de instalar misiles en la Isla amenazando a los Estados Unidos, que pudo superarse por la firme decisión del gobiernode John Kennedy para impedirlo, casi provocaron una Tercera Guerra Mundia. Influyó también la prudente respuesta soviética de conseguir a cambio de su repliegue el retiro de similares misiles norteamericanos instalados en Turquía y que apuntaban al corazón de la URSS.Todo ello sirvió para mostrar la imperativa decisión norteamericana de no permitir una nueva alteración de fuerzas en su zona privilegiada de influencia. La imprudencia del presidente de Chile, Salvador Allende, al cuestionar esa determinación y los riesgos asumidos al alinearse con Cuba y abastecerse de armas en la Unión Soviética, precipitó finalmente su caída. Las relaciones soviético-cubanas se mantenían con creciente intensidad y Cuba había pasado a ser un satélite más de la Unión Soviética, su principal socia comercial y proveedora de crecientes suministros militares. También la URSS utilizaba a Cuba como centro de agitación revolucionaria en América Latina, ya sea de modo directo o en colaboración con Checoslovaquia, para la formación y el entrenamiento en técnicas guerrilleras o en trabajos de inteligencia y contrainformación.

A menudo solía encontrar, en el ascensor del edificio donde vivíamos, a un funcionario de la embajada cubana que con ironía y en ruso, solía hablarle a su acompañante sobre la presencia del argentino, a quien no saludaba. Al cabo de un tiempo y seguramente por instrucciones superiores, comenzó a hablarme en español, aunque se lo veía muy cauto en su conversación. Un día, procurando avanzar en esa operación de deshielo, me preguntó por qué creía yo que los soviéticos eran ateos. A poco de ensayar algunas respuestas me declaró riendo con esa natural simpatía de los cubanos: "Oye Chico, cómo piensas que puedan creer en Dios con este clima de mierda y con esta lengua de mierda" Aunque podría haber sido un señuelo amistoso bien ensayado, me pareció de interés relatar esta historia, no sólo porque traducía una sensación de ajenidad frente a la absoluta dependencia soviética de su país, sino también porque el citado funcionario llegó a ocupar años más tarde el puesto de vicecanciller de su país. Era consciente de que Cuba se había transformado en un satélite más e inevitable de la Unión Soviética para "liberarse" de la influencia norteamericana….

Si bien después de la Segunda Guerra Mundial pudo asegurarse, sobre todo en Grecia e Italia donde los partidos comunistas eran mayoritarios y constituían verdaderos caballos de Troya soviéticos, que se resignaran sus aspiraciones a cambio de aceptar la consolidación del dominio de la URSS sobre toda Europa Oriental, ello no impidió la irrupción en esa área de rebeliones sangrientas como la de Alemania comunista (RDA) de 1953, de Hungría en 1956 y de Checoslovaquia en agosto de 1968, esta última que me tocó vivir desde Moscú. La tesis esgrimida en esta oportunidad por Leonid Brezhnev, secretario general del Partido Comunista, así como también presidente del Presidium y, por tanto, la más decisiva de las dos cabezas del Poder (la otra era la de Kosiguin, más orientada a la gestión de gobierno), sobre la "soberanía limitada" de los países comunistas, le permitió con sus aliados del Pacto de Varsovia (alianza militar con sus satélites y contracara de la OTAN occidental) invadir a los checos con más de 100.000 soldados, 29 divisiones, 7500 tanques y más de 1000 aviones y así aplastar sus pretensiones de autonomía.

Este último episodio pudo constituir un quiebre en nuestras relaciones diplomáticas, a raíz de los atentados contra el embajador soviético en Buenos Aires, la sede de su representación y a numerosas entidades políticas y sindicales afines, perpetradas por grupos anticomunistas que contaban con la complicidad policial. Al mismo tiempo sectores duros del Ejército alentaban la ruptura de relaciones. Gracias a la firme postura del embajador Casal y la receptividad que encontró en su amigo el canciller Nicanor Costa Méndez, las tensiones se orientaron hacia una firme declaración de condena por parte de éste, sin ulteriores consecuencias. Es curioso que al mismo tiempo la conservadora y prestigiosa revista británica "The Economist" titulara en su primera página, después de la invasión, "Business as usual", nuestros negocios no serán afectados por ella. Ello explica la diferente mirada entre los países de la periferia y los países centrales, así como la dificultad de los primeros para poder atender sus propios intereses nacionales.

Al año siguiente pude desplazarme por unos días a Praga donde experimenté la desolación y el odio a los soviéticos, sentimientos muy vivos entre la población. Por otra parte, aunque la enseñanza del ruso era obligatoria, ninguno de mis ocasionales interlocutores aceptó comunicarse conmigo en ese idioma. Moscú había sumado, entonces, dos preocupaciones adicionales más importantes. La primera era la creciente influencia islámica en los grandes y ricos países turcomanos del sur que integraban el llamado "vientre blando" de la Unión Soviética, históricamente muy vulnerable. La segunda, mucho más grave, la creciente autonomía y hostilidad de China, que ya no se resignaba a seguir los dictados soviéticos y cuestionaba abiertamente, en nombre de una supuestas fidelidad al pensamiento de Stalin, las políticas de "coexistencia pacífica" con Occidente postuladas por sus sucesores. La disputa sobre una franja territorial fronteriza en la lejana Siberia, hizo pensar en mi tiempo en que la guerra entre ambos era inevitable después que en 1969 se precipitaron peligrosos incidentes y enfrentamientos armados. En un viaje a Tashkent, no muy lejos de Alma Ata en la frontera con China, me enteré que los chinos mantenían un bombardeo cotidiano y nocturno sobre esa región rusa limítrofe, con un claro mensaje provocador. La enorme diferencia demográfica entre las dos naciones y la conciencia de que Mao Tse Tung estaba determinado a enfrentar grandes pérdidas humanas en pos de sus objetivos (decenas de millones de chinos según lo revelara un interlocutor occidental años más tarde), constituían en mi tiempo una muy viva e inquietante preocupación de la dirigencia soviética. Ya en época de los zares los rusos se habían apoderado de porciones importantes de regiones tradicionalmente chinas y tanto Stalin como Kruschev sometieron a también a China a reiteradas humillaciones. La historia de los desencuentros pesaba más, sin duda, que el apoyo a Mao durante la guerra civil que lo encumbró en 1949.

A pesar de que la información con que contábamos apuntaba a responsabilizar a los soviéticos y a su voluntad de amedrentamiento, inclusive con la amenaza de usar armas nucleares en una eventual contienda, como principales responsables del recalentamiento de las relaciones, muchos años después se supo que eran los chinos, potencialmente mucho más débiles, los que habían tomado la iniciativa en los incidentes armados como parte de lo que ellos llamaban una "estrategia defensiva". Mao, a su vez, tenía movilizado a todo su ejército mientras que los soviéticos habían desplegado muchas divisiones a lo largo de su extensa frontera con China. Como parte de esa escenografía de "provocación", recuerdo que por las tardes y durante varios días se ac

ercaron a nuestra embajada, actitud que repetían ante otras muchas representaciones extranjeras, grupos de chinos que gritaban "kitaiki revisionisti kaput "(los chinos aplastarán a los revisionistas), al tiempo que repartían el famoso "Libro Rojo" de Mao en varios idiomas.

La creciente hostilidad entre rusos y chinos alentó a los norteamericanos a apresurar el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Peking a partir de 1971 y a establecer un amistoso "modus vivendi" que incluyó una paulatina cooperación.

Como ya he comentado, los partidos comunistas occidentales estaban alineados férreamente con las políticas soviéticas y sus dirigentes hacían periódicas visitas a Moscú. Uno de los casos más emblemáticos fue el del presidente del Partido Comunista argentino Victorio Codovilla (aunque nacido en Italia, tempranamente se nacionalizó argentino), que además de haber sido amigo incondicional de Stalin y de la Unión Soviética, fue el Delegado del Comintern (internacional comunista dependiente de Moscú) en la Guerra Civil Española (1936/1939). La mayoría de los jefes del ejército y la policía eran soviéticos o pro soviéticos cuando los comunistas prevalecían en el Gobierno republicano y estaban sometidos a sus órdenes. Durante mi estadía en Moscú y después de una prolongada enfermedad que lo retuvo por largo tiempo allí internado, murió Codovilla en abril de 1970, oportunidad en la que se le tributaron muy publicitados y hasta rimbombantes homenajes como "héroe soviético" en todos los medios.

A la luz de los cambios más económicos que políticos que estaba experimentando la Unión Soviética, en varios países europeos comenzó a prosperar la idea de una inevitable y progresiva convergencia de los dos sistemas, el capitalista y el comunista. Nuestra embajada en sus reiterados informes a Buenos Aires no sólo se opuso a sostener esa línea de pensamiento, sino que insistió en que no se veían razones valederas para aventurar semejante hipótesis. A pesar de que los medios soviéticos también cuestionaban duramente esa posibilidad, lo cierto es que esa postura favorecía las actitudes cautelosas y hasta complacientes frente a Moscú de muchos políticos e intelectuales de Occidente y, por ende, los intereses estratégicos soviéticos para debilitar las convicciones anticomunistas al otro lado de la Cortina de Hierro.

En soledad, una talentosa intelectual franco-rusa Helène Carrère D´Encausse, se animó en ese tiempo a contrariar esa "optimista" corriente mayoritaria en el mundo occidental y pudo prever desde Paris que tal convergencia era totalmente ilusoria, más aún, que era inevitable la "implosión" futura de la Unión Soviética, agobiada por la incapacidad de sus dirigentes para satisfacer las nuevas exigencias de la población y las demandas crecientes en su vasto territorio plurinacional.



Viajes



Pude realizar muchos viajes por el interior de la Unión Soviética y así conocer diversas repúblicas y ciudades del "Imperio". Como siempre debía recibir la conformidad expresa de las autoridades para desplazarme, ello me obligaba a programar mis salidas con suficiente anticipación. Muchos de esos cortos viajes los realicé con un colega chileno, Jaime Lagos. Los soviéticos nos concedían autorizaciones vedadas a la mayoría de los diplomáticos occidentales, tal vez, como nos decía un ocurrente corresponsal, porque no éramos de temer y, además, porque nuestros países "padecían al imperialismo norteamericano".

Más de una vez estuve en Leningrado (la antigua San Petersburgo) y maravillarme con su famoso museo, el Hermitage y los antiguos palacios zaristas. La ciudad había ido devastada en la Segunda Guerra Mundial y su reconstrucción aún no estaba concluída . Leningrado había sido levantada en el siglo XVIII a la vera del Río Neva sobre decenas de islas con canales tributarios, por el ímpetu pro-occidental del zar Pedro Iº y con el auxilio de muchos arquitectos italianos. Mantenía aún, a pesar de las penurias pasadas, el aura de la otrora imponente capital del Imperio.

Aunque los desplazamientos no eran muy prolongados, conocí también Kiev, la capital de Ucrania, Tiflis, la capital de Georgia y en Uzbequistan, aparte de Tachkent, su capital, sus milenarias ciudades del Asia Menor como Bujara y Samarcanda, de fuerte tradición musulmana, que conservaban todavía parte de sus antiguos monumentos. Estas dos ciudades habían sido ocupadas por los zares recién en 1868. En esas visitas al sur turcomano de la Unión Soviética, al igual que en Armenia, donde visité su capital Erevan, a pesar de tener que comunicarme en ruso y saber que los soviéticos controlaban su administración, pude descubrir un mundo muy distinto en costumbres y expectativas, con fuertes y diferentes signos identitarios nacionales. En Armenia, de población mayoritariamente cristiana, conocí también su "Vaticano", la antigua ciudad santuario de Yesmadzin, que había sobrevivido imperturbable a la intensa y duradera campaña generalizada de sovietización.

Un verano decidí tomar unos días de vacaciones en la más prestigiosa ciudad- balneario de la Unión Soviética, Sotchi, sobre el Mar Negro, alojado en uno de sus mejores hoteles. Nuestra estancia se veía alterada de modo permanente por los numerosos huéspedes que se desplazaban corriendo por los largos pasillos, interminable procesión de gimnastas sudorosos y bullangueros. Las escapadas a lejanas regiones eran poco alentadoras porque debíamos realizar en los aviones Tupolev o Antonov, cuyos estruendosos y potentes motores daban siempre la sensación de que quebrarían sus frágiles estructuras. Los accidentes aéreos eran frecuentes en esa época.

A pesar de mis anheladas y reiteradas solicitudes nunca pude obtener autorización para visitar la mítica casa de Leon Tolstoi, Iasna Polyana, autor que alentara mis primeros pasos en el aprendizaje del idioma ruso. Según pude saber más tarde, la prohibición estaba motivada por la vecindad con un importante campo de concentración de presos políticos.



Merced a los cortos viajes trimestrales para llevar la valija diplomática, como ya señalé, al principio a Copenhague y después a Zurich, descubrí lo que llamé el "hambre estético", tan necesario para contrarrestar la fealdad del mundo soviético. El poder observar vidrieras coloridas y el vaivén de gentes con atractivos atuendos, así como el placer de visitar tiendas y restaurantes agradables pasó a constituir un alimento importante para oxigenar el espíritu.



Nuevo embajador y contratiempos



Al año y medio de mi estadía moscovita el embajador Casal fue trasladado a Grecia y en reemplazo recibimos a José Manuel Astigueta que acababa de dejar el ministerio de Defensa en el gobierno argentino. La atmósfera de trabajo pronto se tornó enrarecida. Era una persona de carácter inestable y estaba animado por una gran desconfianza con los diplomáticos que habían acompañado a Casal. A ello contribuían los cuentos que le enviaban dos colegas que aspiraban a nuestros puestos y estaban empeñados en desacreditarnos. Después de nuestra partida de la Unión Soviética, dichos personajes fueron protagonistas de uno de los episodios más escandalosos y sorprendentes en los anales de nuestra diplomacia conocido como el "Motín de Moscú". A ellos también les tocó padecer la intemperancia de su antiguo padrino. Lo insólito fue su decisión de provocar un inédito golpe de estado en la embajada, aprovechando la internación hospitalaria del embajador, aquejado de un fuerte estado gripal.

Ya comenté cuán restrictivo era el régimen sanitario soviético, que obligaba a prolongar las estadías de los enfermos y a privarlos de visitas. En ausencia suya se apoderaron de la máquina para enviar cables cifrados y comunicaron a la Cancillería que el embajador estaba incapacitado para seguir al frente de la representación, tarea que de ahí en más la asumirían ellos. Como la residencia del embajador estaba contigua a las oficinas de trabajo, la mujer del enfermo al conocer estas nuevas, decidió sustraer de noche la máquina para codificar y transportarla al hospital, lo que le permitió a su marido abortar a tiempo el alzamiento y comunicar que reasumía el mando. Estas circunstancias, que comprometieron la seguridad de nuestras comunicaciones, me fueron transmitidas por un funcionario administrativo testigo del episodio cuando yo ya estaba en Brasil, aunque el escándalo se difundió por todas las embajadas.

A pesar que yo estimaba mucho a un hermano suyo, el embajador se obsesionó con mi persona y con el entonces consejero Federico Erhart del Campo, porque no nos consideraba confiables. Lo absurdo de su actitud lo llevaba a revisar nuestros escritorios, cuando abandonábamos la oficina, pensando encontrar supuestas confirmaciones de su complejo persecutorio, circunstancia que comprobé un día dejando talco en mis cajones para certificar sus incursiones. Astigueta venía de ejercer un cargo en Buenos Aires con mucha tensión y se había transformado en un paladín de la doctrina de la Seguridad Nacional, lo que lo predisponía a asumir un desmesurado combate contra muchos fantasmales molinos de viento. La atmósfera asfixiante de Moscú era poco propicia para un temperamento como el suyo y su ideología de "cruzado", máxime cuando nuestro Gobierno había asumido, de hecho, una relación diplomática más bien pragmática con los soviéticos.

No obstante las incomodidades surgidas, seguíamos nuestro trabajo con igual intensidad, aunque ya pensando en que sería inevitable la partida. En una de esos tempranos anocheces moscovitas, pasé por la máquina de telex, en ese entonces nuestro principal instrumento de comunicación y me detuve sorprendido porque acababa de llegar un telegrama dirigido a mi nombre. Era una invitación personal del Instituto de Cultura Hispánica para asistir, con todos los gastos pagos, al primer congreso de ex becarios en España que se realizaría en Madrid. Asombrado y sin entender cómo me habían localizado y por qué me habían seleccionado, me incliné a pensar, dadas mis particulares circunstancias, que era un inesperado regalo del cielo. Al día siguiente le comuniqué el telegrama al embajador y le solicité, con éxito, que me autorizara a enviar mi aceptación.

Al día siguiente de llegar a Madrid, fui invitado imprevistamente a una cena en el ministerio de Asuntos Exteriores. La misma estuvo presidida por el entonces viceministro Gonzalo Fernández de la Mora y de la misma participaron unos pocos diplomáticos locales y un muy reducido grupo de los iberoamericanos convocados al Congreso. Yo no conocía a Fernández de La Mora sino por la lectura de su excelente libro "El crepúsculo de las ideologías", publicado años atrás y todavía no alcanzaba a entender las razones de mi participación en el ágape, dado mi bajo rango diplomático de entonces, hasta que comenzaron a ametrallarme con preguntas sobre el mundo soviético. También se comentó en la comida la próxima firma del primer Acuerdo de España con la Comunidad Económica Europea (1970). En el mismo año se estaba tramitando una mayor alianza militar con los Estados Unidos. Pero lo más importante y que me concernía, era la decisión adoptada de encarar una política de apertura hacia el Este europeo, con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, gestiones comenzadas en La Habana, aunque esto último pude inferirlo por los comentarios que me hizo en voz baja e indiscretamente un muy expresivo comensal. Las conversaciones eran bastante francas en general, sobre todo para la época y conmigo, un diplomático extranjero como testigo, aunque lo que más me impresionó fueron las alusiones al "Viejo", al que terminé por identificar con Franco y a quién se le atribuía una firme posición monárquica y una cuidadosa organización sucesoria. El año anterior Juan Carlos ya había concluido su preparación y asumido oficialmente, como rey y en desmedro de su padre Don Juan, la futura sucesión de la Jefatura del Estado. Estábamos en 1970 y ya se hablaba con desenvoltura del post-franquismo entre conspicuos funcionarios del Régimen.

En vísperas del fin del congreso, un grupo de ex becarios me invitó a compartir un festejo en una de las más conocidas discotecas madrileñas. Allí y en el medio de la pista de baile tropecé más de una vez con una pareja, a la que finalmente me animé a pedirle que tuviera más cuidado. Grande fue mi sorpresa cuando descubrí que el hombre era nada menos que el prestigioso embajador Enrique Lúpiz y a quién yo había conocido años atrás. Al identificarnos decidimos prontamente dejar a nuestros grupos y comenzar una muy grata conversación que se prolongó hasta la madrugada, con la ayuda de algunas copas adicionales y comiendo churros en la Gran Vía madrileña. En ese entonces Lupiz era el Jefe de Gabinete del Canciller y estaba también de paso en Madrid cumpliendo una misión reservada. Antes de despedirnos y con los últimos tragos que habían "exaltado nuestra amistad", me preguntó si necesitaba algo de la Cancillería. Al contarle mis tribulaciones moscovitas que compartía también con su amigo Erhart del Campo, se despidió diciéndome que no me preocupara y que él encontraría pronto una solución. Al día siguiente, ya recuperado, y al emprender el regreso a mi destino, pensé que esa promesa sería olvidada por mi interlocutor, como las promesas que se hacen entre las brumas de la noche y el alcohol.

Al regresar a Moscú recibí después de un tiempo una carta en la que se me anunciaba el interés del coronel Juan Francisco (Tito) Guevara de contar con mis servicios en su flamante embajada en Venezuela. Mientras dudaba en aceptar esa oferta, surgió la imprevista llamada telefónica desde Buenos Aires del embajador Lupiz, ofreciéndome el traslado a la embajada en Brasil y a Federico hacerse cargo del consulado en San Pablo, propuestas que rápidamente aceptamos y que se concretarían unos pocos meses más tarde. De los hielos a los trópicos, donde comenzaría una nueva vida. Aunqe fueron unos años duros y difíciles, guardo recuerdos muy cálidos y entrañables. Tenía razón Casal cuando me recibió en Moscú, diciéndome que ese destino dejaría marcas en mí y afectos imborrables.

9. DE LAS ESTEPAS A LOS TROPICOS

De las frías estepas al trópico el contraste no podía ser más marcado. De un mundo cercado y con múltiples controles, el redescubrimiento de Río de Janeiro, ciudad conocida en mi adolescencia, fue al principio deslumbrante.

Mis primeros pasos fueron encaminados a presentarme a la embajada y a procurar una vivienda que estuviera cerca del trabajo. El embajador era Osiris Villegas, un austero general retirado y protagonista años atrás de un papel relevante en el devenir político argentino. Su severa compostura y un semblante a primera vista poco amable y adusto, no fueron para mí auspiciosos, porque mantuvo para conmigo en los primeros meses una actitud distante y hasta recelosa, por razones que desconocía.

Tuve la suerte de encontrarme con mi buen amigo Juan José Uranga con quien habíamos ingresado juntos a la carrera diplomática. También con mi antiguo amigo madrileño de mi época de estudiante, el ahora consejero Arturo Ossorio Arana. Ambos contribuyeron a facilitar mi aterrizaje.

Después de recibir mis pertenencias de Moscú y conseguir un departamento en un barrio no muy alejado de la embajada, no me fue fácil instalarme mentalmente ante el brusco cambio que estaba experimentando. Decidí concentrarme en el trabajo, en familiarizarme con el idioma tomando clases, a pesar de que la afinidad del portugués con el español era un estímulo disuasorio, y, sobre todo, en conocer más sobre la historia del Brasil y la de sus relaciones con la Argentina, que no pasaban por su mejor momento, avivadas por las rivalidades históricas y algunas divergencias más contemporáneas.

Gracias a una carta recibida inesperadamente de Buenos Aires, pude establecer contacto con una acreditada periodista del Jornal do Brasil, cuya madre era argentina y que me permitió introducirme en su atractivo círculo de amistades. Así comencé a frecuentar, estrenando mi renovada soltería, al inteligente grupo de periodistas y fotógrafos que integraban la redacción del semanario humorístico O Pasquim , con voces críticas al gobierno. Formaban todos ellos un submundo dentro del muy caracterizado espíritu "carioca", típico talante festivo y hedonista que impregnaba de modo particular casi todos los ambientes de Río de Janeiro, como mucho más tarde lo comprobaría en mis viajes por el extenso Brasil. Entre sus integrantes estaba el ya célebre músico y poeta Vinicius de Moraes, que venía de popularizar su canción sobre la muchacha de Ipanema (A garota de Ipanema), barrio que congregaba a todo el grupo en un conocido bar y que unía algunos toques intelectuales y artísticos que lo destacaban con cierto "dandismo" dentro del clima aparentemente sólo frívolo y superficial del mundo "carioca". También participaba el corresponsal del New York Times en Brasil, Joseph Novitsky, con quién hice pronta amistad. Joe era un agudo y bien informado observador de la realidad brasileña, cuya tarea no era fácil, dado que sus crónicas, muchas veces críticas, no eran habitualmente bien recibidas por las autoridades locales. Terminó casándose con Isabel Montero, mi reciente amiga del Jornal do Brasil. "O Pasquim" era bastante tolerado, aunque también estaba expuesto a la severa censura del Gobierno. Más de una vez sus ejemplares fueron confiscados antes de salir a la venta.

El gobierno revolucionario, como así se autodenominaba desde 1964 tras el derrocamiento por el congreso del entonces presidente constitucional Joao Goulart y la pronta asunción de los militares al gobierno, era conducido con mano férrea por el severo y poco simpático general Emilio Garrastazú Medici, electo por la cúpula militar en 1969 para suceder a su predecesor en el cargo. Si bien el régimen se había establecido desde sus comienzos como una dictadura, proscribiendo a la mayor parte de la clase política tradicional e impidiendo toda posible contestación pública a sus designios, había también organizado una novedosa fachada democrática mediante la creación de dos nuevos Partidos, uno oficialista y el otro supuestamente opositor, aunque con limitaciones muy estrictas que sólo le permitían opinar sobre cuestiones técnicas o que no pusiesen en cuestión las bases del régimen. Todos los medios de comunicación estaban igualmente controlados, cuando no transformados en voceros de la verdad oficial. La seguridad nacional era el tópico dominante en las esferas castrenses y sirvió de justificación primaria a la gesta revolucionaria desde sus inicios, sobre todo ante la temida subversión comunista, también revolucionaria, que asolaba a todo el Continente. La guerrilla urbana local seguía asediando al gobierno con sus acciones terroristas, bombas, asesinatos y secuestros, sobre todo en las grandes ciudades como Río de Janeiro y San Pablo. Si bien el intenso accionar de los organismos de seguridad había logrado desmantelar y apresar a gran parte de los integrantes de los dos más grandes movimientos subversivos, sus prioridades en el último tiempo se habían concentrado en el secuestro de diplomáticos y ejecutivos de empresas multinacionales a fin de asegurarse no sólo importantes rescates, sino también una alta repercusión en los medios del exterior. En 1969 la guerrilla MR 8, que integraba a la que cuarenta años después sería presidente, Dilma Rousseff, había secuestrado al embajador norteamericano, que fue "canjeado" con la liberación de 15 de sus integrantes que estaban en prisión, a los que el gobierno expulsó a Chile y Suecia. Al año siguiente corrieron la misma suerte en Río los embajadores de Alemania y Suiza, así como también el cónsul de Japón. Siguiendo su modalidad el gobierno terminó canjeando su liberación por las de muchos guerrilleros. Como los servicios de información militares comunicaron a nuestro embajador que nuestra representación figuraba como un probable próximo blanco, el general Villegas nos congregó a todos los funcionarios para darnos precisas instrucciones preventivas: cambio cotidiano de itinerarios para desplazarnos, tarea nada fácil dado que Río está en gran parte emplazada en una estrecha franja entre los morros (colinas circundantes) y el mar, por lo que existían pocas vías para desplazarse desde Botafogo (sitio de la embajada) hacia el sur, Copacabana, Ipanema y Leblon o Säo Conrado, barrios habituales de nuestras residencias. También nos dijo que nos proveyéramos de un arma para portar siempre en nuestros vehículos. Fui el único que decidió privarse de un revólver, por considerarlo inútil y peligroso ante un eventual secuestro, dada mi inexperiencia en su uso y porque deduje que de esa manera arriesgaría innecesariamente mi vida. Meses después, y cuando ya había pasado a ser una persona de mayor confianza, el embajador Villegas me contó que había sufrido un sangriento atentado en la época que ocupaba el ministerio del Interior. Desde un coche que se desplazaba paralelo al suyo le dispararon en la cabeza sin que la bala milagrosamente le perforara ningún órgano vital. A pesar de que siempre llevaba un arma junto a su asiento prefirió hacerse el muerto y detener el auto hasta que el peligro se disipara. Todavía sangrando pudo luego llegar con sus propios medios a un hospital. Curioso episodio, dado que sus guardiaespaldas estaban en otro auto que lo seguía y más curioso todavía porque su agresor fue luego apresado y él se negó a reconocerlo como autor del atentado en una rueda de presos. Nunca pude entender ese desacostumbrado temple ante la adversidad y su generoso perdón al criminal agresor. No me dijo su nombre, que yo supe más tarde por otro medio, pero sí el motivo del atentado. El tirador, un ex comando civil de la revolución de 1955, tenía un infundado temor de que él levantara la proscripción electoral al peronismo. Como Villegas también participaba de esa pasión antiperonista había preferido ahorrarle al agresor una larga prisión. Su padre había sido en Mendoza, su tierra natal, dueño de una imprenta y era de una tradición liberal- conservadora. Esta amenaza de peligro se prolongó durante varios meses hasta que la rutina y el tiempo terminaron disipando los fundados temores iniciales, haciéndonos pensar que era enfermizo seguir en ese estado de tensión ante eventuales actos que no podríamos enfrentar. Lo guerrilleros se desplazaban habitualmente en varios coches y solían clausurar sorpresivamente los accesos al lugar del secuestro.

Además de esos secuestros también se sucedían, aunque de modo decreciente. atentados mortales contra empresarios y militares, los que fueron muchas veces silenciados en los medios, pero de los que los extranjeros tomábamos igualmente conocimiento. Los métodos de represión, en especial las torturas, eran habituales y sólo algunas autoridades eclesiásticas osaban de tiempo en tiempo denunciarlos, transformando así a la Iglesia en el único órgano que se atrevía a cuestionar esos métodos al Gobierno, así como la desigualdad social persistente, con la solitaria complicidad del importante periódico liberal-conservador, "O Estado de Sao Paulo", vocero de los poderosos grupos económicos paulistas. Este último, si bien apoyaba al régimen, se permitía difundir semejantes noticias para morigerar el accionar gubernativo y la amplia repercusión internacional en los medios extranjeros que afectaba sus intereses. La imagen del país en el exterior constituía una obsesión del gobierno militar, que si bien mantenía un férreo control del poder y una severa disciplina en todos sus cuadros, no podía aceptar los cuestionamientos o críticas que, a su entender, pretendían deslegitimar su autoproclamaba revolución para impulsar la grandeza y el desarrollo integral del país. El gobierno estaba formado por militares y tecnócratas distantes de la vida política tradicional y desarrollaba su acción con absoluta independencia de los congresistas. Los ambiciosos planes de desarrollo como los programas de alfabetización masiva, la construcción de grandes y extensas carreteras en el Amazonas o que unirían de Norte a Sur y de Este a Oeste el enorme territorio, así como el sobredimensionado plan de reforma agraria para el nordeste brasileño, una de las áreas más atrasadas y con estructuras económicas y sociales casi feudales desde el siglo XIX , servían para animar y dar un renovado sentido a la tarea del Gobierno. La impetuosa consigna del gobierno era que el Brasil estaba yendo para adelante y lanzado resueltamente a transformarse en una potencia continental. Este redescubrimiento nacional generaba una extendida auto-complacencia en las capas dirigentes. Contribuyó mucho a ello la creativa campaña publicitaria que llevaba a cabo el gobierno, en especial durante la presidencia del general Garrastazú Medici, que me tocó vivir. Conducida por uno de sus principales asesores, el coronel Octavio Costa, autor de un difundido libro "O mundo sem hemisferios " y asiduo lector de Antoine de Saint Exupery y de su "Principito", al que solía citar, fue el principal artífice de esa idealización. Consiguió también con éxito transformar la imagen pública del presidente, un general muy poco carismático, en el gran y bondadoso "abuelo" del Brasil. Costa había formado parte, como muchos otros, ya ahora oficiales superiores, de la Fuerza Expedicionaria Brasileña en las Segunda Guerra Mundial. La vida cotidiana en Río transcurría, exceptuando los mencionados brotes guerrilleros, sin sobresaltos, sin el dramatismo que caracterizaba a la mayor parte de los países latinoamericanos. La historia monárquica y esclavista del Brasil había dejado huellas indelebles en el alma colectiva, el "imaginario" del país. En 1898 fue el último país del mundo en abolir la esclavitud. La República instaurada al año siguiente por una imprevista y no sangrienta asonada militar, no tuvo resonancia popular. Costó mucho a los nuevos gobernantes recrear un relato histórico convincente para reemplazar la figura del emperador. La música del himno no fue alterada y se procuró recrear una rebelión desatada en el siglo XVIII en Minas Geraes por un dentista, bautizado popularmente como "Tiradentes" y pronto reprimida brutalmente , para hacer de él un mártir cristiano, emparentando su desconocida imagen con la de Cristo. Los positivistas, que pasaron a ser, por propia gravitación, el númen ideologico más influyente en los comienzos de la república, impusieron el lema de su mentor francés, Augusto Comte, "Ordem e Progreso", hasta en la nueva y ligeramente modificada bandera nacional. La independencia de Portugal alcanzada en 1822, había sido propulsada y organizada por la masonería local y los intereses económicos a ella ligada, a la que terminaron por incorporar al hijo del Rey de Portugal para desligarlo de sus obligaciones dinásticas y filiales y transformarlo en el nuevo Emperador de la antigua colonia. En 1889 se destronó al soberano y se proclamó la República. Esta última se abrió camino conducida por una elite ilustrada. El fin de la esclavitud no significó, por otra parte, una real liberación del mundo negro, ahora desprotegido y analfabeto, y por tanto excluído del voto hasta la tardía reforma legal casi un siglo más tarde (1985) y que hasta entonces era el 35 % de la población.

En mis días en Brasil, los negros no integraban ninguno de los poderes del Estado, ni tenían miembros de relevancia en el ejército, la judicatura o las universidades. A pesar de que muchos brasileños evidenciaban en mayor o menor grado claros rastros de algún ancestro negro, residuos mestizos de la época de la esclavitud o de la voluptuosidad natural y no discriminatoria en ese campo de las gentes del país, lo cierto es que los negros debían restringir su significativo protagonismo social a la música y a los deportes, en especial el fútbol. Los festejos del Carnaval, que requerían una prolongada preparación durante casi todo el año, inventando nuevas y distintivas coreografías, construyendo costosas carrozas y preparando deslumbrantes atuendos, eran tareas en su mayor parte asumida por la población negra o marcadamente mestiza. Los deslumbrantes carnavales anuales, con su exultante alegría, ocultaban indigencias y trasfondos de tristezas y melancolías que sólo se expresaban en muy sentidas canciones. El Carnaval era, por otra parte, al igual que en el futbol o en los espectáculos musicales, el momento en que la distancia entre negros y blancos se disipaba y permitía crear la ficticia sensación de que no existía discriminación. El tema era casi totalmente desechado en los medios de opinión y en las conversaciones con nativos, lo que permitía disimular su existencia y restarle todo carácter problemático, sobre todo porque no había discriminaciones legales explícitas como ocurrió en Estados Unidos o prejuicios raciales arraigados en la mayoría de las gentes. La antigua aristocracia seguía en mi época privándose de los baños de sol y la blancura del rostro seguía siendo un no confesado signo de distinción. Contribuían también a este consolidado "modus vivendi" la predisposición natural de las gentes del país a evitar todo dramatismo en la vida social y a considerar que todos los problemas tienen algún tipo de solución pacífica y amigable, lo que ellos llamaban un "jeitinho", actitud que los diferenciaba de los países de herencia española.

Brasil era en mi época una sociedad muy jerárquica, en la que cada uno sabía el lugar que le correspondía y no se planteaba ponerlo en cuestión. Esa "mansedumbre" natural de los sectores mayoritarios consolidaba el statu-quo de marcadas desigualdades sociales y prevenía contra bruscos cambios. Todos estaban "ubicados" como diría una prima política mía nacida en el sur del Brasil. No era casual que casi todos los temas escogidos anualmente por las "Escolas do Samba" recogieran siempre alusiones monárquicas, con reinas, reyes, princesas y carrozas. Esas fueron mis primeras impresiones que son, casi siempre, las más certeras, y que fui formando, como en los primeros tiempos de todos mis destinos diplomáticos, antes de insertarme en la complejidad de todo país, máxime en uno tan extenso y variado como era el Brasil. Aunque me costó ampliar mis relaciones con el medio local, el embajador no se esforzaba por mantener y cultivar vínculos con sectores influyentes del entramado político y social, pude contar al poco tiempo de mi arribo con el padrinazgo de un ex embajador argentino, antiguo y prestigioso residente en Río, merced al cual frecuenté a algunas figuras de relevancia. César Barros Hurtado, tal era su nombre, al igual que su joven y amable mujer, Clara Petraglia, concertista de guitarra, me brindaron una muy cálida y para mí privilegiada amistad. Don César, de quién guardo siempre un agradecido recuerdo, había sido embajador en Estados Unidos y en Moscú en tiempos del presidente Arturo Frondizi, con quién mantenía una estrecha amistad.

Grato conversador, solía explayarse sobre las variadas y múltiples historias de su agitada vida política. Había sido un antiguo militante radical y mantenía relaciones epistolares frecuente con destacadas figuras de la política argentina. Nunca pude saber la razón de su residencia en Río, aunque sí que tenía importantes inversiones en el Uruguay que le permitían mantener un alto nivel de vida. Gracias a su amiga, la muy simpática Gilda Joppert, hija de un banquero paulista, que ofició con su novio de cicerone, pude participar de muchos encuentros con caracterizadas figuras de la sociedad "carioca".

También entablé amistad, a través de él, con Cleantho de Paiva Leite,un renombrado abogado y cientista político, egresado del London School of Economics, que en su momento colaborara con el segundo gobierno de Getulio Vargas, en calidad de asesor económico de la presidencia entre 1951 y 1954 . Había sido director ejecutivo del Banco Interamericano de Desarrollo, en cuya constitución participó y fue el creador del Instituto Brasileiro de Relaçoes Internacionais, que funcionaba en la sede de la importante Fundación Getulio Vargas, uno de los centros de estudios en ciencias sociales más prestigiosos e independientes del país. Cleantho era además el legatario oficial de todo el archivo personal del ex presidente Vargas, al que estuvo estrechamente ligado y uno de sus principales propósitos era clasificar y publicar esa documentación. El "padre de los pobres", como bautizara el pueblo llano al ex presidente, había mantenido buenas relaciones con Perón durante su segunda presidencia y el estrechamiento de los vínculos entre sus dos gobiernos para establecer una alianza política y económica fue uno de los motivos del ataque despiadado de los sectores liberales brasileños en contra suyo, que lo llevaron finalmente a su suicidio. Era Cleanho de un trato muy cordial y merced a él pude familiarizarme con muchos sucesos de de la vida política brasileña y también de las múltiples coincidencias de nuestros países en épocas de los presidentes Perón y Frondizi. Tanto él, como su buen amigo, el distinguido sociólogo Helio Jaguaribe, a quién también frecuenté y al que le correspondería acordar con otros intelectuales brasileños y argentinos las bases del entendimiento entre los presidentes de ambos países doce años después, mantenían una discreta actitud crítica con su gobierno, del que eran opositores. Pero al igual que en otras prominentes figuras de la vida cultural brasileña, siempre encontré en ellos un acrisolado sentido de pertenencia y de buena voluntad para el entendimiento.

Los dos tenían un particular aprecio por la Argentina y eran muy conscientes de que el estrechamiento de nuestras relaciones resultaba fundamental para lograr una mayor autonomía nacional, sobre todo de los Estados Unidos, y acelerar nuestro desarrollo. Una posición semejante pude descubrir en el prestigioso hombre de Estado y de posiciones mucho más conservadoras, Afonso Arinhos de Mello Franco, a quién también pude frecuentar, dueño de una imponente biblioteca que rodeaba su muy acogedor escritorio. Don Afonso era, ya de edad, un muy destacado hombre público que había desempeñado muchos cargos legislativos, fue senador y diputado muchos años, y ministeriales, como así también diplomáticos en diversos gobiernos, Había sido Canciller en 1961 con Janio Quadros y fue, en su tiempo, un encarnizado enemigo de Getulio Vargas durante sus dos presidencias. Compartían todos ellos, aunque desde distintas perspectivas ideológicas, sin expresarlo directamente, una posición distante de las seductoras e inerciales posturas históricas de Itamaraty, cimentadas por el Barón de Río Branco. Itamaraty, nombre con la que se identifica a la diplomacia nativa era, desde la época de Perón sobre todo, el sector que aparecía como el sector más reticente a estrechar nuestras relaciones bilaterales.

Otro de mis buenos amigos en Brasil fue Ramón "Kuki" Avellaneda que se había radicado en Buzios después de abandonar la carrera diplomática. Buzios era un pequeño y paradisíaco pueblo de pescadores a 200 kilómetros al norte de Río de Janeiro al que llegó imprevistamente la famosa actriz francesa Brigitte Bardot en 1964, acompañada de su novio Bob Zaguri, un playboy de origen marroquí que vivió muchos años en Brasil. La leyenda ha tejido muchas conjeturas sobre donde se conocieron Bob y Ramón. Cuando la pareja visitaba Rïo de Janeiro, debido al intenso asedio de los periodistas, aceptaron navegar en un yate con amigos y desembarcar en Buzios, donde pasaron cinco días que bastaron para darle trascendencia internacional a ese casi desconocido lugar, otrora puerto de piratas y mercado de esclavos. La actriz habría quedado tan prendada de lugar que decidió volver a los pocos meses para pasar una más extensa estadia en la modesta casa que tenían entonces Ramón con su mujer, Marcela Mayol. Esta vez Brigitte Bardot sumó a su fotógrafo preferido que multiplicó en todos los medios su presencia en esas playas lejanas. Buzios no tenía, por ese entonces, ni agua corriente ni luz eléctrica. Después de la partida de Brigitte los Avellaneda onsiguieron que su Pousada para a ser una meta de numerosos peregrinos de todo el mundo, deseosos de conocer el lugar donde se había hospedado la estrella. En su homenaje se le dio sinólicamente su nombre al cuarto en el que durmió. En mi tiempo Ramón vivía ya de los ingresos de la posada y de sus cotidianas excursiones de pesca de cangrejos en las inmediaciones. Para ello debía sumergirse, con una botella de oxígeno, hasta casi veinte metros de profundidad, tarea muy peligrosa qye afrontaba a veces en soledad, zambulléndose desde su bote lejos de la costa.Yo solía visitarlo y trata de conseguirle siempre nuevos huéspedes. Le tocaba a él cocinarles y deleitarles con su atractivo cancionero. Más de una vez se negó a cobrarles la estadía o la comida porque decía que él también había disfrutado de su compañía.



Política exterior e Historia



José María da Silva Paranhos, más conocido como el barón de Río Branco, fué el más exitoso diplomático de la historia brasileña y sus designios inspiraron por casi un siglo la visión preponderante en su diplomacia. Era hijo del vizconde de Río Branco, que presidió uno de los más prestigiosos gabinetes del emperador por largos años. El Barón se dedicó desde joven a la tarea pública, incorporándose un poco más tarde al servicio exterior, primero del Imperio y luego de la República. Se desempeñó la mayor parte de su vida en Europa y como victorioso negociador de importantes disputas limítrofes con los países vecinos. Coronó su carrera como canciller desde 1902 hasta su muerte en 2. Las disputas fronterizas con la Argentina por las Misiones y con Francia por la Guayana le permitieron, al hasta entonces oscuro Cónsul en Liverpool, ser artífice de la conducción y presentación del Brasil ante los respectivos árbitros, las autoridades norteamericanas y suizas. y coronar con éxito ambas disputas, en 1895 y 1900, luego de un exhaustivo trabajo previo de investigación. Esos éxitos adquirieron gran relevancia pública y revitalizaron la autoestima nacional, cuestionada tras los escándalos económicos y las crueles represiones militares que envolvieron los primeros pasos de la nueva República. También impulsaron su arribo al cargo de Canciller en 1902 donde le cupo continuar la tarea de engrandecimiento territorial del Brasil. Con la excusa de defender a la población brasileña, mayoritaria en el vasto territorio del Acre, territorio que estaba reconocido como boliviano en un Tratado firmado en 1867, impulsó primero su ocupación militar y luego la firma de un nuevo acuerdo con Bolivia en 1903 por el que se reconocieron al Brasil casi 200.000 kms2 de tierras contra el pago de 2 millones de libras esterlinas y la construcción de un ferrocarril. Aunque la acusación de "imperialista" se expandió por todo el continente, el barón de Río Branco prosiguió con su consigna "territorio es poder" y consiguió, en su antigua disputa con Perú, que éste país le reconociera más de 400.000 Kms2 contra menos de 40.000 asignados finalmente a la nación peruana. Era el barón un hombre del siglo XIX. Deploró la caída del Imperio en su país y su cuarto de siglo en Europa lo hicieron partícipe de las visiones políticas que allí prevalecían. Gracias al peso dominante que había adquirido el mercado norteamericano para sus exportaciones de café y caucho, las relaciones con Estados Unidos se fueron fortaleciendo ya en el siglo XIX en detrimento de Gran Bretaña. Las intervenciones británicas contra el tráfico de esclavos provocaron la ruptura de relaciones diplomáticas y una decreciente influencia en la política exterior brasileña. Ya como Canciller, apoyó a los Estados Unidos y a los países europeos en La Haya y en todos los foros internacionales, contra la Doctrina Drago (1902), que postulaba el no cobro compulsivo de las deudas públicas (defendiendo la soberanía venezolana cuestionada por el bloqueo militar de sus puertos impuesto por Alemania y Gran Bretaña para cobrar sus créditos). También Brasil respaldó las intervenciones norteamericanas en Cuba y Méjico, así como el reconocimiento de Panamá como nuevo país. Político pragmático, el barón de Río Branco pensaba que si los países no saben gobernarse a sí mismos no tienen derecho a existir. Su confesión a Ramón Cárcano, que oficiaba en su momento como representante argentino, es muy elocuente sobre su propia valoración: "Yo construí el mapa del Brasil". Le cupo a él inaugurar lo que dio en llamarse la "política triangular" de su país: tener una relación privilegiada con los Estados Unidos que le permitiera ser, al mismo tiempo, el "intermediario natural" de sus políticas con América Latina, con la que debían también consolidarse relaciones de influencia y amistad. Debe tenerse presente, por fin, que Brasil apoyó a Estados Unidos en todas la Conferencias Interamericanas de la primera mitad del siglo XX y envió efectivos militares para sumarse a los ejércitos aliados en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial (La Fuerza Expedicionaria Brasileña que combatió en Italia estuvo integrada por más de 25.000 hombres). Es en Itamaraty, sede tradicional de la cancillería brasileña asimismo, donde perduraron más tiempo esos "imaginarios" del barón de Río Branco, a pesar de los importantes cambios en el contexto mundial y nacional. Su nombre preside, además, al Instituto de formación de sus diplomáticos desde 1945. A pesar de las importantes coincidencias ideológicas que mantenía Brasil con nuestro país en materia de seguridad continental y regional, los recelos históricos por el renovado objetivo brasileño de constituirse en el "key country"(país llave) de los Estados Unidos en el Continente, conspiraron para acordar con la Argentina y el Paraguay un aprovechamiento equitativo de los recursos naturales compartidos en el Alto Paraná. Este tema tripartito pasaría a ser durante casi diez años uno de los principales factores de conflicto. Brasil ya estaba negociando con el Paraguay un acuerdo para la construcción de la más importante represa hidroeléctrica mundial y nuestro país abogaba para que se le suministrara información sobre el proyecto, visto que podía ser afectado en sus derechos, aguas abajo, para construir una represa igualmente importante y rentable, si no se fijaban cotas adecuadas de descarga del dique aguas arriba. Lamentablemente Brasil había asumido una posición intransigente, recelando de que nuestro objetivo fuese más bien cuestionar esa obra y proclamó la "soberana autonomía" de sus decisiones estratégicas. En una nota oficial dirigida a nuestro embajador en Río, Mario Amadeo, el Canciller brasileño Jose Magalhaes Pinto le expresó "la imposibilidad de discutir fórmulas que atenten contra nuestros derechos soberanos". El tema en disputa ya había pasado en mis días a ocupar un espacio polémico en los medios de opinión de ambos países, lo cual alimentaba los recíprocos recelos. También Brasil observaba con preocupación el avance de gobiernos de "izquierda" en sus vecindades y la poco clara política argentina frente a esos fenómenos. La inesperada elección en 1970 del socialista Salvador Allende en Chile, con propuestas tan afines al régimen cubano al que admiraba, a pesar de que su estrecho triunfo sobre el candidato conservador cuestionaría su implementación a través del parlamento, encendió crecientes alarmas entre los militares brasileños. También los nuevos gobiernos en Perú y en Bolivia incrementaron su intranquilidad, al igual que el fundado temor de que las próximas elecciones presidenciales en Uruguay a fines de 1971 pudiesen consagrar al candidato de la "izquierda". Esto alentó en el Gobierno brasileño y en sus seguidores mediáticos a la construcción de la impactante "teoría del cerco": un país con dieciséis mil kilómetros de fronteras, con vecinos no confiables, no podía permanecer indiferente frente a estos nuevos fenómenos que, además, comprometían el éxito de sus objetivos revolucionarios. El general Golbery do Couto e Silva, autor del publicitado libro "Geopolítica do Brasil" (1967), adonde condensó varios de sus escritos sobre el destino manifiesto del

"imperio brasileño", se había transformado en uno de los principales ideólogos de la revolución militar, en especial de su línea dura. Bajo su supervisión se preparó la documentación que sirvió de base al golpe militar de 1964. Sus planteos alarmistas sobre el papel preponderante que debía asumir el Brasil en el hemisferio en defensa de la civilización occidental provocaron inevitables preocupaciones en todos los gobiernos de la región. Ya no era necesario sólo combatir al enemigo interior (la guerrilla urbana); la Región debía a prepararse para un enfrentamiento más complejo en el frente exterior. Enmarcado en el contexto de la "guerra fría", Brasil volvía así a coincidir también en sus preocupaciones con los Estados Unidos, cuyo gobierno ya había alentado la "revolución" de 1964 contra el gobierno constitucional. Los guerrilleros tupamaros secuestraron en Montevideo en julio de 1970 al agente de seguridad norteamericano, Dan Mitrione y al cónsul brasileño Aloysio Díaz Gomide, y exigieron para su entrega la liberación de todos los presos "políticos" (que eran alrededor de 150). Como el Gobierno constitucional y democrático uruguayo, presidido por Jorge Pacheco Areco, había adoptado la política de no negociar con la guerrilla, Mitrione, que era un experto en contrainsurgencia y que estaba colaborando con las fuerzas de seguridad locales, fue ejecutado un mes más tarde, lo que provocó una gran resonancia continental. Inmediatamente, los tupamaros - el distante y muy ajeno rebelde incaico Tupac Amarú les sirvió de curiosa y atrabiliaria identificación-, exigieron un millón de dólares por la liberación de Díaz Gomide. Como el gobierno uruguayo persistía en su firme posición de no negociar con la guerrilla y la efervescencia periodística en Brasil estaba creando un extendido alboroto en la opinión pública y en los cuarteles, su canciller citó al embajador uruguayo en Brasilia y de modo imperativo y amenazante le exigió que procurara la urgente liberación del cónsul en cuestión, del mismo modo que lo hacían ellos con los guerrilleros locales, aceptando la propuesta guerrillera, según pudimos conocer casi de inmediato en nuestra embajada. Los medios brasileños ya hablaban abiertamente y con prepotencia de que el gobierno debía adoptar todas las medidas necesarias para salvaguardar la vida de su representante y hasta avanzaban la idea de una intervención en el vecino país. En consecuencia el gobierno uruguayo decidió prohibir la circulación de todos los periódicos y revistas brasileñas. Ante la resistencia uruguaya a cambiar de postura, satisfecho su gobierno, además, porque acababa de apresar a la cúpula tupamara que integraba el futuro presidente José Mujica, la mujer del cónsul inició una colecta nacional en Brasil a fin de recaudar los fondos exigidos. Después de complejas negociaciones reservadas de agentes brasileños con los tupamaros, con el forzado aunque no público asentimiento uruguayo (hasta el gobernador de Río Grande del Sur, Leonel Brizola, contribuyó con 50.000 dólares), el cónsul fue liberado cuatro meses más tarde en Chuí, ciudad fronteriza con Brasil. Un mes más tarde, en enero de 1971 los tupamaros secuestraron al embajador de Gran Bretaña en Uruguay que estuvo 244 días preso y por el que su Gobierno pagó 44.000 libras esterlinas con la intermediación del presidente Salvador Allende de Chile.

Pero ya para entonces lo que más preocupaba a los militares brasileños era un eventual triunfo de del Frente Amplio de izquierda, constituido en febrero del mismo año, en las elecciones presidenciales uruguayas que tendrían lugar en noviembre de 1971. Por las informaciones disponibles se temía en nuestra embajada que si ello ocurría podría desencadenar una intervención armada brasileña en el vecino país. "O Estado de Sao Paulo", ya hablaba abiertamente en ese tiempo de que lo que ocurre en Uruguay "no era sólo un asunto interno de ese país". Lo cierto es que a medida que se acercaba la dramática fecha, el Gobierno brasileño comenzó a desplazar tropas a la frontera y a organizar lo que mucho después se conocería como el "Plan de las 30 horas", tiempo que se emplearía para ocupar el Uruguay en caso de triunfar el Frente Amplio. En la visita que el presidente Garrastazú Medici realizó a Washington en diciembre, cuando aún no se conocían los cómputos finales de la elección (recién se develarían en febrero de 1972), se analizó esa perspectiva con su homólogo norteamericano Richard Nixon y su consejero de Seguridad Henry Kissinger para el necesario respaldo de ese país. Por suerte, finalmente, resultó electo el candidato oficial del Partido Colorado, Juan María Bordaberry, quedando tercero el Frente Amplio. Así, pues, aquellos planes quedaron archivados. De todas maneras, el Gobierno brasileño incrementó su cooperación militar con el nuevo gobierno uruguayo, tal como lo había hecho con Bolivia, país con el cual colaboró para el golpe militar que encabezó el general Hugo Banzer, en agosto de 1971, derrocando al gobierno populista del general Torres. También comenzó a intensificar la asistencia y el envío de oficiales a Chile para colaborar con el ejército de ese país, hecho que desembocó en su ostensible apoyo al derrocamiento del presidente Salvador Allende en septiembre de 1973. Las crónicas sobre la época suelen resaltar el respaldo norteamericano y omiten señalar la importante participación brasileña en ese golpe militar. Brasil fue, además, el primer país en reconocer al nuevo gobierno. Dado que el Gobierno militar argentino del general Alejandro Lanusse había puesto en marcha varios viajes a países sudamericanos en una publicitada política de buena vecindad y resultaba inquietante que no se incluyera al Brasil en esa estrategia, máxime cuando en su gobierno veían que esos desplazamientos elementos fortalecían su "teoría del cerco", convencimos al embajador Villegas de que era urgente trazar un cuadro de situación apropiado del Brasil, a fin de alentar y preparar un eventual viaje de nuestro canciller y luego del propio presidente al vecino país. Para ello convocó a mediados de 1971 a todos los funcionarios civiles y militares de la embajada, los cónsules generales en Río de Janeiro y San Pablo y a nuestro delegado en Brasilia, para que intercambiáramos opiniones sobre todos los aspectos de la política y la economía actuales del Brasil. Como resultado de ese fructífero debate se decidió conformar un Grupo para redactar las coincidencias alcanzadas y, en consecuencia, sugiriera eventuales cursos de acción por parte de nuestro país. Con Juan José Uranga compartíamos la idea de que la amistad con Brasil nos era no sólo conveniente, sino también indispensable, más allá de los regímenes políticos vigentes.

Preparamos un largo y pormenorizado Informe sobre la política interna y externa del Brasil. Recuerdo todavía que incluimos, además de las que nosotros considerábamos las preocupaciones dominantes en ambas áreas y nuestra convicción que no preveíamos cambios sustanciales a mediano plazo en el régimen, las novedosas pretensiones brasileñas sobre la Antártida, las atractivas incursiones políticas y comerciales en Africa y, a pesar de haber firmador importantes acuerdos de cooperación atómica con los Estados Unidos, una creciente vocación para ser tratado de igual a igual en las relaciones bilaterales. Brasil había extendido recientemente su mar territorial a las 200 millas desde la costa, decisión que fue fuertemente criticada por las autoridades de Washington. Nuestra idea, en suma, era que la Argentina debía poner a prueba, en forma práctica, la buena voluntad de entendimiento manifestada por el Brasil en los temas de mutuo interés, máxime ante las turbulencias que agitaban la región.

Lamentablemente esas visiones esperanzadas no fructificaron durante la visita que el presidente argentino, Alejandro Agustín Lanusse, realizó meses más tarde a Brasilia. Contribuyó a ello la actitud un tanto impetuosa de la cancillería argentina, tras las exitosas giras precedentes por diversos países, invocando el supuesto fin de de las barreras ideológicas ante los cambios que se venían produciendo en la región. Esta visión contrastaba con las arrogantes posiciones asumidas por Brasil frente a los dilemas continentales y bilaterales. De ahí la dificultad de encontrar caminos adecuados para concretar posibles entendimientos.

Nuestro canciller de entonces, el lúcido y experimentado Luís María de Pablo Pardo, de origen nacionalista y hombre de la vieja Argentina, llevaba en su mochila de estudioso las antiguas rivalidades con el Brasil, reavivadas ante las nuevas dificultades. El presidente Lanusse, a su vez, un altanero líder militar, no pudo tampoco sustraerse a esos preconceptos y utilizó su discurso en la cena que le ofreció el presidente de Brasil para hacer puntualizaciones que resultaron muy irritantes para los dueños de casa, como aquello de "que no podían existir oasis de prosperidad entre zonas marginadas, ya sea dentro de cada marco nacional o en el continental" o que "los argentinos- los latinoamericanos-, no aceptamos bajo condición alguna un destino secundario" y que

"ningún país es tan poderoso como para prescindir de los demás". También planteó con insistente énfasis la necesidad de ajustarse al derecho para la regulación y la utilización de los recursos naturales, en clara alusión al diferendo sobre el río Paraná. El discurso pronunciado en Brasilia provocó una fuerte indisposición al jefe de protocolo de Itamaraty, por lo que tuvo que ser retirado del agasajo.

La orgullosa cúpula militar brasileña, observaba, como ya señalé, con mucha desconfianza los movimientos diplomáticos de la Argentina en la región, sus siete visitas previas a países sudamericanos que aparecían como recreando un cerco antibrasileño, y recelaba que las pretensiones argentinas para el aprovechamiento del río Paraná ocultaban el deseo de obstaculizar la construcción de la importante represa que tomaría el nombre de Itaipú.A su vez el canciller brasileño, Mario Gibson Barboza, que no guardaba gratos recuerdos de su estadía como diplomático en Buenos Aires y que pertenecía a la vieja guardia de Itamaraty, contribuía de modo decisivo a bloquear soluciones de compromiso. No hay duda, como decía con sabiduría Ramón Cárcano, en otro tiempo nuestro lúcido embajador en Río, que "el sentimiento nacional en todos los pueblos es susceptible e impaciente. Cualquier incomprensión o ligereza puede perturbarlo…"

La prensa de ambos países multiplicó el diferendo y los pocos acuerdos alcanzados no lograron atenuar el fracaso del encuentro. La más influyente revista brasileña de esa época, "Visäo", según recortes que guardé, tituló su nota sobre la visita "O desacordo ficou mais forte" y luego en su editorial, seguramente alentado por el gobierno, destacó que no se esperaba que el presidente Lanusse ventilara públicamente las divergencias sobre los recursos y que los brasileños "no precisaban que viniera a darnos lecciones".



Confidencias inesperadas



Con el correr del tiempo, gracias a mi leal trabajo y los innumerables informes que preparaba, se fue disipando la atmósfera inicial de desconfianza que caracterizó en sus comienzos mis relaciones con el embajador Villegas y fui descubriendo una personalidad afable y más bien campechana detrás de su ceñudo rostro. Vivía pendiente de los sucesos de nuestro país y no ponía mucho interés en frecuentar personalidades locales. El cambio de clima de nuestras relaciones comenzó cuando me asignó la tarea de intérprete ante las visitas protocolares de numerosos embajadores extranjeros, tarea que finalizaba habitualmente con charlas personales. Habituado a la vida de cuartel, esos remansos le permitieron hacerme inesperadas confidencias sobre sus principales preocupaciones y le fueron pareciendo más interesantes mis, al principio, cautelosos comentarios. Lo cierto es que al cabo de unos meses pasé a ser así, de modo natural, el testigo privilegiado de algunas de sus más reservadas entrevistas.

Entre ellas recuerdo las varias visitas del conocido periodista Bernardo Neustadt que actuaba como uno de los principales promotores de su eventual candidatura para las próximas elecciones presidenciales argentinas, salida ya forzada para el proceso militar que lideraba entonces el general Lanusse. Las largas conversaciones de las que fui testigo versaban sobre los respaldos militares y civiles con los que Villegas podía contar para contrarrestar la poca simpatía que se tenían ambos generales y que inclinarían a Lanusse a elegir un candidato de su mayor confianza.

A pesar de que yo recién me estaba empapando de las complejas negociaciones políticas argentinas en curso después de mi prolongada extranjería, y no alcanzaba a entender bien el por qué de mi participación en esos encuentros, deduje que a Villegas le interesaba escuchar mis impresiones posteriores y que mis opiniones, en parte discordantes de las suyas, eran también bienvenidas. Muchos años después, en época más complejas, aprendí que los militares están habituados a lo que ellos llaman reuniones de Estado Mayor, donde las opiniones intercambiadas son valoradas sin contar el rango del que las expresa. Sus preocupaciones principales en el año 1972, estaban centradas en develar las reales intenciones de Perón desde su exilio madrileño y la necesidad, para mí irrenunciable, después de su larga proscripción, de abrirle las puertas electorales al peronismo. El tema de las guerrillas, así como su crecimiento en la Argentina, alentado por las consignas de Perón, le hacían pensar a Villegas que las elecciones iban a abrir una caja de Pandora, aunque aceptaba que la participación peronista era también inevitable. Al poco tiempo Villegas se convenció de que le era necesario volver a Buenos Aires y renunciar a su confortable estadía carioca. Unos meses antes, en septiembre de 1971, me había convocado a una curiosa e inesperada reunión con un escribano amigo suyo, Walter Iscaro, que venía de labrar las actas de entrega del cadáver de Evita a Perón en su residencia madrileña de Puerta de Hierro . Eran dos Actas, según nos contó, para entregar al embajador argentino en España, brigadier Jorge Rojas Silveira, por quienes habían traído los restos desde Italia y luego la de su entrega a Perón por parte del embajador.

Según el notario esa entrega coexistió con la de una importante suma de dinero, por sueldos atrasados, cumpliendo así con un compromiso asumido por el gobierno del general Lanusse. Mencionó también el visitante que Perón, en el marco de una gran tensión, después de observar el féretro, se apartó rápidamente para contar con minuciosidad en un rincón de la mesa la cuantía del dinero, dando a entender, contra la más veraz opinión que recogí yo años más tarde, su falta de emoción ante el acontecimiento y su conocida avidez monetaria.La realidad es que Perón se conmovió mucho al ver el cadáver embalsamado de Evita después de tanto tiempo; el embajador Jorge Rojas Silveira, acérrimo antiperonista, según lo relató después, lo sorprendió lagrimeando.

También fueron de interés los comentarios de ese visitante sobre la repercusión que habría tenido en Perón, la aparición en su cuerpo de esa enfermedad llamada psoriasis, pústulas que florecen en la piel y que producen, además de irritación en quienes lo padecen, una prevención habitualmente desagradable en quienes los frecuentan. Tras la muerte de su primera mujer, pertenecientes a una discreta familia burguesa, medio en que Perón se desenvolvía, habría pasado, a causa de esa sorpresiva enfermedad, a la que algunos atribuyen un origen nervioso, a relacionarse con mujeres de otro nivel, frente a las que no tendría que mostrar sus inhibiciones. Aunque esos comentarios, de médicos y amigos cercanos a Perón y recogidos por nuestro interlocutor, apuntaban a entender la mutación de opiniones y relaciones que había experimentado el primer Perón, hasta entonces de talante conservador, me parecieron demasiado simplistas no obstante aportar nuevos datos para la comprensión del personaje. Otro visitante de Río de Janeiro, un viejo empresario argentino, me contó también, en su momento, que Perón antes de conocer a Evita había estado enamorado de Zully Moreno, una muy atractiva actriz de la época, amor que no fue correspondido, por lo que, según él, ese desdén habría cambiado la historia argentina. Todas conjeturas sobre posibilidades que quedaron truncas.…

Me tocó acompañar al embajador en un viaje al Amazonas, al que había sido invitado por una de las empresas que estaba construyendo la prodigiosa carretera Transamazónica, que iba a conectar Belem, en el Atlántico con Manaos, en el interior amazónico. La obra había sido presentada a la opinión pública como uno de los más importantes emprendimientos que estaba llevando a cabo el "nuevo Brasil". Grande fue nuestra sorpresa, al descender en varios trechos con el helicóptero, cuando nos contaron desolados los capataces que su labor se veía muy complicada por robos intermitentes y nocturnos por parte de los indígenas de las herramientas e importantes piezas de sus costosas maquinarias. Muchos pueblos nativos se veían afectados por la irrupción de los grandes equipos y la devastación provocada por el amplio surco que se estaba abriendo en su territorio selvático. Esas interrupciones permanentes, como así también, el rápido deterioro de los trechos concluidos, junto a los crecientes costos, llevaron finalmente a descartar el trazado original y contentarse simbólicamente con un corto recorrido finalmente terminado. Al regresar a Río después de una corta tarea que se me encomendó al sur del país, encontré que mi escritorio estaba siendo embalado y que todos mis documentos y papeles, vaciados mis cajones, estaban amontonados contra una pared, con motivo del traslado de la embajada a Brasilia. Indignado fui a verlo al embajador y con firmeza le reproché esa acción intempestiva, en clara violación de mis derechos y de mi privacidad, sobre todo porque había estado ausente en misión oficial. Fue tal mi osada determinación, que Villegas no sólo me pidió disculpas, sino que ordenó a sus colaboradores que me ayudaran a reponer mis pertenencias a su lugar de origen para que yo pudiera ordenarlas. Recuerdo este episodio porque, más allá de mi reacción, me sorprendió gratamente encontrar en el adusto militar esa imprevista y respetuosa valoración de mis derechos. Es curioso, pero a lo largo de mi carrera, me han sucedido episodios semejantes, a los que afronté con igual firmeza y en los que encontré siempre, por suerte, resultados favorables.Nunca dudé que expresando con serenidad lo que se considera justo es esencial, aunque poco valorado por mis colegas, para hacer digno nuestro trabajo.

En ocasión de la llegada discontinua de los veleros que participaban en la tradicional y trianual Regata Buenos Aires-Río de Janeiro, después de varios días de ardua navegación, tuve ocasión de escuchar los relatos de varios marinos argentinos, algunos de ellos amigos míos, y en especial el del mítico Germán Frers, que la había ganado en 1950. Mucho me impresionó escuchar sus venturas y desventuras en alta mar, sobre todo su experiencia de que para barcos de dimensión mediana como los Fjord que él diseñaba, construía y piloteaba, era imposible ganar esa regata navegando por las rutas marítimas habituales sin perder de vista las costas, porque de ese modo los barcos más grandes serían siempre los primeros en arribar a Río. Agregó que había descubierto que su única chance consistía era distanciarse de la costa y esperar más cerca del corazón del Atlántico, unos vientos favorables y esporádicos que venían de Sudáfrica. Naturalmente, el riesgo era que ese viento no apareciese a tiempo y quedar varado en alta mar en esa inútil espera. Desde entonces siempre he pensado que esa enseñanza sería muy provechosa también por los que comienzan una larga travesía en la escena política y que esa teoría a la que yo, de allí en más, bautice arbitrariamente "Germán Frers", sería muy útil para permitirles abrirse camino sin recorrer los caminos transitados por los más veteranos navegantes, enarbolando banderas novedosas y eligiendo caminos distintos que atrayesen a electorados urgidos de cambios.

En vísperas de la mudanza se me designó para participar como observador y delegado de nuestra cancillería en el Primer Congreso Internacional de Derecho del Mar, que tendría lugar en Porto Alegre.Por ese entonces, el tema tenía destacada relevancia en la agenda internacional.

Entre los participantes argentinos el más destacado fue Juan Carlos Puig, a quien recién conocía, que era catedrático de relieve en la Universidad de Rosario y autor de varios libros.No me podía imaginar por esos días que, un año más tarde, volvería a encontrarlo ya él como canciller del nuevo gobierno.

El principal tema de los debates fue la extensión del mar territorial y el alcance de los derechos de soberanía o solo de jurisdicción sobre esa franja costera, sobre todo porque Brasil y Perú habían decidido recientemente innovar en la materia extendiendo la soberanía de los Estados hasta las doscientas millas. Puig objetó esa posición observando que la legalidad de de las proyecciones unilaterales de los Estados ribereños debería estar condicionada a las necesidades de la navegación, por lo que no podría ponerse en cuestión el libre desplazamiento de nuestros buques hacia el Atántico Norte. En las conclusiones del Congreso, se logró dejar a salvo nuestros derechos.



Embajada a Brasilia



Desde la mudanza de todos los órganos del gobierno a Brasilia, la cancillería brasileña venía intimando a todas las embajadas a instalarse allí de modo cada vez más insistente. El traslado comenzó en 1960 y concluyó casi en el primer año de la década siguiente. Al principio nuestra embajada nombró un representante que oficiaba de enlace con Itamaraty y las demás reparticiones oficiales, quién debió establecer allí una sede provisoria. Al final nos vimos obligados a afrontar, de modo perentorio, el traslado de todo el personal, los pesados archivos y gran parte de su mobiliario a un edificio de alquiler en Brasilia, dejando sus oficinas en Río a nuestro Consulado General, que iba a quedar también a cargo del Palacio Guinle, imponente y tradicional residencia de los embajadores argentinos. El Palacio Guinle, como así se llamaba por haber pertenecido a una acaudalada familia local de ese nombre, ocupaba casi una manzana con su muy amplio jardín y se comunicaba lateralmente con el modesto edificio lateral donde estaban las oficinas de las embajada. Nos vimos así obligados a deshacer un grupo muy agradable de trabajo con el que compartimos dos años de trabajo y amistad. Recuerdo al agregado militar coronel Humberto Pizzi y a su adjunto, el mayor Argentino del Valle Larrabure, que estuvo secuestrado años después en la Argentina por la guerrilla durante muchos meses en condiciones infrahumanas y finalmente asesinado, tras someterlo a crueles torturas. Lo menciono aquí porque era un hombre bonachón, naturalmente cordial y por cuanto su martirio lo sentí como uno de los episodios más injustos y dolorosos de nuestra guerra civil. Metáforas de la Argentina: sus asesinos o sus deudos cobraron suculentas indemnizaciones del Estado años más tarde en retribución de sus "ideales", no así ninguna de sus víctimas.

El embajador Villegas, a su vez, aprovechó para renunciar. Una de las mayores pérdidas fue el traslado de Alba Cermesoni, la más eficiente y animosa funcionaria local, bilingüe perfecta y traductora, y que era la inteligente memoria viva de nuestra Embajada, a la que se había incorporado muchos años atrás.

Los restantes diplomáticos trasladados a Buenos Aires fueron reemplazados directamente en la nueva sede y yo fui asignado para integrar el Consulado, aunque ocupándome sólo de los temas de la vida política brasileña, cuyo epicentro estaba todavía en Rio de Janeiro, y también como enlace con la embajada en Brasilia, adonde debía viajar con espaciada periodicidad. La nueva capital había sido pensada ya desde el siglo XVIII para poder administrar mejor, desde el interior, el extendido territorio brasileño. Las constituciones de 1,1934 y 1946 habían también previsto su eventual instalación en el centro del país. Le cupo al visionario presidente Juscelino Kubitschek, electo en 1956, concebir y llevar a cabo una de las iniciativas urbanísticas y sociales más ambiciosas del siglo XX, con una decidida visión geopolítica y al mismo tiempo con la idea de fundar una ciudad ideal, donde desaparecieran las desigualdades sociales .El área finalmente escogida fue en el Planalto, compacta meseta situada al sur del Estado de Goias. Su diseño fue encomendado por concurso, al talentoso urbanista Lucio Costa, con ideales comunistas, al igual que el no menos prestigioso arquitecto Oscar Niemeyer, a quien se le confiaron los monumentales y asombrosos proyectos edilicios, tanto para las sedes de los ministerios como para las homogéneas viviendas y comercios de los pobladores. Finalmente, también por concurso, se le asignó a Burle Marx el diseño de los muy atractivos parques. Para Costa, la ciudad fue concebida como una utopía, cuyo centro lo ocuparían los imponentes edificios del Gobierno, con ejes radiales y transversales que conectarían desde allí a todos los barrios de la circunferencia. Su "Plan Piloto" preveía un orden y una eficiencia urbana inédita para albergar no más de 500.000 habitantes en el año 2.000. Cada barrio tendría un número prefijado de similares inmuebles, precisos locales para los comercios y el entretenimiento. Tras 41 meses de intensivos esfuerzos, y con unas inversiones cada vez más onerosas, en abril de 1960 fue inaugurada y comenzó así lo que sería el lento desplazamiento de toda la administración nacional. A pesar de las críticas recibidas y de los gastos descomunales que insumió su construcción, la nueva capital marcó un hito en el devenir político y económico del país, además de transformarse en un formidable ícono de la modernización ya irrevocable del Brasil. Nunca dejé de admirar la determinación emprendedora que hizo posible Brasilia y la providencial aparición de un estadista como Kubitschek para realizarla. Kubitschek compartió con nuestro presidente de la misma época, Arturo Frondizi, un credo de integración nacional y de desarrollo modernizador, al mismo tiempo que comunes ideales respecto de Latinoamérica. La ciudad que yo conocí, todavía en construcción, si bien aparecía como una fantasmal obra de arte, ya había comenzado a ser desbordada en cada barrio por las iniciativas espontáneas y anárquicas de sus primeros habitantes. También habían comenzado a poblarse sus suburbios de manera inorgánica, imponiendo nuevos aportes derivados de la incontenible idiosincrasia nacional. Gran parte de los millares de funcionarios de los tres poderes involucrados en el forzado desplazamiento, decidieron todavía mantener a sus familias en Río, así como sus viviendas, a las que regresaban los fines de semana merced a los abaratados pasajes de los múltiple"pontesaéreos". Brasilia era muy poco atractiva por ese entonces y la principal vida cultural y política seguía desarrollándose en Río de Janeiro y en San Pablo. Por eso recibí con gran contento la orden de no tener que trasladarme.



Consulado en Rio



El Consulado General en Río estaba presidido por el ministro Francisco Molina Salas, un muy simpático diplomático, de gran inteligencia, que me brindó una rápida y cálida acogida.

Al poco tiempo de desempeñarme en el consulado me tocó ocuparme de la repatriación de los restos mortales del Dr. Ramón Carrillo, renombrado sanitarista y neurocirujano argentino, muerto años atrás en Belem en absoluta pobreza, donde trabajaba como médico. Se había desempeñado como ministro de Salud Pública y Asistencia Social en el gobierno de Perón. Renunció a su cargo en julio de 1954, aquejado de una grave enfermedad, para realizar un tratamiento especial en Estados Unidos. Exiliado luego en noviembre del mismo año en el norte del Brasil, donde, a pesar de su fama internacional como académico y científico, debió aceptar un modesto trabajo en un hospital local. Durante la Revolución Libertadora se lo declaró injustamente prófugo e interdicto de todos sus bienes y se saquearon con saña su casa y sus libros. Cuando murió en febrero de 1956 el gobierno de Aramburu y Rojas, no permitió que sus restos fueran inhumados en la Argentina. De todas estas historias de odio estéril recién entonces tomaba conocimiento. El general Lanusse, como prenda de concordia, aceptó expatriarlo en mis días, por lo que tuve que coordinar el traslado con las autoridades militares de los dos países y encargarme de gestionar los fondos para los obligados pagos. Castillo como científico y neurobiólogo había hecho importantes e innovadores aportes reconocidos en Europa y en los Estados Unidos, donde había también trabajado. Como ministro había llevado a cabo un vasto plan sanitario con el que consiguió erradicar enfermedades endémicas como el paludismo, el tifus y la brucelosis a través de campañas muy eficaces y hacer desaparecer prácticamente la sífilis y las enfermedades venéreas. Impulsó también la creación de casi 250 hospitales o policlínicas gratuitos y consiguió reducir drásticamente la mortalidad infantil. Tal vez fue uno de los que más contribuyeron con sus obras a mantener vivo el recuerdo agradecido al peronismo en vastos sectores de la población.

Con motivo de la enfermedad de nuestro cónsul en Recife, se me pidió que ocupara interinamente ese consulado, pensando en que sólo sería por un mes, lo cual me permitiría conocer una región muy característica y diferente del país. Esos 30 días fueron finalmente más de tres meses, debido a la extensión de las licencias que conseguía mi colega titular. Llegué sin mucho entusiasmo a establecerme y ocuparme de lo que era el corazón del nordeste brasileño. La región y la ciudad habían sido dos siglos atrás conquistadas por los holandeses, que dejaron, como los españoles un siglo antes, una indeleble impronta. Pude descubrir que era una región con características muy particulares, en donde los oasis de producción de azúcar, cultivo preponderante, contrastaban con las inmensas áreas del "sertäo", singular desierto prestigiado por la gran literatura que inspiró. El cultivo y su elaboración eran dominadas por los "Grandes Señores" dueños de los ingenios y de las tierras, que ocupaban a la mayoría de la población. Era realmente un Brasil arcaico y con consagradas jerarquías, con "caciques" rodeados de secuaces ostentosos, una delgada clase de profesionales y funcionarios de una insegura clase media y una enorme masa de hombres y mujeres empobrecidos. Como ya lo mencioné, el Gobierno militar estaba ensayando, con menguado éxito, una ambiciosa reforma agraria que, con costosos e inadecuados métodos, tropezaba con muchos obstáculos, al enfrentar arraigados hábitos sociales y la deficiente instrucción de los eventuales beneficiarios. Quise conocer, por ese tiempo, al afamado cardenal Helder Cámara, que residía en la vecina y muy linda ciudad de Olinda, por lo cual solicité una entrevista. A la hora prefijada, me estaba esperando un colaborador suyo, mientras una larga fila de peregrinos, de más de 300 métros, aguardaba paciente poder estrechar igualmente las manos de este iluminado profeta y defensor de los pobres. Cuando estuve con él pude experimentar la particular y carismática irradiación que emanaba de su persona, resaltada por su blanca y rústica vestimenta. Me recibió con una muy cálida alegría y en la amable conversación que mantuvimos se interesó con mucho afecto por mí y por cómo estaban las cosas en la Argentina, mientras sujetaba mis manos con las suyas. Me dejó una impresión de santidad y comprendí fácilmente que así lo consideraran las gentes del país, que le atribuían, además, poderes sanadores.

También pude entrevistar al renombrado sociólogo Gilberto Freyre, uno de los intelectuales tradicionales que más se había empeñado, con cierto éxito, en valorizar y embellecer la historia del Brasil y en recrear la idea de que se había consolidado allí una humanista y diferenciada "civilización de los trópicos". Yo había leído varios de sus libros sobre la historia del mundo negro donde, además de mostrar una rigurosa investigación de campo sobre el comportamiento y los típicos alojamientos asignados a los esclavos, procuraba rescatar su hasta entonces poco valorizada convivialidad y un tratamiento más benigno y hasta más bien idealizado por parte de los "Señores". Creo que su mayor contribución fue la de atraer la atención de los estudiosos sobre el valioso carácter mestizo de la población brasileña, mezcla natural de blancos, indios y negros, aportando todos sus singularidades y en devolverle a ese mestizaje un orgulloso prestigio.

Aunque yo sabía que él tenía sentimientos contradictorios con la Argentina, admiración y fastidio al mismo tiempo, y que su prédica intelectual se había orientado a valorizar su "visión" del Brasil, en contraste con las turbulentas vecinas repúblicas hispano-parlantes, se mostró muy abierto y amable, sobre todo cuando le señalé que toda la América Hispana era también mestiza. Me recordó su figura el papel que quiso jugar en la Argentina, cincuenta años atrás, Ricardo Rojas, al escribir sobre nuestra emergente "argentinidad". A mi regreso, mi vida en Río y en el consulado siguió sin especiales sobresaltos hasta que en abril de 1973 fui trasladado a Buenos Aires, donde me esperaba una Argentina efervescente y muy distante de la que había dejado más de cinco años atrás.

La partida de Brasil no fue sin desgarros, no sólo porque dejaba allí buenos amigos, sino también porque guardo desde entonces un particular aprecio por el país y su complejo y atractivo mundo. Esos afectos irían a acompañarme de ahí en más a todo lo largo de mi carrera diplomática, más allá de las difíciles negociaciones que me tocó afrontar.

10.REGRESO A BUENOS AIRES

Tras los largos años de ausencia encontré que el país había experimentado profundos cambios. No es que careciera de información. La misma llegaba con los diarios argentinos que recibíamos en la embajada, así como con las variadas opiniones que nos aportaban los incesantes viajeros. También las visitas de mi padre a Río de Janeiro, de paso para Europa o a su regreso, así como la correspondencia que con él mantenía me permitían contar con apreciaciones políticas que se hicieron más intensas en mi último año brasileño, sobre todo porque ya se había transformado en un activo protagonista con la irrupción de su diario "Mayoría " en la escena nacional a finales de 1972. Me parece de interés, en ese sentido, que me detenga en algunos acontecimientos previos a mi partida al extranjero y durante los años de mi ausencia, así como también en algunas reflexiones sobre los cimbronazos del siglo, para comprender en parte, mi zozobra al volver al país y encontrarlo ensangrentado y carcomido por la violencia. El general Onganía, tras el golpe de estado de 1966, fue el fruto de la confluencia de sus aspiraciones de ser el nuevo caudillo que refundaría la Argentina y del credo predominante en las Fuerzas Armadas de evitar el eventual acceso electoral del peronimo, tras sucesivas proscripciones. A la primera proclama de que su gobierno no tendría plazos sino objetivos, le sumó prontamente la decisión de reprimir con violencia manifestaciones de alumnos y docentes universitarios, que culminó con la cesantía de numerosos profesores y su posterior y forzado exilio del país. La otra medida trascendente y que caracterizó su gestión, fue el otorgamiento a todos los gremios el manejo exclusivo de las obras sociales, con el objeto de asegurarse el apoyo de los sindicatos e independizarlos de la tutela de Perón. Esta medida, que era ajena al peronismo, fue un elemento decisivo de la creciente corrupción y enriquecimiento de la mayoría de los dirigentes sindicales, cuyos efectos se prolongan hasta nuestros días.



La Revolución y su expansión continental



La culminación exitosa de un grupo no muy numeroso de guerrilleros y la asunción ya en enero de 1959 de Fidel Castro al frente del nuevo gobierno bautizado como la "Revolución Cubana" tuvo un inmenso impacto en todo el Continente, no sólo porque enarbolaba consignas políticas, sociales y económicas muy seductoras para grandes sectores latinoamericanos, sino también por el aura romántica que irradiaban sus principales dirigentes, entre ellos el argentino Ernesto Guevara, transformado pronto en el legendario "Che", ataviados todos ellos, en sus nuevas funciones oficiales, con el mismo uniforme militar de su relativamente breve y victoriosa campaña de guerrilleros contra un gobierno y un ejército regular.

Aunque sus ataques a los Estados Unidos, sindicado desde el comienzo como cómplice del gobierno derrotado y de las grandes injusticias que padecía el país, en ese entonces con un ingreso per cápita y un nivel de vida de los más elevados de América Latina, recién al año siguiente comenzó en Cuba la confiscación de cientos de empresas y bancos de ese país. Lo que no se demoró fue la rápida consolidación de un régimen autocrático con la derogación de la Constitución "liberal" de 1940 y de todas las garantías judiciales, el control de todos los medios de comunicación y la concentración en la persona de Fidel Castro de todas las atribuciones del poder, Jefe todopoderoso de la Revolución y del Estado. Los fusilamientos sumarios, sin juicio previo, de centenas de opositores y la acusación de traidores y el envío a prisión de los primeros revolucionarios que osaron disentir con el caudillo, fueron los primeros síntomas de la instauración de un sistema totalitario. Aunque Guevara se declaró abiertamente comunista al año siguiente, Fidel Castro lo hizo recién en 1961, al autoproclamarse públicamente marxista-leninista, tras la ruptura de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos y la consolidación de los lazos con la Unión Soviética.

En 1959, Jorge Masetti que había participado en el movimiento guerrillero que desembocó en la Revolución, llegó a Buenos Aires para reclutar periodistas de cierto prestigio a fin de incorporarlos a la recientemente creada agencia de noticias "Prensa Latina ", con sede en Cuba. Rodolfo Walsh, Juan Carlos Portantiero, Rogelio García Lupo y Francisco Urondo, entre otros, fueron así reclutados para establecer las bases de lo que llegaría a ser el formidable aparato de propaganda del castrismo. Desde entonces Walsh se fue radicalizando y terminó como los poetas Fracisco Urondo y Jorge Gelman incorporándose luego, de manera resuelta, al movimiento guerrillero argentino.

No hay duda que el gobierno cubano planeó desde el comienzo de su gestión la necesidad de expandir su revolución a todo el continente y para ello contó con la activa colaboración de la Unión Soviética y sus satélites, en la medida en que ello podía ser un ingrediente importante para contrarrestar la acción de los Estados Unidos en la Guerra Fría. La amplia difusión del ideario de liberación nacional pregonado desde La Habana, que amalgamaba ideales y aspiraciones para imponer mayor justicia a nuestras sociedades, con la convicción de que sólo la violencia permitiría hacer realidad esos cambios, contribuyeron en las décadas de 1960 y de 1970 a incendiar la geografía latinoamericana. En el caso argentino, la proscripción del peronismo, las proclamas de Perón para la acción violenta desde sus sucesivos exilios y la seducción creciente que ejercía la "epopeya cubana" no sólo en militantes de izquierda, sino sobre todo en amplios sectores católicos y en hijos de recalcitrantes antiperonistas, configuraron un cóctel cada vez más explosivo, que en los años siguientes se expandiría como bola de nieve en todo nuestro país.

Los primeros signos aparecieron en 1962, cuando un comando organizado en Cuba y capitaneado por el ya citado Jorge Ricardo Masseti, amigo muy cercano al "Che" Guevara, desembarcó en Salta y comenzó a operar cerca de Orán en los comienzos del año siguiente; la actividad guerrillera fue sofocada en los siguientes meses.

Es interesante destacar lo que expresó su hijo Jorge Masseti en su libro “El furor y el delirio ", publicado en Paris en 1993, donde se había exiliado tres años antes. Hijo del legendario periodista y guerrillero del mismo nombre, había nacido en Buenos Aires y creció en Cuba, adonde ingresó en 1974. A temprana edad y hasta 1990 se desempeñó en su servicio secreto y fue un activo enlace con el ERP: "Una de nuestras consignas era hacer de la Cordillera de Los Andes la Sierra Maestra de América Latina, donde primero hubiéramos fusilado a los militares, después a los opositores y luego a los compañeros que se opusieran a nuestro autoritarismo…"

El Concilio Vaticano II que se desarrolló entre 1962 y 1965, tras una larga preparación, dio renovados aires a la grey católica dotándola de un fresco impulso vivificador y evangélico, liberándola de algunas de sus anacrónicas posturas. Ese "aggiornamiento" o adecuación al tiempo histórico, implicó cuestionar hábitos seculares y a la vez abrir perspectivas novedosas difíciles de controlar. Para ciertos sectores de la Iglesia, el Concilio significó más que la modificación de algunos hábitos y focos de atención doctrinales, sino sobre todo, una verdadera "revolución", con acento en la urgencia, para los cristianos, de impulsar cambios drásticos y significativos en el sistema social.

Para muchos, la revolución cubana vino así a emparentarse para algunos con la "revolución" religiosa. Fueron legión los sacerdotes que se lanzaron a este novísimo "asalto del cielo", como decía el poeta Heinrich Heine de su compatriota Kant, cielo que no estaba más en las alturas o en otro mundo, sino en un futuro terrestre a construir.

A mediados de los años sesenta solía pasar habituales fines de semana en casa de Pedro Ezcurra. Era amigo de todos sus hijos, en especial de Silvina y de su marido, mi buen amigo, Carlos Maiorano, así como de Ignacio. Invitado por este último tuve ocasión de frecuentar al que era entonces un entusiasta seminarista y luego un pasional enamorado, Juan García Elorrio. La casa de los Ezcurra, era un ámbito donde los muchos amigos de sus ocho hijos eran siempre recibidos con especial bonhomía.

Como seminarista, de palabra atractiva y talante exaltado y hasta vehemente, Juan nos asediaba a todos los jóvenes con su insistente prédica religiosa. Al cabo de varios meses asistimos al repentino abandono de sus ya avanzados estudios en el Seminario y a su no menos fervoroso romance y casamiento con una amiga de Silvina, que tampoco duraría mucho tiempo. El posterior encuentro no menos apasionado con Casiana Ahumada, una atractiva y determinada jóven vinculada al dirigente peronista pro-cubano John William Cooke , le permitió unir prontamente ambas pasiones, la religiosa que había dejado pendiente, y la revolucionaria, al crear con ella en Septiembre de 1966 gracias a los fondos que Casiana aportaba de su reciente viudez, el que sería un instrumento intelectual decisivo para el accionar guerrillero de los años 70, la revista mensual "Cristianismo y Revolución".

Los bienes de la familia Leloir, apellido del difunto ex marido de Casiana, habían contribuido así, de modo imprevisible, a alentar la subversión. Pronto se sumaron a ellos, entre otros, el sacerdote Carlos Mugica, "Pepe" Eliaschev, Emilio Jáuregui y Miguel Grinberg, que llegó a ser estrecho colaborador del monje trapense y escritor Thomas Merton. "Cristianismo y Revolución" sirvió también como vehículo de expresión a muchos movimientos guerrilleros, además de aportarles un significativo apoyo "doctrinario". Después de cinco años de dirigir esa publicación y de crear paralelamente el "Comando Camilo Torres" en la Argentina -nombre de un sacerdote colombiano que se transformó en guerrillero-, Juan García Elorrio murió asesinado en septiembre de 1970, aunque los diarios dieron cuenta del hecho como un accidente de tránsito. Casiana siguió al frente de la revista casi un año más, hasta que fue detenida. Liberada tiempo después merced a sus eficaces contactos familiares, pudo optar por salir del país para instalarse en España.

Esta historia me resulta paradigmática para explicar parte de la vida argentina de aquellos años, en la medida que el contagio progresivo de miles de jóvenes precipitó una cruenta guerra civil de la cual aún no se ha hecho un sereno balance.

La famosa Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, Africa y América Latina, más conocida como la "Tricontinental" que tuvo lugar en La Habana en Enero de 1966, presidida por el futuro presidente de Chile, Salvador Allende, y en la que participaron centenas de destacadas personalidades políticas de los tres continentes, así como de la Unión Soviética. Entre los latinoamericanos participaron conocidos miembros de los partidos comunistas nacionales. Entre los argentinos estuvieron, entre otros, John William Cooke, integrante de una de las alas del Movimiento peronista ya resueltamente enrolado con las huestes revolucionarias cubanas y su estrecho y reciente amigo, nuestro conocido Juan García Elorrio. En esa Conferencia se decidió crear la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), con sede en La Habana, a fin de apoyar la lucha armada y todos los Movimientos de Liberación Nacional surgidos o que surgieran en el continente. De allí en más el régimen cubano crearía centros de instrucción militar y de logística para el combate guerrillero. Futuros integrantes de los movimientos subversivos de nuestro país se incorporaron desde entonces a lo que se llamaría ya de modo explícito la lucha armada. Otros guerrilleros fueron entrenados en Argelia y en el Líbano, aunque bajo la cómplice tutela de la Unión Soviética.

A su vez, en marzo de 1967, había comenzado el "Che" Guevara su acción insurgente en Bolivia acompañado de un grupo no muy numeroso de guerrilleros cubanos y argentinos, con la intención de iniciar en ese país un levantamiento armado que luego pensaba extender a la Argentina. Venía de experimentar sonados fracasos con su estrategia "foquista" en Africa, repitiendo el modelo de "Sierra Maestra", donde había comenzado la revolución de Fidel Castro, con la idea de conquistar un concentrado enclave territorial e ir irradiando, luego, la revolución a una cada vez más vasta geografía.

La falta de apoyo de los campesinos determinó, después de varios meses, la muerte de gran parte de sus efectivos y la captura y posterior ejecución, en octubre del mismo año, del propio "Che" Guevara.

En 1967 el Papa Pablo VI daría a conocer su Encíclica "Populorum Progressio, donde en uno de sus párrafos repitiría la consagrada idea de los teólogos españoles, de que "en caso de tiranía evidente y prolongada" era aceptable la insurrección armada. En 1968 la Conferencia de Obispos de América Latina proclamó abiertamente la opción de la Iglesia por los pobres, un cambio que sería significativo para muchos sacerdotes. En el mismo año se funda en nuestro país el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que inspirado por todos esos antecedentes, se pronunció contra el colonialismo, el imperialismo del dinero y por una clara "opción a favor de los pueblos pobres y los pobres de los pueblos". Progresivamente ese Movimiento fue radicalizándose y como diría uno de sus más conspicuos integrantes, el padre Carlos Mugica, comenzaron a hablar no ya de una revolución espiritual, sino de una inevitable revolución política que tal vez debería ser violenta y que tendría como objetivos el fin de la propiedad privada y la socialización de todos los medios de producción. También se fueron sumando a esta prédica por la violencia muchos jóvenes dirigentes sindicales y universitarios. Según cuenta Guillermo O´Donnell , entre 1960 y 1968 se produjeron 14 acciones armadas por año. En 1969 ya fueron 49, mientras la represión del gobierno también se fue acentuando progresivamente.

La muerte de Pedro Eugenio Aramburu a fines de Mayo de 1970, secuestrado primero por un grupo de jóvenes disfrazados de militares en su domicilio y cuyo "ajusticiamiento" fue anunciado pocos días después por un recién estrenado grupo autodenominado Montoneros, fue otro de los sucesos inesperados que conmovió al país. Según algunas fuentes confiables, el general Aramburu, ya de vuelta de su furioso antiperonismo y preocupado por la necesidad de encausar la creciente violencia que asolaba al país, había decidido realizar un encuentro con Perón en Europa. Su objetivo habría sido lograr una gran reconciliación nacional con su antiguo adversario. El claro anticomunismo de Perón facilitaba el proyecto.De allí en más los Montoneros, integrados en sus inicios por varios grupos de origen católico y nacionalista pro-peronistas, así como los otros movimientos guerrilleros multiplicaron su accionar terrorista e insurreccional.

Uno de los mejores diagnósticos del clima de la época lo realizó el escritor y poeta mejicano Octavio Paz, una de las inteligencias más preclaras de Amërica Latina. El nos decía: “El panorama espiritual de Occidente es desolador, chabacanería, frivolidad, renacimiento de las supersticiones, degradación del erotismo, el placer al servicio del comercio y la libertad convertida en la alcahueta de los medios de comunicación. Pero el terrorismo no es una crítica de esta situación: es uno de sus síntomas…” Para Paz “…el culto de la revolución es una de las expresiones de la desmesura moderna. Una desmesura que, en el fondo, es un acto de compensación por una debilidad íntima y una carencia. Le pedimos a la revolución lo que los antiguos le pedían a las religiones: salvación, paraíso. Nuestra época despobló el cielo de dioses y ángeles pero heredó del cristianismo la antigua promesa de cambiar al hombre. Desde el siglo XVIII se pensó que ese cambio consistiría en una tarea sobrehumana, pero no sobrenatural: la transformación revolucionaria de la sociedad, Esa transformación haría ´otros„ a los hombres, como la antigua gracia. El fracaso de las revoluciones en el siglo XX ha sido inmenso y está a la vista…”

Aparición del diario Mayoría



Con motivo de la representación de una empresa española de materiales didácticos, mi padre tuvo ocasión de frecuentar a Perón en Madrid después de muchos años. Pese a haber contribuído a su derrocamiento en 1955 con la revista "Esto Es”, la ceguera y las contradicciones del odio antiperonista, lo llevaron a reasumir dos años después el combate contra los nuevos gobernantes argentinos. Al cabo del tiempo y preocupado por los nuevos desafíos que enfrentaba nuestro país, desde 1971 comenzó a mantener charlas con el Líder exiliado. Como López Rega y su mujer habían establecido un virtual cerco en torno al viejo Caudillo, mi padre solía buscarlo en Puerta de Hierro e invitarlo a almorzar o a tomar un café fuera de su residencia algo que él aceptaba complacido, teniendo en cuenta que era muy poco propenso sacar la billetera. Perón le contaba las penurias a las que lo sometían sus allegados en su residencia, como castigarlo con prolongados silencios para torcer su voluntad. Isabel, para molestarlo, se excedía en gastos suntuarios, dilapidando así sus magros recursos. Perón ya estaba viejo y dependía cada vez más de su indispensable secretario y de su mujer, a la que aquél influenciaba de modo decisivo.

José López Rega había conocido a Isabel en Buenos Aires en ocasión de la gira que emprendiera en 1966 como representante de Perón. Merced a sus conocidas dotes persuasivas, se incorporó al séquito de la viajera invocando su condición de policía retirado. Así fue como luego siguió a Isabel en su regreso a Madrid. De sirviente y guardián, pasó a ser en la residencia de Puerta de Hierro, un colaborador cada vez más indispensable del matrimonio. Años atrás López Rega había publicado varios libros esotéricos y de astrología, por lo que esos saberes le permitieron, además, adueñarse de modo creciente del espíritu y la voluntad de Isabel.

En esos encuentros con mi padre, que había sorteado esas vallas con su habitual simpatía y el carácter nada polémico de su presencia, solían analizar el creciente dramatismo de la situación argentina y la necesidad de devolverle al movimiento peronista un bagaje doctrinario fundado en banderas nacionales y de justicia social, con la inspiración de las sabias encíclicas papales, lejos de las incitaciones pro- cubanas de algunos de sus amigos. Pese a las renovadas invitaciones de Fidel Castro a radicarse en la Habana - bien visto por muchos de sus seguidores-, Perón se rehusó siempre a acoplarse a ese ideario y a perder su autonomía ideológica. Su larga estadía en Europa le había permitido sopesar las fuerzas en pugna en la escena mundial, así como los nuevos y diferentes desafíos que se planteaban a los países periféricos, sobre todo a los grandes productores de alimentos como la Argentina. Seguía, además, muy de cerca los avatares y dilemas de la política europea y mundial.

Por entonces, no sólo se había reconciliado con la Iglesia sino también con muchos de sus antiguos adversarios. Había incorporado asimismo nuevos contenidos ambientalistas y ecuménicos a sus mensajes. También tenía conciencia -a pesar de que como estratega utilizaba todas las fuerzas disponibles, entre ellas las más violentas de los movimientos subversivos, para precipitar una salida electoral-, de que sería necesario aportarle al Movimiento un soporte intelectual suficientemente abarcador y consistente que le permitiera contener y conducir no sólo a sus huestes, sino a toda la nación. Como buen político no le fue difícil convencer a mi padre, que coincidía con esas banderas, de que debería transmitir ese renovado mensaje creando un periódico, sobre todo porque ya se veía como inevitable un próximo desenlace electoral.

El primer número del diario "Mayoría” salió así en Noviembre de 1972, en coincidencia con el primer viaje del general al país tras 17 años de exilio. Lanusse como Presidente, lo había desafiado estúpidamente meses atrás, de que no tendría el coraje de volver. Según me contó mi padre, uno de los emisarios del Presidente argentino en España creyó obtener un falso diagnóstico de Perón, en el que le auguraba pocos meses de vida. Estos detalles de astucia por parte del viejo zorro seguramente pesaron en la bravuconada que ya mencioné.

Cuando mi padre me anticipó tales proyectos, mi primera reacción fue de escepticismo y así se lo comenté, en especial porque si bien encontraba loables los objetivos y que era una forma de desplegar sus viejas convicciones y destrezas periodísticas, sentía que iba a ser muy difícil abrirse camino en medio de la confusión que agitaba el país. Aunque a mi regreso al país solía visitarlo frecuentemente en la redacción, preferí por esos primeros días concentrarme en los nuevos trabajos que se me asignaron en la Cancillería.



La disputa con Brasil y el Acuerdo de Nueva York



Luego de mi reciente experiencia brasileña comencé a ocuparme de los problemas de la Cuenca del Plata con un grupo reducido de colegas, en una residencia en la calle Juncal, demolida tras la ampliación de la avenida Nueve de Julio, por tanto alejada del Palacio San Martín, lo que nos permitía sustraernos a las típicas "internas" diplomáticas, propias del próximo cambio de gobierno. Por otra parte, ya se había consagrado victoriosa la fórmula presidencial del Frente Justicialista de Liberación con Héctor Cámpora y Vicente Solano Lima.

La disputa con Brasil por el aprovechamiento de los ríos internacionales compartidos había alcanzado entonces nuevos picos de tensión. La diplomacia argentina intentó sin éxito en los últimos años consagrar fórmulas jurídicas de entendimiento con el vecino país.

Aprovechando las nuevas preocupaciones ecológicas que se habían abierto camino en la escena internacional, nuestro país fue uno los más firmes apoyos que encontró la diplomacia sueca para convocar una Conferencia Internacional sobre el Medio Humano, así como en el grupo de trabajo que preparó la declaración final de la misma en 1972. Se trataba de ese modo de introducir entre los nuevos principios ambientales el de una necesaria y fructífera cooperación cuando se tratase de utilizar recursos naturales comunes a dos o más Estados.

Tras la Conferencia de Estocolmo, a fines de 1972, la asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la creación del "Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente" (PNUMA), estableció su estructura y su sede en Nairobi, Kenia, y puso a su frente a Maurice Strong, organizador de aquel encuentro internacional.

En la misma Asamblea de la ONU, en septiembre de 1972, las delegaciones de nuestro país y del Brasil intentaron nuevamente conciliar sus posiciones y como no podían ponerse de acuerdo, se decidió confiar solo a los cancilleres Eduardo Mc Loughling y Mario Gibson Barbosa, y a los embajadores ante las Naciones Unidas, Carlos Ortiz de Rozas por Argentina y Sergio Armando Frazäo por Brasil, la redacción de un eventual texto de coincidencias. El texto trabajosamente aprobado en una tardía madrugada reconocía que la cooperación en materia de medio ambiente estaría asegurada "adecuadamente dándose conocimiento oficial y público de los datos técnicos relativos a los trabajos a ser emprendidos por los Estados dentro de su jurisdicción nacional, con el propósito de evitar perjuicios sensibles que puedan ocasionarse en el medio humano". Como se ve no se incluyó ningún compromiso que pudiera satisfacer nuestras preocupaciones. El prestigio del Embajador Ortiz de Rozas, poco avezado en este tema, lo alentó al igual que a que nuestro inocente Canciller, urgidos por mostrar lo que ellos consideraban una exitosa gestión, a que se suscribiera al día siguiente ese texto, lo que dió en llamarse el "Acuerdo de Nueva York", luego transformado en proyecto de resolución conjunto y aprobado sin alteraciones por la Asamblea General.

Pocas semanas después, estando yo en Río de Janeiro, el funcionario brasileño a cargo de la Cuenca del Plata se acercó a nuestro embajador en Brasilia José María Alvarez de Toledo, que descansaba junto a una pileta de natación y le informó que iban a proceder al llenado de la represa Ilha Solteira, lo que motivó el asombro y la comunicación inmediata de ese desafortunado y poco formal episodio a nuestra cancillería. A su vez el embajador brasileño en Buenos Aires, el pícaro y talentoso Antonio Azeredo da Silveira, adelantaba a nuestro Ministerio que la comunicación oficial la enviarían al día siguiente a nuestro representante en Brasilia. Naturalmente esa información era inútil, tanto para prevenir con tiempo sus eventuales consecuencias, como para reclamar por sus posibles perjuicios. Nosotros sospechábamos en ese entonces que no había que descartar la intervención del muy influyente Azeredo da Silveira en esa movida diplomática, sobre todo por su reconocida mala experiencia con nuestros connacionales y por ser un estandarte ya anacrónico de nuestras viejas rivalidades. Si bien ese modus operandi debe ser entendido dentro del contexto de las más bien frías relaciones existentes entre nuestros gobiernos, el desplante a nuestro buen embajador implicó no sólo dar un innecesario e irritativo paso ofensivo por parte de la diplomacia de Itamaraty, sino también mostrar la esterilidad del festejado "Acuerdo de Nueva York".

Sobre la inevitable denuncia formal de ese torpe Acuerdo, así como de la necesidad de avanzar en las negociaciones para realizar las represas pendientes con Paraguay y Uruguay (Yaciretá y Salto Grande), discurríamos por esos días en nuestro Grupo Cuenca del Plata como tareas urgentes que debería encarar la nueva administración. Estas serían, a nuestro entender, indispensables para acompañar, con obras concretas, nuestros legítimos derechos de país situado aguas debajo de importantes vías fluviales.

Nuevo gobierno y nuevas tareas



Con motivo de la asunción del nuevo gobierno de Héctor Cámpora, llegaron a Buenos Aires muchas delegaciones extranjeras de nivel, por lo que la Cancillería decidió nombrar en todos los casos "adjuntos civiles", a fin de acompañarlos a la Casa Rosada, sede de las principales ceremonias. A mí se me asignó la delegación paraguaya, presidida por su canciller, Alberto Nogués. Sabiamente, su presidente, de hecho vitalicio, el general Alfredo Stroessner, había decidido sustraerse a los inevitables contratiempos que podía generar su presencia en tan delicadas circunstancias. Acudí temprano a la residencia del embajador paraguayo en la Argentina para acompañar a la no muy numerosa comitiva, indicándoles el itinerario más adecuado para llegar a la ceremonia oficial. Aunque no sin tropiezos pudimos aproximarnos a la Plaza de Mayo. Allí nos encontramos con un escenario caótico. Millares de entusiastas montoneros e integrantes de otras organizaciones guerrilleras se habían adueñado del frente de la Casa Rosada y tornaban imposible nuestro avance, en medio de una multitud vociferante. Mientras pensaba que sería imposible alcanzar nuestro objetivo y que mis acompañantes corrían peligro, milagrosamente descubrí que, encaramado a un árbol, estaba dando indicaciones el padre Carlos Mugica. Reponiéndome de mi angustia le pedí auxilio, invocando mi condición de acompañante de la "delegación de Noruega". Por suerte las facciones de mis acompañantes permitían esa bienhechora invocación, dado que así Carlos ordenó dejarnos avanzar mientras yo le pedía disculpas al Dr. Nogués por la necesaria simulación. Este, cortésmente y tan asustado como yo, solo atinó a agradecerme. De haber invocado su pertenencia real no sé qué nos hubiera pasado, dado el nivel de euforia y agresividad "revolucionaria" que imperaba en la mítica plaza.

Al día siguiente, asistí, en el Salón Verde, el más grande del viejo Palacio San Martín, a la asunción imprevista, al menos para mí, de las nuevas autoridades. Como Canciller había sido nombrado Juan Carlos Puig, mi reciente conocido de Porto Alegre y como subsecretario el temperamental diplomático Jorge Vazquez Una amplia concurrencia se había apiñado en el amplio salón, así como en las barandas del primer piso para observar la ceremonia. Diplomáticos argentinos y extranjeros, personalidades de la vida pública y militantes políticos de diversas fracciones integraban la heterogénea multitud. Al poco tiempo irrumpieron unas columnas de montoneros conducidas por Eduardo Luís Duhalde que se abrieron camino a empujones y gritando "el que no salta es un gorila". Cuando se acercaron adonde yo estaba junto al Dr. Mario Amadeo, no podía creer que mi antiguo condiscípulo de la Facultad y acendrado antiperonista de ese entonces nos increpara exaltado de ese modo.

Duhalde dirigía por ese entonces, con Rodolfo Ortega Peña, la revista "Militancia” , uno de los principales voceros de los movimientos guerrilleros, de los que eran, además, sus ideólogos más destacados. Aunque de formación trotskista, su prédica coincidía con los sectores peronistas que bregaban por una "revolución socialista". También era abogado de los guerrilleros detenidos. Su caso de mayor resonancia había sido la defensa de los miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que secuestraron y luego asesinaron al director de la empresa Fiat en la Argentina, Oberdam Sallustro, entre abril y mayo de 1972.

Todos ellos se sentían identificados con Jorge Vásquez. La caótica presentación de las nuevas autoridades no auguraba, al menos para mí, un promisorio futuro.

Grande fue mi sorpresa al día siguiente, cuando recibí una urgente convocatoria a su despacho del flamante canciller. Después de saludarme con especial afecto me propuso ser el jefe de su secretaría privada, un cargo que implicaría, de hecho, ser un jefe de gabinete, por lo que podría incorporar a todos los colaboradores que yo estimara conveniente. Agregó que yo era el único diplomático que conocía y que le inspiraba confianza, aunque me hubiera conocido hacía poco. Juan Carlos Puig, era un prestigioso catedrático de Derecho Internacional de la Universidad de Rosario y hacía así su debut en la función pública con un cargo de alto nivel y exposición. También sabía de su pertenencia peronista, aunque desconocía que había sido mi colega diplomático, Mario Cámpora, ya secretario general de la presidencia de su tío Héctor, el que había sugerido los nombres de Puig y de Vasquez.

Juan Carlos Puig, nacido en 1922, tenía facciones de una persona mucho más joven. Doctorado en Derecho en la Universidad de Paris en 1954, obtuvo tres años más tarde el título de Master of Law en la Universidad de Pensilvania. Tenía Puig un trato muy afable y su talante, como diría mi viejo profesor Aranguren, era más bien el de un sereno académico, poco predispuesto a involucrarse en innecesarias situaciones conflictivas. Aunque coincidía con el "revisionismo histórico", no participaba ni del entusiasmo revolucionario de su subsecretario Jorge Vázquez, ni de su exaltado comportamiento. Este último había incorporado a su gabinete a varios guerrilleros, entre ellos a un cura o ex cura de apellido Ortega - a quién en un gesto temerario e inconciente de mi parte le prohibí que entrara armado a las oficinas del ministro -, y a Daniel Antokoletz, jóven abogado, hijo de un conocido tratadista de derecho internacional y que había sido también diplomático. Antokoletetz figura hoy en la lista de desaparecidos durante el gobierno militar y su madre es una de las fundadoras de las Madres de la Plaza de Mayo. Daniel, en esos días, según lo corroboran varios testimonios de sus compañeros, era un fogoso militante guerrillero, por lo que no alcanzo a entender por qué su familia no lo reconoce, más allá de su legítimo derecho a reclamar por su ilegal y violenta desaparición. El secretario privado de Jorge Vazquez era un joven militante de la Juventud Peronista, Felipe Solá, con quién debía mantener un fluido contacto y con el que pronto establecí lazos de afecto que han perdurado desde entonces a través de las múltiples vicisitudes políticas suyas y del país.Si bien no alteré el plantel de diplomáticos que formaban parte de la secretaría privada, decidí incorporar como secretaria alterna a María A. Echeverría de Villalba, más conocida como Ina Villalba, a quién mucho estimaba, a pesar de que tenía un rango diplomático superior al mío. Su marido había sido un activo dirigente del movimiento Humanista de Derecho y ella había tenido simpatías frondicistas. Su presencia me garantizaba contar con un interlocutor inteligente, sereno y de confianza en tiempos bastantes revueltos. Así fue como pudimos sobrellevar muchas impetuosas demandas internas y externas que le permitieron a Puig concentrarse sólo en las exigencias de la política exterior.

Recuerdo, entre otros casos inesperados, el día que recibimos a una nutrida delegación de una "unidad básica" del conurbano bonaerense que nos presentó el pedido para que su jefe, viejo luchador de la "causa", pudiera cumplir con su sueño de ser designado cónsul en Barcelona. Después de explicarles que nos parecía muy atendible esa aspiración y que la elevaríamos al presidente, sin cuya firma no podría efectivizarse, logramos tranquilizar al impetuoso grupo. Otro caso paradigmático que recuerdo fue el de fundamentar la negativa del canciller a otorgarle pasaporte diplomático al ciudadano italiano Licio Gelli, fundador de la famosa logia masónica "P2". A pesar de las intensas presiones, hizo suya nuestra opinión contraria al otorgamiento fundada en claros textos legales.

Cumpliendo con las promesas electorales, una de las primeras medidas adoptadas fue la reanudación de las relaciones diplomáticas con Cuba, interrumpidas desde 1962 y el establecimiento de relaciones con la República Democrática Alemana (comunista) y Corea del Norte, decisiones que contaron con la presencia de destacadas personalidades de esos países.

El primer cimbronazo diplomático fue protagonizado por el subsecretario Jorge Vazquez, el 12 de junio, al intervenir en la Comisión especial de la Organización de los Estados Americanos (OEA), que se reunió en Perú para analizar las reformas que debían ser encaradas en dicha institución. Vazquez concurrió a ese encuentro con el también recientemente designado jefe de América Latina de la Cancillería e igualmente determinado por esos días, el joven y promisorio discípulo santafesino de Puig, Carlos Perez Llana. En su discurso no sólo cuestionó severamente a la OEA, imputándole que sólo había servido a los intereses norteamericanos y no para la liberación de nuestros países, sino que abundó en elogios a la Revolución Cubana y propuso, no ya reformas a la OEA, sino lisa y llanamente la creación de un organismo propio para los países latinoamericanos. Por otra parte, y sin advertir la contradicción, reclamó que se reincorporase a Cuba a la OEA, al mismo tiempo que lo calificaba como un organismo estéril e innecesario. Insistió asimismo en que no nos unen ni intereses ni propósitos comunes con los Estados Unidos, a quién no dejó de fustigar en su disertación, por lo que no valía la pena perder el tiempo en reformas cosméticas. El discurso que era más propio de una asamblea universitaria sepultó así, innecesariamente, el accionar diplomático sin estridencias que impulsaba Puig. Por ese entonces también tomé conocimiento de que Perón había manifestado su disgusto con el estridente discurso, fiel a su consigna de que en política mejor que decir es hacer.

La política latinoamericana, y en especial con nuestros vecinos, mereció la atención prioritaria del canciller Puig. En base a los estudios ya realizados por Julio Barberis, decidió denunciar el llamado "Acuerdo de Nueva York". La nota presentada al embajador del Brasil en Buenos Aires para dejar sin efecto esa coincidencia es una muy buena muestra de las altas miras del canciller, dado que después de mostrar lo inconducente que había sido ese acuerdo y las innecesarias discordias creadas, creía que esa denuncia permitiría procurar una más eficiente y activa cooperación.

También impulsó las negociaciones para acordar con el Uruguay el Acuerdo sobre el Río de la Plata que terminaría firmando meses más tarde Perón, siendo ya presidente, así como el Acuerdo sobre el Río Uruguay para la futura construcción de la represa de Salto Grande.

El frenético clima de agitación que se vivía en el país no había menguado tras las elecciones. Millares de militantes decidieron de allí en más, ocupar edificios públicos (ministerios, organismos descentralizados, escuelas, colegios, universidades), así como establecimientos privados, fábricas y comercios, un alud que se extendió por todo el país, tornándolo ingobernable.

El eco de esos torbellinos llegaba cotidianamente a nuestros despachos. Puig, que no tenía muchos interlocutores en el Gobierno, solía interesarse por las noticias que yo recibía a través de mi padre, cada vez más pesimista respecto al desenlace del gobierno de Cámpora, como así también, y este era un hecho curioso proviniendo de un académico, por los comentarios que circulaban entre los diplomáticos de la "Casa", como habitualmente se llamaba a la Cancillería. Al transmitírcelos, comencé a decirle "radio pasillo informa", a fin de hacerlos más amenos pero sin mencionar a las fuentes. Desde ese entonces quedó consagrada la expresión, como parte del folklore de la "Casa".

Desde la intempestiva liberación de todos los presos por parte de la multitud reunida para la asunción del nuevo gobierno, antes de que las nuevas autoridades pudieran tomar una decisión y en una mítica reminiscencia de la toma de la Bastilla, las ocupaciones de la mayor parte de los ministerios y los incesantes actos guerrilleros, no pudieron ser contrarrestados por el gobierno de Cámpora. Por el contrario parecía condescendiente y comprensivo con semejante descontrol. A mí me sorprendía sobre todo el decisivo papel que desempeñaba Mario Cámpora como secretario general de la presidencia de su tío y en ese momento el hombre más influyente en su gobierno, dado que él era una persona que no había sido protagonista de la lucha armada. No tenían ni el presidente Cámpora ni sus asesores la suficiente autoridad moral ni la necesaria templanza y coraje para enderezar el navío del Estado, máxime cuando la omnipresente figura de Perón desde Madrid les recordaba cotidianamente que ellos eran sólo sus delegados.

La decisión de Perón de regresar al país y afincarse debió así adelantarse, a pesar de que sus diagnósticos médicos no eran muy alentadores. Muy pronto, por otra parte, dejó de disimular su fastidio por el comportamiento político de Cámpora y su gobierno. El tempestuoso recibimiento del charter que lo trajo de Europa el 20 de Junio con su amplia comitiva y que impidió el aterrizaje en Ezeiza, debiendo hacerlo en Morón, no sólo mostró el desborde de las fracciones guerrilleras enfrentadas con los sectores sindicales y la derecha peronista, combate armado que terminó con 400 muertos y no menos de 800 heridos, sino que encontró al país nuevamente ensangrentado. Advertí entonces que la suerte del gobierno estaba echada. Empujadas por los acontecimientos y las presiones del entorno de Perón se precipitarían el siguiente 13 de julio las obligadas renuncias del presidente y del vicepresidente, el desplazamiento del presidente del Senado y la asunción como presidente interino del yerno de López Rega, el hasta entonces muy poco conocido presidente de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri, a quién le correspondería llamar prontamente a nuevas elecciones.

Puig fue así arrastrado por una vorágine desbordante. Al cabo de 46 días debió abandonar su cargo y sufrir, mucho después, cuando triunfó el gobierno militar en marzo de 1976, una injustificada y oprobiosa detención por un tiempo prolongado, luego de la cual decidió radicarse en Venezuela, donde había recibido, por su prestigio académico, una generosa oferta de la Universidad de Caracas.

Con el cambio de autoridades, Puig fue reemplazado por Alberto Vignes, un antiguo diplomático y renombrado masón, muy vinculado a López Rega, y Benito Llambí que, hasta ese momento, se desempeñaba como jefe de ceremonial de la Cancillería, ocupó el ministerio del Interior.

Yo, por mi parte, volví a mi viejo escritorio en el grupo Cuenca del Plata, en ese entonces integrado por un reducido grupo de diplomáticos. Nuestra tarea, además de participar en los comités y grupos de trabajo de la organización de la Cuenca del Plata, era preparar e impulsar iniciativas que permitieran destrabar el diferendo con Brasil y Paraguay. Allí conocí al entonces consejero Enrique Vieyra, un muy culto y excéntrico funcionario, con el que muy pronto simpatizamos y con el que establecimos una perdurable amistad. Aunque de convicciones liberales tenía un talante abierto, siempre disponible para aceptar las discrepancias. Era además de gran lector, un ameno contertulio con sus cuentos y caricaturizaciones de los personajes más empinados de la escena política.



Recursos naturales compartidos



Como la cancillería recibió en agosto de 1973 la orden presidencial de concretar con urgencia los trámites para la incorporarnos, como miembro pleno, al Movimiento de Países No Alineados del que, hasta entonces, éramos sólo observadores, y cuya conferencia anual debía realizarse al mes siguiente en Argelia, se decidió aprovechar esa circunstancia para conseguir el respaldo a nuestra posición sobre los recursos naturales. Originalmente el Movimiento de Países No Alineados fue constituido por Egipto, la India, Indonesia y Yugoslavia, entre otros, paras expresar posiciones autónomas de las grandes potencias y especialmente críticas a los "imperialistas occidentales".Coincide su aparición en el escenario mundial con el proceso de descolonización impulsado por las Naciones Unidas y la emergencia de múltiples nuevas naciones independientes en Asia y Africa. Dicha orden presidencial había sido inspirada no por los sectores de izquierda, sino por López Rega, alentado por ciertos compromisos asumidos en vísperas electorales con el Gobierno de Libia.

La misión argentina a Argelia, reunión en la que participaron jefes de Estado y de gobierno, fue presidida por el canciller Vignes y el mismo José López Rega, el otrora amanuense de Perón en Madrid, que había sido nombrado por Lastiri ministro de Bienestar Social. Aunque nuestra presencia fue bien recibida, la posición argentina encontró fuertes resistencias porque muchos países no querían respaldar normas que pudieran restringir su autonomía en el uso de sus recursos naturales. De todas maneras, pudo lograrse que en las conclusiones sobre el tema de Medio Ambiente se incluyese el criterio de que " la conservación y explotación armoniosa de los recursos naturales comunes a dos o más estados…debe desarrollarse sobre la base de un sistema de información y de consultas previas…", lo que significó un avance internacional importante para nuestra posición.

Ese resultado impulsó al flamante director de Política Exterior, el embajador Francisco Molina Salas, a intentar que se consagrase nuestra posición en la siguiente y próxima 29 asamblea de las Naciones Unidas que se desarrollaría en el último trimestre de 1973, Por esa razón tendría que incorporarme a nuestra delegación con el propósito de ocuparme de manera específica del tema. Con Molina Salas había entablado una muy cordial relación durante mi estadía en el consulado en Río de Janeiro y nunca dejé de admirarlo por su lucidez y valentía a la hora de expresar sus opiniones.

Nuestro objetivo debía ser el de superar la resolución de la anterior Asamblea General en el que se recogieron las coincidencias del ya mencionado Acuerdo de Nueva York y procurar el respaldo de la más importante instancia internacional a una nueva Resolución en la que se recogieran nuestros criterios sobre el uso y el aprovechamiento de los recursos comunes a dos o más Estados.

Yo no conocía Nueva York. Además, era la primera vez que participaba en la Asamblea de las Naciones Unidas.Se me había asignado una responsabilidad muy especial al confiarme un objetivo prioritario para nuestros intereses. Por ello, después de presentarnos al embajador Ortiz de Rozas, éste acordó que con la colaboración del integrante de la Misión, el secretario Juan Eduardo Fleming, tuviésemos amplia libertad para ocuparnos del tema asignado y preparar las propuestas y argumentos que las sustentaran en el más breve plazo posible.

Ortiz de Rozas venía precedido de mucha fama entre nuestro cuerpo diplomático, se lo llamaba el "super embajador". Tenía una gran prestancia, siempre muy atildado en su vestir, irradiaba confianza. Ya era conocido en el mundo de la Organización, donde su fluido manejo de idiomas le habían permitido abrirse camino, sobre todo entre los países desarrollados. Aunque no era especialmente culto, su carácter mundano y su siempre actualizada y amplia información sobre los sucesos internacionales, le permitían desenvolverse con mucha solvencia en el mundo de la diplomacia multilateral.

Visto la pesada tarea que se nos confiaba, debí olvidarme de la ciudad y zambullirme de lleno en los archivos de Naciones Unidas. Con la colaboración de Fleming nos dedicamos primeramente al acopio de información, buscando acuerdos bilaterales y multilaterales, así como textos de conferencias jurídicas internacionales y opiniones de destacados juristas, que nos permitieran sustentar nuestro objetivo. En ese sentido, hicimos un detallado inventario de los tratados o acuerdos suscriptos en diferentes continentes en los que se contemplasen normas afines a nuestros intereses.

Seguidamente preparamos una carpeta especial en la que incluimos, además de esos antecedentes, los principaes argumentos de cadas párrafo, así como las respuestas a los posibles cuestionamientos que pudieran presentarse. Tuvimos en cuenta que al hablar de recursos compartidos entre dos o más estados, elegimos "compartidos" en vez de

"comunes", por ser término más apropiado para nuestro conflicto regional, no nos limitáramos sólo a aguas fluviales sino que abarcasen también a los minerales, bosques, cuencas petroleras, contaminación, tema este últmo que ya había adquirido una punzante actualidad internacional. Creímos asimismo conveniente incluir un párrafo final, en la parte resolutiva, para que los nuevos principios de información y consulta previa, que ahora se consagraran, pudieran seguir siendo evaluados en su cumplimiento, por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), cuyo organismo ya institucionalizado tenía sede en Nairobi.

Fue una ardua e intensa tarea que permitió darle consistencia a nuestra propuesta y elaborar, con eficientes elementos, un estratégico plan de acción, que respaldara nuestra búsqueda de copatrocinadores y apoyos para el proyecto, con el auxilio, que ya se hizo indispensable, del embajador y todos los miembros de la Misión. Conservo, todavía hoy orgulloso, un ejemplar de esa voluminosa carpeta que fue determinante para facilitar nuestra coordinada tarea en la Asamblea y también con nuestra cancillería.

Nuestro objetivo primario era evitar que el tema se planteara como esencialmente bilateral, como lo procuraba la intensa acción diplomática de Brasil, tanto en Nueva York como ante todas las Cancillerías interesadas en las respectivas capitales. Se procuró primero que el Movimiento de Países No Alineados fuese el que patrocinara nuestro documento. Enseguida se apuntó a varios importantes países desarrollados y a los países socialistas, que tenían tratados y opiniones de sus juristas más destacados coincidentes con nuestros objetivos. Nuestro proyecto pudo finalmente contar con 47 copatrocinadores en el plenario de la asamblea, en el que la Resolución 3129 fue aprobada por 77 paises y sólo 5 en contra.

Como al poco tiempo se reuniría el Consejo de Administración del PNUMA (Programa de Naciones Unidas sobre el medio ambiente) en Kenia, se decidió también que era fundamental mantener vivo el tema en ese ámbito. Se prepararon las instrucciones y se nos encomendó al secretario Juan Eduardo Fleming, de nuestra Misión en Nueva York y a mí, en Buenos Aires, que nos desplazáramos a Nairobi para implementar esos objetivos.

En las 25 y 26 sesiones del mencionado Consejo, que tuvieron lugar entre el 11 y el 21 de marzo de 1974, pudimos presentar con éxito con otros 19 países un Proyecto de Resolución en el que se pedía al director ejecutivo del PNUMA - el ya famoso y amigo de la Argentina, Maurice Strong -, que, en consulta con todos los organismos del Sistema de la ONU, elaborara propuestas para dar cumplimiento a lo dispuesto en la Resolución. 3129 y presentara su informe a la siguiente asamblea de dicha Organización, como así también que en todas sus actividades tuviera en cuenta lo allí dispuesto e informase al Consejo de Administración sobre su cumplimiento. Brasil presentó tres enmiendas para debilitar el proyecto que en las tres votaciones habidas no consiguieron ningún respaldo. En la votación general de nuestra propuesta se recogieron 29 votos a favor, con solo un voto en contra. Brasil una más vez quedó aislado. Se equivocó al insistir en la soberanía de cada Estado sobre sus recursos naturales y no tener en cuenta que estaba en un foro de temas ambientales donde la cooperación era unánimemente aceptada y alentada.

Aunque tuvimos poco tiempo para distracciones, recuerdo que hicimos un safari, durante un fin de semana y con un guía, por la reserva natural de Amboseli, donde corrimos un inesperado riesgo que nuestro Land Rover fuera embestido peligrosamente por un rinoceronte. Fuimos salvados por la intervención de un grupo de Masais, generosa tribu de esbeltos y atractivos cuerpos, que lo rodearon con sus lanzas, indicándonos luego que eran animales de escasa visibilidad. Les debemos a ellos, de modo inesperado, que hayamos podido reintegrarnos a nuestra tarea el lunes siguiente y coronar con éxito nuestra misión. En contraste, debido a mi descuido con la alimentación, contraje una muy molesta amibiasis que me complicó la vida en los últimos días africanos y mucho después. Nairobi tenía todavía muy frescas las huellas de la dominación británica y la segregación social seguía en gran parte vigente. Los clubes y los restaurants más confortables eran solo frecuentados naturalmente por blancos. También había británicos en la administración pública, aunque gran parte de la población de ese origen había decidido marcharse después de la Independencia. Resultados inesperados del colonialismo inglés…

Me he permitido extenderme en relatar las peripecias y los detalles de una acción exitosa de nuestra diplomacia, de la que fui testigo y protagonista, pensando que podría ser de interés para los historiadores del futuro. Los diplomáticos no hacemos obras ni represas, solo procuramos favorecer y reforzar las necesarias negociaciones con los instrumentos a nuestro alcance, así como facilitar los emprendimientos que deben llevar a cabo otras áreas del Estado. A ellas corresponde aprovechar los logros de nuestra diplomacia. Respecto al tema de la compatibilización de la brasileña-paraguaya de Itaipú con la proyectada aguas abajo del Río Paraná, entre la Argentina y Paraguay, poco se pudo avanzar, a pesar de la voluntad de nuestras autoridades. Las decisiones de Naciones Unidas, que mostraron claramente la existencia de un conflicto regional, llevaron, seguidamente, al Banco Mundial y al Banco Interamericano de Desarrollo

(BID) a negar el otorgamiento de créditos para la obra de Itaipú, con lo que añadieron un costoso elemento adicional para alentar a Brasil a negociar. No menciono a Paraguay, su socio, porque la política de su presidente vitalicio Stroesner era de total complacencia con las políticas de Itamaraty.

11. AÑOS 1973 y 1974: UNA TRAGEDIA INEVITABLE

Tras asumir Raúl Lastiri la primera magistratura, en forma provisoria, para convocar en un plazo breve a nuevas elecciones, el panorama político argentino se vio expuesto a inéditos dilemas y tensiones. La candidatura presidencial de Perón se daba por descontada, a pesar de que su avanzada edad y su mala salud no hacían aconsejable su postulación. Si bien él mismo era conciente de sus limitaciones físicas, tenía poderosas razones íntimas que lo impulsaban a volver a presidir el país, no sólo para satisfacer sus postergadas aspiraciones tras 18 años de lucha y exilio, sino también por estimar que era la única manera de reivindicar su papel en la historia nacional. Aunque ya había conseguido la adhesión a su liderazgo de un complejo mosaico de partidos y dirigentes políticos de distintas procedencias, lo más novedoso fueron sus encuentros y diálogos con el líder del Partido Radical, su viejo y otrora castigado opositor Ricardo Balbín. Por la amistad de mi padre con Angel Federico Robledo , con Benito Llambí y con Hernán Benitez, interlocutores muy cercanos de ambos protagonistas, pude seguir con especial atención las primeras tentativas para acordar las bases de un futuro gobierno de concordia y eventualmente coincidir en una fórmula presidencial conjunta. En el seno del peronismo existían muchos sectores influyentes que miraban con recelo tales entendimientos, sobre todo porque concederle la vicepresidencia a un radical era correr graves riesgos, visto la precaria salud de Perón. Lorenzo Miguel, uno de los más importantes líderes del peronismo sindical, consideraba muy peligroso hacerle tamaña concesión a un "enemigo político". Lorenzo Miguel, al igual que su jefe circunstancial José Rucci, meses más tarde asesinado por los Montoneros eran, además, dos de los más aguerridos adversarios del peronismo guerrillero. Unían a sus indiscutibles virtudes de organizadores, una manifiesta ceguera para visiones políticas más grandes y abarcadoras. Pero no sólo en el peronismo se agitaban resistencias. En el radicalismo la fracción de Raúl Alfonsín consideraba muy riesgoso aceptar una eventual candidatura conjunta, porque no habría forma de sobrellevar las tensiones de un peronismo en discordia si falleciese su líder. Las gestiones de calificados dirigentes peronistas y radicales naufragaron así de modo irremediable, por lo que el mismo Perón se vio obligado a participarle directamente a Balbín dicha circunstancia , que contrariaba , según le expresó, sus más íntimas convicciones. Convicciones que, como ya veremos, eran muy frágiles. El 4 de agosto se convocó al Congreso Nacional Justicialista en el teatro Cervantes, para analizar el tema de las candidaturas a las elecciones para Presidente y vice, ya convocadas para el 9 de septiembre. Le cupo organizarlo a Angel Robledo y a Manuel Torres, que no previeron que Isabel Perón y el ya temible José López Rega, impulsaran imprevistamente, por terceros, la fórmula Perón- Perón y que ello encontrara una favorable aquiescencia entre los congresistas. Lo cierto es que Perón decidió que no se tomara allí una decisión y que se postergara la elección del binomio presidencial para una fecha próxima. En una reunión más reducida que Perón convocó en días siguientes a los más calificados dirigentes peronistas les manifestó que repetir los errores de 1951, cuando se procuró sin éxito proponer a Evita como vicepresidente, era entrar "en un nepotismo que sólo existía en los países más atrasados de Africa". Sin embargo, la presión de los sindicalistas y de su círculo íntimo, el más influyente, porque Isabel y López Rega lo habían cercado de modo decisivo, lo llevaron a cambiar prontamente su decisión y a aceptar que la fórmula Perón-Perón era la más aconsejable. Resulta difícil explicar esa radical modificación de su criterio en tan pocos días. Según fuentes confiables, la ambiciosa Isabel, enterada de pronóstcos clínicos que le auguraban uno o dos años de vida como máximo, con la persuasiva influencia de López Rega, había amenazado a Perón con regresar a Madrid si no la aceptaba como compañera de fórmula. Como ya dije, la dependencia de Perón de ellos en su vida cotidiana, era un hecho extrapolítico que la dirigencia peronista no pudo contrarrestar. La misma determinación que la llevó a María Estela Martínez Cartas (el seudómino de "Isabel" vendría mucho más tarde) a abandonar de joven su casa familiar y muchos años después, ya incorporada como bailarina a un grupo que actuaba en un club nocturno en Panamá, a instalarse de modo resuelto en el departamento del líder, allí exilado (tenía 24 años y él 60), ya mostraron, años atrás, ese signo distintivo de su audaz y medrosa personalidad. Los nuevos trajines y tensiones que debió afrontar Perón en Buenos Aires seguramente le provocaban, además, cierto aturdimiento mental y una grande merma de su voluntad, corroída noche y día por estos persistentes y astutos integrantes de su círculo íntimo. En los sectores más lúcidos del peronismo y de la oposición se consideró que esa decisión era casi suicida y evidencia de una clara irresponsabilidad de Perón En ese entonces, no había nadie en el país y menos en el peronismo que pudiera cuestionar la decisión del ya envejecido caudillo, en contraste con lo sucedido en 1951 cuando fueron los militares quienes cuestionaron con éxito la candidatura de Evita a la Vicepresidencia. El 18 de Agosto en una nueva reunión del Congreso Justicialista en el Teatro Cervantes se consagró por unanimidad, la fórmula electoral de Juan Perón e Isabel Perón, bendecida por el Líder y los eufóricos dirigentes peronistas allí presentes. Para mí ese día comenzó la historia de una nueva e irremediable tragedia nacional.

Cuatro días después de aquel Congreso, el 22 de agosto, el líder montonero, Mario Firmenich, que había convocado a una multitud de militantes en un estadio de fútbol, proclamó su abierto desacuerdo con la elección de Isabel Martínez (de Perón) y que lo lógico hubiera sido elegir a Ricardo Balbín, de la Unión Cívica Radical o a Oscar Alende, antiguo radical que entonces presidía la Alianza Popular Revolucionaria. Llamó a Isabel "un instrumento de burócratas y reaccionarios como López Rega y Lastiri". Sin duda la cúpula montonera, como tantos otros dirigentes políticos, conocía el real estado de salud de Perón, tal vez a través de personas cercanas al Dr. Taiana, por lo que esa fuerte reacción de la otrora "juventud maravillosa" constituyó el primer y significativo grito de alerta en vísperas electorales.

Doce días antes de las programadas elecciones, los militares derrocaron en Chile al Presidente socialista Salvador Allende, lo que conmovió a la opinión pública argentina y según informaciones de allegados a Perón, éste lo vivió como una severa advertencia. En Bolivia se afianzaba también el gobierno autoritario del general Banzer y en el Uruguay el presidente Bordaberry iba cediendo día a día más poder a los militares.

El 23 de septiembre Perón e Isabel fueron elegidos por amplia mayoría. Perón ya tenía 78 años. Dos días después de los comicios un comando montonero asesinó al líder de la CGT, José Rucci, muerte que afectó mucho al general, por ser una de las personas más valoradas y queridas por él.

Tanto por los encuentros de mi padre con Angel Robledo, su antiguo condiscípulo de estudios en la Universidad del Litoral y cercano amigo, como por las noticias que llegaban al diario "Mayoría” donde yo solía ir al atardecer, pude seguir de cerca y con creciente zozobra los acontecimientos Todos sabíamos que la vida de Perón colgaba de un hilo y que Isabel no estaba capacitada para conducir el país. Lo que me asombraba era que no hubiera ninguna voz que pudiese alzarse públicamente contra, lo que parecía, esa ola irremediable de la historia -los clásicos lo llamarían hombres del destino-, y alertar sobre lo que, a mi entender, nos precipitaría muy pronto en nuevos y profundos abismos.



Nuevas tareas en Cancillería



Otra vez volví a ocuparme de la Cuenca del Plata y de otros temas de política internacional, esta vez como colaborador directo en el área del embajador Francisco Molina Salas, que gozaba como Director de Política de una aún benigna libertad de acción. Con su auspicio emprendimos con mis colegas Juan José Uranga y Guillermo González la preparación de un extenso documento para reorganizar la estructura de la Cancillería. En el texto que le presentamos sugeríamos eliminar la tradicional separación entre temas y funcionarios políticos, económicos o culturales, sobre todo en las relaciones bilaterales, y constituir, lo que llamáramos "desks" por cada país importante o por países agrupados en regiones menos prioritarias, permitiendo que los funcionarios de las diferentes áreas pudieran así, integrar los enfoques y acentuar, en cada caso, las acciones más apropiadas.

Se proponía también la creación de los inspectores de embajada, funcionarios que deberían desplazarse periódicamente y visitar las sedes y los domicilios de los diplomáticos allí acreditados, a fin de informar sobre sus necesidades y carencias. Las embajadas, sin esa evaluación "in-situ", suelen ser, a veces, islotes desperdigados en la geografía planetaria, sin más vínculo, en aquella época previa a las computadoras, que las comunicaciones telegráficas o la llegada de los correos diplomáticos. El disparatado episodio narrado con talento por Osvaldo Soriano en una de sus más festejadas novelas,

“A sus plantas rendido un león ", en el que la muerte del titular de una embajada es ocultada por un subordinado administrativo, que asume su papel por un largo período sin conocimiento de la cancillería, no era una peripecia descartable… Esa vasta y compleja propuesta que todavía conservo nunca pudo llevarse a cabo.

Mayor éxito tuvo otro grupo de diplomáticos ocupado de redactar el proyecto de una nueva ley para el Servicio Exterior, aún vigente a pesar de los maltratos sufridos por las distintas administraciones que se sucedieron, en especial porque fue finalmente suscripto por Perón y consagrado a sus instancias por el Congreso Nacional. En ese texto se caracterizan de modo claro las funciones de la Cancillería y de los diplomáticos, se confirma la existencia de una "carrera diplomática", con un régimen diferenciado del resto de la Administración pública, con exámenes de ingreso a un Instituto especializado y con derechos, obligaciones y precisiones normativas particulares que han perdurado sin grandes modificaciones a lo largo de cuarenta años.

En noviembre del 73 Perón viajó a Uruguay para firmar el Tratado del Río de la Plata y su Frente Marítimo por el que se zanjó una disputa centenaria con sobre la base de aceptar que la línea más honda del río y no estuario, con lo que se complicaban los derechos de los ribereños, pasaba entre la isla Martín García y la costa uruguaya y que la administración de esas aguas quedara a cargo de dos Comisiones binacionales. La segunda se ocuparía del extenso Frente Marítimo, con jurisdicción compartida y los derechos de pesca exclusivos de los dos países. La referida isla quedaría para la Argentina pero con ciertas restricciones a sus derechos. El texto fue una obra maestra de la lucidez y el pragmatismo jurídico de Julio Barberis y sus colaboradores, preciso en lo sustancial y en lo simbólico y dejó expresamente en zonas oscuras aspectos políticos y jurídicos librados a la buena vecindad recíproca. También, como ya lo señalé, Perón puso en marcha las obras para la construcción de la represa de Salto Grande con Uruguay, convenio que el mismo había firmado durante su segunda presidencia. También suscribió con Paraguay a fines del mismo año el Tratado de Yaciretá, para la construcción de una represa binacional en el río Paraná. Estaba previsto que ese texto lo firmase en Asunción, pero ese viaje debió postergarlo, por divergencias respecto a algunos compromisos, hasta junio del año siguiente y en vísperas de su muerte.

Por otra parte, se intentó en vano que el Acuerdo firmado por el gobierno de Lanusse y su canciller Luís María de Pablo Pardo con sus pares chilenos para superar el diferendo sobre la propiedad de las Islas Lennoz, Picton y Nueva, así como por el Canal de Beagle, no sólo fuera sustraído al arbitraje de la Corona británica, dado nuestro conflicto por las Islas Malvinas, sino que se intentase una nueva solución jurídica en el plano bilateral. Aquel mismo gobierno había encomendado al vicecanciller de entonces, el embajador José María Ruda, procurar una solución intermedia por la cual, chilenos, argentinos y británicos eligieran por consenso a cinco miembros de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, para arbitrar en la disputa. Así se acordó, incluyendo entre los árbitros a un influyente jurista británico, Gerald Fitzmaurice, también miembro de la Corte desde hacía más de 10 años y anterior jefe de Asuntos Legales del Foreign Office. Dado que podía naturalmente desequilibrar la votación, máxime cuando los otros jueces seleccionados por sus antecedentes no nos merecían ninguna confianza, se le propuso a nuestro Canciller encarar una nueva negociación con Chile para dejar sin efecto ese Acuerdo firmado en las postrimerías del Gobierno de Lanusse. Perón, enemigo de abrir un nuevo frente con el gobierno chileno, finalmente desechó plantear esa propuesta a Pinochet en el encuentro que tuvieron en Mayo de 4 en nuestra Base Aérea de Morón. Tampoco lo hizo su sucesora. El previsible fallo de esos árbitros que ignoró de lado todos nuestros derechos obligó, muchos años más tarde, a que la Argentina declarase su nulidad y recomenzara una negociación bilateral cuyo desenlace recién pudo concretarse con el Tratado firmado por el gobierno de Alfonsín, diez años más tarde.

Con motivo de la postulación de un embajador argentino para ocupar la Secretaría General de la Organización de los Estados Americanos (OEA) se me asignó redactar la opinión de la Dirección de Política contraria a respaldar esa candidatura por no ser de interés nacional, antes bien contraproducente, al asumir compromisos innecesarios en ese organismo. A lo largo de toda mi carrera diplomática he podido observar críticamente la persistente tentación de muchos colegas de conseguir el respaldo del país para ocupar puestos en organismos internacionales, con olvido de nuestros intereses como país, tratando de satisfacer meras ambiciones personales.

Volví a interesarme en ese entonces por los temas del medio ambiente, Enterado que la Fundación Bariloche estaba investigando esos temas ambientales comencé a frecuentar primero a Jorge Albeerto Sábato, era sobrino de Ernesto, el ya famoso escritor, y uno de los principales animadores de ese centro de estudios. En ese ámbito se había desarrollado, como ya dije, la más enjundiosa refutación a los cientificos del primer mundo que apuntaban a restringir el crecimiento económico planetario, ante la supuesta y progresiva insuficiencia de los recursos disponibles. Jorge Sábato, profesor graduado en Física se había incorporado en fecha temprana (1953) a la Comisión Nacional de Energía Atómica. Muchos años después llegaría a ser su importante presidente. Si bien se había especializado en metalurgia en la Universidad de Birmingham, unía a su pasión científica una no menos entusiasta vocación por el conocimiento en todos los campos del saber.

Yo solía visitarlo en su modesto departamento de Colegiales, en la calle Jorge Newbery, donde me recibía siempre con simpatía campechana e invariable buena disposición didáctica. Era naturalmente un maestro. Pertenecía a una estirpe familiar muy comprometida con los problemas argentinos. De talante liberal, unía a su inteligencia y sus conocimientos, una clara convicción de que ellos debían volcarse al desarrollo de nuestro país. Esa conjunción de republicano-nacional o nacional-

republicano ha tenido en nuestro país muy pocos exponentes. Un antiguo maestro español solía insistirme en que uno debe tener hambre de estimas y Jorge Alberto Sábato fue para mí uno de los más estimulantes y estimables maestros. Aclaro su segundo nombre para distinguirlo de su también talentoso primo, hijo de Ernesto, que también se llamaba Jorge y al que conocería diez años después en la Cancillería.



Caminos hacia el abismo



El ERP lanzó un feroz ataque al Comando Sanidad del Ejército, en septiembre de 3, que provocó no solo muchas muertes, sino también gran conmoción en el país. Ya Perón había aprobado, tras la muerte de Rucci, un "documento reservado" que declaraba "la guerra sin cuartel a todos los terroristas subversivos y marxistas". Muchos atribuyen a esa decisión el arranque de lo que luego dio en llamarse la Triple A (la Alianza Anticomunista Argentina) integrada por efectivos de la policía, retirados del Ejército, del sindicalismo y la derecha peronista, a quienes se les confió, bajo el amparo de José López Rega, aniquilar a los movimientos guerrilleros del mismo modo clandestino conque ellos operaban. Esa descontrolada batalla en las sombras entre guerrilleros y fuerzas parapoliciales ensangrentaría el país en los siguientes dos años de gobierno constitucional y sería asumida, esta vez de modo resuelto, por el propio gobierno militar que tomó el poder en marzo de 1976.

El país se había vuelto incontrolable. A pesar de los atentados y la violencia sin tregua a lo largo y ancho del país, Perón decidió, recordando esas viejas conmemoraciones en la célebre Plaza, parte indisoluble del ritual histórico del peronismo, convocar a todos los sectores a un gran acto para celebrar el 1º de Mayo. El día señalado casi la mitad de la Plaza de Mayo, cerca de 40.000 manifestantes, fue ocupada por los sectores afines a los Montoneros que, no bien comenzó el acto, comenzaron a corear consignas críticas al Presidente. Recuerdo todavía el más estridente: "¿Qué pasa general que está lleno de gorilas el gobierno popular?". Otras consignas atacaban groseramente a Isabel y a López Rega, lo que motivó la reacción indignada de Perón que los llamó "estúpidos e imberbes", antes de que se retiraran masivamente de la plaza coreando estribillos cada vez más agresivos. El desafío a Perón ya no tenía marcha atrás. Sin embargo, los villeros que acompañaban al padre Carlos Mugica permanecieron en la plaza. Días más tarde, después del asesinato del mencionado sacerdote y que a Perón lo afectó mucho, atacó con mayor severidad ese "infantilismo revolucionario que solo quería provocar una guerra civil". En el siguiente discurso declaró que su único heredero era el pueblo, permitiendo con una definición tan gaseosa, dejar aún más indefinido el futuro del poder.

José María "Pepe" Rosa, embajador en Asunción, lo urgía a realizar el postergado viaje al Paraguay como signo del nuevo entendimiento histórico entre ambos países; Perón finalmente aceptó desplazarse y soportar un clima tormentoso que afectó seriamente su salud. Volvió exhausto y con una grave bronquitis, por lo que los médicos aconsejaron un nuevo y severo reposo. Le contaba el Dr. Pedro Cossio a mi padre que la mayor lucha no era tratar de curar al paciente, sino mantener a raya los delirios de José López Rega –quien como secretario privado vivía también en Olivos-, que procuraba sanar al enfermo con métodos mágicos. Lo llamaba "el faraón" y con invocaciones rituales esotéricas, interfería perjudicialmente en el tratamiento. El 1º de Julio, finalmente, un paro cardíaco paralizó el último aliento del viejo caudillo.

En los días subsiguientes Isabel Perón convocó a una amplia reunión en la que participaron de ministros, colaboradores, los Comandantes de las tres Fuerzas Armadas y hasta el líder opositor Ricardo Balbín. En ella Isabel procuró encumbrar a su secretario privado, José López Rega, como el coordinador general de las tareas del Gobierno. López Rega se había ido adueñando progresivamente, ya en Madrid, de su espíritu, de tal modo que su influencia era determinante en sus decisiones.

Cuando María Estela Martínez Cartas al abandonar a los 17 años su hogar familiar, constituído por padres y cinco hermanos, se refugió en la casa de un matrimonio de espiritistas que la acogieron con especial cariño y la introdujeron en variados ritos esotéricos hasta que decidió emprender su carrera de bailarina. Su encuentro, muchos años después, con José López Rega, también devoto de prácticas semejantes, llevaron a Isabel a reavivar aquellas fuertes vivencias adolescentes en lo de la familia Cresto, haciéndolas compatibles con sus renovados fervores católicos.López Rega se había transformado en un fiel y servil cómplice de Isabel en la residencia de Puerta de Hierro, adonde ingresó como auxiliar doméstico. Así, quien fuera originalmente cabo de policía y luego mediocre cantante en tablados extranjeros, pasó a jugar el papel de mayordomo, apto para todo servicio Años más tarde, López Rega le confesaría sin inhibiciones al Dr. Jorge Taiana "que Isabel había sido una creación suya".

En aquella multitudinaria reunión convocada por Isabel en Olivos, JorgeTaiana y Angel Robledo objetaron no sólo la extralimitación de funciones por parte de López Rega, sino también su permanencia como secretario privado de la presidente. Como suele suceder ante situaciones de tan alta intensidad, los demás contertulios prefirieron callar y así evitar un peligroso sinceramiento político. Taiana y Robledo debieron abandonar sus cargos ministeriales en agosto. El primero fue reemplazado en Educación por Oscar Ivanisevich, quién pronto consiguió también la remoción del rector de la Universidad de Buenos Aires, Rodolfo Puiggrós objetivo que no pudo lograr antes Taiana. El nuevo rector, Alberto Ottalagano emprendió una enérgica campaña de limpieza de los claustros. Después de la asunción del Presidente Cámpora habían sido removidos muchos profesores y sus puestos ocupados sin concursos por militantes peronistas afines a la guerrilla y también por muchos radicales, convidados así a este festín inesperado.

Robledo fue reemplazado en el ministerio de Defensa por Adolfo Savino, un amigo de López Rega y a quien se lo vinculaba también con la logia italiana Propaganda Due (P 2, en el lenguaje informal). Robledo, en tanto, fue designado embajador en Méjico.

Los montoneros decidieron al mes siguiente pasar a la clandestinidad de modo definitivo, para seguir operando como movimiento guerrillero contra el gobierno constitucional, decisión que, en los hechos, no iba a alterar las acciones violentas y subversivas que venían desarrollando cada vez más asociados con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) de inspiración más afín al castrismo y cuya principal estrategia era provocar a las Fuerzas Armadas y desencadenar una guerra civil. Ninguno de los movimientos guerrilleros creía en la democracia, ni mucho menos en predicar la defensa de los derechos humanos, como lo han confesado sus integrantes más lúcidos muchos años después, aclarando que esa prédica sólo la propiciaron al saberse derrotados. Ese mismo año (1974) los principales movimientos subversivos sudamericanos decidieron coordinar su accionar revolucionario mediante la creación de una Junta de Coordinación Revolucionaria, integrada por el ERP de la Argentina, el M.I.R. chileno, el E.L.N. boliviano, los Tupamaros de Uruguay y los agrupados bajo el paraguas del Partido Comunista del Brasil, Junta que actuaría bajo la conducción del aparato de inteligencia cubano. Los montoneros no tardarían mucho tiempo en sumarse a esta "cruzada"asociada.

Cuando el programa del ministro de Economía nombrado por Perón, José Ber Gelbard, sufrió sus primeros y graves contratiempos, casi a finales del mismo año, López Rega obtuvo el apartamiento forzado de su principal enemigo.

Gelbard, un empeñoso y astuto empresario, había seducido a Perón apenas regresó al país, no sólo por su exitoso encumbramiento al frente de la central empresaria más afín al peronismo, sino también porque le presentó oportunamente un ambicioso plan social y económico que permitiría afianzar un pacto político duradero entre todas las fuerzas de la producción. "Nada tiene más éxito que el éxito", suelen decir los franceses. El vertiginoso ascenso socio-económico de Gelbard, antiguo vendedor de baratijas en Catamarca y ex tesorero del partido comunista argentino, y su destreza para abrirse camino como empresario capitalista y presidente de una de sus entidades más representativas, deben haber sido credenciales muy atractivas para Perón.

En mis habituales visitas habituales al Diario volví a encontrarme con el padre Carlos Mugica, a quién no veía desde el pintoresco episodio que protagonicé con la Delegación paraguaya en el día de la asunción presidencial de Cámpora. Mugica se había transformado en un colaborador habitual de Mayoría desde 1973. En sus notas iniciales, si bien comenzó propiciando la instauración de un socialismo nacional de ambiguos contornos, también instaba a deponer definitivamente las armas y que con Perón al frente del Estado se debía "dejar la espada y empuñar el arado". Su prédica por la paz, en medio de una violencia que no cesaba, le mereció en septiembre de 1973 una tapa del Diario,con su foto y su mensaje en el que urgía a la pacificación. Ya estaba lejos de sus exageradas proclamas donde decía que "el que no vota a Perón es un traidor a la patria" o que "la diferencia entre ricos y pobres es contraria a la voluntad divina"; mucho más de su activa participación años atrás en la revista "Cristianismo y Revolución". Su fidelidad al peronismo lo llevó a librar una ardua pero exitosa tarea de persuasión dentro del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo que se estaba inclinando mayoritariamente contra las soluciones electorales, legitimando así de modo indirecto la violencia subversiva. Mugica seguía en 1973 ocupándose preferentemente en la atención pastoral y la promoción social y económica de los habitantes de la Villa Comunicaciones en Retiro. Por tal motivo había aceptado en el mes de junio de ese año, a instancias directas del mismo Perón, el cargo de asesor en el ministerio de Bienestar Social a cargo de López Rega, pensando así conseguir mejores soluciones para sus "villeros". Cuando en julio del mismo año López Rega anuncia la puesta en marcha de un vasto plan de construcción de 500.000 viviendas, sin tener en cuenta las propuestas de Mugica de que en esas construcciones debían participar los mismos villeros para así hacerlos responsables de ellas con su trabajo, sintió que no tenía sentido continuar como asesor y al poco tiempo renunció de modo público al cargo. Sin embargo, al ver los primeros frutos de ese plan oficial, con la entrega de las primeras viviendas a villeros, no se dejó llevar por su contrariedad y contempló con satisfacción esos promisorios resultados iniciales. El estaba convencido, y así lo proclamaría en sus sucesivas notas en Mayoría , de que los villeros no querían seguir siendo villeros y que la obtención de una vivienda digna para cada uno de ellos era siempre bienvenida. Su influencia pacificadora en las "villas" había comenzado a ser cuestionada por los Montoneros en ese territorio con una machacona prédica ideológica afín a sus objetivos. Recuerdo que en un extenso reportaje publicado en Mayoría en marzo de 4 no sólo se manifestó a favor de la exitosa erradicación de muchos villeros, ahora flamantes y felices propietarios de viviendas dignas, sino que fustigó la prédica montonera. "El marxismo –dijo- era la expresión última del liberalismo, la típica expresión del racionalismo europeo". Los títulos y subtítulos de esa nota-reportaje eran también esclarecedores: "Los turistas del harapo" y "Minorías contra el pueblo"

A fines de ese mismo mes de marzo la revista pro-montonera Militancia , dirigida por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luís Duhalde publicó un duro editorial contra Mugica, a quién califica de "conservador progresista, oligarca popular, cruzado de oportunismo y depurador ideológico", además de publicar en Mayoría , "órgano de los ultramontanos hermanos Jacovella". Lo más significativo fue la aparición junto a ese texto acusatorio de dos fotos, una del propio Mugica y otra con un gorila detrás de unos barrotes. No fue casual que el editorial llevase como ilustrativo título "Cárcel del Pueblo", nombre con el que los Montoneros calificaban a sus prisiones clandestinas y que normalmente implicaba anticipar su sentencia de muerte. El miércoles 8 de mayo, fecha que recuerdo muy bien porque fue tres días antes de su asesinato, Carlos Mugica estuvo en "Mayoría” para pedir ejemplares con el mencionado reportaje del 19 de marzo y entregar un nuevo artículo que recién se publicaría la semana siguiente, ya después de su muerte. En esa oportunidad pude mantener, junto al periodista que lo había entrevistado, una intensa charla con él. Nos contó, acongojado, que había recibido amenazas de muerte por parte de los Montoneros y que la decisión de matarlo provenía de la cúpula de la Organización, a la que llamaban "la Orga", Nos comentó su preocupación por el incremento de la violencia y que eran muchos los jóvenes integrados a la Juventud Peronista Lealtad alejados de los pregoneros de la violencia contra el gobierno constitucional. En ese tiempo los Montoneros habían perdido casi el 40% de sus cuadros. La habitual vivacidad de sus ojos y la fogosidad natural de su carácter estaban esta vez empañados por una velada tristeza a causa de los innecesarios desgarros nacionales, aunque su espíritu trasuntaba una serena confianza en el destino que Dios le había confiado. Carlos era una persona profundamente religiosa y con sus aciertos y errores nunca dejó de considerarse un hombre de la Iglesia fiel a su sacerdocio.

Su asesinato tres días más tarde, después de celebrar misa en una parroquia cercana a la Villa, no me dejó dudas sobre sus asesinos. Toda su prédica en el último año había constituído un creciente factor irritativo para la cada vez más delirante y militarista conducción montonera. Fue, además, muy claro y coincidente con lo que nos contara en el Diario, respecto a las amenazas de muerte recibidas, en las entrevistas que también tuvo en esa misma semana previa con el director del diario "La Opinión” y con Antonio Cafiero, como en los artículos que dejó en ese periódico y en "Mayoría” , publicados a la semana siguiente a ese fatídico sábado 11 de mayo. Los equívocos testimonios que imputaron el crímen a la Triple A, siguiendo las primeras declaraciones públicas de Montoneros, inspiradas por su aparato de inteligencia ante el universal repudio con que fue acogido el asesinato, así como las declaraciones del otro herido en la ocasión apuntan a desconocer la evidencia de los hechos. Muchos años más tarde el incalificable juez Norberto Oyharbide, por directivas del gobierno de turno, resolvió con su habitual arbitrariedad que toda la responsabilidad era de la Triple A, sin tomarse el trabajo de fundamentar su decisión, ni procurar esclarecer el asesinato. Antonio Latorre, ex montonero, confirmó, años más tarde, esta incriminación a la "Orga".

Por aquel tiempo, además, comenzaba a tallar Julio González, ambicioso abogado de origen nacionalista que había llegado al gobierno de la mano de Emilio Abras, antiguo condiscípulo suyo en la Facultad. Como Abras había frecuentado y favorecido a Perón mientras se desempeñaba en Madrid en la agencia de noticias "EFE” , aquél lo nombró su primer jefe de Prensa y Difusión. Julio González fue su jefe de asuntos legales. Desde allí comenzó a influir en los entresijos de la Casa de Gobierno. Según confidencias de la época, no tenía una buena opinión de la persona de Perón, pero sí se consideraba un devoto admirador de las políticas del peronismo. Le era aplicable lo que decía de otro compatriota un escéptico observador: "creía en los curas, pero no creía en Dios"…En su primer trabajo gubernativo, había emprendido un ardoroso combate para aplicar la caducidad de todas las empresas concesionarias de televisión y poner en práctica un rigurosa y autoritaria ley de prensa, medidas a las que se oponían varios ministros, Entre ellos Gelbard y el Secretario Técnico de la Presidencia, Gustavo Caraballo; finalmente fueron desechadas. Sin embargo, la activa colaboración del lúcido Caraballo con Gelbard, precipitó su casi coetánea expulsión del Gobierno. El había sido también en antiguos tiempos asesor del Presidente Frondizi. A González, ya al comienzo de 1974 lo convocó López Rega, en ese entonces ministro de Bienestar Social, para que presidiera su departamento de asesoría legal, por lo que pudo mantener ambos cargos, uno de ellos sin sueldo. Finalmente debió resignarlos ante su posterior nombramiento como nuevo Secretario Técnico de la Presidencia en reemplazo de Caraballo. En esa época ya se había ganado la confianza de López Rega, en quien había encontrado un valorado e imprevisto aliado.

Pero no estaba solo en su apreciación. El conocido periodista Mariano Grondona lo proclamó a López Rega en su revista "Carta política " la personalidad política más relevante de 1974. Grondona, con su habitual condescendencia ante los poderosos dejaba así de lado, toda valoración moral y crítica.

En 1974 se produjeron 2435 hechos de violencia pública en contraste con los 1790 registrados el año anterior. Ninguno de los movimientos guerrilleros creía ya en la democracia, ni se inquietaba por sabotear de modo incesante un gobierno constitucional.

El nombramiento de Alfredo Gómez Morales en reemplazo de Gelbard no mejoró la situación económica. No tenía ni la fuerza política ni las condiciones personales para timonear estos nuevos tiempos tormentosos, con una preocupante inflación reprimida por la gestión anterior y en vísperas de las necesarias y próximas convenciones colectivas para el aumento de salarios. Los sindicatos y sus dirigentes, en especial Lorenzo Miguel, cabeza de los gremios peronistas, y Casildo Herrera, secretario general de la CGT, tampoco tenían las condiciones para ejercer un poder moderador, a pesar de ser personas muy allegadas a la Presidente y con quienes mantenía frecuentes consultas.

López Rega, en su doble función de secretario privado de Isabel Perón y de ministro de Bienestar Social, de hecho, se había transformado paso a paso en el hombre fuerte del gobierno, lo que le permitía incursionar sin reparos en las áreas de los demás ministros, tareas para las cuales no estaba preparado este antiguo oscuro cabo de policía, ahora promovido por decreto a Comisario General.

Como Secretario Técnico de la presidencia, Julio González, de hecho, pasó a ser el filtro obligado para todas las propuestas ministeriales y el más cercano asesor, primero jurídico y luego resueltamente político, de Isabel Perón. Poco a poco su rol se fue agigantando: desde una modesta función de control legal de las decisiones gubernativas pasó a impulsar proyectos y planes, así como una novedosa fuente de valoraciones sobre la vida y obra de los ministros y colaboradores. Católico practicante se acostumbró a rezar el rosario diariamente con Isabel. A sus ideas nacionalistas, estatistas y autoritarias, le sumaba un temperamento terco y obstinado, muy poco favorable a entender los matices, tanto en sus tajantes apreciaciones personales, como en el mundo político complejo donde le tocaba actuar.

Mientras López Rega y González acrecentaban su poder y Gómez Morales sobrellevaba con dificultades las tensiones sociales y económicas que agitaban al país, Alberto Vignes se había adueñado de la Cancillería y por tanto, de la conducción de la política exterior. Vignes era un antiguo diplomático. Había comenzado a prestar servicios en 1919 y durante muchos años fue un protegido del multifacético político Diego Luís Molinari. En 1941 a consecuencia de un severo sumario administrativo, fue exonerado y, por tanto expulsado del servicio diplomático. Como el mismo Vignes hizo más tarde hacer desaparecer esas constancias sumariales, solamente se sabe por colegas de la época y por la interpelación parlamentaria a que fue sometido el Canciller de entonces, ante las graves denuncias sobre su conducta mientras se desempeñaba en plena guerra en la embajada en Budapest. Vignes habría entregado visas argentinas a muchos judíos a cambio de cuantiosos bienes, como joyas y tapices de gran valor. Con la llegada de Perón al poder en 1946, logra ser reincorporado a la Cancillería merced al auxilio de sus hermanos masones. En menos de dos años se encumbra como Jefe de Ceremonial del Estado. Tras su reincorporación, Vignes reclamó ser indemnizado por los daños y perjuicios ocasionados a causa de la pérdida de algunas de sus valiosas pertenencias (entre otras más de cien alfombras y marfiles) tras su traslado al país años atrás, en Buenos Aires se revivió el viejo sumario y pudo saberse, a través de la prolija investigación realizada, que esa demanda era inconsistente y que tales bienes ya habían ingresado a su patrimonio. Su situación se volvió más insostenible a raíz de un nuevo incidente al tiempo de celebrarse las primeras reuniones para crear en Paris las Naciones Unidas. A pesar de la buena relación de Vignes con Evita, el Canciller Bramuglia, que ya habia tenido otros encontronazos con este extravagante funcionario, consiguió el mismo año 1949 que Perón le autorizase a exigirle su renuncia al cargo y también a su condición de embajador; así, por segunda vez debió abandonar la Cancillería. Su sorpresivo nombramiento como canciller, al asumir Raúl Lastiri la presidencia de la República tras la renuncia de Héctor Cámpora en julio de 1973, se lo atribuyó primero a su amistad con el flamante Presidente, hasta entonces un deslucido personaje de nuestro tinglado político. Lastiri había ocupado puestos diplomáticos subalternos hasta 5, año en que fue despedido. Había cobrado notoriedad por su casamiento con Norma López Rega, hija del influyente cortesano. El hecho más determinante para la designación de Vignes fue, sin embargo el respaldo de la masonería, ratificado, además, por el influyente italiano Licio Gelli, tristemente famoso por su creación de la célebre logia masónica colateral llamada "Propaganda Due", ya dominante en el gobierno italiano. Según mis investigaciones, Gelli había tenido un papel decisivo en las negociaciones con el gobierno argentino para permitir el regreso de Perón al país después de sus 18 años de exilio. Se había reunido en Buenos Aires con varios influyentes generales y con Gelbard, a fin de convencerlos, con éxito, que sólo el regreso de Perón al país permitiría liquidar a las guerrillas y de que el general había cambiado mucho en el exilio. Al final, Perón consiguió emprender el viaje desde Madrid vía Roma. En Italia se encontró con Gelli y fue recibido con solemnidad por su primer ministro, Giulio Andreotti, otro conspicuo integrante de la mencionada logia, a la que ya pertenecía también Vignes. Todos estos antecedentes fueron confirmados, años despues, por la eficiente investigación en los archivos judiciales de Italia por Carlos Manfroni. En ellos constaban todos los pormenores del juicio entablado por el Estado italiano contra esa clandestina organización.

Vignes tenía 77 años cuando asumió como canciller y traía consigo antiguos y recientes rencores, los de su larga y frustrada carrera diplomática y los más cercanos, sumados cuando fuera presidente de la asociación de diplomáticos retirados. Pronto comenzó a desencadenar una verdadera "masacre" entre el cuerpo diplomático. Primero trasladó a irreprochables colegas a destinos de "castigo" y luego amparado en nuevas normas legales, procedió a eliminar del servicio, vía la "prescindibilidad", a numerosos colegas de reconocido prestigio, mediante resoluciones ministeriales individuales que se fueron escalonando con obstinado sadismo y sin alegar razones que las justificaran. Así fueron cayendo bajo su implacable guillotina primero algunos a quienes se atribuía una vinculación con el gobierno de Cámpora, (entre ellos su sobrino Mario Cämpora, mi amigo de entonces Juan Archibaldo Lanús y Ernesto Garzón Valdez), también a algunos funcionarios de la embajada argentina en Chile, por haber asilado en la sede diplomática a muchos refugiados tras la caída del presidente Salvador Allende y luego a otros muchos prestigiosos colegas.

Comenzamos, entonces, a reunirnos algunos colegas para intercambiar opiniones sobre la mejor forma de contrarrestar la devastación del ansioso y maníaco canciller. Nos reuníamos en casas particulares, encomendándonos misiones ante legisladores o políticos que pudieran detener esa masacre en cuentagotas. Fue el embrión de lo que recién, quince años más tarde, obtuviera su personería gremial para poder defender legalmente al personal diplomático A mí me tocó hablar –sin éxito- con algunos senadores y diputados.

A mediados de noviembre fui llamado por el canciller Vignes a su despacho. Para mi sorpresa, porque pensaba en un posible castigo dada mi conocida actitud crítica de su gestión, me ofreció encargarme de su secretaría privada. No tengo dudas que ese ofrecimiento estuvo motivado por una doble conveniencia: primero la de contar con el respaldo del diario de mi padre y, segunda, la de comprometerme con su arbitraria política y así silenciar mis posibles reclamos. Estaba presente en la entrevista su jefe de gabinete, el embajador Guillermo de la Plaza, persona cordial y camaleónica que procuraba sin éxito moderar los ímpetus destructivos de su jefe. Como le respondí que lamentablemente no podía aceptar dicho ofrecimiento, porque juzgaba muy negativa su política respecto al personal diplomático y echado a algunos prestigiosos amigos míos sin razón, de modo contenido pero indignado me respondió "Usted Jacovella no entiende que un deseo del Canciller es una orden". Mirando su inquietante cara zaina, deformada por los años y frente a la perversidad de su carácter, no sé cómo me armé de coraje y le respondí que entonces no tendría otra alternativa que pedir de inmediato una licencia sin goce de sueldo. De acuerdo a las normas legales era un derecho vigente para los diplomáticos que podía extenderse por un año. Gracias a Dios intervino entonces el embajador de la Plaza para sugerirme que reconsiderara el generoso ofrecimiento recibido y se ofreció a acompañarme hasta la puerta; así la entrevista pudo terminar sin nuevas tensiones. A los pocos días presenté formalmente mi pedido de "disponibilidad", como así se llamaba en la jerga legal, al jefe de personal y le llevé una copia al embajador de la Plaza, quién me reiteró inútilmente sobre los perjuicios de la actitud adoptada y que no me fuera con rencores pues me esperaba un promisorio futuro en la carrera diplomática.

Yo no sabía entonces qué iba a hacer con mi vida, aunque albergaba la idea de retomar mi antigua profesión de abogado. De cierta manera estaba dando un salto en el vacío porque mis ahorros eran precarios. Como la resolución ministerial aceptando mi pedido de disponibilidad, se demoraba más de lo normal, acudí nuevamente a De la Plaza para urgirlo y mencionarle que de postergarse más me vería obligado a hacer público mi reclamo, obtuve a los pocos días, comienzos de Diciembre de 1974, mi "salvoconducto" para sortear lo que ya eran para mí los insoportables barrotes de la Cancillería.

Ante la vecindad de las fiestas de fin de año, comencé a sondear a mis amigos abogados y a una conocida empresa constructora sobre la posibilidad de de reintegrarme a tareas que había dejado diez años atrás, consciente de que debía esperar hasta febrero o marzo para emprender la nueva cuesta.

12. MI ESTRENO COMO PERIODISTA

Tantos años alejado de los códigos me obligaron a una rápida actualización durante el verano con la idea de retomar mi trabajo de abogado en marzo de 1975. Aprovechando mi mayor disponibilidad visitaba el Diario con más asiduidad. Allí se vivían con mayor pasión las tensiones de la vida política y económica nacional, de modo que comencé a familiarizarme más con sus redactores y participar en la marcha cotidiana de "Mayoría ". Ello alentó a mi padre, ya con severos contratiempos en su salud, a pedirme una participación directa en la dirección del periódico, aunque fuese temporaria. Dejé de lado mis previos proyectos jurídicos y decidí aceptar una tarea que estaba fuera de mis planes. Las obligadas y progresivas ausencias de mi padre del puesto de comando y la conciencia de que no podía dejarle el timón a mi tío Bruno, poco apto para conducir solo una tropa cada vez más tumultuosa, fueron transformando lo circunstancial en un trabajo permanente. El clima crecientemente enrarecido del país se vivía en la redacción con igual dramatismo, no sólo por las tensiones existentes en la escena política y que el diario estaba obligado a reflejar, sino también porque las mismas se prolongaban puertas adentro, donde coexistían, enfrentadas, diversas corrientes ideológicas. Los periódicos se veían, entonces, amenazados casi a diario por las organizaciones guerrilleras y por voceros clandestinos de la Triple A, ya para forzar la publicación de proclamas o disgustados por la difusión de alguna noticia que consideraban irritante. Además, se debía coexistir con las llamadas intempestivas de la Secretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia que exigía. Desde otro ángulo, lo mismo. En el segundo semestre del año anterior el Gobierno había clausurado las últimas publicaciones de los grupos guerrilleros, entre ellos "Noticias " que conducía Miguel Bonasso y donde colaboraban entre otros, los entonces montoneros, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Horacio Verbisky y Martín Caparrós, así como también “El Descamisado ". En enero de 1975 una bomba de la Triple A destruyó el edificio del diario "La Voz", vocero del partido comunista y en marzo los montoneros asesinaron a un cónsul norteamericano en Córdoba, al que habían secuestrado y pedido sin éxito en canje la liberación de siete guerrilleros. Otra bomba destruyó el estudio de Gerardo Ancarola, secretario de redacción de "La Prensa" y fue asesinado un periodista del diario "La Opinión". Mi súbita incorporación al periodismo no fue nada fácil, más en un diario que como "Mayoría " había asumido representar una línea justicialista moderadora, alejada de los extremos que desgarraban al país. Además de los contradictorios intereses económicos en juego, tanto empresariales como sindicales, no contábamos con un gobierno en condiciones de surcar con destreza y serenidad las agitadas aguas por donde navegaba. Por otra parte la población vivía con creciente inquietud el persistente martilleo de la violencia, tanto la de los guerrilleros como la de los sectores de la Triple A y sindicales, en los hechos muy afines a ciertos sectores del Gobierno.

El secuestro en junio del año anterior de los hermanos Jorge y Juan Born, dueños del importante conglomerado industrial Bunge y Born, por parte de más de 30 militantes montoneros, tras un espectacular operativo, y que se saldó con su liberación, al cabo de 6 y 8 meses, mediante el pago de sesenta millones de dólares, impactó mucho en el mundo empresarial. Conocidos dirigentes que contaban ya con equipos de entrenados guardaespaldas, coincidieron que ello ya no bastaba para garantizar su seguridad y decidieron marcharse al extranjero. Vale pena recordar que parte del fenomenal rescate de los Born partió para Cuba vía valija diplomática, otra los montoneros la canalizaron a través del banquero David Graiver, por recomendación de José Gelbard, y que ese dinero también sirvió no sólo para apuntalar las finanzas del diario "La Opinión ", conducido por Jacobo Timerman, del que Graiver era socio, sino también para sustentar la campaña electoral que consagró presidente a Carlos Menem, 15 años después. Las circunstancias no eran las más propicias para un debutante. Resultaba complicado contener los variados enfoques existentes del cuerpo de redactores, sobre todo por las permanentes dificultades que se debían afrontar, tanto en el plano económico para asegurar la sustentabilidad financiera del diario, cuanto por la turbulenta y amenazadora situación política. Recuerdo con especial afecto al columnista político Tabaré de Paula, diestro y sufrido redactor de mejillas enjutas y cabellera bohemia, y a quién le correspondía dar cuenta diariamente del acontecer político nacional; a Luís Alberto Murray, fogoso, inteligente y a veces imprevisible árbitro de las noticias que debían publicarse desde la secretaría de redacción; a Antonio Petrich, que cargaba las complejas historias de su familia croata, que se ocupaba de los temas internacionales; a Mario Espósito, buen redactor e ignoto novelista que sobrellevaba con dignidad el fracaso de un proyecto vinculado a las transformaciones que prometía el peronismo, en el que había depositado sus últimas ilusiones. Por su carácter retraído y poco expresivo, dotado de una excelente pluma, no sintonizaba con las exaltaciones de otros redactores. Ricardo Roa también integraba la sección política. Era un temperamental y lúcido redactor.

En el área económica se desempeñaban Julio Ramos, un capaz pero indócil periodista, graduado en ciencias económícas, que asumía su sección con gran autonomía siguiendo una línea habitualmente ortodoxa y muchas veces muy crítica de las decisiones oficiales. Su ánimo emprendedor lo llevó a fundar, al cerrarse "Mayoría” y ya con el; contó nuevo gobierno militar, el que sería el exitoso diario "Ambito Financiero” en sus comienzos con la ayuda inestimable del ministerio de económía de Martínez de Hoz. Lo secundaban, para cubrir economía internacional, primero un multifacético y talentoso redactor, hermano de un apreciado colega mío diplomático, Carlos Scavo Kedinger, también multilingüe y musicólogo, y luego, cuando éste se retiró para asumir funciones en el Teatro Colón, Eduardo Víctor Tuculet, con buena formación económica, de personalidad seca y retraída, lo contrario del expansivo y satírico Scavo, aunque sus aportes eran siempre sustanciosos y atractivos. En el área política también trabajaba el articulado y buen redactor Andrés Cisneros, ligado a lo que se llamaba la J.P.(Juventud peronista), brazo político de los Montoneros.

Por su condición de joven abogado, los integrantes de la redacción lo habían designado delegado gremial. Tal vez a causa de su posición crítica a la línea editorial del diario, ya sea por la frialdad habitual de su temperamento, yo sentí siempre en las discusiones salariales una marcada hostilidad de su parte, siempre ajeno a las dificultades económicas del diario y sin conciencia de que sus exigencias pudieran precipitar el cierre de "Mayoría ".

Grande fue mi sorpresa cuando años más tarde volví a encontrarlo en Cancillería, primero como jefe de gabinete de Guido Di Tella y luego como su subsecretario en tiempos del explícito alineamiento con los Estados Unidos En el área política dos buenos periodistas cubrían la Casa de Gobierno y el Congreso, Edgardo Arrivillaga y Pascual Albanese, ambos vinculados a los sectores ortodoxos peronistas y con fluidos contactos con los servicios de inteligencia militares.

A los pocos meses advertí que necesitaba un sereno y sólido jefe de redacción. Tuve la suerte de poder incorporar a Jorge Lozano, de excelente trayectoria periodística y ajeno a las disputas políticas que se agitaban en el seno del peronismo. Era la persona ideal para esos tiempos turbulentos. Con él también se incorporaron y, a sugerencia suya, dos buenos amigos míos. Uno, Fernando Lascano, perspicaz redactor que pudo aportarle al diario el equilibrio necesario en sus notas políticas. Debo recordar que estábamos en presencia de un Gobierno asediado por sus contradicciones y peligroso en su accionar, así como muy influido por dos personajes singulares, José López Rega y Julio González, que se habían adueñado del frágil ánimo presidencial. El otro, Carlos Bègue, a quién yo había frecuentado en mi adolescencia y con el que compartiéramos ideales demo-cristianos. Era un consagrado poeta y cuentista, así como fino periodista formado en el diario "La Prensa” . Charly contribuyó con su invariable humor a darle mayor atractivo a los títulos y a la selección de las notas. Por sugerencia suya llegó a la sección política Marcos Sastre, quien, según descubrí más tarde, adhería con fe casi religiosa al peronismo en ese entonces llamado ortodoxo. También de la mano de Charly llegó luego Juan Carlos Martelli, un exitoso novelista, de estilo ágil y mirada siempre aguda. Tenía gran admiración por el género policial negro norteamericano y, en especial, como otras tantas plumas de su generación, por Raymond Chandler, el artífice de inolvidables novelas detectivescas.

Contábamos además con algunos colaboradores regulares de relieve; José María Rosa, Jorge Greco, Héctor Hidalgo Solá, Miguel Gazzera y Alberto Asseff, entre otros. A instancias mías comenzó también a colaborar Juan Archibado Lanús, que aportaba sesudos artículos sobre la realidad internacional y que a causa de la arbitrariedad del Canciller Vignes se vió obligado a dejar su promisoria carrera diplomática. Por cautela firmaba siempre con seudónimo.

El buen gerente comercial, Carlos Jaureguiberry, mantenía el delicado equilibrio entre las necesidades económicas y las políticas del diario. Al hablar de las responsabilidades, es útil recordar que correspondía a los secretaría de redacción seleccionar el material hasta el último minuto del "cierre" del diario, con la edición ya completa y por ellos diagramada lista para enviar a la imprenta (no existían computadoras), el cierre se podía prolongar imprevistamente hasta bien entrada la noche, si llegaban noticias importantes de última hora y se tenían que afrontar las enojosas urgencias impuestas por el taller donde se imprimía el diario, situada bastante lejos de la redacción. Dado que les correspondía a sus secretarios asignar espacios limitados a cada noticia, titularlas y compaginarlas con las publicidades recibidas, al principio solía maravillarme que los distintos redactores pudieran ajustarse a tan precisas advertencias y limitaciones: ¡35 líneas! o ¡25 líneas como máximo!". Las mismas indicaciones también regían para los editoriales que habitualmente redactaba mi tío Bruno y que, con suma destreza, se veía obligado a hacer eventuales modificaciones de último momento ante imprevistos o novedosos acontecimientos que exigían su reflexión. A causa de que sus observaciones no siempre se adecuaban a las necesidades políticas del diario, más de una vez me vi obligado a dejar de lado algunos severos y agresivos editoriales suyos y avocarme a redactar con urgencia, dentro de las hojas tabuladas y con las líneas asignadas, textos más moderados. Fue mi bautismo de fuego en el mundo periodístico.

Guardo de todo aquel personal un cálido recuerdo. Aprendí mucho de ese mundo y en especial de lo que significa esa inquietante y diaria edición, como una fábrica que se estremece a cada hora produciendo de modo continuo nuevos productos a un ritmo de vértigo. El clima de la época volvía aún más dramático nuestro trabajo.

En Mayo del 75 el gobierno endureció sus exigencias a todos los medios de difusión prohibiendo la difusión local de informaciones publicadas en medios extranjeros, recurso que era utilizado hasta entonces para escapar a la censura. El nuevo secretario de prensa de la presidencia, José María Villone, un sujeto estrechamente vinculado a López Rega y de manifiestas limitaciones para ejercer el cargo, solía citar a los directivos o responsables de los medios para darnos instrucciones, ocasión que permitía también tansmitirle críticas y reclamos. Bajo una apariencia cordial, todos sabíamos que contaba con peligrosos y amenazantes recursos. En esos encuentros conocí y comencé a apreciar a Robert Cox, director del "Buenos Aires Herald” , un periodista británico llegado al Plata hacía pocos años desde Charleston, en los Estados Unidos, donde trabajaba en otro medio del mismo propietario. Era una persona afable que asumía su tarea con la responsabilidad de quien ejercía una tarea noble y de interés social. No titubeaba en expresar sus críticas a la creciente censura que ejercida por el Gobierno y lamentar la desprotección en que se encontraban los periodistas, siempre amenazados por la violencia y la dificultad creciente para obtener informaciones de las esferas oficiales.

Lo secundábamos habitualmente el representante del diario "La Prensa” , Máximo Gainza, también de estilo franco y cortés, y yo, advertídos todos que nuestros reclamos eran inútiles, porque teníamos que lidiar con un terco y limitado comisario de la información. Pude admirar el profundo sentido de responsabilidad con que asumían -

personas como Cox- su papel de periodistas, convencidos de que la verdad necesita siempre de libertad, de valentía y de honestidad en quienes la reclaman. Para Cox, un íntegro anglosajón, esas virtudes, para él naturales en su profesión y alejadas de toda vanidad lo llevaron, durante el gobierno militar que sucedió a Isabel Perón, a no autocensurarse en la publicación de los hechos de violencia y de las desapariciones forzadas de personas, por lo que corrió serio peligro su vida. Fue finalmente detenido y debió abandonar el país.

En contraste con esas dos figuras admirables a quienes nunca más volví a ver, resultaba penoso contemplar el servilismo de otros directivos frente al todopoderoso e insignificante representante oficial. Se destacaba, entre ellos, el mañoso director del diario "La Opinión” , el tan admirado por sus exitosas y amorales hazañas periodísticas Jacobo Timerman. Yo no lo conocía hasta entonces, aunque recordaba su activa participación en el golpe militar que derrocó al presidente Illia en 1966. En uno de sus habituales e imprevistos sinceramientos, el embajador Osiris Villegas me contó en Brasil que Timerman persuadió un día a tres generales para que participaran en unas cenas con ciertos empresarios que podrían financiar la publicación de una nueva revista crítica del gobierno radical de Arturo Illia y donde podrían canalizar sus opiniones. Lo único que les pidió a él, a Alejandro Lanusse y a Tomás Sanchez de Bustamante es que se limitaran a hacer acto de presencia en esos ágapes para mostrar la influencia y el respaldo con que contaba el anfitrión. Antes, en 1962, Timerman había creado con cierto éxito la atractiva revista "Primera Plana” . Al cabo de un tiempo, la dejó

para fundar en 1965, con el auspicio de los mencionados padrinos, "Confirmado ", desde cuyas páginas comenzó a demoler con singular éxito y semana a semana, el cada vez más frágil edificio institucional. Su objetivo declarado era el de "derrocar al presidente Illia".

Jacobo Timerman había fundado en 1971 el diario "La Opinión” . Con un formato novedoso y la colaboración de un selecto plantel de periodistas, prontamente logró abrirse camino entre los medios gráficos con una fórmula semejante a la desarrollada con éxito por "Le Monde " en Francia: socialdemócrata en lo político, progresista e inclinado a la izquierda en lo cultural y resueltamente capitalista en la sección económica. Era una fórmula muy apropiada, sobre todo, para las clases ilustradas porteñas. A año siguiente, siguiendo un poco las nuevas olas políticas y las inclinaciones naturales de su director dejó de ser un diario pluralista y pasó a convertirse en vocero oficioso de los movimientos guerrilleros. Como él tenía tan sólo el 40% de las acciones, los otros socios - David Graiver, banquero muy allegado al Presidente Lanusse, y Abraham Rotenberg-, consiguieron desplazarlo de la dirección, porque los márgenes políticos y económicos del diario se habían estrechado peligrosamente. El gobierno le había negado ya toda publicidad oficial y amenazaba con clausurarlo por el sesgo subversivo adoptado. A regañadientes, Timerman decidió entonces radicarse con toda su familia en Israel, donde no tardaría en crearse problemas por sus posturas críticas hacia el gobierno de aquel país. Por un tiempo y bajo la conducción de Rotenberg, "La Opinión" recuperó el prestigio y la salud de sus comienzos. Con la asunción de Cámpora a la presidencia y más bien forzado por el gobierno israelí, Timerman retornó al país. Después de la "toma" del diario en mayo de ese año por un grupo de redactores afines a la guerrilla y la decidida intervención del gobierno que declaró ilegal la huelga y la ocupación, Timerman después de "depurar" la redacción, despidiendo a numerosos periodistas, volvió a la dirección, esta vez con una actitud muy benevolente respecto de los dictados oficiales. En los mencionados encuentros con Villone me sorprendía y molestaba observar la actitud obsecuente de Timerman. Tiempo después, con una nueva voltereta política, pasó a convertirse en vocero de los sectores que propiciarían el derrocamiento del gobierno de Isabel Perón. Es sorprendente que una figura tan amoral haya recibido tamaños elogios por sus destrezas y se hayan desatendido sus reiterados "travestismos" políticos.

El ministro de Economía, de talante más bien conservador, Alfredo Gómez Morales, se veía cada más tironeado por las demandas sindicales y los grupos gremiales de izquierda que agudizaban sus reclamos. El creciente desabastecimiento alimentario, junto al progresivo malestar social precipitaron pronto su caída y su reemplazo junio de 5, por del ingeniero Celestino Rodrigo, un allegado a López Rega, que venía de presidir la secretaría de Seguridad Social. Rodrigo, un curioso y modesto personaje formaba parte de una extraña logia espiritista llamada "Los Caballeros del Fuego", afín a las inquietudes de su padrino, el entonces ministro de Bienestar Social. Para acompañarlo en su gestión como subsecretario nombró a Ricardo Zynn, hijo de un pastor luterano y un talentoso pero desaprensivo economista. Con la decisiva colaboración de Zynn el nuevo ministro impulsó un despiadado plan económico, lo que en la jerga habitual y cíclica de nuestra historia económica se llama "inevitable sinceramiento económico". Es decir, una devaluación del dólar comercial de 160% y aumentos de hasta 100% en tarifas e impuestos, lo cual provocó casi de inmediato el enérgico rechazo sindical. No advirtió que el Gobierno ya no tenía el poder suficiente para concretarlo ni acompañantes políticos que pudieran negociar su implementación. Su colaborador e inspirador del plan, Ricardo Zynn, era, a su vez, totalmente ajeno a las ponderaciones políticas y sociales.

No tardaron mucho la C.G.T. y las 62 organizaciones sindicales, todas ellas peronistas, en exigir perentorios aumentos salariales. Convocaron también a una sonora manifestación de protesta frente a la Casa de Gobierno, hecho inédito frente a un gobierno peronista. Resultaba ya sugestiva esta "ceguera sindical" por parte de líderes acostumbrados históricamente a negociar y que se precipitaran esta vez a acciones frontales sin proponer alternativas viables. Así fue como que no sólo consiguieron forzar la pronta renuncia del Ministro y debilitar aún más al maltrecho gobierno de Isabel, sino también acelerar el fin de su favorito, José López Rega. Recuerdo que indignada por esas reacciones sindicales, la Presidente comentó públicamente que el regreso de Perón al país se debió a amigos muy influyentes y no a las acciones de los sindicatos. En su desdén quiso atribuir mayor influencia a las maquinaciones de la logia P2 en Europa y a sus conversaciones con el gobierno de Lanusse, como ya lo comenté, por ser supuestamente el único en poder restablecer la paz social en la Argentina. Rodrigo renunció por fin el 19 de julio, arrastrando con él todo el Gabinete, en un intento de calmar la creciente agitación social. Ya el 2 de ese mes Isabel Perón había enviado un nuevo proyecto de ley de acefalía al Congreso por el que éste podía elegir, en caso de renuncia, muerte o cualquier otro impedimento, al sucesor presidencial dentro de un amplio abanico de posibilidades. Por ese entonces, el Senado había elegido presidente provisional a Italo Luder.

Si bien Angel Federico Robledo seguía formalmente ejerciendo como embajador en Méjico primero y luego por pocos días en Brasil, lo cierto es que ya había comenzado a actuar en el escenario político , interactuando con el nuevo ministro del Interior, Antonio Benitez y el Senador Luder. Esa discontinua presencia de Robledo nos permitió seguir muy de cerca las gestiones que los tres emprendieron con los comandantes militares para forzar el alejamiento de José López Rega primero del ministerio y luego del país. Según Robledo éste vivía en un mundo "mágico" y su presencia en el Gobierno era ya inadmisible, no sólo porque se había descubierto recientemente que ejercía un control directo sobre la temible Triple A, autora de numerosos asesinatos clandestinos, sino sobre todo porque sus desvaríos arrastraban a la Presidente a un callejón sin salida. Después de su obligada renuncia instrumentada por el ministro Benitez y que contó con el respaldo de los líderes sindicales, López Rega siguió viviendo en la residencia presidencial de Olivos hasta que las presiones se hicieron más fuertes, debió alejarse del país el 20 de Julio.

Isabel Perón, muy afectada con ese desenlace y culposa por haber aceptado esa forzada partida al haberse mostrado desleal con su fiel colaborador. Estaba ya muy débil de salud, pesada solo 40 kilos, y tuvo una honda depresión, que la llevó a recluirse en cama casi dos semanas en Olivos. Según confidencias de testigos, Isabel lloraba a menudo en las pocas reuniones de gabinete que mantuvo en su dormitorio.

También pesaban en el ánimo de Isabel los contratiempos generados por la emisión de un cheque de una cuenta oficial para saldar una deuda sucesoria con las hermanas de Evita, error que se transformó en un estridente escándalo. Todo contribuía a mostrar el descontrol de los actos de gobierno.

A principios de agosto Isabel decidió cambiar íntegramente a su gabinete. A pesar de que Robledo era ya el principal operador político, éste declinó asumir como ministro del Interior y sólo aceptó ser el nuevo canciller. Para aquel cargo decide nombrar para ese cargo al coronel Vicente Damasco, hasta ese entonces un funcionario de menor jerarquía de la Presidencia. Pensaba que con ello podría aquietarse la creciente efervescencia de las fuerzas armadas, por los constantes asesinatos de jefes militares.

Antonio Cafiero, un acreditado peronista apoyado por la Unión Obrera Metalúrgica y los principales líderes sindicales, hasta entonces embajador ante el Mercado Común Europeo en Bruselas, fue designado nuevo ministro de Economía. Tanto Damasco como Robledo pensaban que con esos cambios se podía lograr una tregua política con los sindicatos y las fuerzas armadas y disipar el ya sofocante malestar social ante la falta de conducción en el gobierno. Se trataba, según los analistas políticos, en "alvearizar" a Isabel, recordando la gestión del ex presidente Marcelo T. de Alvear que gobernó el país con un jerarquizado plantel de eficaces ministros. De ahí en más los recién nombrados ministros comenzaron a reunirse habitualmente sin la presencia de la Jefa del Estado y sin permitir la participación de su secretario privado y Secretario Técnico de la presidencia, Julio González.

Estaba claro que Isabel no estaba ya en condiciones de gobernar, por lo que los reclamos de políticos de la oposición y de altos jefes militares para que dimitiera se hicieron cada vez más perentorios. Nos enteramos por Robledo, de fluído e influyente contacto con la Presidente, que Isabel, abrumada por los acontecimientos, había decidido renunciar y dejar abierto el camino para su reemplazo por el presidente provisional del Senado, Italo Argentino Luder. A tal efecto le había pedido a mediados de ese mismo mes de agosto a Julio González que le preparara un texto breve y sin fundamentos de su renuncia formal al cargo para presentar al Congreso, así se daría fin a una ficción insostenible. González pensaba que de esa manera no se podría solucionar la intensa crisis política y sobre todo que su protagonismo político no podría prolongarse después de la renuncia. En ese momento González le pidió a Isabel que antes de firmar ese texto mantuviera una charla con un benedictino de su amistad para que le diera su bendición. La maniobra dilatoria era clara y sus consecuencias serían nefastas para el país por cuanto así lo único que conseguía era prolongar una agonía inevitable. El monje, traído de urgencia de la ciudad de Jáuregui en la provincia de Buenos Aires y que ya había sido apalabrado previamente por el obsesivo González, consiguió al cabo de sus primeras charlas disuadirla del renunciamiento.

En esos días mi padre había vuelto a la dirección del diario y a pesar de que yo mantenía, de acuerdo con sus indicaciones, frecuentes contactos con Robledo para alinear nuestra posición a los rumbos que él iba trazando, no le fue fácil adaptarse a los cambios que yo había hecho en la Redacción y compartir el timón, algo que por temperamento le era manifiestamente incómodo. Su estrecha amistad con Robledo y con Luder le permitieron seguir más de cerca el devenir político y mantener asiduas conversaciones con los principales figuras del gobierno, de modo que la provisoria separación de tareas facilitó la convivencia, al menos por un corto tiempo.

Robledo, era un personaje curioso en el confuso escenario del gobierno. Pese a padecer una clara y progresiva minusvalía física, que controlaba con intensivos tratamientos médicos, poseía una admirable osadía y un gran coraje para moverse en los intersticios del poder y una no menos admirable lucidez e inteligencia políticas para manejarse en tiempos turbulentos. Nunca perdía la calma y su tono de voz pausado sonaba ajeno al ritmo de intrigas que se desarrollaban en torno al gobierno. Era realmente un político de raza, muy conciente de que Isabel no tenía las condiciones mínimas para conducir el Estado y de que su principal tarea era, como diría Ortega y Gasset, asegurar la "subitaneidad del tránsito", o sea conseguir el mantenimiento del sistema constitucional mediante el inevitable alejamiento de Ia presidente.

Las noticias del terrorismo seguían abrumando a la población. Por esos días se anunció la aparición del cadáver del mayor Argentino del Valle Larrabure, secuestrado más de un año antes por el ERP en Córdoba y cautivo desde entonces en un sótano de Rosario en condiciones de una crueldad infrahumana. Los subversivos no escatimaban recursos para alterar la estabilidad institucional y provocar a las fuerzas armadas. Para ellos se trataba de una guerra revolucionaria y su objetivo era establecer una dictadura socialista. Resulta curioso que al tiempo de escribir estas líneas se intente seguir ocultando que se trataba de una guerra abierta, manifiestamente antidemocrática, y contra un gobierno constitucional. En el mismo mes la guerrilla produjo la voladura de una moderna fragata que estaba terminando de equiparse en un astillero bahiense y abatió en Tucumán un avión de la Fuerza Aérea con más de cien gendarmes a bordo, todos fallecidos.

El general Jorge Rafael Videla cuestionó la presencia en el gobierno de un militar en actividad como Damasco, hecho según él comprometía indebidamente a las fuerzas armadas y porque quebrantaba las jerarquías corporativas. Como el comandante del Ejército se mostraba impotente para resolver el diferendo, se planteó la necesidad de buscarle un reemplazante. Antonio Cafiero, engañado por el perfil profesional y aséptico que mostraba el general Videla, le propuso con éxito a Isabel su designación como nuevo Comandante, cuando era más apropiado, el general Alberto Cáceres, claramente leal al Gobierno. Su nombre fue desechado - una vez más en la historia argentina -, por haber propuesto reprimir a los militares que cuestionaban un nombramiento, fácilmente superable con el pase a retiro del coronel Damasco. La asunción de Videla para el nuevo cargo tampoco aquietó a los cuarteles y dio una peligrosa señal de debilidad. El triunfo de los "sublevados" y "cuestionadores" de la decisión presidencial fue para muchos observadores el punto de partida de lo que sería en marzo de 1976 el golpe militar contra Isabel, dado que el sector militar que rodeaba a Videla, además de visceralmente antiperonista, ya consideraba que su gobierno no estaba en condiciones de vencer a la subversión guerrillera. Por ese tiempo Isabel pasaba sus días recluida en Olivos con la permanente compañía de su amiga Nélida Demarco y las visitas cada vez más asiduas de otras señoras ajenas al mundo político, sin recibir a sus ministros.

Los contratiempos militares afectaron seriamente el ánimo de la Presidente, una vez más aturdida y desbordada por la crisis ministerial. Al poco tiempo el jefe del partido radical pidió públicamente la renuncia patriótica de Isabel, al igual que el ex senador conservador Amadeo Frúgoli.

Mientras tanto mantuve frecuentes conversaciones, entre otros, con Miguel Gazzera, sagaz y valiente dirigente sindical del gremio de los fidereros, amigo de Lorenzo Miguel aunque muy crítico respecto de su derrotero político; al igual que con el senador por Tucumán Eduardo "Lalo" Paz, conservador popular y muy allegado a Vicente Solano Lima. Paz coincidía con Robledo y Gazzera en que la única salida para evitar un golpe militar era alentar la renuncia de Isabel.

Después de mi partida de la cancillería seguí de cerca las incesantes arbitrariedades del canciller Vignes y me esmeré en difundir en "Mayoría” algunos de los episodios que habían precipitado su doble expulsión del servicio diplomático. A mediados de 1975 me tocó protagonizar un curioso episodio a raíz del intento de Vignes de declarar prescindible al ministro Enrique Vieyra. Como contaba por su rango con el acuerdo del Senado, sólo si el propio organismo le retiraba dicha conformidad podía echarlo. Ante Eduardo Paz inicié mis gestiones en el Senado, señalándole que se trataba de una nueva arbitrariedad y que, además, Vieyra era cuñado del comandante de la Armada el almirante Massera, a quién no convendría molestar por un tema de tan poca monta. No fue difícil convencer al senador por Salta, Juan Carlos Cornejo Linares, hombre cordial que presidía la Comisión de Acuerdos, y a todos sus integrantes, de rechazar ese pedido de Vignes, por lo que poco después citaron al Canciller para confirmarle la unánime decisión.

Yo ignoraba la enemistad declarada de Vieyra con el marido de su hermana. Como el día anterior a esa mencionado cita me informó Paz que el almirante Massera había enviado a uno de sus oficiales al Senado para comunicarle su total prescindencia respecto al destino de su cuñado, solo atiné a exagerar el valioso "pudor" del marino, a fin de no comprometer a su Arma, sabiendo que su común condición de integrantes de la logia P2 con Vignes, más el fastidio familiar, eran los determinantes de esa misión.

Según me contó "Lalo" Paz, durante la reunión que mantuvieron en el Senado no sólo le comunicaron el rechazo a su pedido, sino que le expresaron con severidad su desagrado por la arbitraria política que estaba llevando a cabo contra el personal diplomático. Ante esta fuerte y desacostumbrada reprimenda, el todopoderoso canciller habría bajado la cabeza y expresado que aceptaba con humildad las críticas que recibía. Me he extendido en ese relato marginal porque permite retratar a un medroso y abyecto personaje, cuyas bajezas y obsecuencias ante los poderosos eran la contracara de su despótica conducta con sus subordinados. Vignes cayó finalmente en agosto del 75 cuando fue reemplazado por Robledo.

Tanto el senador Paz, como los activos colaboradores de "Mayoría ", Miguel Gazzera, Jorge Greco y Héctor Hidalgo Sola en sus artículos y en sus gestiones paralelas procuraban un desenlace pacífico de la crisis presidencial, en sintonía con las gestiones de Robledo en el seno del Gobierno. Según nos contó este último, Isabel había decidido presentar nuevamente su anhelada renuncia y una vez más su terco y confidente secretario privado, Julio González, logró finalmente disuadirla. Por las intensas conversaciones que mantuvo con González , Robledo pudo constatar que no era fácil persuadirlo, dado que su estado emocional era para ese entonces francamente inestable y obsesivo. Una de esas charlas había sido interrumpida por un acceso de llanto de su interlocutor.

Como ya había coincidencia con las Fuerzas Armadas y Luder y el estado de salud de Isabel también así lo aconsejaba, finalmente se la convenció para que solicitara una licencia al Congreso y tomase unas vacaciones reparadoras en un hotel de la Aeronáutica en Ascochinga, en la provincia de Córdoba. Así, el 13 de Septiembre se pudo realizar el traspaso del mando al presidente provisional del Senado, Italo Luder.

A pesar de que casi todos los medios y la mayoría de los dirigentes políticos estaban ya propiciando un golpe militar, con Héctor Hidalgo Solá y el diputado demócrata progresista Alberto Natale emprendimos una ardua tarea para persuadir a los principales protagonistas políticos y militares de evtar un desenlace violento y alentar una pacifica solución institucional, convencidos de que un golpe militar sería funesto para el país.

Hidalgo Solá, con quién establecí una estrecha amistad, era un antiguo militante radical próximo a Juan Carlos Pugliese, influyente dirigente de ese Partido. Por su holgada posición económica, además, prestaba generosa ayuda a sus correligionarios. Héctor era sobre todo un hombre íntegro, virtud poco común en el mundo político y yo no dejé nunca de admirar esa misión desinteresada y patriótica que él había asumido con convicción. Su accionar se proyectó principalmente a persuadir a sus correligionarios a fin de que evitaran avivar el fuego mientras se desarrollaban las gestiones de Robledo, quién, con la asunción de Luder, ocupaba el cargo de ministro del Interior.

También mantuvimos conjuntamente varias charlas con el general Roberto Viola, jefe del estado mayor del Ejército, merced a las gestiones de su más cercano colaborador, el coronel Marco Antonio Cúneo, "Chovito", como todos lo llamábamos, que era el principal interlocutor del mundo político y con él teníamos frecuentes conversaciones. Como le gustaba la buena vida, solía aprovechar de esos encuentros para disfrutar de buenas comidas y bebidas. Viola, por el contrario, era más bien un militar austero. Su mayor placer en las entrevistas era saborear sin descanso sus vasos de whisky. No obstante que era de inteligencia y cultura limitadas, procurábamos persuadirlo para que acompañase la tarea de Robledo y mantuviera bajo control el ya agitado escenario militar. Por su condición de número dos en la jerarquía castrense, era el único interlocutor valioso, dada la reticencia del general Videla para involucrarse en conciliábulos políticos, falto de aptitudes para ello. A instancias nuestras se realizó una importante entrevista privada con Robledo en casa de mi padre. Robledo con su habitual calma y sagacidad le hizo un ajustado análisis de la situación política y le destacó la importancia de que las fuerzas Armadas colaboraran con su esfuerzo de procurar una solución institucional a la crisis. Si bien Viola parecía coincidir con esos propósitos, para mí era evidente que también carecía de las condiciones mínimas para asumir responsabilidades más allá de su experiencia cuartelera. No tenía la estatura exigida por esos tiempos tan convulsos, tampoco su amigo Videla. Eran prisioneros de la presión cotidiana que ejercían tanto muchos políticos y medios de opinión, como los sectores de la marina, comandados por el ambicioso y maquiavélico almirante Massera, cuya actitud "golpista" era cada vez más notoria. Mantuvimos también con Hidalgo Solá y Natale encuentros con otros jefes de la Fuerza Aérea conscientes de que estábamos actuando contra reloj, mientras Isabel seguía de licencia en Córdoba.

Por mi parte intenté sin éxito que el senador José Antonio Allende publicase en "Mayoría” su opinión coincidente con nuestros propósitos. Si bien me prometíó acercarme unos artículos para aportar su posición, que era en esas instancias muy importante para apuntalarlos, no volvió a aparecer por el diario a pesar de nuestros reclamos. Allende era de una personalidad muy cautelosa y poco propicia a asumir riesgos, a pesar de que los tiempos exigían actitudes menos medrosas. Procuré sumar también al influyente líder de los metalúrgicos y de las 62 organizaciones sindicales peronistas Lorenzo Miguel. Después de varias gestiones, junto a Marcos Sastre, redactor de política en "Mayoría ", pudimos concertar una entrevista en el "bunker" de su sindicato. Para verlo debimos pasar dos puertas blindadas custodiadas por varios hombres con metralletas que nos palparon de armas, lo cual no dejó de sorprendernos y hasta de intimidarnos. Miguel era uno de los más decisivos personajes del escenario político. A pesar de exponer durante casi dos horas nuestras preocupaciones ante la dramática situación planteada que exigía optar por la salida constitucional, apoyando la renuncia definitiva de Isabel o el irremediable desenlace militar, Miguel nos reiteró que si bien comprendía nuestros argumentos, su compromiso con el ideario peronista le impedía asumir conductas que pudiesen ser calificadas como de "infidelidad al nombre de Perón" que en ese momento estaba representado por Isabel. En mi insistencia y con cierta osadía le dije que esa postura sería muy perjudicial para el peronismo, dada la clara incapacidad de Isabel para seguir al frente del Estado, y también, premonitoriamente, que tanto su sindicato como su persona seguramente iban a ser castigados si se desencadenaba un golpe militar. Al final del encuentro coincidimos en que Miguel carecía de las necesarias condiciones para ponderar, con altura de miras, el dramatismo de los acontecimientos. Había depositado una fe religiosa en lo que él consideraba el ideario de Perón y no estaba dispuesto a cuestionarlo. Luder, en tanto, había asumido su interinato como presidente con una actitud resuelta y de confianza, como si sus responsabilidades no fueran provisorias. No sólo cambió casi todo el elenco ministerial, en el que sobresalía Angel Robledo como nuevo ministro del Interior. Manuel Arauz Castex, prestigioso jurista de tradición peronista, la de Relaciones Exteriores. Antonio Cafiero siguió en Economía y nombró como subsecretario a Guido Di Tella.

Por intermedio de un amigo común,el sociólogo e historiador Oscar Cornblit, mantuve varias entrevistas reservadas con Guido Di Tella, reservadas por cuanto Cafiero estaba estrechamiento vinculado a Lorenzo Miguel y participaba de su mismo credo, lo cual volvía imposible persuadirlo de una actitud diferente. El ministro de Economía consideraba que, aún asumiendo Luder, el golpe militar era inevitable.

Di Tella compartía los objetivos y preocupaciones de Robledo y no estaba en condiciones de comunicarse con él sin exponerse a un acto de deslealtad con su superior. Sabía por Cornblit de nuestra proximidad con Robledo, por lo que se interesó en seguir de cerca sus gestiones para ajustar a ellas su permanencia en el cargo. Di Tella, a quién yo no conocía personalmente hasta entonces, había formado parte de la primera generación del Humanismo y fue en ese tiempo un apreciado referente intelectual. Después, él ya incorporado a la democracia cristiana, se sumó como la mayoría de sus correligionarios, a la coalición con el peronismo. Guido era una persona cortés pero de talante frío, seguramente parecido a su padre, el empresario creador del conglomerado industrial que llevaba su nombre. Había heredado de su madre su pertenencia cristiana y de su padre su visión social-demócrata. Este último no dejó nunca de ser un importante sostén financiero del partido socialista italiano. Para Guido la adscripción al peronismo provenía más bien de su simpatía por el Partido Laborista inglés y de su formación social cristiana.

En el interinato de Luder se impulsaron importantes medidas para combatir la subversión que no cejaba en su afán destructivo. En uno de esos decretos trascendentes le confió a las fuerzas armadas tratar de "aniquilar" el accionar de los grupos guerrilleros, verbo y acción que serían luego asumidos sin inhibiciones por los militares tras el derrocamiento de Isabel. Además, también por decreto, se dispuso subordinar las policías provinciales al Ejército.

EL 5 de octubre los Montoneros realizaron un salvaje y fracasado ataque, con decenas de guerrilleros, a un regimiento en Formosa que se saldó con la muerte de 12 conscriptos que lo defendían y de numerosas bajas entre los atacantes. La conmoción que provocó fue determinante para quienes ya no confiaban en que la guerra contra la subversión pudiese ser encarada por un gobierno civil.

Dos días más tarde, Robledo se trasladó a Ascochinga con el objeto de persuadir a Isabel de su alejamiento definitivo del poder para evitarle no solo mayores trastornos personales sino, sobre todo, para salvaguardar la continuidad institucional y la pervivencia del peronismo. Recuerdo de regreso a Buenos Aires nuestro amigo era moderadamente optimista, aunque Isabel iba a prolongar todavía unos días sus vacaciones cordobesas. Los comandantes de las tres fuerzas armadas le hicieron conocer por esos días a Robledo y a Luder que sin ese renunciamiento voluntario no podrían evitar el golpe militar. Por otra parte, la posición de Luder ya era clara: había decidido no sumarse a ninguna acción militar que forzara el alejamiento de Isabel porque no podía traicionar a la mujer de Perón.

Luder era un cauteloso jurista y docente, nacido en el corazón de la "pampa gringa", en Rafaela, (Santa Fe), donde había comenzado su carrera política como radical. Nunca antes se había visto obligado a asumir posiciones de coraje. Llegó a obtener responsabilidades de prestigio merced a la ayuda de los que sí afrontaban riesgos. Por predisposición natural actuaba siempre de manera "correcta", desconociendo que en la vida común y mucho más en la vida política se requiere muchas veces adoptar actitudes acaso formalmente "incorrectas" para salvaguardar valores de más alta estima. Esa versión criolla del "no te metás" ha tenido desafortunadamente muchos cultores en la vida argentina.

Isabel volvió a Buenos Aires el 16 de octubre, tonificada por los aires cordobeses, y bajo la perniciosa influencia de su secretario privado, Julio González, persuadida de que ella era la única garantía del orden constitucional, decidió hablar al día siguiente en la Plaza de Mayo para afirmar su investidura. La elección de ese mítico día 17 para el peronismo, le permitió contar con una nutrida concurrencia, convocada por los metalúrgicos y otros sindicatos afines.

Los últimos dos meses del año fueron sacudidos por otros tantos contratiempos. El primero fue la insurrección de un oscuro brigadier que tomó el Aeroparque y secuestró al comandante de la Fuerza Aérea. Mediante la intervención de un obispo y después de intensas negociaciones de varios días, pudo superarse la asonada de modo incruento, aunque el episodio sirvió para mostrar la efervescencia que agitaba ya los cuarteles. A fines de año, el ERP con 150 guerrilleros asaltó el Regimiento de Monte Chingolo, donde libraron un duro y fracasado combate con decenas de muertos.

Ya por entonces las más altas autoridades eclesiásticas le habían transmitido a Isabel que las Fuerzas Armadas querían su urgente renuncia, sin que ella tomase conciencia de la gravedad del momento a causa de los sibilinos consejos de su Rasputin neo-criollo, como diría Leopoldo Marechal de Julio González. González era de un carácter rígido, típico de las mentalidades autoritarias, e imbuido de ímpetus patrioteros. Recuerdo aquella definición del fanático hecha por Henry Hazlitt: "aquél que redobla sus esfuerzos cuando ha olvidado sus fines". Se creía asignado un papel salvífico, impuesto por la providencia. Manuel Azaña, el legendario presidente de la República española, solía decir "que no basta ser patriota, además hay que acertar".

El 3 de noviembre Isabel fue internada de urgencia en un sanatorio pero González le impide a Robledo visitarla y dos días más tarde le redacta un comunicado que ella emite desde su lecho diciendo que ella "no renuncia, ni renunciará". El argumento de Isabel es que no podía traicionar el legado de Perón.

Como el plazo de un año de "disponibilidad" se estaba agotando, decidí en noviembre pedir el reingreso a la cancillería. Por otra parte ya mi padre estaba en su plenitud y no era necesaria mi ayuda. Aunque en el Ministerio se vivían con igual intensidad los vaivenes políticos del país, mis tareas serían más sosegadas que las que resignaba. De ese modo, dejaba atrás un año muy intenso de aprendizaje tanto del mundo periodístico como de las intimidades de la política nacional, donde me tocó imprevistamente jugar un papel protagónico.

Antes de dejar el diario solía tener frecuentes charlas con Jose Deheza, mi vecino del segundo piso en el edificio donde yo ocupaba la planta baja. Cuando veía la luz encendida de mi departamento, solía detenerse para intercambiar información sobre la realidad del país y las gestiones de Robledo. Deheza estaba casado con la hija del general Lonardi y había estado en el gabinete de Benito Llambí cuando éste ejercía el ministerio del Interior. Luego fue fiscal federal. Era un sólido jurista nacido en Salta aunque formado en Córdoba y sus opiniones eran muy valoradas.

Coincidíamos en esas charlas con los objetivos de Robledo y la necesidad de que tuvieran éxito sus gestiones. Cansado de las esperas y del clima asfixiante político pasó a saludarme una noche, anticipándome que se iba de cacería a la Patagonia con el general Albano Harguindeguy, quién sería después del golpe el ministro del Interior de Videla. Grande fue mi sorpresa cuando volví a verlo dos días después y me anunciara que había aceptado ser el nuevo ministro de Justicia convocado imprevistamente y con urgencia por Julio González. Por esas paradojas de la historia: le tocó asumir el ministerio el 15 de Enero de 1976 en reemplazo de Ernesto Corbalán Nanclares, el mismo día que también cesaban en sus funciones Angel Federico Robledo en Interior y Manuel Arauz Castex en Relaciones Exteriores. De allí en más, nuestro amigo Deheza pasó a transformarse en un activo colaborador de su padrino, Julio González y también de las Fuerzas Armadas, por lo que pronto pasó a ocupar el ministerio de Defensa, propiciando una serie de decretos que reforzarían su responsabilidad en la lucha contra la subversión guerrillera. Aunque me costó entender su cambio de posición, entendí que el poder tiene una gran capacidad de seducción y que extravía hasta a las lúcidas inteligencias. En su caso, el transformarse en el interlocutor privilegiado del gobierno con los militares, terminó por cegarlo y no pudo advertir que la cuenta regresiva del derrocamiento de Isabel ya había comenzado.

Tuve ocasión de comentárselo en un encuentro pasajero, criterio que compartíamos con Robledo, y no pareció darle importancia. Vanidad de vanidades… Me dio pena advertir cómo los aparatos de inteligencia de las Fuerzas Armadas iban creando un clima político sofocante entre la población y que hasta políticos avezados, como el presidente de los radicales, se atreviesen a urgir a los militares a no demorar ese golpe tan anunciado.

A veces uno se ve tentado de hacer ejercicios de ucronía. Por ejemplo imaginar qué hubiera pasado si Luder y Lorenzo Miguel, hubiesen intentado ser fieles al peronismo y al país y no al nombre de Perón; si no hubiesen aparecido en escena personajes tercos e iluminados como Julio González que impidieron a Robledo obtener la renuncia voluntaria de Isabel; si el Ejército hubiese tenido jefes más lúcidos y con visión estratégica para seguir actuando sin cortapisas contra la subversión sin necesidad de ocuparse de las tareas de gobierno para las que no estaba preparado, sobre todo porque faltaban pocos meses para una nueva elección presidencial; si a la luz de esas premisas no hubiese sido más fácil que ellos forzaran de modo directo la renuncia de Isabel permitiendo así la asunción de Luder, visto la incapacidad de la dirigencia política de conseguirlo; si una vez más, en momentos de crisis, la volubilidad de la sociedad argentina y la ausencia de personalidades de talla moral capaces de advertir los abismos en que nos precipitaríamos innecesariamente nos hubiesen permitido encausar esos tiempos tumultuosos; si no hubiesen subsistido, en ese tiempo, los odios del viejo y el nuevo antiperonismo, acicateados además por la subversión; si, por fin, ésta, nuestra sociedad tan frágil en su densidad histórica, no hubiese estado dispuesta, como advertía Tocqueville más de un siglo atrás sobre las sociedades democráticas, a ponderar las lecciones del pasado y a entregarse siempre sin freno a las venturas del futuro. Tal vez aparezcan con el tiempo algunos historiadores que quieran darle sentido a lo que Reinhart Koselleck llama la ausencia habitual de sentido en la historia, ese cúmulo de hechos y decisiones irracionales que se atropellan en el pasado.

Vale la pena recordar que "Mayoría” dejó de editarse antes del golpe de marzo de 6. Mi padre y mi tío Bruno eran conscientes que la misión asumida por ellos no tenía más sentido y que su prédica doctrinaria y moderadora para aportarle inteligencia y racionalidad a las mayorías nacionales, había fracasado. Se pudo felizmente vender la imprenta con lo que se indemnizó a todo el personal. Bruno sintió mucho dejar de editar el suplemento de Letras, Artes y Ciencias que con tanto empeño condujo durante dos años. Había podido convocar a un amplio espectro de intelectuales y artistas argentinos y extranjeros habitualmente marginados de los grandes diarios y mantener una línea política independiente y pluralista sin abjurar de sus convicciones. Sería muy extenso enumerar las decenas de escritores, poetas, científicos y artistas que colaboraron en esas ediciones semanales, tarea que recopiló con éxito en un libro Luís Alberto Furlan.

13. LAS ESPADAS AL PODER

De regreso al ministerio me incorporé de manera natural al Grupo Cuenca del Plata. Mis visitas vespertinas a "Mayoría” me permitieron seguir de cerca las desventuras del gobierno. A fines de 1975 Isabel Perón decidió clausurar el Congreso ante el temor de que se auto-convocara o avanzara el pedido de juicio político. Después, a instancias de Julio González citó a Luder, queera la máxima autoridad del Senado, para reasegurar su lealtad. Este no solo ratificó su postura legalista, sino que dos meses más tarde hizo pública su declaración denegatoria de varios congresistas para convocar una Asamblea Legislativa (diputados y senadores) a fin de afrontar en ese ámbito la grave crisis política.

Por esos días tuvo lugar un nuevo Congreso del Partido Justicialista donde la masa habitual de aplaudidores decidió elegir nuevas autoridades, destituyendo al hasta entonces vivepresidente Angel Robledo, y proclamando entusiastamente su apoyo incondicional a la conducción del Partido y del Gobierno a cargo de Isabel Martínez de Perón. Ella y su círculo íntimo respiraron aliviados, encerrados como estaban en una delirante autocomplacencia. Hacia fines de marzo, cuando el helicóptero que la llevaba desde la Casa de Gobierno a la residencia de Olivos era desviado hacia el Aeroparque donde comenzó su larga detención, se mostró sorprendida por una situación que, hacía tiempo, una gran parte del país consideraba inevitable.

Una semana antes del golpe el general Videla se salvó milagrosamente de morir por un atentado contra la sede del ministerio de Guerra, gracias a la oportuna pinchadura del neumático de un automóvil de su custodia a punto de ingresar por una vía lateral. Los montoneros habían colocado una poderosa carga explosiva en un auto estacionado frente a la entrada del edificio y que debía ser activada por Horacio Verbitsky, a cien métros del objetivo. Según los jefes montoneros, Verbitsky huyó tras la importante explosión sin comprobar el éxito del operativo y sin cubrir la retirada de los demás participantes, por lo que habría sido sometido a un juicio sumario.

El 24 de marzo asumieron las nuevas autoridades bajo la presidencia del general Videla, comandante del Ejército y que, en tal carácter, integraba la Junta de Gobierno con los comandantes de la Marina y la Aeronáutica. Como en todas las revoluciones, las primeras decisiones apuntaron a arrestar por tiempo indefinido a todos los ministros, legisladores y funcionarios peronistas, expulsar a jueces y profesores de manera discrecional y designar una nueva Corte Suprema de Justicia. Todo ello en nombre de la Constitución, aunque todas sus normas quedaban subordinadas a las dictadas por la reciente Junta de Gobierno. A pesar de que era más bien un golpe de Estado y sólo tenía los instrumentos de poder que se atribuyen los revolucionarios, como bien lo señala Crane Brinton en su libro sobre la anatomía de las revoluciones. En él destaca la semejanza formal de todas ellas, sus primeras decisiones, su estructuración y su pronta radicalización. Las Fuerzas Armadas argentinas repitieron, sin saberlo, la partitura de esas tradiciones. Añadieron, como hecho singular y curioso, una repartición tripartita de todos los resortes del Poder, de modo tal que a cada arma (Ejército, Marina y Aeronáutica) se le confiaron determinados ministerios, gobernaciones u organismos descentralizados. Lo único que quedaba totalmente en manos civiles era el ministerio de Economía, incluyendo a todas sus secretarías y los bancos oficiales, que le fue confiado con gran autonomía a José Alfredo Martínez de Hoz.

La Cancillería, por su parte, como bien la calificó un lúcido colega, se transformó rápidamente en un buque de guerra, tal era la cantidad de marinos al mando de la mayor parte de las direcciones y departamentos. César Guzzetti, contralmirante especializado en submarinos, asumió como Canciller y como subsecretario el inteligente capitán de Navío Gualter Allara.

Enseguida comenzaron los inquietantes rumores sobre los nombres incluidos en las listas de los diplomáticos que se declararían cesantes. Enrique Vieyra, con su habilidad natural para hacer prontas amistades, logró que el bisoño teniente coronel a cargo de Personal le mostrase la fatídica lista de los funcionarios que serían prescindidos

(eufemismo burocrático para designar a los cesanteados). Seguramente para avanzar en sus propósitos le mencionó que era cuñado del Jefe de la Armada, con quién, como ya mencioné, mantenía una enemistad manifiesta, aunque desconocida por el militar. Al advertir mi nombre en esa lista, confeccionada por una comisión especial de las tres fuerzas militares en la Cancillería, me alertó para que procurase con urgencia eliminar mi nombre de esa amenazante nómina. El ser declarado prescindido en esos tiempos equivalía a transformarse en persona sospechosa y expuesta a imprevisibles peligros para su vida. Como no pude localizar a los amigos militares conocidos, atiné a recurrir a mi viejo amigo Ricardo Yofre, que ocupaba la Subsecretaría General de la Presidencia. Pronto me recibió y pudo confirmar mi desgracia. Merced a su rápida y generosa gestión logró sustraerme a ésa nómina de futuros cesantes. Lo más doloroso fue que me informara que un colega y amigo era quien había sugerido mi inclusión en esa ominosa lista. Tuve mucha suerte al enterarme a tiempo de mi desgraciada situación, suerte que no tuvieron muchos y excelentes colegas que jamás imaginaron ser cesanteados, ni mucho menos que personas con quienes compartían una larga carrera diplomática fueran sus verdugos.

La atmósfera conspirativa y desconfiada que envuelve a todos los "formatos revolucionarios", con sus nuevas y confusas lealtades, suele estimular las arbitrariedades – ya no rigen las antiguas normas y aún no se han asentado unas nuevas-, y al amparo de su tumultuosa deriva las más bajas pasiones se abren fácilmente camino: celos, resentimientos minúsculos, discrepancias políticas circunstanciales son así transformados en armas de destrucción burocrática cuando no más letales. Esta "ocupación militar" de la Cancillería no sólo era surrealista y hasta ridícula, sino también absolutamente estéril. Como si hubiesen sacado patentes de corso, distribuían casi todos los cargos de responsabilidad entre su propia tropa. El botín, más allá de los pequeños privilegios como los autos con chofer para los altos cargos, los colocaba en la mayoría de los casos en posición de dependencia de los funcionarios diplomáticos de carrera ante el absoluto desconocimiento de los problemas de nuestra política exterior, nuestros intereses en juego y las acciones a adoptar, cuando no la ignorancia de idiomas, indispensables para desenvolverse con probidad en ese ámbito. Este fenómeno de la invasión militar que tuvo lugar en la Cancillería, se suele repetir también habitualmente en nuestro país con cada cambio de gobierno. Los militares no hicieron sino replicar prácticas viciosas de nuestra vida política. ¡Cuánto más fácil hubiera sido contar con directivas claras y controlar su ejecución en vez de asumir responsabilidades para las que no estaban preparados!

Me tocó también seguir de cerca uno de los episodios más desopilantes de la época. Mi amiga colega Marta Ortigoza, fue incorporada a una misión en Ginebra, donde se celebraba una conferencia mundial de la Cruz Roja, misión que presidía un oficial aeronáutico. En una de esas noches ginebrinas y seguramente en alguna de esas tabernas habituales donde recalaban los participantes en conferencias, Marta, cuya inteligencia e imaginación, además de ser fina poeta, solían deslumbrar a los interlocutores, se permitió fantasear ante su cándido jefe e interlocutor sobre la manera en que los chinos, a su entender, se apoderarían en el futuro de América Latina. Según nos contó después, incluyó en su delirante relato la idea de una creciente inmigración de chinos a nuestro Continente y la progresiva apertura de negocios minoristas, que cubrirían poco a poco el abastecimiento de sus poblaciones. Me imagino la cara de sorpresa que pronto se transformó en inquietud por parte de nuestro asombrado aviador. A su regreso a Buenos Aires promovió con éxito la cesantía de su colaboradora, acusándola de ser "una agente maoista", en referencia al líder comunista chino Mao Tse Tung. Enterados del episodio, convinimos entre unos pocos amigos, que una imputación de ese estilo podía hacer peligrar también su vida, por lo que decidimos juntar nuestros magros ahorros para que pudiera embarcarse prontamente en un carguero rumbo a Europa, los únicos en hacer la travesía. Solían llevar unos pocos pasajeros y transportar también algunas valijas y pertenencias del departamento que nuestra amiga debió abandonar. Esa experiencia sirvió para mostrar el rostro real de la arbitrariedad reinante y que no había "inocentes" para los imprevistos verdugos. A Marta volví a verla tiempo después ya instalada en Paris, pero esa es otra historia.

El secretario técnico de la Presidencia bajo el gobierno depuesto, Julio González, pidió a un funcionario de nuestra embajada en el Uruguay, a fines de 1975, un informe para conocer cómo se había llevado a cabo la "bordaverrización" del gobierno en ese país, o sea el poder asumido por las Fuerzas Armadas manteniendo la fachada del mismo Presidente Juan María Bordaverry, que dió así su nombre al insólito fenómeno. EL pormenorizado informe firmado por el Secretario de Embajada José María Castellano fue encontrado entre las carpetas presidenciales de Julio González, lo que precipitó la inmediata e inesperada cesantía de dicho funcionario.

Superados los primeros tiempos de desconfianza mutua, los "sobrevivientes"(los no cesanteados) pudimos abocarnos a nuestras tareas específicas. En esos primeros días

"justicieros" le fue confiado al ministro Vieyra, habitualmente con poca disposición para las tareas burocráticas, un sumario contra el ex Canciller Vignes por la compra sin licitación de varios automóviles. El militar que estaba a cargo del sector administrativo seguramente desconocía la envergadura de este personaje. A pesar de que mi amigo pidió excusarse por haber sido víctima suya, fue confirmado en la ingrata tarea y no tuvo mejor idea que pedirme fuera su secretario sumariante. Después de acopiar los antecedentes, advertí la necesidad de citarlo a Vignes para que efectuara su descargo. Así fue como una mañana acudió a mi despacho escoltado por dos marinos, por lo que pensé que seguía estando estrechamiento ligado al almirante Massera que era el jefe real de la Cancillería y que, de esa manera, quería transmitirnos un mensaje intimidatorio. Con suficiencia comenzó diciéndome que no me guardaba rencor por las notas que yo había publicado sobre su persona en “Mayoría” para desacreditarlo, como perdonándome la vida. Le respondí que mi tarea era sólo la de esclarecer el caso. El tema era de muy poca monta. Los precios pagados por los autos eran los vigentes en ese momento en el mercado. Sí era irregular y arbitrario el procedimiento para la compra. Las sanciones administrativas, previstas para funcionarios en actividad, eran claramente inaplicables para este ya octogenario diplomático retirado, por lo que concluí la redacción del expediente aconsejando que se incorporase a su legajo la reprobable conducta asumida, con sus antecedentes Era la única sanción moral disponible.

En mayo de ese año se me encomendó una tarea más estimulante: representar a la Cancillería en una reunión a celebrarse en el Paraguay para el aprovechamiento tripartito del río Pilcomayo, junto con Bolivia. Nuestra Delegación sería presidida por el ingeniero Antonio Federico, coordinador de ese proyecto en la Argentina. Contaba con un Director Ejecutivo y financiamiento internacional. Para mí era muy grato volver a Asunción, por los buenos amigos que allí tenía y que no había vuelto a ver desde mis viajes juveniles.

Apenas llegar supe, por vías reservadas, de una serie de episodios y conflictos graves producidos entre Bolivia y Paraguay que amenazaron con frustrar no sólo la reunión prevista, sino la continuidad misma del proyecto conjunto. Dos semanas antes un ministro boliviano había anunciado que su gobierno había iniciado un desvío del río Pilcomayo a fin de regar primero 20.000 y luego 40.000 hectáreas aledañas. De ese modo pensaban implantar cultivos para abastecer una fábrica de aceites ya construida en la localidad ribereña de Villamontes. La noticia rápidamente trascendió de la prensa boliviana a la paraguaya, provocando un gran revuelo político y diplomático. El canciller paraguayo se incorporó a última hora a una misión técnica que se internó en el vecino país con el fin de inspeccionar in-situ las obras realizadas y sin advertir a las autoridades bolivianas de esa incursión inusitada en su territorio. Descubrió una moderna fábrica, instalada en medio de un páramo, que no podía funcionar por carecer de insumos: las plantaciones de oleaginosas no existían todavía a pesar de haberse talado ya casi 20.000 hectáreas y hasta ese entonces el "desvío" del río mediante unas estaciones de bombeo no era tal, porque se trataba sólo de aguas excedentes para consumo. Ese viaje y su repercusión en ambos países dieron al tema mayor dramatismo, sobre todo porque aún subsistían las heridas de la sangrienta guerra librada entre 1932 y 1935 por el control del Chaco boreal.

Según pude conocer, si bien las autoridades bolivianas pensaban comprar en el futuro a nuestro país los insumos necesarios para abastecer la fábrica, era más bien alocado terminar la construcción sin haber previsto su abastecimiento y al mismo tiempo anunciar sin consultas el desvío de un río internacional. Gracias a que ese "desvío" aún no había adquirido gravedad y a que las autoridades bolivianas anunciaron prontamente que se respetarían los acuerdos firmados entre los tres países , pudo finalmente realizarse, merced a los buenos oficios argentinos, la prevista reunión. Los paraguayos se encontraron esta vez "desacomodados" ante el difícil dilema de promover un aprovechamiento conjunto con el Brasil aguas arriba del río Paraná, sin informarnos ni consultarnos sobre sus alcances y perjuicios a los argentinos que estábamos aguas abajo, viéndose ahora expuestos a defender nuestra postura conscientes de su fragrante contradicción

En la reunión no se consideraron de modo directo estos problemas. Tampoco pudieron concretarse acuerdos ni en el tema navegación, ni para el aprovechamiento hidreléctrico Después de cuarenta años poco se ha avanzado. Lamentable testimonio de la incuria habitual de nuestros gobiernos. El irregular río Pilcomayo también se ha ido desdibujando al perder su caudal en grandes extensiones de nuestra frontera con el Paraguay.

De todas las vicisitudes previas a la reunión, así como de los anuncios y propósitos que allí se enunciaron, di detallada cuenta en un completo informe para la Cancillería y que firmó también el ingeniero Federico. Fue, además, una prueba que coroné con cierto éxito ante las nuevas autoridades.

Gracias a Enrique Vieyra volví a encontrar al general Tomás"Conito" Sánchez de Bustamante, a quién había conocido durante mi estancia universitaria en Madrid. Lo acompañaba siempre un curioso guardaespaldas, personaje pintoresco con pinta de mafioso y con un chambergo arrabalero, que no le perdía pisada. Lo había conocido en la cárcel de Ushuaia donde estuvo detenido casi cuatro años tras la asonada militar contra Perón en 1951. Sandoval, creo que era su nombre, purgaba allí también una pena de reclusión perpetua por una variada serie de graves delitos."Conito", le había conseguido un indulto presidencial y desde entonces se había transformado en su celoso y fiel cancerbero. Sánchez de Bustamante, aunque ya retirado, era un militar de la vieja escuela, austero y con un severo sentido del deber y del honor. Observaba con mirada crítica el comportamiento de sus camaradas de armas, sobre todo lo que ellos llamaban "la guerra sucia" contra la subversión, pues creía que terminaría envenenando la acción global del gobierno y de las fuerzas armadas. Señalaba la falta de coraje para impulsar juicios sumarios y eventuales fusilamientos a la luz del día y no transformarse ellos mismos en bandas armadas.

La necesidad de afrontar los diferendos con Brasil desde una nueva y más racional perspectiva, tal como lo veníamos pregonando desde nuestro Grupo de la Cuenca del Plata, animó por ese entonces al canciller y sobre todo a su subsecretario, el capitán de navío Gualter Allara, a impulsar la creación de una comisión interministerial que tomara a su cargo, de modo directo, la negociación con los técnicos y diplomáticos brasileños y paraguayos para compatibilizar las represas de Itaipú y la eventual de Corpus. La jefatura de esa Comisión le fue encomendada al contraalmirante retirado Horacio Colombo y la integraron el subsecretario de Energía ingeniero Bernardo Bronstein y su prestigioso colaborador el ingeniero Sabas Luís Gracia Nuñez, especialista en temas de energía eléctrica. Por cancillería fuimos designados el entonces consejero Arturo Ossorio Arana y yo, lo que nos permitió contar con la infraestructura y el personal del Grupo Cuenca del Plata. Se le asignó, además, especial importancia a sus objetivos; por lo que tanto el canciller y su subsecretario solían participar en algunas de las reuniones de la Comisión.

Nuestro primer objetivo fue orientar las negociaciones para encarar un estudio conjunto de todas las variables del río Paraná: entre otras, la velocidad habitual de sus aguas en diferentes períodos, las frecuencias plurianuales de su caudal, la profundidad en sus distintos recorridos y el régimen histórico de lluvias. Como el tema había adquirido picos de tensión y de conflicto, basados en presupuestos teóricos y de prejuicios, juzgamos necesario contar con "hechos", o sea con mediciones adecuadas y concretas del río sobre las cuales sustentar posibles acuerdos. Por entonces estaba bastante consolidada la hipótesis teórica formulada por el terco ingeniero Mario Fuschini Mejía de que, estando en presencia de una singularidad geográfica, el deber de los tres países era procurar su máximo aprovechamiento en beneficio mutuo. Es cierto que el río Paraná nace en territorio brasileño en los Saltos del Guayrá, se extiende luego por un estrecho cañadón abierto en una amplia meseta y de modo descendente, pasa primero por los límites entre Brasil y Paraguay y luego por los de Paraguay y la Argentina. Esa caída pronunciada y progresiva de las aguas alentaba a utilizar ese enorme caudal en cascada mediante grandes aprovechamientos hidroeléctricos. El problema se suscitaba cuando la construcción de una represa río arriba podía impedir el máximo aprovechamiento del caudal río abajo, no armonizando su cota de salida del embalse de las aguas con la altura necesaria para la cota de entrada de otra eventual represa aguas abajo, así ésta fuera rentable. Según Fuschini la singularidad de esa caudal escalonado no sólo "obligaba" a todos los ribereños a "optimizar" el uso de ese recurso compartido, basado en sanos principios de bien común, sino también a permitir que la cota de entrada de nuestra eventual represa conjunta con el Paraguay,aguas abajo, fuera no inferior a los 125 métros. Según sus estudios deberíamos asegurar que Brasil y Paraguay aceptasen esos principios. Si bien compartíamos con Paraguay desde 1971 una comisión mixta para estudiar el Paraná, en ese entonces se carecía de estudios pormenorizados sobre el comportamiento del río, en especial donde somos ribereños. Por otra parte, brasileños y paraguayos, ya habían comenzado en 1974 la construcción de la futura represa de Itaipú, que sería la más grande del mundo con una potencia instalada de 14.000 MW y un lago artificial de 29.000 Km2 (superficie mayor que toda la provincia de Tucumán).

Así fue como se decidió convocar a los mejores ingenieros hídricos y especializados en obras hidroeléctricas, para contar con las mediciones adecuadas y datos históricos sobre nuestro río Paraná, a fin de propiciar luego estudios conjuntos con nuestros vecinos. Recuerdo especialmente entre ellos a Mario Gradowczyk, brillante ingeniero pionero en mecánica computacional. Se había especializado en hidrodinámica e hidráulica fluvial y participado en la modelización matemática de la Cuenca del Plata y de muchos ríos y represas en distintos países, por lo que era ya un prestigioso consultor internacional. Pero me he detenido en él porque además, era un sofisticado coleccionista de pintura. Merced a su amistad pude deslumbrarme con su colección de Xul Solar y Esteban Lisa., entre otros. Creo que la del primero era la más importante en el país. Yo era y sigo siendo un gran admirador de ese multifacético personaje y artista argentino al que tanto apreciaban Borges y Marechal.

En las habituales reuniones de la Comisión participaban a veces el ingeniero Fuschini Mejía y de tiempo en tiempo nuestro embajador en Brasil, el talentoso Oscar Camilion. Nuestra comisión sufría constantes embates y críticas, no sólo de Fuschini Mejía y de su padrino político el almirante Rojas que había suscrito sus posiciones extremistas, sino también de varios jóvenes colaboradores de éste ultimo como el diplomático Oscar Spinoza Melo y de su amigo Juan Bautista Yofre, por nuestra posición supuestamente moderada ante el Brasil y el Paraguay. Secundaban esa posición también el Almirante Massera y su amigo el embajador Federico Barttfeld, por lo que los cuestionamientos públicos llegaron a tener cierta dramaticidad, especialmente para mí, ocupado en redactar, de acuerdo con Ossorio Arana, los comunicados y propuestas que se presentaban en la comisión. Cierta vez, éste último me informó que había escuchado una conversación de esos jóvenes donde se mencionó que yo era el principal obstáculo a remover para evitar que esa línea moderadora prosperara. Como la expresión utilizada por tales conspiradores era que "había que chupar a Jacovella", (lo que en la jerga de ese tiempo podía entenderse como hacerme "desaparecer"), acudí al capitán Allara para demandar su protección o mi remoción de las tareas que cumplía. Este procuró tranquilizarme diciéndome que no me preocupara por esas habladurías y que contaba con el pleno respaldo de las autoridades de cancillería. Si bien no eliminó mis temores, volví a mis tareas, tal vez no plenamente consciente de los peligros implícitos en ésa época.

Gracias a Dios, todos los integrantes de la Comisión participábamos de los mismos objetivos en una atmósfera afable y amistosa. Tanto mi amigo Ossorio Arana, como el lúcido Contralmirante Colombo y los muy sensatos ingenieros Bronstein y Gracia Nuñez,al igual que el embajador Camilión, teníamos una clara conciencia de que la posición racional que habíamos adoptado de estudiar científicamente el río, alejada de posturas emocionales o juridicistas que no tuvieran sustento práctico, era el presupuesto básico de todo entendimiento con nuestros vecinos. Fue una feliz coincidencia poder contar en ese momento histórico con la firmeza constructiva de todos ellos, a quienes se les debe, al igual que a nuestras autoridades de la cancillería y en especial a la serena conducción del capitán de navío Gualter Allara, gran parte del éxito finalmente obtenido.

Pero también sabíamos de que no era suficiente hacer primero en nuestro país esos "deberes": también era necesario que persuadiéramos sobre todo a los brasileños de llevar cabo luego conjuntamente esos estudios, en el entendimiento de la buena fe de nuestros propósitos. Era indispensable sortear muchos prejuicios y superar la atmósfera de desconfianza consolidada en los últimos años. Como lo señalé en un discurso que preparé para el canciller Guzzetti a raíz de una reunión con sus pares de la Cuenca del Plata, no sólo la desconfianza era contagiosa sino también la confianza. Le incorporé además una frase en la que expresaba que tenía "un realismo esperanzado", la cual tuvo cierta repercusión en los diarios y me expuso a la difícil tarea de explicar a mis colegas diplomáticos qué había querido decir con eso… Guzzetti era una persona cordial y acostumbrado a lo que los militares llaman reuniones de Estado Mayor, donde las jerarquías y los rangos no impiden el productivo cambio de ideas. Podíamos opinar sin censuras y contradecirlo a veces, lo que aceptaba de buena gana, por eso me pareció desatinado que Camilión objetara públicamente mi franqueza, poseído de un superfluo temor reverencial. Por eso sentimos mucho el sangriento atentado que sufrió por parte de un comando montonero en el hospital donde se restablecía de una dolencia menor. Ello obligó a su inmediato reemplazo por el almirante Oscar Montes, cuya asunción como canciller no alteró ninguna de las políticas en curso ni tampoco el plantel directivo del ministerio. A pesar de que lo conocía, porque años atrás se había casado, ya viudo, con una antigua amiga de mi juventud, no tuve casi trato con él, porque preferí manejarme sólo en el estrecho ámbito donde trabajaba.

Coincidimos también en que debíamos llevar nuestro mensaje a los medios brasileños y a su opinión pública para influir y convencer a sus sectores políticos y, en especial, a las autoridades de Itamaraty, sobre las ventajas de una aproximación racional a los dilemas existentes.

Más de cien años atrás, Juan Manuel de Rozas se había convencido con su colaborador Pedro de Angelis de que no tenía medios militares suficientes para enfrentar a los ejércitos de Inglaterra y Francia que querían doblegar a su gobierno y que la única solución disponible era llevar a la opinión pública de esos países su convicción de que la guerra era contraproducente para todos los intereses en juego. Alentó así a que se editara en Buenos Aires un periódico trilingüe que luego era remitido a nuestros representantes en Inglaterra y Francia, donde se exponían las fundadas razones e intereses recíprocos que desaconsejaban el enfrentamiento armado. Participaban en su redacción, además de Pedro de Angelis, un muy culto napolitano, el canciller Felipe Arana y el mismo Rozas. Tanto Manuel Moreno, hermano de Mariano, como José de Sarratea, lograron en Londres y Paris, mediante inteligentes maniobras y a veces mediante generosas dádivas, que se reprodujeran en sus periódicos los argumentos argentinos y persuadieran a los medios políticos y de opinión locales sobre la inconducente y estéril postura bélica asumida por sus autoridades. Se pudo ganar así una primera e importante batalla diplomática, que culminó en tratados con las dos potencias dominantes de la época, muy favorables para nuestros intereses.

Con gran conocimiento de los distintos medios brasileños, le cupo al embajador Camilion responder a múltiples y eficaces reportajes en radios, diarios y revistas influyentes del vecino país para mostrar la conveniencia de un entendimiento amistoso y las ventajas políticas y económicas que ello traería para nuestros países y en toda la región. Con Ossorio Arana logramos que "Veja” , la más influyente revista brasileña, reprodujera nuestras opiniones a través de un extenso reportaje. Conseguimos, también, persuadir a varios periodistas argentinos de publicar nuestras posturas amistosas. Esas acciones de ilustración en los medios argentinos y brasileños, a fin de despolitizar la disputa, contribuyeron en gran medida a favorecer los futuros entendimientos.

Las batallas diplomáticas en el plano multilateral de las Naciones Unidas y el alto costo que significaron para la política exterior de Itamaraty; el bloqueo de los fondos destinados a Itaipú por el Banco Mundial, a causa de la disputa internacional; la esterilidad del prolongado enfrentamiento; la existencia de estudios serios y consistentes que propiciaban llegar a un acuerdo; la participación por parte de nuestro país de un equipo de profesionales sólido y amigable; la buena predisposición obtenida en las opiniones públicas y el cambio en la presidencia de Brasil por un militar vinculado afectivamente a la Argentina, ya que había vivido en Buenos Aires, por el exilio de su padre, mucho tiempo atrás, al igual que el nombramiento allí de un nuevo canciller ajeno a la historia del conflicto, fueron todos factores que coadyuvaron , en un grado difícil de ponderar y en un tiempo preciso de maduro sazonamiento, a que se abriesen camino los entendimientos que al cabo fructificaron en el primer Acuerdo Tripartito firmado en 1979. En él, cuyas tramitaciones seguí muy de cerca a pesar de encontrarme ya lejos del país, se recogieron las principales preocupaciones argentinas respecto a las variaciones del río y se estableció que Corpus se construiría con una cota de entrada de las aguas a 105 métros.

Fue, sin duda, una exitosa y modélica acción diplomática argentina, opacada por la ignorancia de los historiadores y por las exigencias maximalistas de todo o nada con que habitualmente se analizan nuestros conflictos exteriores. La superación del conflicto alentó, por otra parte, la visita a la Argentina en 1980 del presidente del Brasil, el general Joao Batista Figueredo, la primera desde 1935, ocasión en que se firmaran importantes acuerdos en el área militar y para la cooperación en el campo de la energía nuclear. Esos acuerdos volvieron a vivificarse y enriquecerse durante el gobierno de Raúl Alfonsín.

Lamentablemente, el proyecto de Corpus todavía no se ha llevado a cabo, tras más de 40 años y después de realizados muy costosos estudios para decidir su emplazamiento. Tras haberse acordado en los años 80 que la represa se construiría en una isla cercana al pueblo de Corpus, gracias a un completo proyecto ejecutivo preparado por una consultora internacional, en los años 90 se acordó otro emplazamiento, para el que se encomendaron nuevos estudios. Alentado por el grupo ambientalista Greenpeace, el gobierno de Misiones, en su carácter de ribereño del río convocó en 1996 a un plebiscito. Su resultado, que se decidió fuera vinculante, consagró el rechazo de dicho proyecto de embalse en el río Paraná "cualquiera sea el lugar de su emplazamiento". Este nuevo dislate político llevado a cabo por dirigentes locales bajo la presión de miedos ambientales supuestamente catastróficos y artificiales magnificados por la demagogia, contó con la irresponsable complicidad del gobierno de Menem, que podría haber impedido ese plebiscito, dado que el río es de jurisdicción federal. Una nueva victoria de la "máquina de impedir", como decía Emilio Perina, que paraliza recurrentemente nuestros mejores proyectos y aún activa en estos días.

Si bien las mencionadas tareas ocupaban casi totalmente mis días, no podía sustraerme al clima de violencia que se vivía en el país y sobre todo al miedo y la desconfianza que se habían instalado en la población. La decisión de las Fuerzas Armadas de descentralizar la lucha contra la subversión hacía que muchos operativos escapasen a la decisión de los jefes departamentales. La acción paralela de sectores de la Armada, con directivas que respondían a los intereses políticos del almirante Massera, transformaba a la ciudadanía en rehén de posibles acciones militares o de comandos armados que se desplazaban en vehículos sin placas identificatorias y que actuaban sin ninguna limitación, dueños de la vida y muerte de cualquier habitante, alentados por mínimas sospechas, equívocas delaciones o por nombres encontrados en alguna agenda de combatientes. La guerra contra la subversión se había transformado en clandestina bajo el eufemismo de "guerra sucia".

Esta metodología llamada "contrarrevolucionaria" había sido creada por oficiales franceses para enfrentar a la "guerra subversiva" en Vietnam, desde 1946 hasta 1954, y que luego fue determinante en Argelia entre 1954 y 1962. Ante la dificultad para luchar contra guerrilleros ocultos en medio de las poblaciones y operando clandestinamente mediante atentados con bombas y asesinatos selectivos, se gestó una doctrina militar novedosa que requería medios de acción también inéditos. Así se impuso la aplicación rutinaria de torturas a los detenidos, la desaparición sin dejar rastros de muchos combatientes en cautiverio, el surgimiento de los famosos "escuadrones de la muerte"- comandos que actuaban brutalmente y sin ninguna limitación como unidades de combate autónomas para destruir refugios guerrilleros, incendiar aldeas y asesinar civiles, para crear un clima de amedrentamiento y desalentar la colaboración con los guerrilleros combatientes-, pasaron así a ser prácticas habituales en esas "guerras" llamadas modernas y consagrada como "doctrina de la escuela francesa" por profesores militares. Como uno de sus objetivos era "reducir al silencio al enemigo interior", completaron tan feroz metodología con lo que dio en llamarse "guerra psicológica", instrumentada por un sofisticado aparato de inteligencia que operaba sobre amplias capas de la población para contrarrestar la propaganda revolucionaria.

Estas nuevas "doctrinas" fueron descubiertas por algunos oficiales argentinos que cursaban en escuelas militares francesas. Luego de algunas misiones exploratorias, en 0 se instaló, por acuerdo internacional, una misión permanente francesa en el ministerio de Guerra argentino a fin de transmitir esas enseñanzas de la guerra colonial a nuestros jóvenes militares, enseñanzas que dejarían honda huella en su memoria.

Según supe después, en los últimos meses de 1975 y cuando ya estaba decidido el golpe, los conjurados resolvieron poner en práctica esa ominosa "guerra sucia". Ante una guerra atípica, donde no había dos ejércitos abiertamente enfrentados, sino un combate en las sombras, con células tabicadas de militantes clandestinos que producían interminables atentados y asesinatos contra blancos militares o políticos, nuestros comandantes decidieron seguir las experiencias coloniales francesas. Ya señalé en su momento, además, cómo el accionar subversivo formó parte de la guerra interimperial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, en su caso a través de Cuba, y cómo pesó la autoritaria doctrina de la seguridad nacional en los militares argentinos. Aunque ha sido políticamente "incorrecto" señalarlo, fue decisiva la responsabilidad de los grupos guerrilleros para estimular el golpe militar y su accionar, no sólo porque no creían en la democracia, la llamaban la "farsa democrática", sino porque pensaban que así el pueblo respaldaría su accionar. Su consigna diabólica se resumía en la frase "cuanto peor, mejor".

Fue también determinante para ello la únánime condena internacional, incluido el Papa, por los fusilamientos dispuestos ese mismo año por Franco de varios terroristas comunistas y el reciente asesinato de uno de los jueces que juzgaron y condenaron a guerrilleros durante el gobierno del general Lanusse. Por otra parte, ya antes el general Videla había recibido un completo informe militar sobre el similar accionar clandestino de la Triple A que decidió guardar en un cajón.

Pesaron también en su ánimo, el miedo a las consecuencias históricas, como así también ante la presente opinión pública, y la falta de coraje para afrontar con determinación y sin ocultamientos la guerra contra la subversión. Así terminaron por consagrar la tristemente conocida figura de los "desaparecidos", asesinatos clandestinos sin juicio previo, aunque fuese sumario, para demostrar su culpabilidad, y finalmente enterrados en fosas anónimas. Como le dijo Don Quijote a Sancho "uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos". De ese modo se contagia el miedo y se genera más violencia. También la descentralización operativa y compartimentada de esa "guerra sucia" dejaba mucho campo libre para las arbitrariedades y la impunidad de oficiales subalternos, máxime cuando en esas acciones se permitía el despojo a las víctimas y hasta de solo sospechosos, de sus valiosas pertenencias, que pasaban así a formar parte del "botin de guerra". Ello contribuyó, como lo había previsto el general Tomás Sanchez de Bustamante, a envilecer a todas las instituciones militares y a destrozar la cadena de mandos. Solo había grupos de tareas que operaban impunemente en las sombras. Después del golpe, algunos generales en actividad como Rodolfo Mugica, Juan Antonio Buasso y Arturo Corbeta se opusieron dignamente a esa "guerra sucia", por lo que fueron rápidamente pasados a retiro.

Cabe recordar aquí que un mes antes del golpe militar Jacobo Timerman comenzó a editar, además del matutino "La Opinión”, el vespertino "La Tarde" para propiciar el inminente cambio de gobierno y sostener sus objetivos. Para ello confió la dirección a su hijo, Héctor Timerman, futuro canciller de Kirchner. La aventura duró apenas cinco meces hasta su cierre definitivo. Lejos estaba de pensar Don Jacobo que él sería tiempo después una de sus desafortunadas víctimas.

En el curso de 1976, bajo el gobierno militar, las acciones subversivas se incrementaron notablemente. En junio fue asesinado el jefe de la Policía Federal, general Cesáreo Cardozo y en julio, los mismos montoneros, colocaron una poderosa bomba en una dependencia policial con un saldo de 21 muertos y 63 heridos graves. En diciembre, emplazaron otra poderosa bomba en una dependencia de planeamiento del gobierno que sumó 15 muertos, numerosos heridos y una gran conmoción pública. En todos estos operativos tuvo decisiva participación el jefe del aparato de inteligencia montonero, Rodolfo Walsh que preparó los escenarios y participó en los operativos. También formaban parte del área de inteligencia, entre otros, el periodista Horacio Verbitsky, confeso subjefe de ese mismo aparato, el poeta Juan Gelman y el contable Juan Gasparini.

Horacio Verbitsly, de manera imprevista e incomprensible para un importante miembro de la organización montonera, se transformó dos años más tarde(en 1978), en activo colaborador de la Fuerza Aérea, una de las patas del gobierno, y en consecuencia, pudo desplazarse sin inhibiciones ni custodios por las calles de Buenos Aires, lo cual hacía pensar que se había transformado en un "doble agente", como lo calificó en los días que escribo, con pruebas consistentes, un calificado periodista en un libro que lleva dicho título.

Walsh, por su parte, había recibido en 1974 entrenamiento militar junto a las milicias palestinas en el Libano. A principios de 1976, por otra parte, fundó una agencia de noticias clandestina para que operase como órgano de la guerrilla. Walsh moriría al año siguiente en un enfrentamiento con una patrulla militar cuando procuró con revólver en mano evitar su detención. Su carácter de militante guerrillero ha sido disimulado por los montoneros sobrevivientes para transformarlo en un líder humanista, a causa de una muy difundida carta que dirigió desde la clandestinidad a las fuerzas armadas, meses antes de ser abatido, reclamando por los derechos humanos ante los crecientes asesinatos y torturas de guerrilleros. En vísperas de ser casi totalmente derrotadas militarmente, las organizaciones subversivas iniciaron un novedoso combate, esta vez propagandístico, por los derechos humanos y la democracia, temas que hasta entonces habían menospreciado. El Walsh que yo conocí casi veinte años antes, se había transformado ya en un fanático revolucionario y consagrado su vida a la lucha armada para alcanzar el "cielo socialista".

Las desinteligencias entre Videla y Massera se acentuaron ese año, alimentadas, sin duda, por el inorgánico reparto de tareas en la lucha antisubversiva y en la administración del gobierno. Era frecuente el accionar autónomo de los efectivos del ejército y de la marina. Además, el almirante Massera, aliado con los sectores más duros del Ejército, fue montando un ambicioso operativo político, en sordo enfrentamiento con la línea más civilista que rodeaba al general Videla, con el objetivo de garantizarle una eventual jefatura del Estado sostenida por las huérfanas huestes peronistas. Dependían de Massera muchos dirigentes políticos y sindicales peronistas encarcelados en un buque de la Marina, detención que se prolongó absurdamente en muchos casos hasta dos años después. Estaban allí Antonio Cafiero, Lorenzo Miguel y Julio González, entre otros. Todos ellos eran animados en su cautiverio por la engañosa promesa de Massera de que él procuraba así salvaguardarlos de los sectores militares más violentos. Guido Di Tella, cuya detención junto a su hermano Torcuato- totalmente ajeno al gobierno y que estaba de visita en su casa-, no tenía ningún sentido, pudo acortar su arresto merced a la amistosa gestión de José Martinez de Hoz, y su promesa de salir del país para lo que sería un prolongado exilio. Isabel Perón, a su vez, permaneció detenida casi cinco años primero en Neuquén y luego en un destacamento de Azul, en la provincia de Buenos Aires, siempre bajo la jurisdicción de Massera. Su primera detención incluyó innecesarios rasgos de crueldad, como lo pude comprobar veinte años más tarde en una conversación mantenida en el lugar con la entonces gobernanta del hotel El Messidor , donde estuvo alojaba: no sólo era vigilada por un gendarme apostado en la puerta del dormitorio, sino que no se le permitía desplazarse fuera del recinto donde se hospedaba. Durante su posterior detención, meses más tarde, en Azul, fue visitada varias veces por Massera, quién le aseguraba que gracias a él se mantenía viva, por lo que cuando la frecuenté en Madrid Isabel guardaba todavía recuerdos de gratitud hacia este diabólico personaje.También Massera mantenía prisioneros a más de cien montoneros en la Escuela de Mecánica de la Armada, sometidos a permanentes torturas. Algunos terminaron trabajando para sus objetivos políticos y económicos, cuando no como delatores, para liberarse de las renovadas vejaciones.

A fines de 1976 fue elegido nuevo presidente en Estados Unidos, James Carter, un severo bautista sureño. Al amparo de los nuevos objetivos políticos acordados el año anterior en la Conferencia de Naciones Unidas de Helsinki, basados en la defensa de los derechos humanos a fin de jaquear a los países comunistas, también comenzó a fijar su atención en las violaciones a esos derechos en América Latina.

Así, en 1977 Patricia Derian, alta funcionaria de su Cancillería, fue nombrada delegada para estas cuestiones en el hemisferio sur, quién realizó ese año repetidos viajes a la Argentina, entrevistando primero a las autoridades y en los siguientes a diversas figuras y organizaciones de la sociedad civil. También lo hizo el secretario de Estado (canciller), Cirus Vance. El tema obtuvo, pues, especial relevancia internacional e iba a afectar nuestras relaciones bilaterales.

Massera, en tanto, encaraba nuevas y peligrosas gestiones internacionales para favorecer sus objetivos. En el primer semestre de 1977 mantuvo una reunión secreta en la Isla Margarita (Venezuela) con el líder de Libia, Muamar Khadafi, el jefe montonero Mario Firmenich y quién presidía la Logia masónica P Due, Licio Gelli, entre otros, para apuntalar su poder. En contraste, Massera se opuso firmemente, aunque sin éxito, a que el presidente Videla se desplazara al extranjero, primero al Perú y luego a Venezuela, que era impulsado por el secretario general de la presidencia, el general José Rogelio Villarreal y su segundo Ricardo Yofre. El viaje a Venezuela fue gestionado exitosamente ante el presidente Andrés Pérez -aliado de Carter en la defensa de los derechos humanos en el Continente-, por nuestro embajador Héctor Hidalgo Solá, quién se había manifestado públicamente a favor de una próxima salida democrática. Hidalgo Solá había conseguido como prenda de esa invitación la libertad de algunos detenidos de origen radical. Tanto Villareal como Yofre alentaron desde el comienzo del golpe militar la activa participación de civiles en intendencias y embajadas, un medio de ir abriendo las puertas del diálogo a diversos sectores políticos no peronistas. Curiosamente del peronismo sólo se ocupaba Massera, quién no cejaba junto a los sectores duros del ejército en hostigar a Videla mediante el asesinato de figuras civiles afines y significativas. Así, en febrero del 77 fue secuestrado y desapareció un alto dirigente sindical de Luz y Fuerza; en marzo el ex secretario de prensa de Lanusse, Edgardo Sajón y en julio, en ocasión de un viaje a Buenos Aires para el casamiento de su hija, mi amigo Héctor Hidalgo Solá, secuestrado a plena luz del día y cuyo cadáver nunca apareció. El haber tomado conocimiento de la reunión en la isla Margarita, su credo democrático y el éxito de su gestión venezolana lo habían transformado en un peligroso enemigo para el sector duro alineado con Massera. Durante el correr del año Ricardo Yofre, a su vez, debió sufrir varios atentados con bombas, primero contra su domicilio y luego contra su quinta y su bufete de abogado, sin que Videla atinara a castigar a los culpables. Su debilidad, que él justificaba con el argumento de no lesionar la unidad de las fuerzas armadas, no sólo permitió que se perpetraran continuos ataques contra su persona y sus colaboradores, sino que agudizó el descontrol del Gobierno. Como en las familias, la debilidad de los padres puede producir deformaciones irreparables en los hijos; lo cierto es que el "correcto" oficial que creía ser Videla se transformó en el máximo responsable de la impunidad y de muchos de los desastres consentidos por su falta de autoridad. Cuando ya la negociación con Brasil y el Paraguay estaba encaminada y los técnicos de los tres países ya estaban trabajando juntos para definir científicamente el comportamiento del río Paraná, parte del equipo diplomático negociador que yo integraba comenzó a pensar, a fines de 1977, que los tiempos eran propicios para procurar un nuevo destino en el extranjero, como es habitual en nuestra carrera. Yo había regresado al país en 1973 y el período normal de permanencia en la cancillería dura de dos a tres años.

La primera propuesta que recibí fue la de incorporarme a nuestra embajada ante la Unesco en Paris, a cargo del filósofo tucumano Víctor Massuh a quien no conocía personalmente. Cuando ya lo había aceptado y me había contactado con el embajador Massuh para comunicarle mi decisión me encontré con Jorge Aja Espil, con quien mantuve siempre una afable relación. Designado hacia poco embajador en Estados Unidos, me invitó a sumarme a su flamante gestión. Debí manifestarle que ya estaba comprometido.

14. VUELVO A FRANCIA

Aunque guardaba muchos recuerdos de mi experiencia parisina adolescente, esta vez no me bastarían mi deslumbramiento y mi curiosidad de viajero. Iba a instalarme por un largo período y debía comenzar de prisa a domesticar mis rutinas. La primera visita a la Unesco ( sigla en inglés como más se la conoce a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) y a las oficinas de nuestra embajada, aquí llamada Misión Permanente, situada en uno de los pisos de un edificio anexo, en la rue Miollis, no fue nada adelantadora. Con sus largos y simétricos corredores, sus amplios ventanales de vidrio y sus despachos en serie y tabicados, que albergaban no sólo a las representaciones extranjeras sino también, en construcciones intercomunicadas, a los funcionarios de todas las áreas que ya no tenían cabida en el edificio principal situado en las cercanías, especialmente las científicas y técnicas, mi primera impresión fue la de entrar a un mundo artificial y desangelado. Nuestra misión, presidida por Víctor Massuh e integrada por el consejero Javier Fernández e Ignacio Viale, a los que acompañaban dos secretarias de origen argentino aunque residentes de larga data en Francia, ocupaba seis modernos e impersonales habitáculos. Uno de ellos, un poco más amplio, estaba destinado a recibir a los visitantes. Tras las presentaciones de estilo y de asignárseme uno de esos reducidos despachos, sentí que había entrado en un mundo inesperado y falto de calidez, por lo que yo tendría, de allí en más, que construir mi propio espacio, tanto en la Unesco como en el entorno parisino donde debía desenvolverme. Víctor Massuh, a quien no conocía sino epistolarmente y por la lectura de alguno de sus enjundiosos libros, era un filósofo de acreditada fama en la Argentina. Según pude saber antes de viajar, había sido propuesto para ese cargo por el periodista Bernardo Neustadt directamente al general Videla, pensando que sería un aporte simbólico para el nuevo gobierno militar. Massuh era una persona cortés aunque distante, coloreada por su tonada tucumana y su decidida predisposición provinciana a complacer formalmente a sus interlocutores. Javier Fernández, diplomático de mi mismo rango aunque más antiguo, había ingresado a la cancillería de la mano de su mentor, el viejo caudillo socialista Alfredo Palacios, durante la Revolución Libertadora. Tenía un vasto conocimiento de la literatura argentina y francesa y era considerado el mayor especialista en la obra de Domingo Faustino Sarmiento. Amigo personal de Massuh, ambos participaban de los mismos círculos intelectuales vinculados con el diario “La

Nación ", y era bastante reacio a toda tarea burocrática, por lo que su principal función era la de mantener contacto y atender a los escritores y artistas argentinos que circulaban por Paris. Ignacio Viale, recién casado con Marcela Tinayre y en su primer destino en el exterior, me pudo aportar no sólo su muy afable acogída, dada la existencia de muchos amigos en común, sino también las primeras y útiles sugerencias para desenvolverme en nuestra misión e instalarme en Paris. Con su ayuda y la colaboración de una agente inmobiliaria emprendí la difícil búsqueda de un departamento adecuado a mis necesidades, tarea que me llevó más de dos meses pues la mayoría de las ofertas de alquiler eran en edificios antiguos, de cierta prestancia, pero con instalaciones sanitarias precarias (estrechas y sin bidé) y poca luminosidad. Mis urgencias se acrecentaban porque el "container" con mis muebles y variadas pertenencias ya había llegado y la vida de hotel no podía prolongarse. Al final, imprevistamente, conseguí un departamento en un amplio edificio moderno, el único inmueble de una corta calle situada a una cuadra del Trocadero y vecino de un aristocrático cementerio que no podía recibir más huéspedes porque su capacidad estaba casi colmada, lo que contribuía a aportarle al entorno un invalorable silencio. El cementerio de Passy, según supe más tarde, había sido creado por Napoléon, al igual que las otras grandes nuevas necrópolis parisinas e inaugurado recién en 1820. Albergaba las tumbas de muchas celebridades. Era una útil guía para que mis visitantes ubicasen una callejuela casi desconocida: bastaba señalar al lado del…

Ya instalado y rodeado de mis cosas, que para los diplomáticos son los libros, cuadros y objetos que nos acompañan en nuestros desplazamientos y que constituyen los indispensables fetiches que nos devuelven nuestra identidad en medio de los cambiantes paisajes urbanos, pude abocarme con mayor aplomo a mis nuevas responsabilidades. Al principio debía cubrir todas las áreas relacionadas con la cooperación científica y tecnológica: entre otros, el Programa del Hombre y la Biosfera (MAB), que abordaba los grandes problemas ecológicos; la Comisión Oceanográfica Internacional (COI), donde tenía una importante participación nuestro país y el Programa Hidrológico Internacional (PHI) . No sólo debíamos asegurar una fértil cooperación en esos campos con nuestras instituciones científicas, sino también procurar ser parte de sus Consejos de Administración, a fin de favorecer nuestros objetivos y obtener aportes económicos para nuestros centros, la concesión de becas para nuestros compatriotas o la organización de seminarios de relieve internacional en la Argentina.

Todo ello requería un estrecho relacionamiento con los directivos de la Unesco encargados de dichos programas y participar en todas las reuniones que organizaban, muchas veces junto a los especialistas venidos expresamente desde nuestro país. Fue, además, sobre todo al principio, una muy interesante inserción en un mundo especialmente atractivo para mi curiosidad, aunque los funcionarios de la Unesco que los dirigían o integraban parecían a veces nimbados por ese común aire espectral que suele caracterizar a los burócratas internacionales: servidores sin patria de diplomáticos transitorios e inevitablemente condenados a rutinarias tareas administrativas.

Al poco tiempo de desempeñarme en esas tareas, Massuh me pidió que colaborase más estrechamente con él, primero para ser elegido en el Consejo Ejecutivo de la Unesco y luego, ya como adjunto suyo, en todas las reuniones de ese órgano dedicado a implementar las políticas aprobadas por las asambleas bianuales y proponer otras nuevas a ser consideradas en las próximas. Integrarlo era importante para los países, en la medida que se acrecentaba su influencia y se favorecía los propios intereses en las decisiones del organismo. Debí, pues, mantener fluidos contactos con todas las misiones permanentes e incursionar en todas las actividades de la Unesco, máxime por cuanto Massuh tenía poca predisposición para esa incesante tarea política de relacionamiento y persuasión. Tiempo después, también debí ocuparme del Nuevo Programa de Información y Comunicación que comenzaba a desarrollar la Unesco con mucho alboroto político internacional y del tema Malvinas. Al principio conté con la colaboración de mi amigo Ignacio Viale y después de su traslado casi todas las responsabilidades funcionales de la misión recayeron en mi persona.

La Unesco en 1978, con 150 miembros, poco se parecía a la que había imaginado Victoria Ocampo cuando le legó sus propiedades para salvaguardarlas de los vaivenes argentinos. Su entonces director Amadou-Mahtar M´Bow, político senegalés, había combatido como voluntario en el ejército francés durante la Segunda Guerra mundial y se había licenciado en literatura en Paris. Fue impulsado por amplia mayoría para ocupar el más alto cargo de la Unesco en 1974. Su designación tuvo un alto contenido político, no sólo porque era la primera vez que un africano iba a presidir la Organización, sino también porque él mismo asumía esa condición, por lo que su pertenencia al Tercer Mundo - tipificación inventada por Alfred Sauvy en 1952 y de la que después se arrepentiría por lo equívoco de esa denominación-, fue desde entonces un condicionante esencial en sus decisiones.

Eran pocas las embajadas presididas o integradas por personalidades de relieve intelectual. La francesa estaba a cargo de un diplomático cuyo mayor prestigio provenía de su condición de hijo del renombrado escritor Paul Valery. El filósofo italiano Vittorio Mathieu presidía la representación de su país. De mirada muy pesimista sobre la cultura europea, estaba particularmente interesado en las relaciones entre filosofía y religión, no obstante su declarado agnosticismo.

Entre los latinoamericanos se destacaban, además de Massuh, el talentoso escritor y novelista venezolano Arturo Uslar Pietri de quién me encantaba escuchar sus profundas reflexiones. Nos contaba que, en su opinión, buena parte de los equívocos políticos europeos y sobre todo del pensamiento utópico nacido en el Viejo Continente y proyectado al otro lado del Atlántico, nacieron a raíz del descubrimiento de América. En una de las cartas enviadas por Cristóbal Colón a los Reyes en 1493, les contaba que había encontrado a unos seres felices que viven en la igualdad, ignoran las armas y lo dan todo de buen corazón. Esa visión falseada e idílica de los indios americanos no tardó en expandirse por toda Europa, contrastándola con su propia realidad y aspirando, de modo resuelto, a reconquistar ese perdido paraíso original. Esa búsqueda de lo perfecto, transformado primero en utopías, desacomodó el pensamiento europeo. Para él, en los días de su relato, esos alientos seguían todavía agitando febrilmente a sus más refinados espíritus. Uslar Pietri, que también había participado activamente en la vida política de su país, llegando a ser candidato a la presidencia, nos deleitaba contándonos sus experiencias. Nos recordaba que la historia de su país había sido muchas veces paradójica e imprevisible. La dictadura del general Juan Vicente Gómez, que produjo el exilio forzado de miles de venezolanos a Estados Unidos y a Europa, le había permitido a su país, tras la muerte del viejo caudillo, contar con una venturosa camada de dirigentes altamente capacitada para fundar prontamente una eficiente democracia.

La misión del Perú estaba presidida por el filósofo y diplomático, Alberto Wagner de Reyna, de carácter parco y más bien distante. También circulaban otros escritores, entonces de menor renombre, como los peruanos Julio Ortega y Julio Ramón Ribeyro, el primero incorporado a su representación oficial. Las representaciones de Brasil y Chile estaban integradas por eficientes diplomáticos. En el directorio de la revista Correo de la Unesco se desempeñaba Fernando Ainsa, escritor uruguayo, con quién establecí una muy cálida y estimulante amistad. Tanto nuestras charlas como sus sólidos estudios y libros sobre la literatura y el pensamiento latinoamericano me ratificaron la convicción de la natural unidad cultural de nuestros países. Desde los tiempos del admirado pensador dominicano Pedro Henriquez Ureña, de tanta influencia en la vida intelectual argentina, no ha habido un escritor de tanto fuste y que haya profundizado tanto como él en los estudios comparados latinoamericanos, con idénticos propósitos.

En el departamento de traducciones de la Unesco se desempeñaban desde hacía mucho tiempo el ya consagrado Julio Cortázar y su primera mujer, la simpática Aurora Bernárdez. En ese tiempo Cortázar estaba ya enrolado en las prédicas revolucionarias alentadas por su amigo Fidel Castro y tenía una posición hostil hacia las representaciones oficiales argentinas.

Pero también existía otro mundo fuera de los muros de la Unesco, en una ciudad a redescubrir. Si bien el magnetismo internacional de Paris había ya menguado tras la última guerra europea, como gráficamente calificó el historiador inglés John Lukacs a la contienda que concluyó en 1945, eran notorios los cambios producidos desde entonces y, en especial, desde mi corta estadía estudiantil en 1960. Paris y toda Francia lucían prósperas. A la natural belleza edilicia y urbanística de Paris, desarrollada sobre todo por el prefecto (alcalde de la época) George Haussmann, con el aliento de Napoleón III (1852 -1870), que permitió realzar el carácter homogéneo de sus construcciones y la elegancia de sus parques, plazas y perspectivas, le había sumado André Malraux (ministro de Cultura entre 1958 y 1969) su iniciativa para "blanquear" (arenar) y así resaltar los frentes de las propiedades que sobrevivieron a la reconstrucción de Haussman o se erigieron en la segunda mitad del siglo XIX, oscurecidos ya por el humo de las viejas chimeneas y restituirle así su frescura y coloración original a la renombrada piedra Paris que ornaba sus fachadas. Tras la Revolución de 1848, los escollos con que tropezó el ejército para sofocar la rebelión que bloqueaba sus estrechas y sinuosas calles medievales, así como el propósito de superar las periódicas epidemias que asolaban a las varias veces centenarias e insalubres construcciones, llevaron a Haussmann a transformar la ciudad en un gigantesco cráter: demolió cientos de viviendas antiguas, la proveyó de aguas corrientes y alcantarillados, construyó grandes edificios públicos, como el de la Opera, cambió el trazado medieval de la ciudad ensanchando calles, inaugurando los nuevos y espléndidos bulevares, dotando en suma a todo el trazado urbano de unas muy atractivas perspectivas aptas para ágiles desplazamientos, aunque a costa de un elevado endeudamiento.

Tras el enorme impulso generado en la economía francesa por el Plan Marchall entre 8 y 1950, por el que el país llegó a tener, en 1950, cuatro veces más tractores que en 9, propiciado por el gobierno norteamericano para contrarrestar la influencia comunista en Europa y facilitar la expansión de su sistema industrial, comenzó a desperezarse y modernizarse el aparato productivo francés devastado por la última guerra. La estabilidad política y el fuerte apoyo estatal dado seguidamente a la economía permitieron que el país comenzase muy pronto a experimentar notables y sostenibles mejoras en la producción y en el nivel de vida. Entre 1945 y 1975, los "treinta gloriosos años" como los calificara lúcidamente el economista Jean Fourastié en un libro que pronto tuvo gran repercusión pública, el alza anual del salario se multiplicó por tres, en contraste con el experimentado entre 1831 y 1939, que fue tan soólo de 2,2. No obstante que era fácil advertir los cambios producidos en la vida cotidiana y sobre todo cómo se había consolidado lo que dio en llamarse "el estado generalizado de bienestar", la crisis del petróleo de 1973 alteró de modo imprevisto no sólo todas las previsiones económicas, sino también el estado de ánimo de la población, con lo que un novedoso pesimismo sobre el futuro comenzó a extenderse en la opinión pública. La prosperidad y la fiebre consumista habían provocado, por otra parte, un vaciamiento ideológico y espiritual en capas cada vez más amplias de la sociedad francesa.

Tanto la renovada idea de la grandeza y la singularidad francesa en el mundo, restaurada ilusoriamente por el general Charles de Gaulle en 1945 , tras la última guerra, al conseguir presentar a su país como una de las potencias triunfantes y así ocupar una de las cinco plazas permanentes en el Consejo de Seguridad de la ONU, como los nuevos fulgores planetarios de Francia desplegados por André Malraux, se vieron también progresivamente cuestionadas, tanto en el frente interno como en el internacional.

La desgastante guerra de Indochina, tierra donde los franceses se habían consolidado a fines del siglo XIX, desarrollada entre 1945 y 1954, fecha esta última en la que los franceses derrotados debieron aceptar la existencia de dos Vietnam, el del Norte comunista y el del Sur independizado de su dominio, marcó el fin de la presencia imperial de Francia en Asia. Entre 1954 y 1962 debieron los franceses afrontar una guerra más difícil aún en Argelia, por cuanto sus efectos –atentados explosivos, secuestros, asesinatos- se extendieron al propio territorio europeo, La independencia lograda por los argelinos en 1962 concluyó con su último enclave colonial en Africa del Norte. El desenlace inevitable de esas dos costosas guerras, afectó singularmente la influencia de Francia en el mundo.

Desde la posguerra el pensamiento marxista fue un factor dominante en los medios intelectuales franceses, tendencia favorecida por el prestigio adquirido por los comunistas, cuyos cuadros habían sido mayoritarios en la mitificada Resistencia interior contra los nazis. Sin embargo, el debate de las ideas ya discurría en la década del 70 por otros cauces. El mundo de Jean-Paul Sartre y su séquito, con su ardorosa defensa de los regímenes comunistas y revolucionarios en todo el mundo, al igual que sus estridentes enfrentamientos con Albert Camus y Raymond Aron, defensores del entonces llamado "mundo libre", ya habían perdido gran parte de su virulencia, opacados por una sociedad hedonista y poco receptiva a los mensajes ideológicos. Los filósofos y sociólogos otrora influyentes en la escena política, daban paso a una corte de tecnócratas, funcionarios y políticos egresados de las grandes instituciones formadoras de las nuevas elites.

La Escuela Nacional de Administración (la famosa ENA, la principal matriz de los nuevos mandarines), la Politécnica, la Escuela Normal Superior y el Instituto de Ciencias Políticas se habían ya constituido en el muy exigente y restringido núcleo del que egresaba el flamante clero tecnocrático. La Sorbona había dejado de ser aquel faro intelectual que dio a Francia su especial luminosidad en el mundo entero durante muchos siglos. El mensaje que esas escuelas aportaban era más bien de eficacia en la gestión de los negocios públicos, por lo cual podían coexistir en ese espacio tanto los liberales como los socialdemócratas, debilitando o acentuando la intervención del Estado en los asuntos económicos. Las izquierdas intelectuales no pudieron aportar nuevas perspectivas a esta nueva sociedad industrial francesa.

En contraste, en mis días parisinos irrumpieron algunos grupos identificados como " nueva derecha", que apuntaban a cuestionar la mayor parte de los presupuestos ideológicos "progresistas", para ellos decadentes, que aún subsistían en el imaginario social y que supuestamente sofocaban la atmósfera intelectual francesa. Contra el derrotismo, el nihilismo y la atmósfera pesimista ahora dominantes en el mundo de las ideas, planteaban que la historia aún no estaba escrita y seguía abierta urgiendo a nuevos desafíos. Insistían en que había que reivindicar las diferencias, opacadas por un igualitarismo inconsistente y restablecer las necesarias jerarquías espirituales. . Abordaron, así, muchos temas desatendidos por un excluyente racionalismo. Cuando Louis Pauwels pasó a dirigir en 1978 la revista semanal del tradicional periódico "Le Figaro ", incorporó a otras flamantes plumas que habían surgido con solvencia intelectual en el campo de la nueva derecha.

Esta irrupción de algunas de las ideas del viejo romanticismo del siglo XIX, así como la revitalización de muchos cuestionamientos al racionalismo dominante en los comienzos del siglo XX, tuvieron una favorable acogida también en sectores vinculados al nuevo clero tecnocrático, en la medida que ayudaban a debilitar las ideologías igualitarias y anticapitalistas. El "Club de l´Horloge", formado por egresados de la ENA, no solo se nutrió de muchos de esos contenidos, sino que pasó a ser la principal usina de ideas del presidente de la República, Valery Giscard D´Estaing, elegido en 4 , cargo que ejerció hasta 1981. A pesar del progresivo empobrecimiento intelectual de Francia en el campo de las ciencias sociales, opacado por los ya estériles enfrentamientos ideológicos, seguían ejerciendo su alto magisterio el filósofo e historiador Raymond Aron - ocupado más bien en cuestionar las ideologías como nuevas religiones laicas y la falsedad de la mirada marxista sobre el sentido de la historia-, y uno de los pensadores políticos más importantes del siglo XX, Bertrand de Jouvenel. Su libro "El poder " - un análisis descarnado y profundo sobre ese aspecto clave de la ciencia política a través de la historia-, me había ya deslumbrado durante mi vida estudiantil en Madrid. De Jouvenel, dirigía un grupo de estudios de prospectiva política, tarea que él consideraba de la más alta importancia ante tantas incertidumbres sobre el futuro, al que aportaba siempre reflexiones innovadoras en su revista "Futuribles” .

Es curioso que Francia siguiera impregnada en la nomenclatura de sus calles y en sus monumentos por la figura de Napoleón, de sus batallas y de sus generales. Su figura mitificada, al igual que la de la Revolución Francesa, seguia siendo objeto de un culto casi hegemónico y desprovisto de contradicciones en el mundo académico. Sólo el renombrado historiador François Furet había osado cuestionar los reales aportes históricos de esta última y analizar la importancia de los minoritarios pero muy activos clubes políticos en su surgimiento y desarrollo. También existían ilustres especialistas mundiales en mitología griega e indoeuropea. Tuve ocasión de asistir a las clases nocturnas de Jean Pierre Vernant, uno de los más famosos estudiosos de la mitología griega, en el Collège de France, una varias veces centenaria institución académica y gratuita, abierta a un público variopinto, en el que imparten clases profesores de mucho prestigio retirados de la Universidad. Los asistentes no reciben notas ni certificados de asistencia; solo los motivan el deseo de aprender. El ser profesor del Collège es, además, una distinción muy especialmente valorada en Francia y en el mundo académico.

La idea de decadencia que se extendía en los círculos intelectuales, unos frente al cuestionamiento de la prosperidad alcanzada en los últimos treinta años, otros por la incapacidad de las izquierdas, en especial del socialismo, para aportar nuevas soluciones tras las sucesivas derrotas electorales, lo cierto es que un cierto conformismo y resignación se habían abierto camino en la opinión pública, a pesar de los reclamos e incitaciones de la nueva derecha que tampoco lograban conmover. Como muestra del estado de los espíritus en Francia vale recordar que la asociación masónica más importante de Francia, el Gran Oriente, de tanta influencia en la Argentina desde el siglo XIX, impulsó la convocatoria en enero de 1979 del Primer Convento (Congreso) Extraordinario para reflexionar sobre la profunda crisis ética y espiritual que se había apoderado del país. Aunque el pretexto fue celebrar el bicentenario de su creación, sorprendió que fuera hecha pública su celebración y su temario a través del diario "Le Monde ", que dio cuenta, además, de la participación de más de 30.000 miembros de las 450 logias de obediencia masónica.

Esta inserción en el mundo francés no me impedía seguir, también de cerca, las vicisitudes argentinas, no sólo por las noticias que recibíamos con retraso a través de los diarios y por el incesante peregrinaje de viajeros que nos aportaban sus particulares vivencias, sino también por la presencia en Paris de muchos compatriotas exilados con quienes manteníamos contacto.

Nuestro triunfo en el mundial de futbol de 1978, trajo una provisoria tregua en la persistente campaña con que las organizaciones de derechos humanos venían denunciando las desapariciones y torturas en el país. Se decía, además, también que el almirante Eduardo Massera así lo había acordado con los montoneros el año anterior. Los atentados terroristas y la extendida represión de la fuerzas de seguridad, cada vez más anarquizada, seguían ensangrentando al país. Los asesinatos de militares no cesaban por parte de los guerrilleros ni los atentados contra figuras del equipo económico. Juan Alemann sufrió dos atentados con bombas de los que resultó milagrosamente ileso, Guillermo Walter Klein sufrió la destrucción de su casa y con mucha suerte pudo salvar su vida. Resultaba ya entonces sospechoso que los montoneros eligieran como blancos sólo a figuras del equipo económico de Martinez de Hoz, coincidiendo con los cuestionamientos cada vez más ostensibles a su figura por parte de Massera.

En una charla que éste último tuvo en Paris con el embajador Anchorena a fines de 8, según me pude enterar, Massera no sólo habló pestes de Videla, a quién calificó de inútil, sino también de su ministro de economía. Los resultados económicos, al cabo de los primeros tres primeros años, no eran satisfactorios. Se produjo, además, un creciente desmantelamiento de la industria nacional debido a la excesiva liberación de los controles externos. La sucesiva quiebra de importantes bancos y de muchas financieras sumó nuevos elementos de inestabilidad y desconcierto que cuestionaron la solidez de su plan económico.

En junio de 1980, con motivo de su participación en una conferencia internacional económica que se desarrolló en Paris y del cóctel que le ofreció el embajador Anchorena al que también fuimos invitados los integrantes de nuestra Misión en la Unesco, tuve ocasión de mantener una breve conversación con José Martinez de Hoz, nuestro ministro de economía. Había sido mi excelente profesor en la Facultad de Derecho. Por la cordial relación que él había tenido con mi padre y haber participado tiempo atrás en uno de esos encuentros, pensé que sería apropiado transmitirle amistosamente algunas vivencias personales que podían serle de interés respecto a la mirada francesa sobre la situación argentina.

Le dije que la preocupación por los derechos humanos y los desaparecidos en nuestro país se había ya transformado en un tema dominante en la opinión pública y que esa perspectiva incluía a intelectuales y políticos, tanto de izquierda como de derecha, al igual que a amplias capas dirigentes. Hasta Jean-François Revel y Jean d´Ormesson, dos destacados escritores y prestigiosos columnistas de derecha, además amigos de la Argentina, se habían sumado a esos desvelos. Mis comentarios parecieron incomodarlo. Mi antiguo profesor, nieto y sobrino de dos renombrados hombres de estado (Ramón y Miguel Angel Cárcano), mostró una actitud suficiente y desdeñosa, como si él fuese ajeno a ellos. Ya no era el cordial interlocutor que yo había conocido. El poder a él también lo había afectado. Aunque no se la expresé, mi opinión por esos días de 1980 era que si la guerrilla había sido ya casi completamente derrotada, se presentaban encrucijadas que exigían nuevas respuestas políticas y esperaba naturalmente recibir al respecto algunas reflexiones suyas, con el mismo espíritu con que yo me había acercado a él. Recuerdo que me respondió molesto que me veía demasiado influenciado por las opiniones francesas, ante lo cual opté por cambiar de tema.

Si bien la Misión era una pequeña isla, un tanto aislada de los complejos desafíos que debía enfrentar nuestra representación ante el gobierno francés, presidida por el afable dirigente agropecuario de origen radical Tomás de Anchorena, podía recibir algunas informaciones adicionales e intermitentes sobre el devenir argentino, sobre todo a través de las buenas relaciones que tuve, al principio, con mi colega Elena Holmberg, su encargada de prensa. Elena mantenía un creciente enfrentamiento con los marinos instalados en el famoso Centro Piloto de Paris creado en 1977 y que funcionaba, de hecho, con un abultado presupuesto, como una embajada paralela para contrarrestar la campaña en defensa de los derechos humanos en nuestro país. En realidad funcionaba también como una avanzada de los intereses políticos de Massera. Sus funciones básicas, según los trascendidos que nos llegaban, eran interactuar con los medios de comunicación locales para publicar noticias favorables, contactar a sectores políticos receptivos a sus mensajes, promover la visita a Buenos Aires de figuras importantes y establecer fluidos contactos con dirigentes montoneros en el exilio, tema este último que irritaba sobremanera a Elena, ardorosa defensora del gobierno militar.

En una de las charlas que mantuvimos antes de ser trasladada al país y revelarme indignada los encuentros secretos en Paris de Massera con la cúpula montonera a la cual habría entregado más de un millón de dólares, según informaciones obtenidas accidentalmente al verificar unas rendiciones de cuentas bancarias, me permití sugerirle que se calmara pues esos datos casi seguro ya los conocía nuestro gobierno, en especial su admirado general Videla. Si éste no reaccionaba, le recordé, era absolutamente estéril asumir el peligroso rol de combatiente solitaria, sobre todo porque arriesgaba su vida si insistiera en viajar a Buenos Aires para informarle directamente al presidente. Como me respondió que mi posición era sospechosa de izquierdismo, decidí no insistir en mis razonamientos, ante el temor de transformarme en un nuevo enemigo suyo.

Massera también había mantenido encuentros en Madrid, en 1979,con destacados dirigentes políticos y sindicales vinculados al justicialismo –entre ellos el jefe de su Consejo Superior en el exilio y delegado personal de Peron, el ubicuo Héctor Villalón- lo que revelaba la esquizofrenia reinante en la cúspide del gobierno.

Ella había tenido algunas divergencias con Anchorena por su apasionada actitud, acrecentada cuando los marinos la desplazaron del Centro Piloto y debió ocuparse luego solo de temas generales de la embajada. Además, ingenuamente le planteó estos asuntos a un importante oficial naval de paso por Paris. Finalmente se consumó su traslado oficial a Buenos Aires, donde esperaba poder entrevistar al presidente, objetivo que no pudo concretar porque al poco tiempo fue secuestrada y su cadáver apareció, días después, a la vera de un río bonaerense. Infortunado final para esta desventurada amiga, familiar del general Lanusse - que emprendió infructuosas gestiones para encontrarla-, y que provocaría años después al asesinato del hermano de nuestro común amigo y colega Gregorio "Goyo" Dupont, a quién había transmitido sus tribulaciones antes del secuestro, en un encuentro casual. Según me contó tiempo después "Goyo" también él procuró entonces disuadirla por la peligrosidad de semejante empeño. Ya antes de su traslado, con motivo del paso por Paris del periodista Horacio Agulla, director de la revista "Confirmado "y hermano de Silvia Agulla de D´Harcourt, Elena le transmitió estas informaciones. Al ser portador de tan explosivas noticias, Agulla fue secuestrado y "desaparecido" al volver a Buenos Aires. Silvia vivía en Paris hacía veinte años, donde triunfó como exitosa modelo de Chanel. Ya casada con un noble francés, fue convocada a colaborar primero con Elena y luego con los marinos en el famoso Centro, según sus dichos, por sus conocidas e influyentes vinculaciones con los medios locales. El chófer ocasional de una amiga suya argentina -ella también ex modelo y casada con otro noble francés- que trabajaba ya para el Centro Piloto, les contó asimismo que había transportado a Mario Firmenich y a Roberto Perdía a un encuentro con Massera en un hotel de Paris.

No tenía contacto con esos sectores de la marina y prefería mantenerme alejado de cualquier vinculación con ellos. Massera, además, había montado una oficina independiente de compras navales, a cargo naturalmente de un marino de su confianza. Las importantes adquisiciones que se pudieron concretar, le permitieron acceder a una entrevista exclusiva con el presidente Giscard D´Estaing, en uno de sus habituales viajes y así promover su figura, tanto en el frente oficial francés como ante los líderes montoneros, contactos estos últimos tolerados por el gobierno galo. Las grandes naciones suelen asumir, sin hesitaciones, actitudes contradictorias. Francia nos exportó en su momento y oficialmente, la metodología contrarrevolucionaria aplicada en Argelia. Tras el golpe militar de 1976, a su vez, no sólo acogió a una multitud de exiliados, sino que pasó a ser el centro europeo más importante de la campaña pro defensa de los derechos humanos en la Argentina, con el beneplácito oficial. Paralelamente, se constituía en uno de los más importantes proveedores de armas y barcos del nuevo gobierno militar.

El tema de los derechos humanos en la Argentina, también comenzó a tratarse en una comisión especial de la Unesco, a la que llegaban muchas denuncias y pedidos de información sobre desaparecidos o detenidos. Massuh las trasladaba a la Cancillería. Normalmente no sólo no recibía noticias pese a los insistentes telegramas, sino que muchas veces eran airadas las respuestas. Nunca pude entender el tono de reproche de algunas de ellas redactadas por poco amigables colegas. Massuh se limitaba, pues, a responder lo que la Cancillería le comunicaba, cuando lo hacía, o a decir que transmitiría la denuncia a nuestras autoridades. El reclamo por la prolongada detención sin juicio y el delicado estado de salud del prestigioso médico Jorge Taiana fue planteado en forma reiterada a Massuh por el director de la Unesco. Ante la ausencia de informaciones satisfactorias, el embajador decidió finalmente desplazarse a Buenos Aires, donde además de visitarlo, se interesó ante las autoridades para obtener su pronta liberación.

Como crecían las denuncias por desaparecidos, desde la Cancillería comenzó a venir a esas reuniones el entonces consejero Abel Parentini Posse, entusiasta defensor del gobierno militar, para asumir así, con marcada displicencia, la representación de nuestro país en ese ámbito. Luego fue directamente trasladado a la embajada argentina ante el gobierno galo para ocuparse, en reemplazo de los marinos que debieron regresar a Buenos Aires, de la principal tarea del ya mencionado Centro Piloto, o sea enfrentar la campaña por los derechos humanos en la Argentina que ya ocupaba un creciente espacio en la opinión pública francesa. Parentini era amigo de Massuh y sobrino de un alto oficial naval. Antes de venir se había desempeñado en el gabinete del canciller Carlos Washington Pastor, cuñado del presidente Videla.

El mundo del exilio era variopinto. A través de amigos comunes, comencé a tener relaciones habituales con muchos científicos argentinos que habían dejado el país en aquel éxodo de profesores durante el gobierno del general Onganía, allá por 1966. Había políticos como el radical Hipólito Solari Irigoyen, a quién llegué a conocer a través de mi amiga Teresa Anchorena, la cual abandonara nuestro país siguiendo al exilio a su pareja, el talentoso fotógrafo Rolando Paiva, en ese entonces volcado en Paris a la pintura. Rolando había nacido en Marsella y era hijo de un militante comunista paraguayo que combatió como voluntario en la guerra civil española y luego contra los ocupantes nazis de Francia, donde conoció a la madre de Rolando, también militante aunque de origen polaco. Estaba poseído de una intensa tristeza que se reflejaba claramente en su carácter retraído y en sus muy atrayentes pinturas.

Hipólito, a su vez, tras un año de estar en condición de detenido-desaparecido, había sido finalmente expulsado de la Argentina por el gobierno militar. Ya había sufrido varios atentados de la Triple A entre 1973 y 1975. De mentalidad progresista, fue abogado en varias causas donde estaban involucrados guerrilleros. Sobrino-nieto del ex presidente Hipólito Irigoyen, nunca dejó de ser un consecuente radical. En Paris, donde habitaba, mantenía estrechos vínculos con las organizaciones de defensa de los derechos humanos y con el partido socialista. Seguía siendo un activo militante de esas causas.

Entre los pintores tuve amistad con Ernesto Deira, artista de vivaz inteligencia y vasta cultura, rasgo poco común entre sus colegas. Disfrutaba mucho de las conversaciones que manteníamos en su amplio departamento, cerca de La Bastille, donde tenía instalado también su taller. Su mujer, la conocida pianista y profesora Olga Galperin, Lucy para los amigos, integraba un conocido conjunto de música barroca y solía sumarse habitualmente a las tertulias que allí me congregaban junto a otros feligreses. Aunque Deira había dejado atrás sus afamados comienzos en lo que dio en llamarse la nueva figuración junto a Rómulo Macció, Luis Felipe Noé y Carlos de la Vega, sus cuadros de gran formato estaban ahora fuertemente impregnados de manchas contrapuestas y de un lirismo estridente y hasta angustioso, que tal vez expresaban su fuerte disgusto por el exilio y la dictadura militar argentina. También frecuenté a Leopoldo Presas a través de mi buena amiga, la pintora Mónica Rossi, a quién persuadí de que me vendiera, en cuotas accesibles para mis magros ingresos, uno de sus últimos cuadros favoritos. En él había tratado de reflejar a una mujer italiana de la que se había enamorado sin éxito. Por suerte pude convencerlo de la conveniencia de desprenderse de ese obsesivo y contrariado recuerdo.

En Paris volví a encontrar a mi amiga Marta Ortigoza, con quién desde su forzada partida de Buenos Aires mantuve una activa correspondencia. Le había costado mucho adaptarse, "el exilio duele" me escribía, sobre todo porque estuvo paralizada algunos meses, viviendo precariamente de sus ahorros. Había rechazado optar por el estatuto de refugiada que implicaba no sólo obtener un pasaporte de las Naciones Unidas, sino también alojamiento, trabajo y dinero para instalarse con la posibilidad, al cabo de tres años, de que el gobierno galo le otorgase la nacionalidad francesa. Tenía miedo que de ese modo, se le cerrasen las puertas para poder volver al país mientras no cambiara el gobierno militar. Tuvo la suerte, a los pocos meses, de conseguir un trabajo como secretaria del director de Fiat en Francia, Luchino Revelli- Beaumont, ejecutivo italiano muy allegado a Giovanni Agnelli, presidente de la compañía, por lo que había debido cumplir antes delicadas misiones negociadoras al más alto nivel, tanto en la Unión Soviética como en Chile y la Argentina. Se le atribuía haber financiado, en nombre de Fiat, en 1973, el charter que llevó a Perón a Buenos Aires después de 18 años de exilio.

Revelli-Beaumont fue secuestrado por un comando supuestamente "revolucionario" integrado por tres argentinos en abril de 1977, por el que exigieron para su liberación primero una suma exorbitante, reducida finalmente a 2 millones de dólares, así como la publicación de unas proclamas contra el gobierno argentino en medios europeos. Revelli fue liberado tres meses más tarde y Marta no solo perdió su puesto, sino que se vio implicada en el episodio extorsivo. Al poco tiempo, con motivo de la detención en España de seis participantes del secuestro, prontamente extraditados a Francia, se pudo saber que uno de ellos era un ex militante guerrillero peronista y otro un ex secuaz de la triple A, la organización criminal organizada por José López Rega. También se supo que el eventual cerebro del operativo habría sido el multifacético Héctor Villalón, representante de Perón en el exilio, que terminó arrestado en Paris y sometido a un proceso al igual que los secuestradores, aunque su detención no se prolongó demasiado por los buenos oficios en su favor de las autoridades francesas y porque los llamados telefónicos que realizara a la esposa de Revelli no fueron confirmados… Algunas fuentes confiables han atribuido ese confuso secuestro a la necesidad por parte de Fiat de canalizar un soborno comprometido con el presidente de Libia, Muammar Kaddafi, por lo que el carácter "revolucionario" habría sido solo la pantalla utilizada, mediante mercenarios, para ocultar un sucio operativo político, de otro modo inexplicable. Libia tenía ya una participación en la empresa FIAT del 30%. Además Licio Gelli, junto a Giulio Andreotti, primer ministro de Italia, ambos de la logia masónica P2, participaron directamente de las grandes ventas de armas a ese país, lo que produjo un agitado escándalo político. Por otra parte, Libia era una de las más importantes sedes financieras del terrorismo internacional. Marta tras sufrir largos y penosos interrogatorios, volvió a quedar a la intemperie. Inesperadamente, Marta se casó el mismo año (1977) con Miguel Angel Rondano, un pianista bonachón y compositor argentino radicado desde hacía muchos años en Paris. Se habían casado en Londres y no en la ciudad donde residían. Como vivían cerca de mi departamento yo solía visitarlos en ocaciones y participaba así en algunas de sus un tanto extravagantes costumbres con alguno de sus frecuentes contertulios, como el ya famoso Copi ( seudónimo de Raúl Damonte Taborda), habitualmente poco sobrio y poseído de una sórdida aunque ingeniosa fantasía. Habían adoptado un perro, Salomón, al que sentaban a la mesa como un comensal más y que parecía seguir muy atentamente y sin inmutarse sus delirantes conversaciones. Por ellos llegué a tratar también a los hermanos de Copi, a Jorge y a "Plindi", el primero renombrado fotógrafo y el segundo un exitoso artesano-pintor de vidrios y cerámicas que se habían ido radicando de modo escalonado en Paris. Eran nietos del famoso director y propietario del diario Crítica, Natalio Botana y su padre fue un conocido periodista de origen radical que vivió exiliado en Montevideo durante los dos primeros gobiernos de Perón.

Miguel Angel trabajaba regularmente como pianista en la difícil especialidad de acompañante en clases de ballet, tarea que alternaba con la de compositor – llegó a estrenar algunas de sus operetas -, y colaborador en las obras teatrales y musicales de Alfredo Rodríguez Arias y Marilu Marini. Copi, a su vez, ya había estrenado obras teatrales propias y era un habitual colaborador de la revista "Le Nouvel Observateur” , donde publicaba semanalmente una absurda tira cómica. Por su amistad con Miguel Angel conocí asimismo a la madre de Marta Argerich, Juana, a quién su hija calificó agudamente como extravagante. Solía desplazarse periódicamente a Paris desde su residencia en Ginebra. En tales incursiones se instalaba la mayor parte del día en el pequeño departamento de los Rondano-Ortigoza. De origen judío-ucraniano, Juanita, como le llamábamos, tenía una muy fuerte y atractiva personalidad. Ocurrente y simpática, le encantaban la astrología y la quiromancia, así como contar historias y mantener largas conversaciones. No se llevaba bien con su única hija, aunque sí con su primera nieta Lyda, cuya crianza había quedado prácticamente a su cargo. Miguel Angel había estudiado piano junto a Marta Argerich con el maestro Vicente Scaramuzza.

Por aquellos años llegaron a Paris Rodolfo Rabanal y su mujer Cristina Hernández en procura de algún trabajo para establecerse. Ambos eran conocidos periodistas, Rodolfo, por entonces, había comenzado su exitosa carrera de novelista. Como tuvo la suerte de conseguir un trabajo de traductor en la Unesco, pude disfrutar de asiduos y estimulantes encuentros con ellos, y con Daniel Larriqueta, un talentoso economista que llegó en calidad de corresponsal del diario "Ambito Financiero ."

Mención aparte merece Carlos Santillán, que en adelante sería uno de mis mejores amigos. Presentado por el embajador Massuh, su comprovinciano, había sido nombrado en el más alto nivel del departamento de asuntos legales de la Unesco, donde pronto brilló por su natural simpatía y sus acreditados conocimientos jurídicos. Compartíamos con él nuestra pertenencia tucumana y múltiples amistades que recién descubríamos. Aunque muchos años mayor, nuestra común pasión política por los dilemas argentinos nos permitieron mantener, de allí en más, fructíferas conversaciones y aprovechar sus siempre sensatos e inteligentes comentarios.

Irene Lawson – a quien reencontré tras años de no verla -, viuda de mi buen amigo Gonzalo Saenz, había podido rehacer su vida casándose con un diplomático portugués destinado recientemente a un consulado cerca de Paris. Inteligente y culta, pronto logró hacer de su casa un lugar de acogedores encuentros.

Massuh era, por otra parte, un centro de atracción para muchos intelectuales, artistas y religiosos argentinos de paso por Paris. Ello me permitió conocer y disfrutar a muchos compatriotas de relieve. También pasaron por Paris el admirado editor Carlos Lohlé y la escritora Marcela Solá, arribados con el eximio poeta Roberto Juarroz y su mujer. Sigo creyendo que Juarroz, hoy un tanto ignorado, fue uno de nuestros poetas más profundos y de mayor renombre internacional. Resultaba curioso contrastar la hondura y la intensa espiritualidad de sus poemas con su opaca figura de jefe de estación, lo que me hizo desconfiar de ahí en más de las caracterizaciones fisionómicas. El padre Ismael Quiles, reputado experto internacional en religiones orientales y también consultor de la Unesco, nos hizo varias visitas.

No puedo dejar de destacar la visita que hizo a nuestra misión Adolfo Perez Esquivel, que acababa de recibir en 1980 el Premio Nobel de la Paz por su compromiso con la defensa de los derechos humanos y con quien mantuvimos una prolongada conversación. Su apariencia modesta y su hablar pausado y sin estridencias no delataban al infatigable luchador por la causa de la paz y la justicia. Por ello había sufrido prisión en la Argentina por más de un año. De orígen humilde (tenía una abuela india guaraní), se sintió desde pequeño solidario con los pobres de América Latina. Su lucha por la liberación a través de métodos no violentos estaba inspirada por Mahatma Gandhi y Martín Luther King. Era docente de escuelas secundarias, además de escultor y pintor, aunque de limitada cultura. Todo él trasuntaba tercas vivencias cristianas y asumía sus convicciones con un acentuado candor, más propias de un temple protestante o de un predicador religioso. Era una persona poseída por una visión estrecha de la realidad. Su nombre era prácticamente desconocido por el gran público antes del premio Nobel y el ser luego una figura mundial no parecía haberlo alterado.

Si bien no fue fácil abrirse camino en el mundo francés, pude trabar relaciones amistosas primero con franco-argentinos y luego con muchos franceses. Entre los primeros recuerdo a Gilbert Cahen D´Anvers, figura atrayente y prestigiosa en los círculos parisinos. Tenía el título de Conde, otorgado por el Rey de Italia a su abuelo, banquero judío llamado Kohan y proveniente de Amberes, señas que le permitieron afrancesar su nombre. Había realizado importantes aportes para instaurar la monarquía de los Savoya en el siglo XIX. Era un muy agudo observador de la realidad francesa y argentina, donde residiera muchos años y patria de su primera mujer. Resultaba muy grato escuchar sus historias de ambos mundos. Entre los segundos, recuerdo con especial afecto a Alain Malraux, sobrino e hijastro de André; Marie-Madeleine Lioux, una excelente pianista y viuda de su padre Roland, muerto en la Resistencia, se había casado después con su cuñado, el ya famoso André Malraux. Por mi devoción a su tío y padrastro, y por la estrecha relación mantenida durante muchos años con su "tante Victoire" como él llamaba a Victoria Ocampo, pudimos establecer pronto cálidos lazos de amistad.

André Malraux, a su vez, mantuvo vínculos muy cordiales con la Argentina y, en especial con el mundo de la revista "Sur” . Como ministro de Cultura había auspiciado con éxito una promisoria exposición de pintores argentinos. Yo estaba familiarizado antes de conocer a Alain con ciertas venturas y desventuras de su tío, algunas mitificadas, desde su matrimonio con Clara Goldschmidt su primera mujer y madre de Florence, hasta su complicado viaje a Indochina y luego su entrañable amor con Josette Clotis, con quien tuvo dos hijos muertos como ella en sendos accidentes, historias todas que yo ya conocía, lo que no dejó de sorprender a su sobrino. Alain, además, acababa de publicar un interesante y agridulce libro autobiográfico, "Les marroniers de Boulogne”, donde reflejó a un André intimo, caprichoso e imprevisible. También me hizo conocer un drama teatral de su autoría que yo procuré sin éxito publicar en español. Merced a su amistad pude conocer más a un Malraux de entrecasa. Por caso su último y tempestuoso amor con la escritora Louise de Vilmorin, en cuya casa, en Verrières Le Buisson, murió y pude visitar. Con Alain teníamos, además, varios amigos franco-rusos, descendientes de viejos exiliados del Imperio zarista refugiados en Francia y también relaciones con algunos allegados al presidente de Francia Valery Giscard D´Estaing.

Giscard d´Estaing era un personaje singular e inédito en la política francesa. Como egresado de la selecta ENA (Ecole Nationale d´Administration) y ya destacado tecnócrata, desembarcó en la alta política con un estilo informal, presentándose habitualmente en pullover como ministro de finanzas del anterior gobierno de Pompidou. Merced a sus amigos del Consejo de Estado logró que se incorporase a su primer apellido el d´Estaing, de un conocido conde y almirante muerto sin descendencia en 1922. La "partícule" d era un signo de distinción y propia de familias de relieve. Los franceses, tras dos siglos de su famosa revolución, seguían valorando mucho las tradiciones nobiliarias. Su progresiva arrogancia lo precipitó al cabo del tiempo en dos escándalos políticos de gran repercusión y que afectaron gravemente los últimos tramos de su gobierno. El primero fue su arbitraria decisión de contratar reiteradamente para ELF, empresa petrolera estatal, los servicios de dos aventureros que aseguraban contar con una técnica novedosa apta para descubrir, desde un avión en vuelo, yacimientos petrolíferos. Se trataba, como lo bautizaron irónicamente los medios, de aviones "renifleurs"

(olfateadores). Los importantes contratos por decenas de millones de dólares se transformaron en una gigantesca estafa, sorprendente para una mentalidad otrora tan racional y rigurosa como la de Giscard y con el involucramiento en ella de numerosos y respetables miembros de su gabinete Las consecuencias de semejante desatino las tuvo que sufrir el siguiente gobierno que asumió en 1981. El segundo escándalo devino a causa del regalo de un enorme diamante que recibió de un despótico y sanguinario líder africano, tema que también fue denunciado y ridiculizado por la prensa. Por una breve noticia periodística supe de una agria disputa entre los herederos del famoso Talleyrand que involucraba, además de la posesión del título principesco, el dominio del castillo de Valençay, tan vinculado a nuestra historia patria. El largo pleito había sido finalmente zanjado por el Consejo de Estado, presidido por Gastón Palewski, casado con Hellen de Talleyrand, la litigante favorecida. La decisión afectó al otro presunto heredero, hijo de su hermano Howard, que perdió no sólo el título y la propiedad, sino el derecho de utilizar ese apellido, por habérsele cuestionado sus pretendidos derechos y su compleja ascendencia. Eso lo llevó a intentar un fallido suicidio en el castillo de Valençay donde aún residía.

Fue esa noticia periodística la que me impulsó a ponerme en contacto con el príncipe desahuciado. Pude acordar por teléfono la, para él, sorprendente visita de un argentino interesado por la historia del que sería después el conocido rey Fernando VII. Me recibió con una calidez inesperada, todavía no repuesto totalmente de su accidente y en un francés con marcado acento norteamericano (había residido muchos años en Estados Unidos), me convidó a recorrer las más de ciento treinta habitaciones asignadas por Talleyrand a Fernando y su corte, incluyendo una capilla especialmente habilitada para los devotos huéspedes, más una copiosa biblioteca que nunca frecuentaron. Fue muy emocionante revivir ese forzado exilio que precipitó nuestra Junta patria del 25 de mayo de 1810 y familiarizarme con la vida de su ancestro Talleyrand y sus esfuerzos para educar, durante más de cinco años, al rústico y muy sumiso prisionero que luego se transformaría en un rey despótico y peligroso enemigo de nuestra ya declarada independencia. Napoleón le había comprado en 1803 a Talleyrand, su ministro de Relaciones Exteriores, con dineros "non sanctos", esa enorme e imponente propiedad en el valle del Loira - entonces de 12.000 hectáreas-, para que pudiese recibir, con el debido fasto, a altos dignatarios extranjeros y al cuerpo diplomático acreditado en Francia. Después de la forzada abdicación del rey de España y su heredero en 1808, Napoleón lo conmina a Talleyrand a albergar y atender al Príncipe Fernando, a su hermano Carlos y a su tío Antonio, que allí residieron hasta 1813, cuando Napoléon, por razones estratégicas, decidió devolver al primero al trono de España. Esa visita me dejó impresiones muy hondas. No sólo por la historia del castillo y sus evocaciones del pasado de Francia y de la augural Argentina, sino también por la sórdida y confusa trama que había precipitado a mi anfitrión a intentar quitarse la vida, tras un juicio donde los jueces también eran parte.

Durante los fines de semana solía visitar y descubrir con asombro los muy variados y antiguos monumentos situados en ciudades o pueblos de las cercanías, al igual que los paisajes que rememoraban muy antiguas y gloriosas historias. Los 14 de Julio, día nacional de Francia, solía concurrir a la casa de un buen amigo y participaba de los bailes del pueblo en frente de la alcaldía, ceremonia que se repetía en todas las ciudades y aldeas de Francia con igual y contagiosa alegría. El patriotismo francés se vivía, pues, festivamente.

Con motivo de su visita a Francia, el Papa Juan Pablo II fue invitado también a la Unesco donde pronunció un discurso muy profundo y de fuerte impacto en todas las representaciones. Dijo que el hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura, insistió en el papel primordial de la familia en la educación. También se refirió a los medios de comunicación social, destacando que no debían transformarse en medios de dominación y respetar las necesidades culturales e históricas de las familias y los países. Lo que más conmovió al auditorio fue la atención que dio a la identidad cultural de cada nación. Su apelación emocionada : "Protéjanla", no sólo fue un requerimiento para que todas las naciones atiendan las necesidades totales del hombre, que laten en la cultura a la que cada uno pertenece, sino también la serena certidumbre de que todo hombre y toda nación que cale hondo en su cultura va a reconocer en ella rasgos ineluctables de un sentir religioso del mundo. La presencia del Papa en la Unesco significó un soplo inesperado de aire fresco y tonificante que invitaba a levantar la mirada más allá de sus desangelados muros. Su paso por Paris, desplazándose en una barcaza a través del Sena atrajo inesperadamente a una muchedumbre que se agolpó a lo largo de sus muelles para admirarlo y sorprenderse de su hambre espiritual.

Con el impulso de los países en desarrollo y de los socialistas, el tema de la información y la comunicación social dejó de ser un tema académico en la Unesco para pasar a ser un tópico de crecientes controversias en el seno del organismo. En aquel tiempo tuvo lugar en Paris un sonado y novedoso proceso contra un industrial francés que actuaba como agente soviético y durante muchos años proveyó de información adulterada a los medios locales. El proceso terminó con la condena del acusado y el término "desinformación" pasó a ser un nuevo tópico en la jerga periodística.

Alentado por una convocatoria de la Cancillería donde se me invitaba a preparar un trabajo-tesis sobre política exterior, como condición para ascender a ministro plenipotenciario, pensé que era una feliz oportunidad para expresar mis ideas sobre las que debería basarse nuestra acción internacional. Mi experiencia estudiantil en España, donde descubrí nuestras afinidades naturales con el mundo latinoamericano, así como las múltiples vivencias de mi estancia en la Unesco, me inspiraron la necesidad de volver la mirada a la historia, la geografía y la cultura argentinas para fundamentar las bases indispensables de nuestra política exterior.

Mi criterio era que urgía anclar el despliegue internacional argentino sobre cimientos sólidos para evitar nuestros periódicos desvaríos. La idea principal radicaba en asociar nuestras tradiciones liberales con las nacionalistas, reivindicando un sano nacionalismo liberal, conciliando así perspectivas que a mi juicio no eran necesariamente contradictorias, máxime al afirmar nuestra irrevocable pertenencia latinoamericana sin renunciar a nuestras convicciones republicanas. Latinoamérica era nuestro "barrio" natural y el escenario donde debíamos privilegiar nuestra acción exterior y proyectar nuestros mejores talentos. No somos una isla, sino una península.

Con tal propósito y aprovechando una parte de mis vacaciones, decidí tomarme una semana en Algarve, calmo balneario al sur de Portugal, para organizar en soledad la estructura del trabajo. A la semana siguiente volví a Paris con el título del trabajo y los temas de sus diferentes capítulos; de ahí en más ocupé mis horas libres en darle consistencia a la propuesta, procurando introducir en cada capítulo la decantación de viejas lecturas y vivencias. También a la obligada revisión de archivos y libros para asegurarle el necesario rigor. Al cabo de tres meses febriles, privado de toda vida social fuera de mis obligaciones laborales en nuestra misión, logré traducir mis obsesiones en más de doscientas páginas. En ese momento advertí que necesitaba la mirada de un lector amigo antes de entregar ese estudio, para depurar su estilo, evitar reiteraciones y, sobre todo, validar el trabajo. Recurrí a la mirada sagaz de mi amiga Marta Ortigoza, cuyas agudas y precisas observaciones me fueron de suma utilidad. Con ella descubrí la importancia de contar siempre con los buenos oficios de un editor, un lector crítico de toda obra intelectual, tarea que hasta entonces desconocía y era común entre los escritores.

La tesis fue finalmente bien recibida por el tribunal de diplomáticos encargado de juzgarla. aunque supe que uno de sus miembros, partícipe de la vieja guardia de la Cancillería, se molestó porque yo cuestionaba su impostada pertenencia europea y cosmopolita, isleña, desligada de nuestro entorno. Como había preparado varias copias de mi estudio, le envié una de ellas a mi padre, que se entusiasmó en publicarlo como un libro. En consecuencia debí realizar algunas correcciones adicionales. La tramitación con la editorial El Ateneo quedó a cargo de mi tío Bruno, quien también expresó vivo interés en editarlo. Como no lo revisó, con su habitual descuido de los hechos materiales, el libro salió con importantes erratas en un formato ingrato. Debió hacerse una nueva edición que esta vez yo supervisé desde Paris. Titulado "La Argentina, su lugar en el mundo " (con el subtítulo de "Bases culturales de nuestra política exterior en América Latina"), tuvo felizmente favorable recepción en los diarios y revistas de Buenos Aires y del interior merced, en parte, a las amistosas gestiones de Víctor Massuh para que lo comentaran distinguidos intelectuales. Sus propuestas, pasados ya casi 40 años, siguen todavía vigentes, aunque no hayan podido afianzarse en nuestra errática política exterior.

Dos años después mis convicciones se reafirmaron con motivo de la sorpresiva guerra por las islas Malvinas, donde solo recibimos la solidaridad y la ayuda de los países latinoamericanos. La noticia de la invasión inicial nos sorprendió, como a millones de argentinos. Si bien la información que recibíamos de la Cancillería era escasa e insuficiente, debíamos complementarla con otra, muchas veces contradictoria, difundida de modo creciente por los medios europeos. No sólo nos sentíamos concernidos por los sentimientos patrióticos en juego, como tantos argentinos residentes en Paris hasta entonces enfrentados al régimen militar y que acudieron a nuestra misión para ofrecer su apoyo, sino que procuramos conseguir en la Unesco los máximos respaldos institucionales.

Me tocó presentar nuestro pedido de respaldo ante el plenario de los 77, grupo que asociaba a casi todos los países en desarrollo. Cuando estaba por aprobarse una resolución de apoyo a nuestros legítimos derechos sobre las islas, el embajador de Chile solicitó la palabra para oponerse a la misma con argumentos favorables a los ingleses. Si bien conseguí neutralizar su discurso y que la Resolución se aprobara sin modificaciones, me permití señalarle al representante chileno que su apoyo a los ingleses había sido el de un superfluo vocero de sus intereses coloniales e indigno de un diplomático latinoamericano. El funcionario acudió luego a quejarse ante Massuh, que respaldó mi conducta. Las relaciones chileno-argentinas se habían deteriorado a causa de nuestro diferendo austral por el Beagle y se agrietarían aún más cuando nos enteramos de que Chile había prestado auxilio logístico a las fuerzas armadas británicas.

Nuestra embajada ante el gobierno francés, presidida ahora por Gerardo Schamis, fue invitada a participar en un debate en Radio France Internacional, por entonces de amplia difusión en el mundo y su decisión fue no aceptarla. Cuando nos enteramos por Massuh de dicha invitación, al igual que Enrique Morad, a cargo de la residencia argentina en la ciudad universitaria, coincidimos en que no podíamos eludirla y así exponer las razones de nuestros legítimos derechos históricos y jurídicos sobre las islas. Massuh nos dio el visto bueno. Al saber que nuestro interlocutor en el debate a realizarse en vivo durante casi dos horas, era el prestigioso historiador francés Pierre Chaunu, especialista en América Latina, nos aprontamos para preparar una sólida estrategia y ensayar líneas argumentales dignas de impactar en el amplio auditorio internacional de Radio France. Por suerte, el conductor del programa "Le monde contemporain ", Jean de Beer, era una personalidad amigable y poco dispuesta a sumarse, como la mayoría de sus colegas compatriotas, a los cuestionamientos unilaterales a nuestro país. Nuestra línea argumental apuntó a dos objetivos básicos: mostrar lo que significaba Malvinas para el sentimiento común de los argentinos - semejante al que vivieron los franceses ante la amputación histórica de Alsacia y Lorena- y a poner de relieve la violenta ocupación británica en el siglo XIX de unas islas gobernadas por argentinos, típica de su expansión colonial, así como los estériles reclamos a Gran Bretaña durante siglo y medio para entablar negociaciones, tal como lo respaldaron después las Naciones Unidas.

Guardo todavía la cinta de la grabación porque fue muy gratificante el eco encontrado entre los oyentes y porque procuramos evitar que el tema de la guerra, tal como lo planteó agudamente Pierre Chaunu, pudiera ocupar el centro del debate, sobre todo porque la audición fue el 5 de junio de 1982, en tiempos decisivos de las acciones bélicas. El presidente de Radio France nos invitó luego a una cena en reconocimiento por lo que él entendía había sido una digna intervención.

Enrique Morad, a su vez, había conseguido que el diario "Le Figaro” publicase algunas columnas que firmaría con su segundo nombre y apellido. Con la misma línea argumental, se prepararon y publicaron varios fundados artículos con el seudónimo de Rómulo Etcheverry, que tuvieron gran repercusión. A través de información de las agencias de noticias y los diarios europeos seguimos con angustia el desenlace de la contienda, conscientes de las deficiencias de nuestra conducción política y militar, pese al admirable heroísmo de nuestros combatientes. Los medios europeos intentaban, en general, ridiculizar las pasiones patrióticas de la población argentina, ocultando que un fenómeno semejante ocurría en Gran Bretaña y en especial en la Cámara de los Comunes, donde rivalizaban las arengas desmesuradas en defensa de las viejas glorias británicas.

En nuestra Cancillería, según pudimos enterarnos, sólo el embajador Carlos Keller Sarmiento se permitió expresar por escrito su disidencia con la intervención militar en las islas, señalando con claridad que inevitablemente deberíamos enfrentar a las grandes potencias occidentales asociadas con Gran Bretaña.

Por esos días el suicidio del hijo adolescente del consejero Abel Parentini Posse nos conmovió a todos los diplomáticos que estábamos en Paris.

Con motivo del laudo tras el arbitraje internacional, acordado por el gobierno de Lanusse en 1972 con su par chileno, laudo que se dio a conocer en 1977, y que fuera posteriormente impugnado por nulidad, fundado en sólidos argumentos redactados por Julio Barberis, consejero legal de la Cancillería, el diferendo con Chile llegó a peligrosos picos de tensión que casi desencadenan una guerra. El gobierno argentino consideró que el laudo, totalmente favorable a Chile, tenía vicios de fondo y de forma inaceptables, por lo cual de no acordarse una nueva negociación bilateral se debería afrontar una solución militar. En las vísperas de iniciarse las acciones bélicas, la intervención providencial de la Santa Sede que designó prontamente al cardenal Antonio Samoré para que ambos países aceptasen la mediación papal y así procurar una pacífica solución, pudo evitar la contienda.

Después de muchos tropiezos, el mediador dio a conocer su propuesta en 1980. La misma innovó respecto del laudo e incorporó una original sugerencia para que se constituyese una zona conjunta de paz de 200 millas en el mar Atlántico que implicaba la concesión de derechos inesperados a Chile sobre una amplia área marítima de indiscutible soberanía argentina. La intervención papal había cumplido su cometido al evitar el conflicto armado, pero tampoco podía aceptarse su propuesta. Así pues debían recomenzarse las negociaciones bilaterales, negociaciones que se prolongaron hasta la asunción del gobierno constitucional del Dr. Ricardo Alfonsín y que recién culminaron en 1984.

Después de la guerra de Malvinas, Marta Ortigoza pudo presentar su tesis de doctorado en derecho internacional en la cátedra del profesor Michel Viraly en la Universidad de Paris, con quien estableció una estrecha amistad. Por su intermedio supo que el también profesor Prosper Weil, abogado-asesor de los intereses de Chile en el Laudo, había expresado que ese país acudiría a la Corte Internacional de Justicia para asegurar el cumplimiento del arbitraje que nuestro país había impugnado. También le manifestó Viraly sus serias dudas sobre la honestidad de dicha Corte, criterio que compartía con el profesor René Dupuy, secretario de la renombrada Academia de Derecho Internacional de La Haya, por cuanto en un reciente fallo se habían cambiado los jueces para favorecer injustamente, en un caso en litigio, a Estados Unidos en detrimento de Canadá. El prestigioso profesor Viraly, de origen suizo, presidía la cátedra de Solución Pacífica de Diferendos Internacionales y había sido contratado recientemente por el gobierno francés en un diferendo que mantenía con Túnez. Por tanto podría ser de interés contar con sus eventuales servicios. Como yo mantenía frecuentes contactos con mi amigo Julio Barberis, embajador ante el gobierno de La Haya, organicé un encuentro de Marta con él y el jefe de nuestra misión negociadora por el diferendo con Chile, el Dr. Guillermo Moncayo, en el despacho del embajador Massuh, así se enteraban de esas informaciones que hasta entonces desconocían. Como posterioridad, Massuh las hizo conocer a nuestro Canciller.

Barberis, por su parte, mantenía conversaciones reservadas con uno de los jefes negociadores chilenos en sus frecuentes visitas a la Academia de Derecho Internacional en La Haya. Barberis fue el primero que sugirió y avanzó la artificial e innovadora idea del "martillo" para zanjar el diferendo del Beagle, que desplazaba sólo en un corto trecho el límite hacia el Atlántico, a fin de asegurar la soberanía chilena sobre las islas cuestionadas, para volver atrás aguas abajo a la línea demarcatoria del meridiano del Cabo de Hornos que separaba el Atlántico del Pacífico. Así dejaba claras las jurisdicciones de ambos países, eliminando de la propuesta papal el Mar de la Paz.

Marta fue también la primera en proponer en su tesis la necesidad de que, con la debida preparación y con sus sólidos argumentos históricos y jurídicos, la Argentina procurase que la Asamblea General de las Naciones Unidas solicitara a la Corte Internacional de Justicia una opinión "consultiva" sobre la legitimidad de nuestros reclamos por las Islas Malvinas, criterio que años más tarde volveria a compartir y desarrollar en un libro el reconocido profesor argentino Marcelo Kohen, de la Universidad de Ginebra.

Con el tiempo pasé a ser no sólo un estrecho colaborador del embajador Víctor Massuh en todas las tareas de nuestra misión, sino también depositario algunas confidencias suyas. Su penetrante y admirable capacidad intelectual contrastaba con un acentuado egocentrismo, lo que le permitía sustraerse a los infortunios de la realidad, tanto de su familia y sus colaboradores, como del país. Si bien era consciente de la tragedia que se vivía en la Argentina, expresaba siempre una serena confianza en que las ricas virtualidades latentes en las entrañas nacionales se abrirían camino indefectiblemente. Esa profunda y orgullosa fe en nuestro país y en sus valores liberales tradicionales, cimentados en su natal Tucumán, contrastaba con sus experiencias de niñez, cuando un padre de origen sirio nunca sintió afinidad con la lengua nacional ni con la historia patria. Víctor Massuh era un hombre fundamentalmente cerebral y de talante más bien reservado, parco en sus expresiones y poco propenso a dejarse llevar por las emociones. Su trato era el de un personaje distante y poco condicionado por sus necesidades afectivas. Tenía un hermano menor, rico empresario papelero, simpático y manifiestamente extrovertido, que lo admiraba y respaldaba.

Con motivo de la celebración excepcional en Yugoslavia de la Conferencia General de la Unesco, debimos convivir en 1980 más de un mes en la desolada Belgrado. Aunque se sumaron a nuestra delegación algunos representantes técnicos llegados de Buenos Aires, una de mis principales tareas se concentró en que Massuh fuese allí nombrado Presidente del Consejo Ejecutivo, organismo que ya integraba, así la Argentina asumiría el más importante cargo de la Unesco después del Director General. El Consejo Ejecutivo sesionaba en paralelo con la Conferencia General. Massuh gozaba de gran prestigio intelectual en ambos ámbitos.

A pesar de las tribulaciones políticas argentinas, obtuvimos el apoyo de los países miembros de ese organismo. Finalmente Massuh resultó elegido para el cargo por la amplia mayoría de 33 votos sobre el total de los 42 integrantes del Consejo Ejecutivo. Fue realmente un triunfo que prestigió al país y así lo vivimos. Era la primera vez que a Massuh lo veía entusiasmado y me sentí halagado por su efusivo reconocimiento a mi intensa labor de persuasión ante las distintas delegaciones. En la Conferencia General también conseguimos que nuestro país pudiese integrar casi todos los organismos científicos y técnicos por un nuevo período. El trabajo fue tan absorbente que apenas pude gozar de un tranquilo e inesperado fin de semana para viajar a Hungría en un inhóspito tren en medio de enojosos controles policiales. Quedé impresionado por Budapest y las trazas edilicias de su pasado imperial.

A fines de 1982, por motivos familiares, debí resignar mi estadía parisina, tan enriquecedora en lo personal cuanto en lo profesional. Cuando le manifesté a Víctor Massuh mi decisión de pedir el traslado a Buenos Aires, su respuesta fue de gran contrariedad, dado que según él yo estaba en lo mejor de mi carrera y gozaba de su absoluta confianza, por lo que mi pedido le parecía imprudente y hasta poco amistoso. Los motivos afectivos y personales que me motivaban no parecíeron interesarle. Tal fue su malestar que inicialmente se negó a afrontar los gastos del agasajo de despedida que yo debía ofrecer a los múltiples amigos y funcionarios que me habían ayudado en los cinco años de trabajo en la Unesco. Al final, Javier Fernández logró persuadirlo para disponer de los fondos de representación y convocar una amplia y agradable recepción en la Maison de l´Amerique Latine. También fui gratificado con múltiples cenas que me ofrecieron las nuevas y algunas ya antiguas amistades que dejaba en Paris.

Una vez más en mi carrera volvía al país, tironeado por las raíces que había plantado en tierras francesas, pero con la invencible ilusión de retornar a mi patria y a los míos.

15. DEMOCRACIA Y NUEVOS SUEÑOS.

A punto de emprender el regreso a Buenos Aires, tras cinco años de ausencia, recibí una imprevista llamada del embajador Alberto Dumont ofreciéndome ser jefe de gabinete en su Subsecretaría de Relaciones Exteriores (hoy al subsecretario se le conoce como vicecanciller). Tuvo la delicadeza de precisarme que en esos finales de la Dictadura, no quería comprometer mi futuro por lo que me dejaba en libertad de rechazar su propuesta. Como yo apreciaba mucho a Dumont le respondí que, como profesional, me era muy halagador poder colaborar con él sin especular ante las próximas elecciones. Así, pues, en mayo de 1983 se formalizó mi designación. Alberto Dumont era un destacado e inteligente diplomático, de una valentía inusual entre sus colegas para expresar y sostener con serenidad sus siempre ponderadas opiniones. Gracias a la confianza que me otorgó, pude elegir con entera libertad a mis colaboradores. En diciembre de 1982 yo había sido promovido a Ministro de 2ª. Esa promoción me fue útil, en un ámbito tan jerarquizado, para el manejo interno con mis colegas, sobre todo porque el ministerio ya no tenía militares y todas las funciones estaban ocupadas por personal diplomático. Tuve la suerte, en mis nuevas funciones, de contar con el Consejero Santos Goñi, eficiente profesional, y con dos jóvenes recién egresados del Instituto del Servicio Exterior que me fueron recomendados por amigos para ser su "padrino" en la diplomacia: Eduardo Mallea y Hernán Santivañez, promisorios funcionarios que siguieron colaborando conmigo en posteriores funciones.

La derrota bélica en Malvinas había provocado la desarticulación del régimen militar y forzado la creación de un gobierno transitorio cuya principal tarea era organizar unas elecciones que devolvieran el poder a los civiles y administrar una deteriorada maquinaria estatal. Para conducir la cancillería fue designado Juan Ramón Aguirre Lanari, templado político conservador, a quién le correspondió conducir nuestras relaciones exteriores con singular eficacia. El frente externo era especialmente difícil porque nuestra opinión pública había quedado muy resentida con Estados Unidos y los países europeos por el apoyo brindado a los ingleses.

Por otra parte, los latinoamericanos, que en forma mayoritaria se pronunciaron a nuestro favor y nos asistieron durante la guerra, habían asistido decepcionados a nuestra pronta derrota y a la irresponsable conducción del gobierno. Se trataba, en suma, de volver a enhebrar pacientemente lazos de amistad con los países centrales y desplegar una muy afectiva tarea de reconocimiento a los países latinoamericanos que tan decididamente se solidarizaron en la guerra y en el infortunio posterior. Nada es más difícil que conducir una transición, máxime con un régimen derrotado y particularmente sangriento, porque se carece de la confianza mínima que legitime el accionar del gobierno, más allá del desenlace electoral prometido. En nuestra esfera pude comprobar que Aguirre Lanari fue un eximio conductor de nuestras relaciones con el mundo en esos tiempos de extrema debilidad nacional.

El escenario político había vuelto a desperezarse y a pesar de que una creciente opinión pública se inclinaba a pensar que el peronismo volvería al poder, la aparición de Raúl Alfonsin al frente de partido radical alentando a pensar en una república redimida por nuevos sueños, abría un horizonte inesperado y esperanzador. El ungido candidato del peronismo, Italo Luder, no podía ofrecer una alternativa vivificante. Su personalidad cautelosa, que yo había conocido años atrás, no me merecía confianza para enderezar el país, por cuanto el peronismo no había asumido ni podía todavía asumir el descalabro de su último gobierno. Aunque varios amigos míos se habían sumado a los grupos de estudio que conducía un hasta entonces desconocido Dante Caputo, permanecí centrado en mis tareas en la cancillería, aunque observaba con creciente simpatía la campaña que desarrollaba Alfonsin para restablecer los valores republicanos.

En ocasión de un viaje al exterior de nuestro canciller, y habiendo quedado Dumont a cargo del Ministerio, nos tocó gestionar con éxito que Brasil se comprometiera a no dejar que aviones ingleses con destino a Malvinas o desde las Islas pudiesen utilizar aeropuertos de su país. Gobernaba Brasil el general Joao Baptista Figueiredo, de buenos recuerdos y afectos con la Argentina. Primero como ya lo señalé, como hijo de exiliado en los años 30 y luego por cursar en nuestra Escuela Superior de Guerra. Era, además, hermano de Guilherme de Figueiredo cuya obra teatral "La zorra y las uvas" había tenido un resonante éxito en Buenos Aires.

Para sellar ese compromiso se acordó con Itamaraty que nuestro Presidente mantuviera una conversación telefónica con su par brasileño y que luego se difundiera en ambos países lo substancial de la charla. Como se me asignara preparar ese texto compromisorio, dado que la buena voluntad brasileña quería satisfacer nuestras aspiraciones, se decidió enviarlo temprano a Brasilia, en el entendimiento de que quedaría embargado hasta las 4 de la tarde, dándoles así tiempo a los presidentes de mantener una charla informal antes de esa hora. Le cupo al embajador Alberto Dumont, como canciller interino, llevarle a la Casa Rosada al presidente Reinaldo Bignone el texto que se haría público. Desde el mediodía hasta las 3 y media de la tarde Dumont trató de persuadir a Bignone que la fórmula diplomática escogida solo procuraba satisfacer nuestros objetivos, por lo que su conversación sería informal y no necesitaría ajustarse al texto a difundir. Como el papel ya contaba con la conformidad brasileña y la tozudez presidencial se prolongaba, insistiendo que él nunca hablaba del modo en que aparecía escrito, volví a fumar después de muchos años, arrastrado por el nerviosismo que me generaba el diálogo infructuoso telefónico que mantenía con Dumont de modo intermitente. La final conformidad de Bignone llegó cuando ya había agotado casi un paquete de cigarrillos…

Debimos preparar también muchos documentos ilustrativos de nuestros derechos malvinenses para contrarrestar la campaña negativa desatada contra nuestro país tras la derrota y permitir a nuestras embajadas difundir esos textos que legitimaban nuestros derechos. Lamentablemente esa tarea fue insuficiente durante la improvisada contienda y no se pudo, en ningún momento, desplegar una eficaz batalla en los medios internacionales.

Dos hechos significativos marcaron los últimos tramos de la contienda electoral. EL primero fue la denuncia pública, por parte de Alfonsin, de que existía un pacto entre los militares y los sindicatos para asegurar la continuidad de las políticas de la dictadura. Fue una muy hábil estrategia, inspirada por mi amigo Ricardo Yofre, aprovechando el extendido descrédito de los uniformados y las declaraciones del candidato peronista que apuntaban a convalidar la auto-amnistía proclamada por los militares. El otro episodio fue la quema de un ataúd de cartón con las inscripciones del partido radical durante el cierre de campaña de Luder, una grotesca ridiculización del adversario ante una multitud congregada alrededor del Obelisco y que provocó un amplio repudio de los medios y la opinión pública.

A pesar de no haber participado, viví con alegría la consagración de Ricardo Alfonsin como presidente en las elecciones del 30 de octubre de 1983. Cumpliendo con sus promesas electorales y su larga prédica a favor de los derechos humanos durante la dictadura, ordenó cinco días más tarde enjuiciar a los dirigentes de las organizaciones guerrilleras y a los miembros de las juntas militares que gobernaron el país desde 1976. También creó cinco días después la Comisión Nacional sobre la Desaparición de personas (CONADEP) presidida por Ernesto Sábato e integrada por distinguidas personalidades de nuestra vida pública. Su misión era ocuparse de "investigar la suerte ocurrida por los desaparecidos, cualesquiera fueran, proviniesen de uno u otro lado de la violencia"…El peronismo declinó la invitación para integrarla. También envió Alfonsin al Congreso un proyecto de ley, finalmente consagrado, por el que se declaraba nula la ley de autoamnistía dictada por el último gobierno militar. Gran parte del andamiaje jurídico de esas decisiones había sido preparada por dos talentosos e influyentes asesores de Alfonsin, Carlos Nino y Jaime Malamud Goti. El primero, prematuramente fallecido, publicaría años más tarde, a mi entender, uno de los más enjundiosos libros sobre la realidad argentina: "Un país al margen de la ley", que ya desde entonces yo pensaba que debería formar de la enseñanza en todas las escuelas y universidades del país. El subtítulo era muy ilustrativo: "Estudio de la anomia como componente del subdesarrollo argentino".

La CONADEP, tras una exhaustiva tarea de investigación y de recepción de testigos, presentó en Septiembre de 1984 su famoso informe "Nunca Más". En él se documentaron más de 8900 denuncias de desapariciones y se formularon precisas recomendaciones, entre ellas, que las investigaciones realizadas fueran remitidas a la justicia y que se sancionaran normas para declarar como crimen de lesa humanidad la desaparición forzada de personas. El gobierno decidió enviar antes ese detallado informe al Consejo Superior de las Fuerzas Armadas, presidido por el general Tomás Sanchez de Bustamante, en el entendimiento de que era el órgano apropiado para juzgar y sancionar los crímenes cometidos durante la dictadura militar, teniendo en cuenta las limitaciones políticas del momento y la ponderación de las fuerzas con que contaba. A pesar de la actitud crítica que había mantenido con la política de represión de sus camaradas de armas, Sanchez de Bustamante declinó asumir esa responsabilidad, por lo que Alfonsin confió esa tarea a la Cámara Federal, integrada por distinguidos juristas.

El juicio a las Juntas Militares llevado a cabo por cuatro honestos y ponderados jueces y con un valiente e íntegro fiscal, Julio Strassera, marcó un hito en nuestra historia política, no solo porque no había precedentes en el mundo, sino porque debió desarrollarse en un clima de permanentes tensiones a lo largo de 1985.

La prédica republicana desplegada por Alfonsin en su campaña, usando como estandarte el evocador preámbulo de nuestra Constitución nacional, unida a su indudable carisma, fue así acompañada por medidas largamente elaboradas, que permitieron que gran parte de la sociedad argentina, la misma que había propiciado y sostenido al Régimen militar se sintiese ahora ilusionada protagonista de la democracia triunfante. Le hizo creer al país que la mayoría del pueblo argentino había permanecido fiel a los valores democráticos. Similar ejercicio, según comentara Hanna Arendt, había realizado Adenauer al expresar nada cándidamente que el pueblo alemán no había respaldado al nazismo…

El hasta entonces casi ignoto Dante Caputo, al menos para la opinión pública, fue designado nuevo Canciller, secundado por dos secretarios de Estado, Hugo Gobbi, encargado de Asuntos Globales (eufemismo para denominar las políticas ante los organismos internacionales) y Elsa Kelly, a cargo de las relaciones internacionales

(bilaterales) y culto. Diplomáticos de carrera, ambos militantes radicales de vieja data y amigos personales del nuevo presidente. Caputo había comandado los equipos intelectuales de los que se rodeó en los últimos años Alfonsin, constituidos ahora en sus más próximos elaboradores de políticas de Estado. No tenía, pues, "genes" radicales, como decía un amigo mío, al señalarme con ironía que sus afiliados asumen habitualmente el comportamiento de una secta, donde siempre se debe privilegiar a los miembros del Partido. Así Alfonsin debió aceptar que su delfin fuera acompañado por dos conocidos radicales de la "carrera", que, de modo ostensible, se sintieron provisoriamente postergados.

Elsa, que era una joven embajadora y acreditada jurista, tuvo la generosidad de invitarme a colaborar con su nueva Secretaría, con tareas similares a las desempeñadas durante la gestión de Alberto Dumont.A los pocos meses esa rivalidad de ambos secretarios terminó afectando la gestión global del Ministerio. Ello precipitó que Elsa Kelly fuera finalmente designada nueva embajadora ante la Unesco y luego Hugo Gobbi en nuestra embajada en España; de esa forma Dante Caputo pudo reordenar la estructura ministerial e incorporar a miembros de su equipo pre-electoral a los puestos de comando. Antes de la partida de Elsa yo ya había pasado a desempeñarme como Director de América del Sur, área muy significativa para las nuevas políticas a encarar por el gobierno, con lo cual pasé a depender de la Subsecretaría de Asuntos Latinoamericanos que presidía el joven político radical Raúl Alconada Sempé, con quién pronto establecimos amistosas relaciones. Raúl, de gran inteligencia natural, no intelectualizada, y de contagiosa simpatía, era de familia radical y ahijado del Presidente Alfonsín. Su fresca personalidad aportaba habitualmente al "equipo" de Caputo, más ideologizado, una apreciable y estimulante dosis de sentido práctico.

Como sucede habitualmente al desembarcar nuevas autoridades en la Cancillería, que lo hacen, además, con un equipo de colaboradores ajenos a la política exterior y con los prejuicios que nuestra clases políticas tienen hacia el personal diplomático mientras no integran sus cuadros, a Caputo también le costó superar su original desconfianza hacia los funcionarios de carrera y valorar la profesionalidad de muchos de mis colegas. Antes de un año de gestión ya pudo contar con un integrado plantel de colaboradores en un clima de mutuo aprecio.

Caputo era, sin duda, un hombre de singular talento y gran claridad expositiva, lo que le permitía fácilmente conceptualizar propuestas, tanto en el frente interno, como ante los más encumbrados protagonistas de la escena internacional.

A poco de ocupar mi nuevo cargo, leí que el Canciller había declarado a los medios que "con Malvinas no había nada que festejar". No pudiendo contener mi indignación le expresé a Alconada que "Caputo no podía ser tan boludo, en un tema tan sensible para los argentinos, sobre todo porque habían caído casi setecientos compatriotas en combate y porque casi todos los países latinoamericanos solidarizados con nuestra causa, nos habían brindado invalorable ayuda". Pasada no más de media hora de ese diálogo, una de las secretarias de Alconada me informó que el Canciller quería verme con urgencia. Como no lo conocía, fui a verlo con justificado temor ante lo inusitado de la convocatoria. Ya en su despacho me sorprendió diciéndome "Jacovella, me dicen que usted considera que yo soy un boludo". No sé de donde saqué fuerzas (téngase en cuenta que la cancillería constituye un cuerpo muy jerarquizado y mi osadía podía acarrearme graves consecuencias), para atinar a contestarle que "si me daba cinco minutos para explicarle mi exabrupto lo haría con mucho gusto". Así pues, como pude, repetí brevemente los mismos argumentos expresados ante Alconada. Al final, grande fue mi sorpresa cuando Caputo, inesperadamente, me agradeció la franqueza, sobre todo "porque en su corta experiencia en la cancillería nadie se atrevía a hablarle con tal honestidad". De allí en más no sólo pude acrecentar mi aprecio hacia el articulado Canciller, sino también establecer con él perdurables relaciones de estima y afecto. Cuento esta historia porque para él, al igual que para Alfonsín, que habían sido de los pocos políticos opuestos resuelta y públicamente a la guerra de Malvinas, le era más difícil reconocer la significación simbólica y afectiva de la misma desde sus nuevas responsabilidades. Además, su formación académica y cartesiana, con sus largos años pasados en Francia, lo predisponían a enfocar casi siempre la realidad con prismas intelectuales.

En la Cancillería se dispuso analizar las muchas reincorporaciones de diplomáticos cesanteados durante la gestión del ministro Vignes y el Proceso militar. Se trató de estudiar, caso por caso, a fin de que los reingresos se dieran en rangos apropiados, habida cuenta de los tiempos transcurridos, con lo que se dejó abierta la puerta a una creciente discrecionalidad. En su lista final , después de difíciles negociaciones con los políticos del Congreso y con los influyentes "padrinos" que bregaban por sus protegidos, fueron incluidos también varios funcionarios cesanteados por la Revolución de 1955 por su pertenencia peronista y otros tantos radicales que perdieron sus puestos con la golpe de Onganía en 1966. Esa irrupción de más de cien nuevos colegas fue, en general, bastante bien recibida, en parte porque se necesitarían los acuerdos del Senado, lugar de muchos padrinazgos, para confirmar a ministros y embajadores.

Como Director de América del Sur pude contar así con un plantel de más de doce diplomáticos a los que organicé sin restricciones y a los cuales convoqué, con éxito, a formar parte de un equipo, sin distinción entre recién llegados y los provenientes de concursos o del Instituto del Servicio Exterior. Conté también con dos eficientes colaboradores adicionales, Susana Pataro y Jorge Faurie, a quienes confié la supervisión de tareas. Con Raúl Alconada Sempé establecimos lazos de confianza por nuestras comunes perspectivas, lo que facilitó nuestra tarea. Como Alconada dedicaba parte de su tiempo a las "internas radicales", o sea a las reuniones partidarias, debí participar muchas veces, representándolo, en las que convocaba el Canciller con su Secretario

(hoy vicecanciller) y sus subsecretarios, lo que me permitía acordar acciones en el máximo nivel.

Una de las primeras iniciativas del presidente Alfonsín fue procurar poner en práctica un amplio plan de cooperación e integración con Brasil, teniendo en cuenta los renacientes procesos democráticos en ambos países. Ya antes de asumir como presidente, le había confiado a sus colaboradores, en especial a Jorge Federico Sábato, el deseo de invitar a políticos y académicos de relieve brasileños para que prepararan un amplio programa de cooperación con sus pares argentinos en vísperas de las próximas salidas electorales en ambas naciones.

A principios de 1985, Tancredo Neves, nuevo presidente del Brasil elegido por el Congreso de su país, en lo que constituía la primera elección de un civil y de modo indirecto tras casi 20 años de dictadura militar, visitó Buenos Aires. En esa ocasión Alfonsín le propuso lanzar un amplio programa de integración económica para fortalecer la democracia, afrontar la deuda externa y posibilitar la modernización productiva, que encontró gran receptividad en su par brasileño, salvo una acción conjunta por la deuda externa, a su juicio poco realista. La muerte de Tancredo Neves, dos meses después, en abril de 1985, precipitó la asunción del hasta entonces vicepresidente José Sarney, un diestro político y fino poeta del norte profundo del Brasil.

Si bien la subsistencia de problemas comerciales y el desbalance de nuestras exportaciones dificultaba el avance de proyectos más ambiciosos, Caputo logró alcanzar positivos entendimientos con su nuevo par brasileño y acordar un encuentro entre Alfonsin y Sarney para noviembre en Foz de Iguazú, con el pretexto de inaugurar un nuevo puente fronterizo, Como parte de nuestra delegación participé de lo que fue el embrión de una nueva era en las relaciones bilaterales. Teníamos conciencia del valor histórico y augural de ese encuentro. Alfonsin estableció enseguida francas relaciones de simpatía y de entendimento con Sarney, que abonó con su imprevisto deseo de realizar una corta visita a la represa de Itaipú, lo que constituyó un simbólico testimonio para dejar atrás las viejas querellas.

Recuerdo que yo tomé la iniciativa de presentar a nuestros altos oficiales de las tres armas a sus contrapartes brasileñas, incitándolos a establecer amistosos y concretos entendimientos. Fruto, además, de una esmerada preparación, pudieron suscribirse varios documentos determinantes para el futuro de las relaciones binacionales. La más importante a mi entender, fue la Declaración conjunta de Iguazú sobre política nuclear, por la que se reafirmaron los propósitos pacíficos de los respectivos programas nucleares (el tácito "no a la bomba", que inquietaba a las grandes potencias) y los objetivos concretos de intensificar la cooperación mutua en ese campo, "visto las crecientes dificultades internacionales para el suministro de equipos y materiales". Se retomaron y enriquecieron así los entendimientos en el campo nuclear negociados en 9.

No hay duda, por otra parte, que los acuerdos alcanzados ese mismo año sobre las cotas de las represas de Itaipú y Corpus, al igual que las cambiantes condiciones políticas en ambos estados, no sólo facilitaron el camino, sino también estimularon esta posible y creciente integración. Los entendimientos fueron fundamentalmente políticos bajo el lema común de "crecer juntos". Se creó para ello una comisión bilateral encargada de ese objetivo integrador, con tres grupos de trabajo, uno dedicado a los aspectos económicos, otro a los transportes y las comunicaciones y el tercero para ciencia y tecnología.

Volvían a actualizarse los designios planteados ya en 1909 por Alejandro Bunge y en 0 por el ministro de Hacienda del presidente Justo, Federico Pinedo, al igual que por el presidente Perón trece años más tarde, aunque este último no solo apuntaba a integrar a Brasil y la Argentina sino también a Chile, Paraguay y Bolivia. Aunque para él "el núcleo básico de la aglutinación latinoamericana" estaba constituido por Argentina, Brasil y Chile.

La guerra de Malvinas, más allá de los juicios críticos que nos merezca, nos obligó a reconocer la solidaridad plena y prácticamente solitaria de nuestros vecinos latinoamericanos, entre ellos el Brasil, y asimismo a reconocer, por parte de importantes sectores de la vida argentina nuestra pertenencia natural a esta región. La falsa idea de que la Argentina era una isla privilegiada de Europa, que alimentó una parcela muy influyente del imaginario nacional, sin un pasado histórico común e interdependiente con nuestros vecinos y sin aspiraciones y necesidades compartidas, debía ser contrastada con hechos y exigencias ya indiscutibles.

Con motivo de la asunción presidencial de Alan García en Perú, en julio de 1985, los cancilleres argentino y brasileño acordaron, a iniciativa de Caputo y con la expresa aprobación de sus presidentes, que ambos países, junto a Perú y Uruguay constituyeran el Grupo de Apoyo a Contadora, a fin de respaldar las gestiones ya en marcha de Méjico, Venezuela, Colombia y Panamá para procurar la pacificación en Centroamérica, en ese tiempo desgarrada por guerras civiles. Brasil, tradicionalmente reticente a involucrarse en conflictos continentales, asumía así un nuevo rol, junto a la Argentina, para que los conflictos generados por la Guerra Fría encontraran soluciones latinoamericanas. Era su común preocupación que la contienda interimperial entre Estados Unidos y los soviéticos (estos vía Cuba), no se extendiera nuevamente por toda la geografía latinoamericana con sus secuelas de guerrillas y dictaduras. Fue el primer paso promisorio del entendimiento político coronado en el encuentro de Iguazú meses más tarde.

La Comisión creada en esta última ocasión llevo a cabo una intensa labor y ocho meses más tarde, en julio de 1986, durante la visita del presidente Sarney a Buenos Aires se pudo firmar un Acta para la integración argentino brasileña con doce protocolos anexos, relacionados, entre otros, con bienes de capital- acordaron que negociarían una lista común con aranceles privilegiados-, asistencia alimentaria recíproca, expansión del comercio bilateral con complementación productiva, formación de empresas binacionales, creación de fondos comunes de inversión y cooperación en la industria aeronáutica y la biotecnología. Para todo ello se estableció un Programa de integración y cooperación entre los dos países (PICAB) que procuraría una progresiva armonización de políticas tanto en el plano interno como en el exterior. La participación de nuestro ministro de Industria y Comercio Exterior, Roberto Lavagna, fue decisiva para la concepción estratégica y el diseño del programa, sobre todo porque apuntaba a administrar el comercio recíproco, superando gradualmente las naturales asimetrías entre los dos países y a que la complementación de sus economías se realizara en beneficio común. Algunas explicaciones meramente económicas para entender este importante giro que daba Brasil a sus relaciones exteriores, basadas en que la asociación con la Argentina le permitiría abrir no solo nuestro mercado sino también el de toda América Latina para sus bienes de capital, al igual que las originadas en las crecientes dificultades políticas y comerciales con los Estados Unidos, desconocen el hecho fundamental de que se estaba estructurando un amplio acuerdo básicamente político para integrar nuestros esfuerzos.

Un caso paradigmático de esta acción convergente fue la voluntad de construir un avión comercial con capacidad de atender una demanda para cuarenta y hasta sesenta u ochenta pasajeros, segmento descuidado por las grandes empresas y en el que la cooperación sería mutuamente ventajosa por las instalaciones ya existentes y factibles de desarrollar, que fue abortado años después por Domingo Cavallo, flamante canciller del siguiente gobierno, al negarse a aportar una indispensable y pequeña inversión estatal. Mi amigo Alberto Ferrari Etcheverry, encargado por Alfonsin de entregarle la documentación pendiente con motivo del traspaso ministerial, me contó que Cavallo le expresó, con interesada candidez, que si ese emprendimiento aeronáutico era tan rentable debía acudirse al financiamiento de algún banco como el City, desconociendo que tal iniciativa política sólo podía ser desarrollada por los Estados. Brasil pudo, de ahí en más y en soledad, desarrollar una formidable industria aeronáutica en ese segmento, que es hoy una de las dos más importantes del mundo.

También fueron desvirtuadas las concepciones originales de la integración al crearse en 1991, bajo el gobierno del presidente Carlos Menem, el Tratado del Mercosur, ya incorporados también al proceso Paraguay y Uruguay, al adoptarse un sistema de desgravaciones arancelarias automáticas y progresivas en el plazo perentorio de cinco años, sin una concepción arquitectónica que asegurase las complementación y los necesarios equilibrios de un programa de integración. El Mercosur se firmó así con pocos resguardos, sin salvaguardias, ni coordinación de políticas económicas, ni normas precisas para la solución de controversias y tolerando el amplio programa de subsidios de Brasil.

Protagonista y testigo directo de ese primer encuentro entre Alfonsin y Sarney en Foz de Iguazú puedo destacar que la rápida compenetración entre ambos presidentes y sus ministros, jugo, ente caso, un papel preponderante en los acuerdos alcanzados.

También tuvimos ocasión de desplegar activas políticas de confraternidad, no solo con nuestros países vecinos, sino también con los más alejados en la geografía sudamericana. Con el nuevo gobierno del Uruguay, presidido por el muy lúcido Julio Sanguinetti, a quién descubrí como uno de los más admirables hombres de estado del Continente, se establecieron profundos lazos de cooperación y amistad. Para Bolivia preparamos un amplio programa de desarrollo agropecuario. Volví a encontrar a mi antiguo amigo, José Ortiz Mercado, ahora flamante canciller boliviano y entablar muy fértiles y a veces espinosas negociaciones por la provisión de gas. La política del gobierno con Paraguay era muy clara: mantener relaciones amigables con la dictadura de Stroessner, sobre todo porque teníamos que sobrellevar muchos problemas, en especial los acarreados por la represa conjunta de Yaciretá. De paso ayudar a los más destacados líderes de la oposición exiliados en la Argentina para la ansiada recuperación democrática en el vecino país. Así conocí a muchos valerosos patriotas, entre ellos los hermanos Rafael y Miguel Saguier, del partido liberal, que recién después de 1989, con la destitución de quien gobernara al Paraguay por más de treinta y cinco años, tuvieron la ocasión de ocupar funciones oficiales. Las relaciones con el gobierno paraguayo no eran fáciles. Si bien en 1973 se había firmado el compromiso de construir Yaciretá y creado el Ente Binacional a cargo del proyecto de esa represa conjunta hidroeléctrica, la obra recién se comenzó en 1983, con el gobierno de Alfonsín. Su embalse (lago) del río Paraná abarcaría una superficie de 160.000 hectáreas. La impunidad codiciosa de los más altos funcionarios paraguayos, tolerada a veces forzosamente por las contrapartes argentinos, provocaron continuos tropiezos. Uno de ellos fue ocasionado por la asignación de pago a las contrapartes paraguayas al ficticio valor fijado para su dólar oficial, lo que le permitía a su gobierno sustanciosas ganancias al transformarlo a su valor real de mercado. Dado que esa situación era insostenible por los perjuicios que nos acarreaba y porque se prolongaba sin resolución, el presidente Alfonsin nos encomendó a Alconada y a mí viajar a Asunción y darle un corte definitivo a esa estafa, bajo la lamentable condición de tener que interrumpir todos los pagos y aún la entera obra.

Con la siempre sabia colaboración de Raúl Quijano, nuestro embajador en Asunción, llevamos a cabo una ardua y terca negociación que solo acabó exitosamente, ya extenuados y de madrugada, cuando nos disponíamos a partir de regreso. Tanto los representantes de la cancillería paraguaya como el ingeniero Enzo Debernardi, máxima autoridad en temas de energía y hombre de la íntima confianza del dictador Stroessner, bregaron con tenacidad para mantener esa fuente artificial de ingresos.

Belisario Betancourt, presidente de Colombia, fue también una de las personalidades que descubrí con admiración. Había establecido una relación muy amistosa con el presidente Alfonsin. No formaba parte de la tradicional aristocracia política o económica del mundo colombiano. Era muy culto, cosa rara en los políticos, y poseía una arrolladora simpatía. Le gustaba rodearse de intelectuales y artistas. Había nombrado en un alto cargo cultural a mi amigo el buen poeta Gustavo Cobo Borda. En la recepción que se le ofreció en una de sus visitas a Buenos Aires pidió que se lo invitara a Jorge Luís Borges a quien mucho admiraba.

Así fue como me tocó compartir la mesa con él y con María Kodama, a quién yo había conocido en Paris. A Borges lo había frecuentado en mi tardía adolescencia a través de las invitaciones que recibía de una asociación llamada Ver y Estimar. En la recepción mencionada, sentado al lado de María Kodama, fuimos con insistencia interrumpidos en nuestra conversación por un impaciente Borges, que quería saber por qué hablábamos tan amistosamente y el por qué de nuestras risas, lo que me quedó grabado como un signo evidente de los celos de un enamorado y también de la fuerte dependencia que tenía con ella. Además me tocó ser testigo de su indisimulada molestia cuando supo justo en esa misma ocasión, que María acababa de recibirse en la carrera de letras, con otra buena amiga mía.

Para incrementar la cooperación con nuestros vecinos, en especial entre las poblaciones y ciudades limítrofes, propicié con el acuerdo de los otros países concernidos, la creación de Comités de Frontera, integrados por las autoridades migratorias, aduaneras y sanitarias, cuando correspondiera, presididas por los cónsules respectivos y con reuniones alternadas en uno y otro lado, para que pudieran unificar y facilitar el tránsito fronterizo. Mi idea original es que esos Comités pudieran asociar en sus reuniones a las autoridades comunales y eventualmente a representantes de la sociedad civil. Se trataba, en suma, de acordar soluciones prácticas, por ejemplo para la integración y agilización de los controles fronterizos, otorgar pases especiales para el tránsito de los pobladores limítrofes al igual que para el desplazamiento de ambulancias o de bomberos, en suma para atender los múltiples problemas existentes en las zonas fronterizas sin necesidad de que intervinieran las Cancillerías o los embajadores respectivos. La única condición que fijamos era no redactar reglamentos, sino que, cuando se adoptaran decisiones se dejara constancia en actas. Evitaríamos así que con nuestra habitual predisposición leguleya se crearan nuevos obstáculos. Al poco tiempo, pudimos extenderlos a cinco pasos fronterizos con Paraguay. Se tendía, sobre todo, a movilizar en uno y otro país la buena voluntad de los funcionarios, mediante un diálogo productivo. Ese mismo año (1985) se pudieron crear otros 4 Comités con Chile, 3 con Uruguay, 2 con Brasil y 2 con Bolivia. Una de las mayores dificultades en esos primeros pasos fue la resistencia de los funcionarios aduaneros y migratorios a ejercer un control unificado fronterizo, sobre todo porque les privaba, a veces, de beneficios poco santos. Su creación fue un elemento útil y gratificante de mi gestión.

A raíz de la crisis del petróleo en los años 70 con la fuerte suba del precio por parte de los países productores, afluyó a los bancos occidentales una enorme cantidad de capitales, a los que se llamó los petrodólares. Esas entidades financieras se apresuraron a volcar, sin demasiada discriminación ni control, semejante masa de dólares en los países en desarrollo. Esos créditos a tasas originalmente bajas suplieron en buena parte sus déficits de balanza de pagos y no se aplicaron para invertir en planes de desarrollo o para mejorar su productividad. En el caso argentino, durante el gobierno militar, además se estatizó imprudentemente toda la deuda privada, cuyo valor era de casi 17.000 millones de dólares. A fines de los años 70 la Reserva Federal de los Estados Unidos, para combatir la inflación interna, decidió subir la tasa de interés, por lo que el precio del dinero aumentó enormemente en todo el mundo. El costo creciente del pago de los créditos concedidos en su momento a tasas variables, sumado al aumento de la fuga de divisas, provocó un rápido estrangulamiento de las economías latinoamericanas. La deuda externa argentina pasó de absorber el 14% de nuestras exportaciones, en diciembre de1979, al 42% en marzo de 1981. Los países latinoamericanos enviaron al Norte desde 1976 a 1984 excedentes financieros por valor de 170.000 millones de dólares, lo que significó "un Plan Marshall al revés", como lo señalara Dante Caputo. Es de destacar que la ayuda norteamericana para la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial, el Plan Marshall, no superó, en valores actualizados, los 150.000 millones.No fue casual que Méjico declarase en 1982 la cesación de pagos, ante la imposibilidad de cumplir con sus obligaciones externas.

A poco de asumir, tanto el presidente Alfonsin como el canciller Caputo intentaron que los países latinoamericanos, cuya deuda total alcanzaba ya los 315.000 millones de dólares, pudieran asumir una posición común frente a tal situación. Desplegaron una intensa tarea diplomática con reuniones tanto bilaterales con Brasil y Méjico, como multilaterales con otros países. A pesar de exceder las estrictas competencias de mi función, me ví involucrado en la tramitación de las mismas y en la más formal convocatoria en mayo de 1984 para que los cancilleres y los ministros de economía de todos los países sudamericanos se reuniesen en Cartagena, Colombia, a fin de arbitrar una posición común frente a la dramática situación de su deuda externa. Para la posición argentina, era la única arma política con posibilidades de éxito. El temor por las consecuencias de asumir una actitud semejante hizo que el tema se siguiese considerando en ulteriores y estériles encuentros. La inercia declarativa continuó soslayando la única alternativa eficaz disponible y las estructurales limitaciones económicas de nuestros países continuaron afectando en los años siguientes nuestra capacidad de crecimiento y desarrollo El impago de las deudas internacionales y el "vivir solo con lo nuestro" era y es hoy insostenible. Lamentablemente, para aliviar en parte las presiones externas que recibía y por las nuevas exigencias del gobierno norteamericano de Ronald Reagan, debió Alfonsín paralizar la producción de uranio enriquecido, una de las más importantes conquistas científicas argentinas.

Los problemas económicos con que se encontró Alfonsin apenas llegado al gobierno, una inflación de 600% anual en el último trimestre de 1983, un déficit público muy alto

(9% del PBI), la estatización de la deuda privada y el incremento notable de las tasas de interés internacionales, no fueron fáciles de sobrellevar. Además, debió soportar una alta conflictividad social y militar. La C.G.T. dispuso 13 paros generales durante su gestión, una cifra record en la historia argentina, visto el descontrol de la dirigencia sindical peronista. Por otra parte, la agitación provocada por algunos sectores militares y la obstructiva tarea que llevaban a cabo los representantes peronistas en el Congreso, contribuían a aumentar el desasosiego en la escena política del país. Una parte considerable de los sectores económicos y financieros que habían respaldado al gobierno militar, a través de sus tradicionales voceros periodísticos, se resistían una vez más a acompañar el proceso económico con obstinada ceguera, una vez más, para atender los intereses nacionales en juego.

El severo fallo de la Cámara civil encargada de juzgar a los cabecillas de las Juntas militares, en diciembre de 1985, tuvo una favorable acogida en la opinión pública que había seguido con mucho interés el desarrollo del proceso, aunque creó un gran desasosiego en los cuarteles, ante el temor que pudieran proseguirse luego los juicios contra los oficiales subalternos. Allegados al presidente Alfonsin me contaron que su idea original era limitar los juícios a los jefes superiores de las fuerzas armadas, pero los procesos se hicieron incontrolables. Así, después del primer levantamiento militar debió impulsar en el Congreso en 1986 una ley de Punto Final, imponiendo un plazo máximo de 60 días para el inicio de nuevos juicios contra acusados de delitos de lesa humanidad. Ello no fue suficiente y ante un nuevo y más amplio levantamiento militar, en abril de 1987, cuando yo ya no estaba en la Argentina, Alfonsin pudo conseguir que el Congreso sancionara la ley conocida como de "obediencia debida", por la que se podía eximir de juicios y condenas al personal militar subalterno. Muchos amigos nos preguntábamos entonces por qué Alfonsin no fue fiel a su decisión original desde el principio, para que el juicio a las Juntas y a los altos jefes militares fuese el único testimonio ejemplar y condenatorio de la prolongada dictadura.Tuvieron en ello influencia decisiva algunos juristas que lo rodeaban, fundamentalistas y sin experiencia política, al igual que la postura del senador Sapag, que, por ser pariente de una víctima, impulsó con su voto la corrección de la propuesta legislativa oficial. También nos preguntábamos si después, sobre todo ante la última rebelión, no hubiese sido útil enfrentar militarmente a los revoltosos. El argumento de que así se evitaba un nuevo derramamiento de sangre, no impidió que el gobierno quedase políticamente debilitado.

En el plano exterior una de las principales prioridades del gobierno fue concluir el ya prolongado conflicto limítrofe con Chile por la propiedad de las islas al sur del Canal de Beagle y el límite de las aguas al extremo sur del Continente. Ya tuve ocasión de comentar la aceptación por ambos países de la mediación papal. El Papa asignó, en 9, al Cardenal Antonio Samoré llevarla a cabo. Su tarea fue ardua y compleja. Durante su desarrollo tuvo lugar la guerra de Malvinas (1982), donde Chile prestó una irritante colaboración a los ingleses, lo que significó un nuevo tropiezo en las negociaciones. El Cardenal Samoré no cejó en sus empeños y hasta el fin de sus días, en febrero de 1983, intentó acercamientos importantes entre las partes, aunque su logro mayor, fue el haber asegurado la paz entre los dos países vecinos. Cuando asumió el nuevo gobierno de Alfonsín, ya el Papa había nombrado como nuevo mediador al cardenal Agustín Casaroli. Las negociaciones en el Vaticano estaban estancadas, por lo que el Canciller Caputo decidió encarar con el nuevo jefe de la delegación argentina, el embajador Marcelo Delpech, sagaz diplomático y sólido jurista, una negociación directa con el jefe de la delegación de Chile, por entonces Subsecretario de Relaciones Exteriores, el coronel Ernesto Videla. Así fue como después de innumerables encuentros entre los nuevos protagonistas se pudieron alcanzar coincidencias básicas e imaginativas que satisfacían en lo sustancial las aspiraciones recíprocas. Las islas del Canal de Beagle, ocupadas desde mucho tiempo atrás por Chile, le eran formalmente asignadas por cuanto nuestros derechos a las mismas eran muy débiles. Pero también se aceptaron los límites oceánicos, las aguas al oeste del meridiano del Cabo de Hornos serían para Chile y al Este para nuestro país. Para ello se retomó el mismo artilugio pergeñado años atrás por el embajador Julio Barberis y discutido con su colega diplomático y jurista Santiago Benadava, en sus visitas periódicas a La Haya, por el que se arbitraba un desvío provisorio de los límites hacia el Atlántico, de modo que quedasen incluídas las islas para Chile con un limitado mar territorial, el famoso "cañón", para retomar luego los límites hacia el oeste y hacia el sur, consagrando así el principio biocéanico. El nuevo acuerdo incluyó muchas y relevantes precisiones adicionales y sobre todo disposiciones específicas sobre la utilización de los canales de Magallanes y de Beagle. Alfonsín consideró que la relevancia del Tratado merecía que se lo sometiese a un plebiscito nacional, que fue rápidamente convocado, sobre todo porque el peronismo había asumido una posición principista de rechazo. El 81% de la población se pronunció favorablemente en noviembre de 1984, por lo que de inmediato fue enviado al Congreso para su aprobación por ambas Cámaras. Antes del plebiscito tuvo lugar un interesante debate ante las cámaras de televisión, entre el canciller Caputo y el senador peronista Vicente Saadi, asesorados por sus equipos. La lucidez y consistencia de Caputo en el debate frente al ofuscamiento y la debilidad argumental de su oponente ayudaron mucho al resultado del plebiscito. Es bueno recordar también que la aprobación posterior del Tratado en la Cámara de Senadores, se decidió por solo un voto, 23 a 22. Prontamente se firmó el Tratado de Paz y Amistad entre Chile y la Argentina que fue refrendado meses más tarde en el Vaticano en presencia del mismo Papa que tanto había contribuido al feliz resultado.

Aunque yo ya había partido para asumir el Consulado en Madrid, supe tiempo más tarde que el Presidente Alfonsín había iniciado a fines de 1986, en su visita a la Unión Soviética, las primeras negociaciones secretas para permitir la democratización chilena. Como la actividad guerrillera del Frente Manuel Rodriguez, de inspiración comunista, estaba incrementado sus atentados mediante sofisticados explosivos y los asesinatos de figuras relevantes de la dirigencia chilena, Alfonsín temía que la onda expansiva pudiera trasladarse a la Argentina y que de todos modos nuestro país pudiera servir de refugio a algunos líderes guerrilleros, creando así un peligroso conflicto diplomático. Para ello inició, con el canciller Caputo, tal vez una de las iniciativas más audaces y exitosas, además de poco conocidas, de su política exterior. Con el conocimiento de que el armamento y el apoyo financiero para ese grupo subversivo era provisto regularmente por Cuba y los soviéticos y con el objetivo de sustraer al Cono Sur de la contienda inter-imperial de la Guerra Fría, condición indispensable además para que en Chile pudiese consagrarse una salida democrática, empezó en Moscú sus primeros sondeos, los que continuó más tarde directamente con Fidel Castro y con prominentes figuras del comunismo chileno en el exilio. También se encararon trabajosas gestiones confidenciales ante los demócrata-cristianos y los socialistas chilenos, a fin de que aceptaran, en vísperas de un plebiscito que se había forzado a convocar el dictador Pinochet para legitimar su gobierno, legalizar y por tanto integrar al partido comunista chileno de obtener un resultado favorable. Otras tantas conversaciones secretas se mantuvieron con el gobierno de Pinochet, a través del Subsecretario de relaciones exteriores chileno, nuestro conocido, ya general, Ernesto Videla y con el gobierno de Estados Unidos, al que se mantenía al tanto de las tratativas confidenciales, a fin de que no interfiriera en las negociaciones. Eran, sin duda, riesgosas y simultáneas gestiones a varias bandas para mostrar que el objetivo podría favorecer a todos los interesados. Se trataba de que, por un lado se suspendieran los suministros de armas a los insurgentes chilenos y que los comunistas optaran por una salida democrática, aunque en el primer tramo no pudieran participar, y que, por otro lado, el gobierno de Pinochet no retrocediera en su convocatoria al plebiscito visto la prometida supresión de la violencia subversiva y del aumento de la conflictividad social. Naturalmente el plan de Pinochet era obtener un resultado favorable que legitimase su gestión en las urnas. Fue también importante, para ello, la asunción del que fuera embajador de Chile en Buenos Aires, Sergio Jarpa, como nuevo ministro del Interior en el vecino país. Jara propició el plebiscito y creó una cierta distensión al permitir el regreso de muchos exiliados; también fue útil que el hábil político Mihail Gorbachov asumiera en 1985 al cargo de Secretario General de Partido Comunista en la Unión Soviética.

Se le debe, pues, al gobierno de Alfonsín no solo haber dado fin a un espinoso y prolongado conflicto con Chile, sino también haber contribuido en gran parte a que nuestros vecinos pudieran dejar atrás la larga dictadura de Pinochet, visto el desenlace a favor de la democracia que consagró el plebiscito.

En abril de 1986 lanzó Alfonsin uno de sus proyectos más ambiciosos: trasladar la Capital Federal a un área patagónica integrada por las ciudades de Carmen de Patagones, en la provincia de Buenos Aires y Viedma con Guardia Mitre, en la provincia de Río Negro. Su invitación a los argentinos de "avanzar hacia el sur, hacia el mar y hacia el frío" era sugestivamente convocante, en la medida que procuraba descentralizar el poder político y económico del país, concentrado en el Gran Buenos Aires Su proyecto tuvo favorable acogida en el Congreso, por lo que pronto se transformó en un complejo texto legislativo.

Se nos pidió, al área por mí dirigida, expresar nuestra opinión sobre el particular y, en especial, sobre la significación que tendría la concreción de esa propuesta para la política exterior en nuestro Continente. Recuerdo que convoqué a mis colaboradores para debatir el tema. Más allá de su costo y las dificultades para concretarlo, hicimos un prolijo trabajo donde ponderamos las consecuencias y las posibles ventajas que tendría ese cambio, desde el punto de vista geopolítico, tanto para nuestro relacionamiento con los países vecinos, como para nuestra mirada sobre el contorno continental. La falta de decisión del gobierno de Alfonsín para implementar con pasos concretos su proyecto, urgido por otros y más imperiosos problemas políticos y económicos, hizo que el mismo se desdibujara en el siguiente gobierno de Menem. Sigo pensando, veinte años más tarde, que había en Alfonsín una vocación de estadista, con imaginación estratégica que no volvió a repetirse en sus sucesores. Según me contó uno de sus allegados, había sido, tiempo atrás, un asiduo jugador de "pase inglés", un arriesgado juego con dos dados en el que se suceden las apuestas antes de cada tirada y en el que el temple y la audacia del apostador son decisivos, condiciones indispensables también para un activo protagonista de la vida política.

Otra iniciativa del Gobierno en las relaciones exteriores fue concretar acuerdos pesqueros en julio de 1986 con la Unión Soviética y Bulgaria. En ese entonces la URSS tenía la más grande flota pesquera del mundo y era el único país que no había aceptado aprovechar las ventajas que ofreció el gobierno británico en 1984 para explotar los recursos ictícolas aledaños a las islas Malvinas. Por ese tiempo los pesqueros soviéticos utilizaban, como todas las otras flotas depredadoras del Atlántico Sur, el puerto de Montevideo. Esos acuerdos fueron incentivados por un reciente informe del Instituto Nacional de investigación y desarrollo pesquero (INIDEP), donde daba cuenta de la gran depredación que las flotas pesqueras extranjeras estaban causando a los recursos existentes alrededor de las Islas y en nuestra zona económica marítima exclusiva y la necesidad de salvaguardar nuestros derechos en esa área- las 200 millas desde la costa, así reconocidos por la Convención del Derecho del Mar -afectados por la pesca ilegal.

De allí que otra de nuestras preocupaciones fue conseguir que la Unión Soviética reconociese, como lo hizo en ese acuerdo, nuestra soberanía marítima y, por consiguiente, aceptara pagar compensaciones económicas por la pesca en nuestra área, utilizase nuestros puertos y acordara pautas concretas de conservación conjunta de ese recurso mediante una explotación racional. Meses antes nuestro gobierno había firmado otro importante acuerdo comercial con la URSS para una incrementada venta de cereales contra el compromiso argentino de comprar hasta 500 millones de dólares en equipos y manufacturas industriales. También por esos tiempos se concretó la financiación soviética para la construcción de la represa Piedra del Aguila y el suministro de uranio enriquecido para el centro atómico de Ezeiza, para poder seguir fabricando radioisótopos con fines medicinales, suministro que le era negado por los países occidentales. A pesar de que en nuestro país son escasos los comentaristas de temas internacionales y, en general, los políticos suelen desconocer los estrechos márgenes con que se cuenta para satisfacer nuestras aspiraciones en el mundo, limitándose habitualmente a expresar opiniones ideológicas o autocomplacientes ante cada encrucijada, resulta siempre difícil a nuestra opinión pública aceptar esas limitaciones. Mucho más, sin duda, cuando se asumen ciertos riesgos o se contradice a las potencias dominantes, apoyadas habitualmente por un abigarrado sector interno que defiende sus intereses, lo que el general Charles De Gaulle denominase en Francia "le parti de l´étranger" (el partido del extranjero). El gobierno militar había mantenido, con la activa participación de su ministro de Economía, José Martinez de Hoz, intensas relaciones económicas con la Unión Soviética, razón por la que el partido comunista argentino fue uno de sus más firmes respaldos. Sin embargo, en esta ocasión, los mismos sectores internos otrora beneficiarios de aquellas políticas criticaron con dureza estos nuevos convenios.

El acuerdo pesquero con la URSS provocó fuertes reacciones por parte del Secretario de Estado de Estados Unidos, George Shulz, por considerarlo estratégicamente peligroso. A esa crítica, se sumaron varias voces argentinas como las de Oscar Camilión. La CGT, para no ser menos, decretó un paro general por 14 horas. Gran Bretaña, por fin, aprovechó esos acuerdos con la URSS y Bulgaria, para decretar una "zona de conservación pesquera de 150 millas" alrededor de las islas Malvinas. La "guerra fría" de los norteamericanos con los soviéticos estaba todavía en su apogeo y su influencia en la política argentina no era desdeñable.

El principal problema para nuestro país no estaba ni está a mi entender, en que se reconociesen nuestros derechos, sino en nuestra incapacidad de controlar esa extensa franja marítima. En los sucesivos gobiernos y en los variados acuerdos de pesca celebrados, el tema siguió vigente, al igual que la continua depredación de nuestras riquezas ictícolas. En esa época me permití opinar durante una de las reuniones de gabinete donde me tocó participar en representación de Alconada, que esos acuerdos sobre todo propiciados por Jorge Sábato, podían ser contraproducentes por la reacción adversa de las grandes potencias occidentales, sobre todo ante los desafíos políticos y económicos, tanto internos como internacionales, que debía afrontar el gobierno, lo que fue confirmado por las reacciones internas y de Gran Bretaña, así como de los Estados Unidos. También me permití disentir con Jorge Sábato en su postura de respaldar una iniciativa que fue finalmente asumida por Brasil para establecer una Zona de Paz y Cooperación en el Atlántico Sur, que fue consagrada por una resolución de Naciones Unidas, a la que se adhirieron la mayoría de los países costeros africanos y sudamericanos. El objetivo principal era no involucrar a esa área en los conflictos militares inter-imperiales y condenar la presencia en ella de armas atómicas. Naturalmente se apuntaba a cuestionar la militarización creciente de las islas Malvinas, incluyendo la posibilidad de que pudieran guardarse allí dispositivos nucleares. Por otra parte, según mi criterio, mediante esa declaración Brasil podía desplegar una ambiciosa política en el Atlántico Sur y se soslayaba, sin especificarlo, el hecho principal que era la existencia del enclave militar malvinense. Esas discrepancias con Jorge Sábato en aspectos estratégicos, que se reiteraron en otros temas, nunca afectaron su invariable buena disposición para aceptar mis opiniones adversas, sin molestarse por ello. Años después volví a encontrarlo en Madrid y le pedí que me permitiera homenajearlo por la siempre amistosa recepción de mis discrepancias y expresarle mi estima y gratitud por esa actitud para conmigo. Era, sin duda, un intelectual de alma grande, animado por nobles propósitos, por lo que sentí mucho su prematura muerte años después tras un infortunado accidente.

Aunque yo compartía una de las principales preocupaciones de Alfonsín y de Caputo que apuntaba a sustraer a nuestro país y a toda la región del conflicto inter-imperial de la Guerra Fría, era claro y difícil también que esa postura no afectara a veces visiones e intereses tradicionales de los Estados Unidos, siempre exigentes con alineamientos automáticos.Tampoco veían con placidez los ambiciosos planes de cooperación con Brasil que, sin duda, podrían debilitar su influencia en la Región.

Como pensaba que debía encontrarse algún tema de coincidencia con los Estados Unidos, visto la variedad de disidencias políticas y económicas, le propuse en su momento a Alconada que podríamos colaborar con los Estados Unidos, mediante un aporte amistoso y de buena voluntad, en la lucha contra el narcotráfico en el Continente. Dada la gravedad del problema, en especial en Bolivia, Perú, Colombia y Méjico, y que el mismo se había transformado en tema principal de la agenda interamericana, nos podría permitir distender nuestras relaciones con una oferta de cooperación en un campo al que los norteamericanos le asignaban ya carácter prioritario. La eventual propuesta se veía fortalecida porque la Argentina en ese entonces no era ni fabricante ni alto consumidor de narcóticos, por lo que se resaltaría la buena voluntad al involucrarse en la misma. El Vicepresidente de los Estados Unidos había declarado que el "comercio internacional de drogas era una preocupación de seguridad nacional, por su amenaza a la democracia", según constaba en una nota que me envió por esos días el consejero político de la embajada norteamericana, Richard Howard.

Preparé, pues, un extenso memorándum indicando la conveniencia de emprender esa iniciativa y comenzar los contactos adecuados con nuestros difíciles amigos del Norte, sobretodo porque las reuniones latinoamericanas eran meramente declarativas y no incluían la participación responsable de los Estados Unidos. A los pocos días me pidió Alconada inesperadamente que lo acompañara a hablar sobre esa propuesta directamente con el presidente Alfonsín. Yo tenía presente el irónico comentario que me había hecho un sagaz político colombiano, al relatarme un reciente encuentro con congresistas estadounidenses donde se ufanó del pionero invento de su país al crear los aviones invisibles, aviones que atravesaban por centenas sus fronteras con estupefacientes, sin ser detectados por sus sofisticados sistemas de control, añadiendo que de otra manera no se explicaba que tuvieran el más alto nivel de consumidores del mundo, alrededor de 30 millones… Preferí no comentarlo con el Presidente. Dado que los norteamericanos solo se interesaban por el narcotráfico en Latinoamérica, le expuse que nuestro país podía ayudar para una mayor eficacia de ese combate mediante el desarrollo de una estrategia conjunta que aceptase la doble responsabilidad de los países productores y consumidores. Aceptar solo la de los primeros no sería suficiente para llevar a cabo una acción continental exitosa. Por otra parte, los comerciantes y exportadores latinoamericanos de narcóticos tenían muy fluidas relaciones con las cadenas de distribución estadounidenses. El sistema financiero norteamericano era, además, importante colaborador en el lavado de dinero del narcotráfico, segun lo demostró años más tarde, Andrés Oppenheimer en un libro, fruto de una exhaustiva investigación y que no logró se tradujera al inglés.

Alfonsín tenía una invariable disposición para escuchar con atención a sus interlocutores y para mostrar interés en lo que se le proponía, al menos esa fue mi experiencia en las distintas entrevistas a las que tuve el placer de asistir y en las que pude apreciar siempre una contagiosa cordialidad. Creo que hubiera sido un más admirable presidente si no hubiera debido afrontar tantos tropiezos encadenados. El tema no sólo le interesó sino que me dio plenos poderes para poner en marcha esa iniciativa. Pensamos que era indispensable contactar primero a la embajada norteamericana y a mi amigo Howard para transmitir la propuesta y esperar el eco que pudiera encontrar en su gobierno.

Al poco tiempo recibí una invitación para encontrarme en Perú con el director de la DEA (Drug Enforcement Administration), el máximo organismo del gobierno norteamericano en el tema de narcóticos. Mi arribo a Lima no dejó de sorprenderme. Me esperaban junto a la escalera del avión una limusina blindada y dos autos de custodia, que me condujeron rápidamente al encuentro, en un lugar fuertemente custodiado, con John Thomas, entonces director de la agencia norteamericana de drogas.

Después de exponerle la buena disposición de nuestro gobierno para colaborar en la tarea de sumar a los países productores de estupefacientes para la puesta en marcha con los Estados Unidos de un plan hemisférico de lucha contra el flagelo, en el entendimiento de que solo un trabajo conjunto entre exportadores y consumidores podría tener éxito, me agradeció el ofrecimiento, adelantándome que si bien sería muy difícil de implementar lo analizarían con interés y que podríamos discutirlo en una próxima reunión. El siguiente encuentro lo acordamos en Bogotá. Allí volvió a repetirse el ritual cinematográfico de Lima con los mismos interlocutores. Nuevamente me agradeció el gesto de nuestro país pero, lamentablemente, no podían aceptar la idea de involucrar al continente en los problemas internos de su país. A pesar de que el objetivo original había sido cumplido, o sea expresar nuestra buena voluntad, volví desilusionado porque los norteamericanos se negaban a aceptar un tema obvio y que sólo treinta cinco años después, mientras escribo estas líneas, pudo reconocer Barack Obama esa corresponsabilidad ante el presidente de Méjico.

Como siempre en la carrera diplomática iba llegando el tiempo de concluir mi ciclo en la Cancillería y aprestarme para un próximo traslado al exterior. El principal escollo era encontrar un funcionario adecuado para reemplazarme y que tuviera el beneplácito de las autoridades. Aunque mi principal candidato era Juan José Uranga, con quien compartíamos visiones y perspectivas, tuve presente que nuestro común amigo, Juan Carlos Olima - que había estado involucrado en el incidente de las islas Georgias, previo a la guerra de Malvinas y afectado por unos contratiempos burocráticos-, necesitaba ser reivindicado profesionalmente por su inteligencia y capacidad política. No dudé entonces en proponerlo y en desvirtuar las posibles objeciones que podría recibir, por lo que fue finalmente aceptado para reemplazarme. Su eficaz desempeño posterior me confirmó en la justeza de mis propósitos.

Por ese tiempo de vísperas, mi hija me participó, con sus flamantes quince años, que quería vivir conmigo. Aunque mi amigo Alberto Ferrari Etcheberry – que era el nuevo subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, porque Alconada había pasado al ministerio de Defensa-, me había propuesto, en nombre del Canciller, para que fuera embajador en Brasil, dados mis antecedentes y la conveniencia de contar con un funcionario de confianza en ese país, después de meditarlo me vi obligado con cierta decepción a no aceptar el generoso ofrecimiento. Sabía, por experiencia, que Brasilia no era el lugar más adecuado para acompañar a mi hija en su crecimiento y en su educación. Además, mis absorbentes obligaciones como embajador en un país tan importante para la Argentina me obligarían a desatender sus necesidades. Frente al dilema, opté por privilegiar mi paternidad. Para ello intenté buscar algún puesto alternativo vacante y solo encontré el Consulado General en Madrid. Con ello, decepcioné a muchos amigos y colegas que pensaban que yo debería haber optado por una importante embajada. Así fue como debí dejar atrás una muy gratificante experiencia y resignar una alentadora distinción. Después de más de 25 años iba a desembarcar nuevamente en mi querida España.

16. CONSULADO EN MADRID

Madrid y toda España habían cambiado mucho desde mis tiempos de estudiante. Tras la muerte de Francisco Franco en 1975, con las primeras elecciones democráticas en 1977 y la aprobación de la nueva Constitución en 1978, que consagró la monarquía parlamentaria, España salió definitivamente de su aislamiento internacional tras la Guerra Civil (1936-1939).

La continuidad de los equipos económicos, más allá de los importantes cambios políticos y de gobiernos, no sólo permitieron ir insertando a España en el primer plano europeo-dotando a sus empresas de un formidable empuje-sino también concertar con los renombrados Pactos de la Moncloa (1977), entre todas la fuerzas políticas y sociales, acuerdos básicos en el campo de la política y la economía. Esos acuerdos fueron primero el fruto de entendimientos entre economistas representantes de las diversas fuerzas políticas y sociales. No se ha destacado lo suficiente que varios de esos economistas, tanto de derecha, de los comunistas o de las centrales sindicales, eran los mismos que trabajaron, en tiempos de Franco, en el Plan de Estabilización de 1959 bajo la conducción de Laureano López Rodó. Esos entendimientos básicos fueron asumidos luego públicamente por los políticos, que afrontaron los riesgosos debates ante sus propias huestes y la opinión pública y cuya consagración tomó el ya legendario nombre de Pactos de la Moncloa.

La llegada de Felipe González al poder en 1982, movió a enterrar el programa socialista aplicando un severo ajuste fiscal con reformas estructurales, por lo que no se alteró así el rumbo. Al contrario, le dio un renovado vigor y le permitió empezar a jugar un papel destacado en el plano internacional y, en especial, con la Argentina, que en 3 también había logrado su recuperación democrática.

También había cambiado el Madrid que yo conocía. No sólo se había producido una gran renovación cultural y social – lo que dio en llamarse "la movida madrileña"-, sino que se habían realizado muchísimas obras públicas, tanto de saneamiento integral de las aguas residuales, como de mejoramiento de la infraestructura de la ciudad y el embellecimiento urbano, instalando canteros de flores en las calles y avenidas. En 1979, en las primeras elecciones municipales democráticas y con el apoyo de los socialistas, había sido elegido alcalde Enrique Tierno Galván, a quién todos llamaban el "viejo profesor", a pesar de que solo tenía 61 años. El fue el impulsor de esos grandes cambios. Su gestión no se limitaba a encarar reformas y promover actividades. También gobernó de una manera inédita y pedagógica, mediante sucesivos "bandos", exhortaciones escritas en un lenguaje pulido y atrayente, donde instaba a la población a mejorar sus fachadas, colaborar en la limpieza de la ciudad, cuidar al turista, fuente insustituible de ingresos, y en general, a responsabilizar a los ciudadanos de la vida urbana. Tierno Galván, doctorado en derecho y en filosofía, había sido catedrático de derecho político en la Universidad de Salamanca hasta su expulsión de la cátedra en 5 por el franquismo, y autor de muchos valorados libros. Yo lo había leído y conocido durante mi estancia estudiantil en Madrid a través de amigos a quienes preparaba para las difíciles "oposiciones", concursos para acceder a cargos públicos en la administración y en la diplomacia, con lo que completaba sus magros ingresos como profesor universitario.

Se había disipado la atmósfera provinciana del viejo Madrid. Como en casi todo el país una nueva prosperidad se abría camino y cientos de novedosas tiendas mostraban la irrupción de un público ávido de mejoras, dejando atrás sus tradicionales hábitos austeros. La confianza en el futuro y la conciencia de pertenecer ya de modo pleno a la comunidad europea le permitían a sus gentes estrenar nuevos orgullos. La afianzada libertad de opinión permitió la aparición de nuevos periódicos y el aflojamiento de las antiguas restricciones morales repercutía también en la vida cotidiana.

Este era el entorno en el que yo debería desarrollar mi actividad, con una colonia de argentinos que ya superaba holgadamente el número de 40.000, al menos en la jurisdicción del Consulado a mi cargo. Muchos habían emigrado durante la dictadura militar y habían decidido no regresar pese al cambio de gobierno; otros por razones económicas, ante las difíciles condiciones que habían encontrado en nuestro país para desarrollar sus actividades y con el aliento de las nuevas posibilidades abiertas en España. Decenas de profesionales, médicos, dentistas y abogados ya gozaban, en buena parte, de confortables situaciones. Como la carrera de odontología no existía con autonomía en las universidades españolas y sólo formaba parte de una especialización en estomatología en la carrera de medicina, se había producido, según decía un periódico español, una verdadera invasión de dentistas argentinos que rápidamente lograron contar con crecientes y calificadas clientelas, a pesar de los obstáculos legales impuestos por las autoridades locales sin respetar tratados muy precisos de equiparación de títulos firmados con la Argentina.

Asimismo fue exitosa la incorporación de una legión de psicoanalistas argentinos, que irrumpieron en un medio poco propicio para aceptar los trastornos psicológicos y que consiguieron con variados tropiezos adueñarse de un área hasta entonces casi ignorada. Encontraron en la modernizada sociedad española un campo apto para desenvolver sus saberes, de tal modo que su actividad llegó a identificarse como típica de argentinos. Cuando llegué a Madrid estaba representándose con resonante éxito una obra de teatro cuyo título paródico era "¿Qué me dice Dr. Liberman?". Cosa curiosa porque por sugestiva coincidencia se desempeñaba entonces en Madrid, con mucho prestigio, el Dr. Arnoldo Liberman, autor además de muchas obras en su especialidad y a quien tuve ocasión de conocer y recordar con humor esa fortuita fama…Además, los madrileños ya comenzaban a utilizar palabras del lenguaje psicoanalítico -"complejos", "culpa" y "represiones"-, tan comunes entre los argentinos.

Muchos compatriotas se desempeñaban en empresas locales y en áreas del gobierno, la justicia y la universidad. Otros tantos habían abierto negocios gastronómicos. Actores y artistas se habían también se sumaron a la escena española.

Para atender todo esa fauna variopinta contaba con un plantel de ocho eficientes empleados locales, no todos de origen argentino, una administrativa de nuestra Cancillería y dos cónsules adjuntos. Uno de ellos, Eduardo Mallea y de mi mayor confianza, pude conseguir que se incorporase al tiempo de mi arribo. Nuestra tarea no se limitaba a tramitar documentos y asentar poderes, sino también a proveer de pasaportes a residentes o viajeros que los habían extraviado o se los habían robado. En estos casos, como las pérdidas incluían habitualmente también los billetes aéreos y todo su dinero, debíamos empeñarnos en procurarles soluciones alternativas que desbordaban nuestras competencias.

Nuestra tarea era fundamentalmente de servicio y en muchos casos también de apoyo afectivo para nuestros compatriotas, por lo que logré que todos los que trabajábamos en unas antiguas oficinas de la calle Ortega y Gasset se sintieran compenetrados de esa misión, de tal modo que los visitantes sintieran que constituíamos una "casa amiga". Como me enteré que uno de los cónsules, un antiguo funcionario, solía retar a los afligidos viajeros por descuidar sus pertenencias o tratar con indisimulado fastidio a los compatriotas o españoles quejosos, debí pedirle sustraerse a la atención del público y se concentrase sólo en firmar los documentos requeridos. Cuando tuve que calificarlo, exigencia de rutina en todas las dependencias diplomáticas, me vi obligado, por única vez en mi carrera, a mencionar que su comportamiento y su criterio no se correspondían con el rango jerárquico de que gozaba. Después de un tiempo de enviar esa calificación a nuestra cancillería, recibí un telegrama oficial notificándome que dicho funcionario había sido promovido a un rango superior.

Cuando con posterioridad se me pidió una nueva calificación del citado funcionario decidí enviarle al Canciller Dante Caputo un cable en el que recuerdo le decía: "Ante el fundado temor que una nueva calificación desfavorable aliente a Vuestra Excelencia a promover otra vez al… he decidido abstenerme". Según me contaron luego mis amigos, el mensaje fue recibido con buen humor e impulsó a averiguar el origen de ese despropósito. El llamado de un hermano del presidente Alfonsín, conocido de la familia del funcionario en cuestión al subsecretario de administración de la Cancillería, otro radical, para que lo tuviera en consideración, logró promoverlo sin mirar sus antecedentes y mucho menos sus calificaciones. Favores innecesarios y desaprensivos entre correligionarios.

El Consulado General a mi cargo con jurisdicción sobre gran parte de España tenía una única dependencia en Cádiz, a cargo de otro funcionario que cubría gran parte de Andalucía y Extremadura. Si bien gozaba de autonomía y no tenía dependencia funcional de la Embajada Argentina con sede en Madrid, tuve la suerte de encontrar allí a un nutrido y amistoso grupo de funcionarios diplomáticos. El embajador era Hugo Gobbi, diplomático de larga carrera y adscripción radical. No mantenía una activa vida social, limitada solo a las personalidades políticas. Yo sospechaba que sus aspiraciones de ser nombrado Canciller no habían menguado y vivía así su tiempo español como transitorio y de espera. Por suerte, estaba secundado por el ministro Raúl Perazzo Naón y su mujer Silvia, que compensaban, con su habitual cordialidad, esas falencias. Fueron, además, mis primeros amigos. Como tenían una hija de la misma edad de la mía, su cálida acogida me permitió orientarme en la elección de colegios y contar con su apoyo para mis primeros pasos madrileños.

Como Consejera Cultural se desempeñaba la escritora Beatriz Guido, la más generosa anfitriona del mundo intelectual y artístico hispanoargentino, tanto residentes como viajeros. Su departamento, situado frente a la glorieta "Ruben Darío", estaba siempre colmado de tertulianos, quienes acudían espontáneamente al caer la tarde. Ella recibía acomodada en un gran sillón que oficiaba de trono y nada apreciaba más que los visitantes, a los cuales yo solía incorporarme, aportaran bombones a su insaciable avidez. Esas tertulias, siempre amenas e interesantes, me hacían pensar en aquellas que en los siglos XVII y XVIII solían reunir en Francia a lo más granado de la intelectualidad parisina y que tan bien evocara Benedetta Craveri en su libro sobre "La cultura de la conversación". Lamentablemente Beatriz murió en Madrid en 8, por lo que fue reemplazada al poco tiempo por Osvaldo Ferrari, autor de varios libros en los que se recogieron sus ya célebres diálogos con Jorge Luís Borges. Con él y su mujer establecimos también amistosas y perdurables relaciones.

La dirección del Colegio Mayor argentino, amplia residencia de estudiantes en la Ciudad Universitaria de Madrid, había sido confiada a Martha Mercader, otra intelectual de prosapia radical que había estado casada con Nicolas Sanchez Albornoz, historiador y profesor como su padre el renombrado y ya fallecido Claudio Sanchez Albornoz que vivió largos años como exiliado en la Argentina donde ejerció su alto magisterio. La amistad de mi padre con su tío Emir, también combativo radical, en los tiempos de la revista "Esto Es ", y su inteligencia natural facilitaron prontamente una cálida relación. Como era muy temperamental y no mantenía buenas relaciones con la embajada (tampoco apreciaba a Beatriz Guido), yo pasé a ser uno de los pocos funcionarios que la frecuentaban. Martha había sufrido durante el gobierno militar. En Septiembre de 1974 había dirigido el diario La Calle, financiado por el partido comunista, con una posición francamente insurreccional, hasta que el gobierno de Isabel Perón lo clausurara meses más tarde.

Era también una excelente novelista según pude apreciarlo leyendo sus interesantes y documentadas biografías noveladas de Juana Manuela Gorriti y de Belisario Blumergarten, un aventurero que combatió en la Argentina y en Estados Unidos y Méjico en el siglo XIX. Su vasta obra, sin embargo, no había tenido hasta entonces demasiada repercusión, en contraste con la nombradía de Beatriz Guido, su contemporánea. Siempre me impresionó la riqueza de su lenguaje, poco común entre nuestros novelistas. En una de las dependencias del Colegio que presidía Martha desarrollaba sus actividades, desde hacía muchos años, el Instituto Español Sanmartiniano. Contaba con una modesta biblioteca y con representaciones, a escala natural, de dos granaderos vestidos con los uniformes oficiales, que le daban un claro simbolismo al recinto. El Instituto estaba presidido en ese entonces por un lejano pariente de nuestro prócer que llevaba el apellido Matorras e integrado por un grupo de historiadores amigos de la Argentina, cuyo empeño era no sólo mantener vivo su recuerdo como héroe de dos continentes, sino también realizar actividades, muchas de ellas en colaboración con nuestro Instituto Nacional Sanmartiniano. Su tarea era honoraria y procuraba despejar residuales resquemores entre el vencedor de la batalla de Bailén contra los franceses y las de Chacabuco y Maipú contra las fuerzas realistas.

Lamentablemente, Martha Mercader asociaba la figura de San Martín con el Proceso militar y en general con todas las dictaduras padecidas por nuestro país, por lo que se empeñó en hostilizar las actividades del Instituto y llegó a amenazarlo con el desalojo. Su idea era emplazar en su lugar un instituto que honrase la figura civil de Manuel Belgrano, desconociendo que también él había sido militar. Como tenía una buena relación con ella decidí intervenir en la contienda como amigable componedor y tuve la suerte de lograr finalmente disuadirla de tan prejuicioso empeño, dado que los esfuerzos de la embajada habían resultado infructuosos.

A poco de instalarme en un cómodo departamento, pude establecer buenas relaciones con muchos integrantes de la colonia argentina y por medio de ellos con numerosos amigos españoles. El más cercano, entre los connacionales, fue sin duda Jorge Sorondo, establecido en España hacía más de veinte años y que con su habitual bonhomía y generosidad se había constituido allí en un "embajador" permanente de nuestro país. Su amplia propiedad situada en las cercanías del castillo-monasterio del Escorial, se había constituido en un referente natural de encuentro para los múltiples viajeros o residentes significativos. Su proverbial simpatía me permitieron rápidamente transformarme en uno de los "habitués" de sus comidas del fin de semana. Jorge Sorondo había tenido una vida azarosa hasta recalar en España. Merced al padrinazgo de un tío que era colaborador del magnate boliviano del estaño, Antenor Patiño, pudo realizar sus estudios secundarios en Londres. Tiempo después ingresó en Buenos Aires a la carrera diplomática. Años más tarde, fue cesanteado por razones políticas mientras se desempeñaba en la embajada en Haití. Anteriormente, como diplomático en Europa, había tenido ocasión antes de integrar la comitiva que acompañó a Eva Perón en su viaje a Suiza. Después de su cesantía y sin recursos, se vio obligado a empezar una nueva vida, por lo que decidió desplazarse a Nueva York donde tenía algunos amigos. Allí tuvo trabajos precarios y su mujer, una condesa de origen polaco, logró emplearse con éxito como diseñadora en la prestigiosa revista Vogue.

Sybilla, tal era su nombre, ya tenía dos hijos y tuvo una hija con Jorge. Antes había protagonizado una historia novelesca con él después de la Segunda Guerra Mundial, según los relatos que acarreaba su leyenda. Por esos guiños inesperados de la suerte, pasados unos años, consiguió a través de amigos que McDonnell- Douglas, uno de los más importantes fabricantes de aviones civiles y militares de Estados Unidos, lo designe representante en España, donde debió radicarse. Merced a sus dotes personales y a sus buenos contactos, consiguió su primer gran éxito comercial con la venta a Arabia Saudita de una importante escuadrilla de aviones militares. Esa primera operación significó un cambio substancial en su vida, dado que desde entonces pasó a empeñarse con suerte desigual en otros múltiples negocios en Madrid. Cuando lo conocí ya Sybilla había muerto y su hija, del mismo nombre, despuntaba como diseñadora, tarea en la que adquiriría años más tarde una extendida fama en Europa y Japón. Con su nueva esposa, Lía Nougués, Jorge continuó siendo un muy amable y admirado anfitrión. Por su residencia, una estanzuela de varias hectáreas recostada sobre la ladera de una montaña, desfilaban los fines de semana empresarios, artistas, políticos y amigos, tanto españoles como argentinos. Recuerdo, de modo especial, por su calidez y simpatía, a Alberto Closas, el famoso actor español, que oficiaba también de hecho como otro amigable y encantador anfitrión y que nos deleitaba con las historias de su prolífica actuación teatral y cinematográfica, tanto en Europa como en la Argentina.

Conocí asimismo a varios argentinos exitosos como Carlos Oliva Vélez que había creado la más importante editorial jurídica española con el mismo nombre de "La Ley" que fundara en la Argentina su tío Jerónimo Remorino, y a Herbert Gut que se radicó originalmente como representante del Grupo Juncadella y en mis días madrileños ya era Presidente y principal accionista de Prosegur, que había absorbido a Juncadella y era la mayor empresa de seguridad española de creciente expansión en Latinoamérica. Otros, como mi amigo de juventud, Gustavo Alvarez Santos, presidía la representación de un importante banco norteamericano; algunos eran profesores destacados en universidades como el economista Carlos Rodríguez Braun o en los tribunales de justicia; uno de ellos, Enrique Bacigalupo, llegó a ocupar un cargo equivalente al de juez de la Corte Suprema. Algunos abogados argentinos que emigraron también en el tiempo del gobierno militar ocuparon cargos de responsabilidad en la política como fue el caso de Armando Caro Figueroa que llegó a ser Subsecretario de Trabajo en el gobierno de Felipe González. Santiago Sylvester y Sergio Santillán eran abogados de la principal central sindical, la UGT, de tendencia socialista.

Por su parte,Julio Aurelio y Enrique Zuleta Puceiro crearon la más importante empresa de encuestas de España y fueron activos consejeros del primer gobierno democrático de Adolfo Suarez. Santiago Sylvester era, además, un destacado poeta. Oscar Peyrou, muy buen cuentista y sobrino de Manuel Peyrou, el íntimo amigo de Jorge Luís Borges, ocupaba un puesto de relevancia en la agencia nacional de noticias EFE .

Héctor Tizon, excelente novelista jujeño, gozaba de un bien ganado prestigio en las letras españolas, al igual que Daniel Moyano, autor de cuentos y novelas premiadas, que guardaba un cálido acento riojano, donde había vivido en su adolescencia.Ambos eran típicos hombres del exilio, con sus marcadas nostalgias provincianas, al igual que Eduardo Storni, destacado musicólogo, director de orquestas clásicas y autor de renombradas biografías de compositores, entre ellas las del brasileño Heitor Villalobos y nuestro compatriota Alberto Ginastera. Como yo siempre me lamenté de mi falta de entonación a pesar de tener una madre profesora de piano y de violín, había sido echado además de todos los coros colegiales, le consulté a Storni si era posible volver a

"sintonizar" con la música y me aseguró que podía conseguir la reeducación de mi oído con unos meses de trabajo si me comprometía a hacerlo. A mi pena original terminé sumando la de no haber aceptado su cordial ofrecimiento…

También me interesé en establecer contacto con algunos centros intelectuales como el Instituto Ortega y Gasset, presidido por José Varela Ortega, nieto del admirado filósofo y que había sido condiscípulo de Guido Di Tella y de mi amigo Oscar Cornblit en la Universidad de Oxford. José Varela Ortega era un lúcido historiador e intelectual con el que establecí cordiales relaciones. Bajo el impulso de José Ortega Spottorno primero, y luego de su hermana Soledad, muy amiga de Victoria Ocampo, hijos ambos de Ortega y Gasset, había vuelto a editarse la Revista de Occidente. En ella colaboraba la mujer de Santiago Sylvester, Leonor Fleming.

José Ortega Spottorno, ingeniero agrónomo, resultó el más activo continuador de la obra de su padre. Fundador de la editorial Alianza en 1965, desde 1972 comenzó a preparar la publicación de un diario liberal e independiente que recién cuatro años más tarde saldría a la calle con el nombre de "El País", del que sería su primer presidente-

editor, al que aportaba el prestigio de su apellido. Gran parte del capital lo aportó Jesús de Polanco, y en menor medida Francisco Pérez González. Este último si bien había nacido en la Argentina, vivió desde los 6 años en España. Al igual que Polanco sus primeros trabajos los hicieron como vendedores de libros a domicilio. Sus familias eran originarias de Cantabria. Juntos crearon en 1956 la editorial Santillana, dedicada a libros escolares.

A raíz de la nueva ley de educación del franquismo de 1970 y merced a sus buenas relaciones con el gobierno de entonces, pronto tomaron a su cargo la edición de todos los libros escolares prescriptos en esa norma, incluídos los textos doctrinarios, con lo que comenzó una nueva era para los dos editores. Esto les permitió editar textos semejantes en toda Latinoamérica, merced esto último a las buenas relaciones cultivadas por Francisco"Pancho" Pérez González con todas sus autoridades educativas. Como director del diario "El País " eligieron a José Luís Cebrián, hijo del que fuera director del diario "Arriba", órgano oficial de la Falange española. Jose Luís antes de incorporarse a "El País ", había sido subdirector del diario gubernista "Pueblo " y en 4 jefe de los servicios informativos de Radio-televisión española, nombrado por la última dictadura española.

Es éste uno de los aspectos más bien desatendidos de la llamada "Transición democrática" tras la muerte de Franco en 1975. Muchos de sus principales protagonistas habían tenido activa participación en su gobierno. Adolfo Suarez, uno de sus principales artífices, había sido hasta último momento Secretario General del Movimiento, nombre pomposo dado a una cartera ministerial que velaba por la vigencia de unos principios franquistas ya languidecientes. Con él colaboraba también José Luís Cebrian. Desde su nuevo cargo como director de "El País ", éste último lo transformó prontamente en un órgano periodístico inspirado en el parisino "Le Monde ": de orientación socialista-democrático en lo político, "progresista" y enfrentado con todos los antiguos valores de la tradición cultural española, más bien anticatólico, a diferencia del modelo francés que tenía una inspiración cristiana-, y francamente capitalista en su sección económica. Para ello reclutó a conocidos periodistas que venían del comunismo o del marxismo. Otros tantos de orientación socialista como Manuel Vicent y Antonio Elorza, que había sido discípulo en la cátedra de ciencias políticas de Luís Diez del Corral y que ahora adjuraba de su maestro. EL único liberal, aunque muy anticlerical, era el combativo filósofo Fernando Savater. "El País " y todo su grupo editorial, ya ampliado a la radio y la televisión, se transformó en el principal conglomerado de medios español con el acceso al gobierno del socialismo, al cual respaldó desde el comienzo. El fino olfato de Polanco aprovechó el brusco cambio de humor del público español y se transformó en el vocero más cuestionador de los valores atribuidos a la "Vieja España".

Se alentó, así, a superar todo tipo de censuras o restricciones morales, incluyendo los cuestionamientos al mundo religioso a menos que se sumase al nuevo credo, sino también a todo cuanto pudiera identificarse con el régimen franquista. No hay duda que la activa colaboración de la Iglesia con el franquismo contribuyó a ello. El famoso "destape", o sea la rápida liberación sexual y la pérdida de inhibiciones en las revistas o en los medios audiovisuales signó esos primeros tiempos democráticos. Camilo José Cela me comentó, con su habitual ironía, que el fenómeno iba a durar hasta que todos los españoles se convencieran de que las mujeres tienen dos tetas en el pecho..

Hasta que Felipe González asumiera el poder y consintiera en seguir formando parte de la alianza militar atlántica (la OTAN), "El País " mantuvo una postura crítica hacia esa inserción y a asociar a sus Fuerzas Armadas con los Estados Unidos.

Este exitoso y progresivo cambio cultural, en el que tuvieron un papel significativo muchos beneficiados del franquismo, asociados ahora con una izquierda republicana y al principio antimonárquica, fue acompañado con la nueva oferta de bienes y servicios, un consumismo y un hedonismo creciente, que fueton diluyendo rápidamente muchos vestigios de las antiguas tradiciones. Grandes profesores, como Julián Marías o Pedro Laín Entralgo, entre otros, por sus posturas moderadoras, fueron maltratados por "El País ", pese a que el primero había sido echado de la universidad durante el franquismo y sufrido prisión.

Los hijos de Ortega y Gasset fueron particularmente injustos con Marías, tanto José como Soledad, no obstante ser el más importante discípulo que mantuvo viva la memoria y la difusión de la obra y el pensamiento de su padre. En las conversaciones que tuve con ellos nunca pude entender del todo esa animadversión.

La batalla cultural apuntó a desconocer todo lo realizado en los casi cuarenta años de franquismo, idealizando, además, una república previa a la que no se podía cuestionar, generando así una igualmente rígida nueva intolerancia. Sólo eran destacados los crímenes y abusos del franquismo, silenciando los desmanes y atrocidades producidas en el campo republicano, como la famosa matanza de más de 2000 presos políticos en la cárcel de Paracuellos, ordenado por el líder comunista Santiago Carrillo y el representante de Moscú, Victorio Codovilla. Tampoco se podían evocar los asesinatos de casi 7000 clérigos y los saqueos e incendios de decenas de iglesias por parte de los republicanos.

Los españoles estaban, como ya lo dije, estrenando nuevos orgullos: ser plenamente democráticos y europeos. Ya no eran un país de emigración forzada a otros países de Europa o al otro lado del Atlántico. Por el contrario fueron recibiendo crecientes oleadas de inmigrantes, especialmente latinoamericanos, escapados de las dictaduras o atraídos por las nuevas posibilidades económicas surgidas en la Península. No todos los latinoamericanos pudieron abrirse camino fácilmente. Desde el servicio doméstico, en especial de centroamericanos, hasta las ocupaciones más inesperadas recibieron el aporte de millares de estos recién llegados. España no estaba acostumbrada a una recepción permanente de extranjeros. Solo eran bienvenidos los millones de veraneantes, especialmente europeos o norteamericanos, huéspedes transitorios que no se incorporaban a la vida cotidiana y mucho menos para competir con las actividades de los nativos.

Así surgió una inesperada incomodidad con los latinoamericanos, sobre todo en las clases medias urbanas, una velada xenofobia que se retroalimentaba con algunos episodios delictivos a los que los medios de opinión daban realce. Se fue creando un estereotipo negativo de lo latinoamericano. Variados periodistas e intelectuales comenzaron a adueñarse de la despectiva palabra "sudaca" para referirse a estos nuevos inmigrantes. Al poco tiempo de asumir el Consulado me di cuenta que esa consideración despectiva y bastante generalizada tenía múltiples causas. Más allá de los lazos familiares entrañables establecidos por la numerosa emigración española al otro lado del Atlántico, sobre todo en los pueblos más desfavorecidos de la Península, desde mucho tiempo atrás los emigrantes que regresaban enriquecidos eran llamados

"indianos" y no más coterráneos, segregados naturalmente hasta de sus propios parientes por su exitoso contraste, aunque ellos también podrían contribuír a ello con su supuestamente presuntuosa nueva condición. A esa ya antigua tradición se sumó lo que yo llamaría el prolongado ensimismamiento de los españoles en sus propios dilemas, desde el fiero orgullo por su singularidad pregonado por Miguel de Unamuno, hasta la marginación de las grandes corrientes culturales de la modernidad producido por la larga dictadura franquista. Pero creo que hay, para mí, una causa más profunda anclada inconscientemente en el imaginario español, que se nutre de la dificultad para asumir con grandeza la relación con sus antiguas colonias y asimilar sin menosprecio esa condición de madre patria, como medida de nuestra común pertenencia; además estaba la dificultad para aceptar en algunos casos, su rezago frente a nuevas y pujantes realidades. Si bien durante el franquismo se alentó la idea de lo hispanoamericano como comunidad, no hay duda que había sobre todo un interés político, dado su aislamiento internacional y porque sólo en nuestra región encontró amistosas relaciones. En el caso de la Argentina, además, el gobierno de Perón no sólo había roto el bloqueo comercial internacional tras la Guerra Civil (1936-1939), sino que, desde 1946 fue el único que le proveyó de trigo para sus urgentes necesidades de sobrevivencia, hecho recordado con agradecimiento en la España interior, la de las aldeas y pueblos, pero no ya en las áreas urbanas, de memoria frágil y siempre desbordada por cambiantes realidades.

En esa despectiva mención a los "sudacas", que incluía en general a todos los latinoamericanos, pero sobre todo a los argentinos, chilenos, peruanos y uruguayos, había, pues, una clara dificultad para aceptar, a estos hispano hablantes llegados de "las Indias", dentro de su mismo mundo.

También había ignorancia de nuestras realidades. El "hispanismo" que congregara a muchos españoles a interesarse otrora en nuestra América, había tenido un carácter más bien político-cultural y no alcanzó a profundizar ni a producir obras sustanciales para el conocimiento contemporáneo de nuestra realidad. Con la muerte de Franco y la irrupción de nuevas urgencias históricas, ese hispanismo fue poco a poco identificado con la dictadura, sin que se atinara a reemplazarlo. Eso explica que Francia, Alemania o Inglaterra tuvieran más especialistas y cátedras sobre la realidad latinoamericana, que España, un testimonio adicional de ese distanciamiento intelectual y de la falta de atención a nuestro mundo.

Otro aspecto de ese distanciamiento afectivo entre España y los hispanohablantes del otro lado del Océano lo constituyó la "leyenda negra" desplegada sobre España por intelectuales europeos a partir del siglo XVIII e interiorizada como verdadera por muchos españoles y latinoamericanos, algunos por razones políticas e ideológicas, en especial para cuestionar la obra civilizadora y evangélica llevada a cabo en gran parte de América. La leyenda negra implicó una descalificación global de España, como si fenómenos semejantes como la Inquisición o las hogueras no se hubieran producido con igual o mayor ferocidad en otros países europeos o el tratamiento a los indígenas americanos no hubiera sido mucho más sanguinario en las colonizaciones anglo-sajona o francesa. Para la Ilustración y luego para las difusas variedades del marxismo esos cuestionamientos sirvieron, con la activa complicidad de numerosos españoles e hispanoamericanos, para negar los siglos de historia compartida. Otros españoles, más presuntuosos como el liberal contemporáneo Salvador de Madariaga, intentaron mostrar que la "conquista de América" había resultado un lastre real y finalmente negativo para los intereses de España y que los beneficios que le producía el puerto de Amberes en Flandes eran muy superiores a todo el oro colectado en las minas americanas. Todos estos elementos, a veces contradictorios, formaban también parte del imaginario histórico español e incidían en las miradas más sofisticadas sobre el mundo latinoamericano, dado que el pueblo llano del interior de la península nunca dejó de guardar una mirada afectiva para sus parientes y amigos del otro lado del Atlántico.

No puedo desconocer que en nuestra América, y especialmente en la Argentina, se fue desplegando durante el siglo XIX, una activa política cultural anti-española, encandiladas nuestras clases dirigentes con los prestigios intelectuales de Francia y las sobrevaloradas virtudes inglesas, lo que implicó también una mirada denigratoria sobre nuestros nativos, identificados con la "barbarie", denominación de origen romántico que sirvió de contraseña para mostrar todo lo que se detestaba, tanto las gentes como nuestras vastas geografías. Esa mirada despectiva y hasta contrariada hacia todo lo español, con pocas aunque importantes excepciones, se prolongó hasta bien adentrado el siglo XX, desconociendo los largos siglos de pertenencia española e inventando una historia que sólo había comenzado con la independencia. Esa "colonización cultural" llegó a sus mayores exageraciones en la Argentina con la afluencia masiva de inmigrantes y el predominio de la visión de Buenos Aires, ciudad portuaria y sin raíces, sobre la comprensión del país. Para las provincias del norte, esta aberración histórica era cotidianamente contrastada con tradiciones y costumbres que desmentían ese credo que se habían adueñado del "imaginario nacional". Muchos amigos argentinos de visita me decían que se sorprendían al descubrir a España, itinerario otrora soslayados en sus peregrinajes por Europa. Siempre recuerdo esa sentencia de André Malraux, que también hizo suya el general De Gaulle, que "sin España Europa carece de profundidad".

Esa actitud desdeñosa española hacia los sudacas, incluidos naturalmente los argentinos, la pude experimentar también con algunos cuadros intermedios de la Cancillería local. A pesar de que Argentina y España habían firmado, años atrás, un convenio para el mutuo reconocimiento de títulos académicos y profesionales, los dentistas argentinos eran en mi tiempo obligados a revalidar sus conocimientos, cursando de nuevo gran parte de sus estudios en España. Si bien muchos dentistas argentinos ya se habían establecido, algunos amparados tiempo atrás por el tratado bilateral, otros de modo irregular después que las autoridades dispusieran la restricción mencionada de cursar prácticamente de nuevo la carrera, todos ellos con singular éxito y con muy buenas y acreditadas clientelas.

Tuve varias entrevistas con el director de asuntos consulares de la cancillería española, el embajador Rafael Pastor Ridruejo, para pedirle dejar sin efecto esa inamistosa e ilegal nueva norma. Este funcionario de carrera diplomática, era hermano de uno de los más importantes juristas españoles, José Antonio Pastor Ridruejo, profesor en varias universidades europeas y cuyo prestigio y amistad con los socialistas le permitió ser nombrado director de asuntos jurídicos de la cancillería española al mismo tiempo que Rafael estaba al frente de asuntos consulares. Eran, además, sobrinos de Dionisio Ridruejo, el famoso poeta, ex militante falangista que peleó junto los alemanes en el frente ruso y que devino luego un acérrimo crítico del franquismo, por lo que sufrió un prolongado destierro y hasta prisión. Terminó sus días enrolado como activo defensor de la democracia, junto a muchos socialistas. Pasó a ser tras su muerte en 1975 un héroe legendario, admirado por todo el arco político.

El conflicto con los dentistas argentinos se había originado en la presión que ejercieron los estomatólogos españoles ante el gobierno, al verse enfrentados a una inesperada competencia. Después de varios encuentros y de presentarle fundados reclamos por escrito - también acudí al embajador Gobbi para que incorporase el tema a la agenda política -, este burócrata de baja talla terminó por decirme, que él no podía hacer excepciones con la Argentina por cuanto tenía solicitudes semejantes de países igualmente importantes como Tailandia… Por esos imprevistos caminos del destino, como contaba con la amistad del Canciller socialista de entonces le pidió, al poco tiempo, ser embajador en Portugal, una de las plazas más cotizadas de la diplomacia española, entonces vacante. Cuando ya estaba preparándose para partir, surgió imprevistamente la candidatura para ese puesto del Jefe de la Casa Real, un destacado diplomático, por lo que debió resignar su postulación. Se le ofreció, como premio consuelo, la embajada en la Argentina visto el traslado a Madrid de quién allí se desempeñaba y que aceptó contrariado. Como me enteré casualmente de que se había pedido el placet, o sea el acuerdo de nuestro gobierno para aceptar tal designación, llamé inmediatamente a Buenos Aires, al vicecanciller embajador Fernando Petrella, a fin de transmitirle mi opinión sobre el candidato.

Lamentablemente y contra todos los usos diplomáticos, dado que es de práctica pedir informes sobre el postulante y el trámite dura normalmente un mes por las obligadas consultas, mi colega había comunicado a menos de 24 horas de recibir la solicitud, con innecesaria pleitesía, el acuerdo de nuestro país.

A poco de asumir mi nuevo cargo madrileño, recibí la llamada de una secretaria de Isabel Perón preguntando si yo no tendría inconveniente para que ella otorgase un poder en el consulado. Como me pareció que la pregunta era equívoca e innecesaria me apresuré a pedirle los datos indispensables para preparar el documento y anticiparle que yo enviaría a su casa un funcionario para firmarlo a fin de evitarle el desplazamiento. Aunque no la conocía, recordaba muchas historias suyas contadas por mi padre en sus visitas a Perón en Puerta de Hierro, al igual que los relatos de Angel Robledo que fuera su ministro y luego uno de sus abogados particulares después de la estafa cometida por el apoderado predecesor, aprovechándose de su inesperado romance con ella. También estaba al tanto de sus peripecias previas al encuentro con Perón en su exilio panameño, de su paso por el poder y la presidencia de la Nación, así como de su largo calvario en cautiverio tras su derrocamiento. Por todo ello decidí actuar con la mayor cautela y dentro de la más estricta formalidad exigida por mi cargo.

La célebre casa de Perón en Puerta de Hierro, barrio residencial al norte de Madrid, había sido incautada por el gobierno militar con la excusa de que se debía averiguar el origen de su patrimonio. Estaba ya deshabitada. En los últimos tiempos había sido confiado al Consulado en Madrid su cuidado formal, dado que la administración real escapaba a sus funciones. Tuve ocasión de visitarla con el cónsul saliente y comprobar que se encontraba en un estado de casi completo abandono. Así pude recorrer la mítica residencia y descubrir algunos aspectos de la intimidad del matrimonio. El jardín que con tanto esmero cuidaba el General, sobre todo sus rosales, estaba yermo (como un campo sin plantas y a flor de tierra).

La construcción, según me informé, había sido hecha de acuerdo a un boceto que diseñó el propio Perón. Las paredes externas estaban recubiertas de piedra porosa, con balcones de hierro forjado, una típica casa de los años 40 en las afueras de Buenos Aires. Su interior me pareció muy poco funcional. Para entrar al escritorio se debía pasar por una sala recubierta en uno de sus costados por una suerte de "boiserie", más bien una económica lámina de madera aglomerada color miel que estaba bastante combada. Nada era de especial buen gusto, sobre todo si la comparaba con las residencias vecinas. Nunca entendí el por qué de semejante abandono. Como mis funciones no estaban fijadas y sabía que el litigio entre Isabel Perón y las hermanas de Evita estaba concluido, por lo que a la brevedad se haría el traspaso patrimonial a estas últimas, decidí no tocar nada y dejar todo como lo había recibido del Cónsul que me precedió. No pasó mucho tiempo hasta que aparecieron los abogados de Isabel, y los de las hermanas Duarte, que resultaron adjudicarías en el juício de la propiedad de Puerta de Hierro. La propiedad fue posteriormente rematada y adjudicada a un conocido mío, Pedro Hachuel, quién decidió demoler la casa para construir en el terreno cuatro chalets. No hubo ningún interesado argentino en salvar la memoria de una residencia transformada ya en un mito histórico.

Cuando recibí el llamado de Isabel Perón para agradecerme la feliz culminación del trámite encomendado e invitarme a tomar té en su departamento, pensé que tal vez quisiera interesarse en algún aspecto relacionado con la casa de Puerta de Hierro donde había vivido más de diez años. Por el contrario, solo quería conocerme. Me permití reiterarle mi buena disposición, por lo que le pedí que no dudase en llamarme si podía serle útil en alguna tarea del consulado a mi cargo. Me comentó que había conocido a mi padre en tiempos del General, con quien había simpatizado y que sus últimos años habían sido muy difíciles. Además, era decisión suya no recibir a políticos argentinos y vivir apartada de las inquietudes mundanas.

Tenía buenas amigas españolas del tiempo de franquismo a las que solía visitar y con quienes a veces jugaba a las cartas La frecuentación de dos conventos de clausura de monjas benedictinas, para lo que tenía, según me dijo, un permiso especial del Vaticano, era uno de sus más queridos pasatiempos. Me habló de la alegría de las monjas con quienes compartía trabajos manuales. Era consciente del papel que le tocó jugar en la Argentina y de su carácter de ex presidente. Se notaba en la conversación que era una mujer muy determinada, aunque su apariencia fuera la de una modesta ama de casa. Vivía en una zona muy distinguida de la ciudad, situada detrás de la Iglesia de los Jerónimos y del Museo del Prado, en una calle recoleta y en un departamento que presumí alquilado por el estilo clásico y formal de su mobiliario.

Recuerdo de esa primera conversación, cosa curiosa, que me habló con especial simpatía del Almirante Massera por la ayuda que le habría prestado durante sus casi cinco años de prisionera, al igual que del Dr. Angel Robledo. Creo que desconocía el papel que me tocó jugar con Robledo en su tiempo para forzar su renuncia a la jefatura del Estado. También me habló del presidente Alfonsín, a quién estaba muy agradecida por los reiterados gestos de amistad con que la había honrado. No sólo le había indemnizado por los ingresos caídos durante su larga detención, sino que le había propuesto un abogado para que la defendiera en el juicio que le iniciaron las hermanas de Evita por la parte de la sucesión de Perón que les correspondía. Me contó, por fin, que había sufrido mucho durante su largo cautiverio en soledad. De allí en más, pensé que cualquier futuro encuentro debería hacerlo acompañado para evitar el menor equívoco en la relación y mantenerla siempre en un marco formal.

Al comentarle ese encuentro a César Neyra, dueño de un conocido restaurante de comidas argentinas al que yo iba ocasionalmente, se interesó vivamente en conocerla. Neyra, un activo dirigente sindical peronista en Córdoba, decidió exiliarse tras el derrocamiento de Isabel. Nunca supe con precisión los motivos que lo llevaron a tomar esa decisión, dado que por sus relatos pertenecía más bien a la "derecha" peronista. A su arribo a Madrid, junto con quien hasta poco tiempo antes había sido el Secretario General de la CGT, la central obrera argentina, Casildo Herrera, decidió instalar con él un restaurante. A los pocos años, según el relato fragmentado de Neyra, Casildo, famoso por su pública expresión "Yo me borro", en vísperas del golpe militar de 1976, se habría desvinculado de esa sociedad y nunca supe nada de su supuesta vida en España.

Cuando más adelante Isabel me llamó a mi casa y me pidió si podía ir a verla con cierta urgencia pensé que era una buena oportunidad para invitar a César Neyra a acompañarme. Llegamos al atardecer, con las primeras sombras en el cielo. La encontramos afligida y preocupada, porque expresó con cierto nerviosismo que le movían los cuadros de la sala, con la intención de molestarla y sacarla de quicio. Por sus dichos, pensaba que alguien operaba desde una pared vecina a su departamento. Después de observar la pared y los cuadros a que hacía referencia, nos inclinamos a sugerirle que no le diera importancia a esos episodios, un verdadero sin sentido, porque no tenía sentido que se alterase por esos incidentes porque de otro modo se haría eco de quienes los provocaba. Más tranquila después de nuestra conversación y visto que ya poco podíamos hacer, decidimos partir, aunque esta vez con una nueva preocupación a cuestas. Pensamos que los sobresaltos de su agitada vida en la Argentina y su soledad actual podrían haber contribuido a estas ensoñaciones, pues nos parecía inverosímil que se tratase de verdaderas provocaciones, máxime después de observar con detenimiento la pared y los cuadros. Según me contó Mario Rotundo en una visita al consulado -él había frecuentado a Isabel en los últimos años- ella solía tener ataques de ansiedad aguda y sufría de pesadillas que la atormentaban. Además me dijo que "desconfiaba hasta de su sombra". Mario Rotundo había conocido a Perón en Puerta de Hierro y se había transformado desde entonces en su colaborador.Era un personaje extraño, extremadamente amable y de un pasado y un presente misteriosos. Parecía poseedor de una cierta fortuna. Era presidente de la Fundación por la Paz y la Amistad entre los Pueblos, objetivo muy ambicioso y difuso y al que sus explicaciones tampoco pudieron esclarecer. En una nueva visita al Consulado en el año 1990, me comentó que Isabel le había donado ante un notario madrileño todos los bienes y documentos de Perón, excepto los inmuebles, algunos depositados en el Colegio Mayor argentino de Madrid y otros, de mayor valor, entre ellos joyas de Evita, guardadas por decisión judicial en el Banco Municipal, actualmente Banco de la Ciudad de Buenos Aires. Tampoco supe si hubo alguna otra contraprestación y el por qué de la demanda que al poco tiempo le inició Isabel para anular infructuosamente esa donación.

Meses después recibí una tercera invitación de Isabel a tomar el té y consultarme sobre un trámite banal. No pude encontrarlo a Neyra para que me acompañase. Esta vez fui recibido, en su nuevo departamento, por una bonita y espigada secretaria negra, de porte muy elegante y ataviada con un vestido largo y colorido que le llegaba hasta los pies. Cómo quedé impresionado de esa extravagancia, Isabel me contó que era una princesa senegalesa, muy agradable y eficaz. Satisfecha su pregunta sobre el tema consular, recuerdo que solo hablamos de temas españoles y que me contó que participaría ese año, como era ya habitual, en una tradicional feria madrileña para obras de caridad a la que se convocaba a todas las embajadas extranjeras para que tuvieran su propio stand de venta de productos nacionales, aclarándome que ella lo haría con un grupo de amigas españolas. No sé si fue una indirecta queja por no ser invitada a participar en el stand organizado por la embajada argentina, a la que yo era ajeno. Comprobé, una vez más, que era una persona sencilla y de apariencia frágil, aunque pretenciosa, con marcadas limitaciones. Me asombraba que pudiera haber estado a cargo de la presidencia de nuestro país. Parecía, más bien, una discreta y cordial señora madrileña, a la que su tonada española distanciaba aún más de los tormentosos tiempos políticos que le tocó protagonizar.

A mediados de 1990 me enteré de dos entrevistas que Isabel había concedido a la agencia española de noticias EFE y a la revista "Somos” en las que criticó muy duramente al gobierno del nuevo presidente Menem, acusándole de desarticular el país y toda la obra de Perón, amén de provocar el hambre en la población. En esos reportajes, además, ponderó la figura de Alfonsín y su gobierno. La respuesta de Menem fue igualmente dura, invitándola a volver al país si quería hacer política. Me costó comprender estos imprevistos gestos de Isabel, aunque ya conocía la poca simpatía que le profesaba a Menem y el desaire de no recibirlo cuando estaba en campaña presidencial. Pensé que su falta de ayuda en el juicio sucesorio, a la que ella la habría interpretado como que era para favorecer a las hermanas de Evita, así como la desatención hacia su persona, podrían haberla irritado.

Si bien las tareas consulares ocupaban buena parte de mi tiempo, no dejé de interesarme por la vida política y cultural española. Ya mencioné que en 1982 Felipe González había sido elegido presidente del gobierno al alcanzar el partido socialista la mayoría de sufragios. Tuvo un destacado papel en la Transición democrática tras la muerte de Franco, merced a las buenas relaciones que mantuvo con sus antecesores Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo, hábiles pilotos de tormentas en los primeros y difíciles tramos de ese período, sobre todo porque se trataba de desmontar sin muchas estridencias un aparato estatal que había perdurado casi 40 años. Como lo expresó de manera singular el lúcido intelectual Jorge Semprún, primer ministro de Cultura de Felipe González, antiguo militante comunista y ex prisionero en un campo de concentración alemán, el principal éxito de la transición española había sido "amnistía y amnesia". Para ello fue decisivo el papel de Felipe González, no solo por ser un hombre del exilio, sino sobre todo porque un sector importante de su partido seguía enarbolando muchas de las banderas reivindicativas del viejo socialismo derrotado en 9, con predominio de ideas marxistas y colectivistas. Con su singular carisma y su cálida simpatía andaluza había logrado en poco tiempo desideologizar a su gobierno y contener sin mayores tropiezos a los sectores más radicales del mismo encarnados en su vicepresidente, Alfonso Guerra, camarada suyo desde las luchas universitarias en Sevilla.

Pude conocer, en mis días, a uno de los principales teóricos del Partido Socialista, Ludolfo Paramio, autor del enjundioso trabajo "Evolución y crisis de la ideología de izquierdas ", en el que con mucho coraje afrontó los dilemas del actual gobierno socialista, semejantes a los encarados por sus camaradas en otros países europeos como Francia y Alemania, que implicaban cambios sustanciales en sus antiguos idearios.

Esos cuestionamientos tampoco eran ajenos a la derecha, con cuyas fundaciones también establecí contacto, por lo que esa desideologización progresiva de los partidos era, ya en aquel tiempo, un fenómeno generalizado en todo el arco político, agrandado por la ausencia de pensadores o intelectuales de envergadura capaces de aportar propuestas o cuestionamientos significativos, y por la transferencia de las disputas sobre temas sociales, donde las coincidencias tácitas eran mayoritarias, al campo cultural, como el laicismo, el aborto legalizado, la igualdad de género, las interpretaciones del pasado histórico y el papel de la religión. El nivel intelectual de España había bajado desde mis tiempos de estudiante. Ya no existían los viejos profesores y eran escasos los aportes bibliográficos significativos sobre los dilemas nacionales.

En el campo cultural establecí, a través de Alberto Closas, amistad con muchos actores españoles. Recuerdo con especial afecto a José Sacristán, que gozaba de enorme popularidad. Era un hombre austero y de una gran consistencia moral, su adhesión al comunismo y su amor al teatro lo llevaban a desplazarse habitualmente por toda la geografía española, muchas veces con actuaciones gratuitas. Vivía como creía, sin alardes ni lujos. Tenía el espíritu de un buen cristiano, con talante solidario, pero sin religión. Su voz ronca y sus facciones más bien severas de un viejo castellano, contrastaban con su gran calidez sentimental, causa de varios desengaños amorosos. Recuerdo, que cuando podía, se desplazaba los fines de semana a su pueblo natal de Chinchón situado no lejos de Madrid, donde el encuentro con sus paisanos le permitía tonificarse y sustraerse a los desvaríos urbanos.

Otro actor con el que establecí amistosas relaciones fue José "Pepe" Soriano, quién había sido contratado, después de un "casting" muy arduo entre actores hispanoparlantes, para actuar en una película sobre el "doble" de Franco, o sea un personaje que habría sustituido al "Caudillo" en muchas actividades públicas que lo incomodaban. Al poco tiempo de llegar a Madrid con su mujer, Diana, una joven y agradable psicóloga, originaria de tierras galesas en nuestra Patagonia, pude incorporarlos a las tertulias que organizaba en mi casa. Como era muy obseso con el papel que le habían confiado en la filmación, invirtió muchas horas en observar en los viejos noticiosos donde aparecía Franco para poder imitar sus ademanes y su voz, que era muy difícil de imitar porque tenía tonalidad de falsete.

Lo cierto es que su aprendizaje llegó a ser tan exitoso que el director de la película con gran admiración, según nos relató, no tuvo que doblar su voz para la actuación como doble de Franco, como lo había previsto, ni para su papel como el mismo Franco. Fue tal su compenetración con el personaje que llegaba a casa hablando como lo hacía Franco y solo su mujer podía pedirle que abandonara al personaje, ante el desencanto de los otros invitados admirados por esa gran representación. Pepe, ardoroso antifranquista, era, sin duda, un formidable actor. La película, titulada "Espérame en el cielo", tuvo un gran éxito de público e hizo que Pepe Soriano adquiriera una gran popularidad.

Cuando el gobierno de Alfonsin llegaba a su fin asediado por el frente externo, donde el Fondo Monetario Internacional jugó un papel determinante al negarse a renovar los créditos, mientras la deuda con los acreedores seguía estrangulando la economía. Según la información confiable que recibí en ese entonces, Carlos Menem que se sentía ya presidente al ganar las elecciones, le había encomendado al economista Domingo Cavallo que pidiera a las instituciones financieras de Washington que no efectivizaran los créditos ya aprobados al gobierno radical, en el entendimiento que las negociaciones se podrían recomenzar durante su gestión. El éxito de esa tratativa logró la cancelación imprevista de esos préstamos indispensables para afrontar deudas perentorias y acarreó una enorme crisis financiera y una altísima inflación, provocada, sin duda, por la dramática reacción de los mercados. Ello obligó al presidente Alfonsín a negociar con Menem el adelanto de la entrega del poder ante la ya insostenible situación económica.

La lucha electoral argentina había llegado también a España. En enero de 1989 conocí al candidato radical, Eduardo Angeloz, que me pareció un político más bien conservador y con pocas de las virtudes que se requerían para remontar una enorme crisis económica y mucho menos para ofrecer solo sensatez contra el candidato que había escogido el peronismo, Carlos Menem, envuelto en una nube de promesas emotivas e inalcanzables. Este último le había ganado las elecciones internas al otro postulante peronista que era Antonio Cafiero, que venía preparando la renovación de su partido sobre bases republicanas y democráticas, alejado de las fáciles consignas populistas de épocas ya superadas.

Carlos Menem llegó a Madrid con un atuendo que quería replicar, con sus largas patillas y el pelo exuberante, la figura del legendario caudillo Facundo Quiroga, también originario de la provincia de La Rioja, que entonces gobernaba. Fui invitado al acto que organizaron diversos peronistas en una amplia sala de un hotel céntrico para escuchar esa primera presentación del candidato en Europa. Lo primero que me sorprendió fue la extravagante comitiva que lo acompañaba. Había desde sindicalistas y personajes descoloridos, hasta diplomáticos como Mario Cámpora, el más serio y supuesto estratega intelectual de su gira europea, y Oscar Spinoza Melo, conocido por sus audacias políticas, que se había transformado en una de las personas de la intimidad del candidato.

El séquito era también integrado por un arquitecto amigo, Hugo Cortéz, en su carácter de consejero espiritual de la esposa de Menem, Zulema Yoma. Antes del discurso de presentación, supe que el matrimonio había mantenido una agria disputa, por lo que tuvieron que recurrir a los buenos oficios de Cortez para convencerla, con éxito, de secundar a su marido en esa primera puesta en escena de la familia presidencial. Tras un discurso inflamado y más propio de una tribuna barrial - recuerdo todavía su promesa de no ahorrar una gota de sangre argentina para recuperar las islas Malvinas-, tuve ocasión de saludarlo y procurar interesarlo en las vicisitudes políticas españolas y en las expectativas de los miles de residentes argentinos. Grande fue mi desilusión porque no mostró el mínimo interés en ninguno de esos aspectos y solo atinó a repetirme algunas de las consignas de su discurso. Por el contrario, su mujer me pidió con mucho interés que le contara cómo veía yo la situación política y económica española y europea, así como las visiones que se tenían sobre la realidad argentina y sus perspectivas. La grata sorpresa por esa imprevista curiosidad, sin embargo, no opacó la pobre impresión que me dejó el candidato.

A fines de 1988 la Cancillería había decidido promoverme al rango de embajador, lo que, si bien era halagador, me incomodaba porque de ese modo habría dos embajadores actuando en Madrid y yo no tenía todavía interés en dejar España. Según me enteré por mi amigo Juanjo Uranga, con quién compartiría la promoción que seguramente él también había alentado, el decreto ya había sido firmado, por lo que nada podía ya hacer sino regocijarme.

En 1989 Carlos Menem fue electo nuevo Presidente, por una mayoría de más de siete puntos. Con la asunción del flamante presidente también nos anoticiamos del nombramiento de los nuevos ministros y de sus colaboradores. En la Cancillería había sido nombrado Domingo Cavallo y como su segundo mi amigo Juan Archibaldo Lanús, de quién carecía de noticias desde hacía mucho tiempo hasta que recibí una comunicación telefónica suya, invitándome a ser su subsecretario. Como las impresiones recogidas en Madrid seguían aún vivas le contesté que viajaría a Buenos Aires, aprovechando un resto de licencia disponible, para conversar sobre sus objetivos y su propuesta. Pensé que era un deber amistoso darle una respuesta personal y costearme yo mismo el pasaje, pues ignoraba con quienes se había rodeado y cuáles eran sus prioridades.

En la primera conversación supe de su predicamento con la familia Yoma, tanto con Zulema como con sus hermanas y que había viajado varias veces a La Rioja para conversar con el entonces candidato, por lo que se había transformado en un hombre de su máxima confianza. Me insistió en que el canciller Cavallo, de quién me habló despectivamente, sería pronto desplazado y que su cargo lo ocuparía él. Cuando hablamos de sus objetivos me sorprendí al escuchar que ya había puesto en marcha un operativo con Oscar Spinoza Melo, su inseparable abogado Rodolfo Iribarne y Juan Bautista "Tata"Yofre, flamante jefe de la SIDE (Secretaría de Informaciones del Estado) para procesar a Dante Caputo y a todos sus colaboradores por supuesta defraudación al Estado en las rendiciones de cuentas y en operativos con divisas.

No entendí que me hablara con tanto odio del antiguo canciller y de todos sus colaboradores radicales, dado que ellos lo habían reincorporado con el rango de ministro, tras su cesantía en tiempos de Isabel Perón, y lo habían premiado enviándolo como número dos a la Unesco en Paris. Traté de disuadirlo, porque el tema era para mí irrisorio e injusto, habida cuenta, además, que nuestras coincidencias de muchos años en la cancillería nos obligaban más bien a pensar en objetivos de política exterior y no a enrolarnos en una cruzada por vueltos de viáticos. Como juzgó que mis respuestas no eran satisfactorias, le propuse convocar a un común amigo, Carlos Santillán, para que procurase acercar nuestras posiciones desde una perspectiva razonable y objetiva. Lamentablemente no tuvimos éxito con esa gestión y su obstinada e imprevista molestia ante mi negativa a aceptar el cargo bajo esas condiciones, terminaron socavando una cordial amistad de más de veinticinco años. El módico poder de que disfrutaba lo había cegado y le permitía desplegar sus enormes rencores. De ninguna manera estaba yo dispuesto a aceptar tal cambio en nuestros objetivos por minucias tal vez indemostrables, como finalmente sucedió, máxime porque yo guardaba un gran aprecio por la gestión de Caputo. Volví dolorido y frustrado a Madrid, sin entender el por qué de esa actitud vengativa de mi amigo Archi y su dificultad para aceptar por qué yo no podía sumarme a su equipo. Años después un sabio colega me comentó que Archi estaba muy disgustado con Caputo porque no lo había promovido a embajador y que poniéndome bajo sus órdenes compensaría ese fastidio, sumándome a una estúpida cruzada contra él.

En ocasión de la gira pre-electoral de Carlos Menem por España, un diplomático español que había servido en Buenos Aires y que no simpatizaba con el peronismo, me comentó que un hermano de su esposa, Alfredo Carim (en la Argentina sería tiempo después solo Karim) Yoma se desempeñaba, desde 1982, como Agregado, el rango más bajo del escalafón diplomático, en la embajada de Qatar en España y que resultaba curioso que tuviese al mismo tiempo una tienda de artículos de cuero en la calle Ortega y Gasset. Ambas informaciones las corroboré con los listados anuales de diplomáticos acreditados en España y con mi paso por el negocio mencionado. Grande fue entonces mi sorpresa cuando en el corto viaje que realicé a Buenos Aires, me enteré que este personaje había sido nombrado inesperadamente, en Cancillería, Secretario de Estado de Asuntos Especiales, de España e Italia, Medio Oriente y Africa del Norte, título rimbombante y nada funcional desde el punto de vista administrativo y diplomático. Al instante pensé que sus objetivos no serían muy santos.

El tiempo corría de prisa en mis días madrileños cuando pensé que al cabo de cinco años ya era tiempo de volver al país. La experiencia en el Consulado había sido muy gratificante, tanto desde el punto de vista profesional cuanto personal. Las tareas de un Cónsul no tienen el relieve de las de una embajada pero son muy gratificantes, por cuanto constituyen en su mayor parte tareas de servicio, no solo administrativo sino también afectivo a nuestros compatriotas en el exterior. Además, sus funciones permiten adentrarse en las múltiples vivencias de los argentinos alejados del país por variadas razones y nos vuelven un punto de referencia y de vinculación con la patria. Talleyrand, el gran Canciller de Francia, al elogiar en 1838 a un colega cónsul en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, destacó "cuántas cosas hay que saber para ser un buen Cónsul; porque sus atribuciones varían al infinito; son de una naturaleza totalmente diferente a la de los otros funcionarios de asuntos extranjeros. Exigen una enorme capacidad de conocimientos prácticos para los cuales es indispensable una educación particular".

Emprendí, pues, mi regreso con los mismos sentimientos de desgarro que me invaden cuando dejo un país, máxime tratándose de España, al que me siento muy ligado, pero también esperanzado en las nuevas tareas que me esperaban en Buenos Aires, junto a familiares y amigos.

17. DEL RIO DE LA PLATA A LA EMBAJADA EN ESPAÑA

A mi regreso al país en 1991, la plana mayor del ministerio ya era otra. Domingo Cavallo pasó a ser ministro de Economía y Guido Di Tella el nuevo canciller, tras casi dos años de embajador en los Estados Unidos. Si bien yo había conocido a Di Tella, preferí aceptar, hasta asentarme en la nueva realidad abierta por el gobierno de Carlos Menem, el ofrecimiento de Juan Carlos Olima para desempeñarme como asesor de su gabinete de Subsecretario de Relaciones Exteriores y Asuntos Latinoamericanos. En ese puesto pude colaborar con su gestión en un clima cordial durante casi un año, hasta que él fue destinado a la embajada en Rusia.

Cuando se estaba organizando la celebración del quinto centenario del descubrimiento de América, el gobierno de España no sólo debió someterse a la firme oposición del gobierno mejicano a llamar descubrimiento y solo "encuentro de dos mundos" a esa cita histórica, sino también aceptar que la primera cumbre de mandatarios iberoamericanos se celebrase el año anterior (1991), en Guadalajara. Siempre pensé que era exagerada y hasta demagógica esa postura nacionalista de los gobiernos mejicanos para reivindicar sus culturas indígenas prehispánicas cuando en realidad, como lo señala Octavio Paz, maltratan a sus descendientes. En verdad, esa disputa cuestionadora de los mejicanos iniciada durante mi estadía madrileña alentó al gobierno de Felipe González a encarar una mega exposición de Sevilla y a construir unas muy costosas instalaciones y considerables renovaciones urbanísticas en su ciudad natal y a descuidar los aspectos culturales de nuestra común pertenencia histórica. El festejo se asumía más bien como celebración estatal y un enorme espectáculo para el lucimiento de los gobiernos. Cuando José Octavio Bordón me pidió un artículo sobre el tema para una revista que dirigía, aproveché la ocasión para señalar el olvido de otra celebración no menos importante y significativa: el quinto centenario de la primera gramática castellana de Antonio de Nebrija, por lo que convenía recordar la relevancia de nuestro idioma como elemento decisivo de nuestra singularidad cultural y espiritual. Reiteré en ese escrito , titulado "La conmemoración pendiente" y publicado en junio de 1991, que el idioma no es sólo una lengua, sino también un sello de sensibilidades que marca nuestro pensamiento y su expresión, al tiempo que sirve de casa común a cientos de millones de seres humanos que mediante él hilvanan sus empeños y sueños cotidianos. De las más de dos mil lenguas originarias, el español se transformó en un poderoso unificador de nuestra vasta geografía. Por otra parte, de cada diez hispano-parlantes casi nueve ya no eran peninsulares. En suma, me parecía una pena que se desaprovechase la ocasión para reafirmar ese elemento constitutivo de nuestra identidad.

A comienzos de 1992 fui convocado a participar en un seminario organizado por Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) y auspiciado por la Cancillería, para analizar "la nueva política exterior argentina en el nuevo orden mundial".

Participaron, además del canciller, muchos especialistas en temas de política exterior, dos de ellos norteamericanos. Le correspondió a Roberto Russell coordinar las presentaciones y los debates. El derrumbe del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, hacían pensar a muchos que el fin de "la guerra fría", así como la homogeneización creciente de ideas y de los métodos de producción capitalista, alentaban al surgimiento de un nuevo orden internacional. Yo discrepaba con esas perspectivas optimistas sobre un supuesto "fin de la historia", con un triunfo irrevocable de Occidente y consideraba que esa idea de Augusto Comte de que con las sociedades industriales terminarían las guerras, era de un "dogmatismo impávido", como la calificara Raymond Aron. No se podía, pues, a mi entender, hablar de un todavía hipotético nuevo orden mundial. Además, insistí en que en ese tiempo histórico en ciernes era impostergable atender a la "consistencia" de las naciones, o sea mantener congregadas y motivadas a las comunidades nacionales, para afrontar los crecientes desafíos que planteaba el incierto escenario internacional. Todas esas intervenciones fueron publicadas el mismo año en un libro editado por el Grupo Editor Latinoamericano.

Poco tiempo después fui designado delegado argentino ante la Comisión Administradora del Río de la Plata (CARP), creada formalmente en 1974 con motivo de celebrarse el año anterior el Tratado del Río de la Plata y su Frente Marítimo, que definió los límites con el Uruguay en el río, como así también el modo de administrar conjuntamente la utilización de esa vía fluvial, tarea confiada a la CARP. El Tratado se basó en la división de las aguas por el canal más profundo del río, que se situaba entre la isla Martín García y la costa uruguaya, de tal modo que la jurisdicción sobre la isla era de la Argentina aunque con importantes limitaciones. Fue una solución que procuró armonizar de modo práctico nuestros derechos históricos mediante una articulación jurídica que permitiera administrar conjuntamente las aguas compartidas. Hasta 1975 el canal más profundo, llamado también Martín García, había sido administrado en forma unilateral por la Argentina. De ahí en más se presentaron varios proyectos para aumentar su profundidad y anchura, a fin de permitir el tránsito aguas arriba de buques de mayor calado para acceder al río Paraná por el Guazú y también directamente al río Uruguay. En 1990 Uruguay pidió formalmente que se hiciera un estudio de viabilidad del mencionado canal a fin de aumentar la profundidad a 32 pies (hasta entonces era de solo 22). También Uruguay planteó la necesidad de ser informado sobre toda obra a realizarse en el río, dado que se estaba ya preparando en Buenos Aires una nueva concesión para el mal llamado Canal Mitre, en homenaje al ingeniero Emilio Mitre que había planeado en 1910 hacer un canal totalmente distinto al encarado en 1972 y finalmente inaugurado en 1976. La idea del ingeniero Mitre era hacer un canal artificial en tierra firme a lo largo del Río de la Plata y no un canal en el lecho del río, como finalmente se decidió. Ello obligaba a sortear muchos y costosos obstáculos, al mismo tiempo que lo exponía al aumento permanente de la sedimentación. El susodicho canal Mitre tiene, además, diez curvas, cuatro de ellas muy cerradas y peligrosas.

Yo me incorporé a la CARP en medio de esas disputas. Si bien es cierto que el Tratado le daba jurídicamente razón al Uruguay, nuestras autoridades de transporte y portuarias cuestionaban la necesidad del canal Martín García. No solo tenían en cuenta motivos políticos, dado que el Canal Mitre era vital para asegurar nuestras exportaciones conectando el Río de la Plata con el Paraná de las Palmas y podrían administrarlo sin el concurso del Uruguay, sino también motivos más venales, visto el enorme costo de las inversiones y los beneficios eventuales para los funcionarios involucrados. Los expertos del tema aseguraban que la coexistencia de ambos canales sería de gran importancia para nuestro país, porque no solo se contaría con una vía alternativa en caso de obstrucción del Mitre, sino que sería una vía más segura y mucho menos costosa, dadas las características naturales del río. Para Uruguay, a su vez, el Martín García le permitiría incrementar la actividad del puerto de Nueva Palmira para las cargas que vinieran por el río Uruguay y también por el transbordo de mercaderías que venían del río Paraná a buques oceánicos.

Nuestra Comisión tenía su asiento en la Isla Martín García en un amplio chalet donde nos reuníamos periódicamente. Además contaba con una lancha que transportaba a los ocho delegados (cuatro por país) desde las dos orillas. También tenía una subsede con personal permanente en la ciudad de Buenos Aires. La Isla, casi deshabitada, poseía un floreciente bosque natural con gran variedad de aves. El trabajo de conservación del reducto urbano, calles y pequeñas plazoletas estaba a cargo de presos que así cumplían parte de sus condenas. Los pocos pobladores vivían del turismo o de la pesca. Su panadería se había hecho famosa por la fabricación de un pan dulce muy codiciado. Según nos contaban los lugareños, el presidente Menem solía aprovechar sus prácticas aéreas aterrizando algunos fines de semana en la corta pista habilitada, para comprar esos panes y disfrutar de unas breves estadías. El edificio de la cárcel donde estuvieron hospedados los ex presidentes Hipólito Irigoyen, Juan D. Perón y Arturo Frondizi ya estaba casi destruido.

Ese mismo año, por la rotación prevista, pasé a ser presidente de la Comisión. Yo decía, en broma, que de hecho, era gobernador de la isla, al transformarme en su máxima autoridad. Durante ese período nos correspondió encargar a la consultora elegida por licitación pública, el estudio de viabilidad del canal Martín García. No fue tarea fácil preparar los pliegos, dada la continua interferencia de nuestro Director Nacional de Construcciones Portuarias, el sindicalista Jesús González que, además, era el secretario general de todos los obreros marítimos. González, un importante dirigente peronista, era muy allegado al Presidente Menem.

En nuestra Delegación se desempeñaba como representante del Ministerio de Defensa el Capitán de Corbeta ® Horacio Salduna, un impetuoso experto en el tema de los canales y un apasionado defensor de lo que él entendía era el interés nacional. Secretario técnico era el capitán de fragata Roberto Solari. Un día este último me preguntó por teléfono si yo no tenía inconveniente en que el capitán Salduna elevara una nota al ministerio de Economía. Por supuesto, dado su representación de un ministerio ajeno no podía oponerme, aunque desconocía el tenor de la misma.

Supe luego que era un severo y detallado cuestionamiento a la reciente licitación para los trabajos del Canal Mitre preparada por el mencionado Jesús González, que, además, quedaba con el control rentado de la obra. Era evidente que no existían estudios previos, que el concesionario podía alterar la traza del canal, que toda la inversión estaba a cargo del Estado y que las sumas presupuestadas eran manifiestamente exageradas. Finalmente la nota llegó a manos del subsecretario de Privatizaciones, el embajador Juan Carlos Sanchez Arnau, quien no tuvo mejor idea, sin osar investigar la denuncia, que derivar ese informe al ministro Domingo Cavallo. Poco después, con motivo de una queja del Secretario de Transportes Edmundo Soria al canciller Di Tella advertí que había sido víctima de un premeditado abuso de confianza por parte de ambos pícaros marinos; no era responsable de esa nota sin la firma del autor y que había sido elevada maliciosamente diciendo que era por indicación mía. Decidí, pues, aplicarle al capitán Solari una sanción disciplinaria. No obstante quedar a salvo mi inocencia, a los pocos días me llamó el Canciller para decirme que lamentaba mucho, pero el ministro de Economía había pedido mi remoción de la CARP. Según me explicó, era el costo de la política, por lo que no debía considerarme sancionado ni afectada mi honorabilidad. Como pasó muchas veces durante aquel gobierno, la corrupción rampante contaba con el beneplácito de las más altas autoridades y nadie se atrevió a investigar una denuncia muy clara que afectaba el interés público, aunque sin responsabilidad mía en ella.

Muchas cosas habían pasado desde mi regreso al país. En 1991, como ya lo señalé, se había creado en Asunción el Mercosur, constituido por Brasil, Paraguay, Uruguay y la Argentina y que preveía un sistema de desgravaciones arancelarias automáticas en el plazo de cinco años. Se dejaba de lado la idea original concebida por Alfonsín y Sarney de un comercio administrado y de integrar progresivamente las economías y los esfuerzos técnicos y científicos. Lo más positivo fue la creación, en julio de ese mismo año, de la Agencia Brasileña-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC), un importante avance de la cooperación en ese campo, sobre todo porque establecía inspecciones regulares en ambos países de todas sus instalaciones nucleares.

En 1990, el Gobierno de Carlos Menem, por la presión de Estados Unidos,se vió obligado a paralizar el desarrollo de misiles, que se llevaba cabo en una planta de la Fuerza Aérea en Córdoba y a desmantelar todas sus instalaciones. Esos misiles, bautizados Cóndor I y II, fueron la culminación de trabajos comenzados en 1985 por el gobierno de Alfonsín. Se invirtieron más de cuatrocientos millones de dólares y había recibido financiación de Arabia Saudita y la colaboración de científicos alemanes. Por un acuerdo posterior con el gobierno estadounidense, los restos de los misiles desmantelados fueron transportados en 1993 a su base naval de Rota en España.

Otro episodio de gran repercusión en ese mismo año fue el llamado Swiftgate, un pedido de coimas al frigorífico de ese nombre por parte de Emir Yoma, cuñado del presidente, para liberar de impuestos a una importación de maquinarias, oportunamente denunciado por el embajador norteamericano. El escándalo motivó la renuncia de ese familiar como asesor presidencial y también de su ministro de economía Antonio Ernán González, reemplazado por Domingo Cavallo.

En 1991 se destapó la primera venta ilegal de armas, con claros sobreprecios, dispuesta por un decreto secreto firmado por Menem cuyo destino formal era Panamá, nación sin ejército desde la invasión norteamericana, pero cuyo destino final era Croacia, que sufría en ese entonces un embargo dispuesto por Naciones Unidas, a raíz de la guerra civil en Yugoslavia. Por decretos similares se incrementaron en los siguientes años nuevos envíos de materiales producidos por Fabricaciones Militares no sólo al mencionado país, sino también a Ecuador, en guerra contra Perú, aunque en este caso su destino formal era Venezuela. Argentina era uno de los garantes de la paz lograda años atrás entre los dos países. Nuestro embajador en Lima, Arturo Ossorio Arana dio cuenta, en su momento, a nuestra Cancillería de esa información provista por el indignado gobierno peruano. Naturalmente, además de complacer a los Estados Unidos en el caso de Croacia, se trababa de unos formidables negociados, en los que también estaba involucrado el cuñado del Presidente, Emir Yoma, lo que afectó la imagen internacional de la Argentina. Por su exhaustiva investigación de esas ventas a Ecuador, el periodista de Clarín, Daniel Santoro recibió del propio monarca el premio internacional Rey de España en Madrid (1995), ceremonia en la que pude acompañarlo junto a Ricardo Monner Sans, su valiente y lúcido abogado defensor ante las denuncias penales sufridas.

A comienzos de 1993 me reencontré con el viejo amigo de mi padre, Hipólito Jesús Paz, apodado por todos el "Tuco", inteligente catador de la política y agudo observador de los personajes que se revoloteaban en el tinglado público. Tras un siempre fructífero cambio de opiniones, evitó darme precisiones sobre la personalidad de Menem, a quién él había frecuentado y sólo se limitó a sugerirme, como sabía de mis conocimientos de grafología, que fuese a un restaurante de comida árabe situado en la calle Carabelas, donde en el libro de visitantes podría encontrar cuatro líneas manuscritas y la firma del personaje, lo que me permitiría sacar mis propias conclusiones. Así fue como al poco tiempo concurrí intrigado a ese centro gastronómico y so pretexto de dejar mi testimonio sobre las bondades culinarias, me detuve algunos minutos sobre la mentada página manuscrita, tal como me había sugerido el "Tuco". Se trataba de una escritura de trazos muy gruesos, como si quisiera dejar huellas profundas en la hoja y con formas casi verticales y rudimentarias, propias de una personalidad muy determinada, desprovista de inhibiciones y dispuesta a imponer su voluntad en toda circunstancia. Era la letra de un hombre más bien tosco culturalmente y de poca espiritualidad. Salí preocupado tras ese corto examen y nunca, a lo largo del tiempo, pude olvidar esas conclusiones.

Al poco tiempo recibí en mi casa una llamada del Canciller ofreciéndome la embajada en España. Después de explicarme que el actual embajador Juan Pablo Lohlé no estaba satisfecho con ese destino y contrariado por haber tenido que dejar antes la embajada ante la OEA (Organización de los Estados Americanos), tenía que cubrir la representación en España ante el fundado temor de que el presidente propusiera un "impresentable". Insistió en que debía darle mi respuesta dentro de las siguientes veinticuatro horas. Tras mi sorpresa inicial me apresuré a evaluar la propuesta con mis allegados y dentro del plazo acordado le di mi respuesta afirmativa, por lo que de inmediato se pidió el "placet" de estilo al gobierno español, prontamente concedido.

Todo esto sucedía a mediados de 1993. Como después Lohlé no quería irse hasta tanto se produjera un viaje previsto para el mes de octubre por el presidente Menem a España, el Canciller aceptó que me hiciera cargo a posteriori. Cuando Menem decidió postergar su viaje para el siguiente año, su pedido de una nueva prórroga de su estadía ya no tenía sentido y fue rechazado. Así fue como me puse en marcha con mucha ilusión para regresar inesperadamente a Madrid después de más de dos años.



Embajada en España



Asumí la embajada en 1993. Mis estudios realizados más de treinta años atrás, como la experiencia de cinco años (1986-1991) a cargo del Consulado General en Madrid me habían permitido familiarizarme con la realidad del país y convivir con los grandes cambios experimentados en ese largo período, cambios que en gran parte mencioné al tratar esas estadías Y sobre todo pude apreciar la complejidad del mundo hispano y establecer lazos perdurables de afecto y amistad.

El acceso al gobierno de los socialistas en 1982 no provocó un cambio significativo de rumbo, por el contrario le dio un renovado vigor, permitiéndole empezar a jugar un papel destacado en el plano internacional, en especial con la Argentina, que también había logrado en 1983 la recuperación democrática. Esas afinidades con nuestro país permitieron articular coincidencias ante importantes dilemas latinoamericanos e ir cimentando una amistad política que, luego, con la llegada de Menem al poder, facilitaron el posterior desembarco de numerosas empresas españolas en la Argentina, gracias a la nueva política de privatización de las compañías públicas adoptada por el gobierno. La dirigencia española estaba estrenando con mucho orgullo su pertenencia europea y democrática, desechando los antiguos dilemas ideológicos, sintiéndose parte de un club privilegiado en la escena internacional. Esa nueva pertenencia y la inédita prosperidad – Juan Goytisolo hablaría de "nuevos ricos"-, coincidió con las ventajosas posibilidades ofrecidas por la Argentina a sus grandes empresas lo que implicó un despliegue novedoso e inesperado de sus mejores energías. Pronto España fue el más importante inversor extranjero en la Argentina.

En este escenario me tocaba actuar. Siempre tengo presente la invariable respuesta del famoso canciller francés Talleyrand cuando sus embajadores le pedían instrucciones: "Faites aimer la France" (Hagan querer a Francia). Mi tarea prioritaria era, pues, no sólo asociar nuestros esfuerzos sino también los corazones y nuestros espíritus. El conocido internacionalista Joseph Nye habla de la importancia mayor y creciente del "soft power" de los países, que es la posibilidad de suscitar sobre ellos atractivas imágenes y así tener un peso mayor que el de sus recursos o su poderío.

Mi estrategia y mis actividades se orientaran fundamentalmente sobre tres sectores claves: el cultural, incluyendo todos los centros de estudio y los medios de comunicación; el económico, de modo tal que los empresarios españoles pudieran sentirse más involucrados en el desarrollo argentino mediante un mayor conocimiento de nuestra realidad y el artístico, incluídos los sectores del espectáculo, a fin de facilitar el aprecio recíproco y los intercambios. Aunque los tres ámbitos estaban estrechamente ligados, convendrá que los considere por separado.

Antes de hacerme cargo de mis nuevas funciones, tuve ocasión de participar en la ritual ceremonia de presentación de credenciales ante el Rey. Después de saludar al ministro de Asuntos Exteriores en su sede, fui conducido en una antigua carroza hasta el Palacio de Oriente, escoltado por alabarderos con uniformes medioevales y un batallón engalanado de oficiales de caballería al frente y a la retaguardia. Evoqué la asombrada mirada del niño que fui, cuando similar cortejo, pero de granaderos a caballo, acompañaba a los embajadores extranjeros en Buenos Aires, desde el Palacio San Martín hasta la Casa Rosada. Yo vivía en ese entonces a solo una cuadra de la Cancillería y nunca hubiera imaginado que sería el protagonista de una ceremonia semejante y menos en España. Al arribar al Palacio, fui conducido según un estricto protocolo ante el salón del Rey e instruido sobre el preciso tratamiento que debía darle. Después de presentarle mis credenciales de un modo informal con el que rápidamente simpatizó, tuve ocasión de mantener una muy cordial conversación a solas y establecer con él una perdurable relación de amistad.

Una de mis primeras medidas fue intentar restaurar la amplia residencia de la embajada, cuyo interior y exterior requería con urgencia una puesta en valor para que esta avanzada del país pudiera ofrecer un marco digno y atractivo a todos los sectores representativos de la vida española. La residencia, conocida como Palacio Argueso, la primera como propiedad argentina en España, había sido comprada años atrás por nuestro país merced a una buena oferta de sus entonces dueños. La casa era una mansión perteneciente a una antigua familia noble que ya no podía ni mantenerla ni restaurarla. Estuvo varios años abandonada y en estado ruinoso.

Con la llegada del embajador Jorge Rojas Silveira, y merced a su amistad con el entonces presidente Alejandro Lanusse, consiguió que pudiera restaurarse y transformarse por vez primera en residencia de nuestro embajador. Dos bombas que cayeron milagrosamente sin explotar en dos de los principales salones de la planta baja durante la Guerra Civil alentaron a sus moradores a abandonar esos espacios y a recluirse en los pisos superiores - metáfora curiosa del cuento de Julio Cortázar "Casa tomada"- por lo que el nuevo propietario debió ocuparse prioritariamente, al tomar posesión, de extraer esas bombas todavía incrustadas aún en los techos.

Vale la pena comentar aquí la importancia de las residencias oficiales: son la primera fachada del país. Cuando ingresé a la Cancillería ésta contaba con dos juiciosos funcionarios que velaban por el cuidado y la decoración de las representaciones en el exterior, como así también de las locaciones o compras. Lamentablemente en los sucesivos gobiernos se fueron descuidando estos aspectos.

Este abandono fue paralelo al decreciente nivel de los embajadores políticos acreditados en las diversas capitales y por haber dejado su atención al arbitrio de los jefes administrativos del Ministerio, casi siempre figuras sin las necesarias competencias para administrar un enorme patrimonio político cuyos alcances ignoran.

Brasil, por el contrario, tiene fijado legalmente que todas las funciones importantes de su Cancillería, ya sea en su sede como en todas sus representaciones en el exterior, sean ejercidas sólo por funcionarios diplomáticos, excluyendo expresamente la incorporación de políticos. De esa manera, tanto los directores de administración como de personal son cargos ejercidos por diplomáticos experimentados. En la práctica, los cancilleres son también elegidos entre los embajadores de carrera. De ese modo, Brasil se asegura la continuidad de sus políticas y le otorga una inigualable eficacia a su gestión.

Con las partidas asignadas al sostenimiento, mi mujer, con el auxilio de una arquitecta amiga, restauraron primero las dependencias de empleados y la cocina que estaban muy deterioradas. También y en pocos meses se logró una completa restauración de los salones de recepción y del piso de huéspedes, el cambio de cortinados y del tapizado de sillones, la pintura de paredes y techos, el arreglo completo del jardín, la iluminación en el interior y en el exterior de la mansión y la redistribución del mobiliario a fin de reabrir nuevamente las puertas de la residencia para ofrecer un espacio de relieve a los visitantes, acorde con la importancia que entendíamos debía tener nuestro país en España. Desde hacía más de veinte años, nadie se había encargado de su mantenimiento y deterioro.

En el campo cultural nuestro objetivo fue hacer conocer nuestra compleja realidad, mal conocida en el mundo español y despertar la atención de los sectores más representativos y de sus mejores inteligencias hacia las creaciones y dilemas de nuestras circunstancias contemporáneas.

No existían en España ni estudios ni especialistas de relieve en temas latinoamericanos y mucho menos de la Argentina. Apenas quedaba un puñado de estudiosos de los tiempos del Instituto de Cultura Hispánica, desatendidos por las nuevas urgencias históricas. Por eso me propuse prioritariamente crear un centro de estudios sobre la realidad argentina. Como mis primeros tanteos con la Universidad Complutense de Madrid no encontraron mayor receptividad, acudí resueltamente y con fundadas razones a la Universidad de Salamanca donde ya funcionaba un Instituto de Estudios Iberoamericanos. Siendo aún adolescente, como ya lo mencioné, Dardo Cúneo, me hizo descubrir a muchos escritores españoles, entre ellos toda la obra Unamuno. El mismo había escrito un enjundioso ensayo sobre "Sarmiento y Unamuno ", que aún guardaba vivo en mi memoria. Unamuno no sólo había consagrado, con su inmenso prestigio, al “Facundo " de Sarmiento como una de las obras cumbres de la literatura hispanoamericana en el siglo XIX a través de sus artículos en el diario "La Nación " de Buenos Aires, de amplia repercusión en todo el continente, (la llamó "la más grande inteligencia de escritor americano en lengua española"). También sostuvo que los enojos de Sarmiento contra España "eran propios de un español", con los que se sentía él mismo identificado. Unamuno fue durante muchos años Rector de la Universidad de Salamanca. En esa Universidad, fundada en 1218, había estudiado leyes nuestro admirado Manuel Belgrano.

Encontré mucho interés en los encuentros que tuve primero con el sociólogo Manuel Alcántara, director del mencionado Instituto, y luego con el nuevo Rector, Ignacio Berdugo, quién accedió a concedernos una sede apropiada, una pequeña contribución económica y la incorporación de nuestra Cátedra a sus cursos curriculares de maestría. Con ese aliento, al poco tiempo y con la colaboración del lúcido abogado y poeta argentino Santiago Sylvester, del consejero Alberto Dojas de nuestra embajada y de Antonio Lago Carballo, intelectual español que había participado en el gobierno de transición con Adolfo Suárez, amigo personal y de nuestra América, pronto comenzamos a fijar los objetivos y a redactar los estatutos del nuevo Centro, organizar su estructura y sus objetivos y diseñar nuestra estrategia para concretarlo. El nombre estaba ya por mí predeterminado: se llamaría "Cátedra Domingo F. Sarmiento de Estudios Argentinos". Su objetivo sería promover el mayor conocimiento de la Argentina en España, el estudio de sus problemas y el acercamiento académico y cultural entre los dos países. Para alcanzar esos objetivos se deberían llevar a cabo cursos, seminarios, estudios, conferencias, publicaciones y el otorgamiento de becas para investigadores. Era nuestra idea que esta Cátedra, la primera que se constituía en Europa, fuese un centro de reflexión y al mismo tiempo de difusión de los asuntos argentinos en España y un foco de irradiación y de referencia para otras universidades e institutos académicos. También debería ayudar a los cientos de especialistas de empresas españolas que cruzarían el Atlántico a familiarizarse con la historia, la cultura y la realidad argentinas. Las grandes empresas españolas no contaban con planteles especializados en asuntos internacionales, por lo que, por ejemplo, un gerente de Valladolid se veía de pronto encumbrado a la presidencia de su compañía en Buenos Aires sin la necesaria preparación.

Los próximos pasos estuvieron orientados a conseguir el patrocinio de varias empresas con intereses en la Argentina, para asegurar de modo regular el necesario sostén económico del emprendimiento. Si bien conté desde el principio con el apoyo entusiasta de mi amigo Francisco "Pancho" Perez González, socio del grupo Eductrade, el mayor proveedor de textos escolares para los alumnos hispanoparlantes, tanto en España como en Latinoamérica, y también de Prisa, editora del diario "El País", el más importante de España, debí recorrer los despachos de muchos directivos de empresas y bancos y después de prolongadas conversaciones logré que seis de ellas aportaran una suma fija anual.

A comienzos de 1995 firmé con cada uno un convenio separado y compromisorio. El siguiente paso fue estructurar un Comité Académico de alto nivel y procurando, al menos de lado argentino, que sus tres representantes fueron de tres corrientes ideológicas distintas con el objetivo de asegurar no solo excelencia sino también pluralidad. En un país donde el sectarismo de las diversas capillas intelectuales es habitual, pudimos elegir a tres profesores intachables y de gran prestigio: Carlos Floria, cientista político adscripto a la tradición liberal; José Luís de Imaz, sociólogo vinculado a la tradición católica y nacional y, por fin, mi admirado Gregorio Weinberg, erudito autodidacta y distinguido profesor a quién se lo relacionaba con la tradición laica y socialista. Junto a ellos visitamos la vasta biblioteca de la Universidad de Salamanca, en especial en la sala de libros más antiguos e incunables, donde Gregorio Weinberg nos sorprendió, incluído a los expertos conservadores de esos raros volúmenes, con sus sabias e inesperadas reflexiones sobre su contenido y datación.

Por la parte española, escogimos con el Rector al filólogo Víctor García de la Concha, designado poco después presidente de la Real Academia Española; a José Luís Cascajo, conocido constitucionalista salmantino, y a Juan Velarde Fuertes, uno de los economistas más influyentes de España y acreditado estudioso de las economías latinoamericanas. La coordinación administrativa quedó a cargo de Manuel Alcántara, aunque al poco tiempo debimos contratar a un director de cátedra, designación que recayó en Luís Tonelli, joven y promisorio politólogo que cursaba estudios en Inglaterra. Con su auxilio pudimos instalar las oficinas de la Cátedra, dotarla de computadoras y de una secretaría permanente, establecer una red de comunicaciones con diversos centros académicos españoles alentándolos a emprender similares estudios e incrementar su biblioteca con donaciones y compras. Para sellar simbólicamente la nueva creación, conseguimos traer el retoño de una higuera del primitivo hogar sarmientino que plantamos en la entrada del Palacio de Abrantes, nuestra sede.

En la inauguración de la Cátedra en junio de 1995, después de firmar el "Convenio de Constitución" entre la embajada y la Universidad de Salamanca, participaron los Ministros de Educación de los dos países, autoridades provinciales y municipales, altos representantes de la Cancillería española, empresarios y banqueros patronos de la Cátedra y numerosos académicos e intelectuales de los dos países. Habíamos invitado especialmente también a varios profesores argentinos, entre ellos a Dardo Pérez Guillhou, mi antiguo compañero de estudios más de treinta años atrás y en ese momento ya acreditado historiador y constitucionalista, y a Luís Alberto Romero, destacado politólogo e historiador, para participar en un debate augural con pares españoles, sobre las mejores acciones futuras de la Cátedra. El acto tuvo una amplia y generosa repercusión en todos los medios argentinos y locales.

El buen amigo Rolando Rivière, corresponsal permanente de "La Nación ", fue dando cuenta y destacando en sus notas los pasos dados por la Cátedra, a la que acompañó con particular simpatía. También se propició el viaje a la Argentina de Víctor Pérez Díaz, afamado cientista político y discípulo de Robert Putnam, el innovador téorico de la "sociedad civil" y el "capital social" de los países y el de Joan Subirats, destacado sociólogo catalán, para dictar cursos y participar en debates.

Lamentablemente mis sucesores en la Embajada, primero un inculto comerciante y luego un político radical entrerriano que debutaba en la diplomacia, dejaron de interesarse en la continuidad de ese enorme esfuerzo y languideció sin remedio. Hoy solo queda una imponente higuera de recuerdo.

Otra de las inquietudes que surgieron en mis tiempos en el Consulado fue propiciar la publicación de un libro sobre la "Vida española del General San Martín" que ahora, ya como embajador, pude concretar con el auxilio de Antonio Lago Carballo y varios destacados historiadores, así como también del decisivo aporte de Telefónica de Argentina. El libro que finalmente coedité con un prólogo de mi autoría, recoge trabajos sobre aspectos poco conocidos de la familia de San Martín y de su actuación militar en España. Su figura era todavía bastante controvertida para muchos españoles, dada su descollante protagonismo en el ejército peninsular contra los invasores franceses, antes de embarcarse hacia América y asumir luego el comando de la guerra de la independencia de Argentina, Chile y Perú. San Martín tenía tres hermanos militares, todos ellos de alta graduación bajo bandera española –uno de ellos de destacada actuación en Filipinas-, y una hermana. La idea principal era poder asociar nuestra admiración por un héroe común a dos continentes.

También procuramos restaurar la casa de sus padres, situada en Cervatos de la Cueza, en el corazón de Castilla, que ya había sido convertida en museo.

Las gestiones iniciadas por nuestro eficiente cónsul en Cadiz, José Antonio Tomassini, bajo el patrocinio del Consulado General en Madrid, a mi cargo en ese entonces y de quien dependía, permitieron comenzar las obras de restauración de la casa donde vivió y murió Bernardina Rivadavia. Para ello se contó con la decisiva contribución de las autoridades locales y provinciales. La casa había sido comprada y donada al gobierno argentino por el generoso inmigrante catalán Roger Balet, en 1932, para realizar actividades culturales. Con el paso del tiempo su progresivo deterioro la transformó en ruinas. El emprendimiento de las autoridades gaditanas implicaba cedernos gratuitamente dos de los pisos de la reconstrucción, uno para el consulado y otro para sede de nuestra acción cultural. Otros dos serían utilizados por ellas para sus actividades administrativas. Merced al convenio firmado en ese entonces tuve el honor de participar en la inauguración oficial de esa importante obra ya concluida, con la infeliz coincidencia de que el gobierno argentino había decidido suprimir varios consulados importantes, entre ellos los de Bilbao, Canarias y en especial el de Cadiz, en uno de esos comunes estertores de nuestra política exterior, bajo el pretexto habitual de "imprevistas restricciones presupuestarias". No fue fácil afrontar el desaire ante las generosas autoridades locales y provinciales.

Como los escritores argentinos y españoles más jóvenes eran casi desconocidos en ambas orillas decidimos organizar con el Instituto Ortega y Gasset un encuentro de cuatro novelistas de cada lado bajo el provocador título de "¿Una misma lengua nos separa?”. Con el auge de la industria editorial local, nuestra ambición era que, además del mutuo reconocimiento, nuestros novelistas pudieran se reeditados allí y con ello estimular traducciones a otros idiomas, así como extender su lectura a la amplia audiencia latinoamericana reconquistada en los últimos años por las publicaciones españolas.

Con la ayuda de mi antigua amiga, la profesora Nora Martinez, residente en Buenos Aires, y de Leonor Fleming, representante del Instituto, conseguimos seleccionar a quienes serían los escritores de nuestro país. Participaron del lado argentino Héctor Tizón, Rodolfo Rabanal, Mempo Giardinelli y Alina Diaconu. Por el lado español intervinieron Antonio Muñoz Molina, Alvaro Pombo, José María Merino y Rosa Regás, ésta última además de acreditada novelista había sido secretaria de Cultura con el gobierno socialista. A los visitantes les conseguimos alojamiento en la afamada e histórica Residencia de Estudiantes, solar que en el pasado solían habitar, entre otros, Federico García Lorca, Luís Buñuel, Salvador Dalí y Juan Ramón Jiménez.

Lamentablemente Giardinelli, a quién yo había escogido por admirar sus libros, se quejó airadamente por tener que subir un piso por escalera a su habitación con su valija y luego se negó a concurrir al almuerzo inaugural que ofrecí en mi residencia si no lo iba a buscar el chofer de la embajada. Como a todos los visitantes les habíamos otorgado un pequeño viático, terminamos sugiriéndole que se tomara un taxi. Esos inesperados y decepcionantes caprichos me hicieron pensar que su supuesta adscripción política "progresista" no se correspondía con tan desagradecido y pretencioso comportamiento. El esfuerzo que hicimos para realizar el encuentro lo habíamos afrontado con el patrocinio de empresas argentinas y españolas, sin aportes públicos.

Las ponencias fueron más tarde publicadas en un número especial de la Revista de Occidente (abril de 1996). En la misma revista propiciamos un número especial titulado

"La Argentina entre ayer y mañana", para el que conseguimos artículos de prestigiosos intelectuales.

Aprovechando las facilidades ofrecidas por nuestras nuevas oficinas encaramos, con la colaboración de una experta bibliotecaria argentina, la clasificación e informatización de la valiosa colección de miles de libros hasta entonces dispersos y en gran parte apilados sin orden en los sótanos de la anterior embajada. Asimismo se dotó a la flamante biblioteca de estanterías adecuadas, una computadora y una colección de CD-ROM con información bibliográfica y temática sobre la Argentina, el acceso a las principales bases de datos de nuestro país y a los más completos listados de publicaciones, tanto españolas como argentinas, con el objeto de facilitar consultas de investigadores, profesores y estudiantes.

A la inauguración de la biblioteca y del nuevo salón de lectura, asistieron muchas personalidades del mundo intelectual y académico local. Con el Director General del Libro y Bibliotecas, Fernando Rodríguez Lafuente, descubrimos una placa donde constaba el nombre de la biblioteca, Juan Bautista Alberdi, en memoria de quien fuera nuestro primer representante diplomático en España. También concurrieron muchos compatriotas residentes en Madrid. Mi sucesor en la embajada –"un comerciante de negocios confusos", según lo definió el corresponsal de "Clarin" en España- decidió primero cambiarle el nombre a la Biblioteca, a la que rebautizó en un torpe gesto de obsecuencia, con el nombre de Carlos Saúl Menem. Y, lo que es peor, la trasladó al Colegio Mayor argentino, en la ciudad universitaria y en las afueras de Madrid, donde permaneció desmantelada y nuevamente desperdigada.

Al tomar conocimiento de esos hechos, ya de vuelta en Buenos Aires, el diario "La Nación" me publicó una carta de lectores, en la que alerté indignado sobre esos despropósitos. Gracias a la intervención de nuestro Canciller, aquel indigno representante debió devolverle a la biblioteca su nombre original, aunque ya había perdido su sentido. La directora del Colegio Mayor era una señora también impresentable y actora de repetidos escándalos, suegra de uno de los secretarios del presidente Menem, sin título universitario, exigencia ineludible reglamentaria, ante lo cual el rector de la Universidad de Madrid me envió repetidas notas de queja, notas que elevé sin resultado alguno, tanto a nuestro ministerio de Educación como a la Cancillería.

En octubre de 1996 tuve el honor de ser invitado por los hijos y nietos de José Ortega y Gasset para presentar, en la Casa de América, un libro que incluía las catorce conferencias que dictó el filósofo en Buenos Aires en 1916, donde pasó séis meses, y en 8, y que fueron reordenadas por otro de los conferencistas el profesor José Luís Molinuevo. En el acto destaqué la inmensa influencia que tuvo en nuestros medios intelectuales y la gratitud con que siempre lo recordábamos. La amistad tan particular de Ortega con la Argentina no era extensiva a los demás países latinoamericanos. Su biblioteca sobre temas de nuestra América no superaba los ciento cincuenta volúmenes, la tercera parte a él dedicados Su mirada era la de un europeo y no la de un español sobre la Argentina, por lo que no sólo desatendía los largos siglos ibéricos en América, sino también muchas de las singulares creaciones producidas en la vasta geografía latinoamericana.

Para mi generación, la cuarta desde sus primeros lectores, también fue un decisivo y determinante acicate en nuestra formación. Su obra signó mis primeros años en la universidad, de tal modo que demoré los estudios regulares, deslumbrado por la lectura de sus obras completas, que me abrieron un muy rico horizonte intelectual. Como buen amigo de la Argentina no dejó de señalarnos nuestras debilidades y muchas de sus reflexiones sobre los dilemas nacionales siguen aún vigentes.

Entre mayo y junio de 1995 pudimos presentar en Madrid, con la colaboración de la Dirección de Asuntos Culturales de nuestra Cancillería un vasto programa de actividades titulado "Argentina en portada". En él se incluyeron dos mesas redondas -una con críticos literarios y otra con escritores de ambos países-, importantes muestras de arquitectura, pintura y fotografía argentinas, representaciones de varias obras teatrales y exhibiciones de muchas películas, todas con gran concurrencia de público.

No pude entender el enojo de los críticos literarios argentinos, por las traducciones de los libros editados en España. Sentí que escondía un sórdido reproche ante la pujanza de su industria editorial, sucesora en el mercado latinoamericano a la otrora vasta producción argentina. Lo mismo pasó con los literatos, en especial con la molestia de los nuestros por el desconocimiento de sus obras. Siempre me desagradó esa altanería de muchos argentinos cuando tienen que cotejar sus experiencias.

Otro episodio parecido fue protagonizado por Jorge Assis, por entonces secretario de Cultura de nuestro país, a quién le ofrecí un almuerzo al cual invité a varios importantes novelistas españoles y a su par en el gobierno de Felipe González. Con arrogancia les explicó a los azorados comensales que él no escribía para sumar lectores y que le bastaba su propia satisfacción. Además, su narcisismo lo llevó a hablar solamente de sí mismo y le impidió interesarse por la obra o la vida de los colegas presentes o por la actividad de la ministra convocada.

Para aprovechar el amplio salón de recepción de nuestra residencia decidimos también organizar clases de tango, para lo que conseguimos la colaboración de ocho profesores, estimulados por la posibilidad ulterior de sumar nuevos clientes a sus respectivas academias. Comenzamos con una pequeña selección de personas muy relevantes de la sociedad española, a los que pronto se fueron sumando otros muchos a ellos relacionados, Llegamos a tener periódicamente un promedio de ochenta invitados. Las sesiones se iniciaban los martes al atardecer, prolongándose más de lo previsto. Así, en poco tiempo, se acercaron a la residencia muchas personalidades locales que nunca antes la habían visitado.

La compra de un piano, mediante un complicado sistema de leasing, ofrecido generosamente por un banco amigo para salvar las severas reglas contables oficiales, nos permitió, asimismo, ofrecer periódicos conciertos con músicos argentinos.

Acondicionando el pequeño jardín de la residencia para el emplazamiento de mesas y la construcción de una amplia parrilla, pensamos que sería de interés invitar a los más importantes empresarios españoles a un asado típicamente argentino. Contratamos, pues, a un experto cocinero amigo residente en la ciudad. Al principio las respuestas para participar fueron dubitativas, pero ante las consultas entre ellos la mayoría terminó participando. Lo que podía haber sido un fiasco terminó congregando a más cerca de cuarenta de los más altos dirigentes económicos que representaban a más del 30% del producto bruto español. Sirvíó, además, para promocionar nuestras carnes y vinos. Nos sorprendió también advertir que la mayoría de ellos acudió con 4 o cinco guardaespaldas, prueba patente de que el terrorismo de ETA seguía preocupándoles. . Para amenizar la velada nocturna invitamos a participar a "Los Granjeños", conjunto integrado por ejecutivos de empresas que habían sido introducidos a la música folklórica argentina por un entusiastas compatriota, Juan Lavalle Cobo. Llegaron a tener tal nivel de excelencia que, en su momento, fueron invitados a Salta por "Los Chalchaleros", con quienes compartieron su repertorio y exitosos conciertos.

Juan Lavalle Cobo se había radicado en España cuando sus padres cumplían funciones diplomáticas. En ese entonces solía frecuentar "La Granja", asiento de un castillo real y de distinguidas residencias de fin de semana, donde se realizaban habituales serenatas nocturnas. Así comenzaron a actuar, bajo el generoso estímulo de Juan, los cuatro intérpretes que ya eran nuestros amigos y que tanto deleitaron a los concurrentes al asado



Economía y comercio



Desde la entrada en la Comunidad Económica Europea, España empezó a contar con un importante saldo favorable de su comercio y a recibir significativos aportes de los Fondos de Reestructuración y de Cohesión europeos. Ello impulsó un creciente e inédito dinamismo de su economía, lo cual explica, en buena parte el desembarco, ante las nuevas condiciones económicas y políticas ofrecidas por la Argentina, de tantas empresas españolas en nuestro país. Si bien los entendimientos bilaterales comnzaron a partir del retorno democrático argentino en la época de Alfonsín (1083), con la apertura económica y la privatización de muchas empresas públicas durante el gobierno de Menem, el fenómeno adquirió proporciones mucho más significativas. Petróleo, gas, telefonía, transportes, electricidad, agua potable, bancos, alimentación, entre otros, fueron los principales rubros en los que sus inversiones adquirieron un papel predominante e hicieron de España el primer inversor extranjero en la Argentina. En 6 sus inversiones ya habían alcanzado a casi 7000 millones de dólares.

Entre 1993 y 1994 nuestras exportaciones a España crecieron un 13% y de 1994 a 1995 un 22 % llegando a 840 millones de dólares. Fue muy importante, en ese sentido, la incesante tarea informativa de nuestros eficaces Consejeros Económicos en la embajada, primero Raúl Dejean y luego Alberto Fernández Basavilbaso, así como las entrevistas y encuentros mantenidos con los más variados sectores de la actividad económica local. En las mencionadas informaciones se incluían estudios de mercado y los aranceles existentes, para estimular nuestras exportaciones en los más diversos y propicios nichos existentes de la economía española. También se editó una muy completa "Guía del inversor en la Argentina".

Es de interés recordar que en ese tiempo el sistema empresarial español estaba estructurado, en gran parte, en forma de pirámides, en cuyo vértice estaban los grandes bancos. De ellos dependían o eran participadas numerosas empresas. Por otra parte, como bien lo señalara con preocupación el ex presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, una de las personalidades españolas más inteligentes y atractvas y con el que establecí una cálida amistad, la integración de los Consejos de Administración de las empresas había permanecido inalterable y a cargo de las antiguas familias, a pesar de los grandes cambios políticos y económicos tras la muerte de Franco, lo que provocaba una gran concentración económica en pocas manos.



Cooperación militar



Como resultado de mis conversaciones con las autoridades de defensa y altos mandos militares españoles, me permití sugerirle al canciller Di Tella, en una de sus habituales visitas a Madrid, la conveniencia de formalizar algunos acuerdos específicos de cooperación entre los dos países, tanto para la provisión de material bélico como para entrenamiento y formación de nuestros jóvenes oficiales, habida cuenta de la buena disposición que yo había encontrado en ese sentido, así como la posibilidad de aprovechar la pertenencia de España a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), la alianza militar más importante de los países occidentales, para disponer de conocimientos y el acceso a las nuevas tecnologías con que contaban. El canciller me escuchó con atención y me adelantó que le parecía una feliz iniciativa la de vincularnos indirectamente a la OTAN, por lo que iniciaría sus primeros contactos a su regreso a Buenos Aires.

Mi propuesta de acuerdos militares con España fue suplantada por un pedido argentino a los Estados Unidos en 1997 para formar parte de los aliados extra-OTAN, figura creada en 1989 por el Congreso norteamericano para ampliar la cooperación de esa organización con países aliados y que debía contar con su autorización expresa. De esa manera se pensaba que podrían obtenerse beneficios tanto económicos como militares. Ya en 1989 fueron nombrados en ese carácter Australia, Corea del Sur, Egipto, Israel y Japón. En años posteriores se incorporaron Jordania(1996), Nueva Zelanda (1997) y finalmente la Argentina (1998). Yo pensaba en ese entonces que esa participación en una alianza militar podría ser contraproducente para nuestras relaciones con los países vecinos, en especial Brasil y Chile, dado que esa decisión unilateral y esa nueva pertenencia podían ser vistas como un gesto hostil, como así lo entendieron. Por otra parte me sentía un poco responsable de haberle despertado al Canciller el "apetito" por la OTAN.



Visitantes



Las visitas de gobernadores, ministros y legisladores argentinos a España, al igual que las de autoridades del gobierno peninsular y de las comunidades autónomas a nuestro país, a las que en todos los casos debíamos atender, se incrementaron. En la Argentina, tanto las circunstanciales autoridades, como los más variados dirigentes sociales suelen carecer de una adecuada conciencia de Estado y de la distinción entre lo público y lo privado, de tal modo que -como bien lo señalaba Octavio Paz para todos los latinoamericanos-, es muy fuerte la tentación periódica de considerar al Estado como un bien patrimonial o sin dueño y, por tanto, apropiable con los cambiantes gobiernos. Sarmiento, más de cien atrás insistía en que los argentinos no tienen conciencia de lo que es público. En particular, ello produce muchas veces interferencias con los representantes oficiales del país en el exterior. Convendrá que me detenga en algunos casos positivos y en otros no tanto.

El ministro de Economía solía visitar periódicamente España y se alojaba en nuestra residencia. Asombraba su capacidad de trabajo, pues mantenía simultáneamente reuniones con diversos sectores de la vida económica local en cada uno de los cuatro salones de la planta baja, con lo que, de hecho, parecía que Domingo Cavallo había trasladado su ministerio a Madrid. Era de un trato amable y nada exigente en la vida cotidiana, distante del talante impetuoso y avasallador con que conducía la economía del país y adoptaba diariamente las múltiples decisiones que afectaban la vida de los argentinos.

Eduardo Menem, en ese entonces senador nacional, nos hizo también una visita de casi una semana con su señora y sus dos hijos. El contraste con su hermano mayor, el Presidente, era tan notorio como gratificante. Era una persona serena, agradable en el trato, con la que pudimos entablar para mí muy atractivas conversaciones sobre temas del país y de España. Me sorprendió su interés en preguntar y escuchar, su actitud sensata frente al devenir de los acontecimientos, rasgo poco habitual en el mundo de los políticos, así como también su devoción por su hermano presidente.

Eduardo Duhalde, en ese entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, llegó a Madrid en visita oficial con una amplia comitiva, por lo que no tuve necesidad de hospedarlo. Tanto él como su señora tenían un trato cordial. Las entrevistas oficiales previstas eran muy limitadas, por lo que los ministros y secretarios que lo acompañaban pudieron disfrutar turísticamente la corta estadía. Me impresionó el bajo nivel de ese séquito. En la entrevista concertada con el Presidente del gobierno español, Felipe González con su simpatía habitual, hizo un atractivo relato sobre su visión de las relaciones internacionales, mientras Duhalde permanecía impasible sin atinar a realizar comentarios. Ante esa situación, contrariando las reglas diplomáticas, me permití intervenir en la charla con preguntas, para estimular al dueño de casa, por lo que de ahí en más éste optó por dirigirse directamente a mí, lo que me resultó muy incómodo.

El embajador argentino en los Estados Unidos, Raúl Granillo Ocampo y su señora a quienes yo no conocía, también nos visitó. Tras anticiparme su llegada a España, los invité por cortesía a comer en la residencia, a la que se sumó a su pedido, un asesor de su embajada. Después de desearles una agradable estadía turística, les anticipé que en el fin de semana debía ausentarme de Madrid por un compromiso previo. A mi regreso leí en el diario ABC que había convocado el sábado a la mañana y en la gubernamental Casa de América, con el auxilio del consejero de prensa de nuestra embajada, a varios periodistas locales, a quienes les informó de su posible nombramiento como futuro Canciller argentino y que, a su entender, España no era ni política ni económicamente importante para nuestro país.

Corroborada la información por un periodista amigo allí presente, denuncié el desaprensivo episodio ante la Cancillería, irritado por ese acto injustificado y desleal hacia mi persona y a mi investidura. Como alguien le retransmitió mi cable a Washington mantuvimos una agria disputa con este sinuoso personaje, de quién supe después que se vio involucrado en varios procesos penales.

También solían de tiempo en tiempo pasar por España nuestro embajador ante la Unión Europea, Diego Guelar, una persona controvertda, y Feliz Peña, representante del reciente invento creado con el nombre de Club Europa Argentina, que se dirigían a empresas españolas para solicitarles apoyo. En el primer le exigí que no invadiera mi jurisdicción sin órdenes precisas de la Cancillería. A otro personaje que había sido nombrado por Menem asesor itinerante "para promoción de negocios en Europa", Carlos Amar, le señalé que evitara contactos con autoridades locales o empresas sin mi conocimiento. Este pintoresco personaje habría contribuido, según se publicara en medios españoles, a canalizar los cuatro millones de dólares donados por el presidente de Livia, Muamar Kadhafi, para la campaña electoral de Menem y que luego se evaporaron.

Tuve, asimismo, ocasión de hospedar al admirado Ernesto Sábato, por pedido de mi amiga Elvira González Fraga que lo acompañaba. Me sorprendió poder observar al gran escritor en su vida cotidiana y escucharlo con especial atención en las muy interesantes conversaciones que pudimos mantener. Era una persona de una gran intensidad, lleno de manías, que contrastaban con su trato afable.

Adolfo Bioy Casares llegó también a España. Había sido invitado para recibir el premio Príncipe de Asturias. Viajaba acompañado de dos enfermeras, por lo que decidió hospedarse en un hotel mientras estaba en Madrid. Tenía el particular encanto de un impenitente seductor muy propenso a las confidencias. Nos permitió disfrutar de su compañía en sus asiduas escapadas a nuestra residencia huyendo de sus severas cancerberas.



Viajes

Además de visitar periódicamente las diversas regiones españolas y mantener conversaciones con las autoridades de esas autonomías. En el País Vasco, dueño de una pujante industria y actividad bancaria, la más avanzada de España, pude comprobar el exagerado nacionalismo de su clase política y la subsistencia de la actividad terrorista de ETA, que contaba con la tácita complacencia de significativos sectores sociales, incluso eclesiásticos. Además, todavía se aprovechaban de la explícita e inamistosa complicidad del gobierno francés que ofrecía refugio a sus terroristas, con la condición de no actuar en la zona vasca francesa. A fines del siglo XIX un oscuro escritor llamado Sabino Arana había profetizado con fanatismo religioso que los vascos era la única raza pura en el mundo, subsistente no contaminada, así elegida por Dios para asegurar que su país fuera el último refugio de la cristiandad. A pesar de que sus libros eran oscuros y de difícil lectura, sus destellos impregnaron progresivamente a toda la clase dirigente. De allí que su propuesta de independencia de España fuera, en adelante, favorecida por la creciente prosperidad de la región, una bandera tanto de la burguesía local como de la banda terrorista, ésta última contaminada asimismo de ideas marxistas y cristianas. La colaboración de muchos sacerdotes con sus posturas volvió aun más explosiva la expansión del accionar terrorista en esa región y en toda España. En las conversaciones que mantuve con dirigentes políticos y económicos, me sorprendió siempre comprobar cómo se había afianzado, con la difusión de la lengua vasca y el adoctrinamiento escolar, esa mitificada convicción de pueblo elegido por la Providencia. En Cataluña era la burguesía la que agitaba la necesidad de diferenciarse de España, mediante una educación progresivamente obligatoria del catalán en todas las escuelas y el forzado uso de ese idioma en la actividad oficial. Tuve ocasión de conversar con dirigentes del partido mayoritario, de tinte conservador, y ninguno dejó de recordarme la diferencias históricas con España, deformadas por una independencia que nunca existió y un orgulloso dejo de superioridad. Tanto en el País Vasco como en Cataluña, la proporción de ciudadanos de otras regiones en su población era además considerable, lo que tornaba aún más arbitrarias dichas políticas.

En Asturias, cuna de mis abuelos maternos, fui declarado ciudadano ilustre en una solemne ceremonia.

Como también era embajador concurrente ante el gobierno de Andorra, debí presentar mis cartas credenciales ante el obispo de Urgell, (cuya sede estaba cerca de Tarragona, en Cataluña, y no en ese pequeño país), como ante el Jefe de Estado francés que, desde el siglo XVI, ejercen conjuntamente el cargo de Príncipes de Andorra. La Francia laica, como heredera de los reyes borbónicos, debió compartír largo tiempo esa investidura con un prelado católico. País minúsculo, artificial y montañoso, situado casi en la frontera junto a los Pirineos, había hecho del turismo, sobre todo por sus pistas de ski, y de sus bancos, verdaderos paraísos fiscales, su principal fuente de ingresos. La visita al Obispo fue muy ceremoniosa y en la sede contigua a la catedral. Para el otro príncipe, debí desplazarme a Paris y concurrir al palacio del Presidente, al famoso Elíseo, para presentarle las cartas credenciales. Lamentablemente no pude conocer al Jefe de Estado pero sí a su jefe de gabinete que curiosamente se interesó mucho en la situación argentina. Los dos éramos conscientes, al igual que un colega de nuestra embajada en Francia que me acompañó, que la formalidad que protagonizábamos estaba en el límite de lo ridículo.



Libros



Tuve ocasión de presentar varios libros de autores argentinos en la Casa de América, contando siempre con la buena disposición de su director, entre ellos "Borges, una biografía", de mi amigo Horacio Salas; ediciones españolas del "Martín Fierro" y de "Adán Buenos Aires" de Leopoldo Marechal, en ambos casos con Pedro Barcia y Francisco Ayala. En todos los casos le di especial importancia a que esas publicaciones en España pudieran así dilatar el número de lectores en toda Latinoamérica y las traducciones a otras lenguas europeas, gracias al renovado empuje de las editoriales ibéricas.

También pude conocer, a través de amigos comunes, a Carmen Balcells, la exitosa agente literaria de los más importantes escritores españoles y latinoamericanos de la época. CamiloJosé Cela, Miguel Delibes y Juan Goytisolo, entre los primeros y Gabriel García Marquez, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar, entre los segundos, fueron entre otras decenas de escritores, representados exitosamente por esta infatigable defensora de sus derechos. Carmen decía que un buen escritor necesita ser un gran lector. Por eso debía garantizarles buenos ingresos para permitirles durante las necesarias y prolongadas nuevas lecturas, como si las nuevas creaciones solo pudieran surgir de la adecuada asimilación de miles de páginas ajenas. Vargas Llosa solía comentar, ya por ese entonces, que gran parte de sus triunfos literarios se los debía a ella por permitirle sustentar, lo que yo llamaría, sus demoradas "incubaciones".

Visita de Menem a España



Nada más complicado para un embajador que recibir a un Presidente con sus caudalosas comitivas por las múltiples demandas que se deben afrontar fuera de los protocolos previstos. La de Menem vino a coronar la consolidación de las privilegiadas relaciones entre España y la Argentina y tuvo una muy favorable acogida en todos los medios. Declarado huésped oficial y hospedado en el Palacio del Pardo, las primeras disputas surgieron por quienes lo acompañarían en esa residencia y luego por quienes participarían en la recepción ofrecida por el Rey a la delegación visitante.

Carlos Bettini, ex montonero y conocido por haber asesinado por la espalda a un inocente marino retirado, había establecido buenas relaciones, desde su exilio, con Felipe González, quien lo designó, como español (tenía la doble nacionalidad argentina y española), su representante en el directorio de Aerolíneas, ya comprada por Iberia. También a través suyo se conectó con la Casa Real, donde consiguió que trabajara su madre. A su hermana Mercedes, viuda de otro montonero desaparecido, que se desempeñaba en la Casa de Gobierno (la Moncloa), se la relacionaba sentimentalmente con el presidente González. Como pretendían de modo imperioso invocando su amistad con ambos presidentes que yo las incluyera en la recepción del Rey, que era un tema exclusivo de la Casa Real, madre e hija reaccionaron airadamente. Ya en la recepción la no menos determinada Isabel Perón, a quién por el protocolo local le correspondía ir atrás de mi mujer, no dudó en pretender desalojarla haciendo valer su condición de ex presidente. Me costó calmarla y disuadirla de romper el rígido protocolo local.

En la comitiva de Menem aparecieron, además de varios ministros y parlamentarios, algunos ex montoneros invitados por Hugo Anzorregui, Secretario de Informaciones del Estado (SIDE), entre ellos Eduardo Luís Duhalde, uno de los más importantes intelectuales de la guerrilla, al igual que sus hermanos que, después del exilio, siguieron residiendo en España. La multitudinaria recepción que ofreció nuestro jefe de Estado en mi residencia a la colonia argentina, tuvo un carácter mucho más agradable, sobre todo porque pude comprobar la arrolladora y fresca simpatía desplegada por el Presidente Menem con todos los participantes, muchos de ellos conocidos antiperonistas que quedaron cautivados por su carisma. Era un rasgo inesperado que yo no había develado en mi análisis grafológico.

Después de Madrid nos tocó visitar Galicia con toda la comitiva. Nos esperaba en Santiago de Compostela mi antiguo profesor, el ahora gobernador Manuel Fraga Iribarne. Cuando descendimos del avión, nos sorprendió encontrar una multitud hostil y con carteles ofensivos contra la Argentina. A pesar de mis advertencias, dado que el imprevisto enojo había surgido por la publicación en Buenos Aires de un libro donde el autor se mofaba de los "gallegos", Menem decidió avanzar hacia los manifestantes y cuando llegó ante ellos, y con especial calidez, les expresó, en nombre del pueblo argentino, las más sentidas disculpas. Además, les dio la razón ante una obra que él también repudiaba, con lo cual terminó desarmando a sus interlocutores que así optaron por bajar las pancartas y aplaudirlo.

Tanto yo, que lo acompañaba, como sus custodios, quedamos sorprendidos por tan temerario comportamiento y por haber descubierto otra faceta inesperada y exitosa de nuestro presidente. La siguiente escala del viaje fue a Barcelona, donde también tuvo una cálida acogida de sus autoridades, así como del público y los medios. Ya de regreso a nuestro país hizo una corta escala en Madrid. Como viajamos en distintos aviones me tocó esperarlo en el aeropuerto. Cuando descendió su único pedido al ahora "Guillermito" fue que le tratara de organizar un partido de tenis con el otrora campeón español, Manuel Santana. Capricho de príncipe, pues yo sabía que no era un buen jugador. La tarea que encomendé a uno de mis colaboradores fue imprevistamente favorable, por lo que me permití hacerle llegar al deportista la sugerencia de no lo abrumase con una estentórea derrota, pues a Menem le costaba mucho perder…



Condecoraciones



Como testimonio del reconocimiento argentino por su labor en favor de la amistad de ambos países gestioné el otorgamiento de condecoraciones a distinguidas figuras españolas. Una de ellas le fue la concedida a mi viejo amigo y admirado filósofo Julián Marías en una ceremonia a la que concurrió el alcalde de Madrid y muchas personalidades de la cultura española. Es uno de los pocos pensadores que ha mantenido siempre, aun en nuestros momentos más oscuros, una actitud optimista y esperanzada sobre el futuro argentino.

También tuvo la suya –recibida de mis manos- mi buen amigo, el famoso actor Alberto Closas, ante una multitudinaria presencia de colegas y amigos españoles que desbordaron el amplio salón de nuestra residencia. En esos días luchaba contra un cáncer que progresivamente lo consumía. Eterno seductor me había dicho días antes que iba a conquistar a la muerte… Llegó a nuestra casa casi extenuado, pero cuando le pedimos acercarse para el acto, sacó fuerzas de flaqueza y entró al salón principal con la prestancia y el garbo del gran actor que fue durante más de medio siglo en todos los escenarios teatrales y cinematográficos de Europa y Latinoamérica.

Otra de las condecoraciones que me correspondió entregar fue para Pedro Durán, presidente de la más importante empresa gasífera española y uno de los máximos propulsores de las inversiones españolas en la Argentina. También colaboró activamente con la "Cátedra Sarmiento" Tenía una mirada muy abarcadora sobre los intereses de España en el mundo. A él se le debe la innovadora construcción del gasoducto entre Argelia y España, que luego se extendió hacia el norte europeo . Hombre de una gran cultura humanística como muchos de los grandes empresarios españoles, entre otros, quién presidía el Banco Bilbao-Viscaya, mi admirado José Angel Sanchez Asiain. Este último, además de eximio ensayista sobre temas sociales y económicos, había propiciado la creación del Colegio de Eméritos, con el propósito de reclutar a los más relevantes profesores retirados de la universidad para dar cursos especializados y abiertos al público bajo el patrocinio y el sostén de varios empresarios. Envidiable contraste con muchos pares argentinos.

La intensificación de las relaciones entre ambos países me facilitaron en buena medida los contactos con las máximas autoridades españolas, desde la Casa Real hasta los jefes de gobierno y sus ministros. El rey Juan Carlos, con quien establecí relaciones muy cordiales, se había transformado en el principal agente "moderador", como diría Benjamín Constant, de la política española desde la Transición posfranquista. Además de ser un brillante embajador de los intereses españoles en el mundo, pasó a ser un inigualable amigo de la Argentina. Con su simpatía natural solíamos tener, en las recepciones oficiales que ofrecía, amenas conversaciones. Le encantaba que le contara los últimos chistes de "gallegos" en circulación, chistes semejantes a los de los franceses con los polacos y belgas o de los propios españoles con los nativos de Lepe, ciudad del sur andaluz y víctima propiciatoria de las burlas nativas. En reciprocidad, pasaba a contarme chistes no menos agudos sobre argentinos que habían llegado a su conocimiento.

Con motivo de la celebración en Bariloche, en Octubre de 1995, de la V Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, tuve ocasión de acompañar al Rey en su viaje al sur argentino. Fui allí un testigo privilegiado de su diálogo risueño y provocador con Fidel Castro. Recuerdo que le preguntó riendo cuánto tiempo más pensaba quedarse en el poder. Los demás líderes continentales preferían evitarlo al barbado caribeño. Así fue que cuando se alejó el Rey y quedar solo el líder cubano en una esquina de la recepción, me sentí obligado a acompañarlo y a mantener una cordial conversación con este polémico y célebre personaje de la escena internacional.

Con el presidente del gobierno Felipe González, que había comenzado su gestión con veleidades ideológicas tercermundistas y que pasó a ser con los años un admirable hombre de Estado y actor destacado en la escena europea e internacional, lo mismo que con su adversario y sucesor en 1996, José María Aznar, pude establecer amistosas relaciones, igual que con sus ministros,lo que me permitió afrontar algunas dificultades de difícil solución en otros niveles.

Me tocó vivir de cerca el desgaste progresivo del gobierno de Felipe González, asediado no sólo por los cuestionamientos cada vez más acuciantes de Jose Mária Aznar, sino también por el persistente tironeo de la izquierda de su partido. Los cuadros socialistas estaban en gran parte desmovilizados a causa del vaciamiento ideológico producido por las exigencias prácticas del gobierno. En una de las última recepciones ofrecidas por el Rey en la fecha nacional pude advertir que Felipe González tenía ya conciencia del fin de ciclo. También que la tarea de gobierno había pasado a serle un poco agobiante tras trece años en el mando, y que José María Aznar ya comenzaba a atraer a muchos más invitados. Supe, pues, que era hora de invitarlo a nuestra embajada, lo que aceptó complacido. Asistió con su mujer y algunos de sus más cercanos colaboradores y nos sorprendió al decirnos que era el primer embajador en agasajarlo y que sentía que era un buen augurio para las próximas elecciones.

Después de dejar el cargo volví a ver a Felipe González en otra recepción y pude comprobar, con su aire distendido y su renovado encanto y cordialidad, que había rejuvenecido notablemente. Aznar, era diez años más joven y habiendo nacido en 1953, no se sentía concernido por las historias viejas de España. Suplía su falta de carisma y de simpatía personal con una envidiable determinación (había perdido ya dos elecciones generales en años anteriores), y un discurso adecuado al neoliberalismo dominante en el mundo, en contraste con el seductor líder andaluz siempre más cercano a Europa que al mundo anglosajón.

Uno de los problemas más delicados en las relaciones binacionales fue provocado por el juez Baltazar Garzón a partir de un juicio por la desaparición de ciudadanos españoles en nuestro país durante el gobierno militar, promovido por sectores trotskistas locales y ex guerrilleros argentinos. A raíz del rechazo oficial argentino, pude comprobar la grata comprensión de las autoridades españolas respecto de nuestra actitud. Recuerdo todavía las expresiones de la ministro de Justicia que calificó al juez Garzón como un "enfermo de notoriedad" y que no debíamos preocuparnos porque él sabía que no iba a tener éxito con su proceso y que sólo quería su repercusión mediática. Igual respuesta recibió el lúcido embajador chileno, el socialista Juan Gabriel Valdéz, ante una demanda semejante a su país.

Tuve la suerte de contar con un buen plantel de profesionales diplomáticos. El coordinador general fue el ministro José Gutierrez Maxwell y a cargo de la prensa el eficiente Hernán Santivañez Vieyra.

También conté con la amistad de muchos y estimados colegas embajadores, entre ellos el ya mencionado colega chileno, hombre del exilio durante Pinochet, autor de un brillante estudio, publicado por la Universidad de Cambridge, sobre el papel cumplido por la Universidad de Chicago durante la dictadura en su país al becar a los más distinguidos profesionales de todos los partidos políticos chilenos para formarlos en economía y en tareas de gobierno, con lo cual se aseguraron luego una eficaz continuidad de las políticas a la llegada de las autoridades democráticas. Pero, sobre todo, conté con la amistad y la más estrecha colaboración en múltiples tareas académicas y políticas del talentoso embajador del Brasil, Luís Felipe de Seixas Correa, tal vez uno de los diplomáticos más brillantes que haya conocido.



Mudanza



Nuestro país alquilaba desde hace muchos años, para sus oficinas, dos pisos en un edificio situado en el Paseo de la Castellana, propiedad de los herederos del famoso médico e historiador, Gregorio Marañón. Uno de los herederos, su sobrino Alejando Fernández Araoz Marañón vino a verme a comienzos de 1995, con su abogado y ex embajador de España en la Argentina, Raimundo Bassols, para exponerme que su familia deseaba remodelar totalmente el edificio, para lo cual necesitaban contar con el desalojo de nuestras oficinas. Para ello ofrecían pagarle a nuestro país la fuerte suma de un millón de dólares. Dado que la oferta nos permitiría procurar la compra de una nueva sede con el anticipo y un crédito hipotecario que obtendríamos de algún banco amigo, después de comunicar la oferta a nuestra Cancillería y de ponernos en campaña para encontrar el inmueble adecuado a nuestras necesidades, nos encontramos con las primeras interferencias: nos informó Buenos Aires que nuestro formal embajador en Dinamarca, y digo formal porque no estaba casi nunca en Copenhage, el codicioso mercader Carlos Amar, quería intervenir en la operación, sobre todo después de que nuestro Ministerio aceptase la oferta para el desalojo.

Gracias a la diligente tarea de nuestro ministro Gutierrez Maxwell conseguimos varias ofertas muy ventajosas. En la pre-selección se destacaba la compra de un inmueble en la distinguida calle Velázquez, a un precio de 5.7 millones de dólares pagadero con un millón al contado y el resto con un crédito bancario a 20 años. El costo mensual del mismo sería inferior al de los actuales alquileres, con la ventaja de que se contaría con una propiedad. Enterado Amar de la propuesta lo amenazó al vicecanciller Fernando Petrella, diciéndole que había que paralizar toda la operación, invocando de modo gansteril, que ésa era la opinión de su amigo el presidente Carlos Menem. El habitualmente temeroso Petrella, calidad que opacó siempre sus valiosas dotes intelectuales, no sólo envió a Madrid a un genuflexo funcionario para certificar la entrega del millón, si no que luego trató de impedir que se concretase el pago llamando directamente al embajador Bassols la noche anterior, pasando por encima mío, como después este último me informó. Lo cierto es que al entregarse finalmente al día siguiente el millón de dólares en un cheque, me vi obligado a ingresarlo a rentas generales del Estado, perdiendo así una excelente e histórica oportunidad. Después de esta penosa tramitación se nos indicó que debíamos procurar un nuevo inmueble en alquiler, lo que conseguimos con suma dificultad y a un precio mayor al que hubiéramos tenido que pagar mensualmente a un banco por las perdidas oficinas.



Un paracaidista en la embajada



Cuando todo hacía pensar que, consolidadas mis tareas, mi gestión podría naturalmente prolongarse, recibí al comienzo del otoño europeo un cable de la Cancillería informándome que nuestro país había presentado ente la embajada española en Buenos Aires un pedido de placet para el nuevo embajador argentino, Carlos Amar. Al día siguiente me llamó por teléfono Di Tella para contarme que no había podido oponerse más a ese pedido del Presidente Menem, que ya llevaba varios meses insistiendo con esa designación.

Al poco tiempo me entero reservadamente, por un cercano colaborador del presidente Aznar, que el gobierno español no le daría el placet de estilo a Amar. Tomé también conocimiento que este sujeto era propietario de un bingo en el barrio de Carabanchel, no muy lejos de Madrid y que tenía una denuncia penal por librar cheques sin fondo. Años atrás y en la época de Franco había sido procesado por recibir un subsidio oficial para establecer una empresa que nunca concretó y también por actividades fraudulentas con una sociedad denominada "Transafrica". En el pedido de placet había reducido diez años su edad, según me informó la cancillería española, lo cual constaba en sus registros por tener también esa nacionalidad y haber residido muchos años allí.

Hugo Anzorreguy había designado recientemente delegados de la Secretaría de Inteligencia argentina a tres conocidos personajes. Uno, el ya mencionado César Neyra.

Meses después de mi partida y ya en Buenos Aires, me enteré por una denuncia pública que Anzorreguy habría entregado de los fondos oficiales y a través de estos representantes, más de un millón de dólares para la campaña electoral de Aznar, naturalmente sin que yo tuviera conocimiento. Esa cercanía les habría asegurado contactos fluídos con el gobierno español y por supuesto acceder a la misma información confidencial que yo había recibido. Así fue que en los días siguientes mi informante del gabinete de Aznar me comunicó que el fin de semana había llegado a Madrid el mismo Hugo Anzorregui en una misión secreta, para comunicarles que si no le daban el placet a Amar se iban a complicar las relaciones amistosas con España, por lo que no les quedaba otra opción que acceder al pedido. Triste final donde la desaprensión del presidente Menem, mostró la cara más despreciable de su gobierno. Amar había comenzado sus negocios dudosos como colaborador de Silvio Tricerri y Jorge Antonio en el primer gobierno de Perón, en el que estos actuaban como intermediarios privilegiados en todo el comercio exterior argentino. Luego de la caída del peronismo en 1955, Amar siguió trabajando con el ya exiliado y multimillonario Tricerri en el exterior, con bases en Miami y en Madrid, donde finalmente contrajo nuevas nupcias con una española que despreciaba la Argentina.

El presidente Aznar me había anticipado su interés en pasar dos días en Buenos Aires antes de ir a Chile, sede la Sexta Cumbre Iberoamericana. En ese sentido, ya se habían realizado las comunicaciones de estilo para declararlo huésped oficial. Después de esa postulación forzada de Amar, comunicó a nuestra embajada que por razones de trabajo debería quedarse esos días en Madrid y viajar directamente a Santiago.Según me informó Juan Carlos Argañaraz, corresponsal de "Clarín " en España, de buen acceso a fuentes oficiales, y lo documentó en un artículo que publicó en Buenos Aires, fue la manifestación más explícita del malestar español por la designación de ese indeseable representante.

Cuando me aprontaba para mi partida a Buenos Aires, prevista para tres días más tarde por lo que decidí pedir una prórroga de mi estadía, recibí una nueva "inspección contable", integrada por tres contadores, con el objeto de inventariar los bienes del residencia y de las oficinas de la embajada, a instancias del embajador Amar y con la genuflexa complicidad del nuevo jefe administrativo de la cancillería, Carlos Daniel Castruccio, en ese entonces todavía cercano amigo del gobernador Eduardo Duhalde. Y digo nueva porque seis meses antes había recibido una "inspección" similar integrada por los mismos protagonistas y alentada por los mismos promotores. Gracias a la colaboración de un amigo pude hacer filmar todos los muebles y cuadros de la residencia, así como fotocopiar por duplicado todas las rendiciones de cuentas: una para el ministerio y retener el original para mi resguardo, de modo de asegurarme que esos curiosos inspectores no tergiversaran sus informes. Fue la única embajada en Europa que tuvo que soportar semejante agravio, ante la pasiva complicidad de todos los funcionarios jerárquicos de la cancillería, colegas habituados a "preservar" sus intereses personales y sumisos testigos de fragrantes injusticias, aún sabiendo que se trataba de tareas y gastos oficiales innecesarios. En ese tiempo también recibí la llamada de un colega amigo a cargo de los asuntos europeos en el ministerio pidiéndome que le aportase algunas informaciones para lucirse con el nuevo embajador, en una actitud de innecesaria obsecuencia.

Nuestro ministerio tenía una obra social autónoma, integrada por valiosos médicos y que estaba instalada en una confortable mansión cercana a la cancillería. Esa casa había sido donada por su acaudalado propietario para albergar dichas actividades. Con el manido propósito de utilizar los fondos de esas obras para cubrir otras urgencias presupuestarias, el ministro de economía Domingo Cavallo decidió unificar todas las obras sociales del personal del Estado, sin tener en cuenta, en uno de sus habituales arrebatos políticos, que nuestra obra social tenía superávit y funcionaba exitosamente desde décadas atrás. Los circunstanciales hombres de gobierno rara vez piensan en perspectiva o ponderan el daño que provocan inútilmente. Para peor, después de disolverla, el canciller Di Tella decidió con su colaborador el embajador Victorio Taccetti, entregarle esa mansión al Sindicato del Personal Civil de la Nación, pensando así congraciarse con uno de los sindicalistas más discutidos que instaló allí su propia obra social. Lamentable desenlace.



Mi regreso

Guido Di Tella, un ingeniero de formación social cristiana se había incorporado tardíamente al peronismo de la mano de uno de sus más conspicuos representantes, Antonio Cafiero, con quién colaboró en el gobierno de Isabel Perón. Tras el golpe militar de 1976, primero fue detenido y luego tuvo que exiliarse varios años en Inglaterra, donde trabajó como profesor en Oxford, donde ya había estudiado años atrás. Las tareas de conducción de los emprendimientos industriales heredades de su padre a edad temprana no fueron favorables, por lo que desde muy joven se inclinó más por el mundo intelectual y del arte. Con su hermano mayor fundaron el famoso Instituto Di Tella. Guido era un hombre de la ciudad de Buenos Aires. Creía que la Argentina era un país europeo, desligado del destino de la región por su educación y niveles de vida. Su nombramiento como canciller lo alentó, ya instalado en los espejismos del poder, a inaugurar una nueva era en nuestras relaciones internacionales y a proclamar la necesidad de intensificar nuestra relación con los Estados Unidos debiendo mantener, según sus dichos, "relaciones carnales" con ese país. Torpe y contraproducente metáfora, producto de una pérdida de medida y de su caprichosa personalidad de "señorito" como dirían los españoles, de permitirse las mayores extravagancias, extravagancias a las que era muy afecto también su hermano Torcuato. Los franceses suelen decir que la exageración hace a las expresiones irrisorias. La propuesta de su asesor el lúcido Carlos Escudé, de ajustar nuestra política exterior a un sensato"realismo periférico", procurando siempre una adecuación de nuestra acción internacional a las reales posibilidades del país, se veían así desvirtuadas.

En un discurso que pronunció en Buenos Aires en 1994, Di Tella al anunciar nuestro abandono del grupo de Países No Alineados, con arrogancia dijo que no nos convenía estar con los "países pobres" y sí con los del Norte, porque "una de las confusiones que tenemos es que, por estar ubicados en América Latina, somos un país más de Latinoamérica. Esto no es cierto…Argentina es un país europeo". Con esta jactancia abonó la mala fama de presuntuosos que gozamos los argentinos en el mundo hispanoparlante. Yo había escrito un libro, quince años atrás, donde demostraba que nuestra singularidad era realmente parte de Latinoamérica y que esa pretensión de país isleño y no peninsular, era desmentida por nuestra historia, por nuestra geografía y nuestra cultura.

Recuerdo aún la indignación con que vino verme a la embajada el antes subsecretario de relaciones exteriores y ahora flamante embajador boliviano en España por unas desafortunadas declaraciones a la prensa en Londres, en las que Di Tella enfatizaba "que no tenemos nada que ver con esos países pobres como Bolivia". Solo atiné a expresarle mis disculpas porque, conociéndolo, seguramente los periodistas deformaron sus declaraciones…

Colaboré, por ese entonces, en algunas tareas culturales con Monseñor Eugenio Guasta,el culto sacerdote que había frecuentado a Victoria Ocampo y que promovía la valorización de su famosa residencia "Villa Ocampo" legada por ella a la Unesco y que estaba muy abandonada. Como yo la había conocido y simpatizado durante mi embajada en España, la nueva Secretaria de Cultura Beatriz Gutierrez Walker me ofreció ocuparme de los temas internacionales en su área y elevó al Presidente un proyecto de decreto designándome para ese cargo jerárquico. Grande fue mi sorpresa al enterarme que ciertos amanuenses de Menem, sobornados otrora por Amar, habían devuelto rechazada mi designación. Como Beatriz no era peronista, prefirió no insistir en su propuesta, ni encarar una gestión personal. De esa manera volví a ser un paria en la cancillería, sin que se me asignase ninguna tarea específica.

Por suerte, Di Tella logró en 1996 que fuera designado embajador ante la Unesco Carlos Floria, figura intelectual destacada e indiscutido hombre de la cultura. El canciller obtuvo la aprobación de Menem antes de que éste pudiera postular a otra figura impresentable. Floria y su más cercana colaboradora, la ministro Susana Pataro, con quienes mantenía excelentes relaciones de amistad, consiguieron generosamente que el canciller me adscribiera a la División de Organismos Internacionales, para colaborar con esa embajada y los responsables nacionales de educación y cultura. Organicé en Buenos Aires, en ese sentido, un importante seminario relacionado con la aplicación de la Convención de Patrimonio Cultural y Natural aprobada por la Unesco, en el que participaron autoridades nacionales, provinciales y numerosas asociaciones culturales de todo el país.

Con la decisiva colaboración del director del INTAL, organismo dependiente del Banco Interamericano de Desarrollo, conocido como el BID, pude organizar un seminario durante la Feria anual del Libro en la Sociedad Rural los días 20 y 21 de abril de 2000. Se trataba de un foro en el que se debía debatir sobre el informe de la Comisión Mundial sobre Cultura y Desarrollo de la Unesco, que también patrocinaba el evento. Participaron del mismo destacados intelectuales europeos, latinoamericanos y argentinos, a los que seleccioné con el INTAL, ante una amplia concurrencia.

Desde la reelección de Menem en 1995 se comenzó a advertir una creciente degradación política y económica y un considerable aumento de los escándalos por negociados o muertes violentas relacionadas con el gobierno. La euforia consumista de las clases medias se hizo de a poco insostenible. No había entonces, ni existe hoy en la Argentina una clase dirigente que modere y contenga los excesos del poder público, pero lentamente aquellos hechos que fueron tolerados hasta con simpatía en los primeros años se volvieron inadmisibles.La fiebre consumista iba llegando a su fin y los problemas económicos se hacían cada vez más evidentes.

Por ese entonces, consideraba que el país necesitaba un perentorio renacimiento moral. Ello me llevó a contactar a la fundación creada por Carlos Auyero, un digno y admirado dirigente político demócrata cristiano y a preparar propuestas para encarrilar nuestra política exterior después de las elecciones de 1999. Auyero murió de un ataque cardíaco, por lo que comencé a colaborar con el lúcido Gustavo Caraballo, que quedó al frente de esa fundación. También publiqué, en vísperas electorales un extenso artículo en la revista "Archivos del Presente” , sobre la necesidad de encarrilar nuestras relaciones ante el resto del mundo. Insistí en que no podríamos desarrollarnos como comunidad siendo solo una factoría próspera y sólo dependiente de la buena voluntad de los países centrales.Teníamos, a mi entender, que atender a nuestras propias necesidades, dado que los países no son conducidos por los afectos sino mayormente por sus intereses. Insistí asimismo en que el país requería un urgente restablecimiento de sus valores morales y de convivencia, dado que sin ellos sería imposible desarrollar un proyecto nacional colectivo. Fue la principal propuesta publicada de política exterior de la alianza finalmente ganadora de las siguientes elecciones presidenciales.

El buen amigo y director del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI), Carlos Muñiz, me invitó por ese entonces a presentar en su auditorio al presidente de la Generalitat de Cataluña y al ex presidente de la Comunidad vasca que dieron sendas conferencias en sus sucesivas visitas a Buenos Aires. Recuerdo que en esas presentaciones me permití preguntarles sobre los riesgos de sus prédicas nacionalistas y de sus excluyentes singularidades idiomáticas, con lo que se estarían sustrayendo al inmenso mundo hispano-parlante de nuestra América. Eran, sin duda, dos avezados políticos, por lo que sustrajeron a contestar mis resbaladizos interrogantes.

También tuve el placer de presentar el libro "Confrontaciones " de mi amigo Guillermo Nolasco Juarez, fruto de sus investigaciones sobre dilemas políticos y económicos candentes de la Argentina, tanto en el Museo Mitre como en el auditorio de la Biblioteca Nacional.

Como me había transformado en un profesional marginado forzadamente de las tareas diplomáticas, pude por suerte ocupar mis tiempos en tareas culturales que fueron muy estimulantes y quedar a la espera de nuevos tiempos políticos.

18. GOBIERNO FALLIDO Y CONSULADO EN MIAMI

La alianza de partidos o más bien de orientaciónes políticas que llevaba como candidato a presidente a Fernando de la Rúa por el partido radical y a Carlos "Chacho" Alvarez representante de una corriente renovadora del peronismo y del socialcristianismo, derrotó al peronismo tradicional liderado por el ex gobernador de Buenos Aires Eduardo Duhalde. Aunque conocí en mi juventud a Fernando de la Rúa, no confiaba mucho en sus condiciones para superar la crísis, pues una vez más el presidente saliente, en este caso Carlos Menem, había dejado una herencia muy desfavorable: alto déficit público, un enorme endeudamiento externo y un desquicio moral muy extendido en la sociedad y en todas las esferas de la administración pública. Además, la famosa "convertibilidad" de un peso por un dólar, dispuesta años atrás por Domingo Cavallo para dominar la abultada inflación económica heredada, parecía ya insostenible. Aunque el nuevo presidente estaba adscripto a una visión económica no tan alejada de la que inspiró a Menem, supuse que con Carlos Alvarez el gobierno podría equilibrar el rumbo con una visión más consistente y erradicar la corrupción de los sectores públicos. Tanto el nuevo canciller, el economista Adalberto Rodriguez Giavarini, como todos sus cercanos colaboradores eran de extracción radical. Aquel había sido secretario de Hacienda y encargado de las relaciones exteriores de la ciudad de Buenos Aires y su segundo presidente del Banco Ciudad, durante la gestión municipal del ahora presidente. El nuevo jefe de la administración y del personal del ministerio, el contador Edgardo Sergio Pena, procedía también del elenco directivo del Banco Ciudad. Los demás cargos ejecutivos recayeron en diplomáticos de carrera, eso sí, todos ellos, sin excepciones, y aún sus secretarios privados, eran de pertenencia radical. Aunque no todos tenían altas calificaciones, siempre me ha sorprendido ese espíritu de secta que caracteriza a sus partidarios. El nuevo gobierno asumió al comienzo de diciembre de 9. Aunque yo esperaba que me asignasen alguna jefatura de dirección, antes de fin de mes fui designado miembro de la nueva Junta de Calificaciones, un organismo consultivo pero de relevancia por las funciones que le otorga la ley del servicio exterior: las promociones y traslados del personal diplomático requieren su previa opinión, así como pronunciarse en los casos litigiosos planteados o donde se ven involucrados dichos funcionarios. El Presidente, a los pocos días de asumir, pidió al Senado la devolución de los pliegos de ascenso para las tres categorías superiores, enviados por el anterior gobierno el último mes de su mandato. Su revisión debía corresponder a la nueva Junta, teniendo en cuenta la abultada cifra de promociones para un presupuesto aún no discriminado y la necesidad de ajustarlas a las reales necesidades del servicio. Mi designación apuntaba a darle a la Junta un aura de pluralidad. Igual sucedió con Carlos Keller Sarmiento, uno de los más antiguos embajadores en funciones. Los otros dos miembros fueron los embajadores Elsa Kelly y Miguel Angel Espeche Gil, ambos acreditados radicales. La revisión de esas listas fue una de nuestras prioridades, conscientes de que se nos había legado una "papa caliente", para que cayera sobre nuestros hombros la responsabilidad por los inevitables cambios. Como los cuatro compartíamos visiones semejantes sobre la necesidad de jerarquizar la carrera y establecer pautas para evaluar las promociones y los destinos, pronto descubrimos que los legajos de todos los funcionarios eran muy deficientes, muchos de ellos sin fotografías y, en su mayor parte, solo incluían las calificaciones anuales que debían recibir de sus embajadores o jefes en el exterior y las evaluaciones de las mismas por los responsable de cada área en la cancillería. Las pautas fijadas para esas evaluaciones no permitían, en la mayoría de los casos, ponderar la personalidad y las aptitudes reales de los funcionarios. Era muy difícil, además, confiar en la equidad de esas calificaciones, dado que cada calificado debía ser notificado por su superior en su propia sede, las necesidades creadas por la inevitable convivencia posterior en los casos negativos limitaban la fiabilidad de las evaluaciones. Era pobre la información sobre cada funcionario; sus habilidades y capacidades personales; aptitudes más destacadas; características psicológicas y temperamentales; antecedentes más relevantes en su trayectoria profesional; capacidad para relacionarse; apariencia; situación familiar y, en su caso, las características y aptitudes de sus cónyuges, si los hubiera, eran todos elementos que debían ser ponderados en las calificaciones, como se lo señalamos formalmente al Canciller. Dichas características también deberían ser consideradas al proponer traslados al exterior. Esto es algo común en los servicios diplomáticos de los países más avanzados y en las grandes corporaciones económicas para asegurar un eficaz cumplimiento de sus objetivos. Después de varias sesiones y a la luz de las normas vigentes, como así también de elementos comparativos, preparamos nuevas y detalladas pautas para evaluar a los funcionarios y en especial, a las promociones a las categorías de embajador y ministros de primera y segunda clase. Asimismo consideramos que debían modificarse los criterios de admisión al Instituto del Servicio Exterior, teniendo en cuenta varias de las nuevas pautas sugeridas para la calificación del cuerpo diplomático, como también los planes de estudio, para darle a los cursos que se impartan tengan un carácter menos académico y más vinculado con la actualidad internacional, como así también sobre las tareas propias de la vida diplomática. Además asegurar un mejor conocimiento de nuestro país, su historia, su geografía, su economía y su cultura.

Una vez definido este marco conceptual, nos abocamos a las cuestiones concretas de nuestra función. El retiro del Senado de los pliegos para promociones, pedido por el Presidente, generó un pronto alboroto político entre los candidatos que confiaban en un rápido acuerdo para ascender de categoría. La anterior Junta había realizado su propuesta demagógica al filo del cambio de gobierno y lo hizo desconociendo el número de vacantes previsto por el Presupuesto nacional para el año 2000. El tema más importante era la desmedida deformación de las distintas jerarquías del servicio exterior. A poco de andar advertimos que al número de 87 embajadores, deberían sumarse los 25 reservados al poder político. La estructura del escalafón diplomático semejaba una pirámide invertida, al haber más embajadores que secretarios de tercera, la categoría más baja. Por eso convinimos en la indispensable reformulación de la lista de ascensos sometida a nuestro juicio. Así acordamos reducir la lista de embajadores de 10 a 5; la ascensos a ministros de primera de 26 a 11 y la de consejeros a ministros de segunda de 36 a 16. No fue fácil definir las propuestas, al no coincidir en los nombres a incluir en la lista que elevaríamos al canciller. Para evitar que en el futuro se obstruyera la carrera, porque las edades de los promovidos volvieron imposible futuros ascensos hasta la jubilación a los 70 años, coincidimos en fijar edades mínimas para los candidatos para las promociones a las tres categorías superiores. Luego consideramos cada caso a la luz de las pautas para la calificación acordadas. Cuando el porcentaje entre dos candidatos era igual, yo sugerí que los imagináramos al frente de una misión importante o a una de menor importancia, pues a los ministros se les suele asignar la jefatura de algunas representaciones en el exterior. Tras llevar el Acta con nuestra propuesta al Canciller dejó de ser reservada. Si bien nuestra Junta estaba presidida por el subsecretario de Administración y de Personal, Sergio Pena, tuvimos la suerte en coincidir en la mayoría de nuestras decisiones.

Nuestra propuesta restrictiva trascendió al poco tiempo a los diarios y el canciller se vio sometido a persistentes reclamos de miembros del parlamento y del mundo político, padrinos circunstanciales de alguno de los postulantes relegados o excluidos. Aunque la carrera diplomática está estructurada como la militar bajo un sistema jerárquico, difícilmente un senador propugne que su amigo coronel ascienda a general cuando su Junta de Calificaciones no lo ha considerado. Como la Junta era y sigue siendo sólo consultiva, el Canciller se vio obligado finalmente a incorporar dos nombres más a la lista de embajadores remitida al Senado.

También debimos atender múltiples reclamos por parte de diplomáticos, ya sea por haberes mal liquidados o por conflictos en las embajadas o resolver, como tribunal superior, sumarios y litigios por irregularidades en el servicio, tarea que ocupaba gran parte de nuestro tiempo. Lamentablemente, por otra parte, nunca conseguimos que el canciller correspondiese a nuestros formales reclamos para ser consultados sobre los traslados de funcionarios.

Al cabo del año y a raiz del traslado al exterior de dos de los integrantes de la Junta, se convino en la necesidad de nombrar a otros cuatro miembros, ante lo cual comencé a interesarme yo también en un nuevo destino diplomático. Primero hice conocer mi interés en ser nombrado en Canadá, pero una colega logró obtener esa designación con la ayuda de algunos políticos. Decidí entonces acudir a mis amigos que ocupaban posiciones de jerarquía sin obtener ningún resultado. Pasaron los meses y un día leyendo los diarios, advierto una noticia inesperada:"Jacovella va a Paraguay", como título de varias noticias sobre la cancillería. A pesar del afecto que tengo por ese país y de sentirme honrado por ese posible destino, también sabía que con esa manera de notificarme, y ante los múltiples problemas típicos de nuestra relación binacional, sumado al hecho de no haber hablado nunca con el canciller, de modo tal que no contaba con su confianza para acudir ante los dilemas ineludibles a afrontar, sería muy difícil desempeñarme en ese cargo con eficacia. Contrabando incesante a través de la frontera, corrupción generalizada en todas las esferas del gobierno que afectaba nuestras relaciones económicas y en especial las relacionadas con la represa de Yaciretá y una relación política no siempre fácil, eran, entre otros, aspectos que requerían que el embajador contase con la plena confianza de sus autoridades. Esos condicionamientos, que tal vez no eran muy conocidos dada la inexperiencia diplomática del ministro, me llevaron a acudir al vicecanciller, un diplomático al que conocía, para hacerle partícipe de mis reflexiones, a fin de pedirle que se me relevara de esa responsabilidad. Gracias a Dios él coincidió con mis apreciaciones, por lo que finalmente quedé sin destino. Después de estudiar las pocas vacantes existentes para mi rango, conseguí tras unos meses que la amigable y flamante nueva vicecanciller, la embajador Susana Ruiz Cerrutti, propusiera con éxito mi designación como nuevo Cónsul General en Miami, al que yo consideraba un lugar estratégico para los intereses argentinos en Estados Unidos y, al mismo tiempo, como una atalaya de excepción para apreciar las políticas latinoamericanas.

A los pocos días el diario "La Nación " publicó una extensa entrevista al Canciller, quien señaló que la designación de Guillermo Jacovella para el Consulado en Miami, siendo uno de los embajadores con más prestigio, era parte de su política de reforzar las relaciones con Estados Unidos, por lo que ese importante consulado tendría así rango de embajada. Naturalmente esos halagos fueron muy gratificantes y tuvieron amplia difusión.

Luego y antes de que yo asumiera el nuevo cargo, quien sería después un buen amigo, el periodista Andrés Oppenheimer, publicó, previo a mi llegada, un extenso artículo en el" Miami Herald " titulado Méjico y Argentina refuerzan (bolster) sus vínculos políticos con Miami. Aclaraba que la designación como Cónsules en esa ciudad de dos distinguidos embajadores era elocuente testimonio de ese objetivo. Con tantos buenos augurios imaginé un futuro francamente promisorio.

El departamento donde debía residir estaba francamente deteriorado, con alfombras muy sucias, escasa iluminación y un mobiliario poco adecuado ya para ofrecer recepciones o mostrar el nivel al que aspirábamos representar.

Tenía en el consulado cinco funcionarios diplomáticos, cuatro empleados administrativos de nuestra cancillería, varios empleados locales y cuatro agregados especializados, tres de la oficina de turismo y uno, Pedro Sachs, del ministerio de Defensa, cuyas tareas, al igual que las turísticas, nunca logré desentrañar.

Aunque los argentinos registrados en el Estado de Florida según el censo oficial del año 2.000 orillaban las 23.000 personas (aumento del 61% en los últimos diez años), en nuestro consulado calculábamos que la cifra debía triplicarse dando un total de más de 60.000, si se incluía a los que requerían nuestros servicios. Otras informaciones estimaban que la cantidad debería aumentarse hasta los 200.000, dado el incremento notable de arribos en los últimos tres años.

El total de habitantes de Florida era de casi 16 millones (aumento de tres millones en 10 años) y el de los hispanos, como eran calificados los latinoamericanos, alcanzaba al 17% . En 1990 era solo el 12% lo que implicó un aumento del 70%, con lo que superaba a la población negra, que era ahora del 15%.

La competencia del consulado en Miami se extendía no solo al resto del Estado , sino también al limítrofe de Georgia y al Estado libre Asociado de Puerto Rico (con un status especial en el sistema político norteamericano), así como a varias islas del Caribe: Bahamas, las Vírgenes, Angulla, Montserrat, Caiman, Guadalupe y Martinica. Puerto Rico tenía una población de casi 4 millones de habitantes y en su territorio se había instalado, aprovechando sus grandes beneficios económicos e impositivos, un importante laboratorio propiedad de argentinos.

Una de las primeras medidas que adopté fue fijar las tareas de todo el personal, de tal modo que las funciones estrictamente consulares y administrativas (pasaportes, documentación, asistencia argentinos, escrituras, etc.) fueran coordinadas por el eficiente ministro Alejandro Nieto. Así yo podría supervisar más directamente los temas políticos y económicos, y los proyectos culturales. También era indispensable cumplir con el protocolo y presentarme ante el Gobernador de Florida, Jeb Bush, para obtener su exequátur, o sea su autorización para operar como representante diplomático y organizar actos oficiales en su jurisdicción, por lo cual después de concretar una audiencia especial debí trasladarme a Tallahassee, capital del Estado situada al noroeste y a casi 500 kilómetros de Miami.

A pesar de ser una pequeña ciudad, de cerca de 180.000 habitantes, tenía dos universidades y una reducida actividad económica. Parecía una metrópoli provinciana sin significación histórica. Allí se concentraban las sedes de la gobernación, del congreso y de las máximas autoridades judiciales. Estas últimas cobraron un protagonismo inesperado en las elecciones presidenciales de noviembre del año 2000, al impugnar los demócratas sus resultados. Estos últimos habían perdido la elección por solo 537 votos y ellos lo atribuyeron a fallas en las máquinas electrónicas, por lo que solicitaron un conteo manual, dado que existían más de 10.000 votos observados. El caso llegó a la Suprema Corte Nacional. Dada la dificultad para hacer ese conteo antes de la fecha establecida para que sesionara el Colegio electoral, la disputa recayó nuevamente en la Corte estadual que decidió finalmente suspender el conteo manual por cinco votos contra cuatro. Esto facilitó el acceso a la Presidencia de George W. Bush, en diciembre ante el desistimiento de su rival, Al Gore, de continuar la batalla judicial. Los votos de Florida fueron así determinantes para el cuestionado triunfo de Bush. Los principales medios de comunicación norteamericanos no se privaron de señalar sospechas de fraude y de destacar que Gore resignó sus aspiraciones ante el temor de que todo el andamiaje electoral pudiera ser puesto en cuestión, amén del propio sistema democrático.

Antes de viajar a Talahassee tuve ocasión de conocer a quien fuera un importante asesor del expresidente George Bush, padre del recientemente electo para el mismo cargo y del actual gobernador de Florida. Avezado conocedor de los entretelones de esa familia me contó que Jeb era el preferido del padre para aspirar a la presidencia, visto sus probadas capacidades al frente de los negocios petroleros familiares y sus acreditadas virtudes políticas. Su hijo George, por el contrario. había sido alcohólico y no contaba con la suficiente estabilidad emocional. Lamentablemente éste último había ganado años atrás la gobernación de Texas al mismo tiempo que Jeb perdía la elecciones de 1994 para el mismo cargo en Florida. Experto en contiendas electorales, este consultor me confirmó que el clan familiar de los Bush decidió respetar la tradición política del país de que un "loser"(perdedor) no podía candidatearse a la Presidencia. Así fue que Jeb Bush solo alcanzó la gobernación recién años después, en 1998, y debió resignar sus aspiraciones a pesar de ser el mejor dotado de los hermanos.

Jeb, como se le conocía, era el acrónimo de su nombre y apellido, John Ellis Bush y había trabajado de joven como profesor de inglés en Méjico dentro de un programa de intercambio estudiantil. Allí conoció a Columba Garnica con la que se casó años más tarde. Se licenció en asuntos latinoamericanos en la Universidad de Texas y también como ingeniero en petróleo. Se radicó en Miami en 1980, dedicado a los negocios. Allí también empezó su carrera política.

Pese a estos antecedentes no pensé que ya desde sus primeras palabras de bienvenida nuestra conversación fuese a su pedido solo en castellano, idioma que hablaba casi sin acento. Con especial calidez se interesó mucho en la situación argentina y luego en las posibilidades de estrechar los vínculos económicos y culturales de su Estado con nuestro país. Conversamos sobre la conveniencia el organizar una visita a la Argentina, a la que había conocido años atrás, encabezando una misión económica a fin de estrechar esos vínculos, proyecto en el que nuestro consulado podría colaborar con el gobierno argentino para su mayor éxito. Al advertir el clima amigable de nuestra conversación, me permití señalarle que sería muy importante también que nos ayudase a levantar las barreras para la entrada de limones y de lácteos argentinos, dado que no perjudicarían a los productores locales por ser productos que podrían llegar en contraprestación (los cítricos) y favoreciendo a los consumidores. Insistí en que esas posibilidades no sólo ayudarían a estrechar nuestras relaciones a un costo para ellos muy reducido, sino también a dar una muy buena imagen de Norteamérica en la consolidada democracia argentina. Jeb Bush estaba al tanto de muchas de nuestras vicisitudes históricas y se mostró muy receptivo respecto del papel que una Argentina amiga podía desempeñar para los intereses permanentes de su país. Respecto a la visita, convinimos en la conveniencia de comenzar a prepararla y se mostró también dispuesto a ayudarnos en el tema de los lácteos y los limones. Al cabo de la prolongada entrevista, que superó ampliamente los objetivos formales que la motivaran, fue muy grato que me acompañase hasta la puerta de la gobernación para despedirme. Era, sin duda, un inteligente y muy promisorio político y un interlocutor de valía para los intereses argentinos.

Volví muy entusiasmado a Miami, ciudad a la que me tocaba redescubrir. Miami era el centro metropolitano del condado de Miami-Dade, (uno de los 67 del Estado de Florida) y era un complejo y dilatado archipiélago de barrios e islas con marcadas diferencias que se extendían hacia el oeste, hacia el norte y sur. Muchos de ellos tenían sus propias autoridades comunales con competencias no siempre claras y diferentes a la que estaban asignadas al condado de Miami-Dade.

Mi primera impresión fue la de una ciudad verdaderamente "descentrada" Para sus habitantes toda el área del condado era conocida solo como Miami. Su fama como centro turístico recayó originalmente en las playas y los suntuosos hoteles art-deco que se extendían a lo largo de South Beach, muy publicitados por las películas y las antiguas glorias de sus protagonistas. La vida más sofisticada ya se había desplazado desde las últimas décadas hacia una gran variedad de islas, entre ellas las renombradas y más exclusivas como Key Biscayne o Fisher Island; hacia el norte por la costa y a barrios más pintorescos como Coral Gables o Coconut Grove. No obstante que la gran inmigración cubana (la mayor comunidad extranjera), estaba asentada en toda el área, también tenía su barrio particular, conocido como la calle 8, donde se establecieron comercios típicos e inmigrantes de menores recursos. Los cubanos estaban al frente de casi todas las tiendas de venta de automóviles y de repuestos, aunque también se desempeñaban en pequeños comercios de todo tipo y los más acaudalados en empresas de construcción. Poseían una gran influencia en el mundo político no solo en el estado de Florida sino también en el congreso en Washington, a través de sus aguerridos representantes. Se desempeñaban al frente de varias alcaldías de Miami- Dade. Constituían, además, la masa de lectores de la edición española del diario "Miami Herald", ("Nuevo Heraldo") y del "Diario de las Américas".

El mundo cubano si bien era dominado por los exiliados anti-castristas, debía convivir con algunos académicos y periodistas moderados que abogaban por el fin del bloqueo comercial a la isla o por facilitar más los desplazamientos familiares. Miami era también un valioso centro de espionaje, dada su condición de foco importante de influencias de la política norteamericana para todo el sur del Continente, así como lugar de concentración de una gran número de exilados políticos latinoamericanos. Por ese tiempo se había desarticulado allí una red de espías cubanos, llamada red Avispa, que se había infiltrado en los círculos anticastristas de la ciudad. Por otra parte estos habían financiado hacía poco, con la complicidad del Comando Sur norteamericano, una serie de atentados explosivos en La Habana, para crear un clima de inseguridad y disuadir el turismo a la Isla, una fuente indispensable de recursos. La mayoría de los cubanos del exilio había idealizado sobremanera a la Cuba precastrista, hablaban de la edad dorada perdida y mantenían una cerril intransigencia hacia toda posible negociación diplomática.

El anticastrismo era también una "industria" para ciertos políticos de origen cubano frente a una comunidad de casi 700 mil connacionales. En 1995 el gobierno norteamericano había auspiciado la creación de una radio y de un canal de televisión y que fueron emplazados al sur de Florida, en los famosos Cayos, con la singularidasd de que sólo podían emitir señales hacia Cuba, pero sin alcanzar el territorio estadounidense. De hecho, esas transmisiones eran en buena parte interceptadas por el gobierno castrista.

Existía también una creciente población de origen salvadoreño y nicaragüense, así como de brasileños, todos ellos más bien exiliados económicos. Los brasileños tenían un Instituto cultural, en Coral Gables.También su empresa estatal Embraer poseía un enorme centro de desarrollo tecnológico en Fort Lauderdale, al norte de Miami, donde trabajaban cientos de ingenieros. Cabe recordar que esa empresa era ya la cuarta productora mundial de aviones y exportaba, en 1999, por valor de 250 millones de dólares a los Estados Unidos.

Miami era un archipiélado desde el punto de vista geográfico, con sus diferentes barrios marcadamente separados y también desde el punto de vista económico. Los llamados "hispanos" formaban bolsones de pobreza que contrastaban con el más reducido grupo de quienes se habían enriquecido y naturalmente con los nativos angloparlantes. Sus empleos eran en gran parte en el área de servicios. La minoría blanca y sajona, a su vez, dominaba el campo de las finanzas y los bancos, amén de los altos cargos de las empresas. Miami, según el censo de 2000 era la ciudad más pobre de los Estados Unidos por tener un ingreso anual familiar menor a los 17.000 dólares, debido en buena medida a la creciente inmigración, el 50% eran ya extranjeros.

Entre los argentinos descollaban los agentes financieros o jurídicos, en su gran mayoría jóvenes encargados de canalizar el dinero de sus connacionales hacia bancos locales Así cuanto peor era nuestra situación económica, más redituable era su tarea. Un día decidí ingenuamente convocar a una veintena de estos jóvenes ya muy prósperos, al igual que a dos abogados que procuraban asesorarlos en sus operaciones, para incitarlos a que usen sus influencias para conseguir que sus bancos y financieras invirtieran en proyectos productivos en nuestro país. Aunque me agradecieron la convocatoria, tuve la sensación de estar predicando en el desierto. Muchos otros argentinos estaban al frente de restaurantes o bares y galerías de arte, o de prósperas inmobiliarias. Algunos médicos trabajaban en centros hospitalarios de la universidad de Miami y en otras ciudades de Florida. También residían en Miami renombrados pintores como Perez Celis y Ana Candioti, destacados periodistas como Andrés Oppenheimer, Mario Diament y Raúl Urtizberea. Diament y Urtezberea también eran profesores de periodismo en universidades locales y, además, corresponsales de medios argentinos. Oppenheimer era uno de los más relevantes columnistas del "Miami

Herald ". Osvaldo Agatiello, profesor universitario, cumplía importantes funciones en la empresa IBM. A todos ellos los fui convocando para asociarlos a mi tarea y ofrecerles mi colaboración, con lo que pude establecer también perdurables lazos de amistad.

Había una Asociación Argentina de Miami, presidida por su fundador, Pedro Cáccamo, desde1982, la que aparentemente ofrecía la mayor presencia de nuestra comunidad en ese ámbito. Su principal actividad consistía en organizar una cena de gala y una misa anual con motivo del 25 de Mayo. También estaba la Cámara de Comercio Argentina-Florida que era presidida por Edgardo Defortuna, uno de los dueños de la empresa inmobiliaria homónima y que prácticamente financiaba la Cámara. Sus tareas eran más bien inocuas. Los Defortuna, conducidos por su padre de origen cordobés, ex funcionario del ministerio de economía en época de Domingo Cavallo, decidieron radicarse en Miami y constituir una próspera empresa inmobiliaria y de construcción en Florida.

En ciudades como Tampa, Orlando y West Palm Beach existían pequeñas aunque activas asociaciones argentinas que procuraban asistir y congregar a nuestros compatriotas, así como realizar colectas para obras de caridad. La de Palm Beach, presidida por Estrella Aruj, realizaba exposiciones y variadas actividades culturales con el apoyo del consulado.

Mi primera tarea fue procurar entrevistas con los diferentes alcaldes del Condado, al igual que con los de este último y con los directores de los diarios más influyentes. En todos ellos encontré una excelente receptividad e interés en colaborar con las tareas del consulado. Los directores del "Diario de las Americas" y del más influyente "Miami Herald " se interesaron por la situación política argentina y me ofrecieron sus columnas para publicar notas que yo considerase de interés. En el primero me hicieron un amplio reportaje y en el "Miami Herald "publiqué con mi firma un extenso artículo sobre la economía argentina.

También mantuve encuentros con las máximas autoridades de las dos más importantes universidades de Miami La primera fue la Universidad Internacional de Florida (conocida como F.I.U.), de carácter estatal y presidida por un ingeniero egresado del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Modesto Mahique. Contaba en su claustro con casi 140.000 alumnos. Era la cuarta más grande de los Estados Unidos. Mahique era un tecnócrata. A pesar de contar con millares de latinoamericanos en su universidad, me pareció poco interesado en los estudios latinoamericanos y mucho menos argentinos en su ámbito.

En la Universidad de Miami (privada), tuve el placer de conocer al encargado de asuntos internacionales y creador y ex decano de la escuela homónima, el embajador norteamericano Ambler Moss. Moss había desempeñado un rol muy importante en las negociaciones entre su país y Panamá para la entrega del Canal y era considerado en el Departamento de Estado uno de los mayores expertos en asuntos latinoamericanos. Su centro de estudios era proveedor de inteligencia y análisis estratégico para el Comando Sur de los Estados Unidos, uno de los nueve comandos del país.

El Comando Sur, integrado por 1200 efectivos de las tres armas y de convocatoria circunstancial, tuvo como competencia original la defensa del Canal de Panamá. Creado en 1963, para defender las políticas de seguridad norteamericanas al sur del Continente. Tuvo un papel relevante durante la Guerra Fría y en respaldo a muchas dictaduras anticomunistas latinoamericanas. Con el tiempo, el Comando Sur pasó a ocuparse también del problema de la droga y su vinculación con el terrorismo, así como de la asistencia militar a los gobiernos.

Ambler Moss tenía una personalidad muy agradable. Aunque poco expresivo, era consciente de las "responsabilidades" de su país respecto de América Latina. Alentaba con su gente a monitorear de forma permanente sus peripecias políticas y los intereses económicos y políticos norteamericanos en nuestra Región, aunque ya no tuvieran tanta relevancia para sus objetivos globales.

Compartía Moss el criterio del ex canciller George Shulz de que "los estadounidenses como pueblo moral que somos, queremos que nuestra política exterior refleje los valores que defendemos como nación. Pero los estadounidenses, como pueblo práctico que somos, también queremos que nuestra política exterior sea efectiva". El predominio de una u otra tendencia hace que su política exterior sea también ambivalente. Por otra parte, la predisposición a imponer sus principios liberales y democráticos, podía así ser aprovechada también para expandir sus intereses económicos.

El fin de la "Guerra Fría", con la desintegración de la Unión soviética en 1991, forzó a disminuir los gastos militares específicos y su proporción en el PBI (producto bruto nacional). Pese a ser sus gastos cuatro veces mayores que los de programas sociales, lo cierto es que la mayoría de las grandes empresas estadounidenses (General Motors, General Electric, General Dynamics, Lockheed, etc.) seguían teniendo al Estado como principal cliente. Se explica así que los gastos en defensa sean una parte considerable del gasto público federal. Esas empresas, que forman un conglomerado de intereses, el llamado "complejo militar-industrial", seguían teniendo, en mis días en Miami, un gran peso en las decisiones políticas del país.

También me impresionó descubrir el papel determinante del dinero en la vida pública. En una de las charlas mantenidas con un importante asesor político en Washington y destacado "lobbista"- una figura consagrada y acreditada oficialmente como tal para presionar a los congresistas, con aportes para su campaña o durante el ejercicio de su mandato, a fin de interesarlos en favor de los intereses que representa como apoderado-, me contó que candidatearse a una diputación exigía, en principio, una base de diez millones de dólares, A senador la cifra se duplicaba. Una candidatura presidencial en 1 requería cien millones. Esos aportes iniciales se deberían incrementar en la medida que las candidaturas fueran recogiendo eventuales adhesiones. Era una de las tareas de los "lobbistas". Los gastos electorales fueron creciendo desde entonces. La campaña electoral para la primera elección presidencial de Barack Obama (en 2009) le costó mil millones de dólares. Naturalmente, los aportantes, de resultar exitosos sus candidatos, esperan, salvo excepciones, ser correspondidos luego en sus aspiraciones o intereses.

Enterado que años atrás un grupo privado de azucareros argentinos había procurado con éxito conseguir un cupo para la importación de azúcar de nuestro país, mediante un importante aporte a la campaña del senador encargado de distribuir las cuotas de importación, me permití preguntarle a ese influyente lobista cómo veía la posibilidad de sortear los obstáculos para la importación de limones argentinos, dado que podrían entrar sin afectar a los productores de Florida y California. Su respuesta fue que se necesitaría una campaña mínima de un año ante los principales congresistas concernidos, con un aporte inicial de un millón de dólares, cifra que podría incrementarse de ser necesario. Su visión del tema era, por otra parte, francamente optimista. Le conté, además, sobre el apoyo prometido por el gobernador Bush. Si bien informé luego a la cancillería sobre mi conversación, advertí que nuestro aparato burocrático no está preparado para afrontar tales desafíos y para convocar a nuestros productores, a fin de informarles sobre las posibilidades de abrir una brecha positiva en el mercado norteamericano, mediante los aportes correspondientes.

Tras entrevistar al gobernador Bush, visité a su Secretario de Agricultura, Charles Bronson, también en Tallahasee, para plantearle la mutua conveniencia económica de remover los obstáculos para la importación por parte del Estado de Florida de leche de larga vida desde la Argentina. Máxime porque ya habían obtenido aprobación para hacerlo dos empresas españolas y una canadiense y además esa leche argentina había sido ya aprobada por los organismos federales. Me respondió con interés que estudiaría más el tema para ver si podíamos avanzar en las negociaciones. Yo sabía que durante los últimos dos años no había ni siquiera acusado recibo de varias notas que le fueron enviadas por mis antecesores, por lo cual me sorprendió gratamente recibir a los pocos días una extensa nota en la que reiteraba su negativa fundado en razones presupuestarias, necesarias para enviar una misión técnica a la Argentina a fin de inspeccionar las condiciones del producto, y en la existencia de fiebre aftosa en nuestro país, antigua artimaña técnica para aceptar la importación de productos pecuarios nacionales. También señalaba en la nota que era competencia exclusiva de los Estados y en especial el de Florida, fijar las normas sobre importación en su ámbito (no bastaba la aprobación federal). Más allá de esas puntualizaciones desfavorables entendí que al contestarme por escrito se abría por vez primera una vía de negociación contando con el auxilio del gobernador. Charles Bronson era, además, un ganadero muy amigo de Jeb Bush.

Tuve ocasión de propiciar e intervenir en la Primera Conferencia de socios estratégicos de la Argentina y los Estados Unidos en tecnología de la información. Fue en marzo de 1, con presencia de más de 130 empresas locales y otras tantas empresas informáticas de nuestro país, así como representantes de universidades y gobiernos provinciales argentinos, técnicos y universitarios de centros académicos nacionales, convocados para esta ocasión para explorar las posibilidades de incrementar la cooperación en el campo del software, de los contenidos en internet, la educación, e-learning, en español, lo relacionado con el comercio electrónico, e-business, y la industria del entretenimiento y la música que son canalizados por esos medios. El jefe de nuestra delegación fue Ricardo Campero, secretario de Comercio y hábil organizador de la misma. El evento fue patrocinado por su homólogo de los Estados Unidos, así como por varias universidades norteamericanas y por calificadas empresas estadounidenses vinculadas a la informática. Me sorprendió mucho descubrir el alto nivel de nuestros representantes, reconocido con admiración por los delegados académicos y universitarios, así como por los directivos de las grandes empresas locales. También fue muy grato como argentino, saber de la existencia de centros y corredores tecnológicos en muchas provincias argentinas, vinculados a universidades y empresas de gran relieve, reconocidos por la jerarquía de sus trabajos. La primera parte del encuentro fue en las universidades de Florida (FIU) y de Miami, desde donde todos los participantes debimos trasladarnos a Orlando, en el norte de Florida y sede del Corredor de Alta Tecnología Orlando-Tampa, que agrupa a más de 6.000 empresas especializadas en diversos aspectos de la tecnología de la información. Por su crecimiento se lo comparaba ya a Silicon Valley de California.

Más adelante organicé una visita oficial a Tampa y Orlando a fin de presentarme a sus autoridades y reunir a los argentinos residentes en sus jurisdicciones.

En julio de 2001 y organizado por la sociedad mixta público-privada Enterprise Florida. se pudo concretar una importante misión económico-comercial a Chile y la Argentina, presidida por el gobernador Jeb Bush. Aquella sociedad había sido creada en 6 para asociar al sector público con la actividad económica privada a fin de proyectar planes de desarrollo económico, impulsar el comercio internacional del Estado y administrar su imagen tanto en el país como en el extranjero. Ese modelo fue luego adoptado por otros Estados norteamericanos.

Le correspondió a nuestro consulado y a nuestro Ministerio colaborar activamente con Enterprise Florida y el gobierno del Estado para programar la agenda de los 180 integrantes de esa misión en nuestro país, entre ellos directivos de más de 54 compañías (de telecomunicaciones, informática, alimenticias, laboratorios, agrícolas, entre otras), de organizaciones de desarrollo económico y de muchos sectores estatales de Florida (puertos, aeropuertos, turismo, universidades). También se sumaron autoridades de diversos condados de Florida.

Días antes de ese viaje solicité a nuestra cancillería que se me llamara para acompañar a la Misión, participar de las negociaciones y efectuar- ya de regreso a Miami- el seguimiento de sus resultados. Como no existían fondos presupuestarios para ello, decidí pedir autorización para desplazarme y afrontar el pago del pasaje y la estadía en Buenos Aires con mis propios recursos.

Florida era uno de los Estados más ricos de los Estados Unidos. Su producto bruto interno (PBI) era en ese entonces de 457.800 millones de dólares y el 80% de sus exportaciones se dirigían a América Latina. Florida proveía anualmente el 50% de las frutas y hortalizas invernales para todo el mercado nacional. Participaba con el 28% en la fabricación de aviones, vehículos espaciales, misiles y equipamientos electrónicos. El estado de Florida tenía 14 puertos. El aeropuerto de Miami era el segundo de los Estados Unidos por volumen de pasajeros y el primero en el transporte de cargas. Más de la tercera parte del comercio total con nuestro país se realizaba a través de Florida.

Los mayores resultados de esta Misión fueron en el campo de las tecnologías de la información, pues se pudo avanzar en los acuerdos alcanzados en marzo. El tema de la leche larga vida (UHT – Ultra high temperature), como el de la exportación de cítricos argentinos, fue abordado en el máxime nivel por nuestro presidente con el gobernador y su ministro de agricultura por lo que en ambos casos se recibió un preciado respaldo.

De no menor valor fueron las conversaciones oficiales mantenidas con el influyente hermano del presidente Bush sobre la relación entre nuestras dos naciones.

También inicié negociaciones con las autoridades del puerto de Miami a fin de habilitar un "show room" permanente para productos argentinos dentro de sus instalaciones, sin entrar "formalmente" al territorio norteamericano, y así permitir que los participantes en ferias o exposiciones pudieran exhibirlos durante períodos prolongados, facilitando de ese modo la asidua concurrencia de mayoristas e importadores. Para ello establecí contactos con la firma de transportes argentina "Andreani", la que podría hacerse cargo de esa concesión y organizar luego un sistema de distribución por el interior del país. Aunque avanzamos bastante en esa tramitación y hasta escogimos, con el representante de aquella empresa en Miami, a una competente profesional para hacerse cargo de la administración y dirección del proyecto, a último momento y cuando ya contábamos con la conformidad del puerto, el Sr. Andreani nos hizo saber que desistía de formalizar los acuerdos.

La actividad cultural en Miami no era muy intensa. Estaba circunscripta en gran parte a las universidades y a las bibliotecas públicas, como así también a la existencia de un buen mercado de coleccionistas de arte, en especial de los prósperos estadounidenses de Nueva York o Chicago radicados en la región. A través de Diana Lowenstein, destacada galerista argentina establecida exitosamente en Miami, conocí a Samuel Keller, director en ese entonces de Art Basel, la más afamada feria internacional de arte, quién me adelantó que en el próximo año abriría una feria semejante con el nombre de Art Miami, dado que Miami era ya el foco más atractivo mundial tanto para los norteamericanos como para los latinoamericanos. Algunas residencias de millonarios norteamericanos del norte del país, en islas o barrios cerrados de Miami, inaccesibles al público, albergaban verdaderos museos con obras de pintores clásicos europeos y nativos.

Con el patrocinio de nuestro consulado se presentó por vez primera una obra teatral de Mario Diament en una importante sala de la ciudad; una única presentación del popular conjunto folklórico "Los Chalchaleros", recital que hicieron como despedida final artística del público norteamericano y se realizaron múltiples exposiciones y eventos culturales en Florida . Aseguramos la participación argentina en la feria internacional del libro en Miami gracias a las gestiones directas realizadas con la Cámara de libro de nuestro país. Se gestionó también que en la Biblioteca de Miami se realizase un homenaje a Borges y se invitase como conferencista a Jorge Helft, buen conocedor de su obra.

Tales acciones debían complementarse con invitaciones personales a muchas figuras relevantes de la región. Tuvimos la suerte de que se venciera el contrato de la antigua residencia y decidimos no renovarlo en procura de un lugar más digno para recibir a nuestros visitantes. Conseguimos un moderno departamento situado en Brickell Key, pequeña isla a pocas cuadras del consulado. Obtenida la conformidad de la cancillería para la mudanza y el nuevo contrato, resultó curioso que tuviera que someterme a una prolongada entrevista previa con el administrador del edificio. Ni mi cargo ni mis funciones eran suficiente aval, según me explicó, ante mi manifiesta molestia inicial, y que ésa era una exigencia rutinaria para asegurar la solvencia moral y económica de todo nuevo inquilino. Otra curiosidad del edificio era someterse a periódicos desalojos preventivos de todos los departamentos como ensayos ante eventuales incendios o poderosos huracanes, lo cual era anunciado por parlantes situados en el techo de una de las salas de los mismos. Grande fue nuestra sorpresa al escuchar por primera vez una voz perentoria invitándonos a una pronta evacuación por las escaleras. Como no sabíamos del carácter preventivo de esos avisos aceptamos resignados con mi familia descender los 24 pisos, 23 en realidad porque el piso 13, por superstición, no estaba incluido en ningún edificio. De allí en más, decidí permanecer en el departamento y afrontar con cierta tozudez los riesgos del caso, pensando que era un nuevo ensayo y no un incendio verdadero.

Cada vez que los escuchaba me acordaba del libro de George Orwell "1984", en el que el Gran Hermano comunicaba así sus consignas, creando una atmósfera totalitaria y sofocante. Esos parlantes era obligatorios en todos los edificios. Frente al anuncio de huracanes debíamos aceptar que nos "blindaran" las ventanas, con maderas atornilladas por empleados del edificio. Nos sugerían también desplazarnos lejos de Miami, y por tanto de la trayectoria prevista por el tornado, o arriesgarnos a permanecer por varios días encerrados en el departamento con acopio de víveres, bebidas y velas (ante el previsible corte de la luz), opción que adoptamos en dos oportunidades.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001, con aviones de línea estrellándose contra las famosas torres gemelas del "Trade Center" en Nueva York, como el realizado en Washington contra el edificio del Pentágono, los vivimos casi simultáneamente por televisión y con zozobra adicional en el consulado, por amenazas de bomba que se recibieron al mismo tiempo contra nuestro edificio. Así, pues, tuvimos que evacuarlo con urgencia y descender de prisa los 16 pisos por escalera mientras una sirena persistente incentivaba el dramatismo. Uno de los pisos, además, lo ocupaba el consulado de Israel.

La reacción general frente a tan colosal e imprevisto ataque recibido por vez primera en el corazón de su territorio, hasta entonces invulnerable - con su secuela de casi 3000 muertos y millares de heridos-, fue atemorizante por el clima de guerra que imperaba, con proclamas patrióticas y un despliegue masivo de banderas en edificios y automóviles que sucedió al shock inicial. Las emisiones televisivas primero presentaron las noticias con sobriedad y moderación, no mostrando los cuerpos ensangrentados o los cadáveres, para evitar el pánico y las emociones fuertes en la audiencia. Los periodistas, a su vez, se sustrajeron a comentar las fallas de seguridad del país. En contraste, recuerdo que la prensa francesa, en especial el diario conservador francés “Le Figaro " incluyó en su primera página que Ben Laden, el cerebro de los atentados, había sido atendido dos meses antes en un hospital norteamericano en Dubai y concluía que el hecho era conocido por los servicios de inteligencia estadounidenses. Todas las imágenes televisivas tenían un título sobreimpreso, seguramente inspirado por el gobierno desde Washington, que decía "America under attack" (América atacada).

Pude comprobar el respeto y la credibilidad que tienen habitualmente los mensajes oficiales en la población. También me sorprendió la solidaridad espontánea del individualista pueblo norteamericano. A todo lo largo del país millones de ciudadanos se apresuraron a donar sangre y las autoridades se vieron obligadas a ordenarlas pidiendo citas previas. Otro aspecto inesperado fue advertir el patriotismo exacerbado y el espíritu belicista de la población, dispuesta a enrolarse prontamente para la guerra porque "nada ni nadie podrá doblegar a América", "los enemigos de América no prevalecerán", consignas que poco a poco se fueron adueñando de los medios. Como bien decía el gran historiador Reinhold Niebuhr, una ininterrumpida sensación de inocencia recorre la historia de los Estados Unidos, identificado desde siempre con el bien y las buenas causas. Aunque al principio no se identificó con claridad al enemigo y los primeros discursos del presidente George W.Bush fueron moderados, procurando calmar a la población, poco después sus comunicaciones se convirtieron en arengas inflamadas alentando a "combatir el eje del mal". El congreso sancionó enseguida un Acta patriótica por la que se restringían algunas garantías constitucionales y todo el mundo político se sumó a esta pasión bélica. El presidente Buch decidió la invasión de Irak, atribuyéndole una imaginaria responsabilidad en los atentados y la posesión de armas de destrucción masiva, lo que dio en llamarse más tarde una "guerra preventiva" o de anticipación, si el país percibe una amenaza a sus intereses nacionales. Decía el filósofo René Girard en sus famosos libros sobre "el chivo expiatorio", que esa figura ha caracterizado la historia humana y forzado la mayoría de las guerras.

Era necesario crear un "obstáculo productor", como diría Bismark, para canalizar la indignación colectiva. A él la guerra contra Francia le permitió unificar Alemania. Según contó años más tarde el director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, el egipcio de formación liberal y educado en los Estados Unidos, Mohamed El Baradei, él mantuvo entrevistas con las máximas autoridades norteamericanas e inglesas para asegurarles que Irak había aceptado las inspecciones de su agencia y que sería muy peligrosa e injusta esa guerra. Según sus cálculos, por otra parte, costó la vida a más de mil irakíes.

Esos atentados cuestionaban algo muy profundo: el orgullo norteamericano. El nacionalismo estaba y está de tal modo arraigado en la población que era imposible abordar racionalmente los hechos. Esa natural pertenencia a una nación única, donde la libertad y la prosperidad alcanzada le habían confirmado su convicción de ser un pueblo elegido por Dios, les permitía aunar sus sentimientos religiosos y patrióticos. En una comida a la que asistimos con los periodistas Andrés Oppenheimer y Mario Diament, y nuestras respectivas esposas, el dueño de casa, un conocido embajador norteamericano ya retirado, aunque nosotros sospechábamos que podría pertenecer a la CIA -la poderosa agencia local de inteligencia-, le pidió a Mario que se retirara de su casa después de que aquél cuestionara unos párrafos de un reciente discurso presidencial. Sorpresiva y desmesurada reacción simbolizada por este diplomático en tiempos tormentosos.

En los primeros días posteriores a los atentados, sobre todo ante el temor fundado de que podrían repetirse, la población se retrajo en sus hábitos compradores; bastó que se difundiera la imagen del ex presidente Bill Clinton saliendo de un complejo comercial cargado de paquetes, para que millones de estadounidenses volvieran a precipitarse a una de sus pasiones favoritas, en especial en sus fines de semana: salir de compras y recorrer las grandes tiendas en busca de rebajas. Signo claro de que todo volvía a la normalidad.

Otra de las características norteamericanas que descubrí fue el contraste entre el alto nivel mundial de sus universidades con las estadísticas indicativas de que casi la mitad de la población adulta norteamericana es "analfabeta funcional", o sea que carece de la facultad de comprender textos (capacidad de entender lo que se lee). Eso explicaría la creciente masificación y el desinterés creciente por la cosa pública, lo que contribuye a la transmutación creciente de los ciudadanos en meros consumidores. El influyente cientista político Samuel Huntington confesaba por esos días en uno de sus libros y sin ironía que "un sistema político democrático requiere un cierto grado de apatía y falta de compromiso por parte de algunos individuos y grupos".

También me impactó saber que existían en los Estados Unidos más de 550 "naciones indígenas" reconocidas a nivel federal. Son consideradas naciones independientes y conservan poderes soberanos sobre su población y su territorio. Además, las ganancias tribales dentro de las reservas están exentas de impuestos. Si bien los juegos de azar estuvieron históricamente concentrados en La Vegas y en Atlantic City (New Jersey) y en muchos Estados están totalmente prohibidos, desde 1988 en las tierras indígenas las tribus locales fueron autorizadas a abrir casas de juegos de azar, con lo que la industria del juego en esas reservas llegó a producir ganancias cuatro veces mayores que las de Las Vegas. Esa concesión a los indígenas fue alentada por el alto desempleo existente entre ellos. En el Estado de Florida las tribus nativas de Seminoles y Miccosukees gestionaban siete casinos y salas de bingo y generaban ganancias por centenas de millones de dólares. Por aquella ley, el 60% de esas ganancias debía ser invertido para mejorar el bienestar de sus comunidades. Esto les ha permitido comprar muchas tierras y hasta empresas fuera de sus territorios. La proliferación de esos casinos incrementó la violencia y las drogas, así como la llegada de administradores inescrupulosos contratados para el manejo de los juegos.

Gracias a la información que me aportaba Pedro Sachs, agregado de Defensa, quién mantenía fluidos contactos con la policía y las autoridades del aeropuerto, yo estaba al tanto del arribo a Miami de conocidas figuras de la política y la economía argentina. Aunque la información no me era de especial utilidad, pude así conocer los frecuentes viajes del gobernador de la provincia de Buenos Aires Carlos Ruckauf y del secretario general de su gobernación Esteban Caselli, quienes tendrían una residencia compartida en Naples (Nápoles), ciudad balnearia frente al golfo de Méjico. También de sus conversaciones de negocios con los hijos de Jorge Mas Canosa, uno los cubanos más ricos e influyentes en las políticas anticastristas norteamericanas. Por ese tiempo su compañía familiar Mastec, una subsidiaria de una empresa de Telefónica de España, estaba siendo demandada por fraude y vaciamiento de todos sus activos. Caselli habría sido chofer de una acaudalada familia y luego. como legatario, habría pasado a ser el propietario de su lujoso departamento. Sus negocios durante el gobierno militar le habrían permitido amasar una cierta fortuna y transformarse, primero en un benefactor de la Iglesia, luego en una persona de confianza de sus máximas autoridades. En tal carácter también se incorporó a la política, fuente de nuevos negocios, y a la diplomacia, como embajador ante la Santa Sede.

Pasaba también por Miami José Luís Manzano, ex-ministro del presidente Carlos Menem, quién también, según el mismo informante, participaba de encuentros con los ricos cubanos. Es curioso que este personaje se hubiera radicado en Los Angeles y que volviera, tras varios años, a la Argentina, como empresario periodístico e inversor en varios negocios sin que nunca se supiera el origen de su fortuna.

El diario "Miami Herald " organizaba anualmente desde hacía cinco años una "American Conference", a la que se invitaba a altas autoridades gubernamentales latinoamericanas y a políticos destacados de la región. Para la 5ª Conferencia celebrada en septiembre de 2001 ya habían confirmado su participación los presidentes de Méjico, Vicente Fox, y del Salvador, Francisco Flores, y también muchos ministros de relaciones exteriores, entre los cuales se incluyó al de nuestro país, Adalberto Rodriguez Giavarini. Por Estados Unidos participarían más de 500 líderes políticos y empresarios, además de disertantes de relieve, a fin de analizar los principales problemas económicos latinoamericanos. En la cordial nota que me envió el director de dicho periódico, me invitó a sugerir el nombre de algún compatriota que yo estimara relevante de la política o la economía para incorporarlo a la lista. Como sabía que uno de los organizadores de esa conferencia era Andrés Oppenheimer, me puse en contacto con él para acordar posibles candidatos. Cuando le sugerí, entre otros, el nombre de la diputada Elisa Carrió fue muy grato saber que no sólo la conocía por haber colaborado en su trabajo sobre el lavado de dinero y el narcotráfico, sino que también pensaba invitarla. Solo me pidió que organizara una comida en mi casa con ella y en la que pudieran participar algunas figuras relevantes del medio local.

También tuve ocasión de conocer a mi canciller en una comida privada que organizó con él mi amigo Guillermo González, embajador en Washington, desde donde se había desplazado a Miami. Fue muy agradable conocerlo y poder apreciar su cordialidad, así como, al día siguiente, su expresiva intervención en la Conferencia. Si bien no abordamos con él problemas políticos argentinos, sabíamos que los de carácter económico se iban acumulando, al igual que el creciente descontento de la población con el gobierno.

La convertibilidad de un peso por dólar impuesta por la administración anterior se volvía insostenible. A sugerencia de su vicepresidente, el gobierno decidió convocar inútilmente a Domingo Cavallo para enderezar la economía, pero su gestión no pudo superar la crisis. Por otra parte, el presidente de la Rúa no estaba en condiciones políticas y personales de asumir graves decisiones. No contaba con el apoyo mayoritario de los radicales, su partido, y el peronismo no dejaba de asediarlo. A los pocos días de aquella comida con el Canciller, conocimos la renuncia pública del vicepresidente,

Carlos "Chacho" Alvarez, alegando que había tomado conocimiento de sobornos a varios senadores peronistas para que aprobasen una nueva ley del trabajo para democratizar los sindicatos y a cambiar ciertas normas laborales ya anacrónicas. Su renuncia provocó un gran escándalo político, lo que debilitó más al gobierno. Fundada en que no podía formar parte de un gobierno inmoral, respondió también, según algunos allegados, a su personalidad inestable producto de una vieja enfermedad asmática. El presidente Fernando de la Rúa estaba como paralizado y sin reflejos en su alto sitial. Por las informaciones recibidas en Miami padecía una fuerte depresión.

A fines de ese mes se produjeron compactas manifestaciones sociales contra el gobierno y saqueos en todo el país, alentados por el ex gobernador bonaerense Eduardo Duhalde y el entonces gobernante provincial, Carlos Ruckauf. Las crónicas de la época coinciden en que se trató de un verdadero golpe de estado civil, provocado por el peronismo, con un saldo de más de cinco muertos que fueron imputados injustamente al gobierno, y forzaron la renuncia del presidente. Ante el vacío de poder, asumió enseguida la máxima investidura el presidente del Senado, Héctor Puerta, un insustancial político nativo de Misiones y sin condiciones para controlar la crisis, ante lo cual decide convocar a la Asamblea Legislativa (integrada por diputados y senadores).Si bien, Eduardo Duhalde pensaba que él sería el elegido, el rechazo de los intendentes de su provincia abortó su ambición. El senador Adolfo Rodriguez Saa fue escogido para la presidencia, Al cabo de siete días también se vio obligado a renunciar ante las amenazas recibidas por parte de sectores peronistas. Al mismo tiempo renunció a la presidencia del Senado el mencionado Puerta, por lo que el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño asumió interinamente la más alta magistratura nacional y decidió convocar nuevamente a la Asamblea Legislativa. La misma designó Presidente al senador Eduardo Duhalde, quien desde el comienzo maniobró para alcanzar el cargo. El país se dio el lujo de contar así con cinco presidentes en el limitado lapso de diez días.

Duhalde decidió nombrar a Carlos Ruckauf como nuevo Canciller, en recompensa por los servicios prestados en la provincia de Buenos Aires, donde lo sucedió lealmente como gobernador, sin afectar ninguno de sus "complejos intereses" políticos y económicos, Ruckauf había abandonado por esos días su cargo en La Plata y huido de la provincia en llamas, obligando a su vicegobernador Felipe Solá a asumir imprevistamente la gobernación y al hacerlo no se privó de destacar esa fuga y la ruinosa situación que le dejara su antecesor.

A raiz de una enojosa situación vivida primero en la tienda del aeropuerto de Madrid y luego también en el avión con varios pasajeros argentinos que le recriminaron a los gritos su actuación política, a su regreso a Buenos Aires, visto la trascendencia pública del episodio, Ruckauf encomendó a su vicecanciller Jorge Faurie y a tres dóciles embajadores que le propusieran algunos cierres de embajadas argentinas para contrastar con esas decisiones demagógicas su creciente desprestigio ante la opinión pública, confundiendo sus urgencias políticas personales con los intereses del país. La propuesta final incluía doce embajadas a cerrar en una primera etapa, entre ellas la de la República Dominicana, desconociendo la importancia histórica y simbólica de ese país para la Argentina, y nueve más en los próximos meses, amén de muchos consulados. Muchos de los países concernidos tenían embajadas en Buenos Aires y tomaron conocimiento de esas medidas por declaraciones a la prensa del propio canciller. También designó como secretario de culto a Esteban Caselli, ex embajador de Menem ante la Santa Sede y ex secretario general de su gobernación. Esto ocasionó críticas de la cúpula del episcopado argentino por haberla soslayado durante su gestión vaticana. A Jorge Faurie, genuflexo pero diligente funcionario, que había sido jefe de ceremonial en la provincia, lo designó como vicecanciller para ocuparse de todos los asuntos de la política exterior que a Ruckauf le aburrían.

Por ese tiempo, el primer director general de la Organización Internacional para la Prohibición de las Armas Químicas, el embajador brasileño José María Bustani, elegido por unanimidad en 1997, año de creación de esa agencia con sede en La Haya y reelegido sin oposición para otro período de cuatro años a partir del 2001, comenzó a ser cuestionado por el impetuoso John Bolton, diplomático norteamericano muy cercano a su presidente George Bush, alegando una supuesta gestión contraria a los intereses de su país, hasta forzar su retiro en 2002, mediante nuevas elecciones, hecho inédito en las organizaciones internacionales. Según confirmaron luego los archivos secretos norteamericanos, Bustani estaba negociando con Irak su incorporación a la mencionada organización y el posterior envíode inspectores a ese país. Era sabido que Irak había utilizado armas químicas en 1988 en la guerra contra Irán con pleno conocimiento y cooperación de los Estados Unidos. Como esas gestiones complicaban la decisión del gobierno de Bush de invadir Irak, se impulsó el urgente despido de Bustani mediante unas elecciones que se realizaron bajo directas amenazas norteamericanas a todos sus miembros. Bustani ganó luego una demanda ante el tribunal de la Organización Internacional del Trabajo, aunque se contentó con una indemnización, sin volver al cargo. Ruckauf siempre atento a sus aspiraciones presidenciales y deseoso de complacer a los Estados Unidos, propuso al embajador Rogelio Pfirter para ocupar la vacante, consciente de que no cuestionaría los intereses del Imperio. Lamentable decisión, máxime por constituir un acto de deslealtad manifiesta con nuestro vecino Brasil. Pfirter fue así finalmente elegido en una nueva votación. Bajo el gobierno de Lula en Brasil, Bustani fue nombrado embajador en Londres.

Otro hecho penoso de aquellos primeros pasos como Cancilller, fue el designar con rango de embajador a Saúl Rotsztain, como "representante oficial para los temas vinculados con la comunidad judía en el ámbito de la sociedad civil". Ello provocó el amplio y sonoro rechazo de las comunidades judías por considerarla discriminatorio, al pretender congraciarse sobre todo con los influyentes sectores judíos norteamericanos a quienes Rotsztain estaría estrechamente vinculado. Yo lo había conocido meses atrás en Miami con su familia. La severa reacción de las asociaciones judías argentinas lo obligaría muy pronto a cancelar esa designación.

También conocí a un empresario argentino que se había radicado en Miami, quien me ofreció colaborar con el consulado para cualquier tarea cultural de envergadura. Así fue que decidimos organizar un festival internacional de cine argentino en Miami. Con Máximo Gowland, un eficaz funcionario del consulado, iniciamos las tramitaciones ante nuestro Instituto Nacional del Cine para la selección de películas y la concurrencia de algunos actores y cantantes de prestigio. A la actividad febril de todos los funcionarios del consulado, se sumó la creciente generosidad de nuestro principal patrocinador, Carlos Molinari, que pensaba aprovechar del festival para presentar la radicación en Miami de su empresa de construcción. También se contó con el apoyo de los organismos culturales del condado de Miami Dade y de la ciudad de Miami, del instituto argentino del cine y de la secretaría de Turismo de la Argentina. Recibimos asimismo aportes de diversas empresas argentinas y de otras norteamericanas con inversiones en nuestro país.

En medio de estos ajetreos que comenzaron en Julio de 2001, recibí en el siguiente febrero, una llamada inusitada del vicecanciller Jorge Faurie para anunciarme, con su típico tono frío de burócrata, que se había decidido mi traslado a Buenos Aires. Jamás imaginé que quien había trabajado bajo mis órdenes quince años atrás asumiera el papel de verdugo. Había sido luego el más cercano colaborador de Oscar Spinoza Melo durante su escandalosa gestión al frente de nuestra embajada en Chile. Como le pregunté sobre las razones de tan arbitraria decisión, se limitó a decirme que el canciller "había decidido dinamizar el ALCA", engendro propiciado por los Estados Unidos para establecer un área de libre comercio en todo el continente americano, lo cual justificaba la designación de un nuevo representante. Como le contesté que la sede de esa organización estaba desde hacía un año en Panamá, por lo que correspondía que ese nuevo delegado fuera designado para ese país, solo atinó a decirme que la decisión era irrevocable y que de inmediato recibiría la comunicación oficial. Ante la notificación formal de mi traslado a Buenos Aires, sin ofrecerme ninguna alternativa, a los pocos días, envié un largo telegrama al Ministerio acusando la medida de arbitraria e irrazonable, después de estar solo 11 meses en mi puesto y sin ninguna queja por mi actuación. Además, detallé las intensas actividades desarrolladas en tan corto período y la falta de justificación de la medida que interpretaba como el primer y único castigo sufrido en una carrera a la que dedique más de 36 años dedicados a servir los intereses permanentes de nuestro país. Señalé el costo que implicaba mi traslado y el de mi reemplazante en tiempos de aguda crisis presupuestaria en el Ministerio, y la serie de actos que tenía programados para los próximos meses, en especial el Festival de cine en ciernes, previsto entre el 12 y el 20 de abril próximos. Sostuve, por fin, la certeza que mi dignidad personal y profesional saldrían fortalecidas con tan fragante injusticia. Aunque era inútil hablarle de dignidad a un sujeto como Ruckauf, el hecho tuvo especial repercusión en los diarios argentinos. Gracias a las gestiones de mi amigo Guillermo Nolasco Juárez, el diario "La Nación " publicó primero una extensa carta de lectores firmada por más de treinta personalidades de nuestra vida pública, desde el filósofo Víctor Massuh y el valiente abogado Ricardo Monner Sans, hasta historiadores como Gregorio Weinberg , cineastas como Fernando "Pino" Solanas, intelectuales y profesores de prestigio como José Enrique Miguens y Mario Rapoport, el ex canciller Hipólito Jesús Paz y el juez Rafael Sarmiento, el historiador Alberto Ferrari Etcheberry, entre otros, todos solidarios ante la arbitrariedad de mi injustificado traslado. En los días siguientes también publicaron cartas de apoyo a mi persona en el mismo diario Pérez Celis y Raúl Urtizberea, ambos residentes en Miami; Magdalena Ruiz Guiñazú y Mariano Grondona lo hicieron igualmente en sus audiciones radiales, así como Andrés Oppenheimer en un artículo publicado en el "Miami Herald"."La Nación" se hizo eco también de mi intempestivo traslado en uno de sus editoriales.

A los pocos días recibí un nuevo telegrama informándome que había sido nombrado para reemplazarme el embajador Luís María Riccheri, ex cuñado de mi buen amigo Oscar Ponferrada y hermano del general Ovidio Riccheri, ex subjefe de la policía de la provincia de Buenos Aires en la época más sangrienta del gobierno militar. Este último era amigo del actual Jefe del ejército y de Carlos Ruckauf. Según la revista "Noticias " y trascendidos llegados a Miami, el canciller habría tomado la decisión de trasladarme para apuntalar en la región su futura candidatura presidencial con un hombre de su absoluta confianza. Aunque fuera ése el motivo principal, también habría incidido mi amistad con Felipe Solá a quién consideraba entonces su enemigo. Lo curioso, además, es que con motivo de una denuncia planteada al cabo de un año, ya bajo un nuevo gobierno, Riccheri debió ser trasladado. Por otra parte la triste fama acumulada por Ruckauf tras su intempestivo abandono de la gobernación y el escándalo producido por mi traslado, como los múltiples desaciertos de su gestión diplomática, lo obligaron a desistir de su aspiración presidencial un año más tarde.

Luego de arduas gestiones, logramos que el Instituto Nacional de Cinematografía y Artes visuales (INCAA), presidido por Jorge Coscia, contribuyera con un pequeño aporte a los cuantiosos gastos que debíamos afrontar localmente, sobre todo para el traslado de las películas, la impresión de afiches, la publicidad en los medios locales y el pago del alquiler de los dos cines para las exhibiciones y del local para el acto central del festival, sin contar el costo de los pasajes y el alojamiento de los artistas y directores argentinos invitados. El peso mayor recayó sobre Carlos Molinari, desbordado ante las crecientes necesidades y gastos. A él se le debe gran parte del éxito conseguido, dado que estuvimos con mi colaborador principal Máximo Gowland varias veces a punto de naufragar ante los renovados obstáculos. Logramos que la conocida actriz Araceli González aceptase ser la madrina del festival y presidiera las ceremonias y que el canal argentino Telefé cubriera los principales actos con el animador Julián Weich. También el local Telemundo, con amplia llegada a toda Latinoamérica. Pérez Celis creó el vistoso diseño de todos los afiches y programas del Festival, al igual que la pintora Ana Candioti.

Al poco tiempo debí emprender el regreso a Buenos Aires y a la Cancillería, satisfecho por las tareas realizadas, aunque preocupado pues una vez más sentía que la Argentina seguía extraviada en medio de una crisis fenomenal.

Vicente Espeche, embajador argentino ante la Santa Sede, me pidió que actuase como testigo de su bien ganado prestigio ante una insólita querella criminal y paralelo sumario administrativo promovido por Esteban Caselli, que ejercía las funciones de Secretario de Culto, agraviado por unos dichos atribuidos en un libro a aquél. Una conocida periodista había publicado recientemente un libro, en el que se citaba un supuesto comentario desdoroso suyo para Caselli. El sumario fue ordenado por el embajador Federico Barttfeld y que se desempeñaba como subsecretario de administrativo de la Cancillería. Sin poder conversar con Espeche, acudí a testimoniar primero ante el jefe de Sumarios de Cancillería, un abogado muy subordinado a los designios de sus superiores, y luego ante el juez federal ante el que se tramitaba la querella. Curiosamente el sumariante no me citó expresamente el supuesto comentario agraviante, y tampoco lo mencionó en su largo dictamen, temeroso tal vez que su mera tanscripción contribuyese a reforzar el agravio. Me fue fácil en ambas instancias negar que el embajador Espeche pudiera haber expresado el comentario que se le atribuía porque conocía su discreción. Tal vez la periodista, para no asumir su propia opinión agraviante, deslizó que en el Vaticano se le endilgaban "negocios oscuros".

El dictamen del director de asuntos jurídicos concluyó sugiriendo la sanción de un año de "disponibilidad" para el acusado, o sea la la suspensión sin goce sueldo, lo que fue refrendado por la Junta Calificadora integrada por cuatro diplomáticos, aclarando que correspondía la sanción en la medida en que no hubiera una desmentida pública del embajador Vicente Espeche. Este último no sólo había desmentido esas declaraciones que se le atribuían en el sumario y ante el juez, sino que había pedido sin éxito que se citara a la periodista que incluyó ese comentario en su libro (o sea que faltaba un elemento decisivo de prueba para sancionarlo). Finalmente el canciller Ruckauf homologó la sanción propuesta.

Días después Espeche publicó una carta en el diario "La Nación” , reiterando lo que ya había declarado en los respectivos expedientes, por lo que la Junta Calificadora emitió un nuevo dictamen, dando por cumplida la anterior condición y pidiendo la absolución del acusado. Las autoridades del Episcopado argentino realizaron también insistentes gestiones ante el presidente Eduardo Duhalde para que dejase sin efecto esa injusta sanción, gestiones que fueron coronadas con éxito mediante un decreto específico dejando sin efecto la resolución administrativa de su canciller. Al día siguiente presentó Caselli su renuncia como secretario de culto. Final feliz para un desdichado episodio.

19. FIN DE LA DANZA DE PRESIDENTES

Ya regresado al país, me tocó sumergirme, como a millones de compatriotas, en una atmósfera de zozofra e incertidumbre sobre nuestro futuro. La mayor parte de la población compartía una creciente indignación con toda la clase política bajo el lema de que "se vayan todos". La vuelta al ministerio tampoco sería fácil pues mis verdugos seguían en sus puestos de mando y debí incorporarme al nutrido grupo de embajadores proscriptos en el Consejo Superior de Embajadores. Al cabo de un tiempo y a pesar de los buenos resultados que venía mostrando el nuevo ministro de economía Roberto Lavagna, un incidente entre manifestantes y la policía, con la secuela de dos muertos, provocó tal escándalo político que el presidente Duhalde se vio obligado a adelantar las elecciones y a descartarse como posible candidato. No le fue fácil elegir a su heredero, ya ninguno de sus favoritos aceptó ser postulado y menos para competir con Carlos Menem que otra vez se presentaba como aspirante a la presidencia. Al final no tuvo otra opción que elegir al muy cuestionado gobernador de la provincia de Santa Cruz, Carlos Kirchner, que resultó finalmente elegido al desistir Menem de presentarse a una segunda vuelta sabiendo que su derrota sería inevitable.

Para integrar su nuevo gabinete ministerial confirmó a Lavagna como ministro de economía y designó a Rafael Bielsa como Canciller. Este último pretendía ir a la cartera de Justicia. La designación de Bielsa, que no era cercano a Kirchner, fue impulsada por su amigo, el político peronista Eduardo Valdez, activo colaborador en la campaña electoral del nuevo presidente, por lo que aterrizó como jefe de gabinete del elegido canciller. Acudí a él y a otros muchos amigos, como el nuevo vicecanciller Jorge Taiana, a quién yo había conocido y con quien había colaborado cuando ese mismo cargo lo ocupara Juan Carlos Olima, en tiempos de Guido di Tella, a fin de que me ayudaran a salir de mi exilio diplomático. También recurrí a Felipe Solá, quien se había transformado en un hombre de confianza del nuevo presidente y a Teresa González Fernández (la Colo), en ese entonces su esposa y siempre activa en el mundo político. Esas gestiones fueron en parte exitosas, porque al poco tiempo un colaborador de Taiana me comunicó por teléfono que había sido elegido por el presidente como nuevo embajador en Bélgica, Ese modo poco formal de notificarme se habría debido a su contrariedad por no seguir contando conmigo en su gestión y a su falta de conocimiento de los usos diplomáticos. Durante los meses precedentes yo le había presentado numerosas propuestas de políticas y en especial algunas con el embajador Horacio Solari, respecto a la estrategia política para nuestro extenso mar territorial en el Atlántico sur, incluyendo a Malvinas. Le propusimos innovar en este último tema y crear una comisión reservada de juristas ajenos al cuerpo diplomático, para definir en un plazo perentorio nuevas medidas de acción, pero su talante cauteloso no le dio continuidad a nuestra iniciativa.

Gran parte de los nuevos embajadores en países importantes fueron designados directamente por el presidente Kirchner, no siempre inspirado en los intereses nacionales en juego. Un caso paradigmático fue el nombramiento para España del ex montonero Carlos Betini, nacionalizado español después de más de veinte años de residencia en ese país y haber actuado como representante oficial del gobierno español en Aerolíneas Argentinas cuando esta empresa fue vendida a Iberia. En el tiempo de esa designación era socio en Madrid de Felipe González en tareas de consultoría política para intereses comerciales ibéricos en Latinoamérica.

Taiana había sido nombrado por Menem para ocuparse de organismos internacionales y más tarde lo designó embajador en Guatemala. Luego obtuvo un importante cargo relacionado con los derechos humanos en la Organización de Estados Americanos(OEA) en Washington. Integrante activo de Montoneros fue juzgado y condenado a prisión por un atentado violento durante el gobierno constitucional de Isabel Perón. El prestigio de su familia le permitió salvar la vida, aunque no pudo eludir varios años en prisión, antes de partir al exilio. De carácter cordial, asumía una devota pertenencia peronista. Si bien era reservado en sus opiniones, su pasado de militante no se había disipado.

Rafael Bielsa, a su vez, debutaba en la diplomacia como canciller. También en su juventud había sido montonero, por lo que fue detenido en Rosario durante el gobierno militar a raíz de un sangriento atentado. Gracias a sus influencias familiares, su abuelo del mismo nombre había sido un famoso jurista a quién yo tuve como admirado profesor en la Facultad de Derecho, pudo salir del país y exiliarse en España. Animado y protegido por un discípulo de su abuelo, que estaba cargo de la Secretaría de Justicia, pudo volver al país, en plena dictadura, a fin de informatizar con éxito todos los legajos de esa cartera ministerial.También le tocó cumplir tareas similares en las dependencias oficiales que habían reemplazado al Congreso. Estos trabajos profesionales le acarrearon fuertes críticas, dado su condición de ex montonero, por colaborar con el régimen militar.

Antes de mi partida le solicité, sin éxito, una entrevista para saludarlo. Se trataba, por otra parte, de un consagrado ritual antes del viaje de cualquier embajador para asumir una representación en el extranjero. Sí lo pude hacer con Taiana, a quien le solicité que, cuando se produjera la primera y próxima vacante en Bruselas, enviara a un diplomático de mi confianza especializado en temas económicos y comerciales, temas a los que pensaba dar prioritario interés. Su respuesta fue muy positiva. También mantuve una entrevista con Jorge Coscia, presidente del Instituto Nacional de Cinematografía, a instancias del consejero de nuestra embajada en Bélgica, Claudio Rojo, a quién había manifestado su interés en hacerle un homenaje a Julio Cortázar, nacido circunstancialmente en Bruselas en una fecha coincidente con la de su cumpleaños. Prometió ayudarme en mi empeño y mantenernos en contacto luego de las tratativas que yo pensaba iniciar ante las autoridades belgas.

Conocedor de que importantes empresas belgas se habían radicado en la Argentina hacía más de cien años y otras muchas en fechas más recientes, procuré antes de mi partida contactarme con sus autoridades a fin de familiarizarme con sus intereses y conocer de cerca sus proyectos y necesidades.

Como nuestro país alquilaba desde mucho tiempo atrás una elegante residencia , frente a la abadía de La Cambre, antiguo monasterio y colegio de origen medieval, y emplazada en uno de los barrios más distinguidos de la ciudad, no me fue muy difícil instalarme, sobre todo porque ya estaba amueblada y yo solo había enviado un container con mis cuadros, mis libros, ropa y algunas pertenencias de especial aprecio. Además, esa residencia no estaba muy alejada de las oficinas, lo que en nuestra jerga llamamos la cancillería o la embajada para distinguirlas de las residencias, lugares de encuentro y recepciones.

Nuestras oficinas estaban situadas en un más moderno edificio que albergaba en otro piso a nuestra misión diplomática ante la Unión Europea. Yo contaba con solo dos funcionarios diplomáticos y varias secretarias locales ya familiarizadas con los trabajos consulares, contables y comerciales desde hacía muchos años. También con un Agregado de Defensa, en representación de las tres fuerzas armadas.

Una de las primeras tareas fue apresurar la presentación de mis cartas credenciales al Rey Alberto II, jefe del estado belga, requisito administrativo indispensable para empezar a actuar como embajador ante las diversas instancias gubernamentales.

El ceremonial belga era muy estricto y exigente. Su cancillería me acercó un detallado manual que describía todo el ritual de la ceremonia para el encuentro solemne con el rey, a fin de evitar cualquier improvisación. Así fue que partí escoltado por motociclistas oficiales desde mi residencia hasta el imponente Palacio de Laeken, donde el rey vivía y solía recibir a embajadores y autoridades extranjeras. Si bien concurrí acompañado por uno de mis diplomáticos y nuestro agregado militar, la entrevista con el rey fue a solas. Después de los saludos de cortesía, tomó un papel que tenía al costado de su sillón y comenzó a leerme un texto, seguramente preparado por su cancillería, con reclamos a nuestro país por la situación del Banco Europeo para América Latina, de capitales alemanes pero con sede en Bruselas y por el diferendo surgido con la empresa Tractebel, dependiente de la multinacional belgo-francesa Suez, por una concesión gasífera. Aunque me pareció una descortesía esa insólita recepción, le prometí interesarme en ambos temas y pasé resueltamente a contarle los grandes cambios que se estaban viviendo en nuestro país y el exitoso desempeño de tantas empresas belgas. Las dos preocupaciones del rey, reiteradas poco tiempo después por la cancillería belga, fueron transmitidas a nuestro ministerio y le cupo al secretario de relaciones económicas internacionales, Martín Redrado, un funcionario con conciencia de Estado, procurarme la adecuada información para contestar esas inquietudes oficiales.

No me llevé una buena impresión del encuentro. Aunque su tarea de recibir sucesivamente a cuatro embajadores extranjeros en una mañana no fuese para él muy gratificante, me pareció un rey limitado y poco simpático. Sabía que había accedido al trono tras la muerte inesperada de su hermano mayor Balduino, un rey austero, muy devoto y de gran popularidad durante su largo reinado desde 1951 hasta 1993. Eran ambos hijos de Leopoldo III, que debió abdicar como rey al acusárselo de haber capitulado ante los ocupantes alemanes durante la última guerra mundial, permaneciendo prisionero en su palacio mientras el gobierno belga se había establecido en Londres. Bajo el reinado de Balduino, casado con una española y sin hijos, su hermano Alberto, casado con la princesa italiana Paola Ruffo di Calabria, había llevado una vida más bien disipada al igual que su mujer, según los consistentes trascendidos. Habían estado varias veces por divorciarse, sobre todo con motivo del largo romance del entonces príncipe Alberto con una baronesa flamenca y haber tenido una hija con ella. Después de la reconciliación con Paola debió asumir como rey, tarea para la que no estaba preparado.

Mi inmediata tarea fue acordar visitas con los ministros del gobierno y con los alcaldes de Bruselas (uno de toda la ciudad y otros de los diferentes barrios urbanos), cada uno con sus gabinetes ministeriales. Los políticos belgas tenían asegurado su futuro dada la gran proliferación de organismos públicos. Existían, además del gobierno federal con su parlamento, autoridades de las tres regiones en las que se había dividido el país en 1980. Las de Flandes, de Valonia y de Bruselas-Capital, que era un enclave bilingüe situado en territorio flamenco, al cual estaban incorporadas la ciudad y algunas zonas suburbanas. También existían estructuras gubernamentales, incluidos parlamentos, correspondientes a las más importantes comunidades lenguísticas, la flamenca y la francesa y a la más pequeña comunidad germana de solo 70.000 habitantes, situada en la provincia de Lieja, en la frontera con Alemania. Sus competencias eran limitadas principalmente a la defensa y promoción de su idioma, así como a temas de educación y cultura. Elio Di Rupo era en ese tiempo ministro- presidente de la Región valona y Marie Arena, también socialista, ministro-presidente de la comunidad francesa. En 6 a causa de las condiciones económicas de la posguerra en Italia y la falta de mano de obra en Bélgica, ambos países firmaron un acuerdo para facilitar la emigración de italianos para trabajar en las minas de carbón, a cambio del suministro de ese producto tan urgido por Italia. Dicha colonia fue incrementándose hasta constituir en mis días en Bélgica la mayor comunidad extranjera en su territorio.(175.000 aproximadamente). Los padres de Di Rupo y de Arena eran de origen siciliano. Con ésta última tuve mayor trato, dado mi interés en incrementar el número de becas para estudiantes argentinos. Marie era una cordial y muy atractiva mujer de 40 años, al igual que su pareja, la jefa de gabinete. Con cabellos negros, enrulados y sueltos y su tez mate, su delgada figura realzaba su encanto. Curiosamente las dos eran de un gran parecido físico y participaban en todos los actos públicos con suma naturalidad. Igual sucedía con Di Rupo, también socialista y con su pareja, sin que esa situación empañase su popularidad. Años más tarde llegaría a ser primer ministro merced a una alianza de los socialistas valones con los democristianos y liberales flamencos.

Hasta 1945 la región más rica había sido la Valonía. Allí estaban las importantes minas de hierro y de carbón, más las pujantes industrias siderúrgicas y textiles. La nobleza tradicional belga era de ese origen y tenía un papel predominante en la economía. Su influencia en la vida pública permitió que solo el francés fuese aceptado como lengua oficial en todo el país. La región de Flandes, más bien agrícola, era, en contraste, menos próspera y poco industrializada y la mayoría de sus gentes se seguía expresando en flamenco.

Después de la Segunda Guerra Mundial Flandes pudo desarrollar modernas industrias y alcanzar pronto un nivel de vida superior al de Valonía. Su población fue también crecientemente superior, no obstante su menor superficie (sobre una población total belga de más de casi 11 millones de habitantes, 60% eran flamencos y el resto valones). Alentados por esa prosperidad, los dirigentes flamencos no solo renovaron su orgullosa pertenencia, también propiciaron la separación de sus tradicionales rivales de Valonia y la instauración de un estado independiente. Las tensiones se agudizaron durante mi estadía, sobre todo por los intereses flamencos que se resistían a soportar los enormes gastos sociales de la Valonía en el presupuesto federal. Consideraban, además, que sus vecinos del sur no eran demasiado productivos. Merced a la agitación de su clase política, el pueblo flamenco se negaba a hablar francés en represalia por su antiguo sojuzgamiento. En mis visitas, pues, yo debía habitualmente acudir al inglés. Fue muy interesante descubrir cómo las diferencias idiomáticas- los holandeses, en su tiempo, habían impuesto su idioma desterrando el francés, así como las rivalidades económicas –competencia entre los puertos de Amberes y Rotterdam- y religiosas –católicos contra calvinistas-, que animaron la independencia de Bélgica de Holanda en 1830, volvieron a repetirse a la inversa e inmediatamente después en el propio territorio belga hasta finales de la década de 1960. El tema religioso, paradójicamente, siguió caminos distintos. Flandes pasó a ser mayoritariamente católica, mientras que en Valonia, por la influencia de los socialistas y liberales, la religiosidad era cada vez más decreciente, a pesar del prestigio y la influencia de sus universidades confesionales.

Las visitas y encuentros con los máximos directivos de las grandes empresas belgas, en especial con las de aquellas radicadas en la Argentina me permitieron familiarizarme con sus visiones, al mismo tiempo que alentarnos a desembarcar en nuestro país o a incrementar las inversiones ya existentes. En la mayoría de los casos me sorprendió, al igual que en los sectores dirigentes sociales, descubrir su favorable y optimista opinión respecto de nuestro país. Ya sea por haberlo conocido y trabajado en él en tiempos más prósperos, ya sea por las potencialidades de nuestro territorio, fue muy grato recoger su simpatía y establecer con ellos relaciones muy positivas.

Existía de hecho una oligarquía económica y social en ambas regiones belgas. Las amistades de los hijos no se desarrollaban en los colegios sino en los así llamados grupos de pertenencia, constituidos por los hijos de los amigos del mismo medio económico y social, Estos grupos en su origen no muy grandes eran anualmente convocados a participar en reuniones más amplias, con lo que se aseguraba no solo el mantenimiento de las fortunas mediante matrimonios dentro del mismo círculo, sino también que la dirigencia del país pudiera continuar en sus manos. En ese sentido la clase política seguiría así a ellos condicionada. Como en España, la nobleza belga seguía teniendo puestos de preeminencia en las principales empresas económicas y sociales. De eso no se hablaba, como si fuera un sobreentendido, dado que la mayoría de la población había alcanzado altos niveles de vida, uno de los más altos de Europa, por lo que la paz social no era cuestionada. Por otra parte el rey solía cada año ennoblecer a emprendedores exitosos de todas los sectores sociales, con lo que los nuevos barones o condes eran así incorporados a los círculos más selectos. La influencia del catolicismo social, al igual que la del socialismo, inspiraron a toda la clase dirigente y en especial al sindicalismo, instaurando desde principios del siglo XX una legislación social muy avanzada. Las grandes fortunas no eran ostentosas como en otras latitudes sino más bien austeras: no solían tener servicio doméstico permanente en sus propias residencias, lo que no les privaba de recibir invitados y ocuparse ellos mismos de atenderlos. El penoso recuerdo de las crueles experiencias y de las servidumbres coloniales en Africa, en especial en el Congo belga, que fueron conocidas tardíamente por las abrumadoras condenas internacionales, los había prevenido exageradamente contra ello.

Al poco tiempo de mi llegada retomé los contactos con Jorge Coscia para apresurar el homenaje a Julio Cortázar. El presidente del INCCA había logrado ya que el conocido escultor Edmund Valladares donase una escultura de Julio Cortázar realizada bajo los auspicios de la Unesco, por lo que él afrontaría los costos de su traslado a Bruselas. Yo en tanto realizaba gestiones ante la alcaldía de Ixelles, en cuya jurisdicción estaba la casa natal de Cortázar, a fin de que costease el emplazamiento de la escultura sobre una base adecuada, enfrente de la misma y en una plazoleta donde se realzase esa obra. Esas arduas gestiones no pudieron concretarse con las urgencias requeridas, dado que el Presidente del INCAA tenía previsto concurrir al 12º festival de cine de España y América Latina en Bruselas en noviembre de 2004.

Uno de los integrantes de la comitiva argentina fue el escritor y cineasta Eduardo Montes- Bradley, autor de una muy documentada biografía titulada "Cortázar sin barba". Con él anudé una cordial relación y pude obtener un ejemplar que disipaba muchos equívocos sobre la trayectoria y la personalidad de nuestro escritor, Según su relato, su nacimiento en Bruselas con el nombre de Julio Florencio Cortázar se produjo el 26 de Agosto de 1914, fecha en que caía la primera bomba alemana en Bruselas. Sus padres fueron Julio Cortázar, nacido en Salta, perteneciente a una familia conservadora de allí originaria y según pude corroborar por la copia de su declaración oficial como residente, en ella declaró que era empleado del gobierno argentino, información claramente desmentida por nuestros registros oficiales, y de María Herminia Descotte, hija natural, como se decía entonces, de Luis Descotte y su por ese entonces secretaria, Victoria Gabel, modesta hija de alemanes. Los padres de Luís Descotte, nacido en Buenos Aires, eran franceses radicados en la misma ciudad, donde abrieron una casa de muebles y decoración similar a la que ya tenían en Paris, de pronto éxito y prestigio, empeño que continuó luego su hijo Luís. Este último nunca formalizó su relación con Victoria, a pesar de reconocer a su hija, y luego sí se casó oficialmente en Buenos Aires con una francesa. Como la relación entre Luís y Victoria, que se prolongaba más allá del matrimonio, se hacía insostenible por las quejas de su esposa, Luís decidió que debía apartarla del país a Victoria y encomendar a su yerno ya casado con su hija María Herminia, abrir una representación de su empresa en Bélgica, el lugar menos costoso en Europa en ese entonces.

Así fue como Victoria y el joven matrimonio se instalaron en Bruselas, con el sostén económico de su ex amante y que al año siguiente naciera el famoso Julio Florencio. Como la ocupación alemana de toda Bélgica complicó su permanencia, la familia decidió desplazarse al poco tiempo a Zurich, en Suiza. Con la muerte de Luís Descotte en el famoso naufragio del buque "Príncipe de Asturias", el Titanic español, según cuenta Montes-Bradley, cuando volvía a Buenos Aires desde Barcelona luego de encontrarse con Victoria, toda la familia Cortázar se ve obligada a regresar a la Argentina en 1916.

Pudimos aprovechar ese nacimiento, coincidencia significativa diría Carl Jung, sobre todo tratándose de un escritor ya de fama mundial, para realzar las relaciones entre Bélgica y la Argentina.

Las gestiones con la Alcaldia de Ixelles no fueron fáciles. No sólo porque Willy Decourty, el jefe de la comuna, desconocía la existencia de Julio Cortázar, sino también por los costos que insumiría el emplazamiento de la estatua y la necesidad de su aprobación por parte de sus distintos órganos administrativos. No sólo mantuve tratativas con todos ellos. También les aporté varios libros de nuestro escritor, traducidos al francés, para familiarizarlos con su obra. Su elección para dicho cargo había sido impulsada por el partido socialista valón, al que él pertenecía. Como conocía poco del mundo latinoamericano me permití destacarle que Cortázar era muy amigo y simpatizante de Fidel Castro, a quién había defendido públicamente mientras residía en Paris, sabedor que era una figura mítica y admirada por toda la progresía europea. El dato apresuró las tramitaciones porque al poco tiempo se contrató a un reputado arquitecto, especialista en monumentos, para presentar el proyecto de base de la escultura y el acondicionamiento de la plazoleta donde sería emplazada. Coincidimos con el burgomaestre en aprobar dicho plan dado su valor estético, que embellecería la Comuna, por lo que descontábamos que los departamentos administrativos, especialmente los contables, darían su consentimiento, así la obra podría inaugurarse a fines del mes de Mayo de 2005.Dada la trascendencia del acontecimiento para nuestros dos países, pensamos en primer lugar en asociar a la inauguración a Aurora Bernárdez, albacea testamentaria del escritor y en alguna medida su viuda oficial, dado que las dos siguientes esposas de Cortázar ya habían muerto. Como vivía en Paris le pagaríamos el viaje en tren a Bruselas y la hospedaríamos en la embajada y así sucedió tras su pronta y favorable respuesta. También confirmamos la presencia del escultor de la obra Edmundo Valladares y de la fotógrafa Manja Offeerhaus, muy amiga de Cortázar. A la inauguración del monumento, el 26 de Mayo, concurrieron diversas autoridades belgas, así como muchos embajadores y numerosos integrantes de la comunidad argentina en Bruselas. La ceremonia tuvo alta repercusión en los medios locales y argentinos.

Aurora Bernárdez era una figura menuda, de 85 años muy dignamente sobrellevados, un espíritu cándido, de atractiva calidez y vasta cultura. Como convivió unos días con nosotros, nos impresionó su sonrisa pronta, su aire de niña traviesa y su complacencia en evocar su vida con Cortázar, Tras su separación en 1967, nuestro escritor comenzó un tratamiento hormonal para tener barba, con lo que nos hizo pensar que su larga relación con Aurora fue más de complicidad y de compañerismo. Julio Cortázar viajó a Francia en 1951 con una beca y se casó dos años más tarde con Aurora, su ex compañera en la Facultad de Letras de Buenos Aires. Ambos se radicaron luego en Paris, donde vivieron con cierta estrechez económica. Pudieron luego incorporarse al servicio de traductores en la Unesco.

Ante una propuesta de mi amiga Teresa Anchorena, organizadora de una vasta y costosa exposición multimedia denominada "Presencias" dedicada a la vida y obra de Julio Cortázar presentada antes en varios países latinoamericanos, también inicié tratativas para ubicar la exhibición y procurar el indispensable aporte económico de empresas belgas con intereses en la Argentina. Gracias a nuestro amigo, el profesor Robin Lefère, experto en literatura latinoamericana en la Universidad Libre de Bruselas, pudimos interesar al rector Pierre de Maret para que nos concediese a tal efecto y por un mes uno de los salones más importantes de su sede principal. El más amplio se denominaba Salvador Allende, por lo que también en esta ocasión nos vimos obligados a resaltar no solo la enjundia literaria de Cortázar y su nacimiento en Bruselas, sino también su respaldo a la revolución cubana y su amistad con Fidel Castro, circunstancias muy ponderadas en ese centro de estudios.

Durante mis largos años de diplomático en países europeos, nunca dejé de sorprenderme por la predisposición natural de los políticos e intelectuales llamados progresistas o de izquierda para alentar revoluciones o procesos políticos autoritarios que jamás podrían propiciar en sus propias naciones. Siempre he pensado que detrás de esas miradas se esconde el menosprecio a nuestras propias capacidades para construir democracias como las europeas. Peor es que muchos de nuestros compatriotas latinoamericanos se adueñen de esas banderas, de clara inspiración colonial.

La Universidad Libre de Bruselas, francófona, había sido creada por masones poco después de la independencia para contrastar con sus principios liberales a la prestigiosa y varias veces centenaria Universidad de Lovaina, administrada por los padres jesuitas y que hasta entonces era estatal. Al dejar de serlo en 1834 y ante la supresión subsiguiente de la Universidad Católica de Malinas, esta última decidió trasladarse a la ciudad de Lovaina con igual adscripción religiosa. En 1970 la Universidad Católica de Lovaina, situada en territorio flamenco, asumió el nombre de la ciudad en ese idioma (Leuven) y la francófona se trasladó a su nuevo emplazamiento en tierra valona con el nombre de Universidad Católica de Lovaina la Nueva, que en mis días era ya casi una ciudad.

Como la exposición denominada "Presencias", que insumiera dos años de investigación en muchos países por parte de su creador Facundo de Zubiría, constaba de audios de diversos personajes que conocieron a nuestro autor, así como del propio Cortázar, de numerosos videos y fotografías a él referidos y ejemplares de todos sus libros en varios idiomas, era necesario un complejo montaje de las curadoras cuyos pasaje deberíamos afrontar al igual que el de su inspirador. Las gestiones ante las empresas belgas que patrocinarían económicamente el costoso evento fueron finalmente exitosas.

La exposición logró una muy exitosa difusión en todos los diarios y medios audiovisuales belgas y argentinos. La exposición, por otra parte, atrajo a un numeroso público local.



Vida social

No obstante haber visitado Bélgica en otros tiempos, la idea que me había formado de su realidad fue prontamente desdibujándose al descubrir que había un mundo mucho más complejo y atractivo vedado a los huéspedes de paso y, además, de no muy fácil acceso a los extranjeros. Gracias a unos buenos amigos pronto pudimos insertarnos en ese medio.

En Bruselas al menos, la sociedad estaba bastante estratificada y la clase dominante mantenía una cierta exclusividad en sus relaciones sociales. De ella no participaba, salvo raras excepciones, el mundo político. Para muchos visitantes Bruselas era vista como "desangelada" e inaccesible. A ello contribuía el clima frío y lluvioso en gran parte del año, aunque similar al parisino pero sin los encantos de la ciudad luz. Las relaciones sociales y los encuentros amistosos se desarrollaban normalmente con invitaciones a las casas, al contrario que en España en donde las invitaciones eran normalmente para comidas en restaurantes y por tanto la vida social se desarrollaba más bien en lugares públicos.

Los otros mundos de Bruselas incluían los miles de funcionarios de la Unión Europea y de la Organización del Atlántico Norte (más conocida como la NATO), la alianza militar más poderosa del mundo, las embajadas especiales de sus países miembros ante ellas acreditadas y las de algunos países como el nuestro interesados en sus decisiones, y los más de quince mil "lobbistas", representantes de empresas internacionales que procuraban informarse o influenciar en algunas materias que les concernían. Por otra parte si bien el Parlamento europeo, con sus múltiples asesores, tenía su sede en Estrasburgo (Francia), mantenía sesiones adicionales en Bruselas donde, además, estaban radicadas varias de sus comisiones permanentes. Todos ellos constituían un circuito autónomo y distante de la población nativa. En Bruselas tenían su sede, además, la federación de los principales sindicados occidentales y la Unión Aduanera Internacional.



Semana argentina en Carrefour e inversiones



Antes de partir hacia Bélgica había conocido en Buenos Aires a uno de los mayores accionistas del holding propietario de todos los supermercados Carrefour en el mundo. Volvimos a frecuentarlo en Bruselas, donde se había radicado, como otros muchos millonarios franceses por razones impositivas. El tren de alta velocidad les permitía viajar a Paris con frecuencia en menos de una hora y media. Como él guardaba una viva simpatía por nuestro país, donde había sido presidente de su empresa, le pedí ayuda para organizar una semana argentina en los 55 supermercados emplazados en toda Bélgica, proyecto que pudimos encarar gracias a su decisiva intervención ante las autoridades belgas de Carrefour. Cada vez que las gestiones tropezaban con los peros de algunos directivos locales, un tanto remisos, debimos acudir a él, Jacques Badin, para desbloquear las tratativas. Contamos también con la activa e inteligente colaboración de Miguel Idígoras, consejero agrícola para toda Europa y por tanto representante de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos (SAGPYA) de nuestro país y del ministro Marcelo Giusto, de nuestra embajada, a quienes les cupo llevar a cabo las difíciles negociaciones con Carrefour-Bélgica para asignarnos responsabilidades en la organización, definir los aportes económicos y la lista de productos a ofrecer, tarea en la que queríamos innovar respecto a las importaciones tradicionales. También decidimos asociar a nuestra Secretaría de Turismo para que aportase videos, afiches y folletería adecuada. Fue decisivo finalmente contar con la activa colaboración del secretario de la SAGPYA, Miguel Campos y de su jefe de Gabinete, Patricio Lamarca, conocido mío de años atrás, quién se transformó en el más entusiasta interlocutor para concretar nuestro proyecto, dadas las habituales limitaciones financieras y estratégicas de la Fundación Exportar y de nuestra Cancillería.

Lamarca, que venía del sector privado, tenía las condiciones ejecutivas necesarias para sortear las trabas burocráticas, aun de su propia administración, y era consciente de que este proyecto belga podía extenderse luego con éxito a toda Europa, dado que la gestión de las importaciones de Carrefour en todo el Continente estaba centralizada en una subsidiaria localizada en España. En cuanto a los aportes conseguimos que Carrefour- Bélgica invirtiera un millón y medio de euros para las compras en nuestro país, mientras que a nosotros nos correspondería aportar 200.000 euros en publicidad en todos los medios locales, folletería, banderas argentinas que se instalarían en los frentes de todos los locales y la contratación de azafatas para hacer degustaciones en los principales supermercados, incluyendo el alquiler de parrillas para asar nuestras carnes. Lamentablemente la penosa e imprevista decisión de nuestro inepto Secretario de Comercio, Guillermo Moreno, de prohibir las exportaciones de carnes, alteró nuestros propósitos. Tuvimos así que limitarnos a presentar los reducidos lotes de carne que ya existían en los depósitos locales y desaprovechar las inversiones realizadas en parrillas y azafatas.

Las tratativas con Carrefour-Bélgica fueron complejas e insumieron más de séis meses de trámites. Al no poder contar con una contraparte ejecutiva en Buenos Aires que pudiera seleccionar los productos de mayor interés para el país -nuestros organismos públicos estaban integrados solo por funcionarios sin capacidad ejecutiva ni familiaridad con nuestras mejores ofertas exportables- los gerentes de Carrefour-Argentina se adueñaron progresivamente de esa selección, teniendo en cuenta sus intereses y terminaron atribuyéndose en los medios nacionales el mérito de nuestra iniciativa en Bélgica. El grueso de los aportes de nuestro país para esa Semana recayó en la SAGPYA.

Entre el 26 de Abril y el 2 de mayo de 2006 se desarrolló finalmente con mucho éxito la Semana Argentina en los 55 supermercados de Carrefour de toda Bélgica. Como el aporte de Carrefour Bélgica incluía la difusión del evento en todos los medios del país y la incorporación de todos nuestros productos en una revista que se distribuyó en todos sus locales, pudimos afirmar que la marca Argentina quedó instalada en todo el país, bajo el slogan de "alimentos argentinos, una elección natural".

En un viaje a Flandes, organizado por el exclusivo club De Warande, integrado por los grandes empresarios flamencos, pude comprobar la pujanza de la región y visitar sus más sofisticadas y modernas industrias Recuerdo todavía algunas conversaciones mantenidas con sus directivos y su interés en expandir sus negocios en la Argentina. Mi informe detallado de esa visita y de esos encuentros apenas mereció un generoso acuse de recibo por parte de la Cancillería.

A instancias de la SAGPYA, también iniciamos gestiones para establecer un depósito refrigerado y permanente en el puerto de Amberes que sería administrado por una empresa privada argentina. Ello permitiría exhibir y almacenar productos argentinos, a fin de facilitar la venta escalonada al mercado europeo. Cuando ya habíamos conseguido el consentimiento de las Autoridades del puerto, que era un organismo independiente del gobierno belga, la empresa argentina no obtuvo el financiamiento indispensable para concretar el proyecto.

Como lo describí en un extenso artículo-reportaje que publiqué en el diario "La Nación", Bélgica era considerada la capital de la Unión Europea. A pesar de su pequeño territorio, no más de 30.000 kilómetros, era el sexto importador europeo y tenía importantes industrias de transformación. El saber belga primaba en los sectores de la tecnología médica, la biotécnología, la metalurgia, la elaboración de alimentos, los productos químicos, los textiles, el vidrio, las industrias automotrices y aeroespaciales, los servicios marítimos y bancarios. La sede de la mayor industria cervecera mundial está en Flandes. Todos ellos altamente competitivos y con múltiples inversiones en el exterior, incluyendo la Argentina. Amberes, a su vez, es uno de los tres puertos más importantes europeos.



Relaciones con la OTAN y políticas de defensa

Con motivo de la incorporación de la Argentina como aliado extra-Otan (Organización del Atlántico Norte- conocida por sus siglas en inglés como Nato)), decisión adoptada por el Congreso de los Estados Unidos unilateralmente, lo que creaba cierta ambigüedad respecto de nuestra pertenencia a dicha organización, lo cierto es que correspondía a nuestra embajada atender esas relaciones con sus autoridades cuya sede estaba en Bruselas. A pesar de mis reticencias originales respecto a esa decisión del gobierno de Carlos Menem de aceptar ese status tan particular, pensé que sería de interés para la Argentina sacar el mayor provecho de esa condición y realizar gestiones para obtener lo que entendía más beneficioso para nuestras fuerzas armadas. A unos meses de mi llegada tuve la suerte de que el nuevo Agregado de Defensa, el entonces coronel Mario Troncoso, fuese para ello mi más eficaz y lúcido colaborador. Su designación abarcaba no sólo cubrir las relaciones con las fuerzas armadas belgas, sino también con la OTAN. Así fue que comenzamos las entrevistas primero con el Ministro de Defensa belga y sus colaboradores. Su país había sido en el pasado uno de nuestros más importantes proveedores de armamento liviano, por lo que dejamos abiertas las puertas para volver a intensificar nuestra cooperación militar. También nos pidió que transmitiéramos una expresa invitación a nuestra Ministra de Defensa para visitar su país y analizar los campos en que se podría concretar esa colaboración. Las gestiones que debí realizar con las autoridades de ese ministerio en nuestro país para responder tal invitación fueron infructuosas, dado el desinterés manifiesto de la ministra Nilda Garré, ex dirigente montonera, de promover cualquier acción que pudiera beneficiar a nuestras fuerzas armadas. Tampoco conseguimos avanzar con otras ventajosas ofertas belgas, entre ellas la de intercambiar fusiles viejos argentinos FAL por nuevos belgas, la compra de carros blindados con oruga a precios muy baratos y para ser reacondicionados en la Argentina y la posibilidad de instalar una importante fábrica de municiones en nuestro país. También incluía la compra de drones de última generación a precios muy reducidos.

Pudimos también entrevistar a las máximas autoridades políticas y militares de la OTAN, ámbito en el que encontramos una muy favorable recepción, Además el Jefe de Planeamiento de Operaciones, era Diego Ruiz-Palmer, nacido en la Argentina aunque de nacionalidad norteamericana, con quienes pronto establecimos cordiales relaciones. Para ellos la Argentina era considerada uno de los cinco "contact nations" (junto a Australia, Japón, Nueva Zelandia y Corea del Sur), denominación que nos sorprendió dada la ambigüedad ya señalada de nuestra relación y la ausencia de todo vínculo formal con dicha alianza militar. La OTAN había cambiado, por esos tiempos, gran parte de su estrategia militar. Había reducido considerablemente las tropas estadounidenses en Europa y decidido concentrar su accionar a pequeñas unidades de despliegue rápido ante emergencias y disponer de puertos y aeropuertos en países de especial importancia táctica como los bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) y los turcomanos de la ex Unión Soviética (Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán). Iguales objetivos se proyectaron en Africa. Como decía un irónico observador, con la entrada reciente de 6 nuevos miembros (Rumania. Bulgaria y los países bálticos, entre otros), la OTAN contaba ya con 25 y otros tantos en listas de espera o vinculados de diferentes maneras (Australia, Nueva Zelanda, Israel, Arabia Saudita), parecía ir construyendo unas nuevas Naciones Unidas con uniforme militar.

Gracias, en gran parte, a esas mencionadas relaciones personales fuimos invitados a los cursos y a varios ejercicios de entrenamiento militar, permitiéndonos acceder al conocimiento de alta tecnología. Nuestro agregado de defensa, además, fue invitado a participar en reuniones y cursos sobre estrategia y tecnología. El Coronel Troncoso era por otra parte, ingeniero en comunicaciones. Todo ello aprovechando esa ambigua condición de aliado extra-OTAN con el mínimo de compromiso. Tales contactos en el máxime nivel nos proveían también de valiosa información militar y política sobre conflictos en varios escenarios mundiales pasibles de interesar a nuestras autoridades.

A fines del año 2006 nuestro agregado de defensa recibió una comunicación del jefe del Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas, por la que se le informaba la decisión de nuestro gobierno de concentrar las operaciones de paz en el marco de la ONU y de la OEA por lo que se procedería a replegar a nuestros efectivos participantes en misiones de la OTAN en la provincia de Kosovo en la ex Yugoslavia. Por ese entonces ya se había decretado que la única tarea de las fuerzas armadas sería en caso de "agresión de ejércitos de estados extranjeros", no ya ante"casos de agresión externa", según lo decidido en tiempos del gobierno de Raúl Alfonsin. Ello dejaba amplio margen para enfrentar a fuerzas irregulares y para contar con fuerzas de disuasión ofensiva estratégica. Se pensaba con criterios del siglo XIX, ignorando el terrorismo internacional, el narcotráfico y el desarrollo de la tecnología espacial y de comunicaciones, tareas para las cuales los militares pueden brindar apoyos esenciales. Con nada inocente visión idílica del mundo, se ignoraban expresamente los nuevos conflictos internacionales. Tampoco se incluía el equipamiento de de nuestras fuerzas para la defensa de nuestros recursos marítimos mediante el patrullaje del mar continental, ni el desarrollo tecnológico para coadyuvar a la defensa de nuestros intereses.

A poco de enterarnos de esa decisión de retirarnos de Kosovo, nuestro agregado de Defensa nos informó que había recibido la orden, de trasladarse a Buenos Aires con su ayudante, sin designar reemplazantes. Así, pues, debió desalojar perentoriamente en el plazo de diez días su oficina, despedir a sus empleados locales y entregar sus archivos, claves y muebles a nuestra embajada. Nuestro ministerio, ante el que consultamos sobre el particular, se limitó a confirmar la decisión, sin más aclaraciones. En una comunicación ulterior del ministerio de Defensa al coronel Mario Troncoso se le ratificó que se cerraba nuestra agregaduría de Defensa en Bélgica, sin que recibiéramos instrucciones de nuestra Cancillería y sin la consulta obligada a nuestra embajada. Existían por ese entonces varios programas de cooperación en curso con las fuerzas armadas belgas, desde intercambio de cadetes y oficiales del colegio militar con la Escuela Real militar y participación de oficiales de ambos países en misiones en el Báltico y en la Antártida. Nuestro pedido de explicaciones a la Cancillería por esas medidas intempestivas e inamistosas, no mereció ninguna respuesta, tal vez porque penosamente el ministro Jorge Taiana se veía una vez atrapado entre las responsabilidades de su cargo y sus fidelidades ideológicas.

Supimos, por ese tiempo, de la existencia de la mayor red de espionaje electrónico internacional denominada Echelon, controlada por Estados Unidos, Reino Unido, Canada, Australia y Nueva Zelanda, con capacidad para captar comunicaciones por radio y satélites, llamadas de teléfono, faxes y correos electrónicos en casi todo el mundo, además de realizar el análisis automático y la clasificación de las que se calculaban más tres mil millones de comunicaciones diarias. Si bien su objetivo original era estrictamente militar, con el tiempo fue incluyendo el terrorismo internacional, el narcotráfico y el espionaje económico y comercial de las naciones, además de provocar una invasión de la privacidad ciudadana en gran escala. Fue gracias a las revelaciones de un periodista británico y de un ex espía neozelandés arrepentido. Este espionaje es proveído en gran parte y suplementado por la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (NSA en inglés) y sus informaciones solo son compartidas parcialmente por los servicios de la OTAN. Se llegó a comprobar que el teléfono de la canciller alemana Angela Merkel también estaba interceptado. Miles de millones de dólares por contratos comerciales de empresas europeas en el mundo fueron afectados por ese espionaje en los últimos años en beneficio de las norteamericanas. Estados Unidos tiene, además, un programa adicional denominado PRISM, que le permite capturar datos de compañías como Google, Apple, Yahoo y Facebook. Según investigaciones del Parlamento Europeo este último programa podría abarcar 20 billones de correos electrónicos y llamadas, por lo que sugirió a sus empresarios encriptar sus comunicaciones. Existen, pues, sistemas de control mundial de la información que empequeñecen las fantasías futuristas de autores como George Orwell o Aldous Huxley. Cabe aclarar que el presupuesto anual de la NSA es secreto.

Durante mi estadía en Bélgica se suscitó un amplio debate parlamentario sobre si correspondía o no sancionar a la cooperativa denominada SWIFT (sociedad de las telecomunicaciones financieras intercambiarías mundiales, en castellano), con sede en Bruselas, que administra y provee a la Secretaría del Tesoro norteamericana, información sobre todas las transacciones financieras y bancarias realizadas en casi todo el planeta. Creada en 1973 por 239 bancos de 15 países, en el 2006 contaba ya con 2238 "miembros cooperadores accionarios"-instituciones bancarias- (19 accionistas en la Argentina y casi 50 instituciones que utilizan los servicios de SWIFT). Después de los atentados del 11 de Septiembre de 2001 en Nueva York, a pedido de los Estados Unidos esa cooperación se hizo mucho más exigente en razón de su batalla contra el terrorismo Si bien SWIFT no es una financiera sino un sistema de mensajería bancaria y de carácter privado, los diarios belgas y su Parlamento inflamaron la discusión, al tomarse conocimiento público de su existencia, sobre todo por considerar que era violatoria de las normas sobre protección a la vida privada, dado que se trataba de datos confidenciales . Además, obedece a las órdenes del Tesoro norteamericano. La discusión se trasladó a la Comisión y al Parlamento de la Unión Europea que tampoco aceptaron su competencia. Sin embargo, ya se había demostrado que todos los bancos centrales de los países europeos estaban al tanto de que toda esa información de SWIFT era utilizada por la central de inteligencia norteamericana (CIA). El tema se desvaneció al llegarse a unos módicos acuerdos sobre la posibilidad de que el banco central belga pudiera supervisar esa actividad.

En el año 2002 el diario "New York Times" dio cuenta de la creación en Estados Unidos de una agencia de "influencia estratégica", habilitada para difundir en todo el mundo información falsa a fin de contrarrestar "las campañas terroristas" e influenciar las opiniones públicas de países amigos y enemigos. Aunque esa tarea de "desinformación" ya se había practicado desde mucho antes, fue sorprendente que ahora se hiciera pública, con lo que se afectarían de modo directo las agencias internacionales de noticias y los corresponsales extranjeros.

El control de vida y haciendas de casi todo el mundo, sumado a la proliferación de satélites cada día más sofisticados y el uso creciente de drones para supervisar todos los movimientos terrestres, junto a los cada día más desarrollados sistemas tales como el Echelon, el Prism y el Swift, obligaban ya a pensar en nuevas estrategias de defensa para países periféricos como el nuestro.

Brasil coetáneamente, alentado por su renovada prosperidad y el exitoso liderazgo de su presidente Lula da Silva, desplegaba una nueva política internacional para procurar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, su órgano ejecutivo, objetivo en el que puso en movimiento a toda su diplomacia. En defensa de ese propósito alegaba no sólo que era la nación más representativa de los países latinoamericanos, sino también que su aspiración era asumir la defensa de una Región que no tenía el peso necesario en dicha organización. Para ello sumaba el apoyo de países como Chile, Paraguay y Colombia. Coincidía esa postura con la discusión entre las grandes potencias de ampliar el número de miembros permanentes del mencionado Consejo de Seguridad incorporando a determinados países de cada región del mundo. Dado que Alemania y Japón habían asumido resueltamente esa aspiración en nombre de Europa y de Asia, a instancias de Italia, la India, Canada, Méjico, Turquía, Pakistán y la Argentina, se creó en la sede de las Naciones Unidas un grupo al que se denominó informalmente "Coffee club", al que prontamente se adhirieron muchos otros países, para oponerse a esa discriminación, postulando que esa representación regional pudiera ser rotativa. Es curioso que para los más lúcidos diplomáticos brasileños, esa aspiración de su país sería contraproducente a mediano plazo, no sólo porque crearía irritaciones inevitables y duraderas en varios países (en especial el nuestro), sino que sería muy costosa política y económicamente, al no poseer los recursos suficientes para ejercer un liderazgo generoso en la Región y porque la expansión de sus empresas y sus intereses devendría más bien naturalmente de la creciente pujanza nacional.

Brasil había también iniciado tratativas para constituir una organización autónoma, llamada finalmente en el año 2008 Unasur (Unión de naciones sudamericanas), excluyendo expresamente a Méjico y recibiendo el aliento de Venezuela, Ecuador y Bolivia que tenían un claro sesgo antinorteamericano, para imponer su hegemonía en la Región y aprovechar el despliegue de sus empresas en toda esa geografía. También se ofrecía al mundo como contrapeso indispensable y moderador ante la rápida y agresiva radicalización política y económica del presidente de Venezuela, Hugo Chaves, ya socio y alineado con Cuba. Nuestro país, falto de una estrategia nacional autónoma, se plegó también a las posturas revolucionarias y antiimperialistas asumidas por Chaves y se radicalizó aún más siendo ya presidente Cristina Kirchner . De ese modo se transformó de modo progresivo en un peón adicional de los intereses brasileños y venezolanos. Tiempo después se creó también un Consejo de Defensa Sudamericano, para integrar a nuestras fuerzas armadas y transferir, ¡increíblemente¡, a un consejo de estudios estratégicos, la "definición de los intereses a defender" y sus planes de acción.

Curiosamente en nuestro gobierno se festejaban esas iniciativas contando con unas fuerzas armadas totalmente indefensas y sin equipamiento. Brasil por esos días decidía destinar 30.000 millones de dólares para el reequipamiento de sus fuerzas armadas, incluyendo aviones y fragatas, como así también 2500 millones de dólares para el segundo programa de apoyo a la investigación científica y tecnológica en materia de defensa, mientras Venezuela se proveía de aviones, helicópteros y armas rusas de última generación. Paradojas habituales de una presidente ya resueltamente extraviada y con una verbalización estridente que prescindía de la realidad.



Problemas políticos en Bélgica

Si bien la población belga estaba bastante despolitizada, los medios de comunicación daban cuenta de las reyertas políticas habituales entre los partidos y mantenían una cierta independencia en esas lides, salvo cuando se trataba de las disputas separatistas, en especial en los diarios flamencos donde la mayoría solía destacar las reivindicaciones nacionalistas de sus políticos. El de mayor audiencia de ellos el "Het Laatste Niews" contaba con más de 1.000.000 lectores, aunque el más influyente era "De Standaard" con cerca de 350.000 (referente de la intelectualidad católica flamenca y de circulación nacional). En la Valonia el de mayor audiencia era "Le Soir" (liberal y muy independiente), seguido por "La Libre Belgique" (diario católico y federalista). Las dos comunidades idiomáticas tenían también influyentes diarios económicos que pertenecían al mismo dueño, así el mundo de la economía no reconocía rivalidades, lo cual explica gran parte de la realidad política belga. También que el país se permitiera sin sobresaltos y con un crecimiento sostenido de su economía, carecer de gobierno durante nueve meses en 2007 (en 1988 fueron 150 días), por la falta de consensos entre los parlamentarios. La mayoría de las noticias internacionales se centraban en sucesos europeos, aunque las de sus intereses en Africa eran seguidas con particular atención.



Colonias africanas. Independencia y guerras

La historia del Congo atraviesa una parte importante de la historia de Bélgica. Colonizado bajo invocaciones altruistas, como el fin de de la esclavitud, la apertura del comercio y la evangelización de sus habitantes, el rey Leopoldo II, ávido de sus grandes riquezas en un tiempo donde la mayoría de los países europeos se apoderaban de crecientes porciones de Africa, logró que la Conferencia de Berlin de 1885, en la que participaron todos ellos junto a Estados Unidos, le asignase, como regalo al monarca belga, ese territorio de más de un millón y medio de kilómetros cuadrados como propiedad particular (80 veces el tamaño de Bélgica).

La explotación del caucho, gracias a la invención por Dunlop de los neumáticos para autos y bicicletas, así como la búsqueda y comercialización del marfil, llevadas cabo con préstamos que nunca devolvió al estado belga y a banqueros internacionales, así como el sometimiento a crueles trabajos forzados a la mayor parte de la población indígena, mujeres y niños incluidos, transformaron prontamente al codicioso Leopoldo II en uno de los más ricos del mundo y también en el autor de un verdadero genocidio que acabó con la vida de casi diez millones de nativos. Se los obligaba a trabajar durante 24 horas y se los sometía a inimaginables castigos.

El tardío descubrimiento de esas verdaderas masacres hecha por parlamentarios ingleses y algunos misioneros, al igual que la difusión internacional de esas atrocidades, forzaron a Leopoldo II a transferir la propiedad del Congo al Estado belga en 1908, lo que no significó un cambio sustancial en la explotación de los nativos, aprovechando los descubrimientos de grandes minas de cobre. Oro y de diamantes. La existencia de numerosas tribus rivales permitió que la situación del Congo casi no variara hasta que los impulsos de las Naciones Unidas al comenzar el proceso de descolonización en la década de 1950, ayudado sin duda por las múltiples guerrillas armadas en especial por los soviéticos y los codiciosos anglosajones, forzaron a idear planes para asegurar la independencia, máxime cuando la violencia contra los más de 100.000 residentes europeos, la mayoría belgas, volvía al país cada vez más inseguro. El gobierno belga comenzó a pensar en un plan de autonomía escalonado en treinta años, para permitir la formación de una elite dirigencial en ese tiempo, tarea hasta entonces desatendida. Durante mis días en Bruselas las autoridades organizaron una exposición sobre la historia de la colonización del Congo belga, que incluía fotografías, filmaciones y audios de las negociaciones que llevaron a su independencia en 1960. Fue sorprendente ver y escuchar el testimonio del principal negociador congolés que acudió para discutir la descolonización y que en el inicio reclamó la independencia pensando que era una posición de máxima en una negociación que sospechaba sería ardua, reclamo que fue aceptado prontamente por los negociadores belgas ante el estupor del interlocutor congolés. El sabía, y así lo explicó en el reportaje exhibido, que su país no estaba preparado para ello. Los belgas si bien evacuaron a la mayoría de sus connacionales, siguieron atendiendo algunas de sus múltiples inversiones. El tema del Congo, por otra parte, siguió siendo una herida abierta en el corazón de los belgas.

En 2007 el diario francófono "Le Soir" volvió a publicar, después de muchos años, muy documentadas notas sobre la responsabilidad francesa en el genocidio ocurrido en Ruanda en 1994, año en el que fue derribado el avión donde viajaba el presidente de ese país- derribo que contó con la participaron de oficiales franceses-, dando comienzo a una de las matanzas más crueles del siglo XX, el genocidio de casi un millón de nativos, especialmente de la etnia tutsi por parte de militares y paramilitares que fueran entrenados y provistos de armamento por el ejército francés durante la Presidencia de François Mitterand. A medida que se conocían las matanzas, violaciones y torturas inimaginables y el Secretario General de la ONU empezó a hablar de genocidio, el Consejo de Seguridad no sólo se negó a incrementar las fuerzas de paz allí establecidas, sino que las redujo y Estados Unidos prohibió que se mencionase esa palabra y solo se hablase en su gobierno de "actos de genocidio", a fin justificar su no intervención. Las tropas belgas y franceses, que integraban el contingente de las Naciones Unidas, decidieron prontamente abandonar el país para privarse de mediar. Sabido es que después de ese genocidio que se perpetró en solo 100 días (de Abril a Julio) y la difusión internacional de esos horrores se creó un Tribunal Penal internacional para Ruanda que pudo condenar a muchos de los más importantes responsables de la masacre, incluidos muchos sacerdotes y pastores protestantes, y mostró claramente el involucramiento francés en el genocidio, tanto en su preparación como en no impedirlo o detenerlo cuando se desencadenó.

Tiempo después se apoderó del poder en Ruanda un líder tutsi, apoyado por los Estados Unidos y su sangrienta dictadura, que se prolongó durante un cuarto de siglo, lo llevó a invadir el fronterizo Congo, donde se encuentran las reservas más importantes del mundo de coltan- mineral indispensable para la fabricación de teléfonos celulares, computadoras y aviones-, así como vastos yacimientos de cinc, cadmio, petróleo, cobalto, niobio, oro, carbón y uranio. Desde el atalaya belga pude observar la despiadada guerra económica que se libraba en Africa y la clara hipocresía de Francia y Estados Unidos, incluso de Bélgica, cuando se trata de intereses. La subsiguiente guerra en el Congo costó casi 5 millones de víctimas.



Relaciones con el Rey y la Reina

Después de presentarle las cartas credenciales, tuve ocasión de encontrarlo al rey en los tradicionales agasajos al cuerpo diplomático que se realizaban el 21 de julio, aniversario de la asunción del primer rey belga Leopoldo I. En el primero de esos festejos conocí a la reina Paola y después de un intercambio formal de saludos, me permití preguntarle si conocía nuestro país y si había tenido algún pariente en la Argentina. Su insólita respuesta y con claros gestos de disgusto, fue negativa, y siguió desplazándose para departir con otros embajadores. Casi al final del coctel, me sorprendió que cruzase inesperadamente el amplio salón del palacio para decirme que un hermano suyo sí había vivido en la Buenos Aires, donde había sido esquilmado por una argentina. Solo atiné a responderle que mucho lo sentía, lo que permitió distender la situación y que me saludase, ahora sí, muy cordialmente.

Yo sabía por amigos comunes con el también príncipe Fabrizio Ruffo de Calabría, el mentado pariente, se había radicado en nuestro país a mediados del siglo XX representando a una empresa que comercializaba minerales y que su título le permitió prontamente relacionarse con los altos círculos sociales porteños. Según pude saber después, en 1980 se había casado con una muy atractiva y rica heredera de un industrial metalúrgico, Luísa Carbajo, separada ya de su primer marido. La nueva pareja se trasladó a vivir a la histórica mansión familiar heredada por Fabrizio en la Toscana, merced a la fortuna de su nueva esposa. Dio la casualidad que una de las hijas de Liser (como se la llamaba) conociese en Buenos Aires y se casara con el guerrillero montonero Rodolfo Galimberti, que vivía todavía en la clandestinidad, con lo que este legendario y extravagante personaje pasó a codearse con las nobleza europea. A la muerte de Fabrizio en 2005 la mansión de la Toscana había quedado en poder de la mencionada Liser, para desencanto de sus otros herederos, entre ellos Paola, nuestra irritada reina. También supe que los Ruffo era una muy antigua familia noble de Calabria y que el rey de Italia otorgó a Fulco, el padre de Fabrizio, el título de Príncipe de Calabría por haber sido un héroe de la aviación en la Primera Guerra Mundial.

Tras los mencionados primeros ingratos encuentros con el rey y la reina volví a encontrarlos y pude apreciar mejor sus calidades personales. Ellos habían estado prácticamente separados y sin hablarse más de 18 años y se habían reconvertido religiosamente merced a la persuasiva labor llevada cabo por su hija Astrid adscripta a las devociones de la renovación carismática del catolicismo. Desde entonces, no sólo habrían asumido en plenitud sus responsabilidades reales, sino que consiguieron afianzar el afecto de la población. En tiempos en los que la radicalización de los políticos flamencos les llevó a plantear resueltamente la independencia de Flandes y la consecuente ruptura de Bélgica, le cupo al rey, en mis días belgas, administrar con paciencia y sabiduría las dificultades para pacificar los ánimos y acordar un gobierno de unidad nacional a fin de poderlo presentar al parlamento.

Los social cristianos flamencos, al igual que los centristas, se habían ya plegado a la euforia independentista y todo parecía, según todos los medios de comunicación regionales que era imperioso crear un nuevo país. Aunque movimientos separatistas se extendían por toda Europa, me inquietaba contemplar cómo esta secularización del paraíso seguía concitando tanto fervor. Algunos dirigentes valones propusieron su anexión a Francia, pero los grandes países europeos, en especial Alemania, presionaron fuertemente también para que se mantuviera la unidad del país. Solo los socialistas y los liberales de ambas regiones pudieron sustraerse a esa demonización entre los dos bandos que acudían a agravios históricos y supuestas ventajas económicas de la separación. Me sorprendió también comprobar que la gente del común se veía poco concernida por estas disputas entre los políticos.

El país pudo prescindir de contar con un gobierno durante un largo período sin que se afectase su crecimiento. Los fríos cálculos de los liberales mostrando los enormes costos de esos proyectos, sobre todo por el dilema de qué hacer con la bilingüe y próspera región de Bruselas, la deuda astronómica federal (250 mil millones de euros), los intereses belgas en el extranjero y la desaparición de la monarquía, permitieron finalmente formar un gobierno de unidad. Los grandes empresarios también comenzaron a alarmarse haciendo pesar su influencia. En medio de estas querellas, unos y otros comenzaron a reconocer la importancia del rey, como indispensable poder moderador para la estabilidad de los gobiernos, dilema planteado con lucidez más de un siglo atrás por Benjamín Constante. Yo pensaba en las periódicas crisis de mi país y cómo los sectores dirigentes se veían privados habitualmente de contar con instrumentos compensatorios y arbitrales. En Brasil ese papel lo cumplió durante un tiempo el emperador y luego las fuerzas armadas, hasta que éstas también descarrilaron asumiendo directamente el poder. Por el contrario, en Chile, los grandes sectores económicos cumplen habitualmente esa función moderadora.



Obligada mudanza y traslado de funcionarios

Antes de cumplirse dos años en mi estadía en Bruselas, fui notificado por los propietarios de la residencia oficial que no renovarían el contrato de alquiler, ante lo cual me vi obligado no sólo a encontrar y alquilar con cierta premura una nueva, sino sobre todo a lidiar con las autoridades manifiestamente incompetentes de nuestro ministerio. Mi interlocutor fue el nuevo subsecretario de coordinación, el otrora oficial montonero y compañero de prisión del canciller Jorge Taiana, el contador Rodolfo Ojea Quintana. Después de presentarle numerosas y detalladas propuestas, con fotografías incluídas, y explicarles las condiciones y limitaciones de la plaza local, trámite que llevó mucho tiempo mientras los propietarios de la actual residencia urgían al desalojo, éste último funcionario expresó que nuestra residencia no debía sobrepasar los 300 métros, que era la superficie de la casa de su hija en uno de los barrios privados más cotizados situado en las afueras de Buenos Aires y también la que tenía la residencia oficial de Canadá en Bruselas. Ante tamaños disparates y como yo tenía amistad con el embajador canadiense, pude contestar a nuestro osado funcionario que esa residencia tenía más de 1200 métros cubiertos, circunstancia que no pareció conmoverlo. Como las negociaciones se prolongaban estérilmente, al final y sobre la hora, logramos alquilar una nueva y más modesta residencia tipo chalet, carente de la prestancia de la antigua residencia oficial, y después de atravesar múltiples obstáculos burocráticos adicionales para la aprobación del contrato. Fueron más de séis meses que ocuparon casi totalmente a toda la embajada.

También tuve problemas con la cancillería con motivo del traslado del consejero Claudio Rojo. Yo había pedido, antes de partir a Bélgica, el envío, al primer reemplazo, de un funcionario especializado en temas económicos y comerciales. Al poco tiempo me entero que se había propuesto para el cargo a una funcionaria casada con otro diplomático, que sería destinado a nuestra misión ante la Unión Europea, por pedido del embajador Remes Lenicov para contar con un alterno con dominio del inglés y el francés. Ante tamaño despropósito reaccioné indignado y solo conseguí detener la incorporación de la funcionaria propuesta.



Nuestra política exterior

La política exterior argentina ya se venía radicalizando y el presidente Nestor Kirchner había ido acentuando progresivamene su discurso antinorteamericano, alinéandose con el líder venezolano Hugo Cháves, la nueva "bestia negra" del país del Norte, estrechamente vinculado ya con Cuba, sobre todo porque ello le permitía, además, consolidar su poder ante crecientes franjas de la población. Al año siguiente (2005), estaba prevista en Mar del Plata, la IV Cumbre de las Américas, con asistencia todos los presidentes de los países americanos. Allí debía considerarse, entre otros temas, la propuesta impulsada por Estados Unidos, y secundada por Canadá y Méjico, de constituir una extensa alianza de libre comercio que incorporara a todo el Continente y que era manifiestamente resistida por Brasil, Uruguay y la Argentina por ser contraria a sus intereses y sobre todo por Venezuela, transformada ya en el más estridente vocero antiestadounidense. Nuestro presidente no solo cometió una serie de ofensas protocolares innecesarias con el Presidente Bush, sobre todo para contentar a nuestro frente interno, si no que autorizó la realización de un acto multitudinario en un estadio de la misma ciudad y paralelo a la Cumbre, presidido por Hugo Cháves, llamada la IIIa Cumbre de los pueblos, en el que dominaron las consignas antinorteamericanas.

Los ecos negativos en toda la prensa internacional no hicieron sino ratificar la periódica tentación argentina de asumir posiciones desmesuradas y estridentes en el plano internacional y, aún con sentido contrario a las políticas asumidas por Carlos Menem, también absolutamente inconducentes. Yo pensaba cuánto nos cuesta a los argentinos ponderar la modestia de nuestro peso internacional y defender nuestros intereses con moderación y sin pretensiones omnipotentes.

El canciller Rafael Bielsa, aunque procuraba dar una imagen más serena de nuestra política exterior, no se privaba de hacerse notar en los medios, los brasileños lo apodaron "papagaio do pirata", por la tentación habitual de ese plumífero de destacarse en el hombro de su portador; sus frecuentes e imprudentes" comentarios sobre que "Brasil tiene una inocultable vocación imperial" o sobre que la recuperación de las islas Malvinas "nos podrían llevar cuatrocientos años de negociación" eran sazonados por periódicos artículos en el diario "Página 12” , en los que saldaba cuentas con su padre y los infortunios de su madre o polemizaba con un funcionario, a quien humillaba, respecto a sus precarios conocimientos de fútbol. Daba la impresión de estar siempre muy satisfecho de sí mismo y carecía de la serenidad y consistencia que le permitieran, por su reconocida inteligencia, ser un ponderado canciller. Nó duró mucho en el cargo, sobre todo frente a un impetuoso Presidente, que no se privaba de maltratar a sus colaboradores, ni reconocía límites a sus arbitrariedades.



Actividades culturales

En contraste también pude acentuar mi tarea cultural, por lo que, especialmente invitado, tuve ocasión de dar conferencias en las Universidades de Gante y de Lovaina La Nueva (la francófona), así como en diversos ámbitos. En el amplio auditorio de la embajada del Brasil dí una conferencia sobre la compleja historia del Mercosur. Tanto el embajador Jerónimo Moscardo como su sucesor Almir Barbuda fueron muy cercanos amigos.

Al cumplirse el vigésimo aniversario de su fallecimiento, la Asociación belga Borges 6, integrada por catedráticos y escritores de varias universidades, programó, en colaboración con nuestra embajada, una serie de actos de homenaje, para los meses de octubre y noviembre de 2006. Dicha asociación estaba presidida por el prestigioso poeta, profesor y traductor flamenco Bart Vonck y contaba entre sus miembros a los profesores Patrick Collar, Ilse Colie y Robin Lefère de las universidades de Gante y de Bruselas, como así también a los traductores y escritores argentinos Alejo Steinberg y Laura Calabrese. Todos participaron en la extensa programación de conferencias y actividades sobre Borges, con traducciones simultáneas al español, francés y neerlandés. Alan Pauls, recientemente traducido al neerlandés, pudo desplazarse a Bruselas patrocinado por la cancillería argentina. También hubo una exposición de libros de Borges en el centro cultural Passa Porta de Bruselas. Los actos fueron coronados con la entrega a María Kodama, viuda del escritor, con la intención simbólica de reparar el injusto no otorgamiento del premio Nobel de literatura. del premio póstumo denominado "Premio Noble", lúdico y alternativo, como reconocimiento a nuestro ilustre compatriota. María Kodama asumió el costo de su pasaje y nosotros tuvimos el placer de hospedarla en nuestra residencia. Todos estos actos tuvieron amplia repercusión en los diarios belgas, tanto en los francófonos como en los flamencos, lo mismo que en sus emisoras de televisión.

Con motivo de la publicación en España por la editorial Gredos, del sugestivo libro del catedrático belga Robin Lefère titulado "Borges entre autoretrato y automitografía", conseguimos, merced a la activa colaboración de María Rosa Lojo, que el autor pudiera presentarlo en nuestra Feria anual del libro en Buenos Aires. Lefère analiza con agudeza cómo Borges fue construyendo con esmero, además de sus libros, su propia autobiografía.

También tuve ocasión de frecuentar a distinguidas personalidades de la cultura europea, entre ellos al Príncipe Nicolas de Liechtenstein, acreditado filósofo e historiador. Con él pude descubrir aspectos sorprendentes sobre la desaparición del católico imperio austro-húngaro, tras una contienda bélica tradicional y que terminó siendo sobre todo ideológica.

En los que escribo estas líneas volví a evocarlo con motivo de un reciente libro del renombrado poeta y filósofo argentino Hugo Mugica, en el que afirma que la caída del imperio austro-húngaro implicó el fin de la civilización occidental y cristiana.

También tuve la suerte de frecuentar a un grupo de músicos compatriotas, de buenos y admirados amigos: Martín y Lyl Tiempo, sus hijos Karin Lechner y Sergio Tiempo y su nieta Natacha Binder y, por otro lado, Martha Argerich y su hija Lyda que vivían en casas linderas. Lyl era hija del famoso pianista Antonio de Raco y casada con mi colega Martín, ya retirado de la diplomacia, se habían radicado en Bruselas con sus ya talentosos hijos pianistas, desde donde organizaban, requeridos por todo el mundo, sus giras para conciertos. Martha Argerich había hecho también de Bruselas su principal residencia. Su hija Lyda, habida con el violinista taiwanés Robert Chen, se había especializado en viola, a sugerencia de su madre que no quería que también fuera pianista. Con Martha establecimos una buena y cordial relación. Pudimos así programar uno de sus conciertos en el principal teatro de Bruselas para los festejos por nuestra fecha patria.



Expansión internacional de empresas belgas

En Bélgica fui testigo de un proceso de megafusiones de empresas, en especial por parte de multinacionales locales, lo que me hizo pensar que se avecinaba una irreversible concentración de capitales impulsada por el sector financiero. El caso más paradigmático fue el de la fusión en 2004 de Interbrew, la gran cervecera de Lovaina , cuyo capital estaba monopolizado por tres familias tradicionales belgas, que ya cotizaba en Bolsa y se había expandido ya por 14 países, con el grupo financiero brasileño Anbed ( propietario con Brahma y Antártica del virtual monopolio en su país), constituyéndose así bajo el nuevo nombre de Inved en el mayor productor mundial de cerveza, con extensiones en todo el planeta. En 2006, y a través de Anved, adquiere la totalidad de la también multinacional argentina Quilmes, En ese mismo año, pese a que en dicha fusión quedaron ambas partes con igual capital, desembarcan en los puestos de comando de la multinacional tres aguerridos ejecutivos brasileños del sector financiero que provocan una revolución en el conglomerado, desplazando de hecho de la dirección a los sectores tradicionales. Bajo la conducción de Carlos Brito, el nuevo presidente ejecutivo, logra en 2008 la fusión con la mayor cervecera norteamericana Anheuser-Busch (Budweiser era su marca más popular) con lo que el grupo pasa a denominarse AN Inved y posteriormente incorporaron la segunda cervecera estadounidense, Sab Miller. Los ingresos globales treparon a u$s 65.000 millones. A pesar de que los otrora poderosos belgas dejaron los puestos de mando en manos de los brasileños, a los que calificaban de arrogantes y soberbios, apreciaban que su "trabajo duro y sucio" había multiplicado el valor de la nueva empresa y con ello sus ganancias.

En las conversaciones que tuve con Carlos Brito pude apreciar su frialdad y su enorme capacidad financiera y cómo estaba logrando, en un corto período, enormes megafusiones. mediante ampliaciones de capital y sin préstamos, compras directas de fábricas (suprimiendo distribuidores) , el cierre de decenas de empresas chicas con un costo muy alto de despidos en todo el mundo y estímulos económicos a sus ejecutivos más exitosos (e implacables para mí), encaminar todos sus esfuerzos a una meta no muy lejana de u$s 100.000 millones de ingresos totales. Curiosamente no apreciaba mucho la bebida. La sede principal del grupo siguió siendo Leuven (la original Lovaina), en la región flamenca de Bëlgica.

Otro fenómeno semejante se produjo con la gran empresa siderúrgica india Mittal Steel que intentó comprar el consorcio siderúrgico Arcelor, integrado por siderurgias de Francia, España, Luxemburgo y Bélgica. Esta última poseía en Brasil la Belgo- Mineira, propietaria, a su vez de empresas similares en Chile, Perú, Canadá y la Argentina (donde había comprado Acindar). La sede principal de Arcelor estaba en Luxemburgo, aunque de hecho funcionaba también en Bruselas. En las conversaciones que mantuve con sus directivos pude conocer que finalmente aceptaron la fusión porque ambos grupos no podrían sobrevivir si no conseguían un volumen de producción de más de millones de toneladas anuales (cada uno producía la mitad). Los indios aceptaron el modelo empresarial de Arcelor de concentrar esfuerzos en productos con mayor valor agregado y en realizar contratos plurianuales, para evitar oscilaciones de precios. Según me contaron si bien en la industria automotriz las diez más importantes empresas concentran el 95% de la producción mundial y en la de electrodomésticos el 85%, en la siderurgia las diez primeras apenas alcanzaban al 30%, por lo que eran muy vulnerables financieramente y el proceso de concentración se volvía inevitable.

En el sector farmacéutico también la gran empresa belga UCB, perteneciente a la familia Janssen, accionista mayoritaria también del holding Solvay, adquirió a su más importante competidor mundial en materia neurológica y cardiológica, la alemana Schwarz. Procesos similares de megafusiones se producían en Europa y en Estados Unidos en ese mismo sector por las alegadas razones financieras.



Luxemburgo

En mi carácter de embajador concurrente ante el gobierno de Luxemburgo mi primera decisión fue acordar la presentación de mis credenciales ante el Jefe del Estado, el Gran Duque Henri y las autoridades de su cancillería. Después de la ceremonia, mantuvimos mi mujer y yo una cordial charla con el monarca y también con su simpática esposa de origen cubano de apellido Mestre, a quien él había conocido en un centro de estudios en Suiza. Ya en esos primeros encuentros con el Gran Duque y el canciller abordamos el interés de que el monarca encabezase una misión económica y comercial a la Argentina, dado las grandes posibilidades financieras disponibles. Lamentablemente tal viaje no pudo concretarse durante mi gestión, pese a mi insistencia, debido a la falta de respuesta favorable de nuestra cancillería. Sí lo realizó exitosamente el Gran Duque en el 2007 a Estados Unidos y luego al Brasil y Chile al frente de una muy nutrida comitiva de banqueros y empresarios.

La capital de Luxemburgo era bastante modesta, con mayoría de edificios no muy elevados y abarrotada en su zona céntrica de entidades bancarias y financieras. Tenía 76.000 habitantes. Era considerada, en ese sentido una de las plazas financieras más importantes del mundo y la escasa población de todo el país (de no más de medio millón de habitantes en un territorio total de 2500 km2), gozaba del más alto ingreso per cápita de Europa. Existía, además, una pequeña pero muy activa comunidad argentina a la que solía visitar periódicamente y asistirla en las ferias internacionales en las que participaba y en trámites consulares.

Luxemburgo era el asiento de numerosas e importantes empresas multinacionales, alentadas sin duda por sus bajos impuestos y las disponibilidades financieras, considerado internacionalmente como un privilegiado paraíso fiscal. Era, además, el mayor centro de Fondos de Inversión de Europa, distribuidos en más de 150 países. Muchos holdings europeos tenían allí su sede. Un caso que me sorprendió fue el de la empresa de satélites SES Global (ASTRA), segunda del mundo con más de cuarenta satélites de su propiedad o a los que tenía acceso por medio de participaciones estratégicas (la primera, Intelsat, con sede en Bermudas, había adquirido recientemente PanAnSat y contaba así con 53 satélites comerciales). Según sus directivos abastecían al 95% de la población mundial y por medio de su asociado, el sistema de satélites ASTRA, cubrían la mayor red de televisión de Europa. Fue impresionante contemplar su parque de sofisticados "antenas" que monitoreaban día y noche a todos los satélites en operación. SES Global tenía, por otra parte, participación en la empresa argentina Nahuel Sat S.A. y mantenía relaciones de cooperación con la CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) y en especial con su director ejecutivo el talentoso y admirado Conrado Varotto, con quién mantuvimos asiduo contacto telegráfico y también personal, con motivo de su presencia en Bruselas para consolidar relaciones de cooperación con empresas belgas de sofisticada tecnología.



Nuevo funcionario y mundial de Rugby

Después de un largo período donde solo éramos sólo dos diplomáticos para atender las áreas políticas, comerciales, militares (Incluso OTAN), culturales, consulares y sociales, tuvimos la suerte de que destinaran a nuestra representación a un joven y excelente funcionario, el secretario Juan Beretervide, con lo que pudimos aliviar y dar más eficacia a nuestras tareas.

Con motivo de comunicaciones mantenidas con las autoridades de la Unión Argentina de Rugby nos pusimos al habla con sus contrapartes locales y el Burgomaestre de Bruselas, que no solo era un apasionado de ese deporte, sino también uno de sus máximos directivos, para concretar la visita de nuestro seleccionado a Bélgica, a fin de aclimatarse antes del mundial que se celebraría enseguida en Francia en Septiembre de 7. Los belgas ofrecieron hospedar a nuestros deportistas durante un corto período exigiendo como contrapartida que nuestro equipo jugase un partido amistoso con los locales, lo que fue prontamente acordado con nuestra intervención. Después del partido, que fue más una exhibición de lo que sería nuestro excelente desempeño en el mundial donde salimos terceros, ofrecimos un agasajo a todos los participantes, incluídas las autoridades deportivas de ambos países. Dio la casualidad de que dos de los integrantes de nuestro seleccionado fueran tucumanos, uno de ellos amigo de primos míos y el otro, que jugaba en Francia, fuese un ya conocido tenor, tarea a la que según sus dichos, próximamente se dedicaría a pleno. Omar Hasan, tal era el nombre de mi corpulento comprovinciano, nos deleitó cantando sin acompañamiento musical la canción folklórica "Lunita tucumana", con la que asombró por la prueba inesperada de su talento y su vocación artística.



Archivos masónicos

Ante el reciente retorno a Bruselas de los archivos masónicos belgas desde Rusia, los que junto a otros archivos oficiales belgas habían sido incautados por los alemanes durante la ocupación del país en la última guerra y luego llevados a Moscú por los soviéticos tras su ocupación de Berlín, tomé contacto con el embajador belga que condujo las difíciles y largas negociaciones con los rusos para la restitución de dichos archivos, finalmente transportados por camiones militares belgas. Como según su opinión, luego compartida por el centro de documentación masónica de Bruselas respecto a los propios, dichos archivos se conservaban en excelente estado, me interesé en consultarlos para investigar la supuesta pertenencia masónica del General José de San Martín a raíz de la impresión de una medalla con su retrato, conmemorativa de su presencia en Bruselas, donde viviera los primeros séis años de su exilio europeo, por parte de una logia masónica local. Gracias a la invocación de que mi abuelo paterno había sido Gran maestre grado 33 de la masonería argentina, circunstancia que pudo verificarse y a la cordial relación que establecí con el director del mencionado centro de documentación, Frank Langenauken, pudimos acceder a los recién devueltos archivos históricos y en especial los de la citada logia, llamada "La Parfaite Amitié" y no encontramos ninguna constancia respecto de la condición masónica de San Martín al tiempo del mencionado homenaje y durante su permanencia en Bélgica. También tuve acceso a las más importantes publicaciones masónicas inglesas, norteamericanas y belgas que se encontraban en dicho centro, y a estudios de sus más reconocidos historiadores masónicos relacionados con las logias políticas en las que participó San Martín con el objetivo de conseguir la independencia de las tierras americanas y establecer allí repúblicas.

En ellos claramente se desmentía el carácter masónico de esas logias y la inconsistencia de aquellos masones y historiadores argentinos que pretendían adscribirlo a esa sociedad. Merced a la generosa colaboración de ya mi amigo Frank Langelauken no sólo pude fotocopiar los trabajos de aquellos historiadores, sino también certificar que tampoco la logia de Amberes "Les Amis du Commerce", tenía constancia de la presencia de San Martín en sus visitas a esa ciudad, como erróneamente lo afirmaba la historiadora rosarina Patricia Pascuali en su último libro sobre nuestro prócer.

Con tan rico material preparé luego, a mi regreso a Buenos Aires, un largo artículo que publiqué en la revista "Todo es Historia ". A pesar de esa demostración explícita de que no hay ninguna prueba de la condición masónica de San Martín, la leyenda sigue repitiéndose sin aportar las constancias del caso. Eso me recuerda aquella opinión de un interlocutor que le pide a otro que no le moleste con los hechos y que le deje con sus opiniones…



Fin de la travesía

Al cabo de los cuatro años de mi experiencia belga y sabiendo que al cumplir mis 70 años debía concluir automáticamente mi ya larga carrera diplomática comencé a prepararme para mi regreso al país y afrontar las muy cálidas despedidas que organizaron algunos amigos. La Cancillería local me convocó a un almuerzo al que podría invitar a ocho amigos belgas. Decidí convocar a mis más allegados grandes empresarios locales, así como a un prestigioso representante de la cultura y como todos aceptaron asistir, el Canciller belga y su círculo áulico quedaron muy impresionados.

Luego debí despedirme del rey Alberto en el Palacio Real. Esta vez pudimos conversar con mucha cordialidad y más tiempo que el fijado por el protocolo. Evocó los cálidos recuerdos que tenía de nuestro país con motivo de su visita cuando era príncipe, al frente de una misión comercial, y me insistió en la importancia de la próxima visita que realizaría su hijo el príncipe Felipe. Con tal motivo le mencioné que yo había gestionado con éxito que en esa misión comercial se innovara, incluyendo también a empresarios con posibilidades de inversión, y que nuestros intercambios comerciales habían superado el año anterior todos los récords al alcanzar los mil millones de dólares, lo que pareció complacerlo. Descubrí que era una persona cálida y lo difícil que le debería haber sido transformarse imprevistamente en un ya querido Jefe de Estado con cientos de entrevistas, desplazamientos y encuentros públicos permanentes con las más variadas personalidades de su país y del extranjero y al mismo tiempo sustraerse a los encantos de una vida privada. Al cabo de mi visita y como un detalle inusitado me entregó en manos la más alta condecoración belga, la Gran Cruz de Leopoldo II.

Los largos años vividos en Bélgica habían sido particularmente agradables, no solo por la cordialidad habitual de sus gentes con los extranjeros, sino también por la simpatía hacia nuestro país, no obstante nuestras contrariedades históricas.

Antes de abandonar Bruselas envié un largo telegrama a la Cancillería en el que procuré resumir no solo las principales actividades desarrolladas durante mi gestión, sino también mi visión sobre los necesarios cambios requeridos en la diplomacia argentina, tras 43 años de desempeñarme en el servicio exterior y como legado de mi fin de carrera. Volví así a la Argentina, sin nostalgias por los gratos tiempos vividos durante cuatro años y con un bagaje de ilusiones sobre proyectos y tareas que pensaba poner en práctica en esa nueva etapa de mi vida. Una vez más, como en todos mis regresos al país, sentí con orgullo que había dedicado mis días al servicio de la nación argentina. Y, en este caso, con la esperanza de que fuera la última de mis sufridas mudanzas.





Vivido y Recordado

Comencé estas memorias pensando que tenía sentido que dejara testimonio de muchos acontecimientos que había vivido y que podría ser de interés dar cuenta, para mis descendientes e hipotéticos lectores, de hechos significativos de la tempestuosa historia argentina.

El título, “Vivido y recordado”, sigue la huella abierta por el libro de un admirado diplomático, Eduardo García Mansilla. Decidí comenzarlas desde mi nacimiento, porque ello permitiría apreciar lo azaroso de toda vida personal, un entramado de cambios inesperados y de “renacimientos”, como decía Hanna Arendt. Mis peripecias las he ido hilvanando cronológicamente con las mutaciones experimentadas por el país, volviéndolas más vívidas y comprensibles, al desechar agruparlas temáticamente.

Procuré, así, resumir aspectos de mi vida personal junto con las más valiosas experiencias de mis cuarenta y tres años como diplomático, con destinos en la ex Unión Soviética, Brasil, Francia (Unesco), España (primero Cónsul General en Madrid y embajador años después), Estados Unidos (Miami) y Bélgica (como embajador), como así también en cargos de jerarquía en nuestra Cancillería, en las que destaco recuerdos relevantes y poco conocidos de nuestra política exterior. Cuento asimismo las experiencias periodísticas de mi padre, Tulio Jacovella, con las revistas Esto Es (presencia significativa y novedosa en los años previos a la caída de Perón en 1955 y a la que contribuyó) y Mayoría (en la que se publicó por primera vez “Operación Masacre”, de Rodolfo Walsh, a quien conocí cuando era sólo un laureado autor de cuentos policiales). También he sido testigo de la publicación de su diario Mayoría, muchos años después, que tuvo participación en hechos decisivos históricos.

En un país en el que son hoy muy escasas las memorias de quienes han dedicado sus empeños a la vida pública, estimo que textos como el mío pueden contribuir a un mejor entendimiento de nuestro pasado.